si los hombres fueran mujeres: reflexiones cristianas sobre el

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si los hombres fueran mujeres: reflexiones cristianas sobre el
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SI LOS HOMBRES FUERAN MUJERES:
REFLEXIONES CRISTIANAS SOBRE EL
GÉNERO EN LA CRISIS DEL VIH Y SIDA
Donald E. Messeri
Conferencia de la Red Miqueas
Pattaya, Tailandia, Octubre 2008
“Si Allah hubiese querido que [las mujeres] hiciésemos preguntas, nos habría
hecho hombres”. Esta alarmante declaración inicia la película Brick Road basada en la
novela del mismo nombre escrito por Monica Ali.1 A una joven bangladesí llamada
Nazneen no se le permite hacer preguntas sobre la vida y la muerte, sino que le dicen que
debe aprender a aceptar su destino como mujer en el mundo actual.
¿Será el destino inevitable o la voluntad de Dios que en todas partes de la tierra
las mujeres sufran el mayor estigma y discriminación a causa del VIH y SIDA? En un
país tras otro, se niega a las mujeres los derechos humanos básicos, se les culpa por la
pandemia y no gozan de una buena atención médica.
¿Será el destino o la voluntad divina que las mujeres sean clasificadas como
ciudadanas de segunda clase no sólo al nivel de sociedad, sino de sus comunidades de fe?
Desde el punto de vista biológico, cultural, económico y religioso las mujeres son
más susceptibles al VIH. ¿Acaso deberían aceptar simplemente su destino y soportar el
status quo en tanto que el número de mujeres infectadas y afectadas por el VIH y SIDA
aumenta dramáticamente alrededor del mundo?
i
Donald E. Messer es Director Ejecutivo del Centro para la Iglesia y SIDA Global, así también como
Presidente emérito y Catedrático emérito de Teología Práctica en la Escuela de Teología de Iliff, Denver,
Colorado. Messer es autor de Rompiendo la Conspiración del Silencio: Iglesias Cristianas y la Crisis del
SIDA Global. El 2009 publicará dos libros nuevos: Nombres, no sólo Números: Enfrentando el Hambre
Mundial y el SIDA Global y 52 Maneras de Crear un Mundo sin SIDA. Contacto: [email protected] o ver
la página www.churchandglobalaids.org
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¿Los hombres permanecerían en silencio y pasivos si esto les estuviera
sucediendo? ¿Considerarían „natural‟ que las mujeres no se les unieran para cambiar el
hecho que están infectando y matando a más y más de su género año tras año? ¿Los
hombres pensarían que sencillamente están destinados a morir a pesar que las
condiciones podrían cambiar si se alteraran las actitudes personales y voluntad política?
La respuesta rotunda a todas estas preguntas es NO. Los hombres no aceptarían su
desigualdad como norma de la sociedad humana y de las relaciones personales.
Protestaríamos diciendo que no es nuestro destino inevitable ni la voluntad divina, sino la
predisposición humana pecadora de crear desigualdad e injusticia. Nos manifestaríamos
en contra de las normas y costumbres humanas que estigmatizan y deshumanizan;
diríamos que la cultura, no Cristo, está controlando las normas de nuestras comunidades
religiosas; nos rebelaríamos, organizaríamos, crearíamos estrategias y pelearíamos por la
vida en contra de la muerte y haríamos un llamado a nuestras hermanas para que se nos
unan en esta revolución.
Las mujeres están surgiendo con preguntas profundas, y como hombres cristianos
deberíamos unirnos a sus peticiones que desafían las costumbres sociales ya establecidas
y las tradiciones de la iglesia convencional que contribuyen con la pandemia del VIH y
SIDA.
Reconociendo mis propias limitaciones
Antes de que prosiga con este tema “Si los hombres fueran mujeres; reflexiones
cristianas sobre el género en la crisis del VIH y SIDA”, rápidamente debo reconocer que
como hombre nunca puedo entender completamente las circunstancias, sentimientos y
3
experiencias de una mujer. Las diferencias biológicas son reales; nunca he experimentado
la menstruación ni he sabido cómo es tener temor de llegar a gestar o de estar gestando y
sentir dolores insoportables de parto. Tampoco he dado de lactar a un bebé ni sé cómo se
siente ser tratado como un objeto sexual. Además, sólo puedo imaginar cómo se debe
sentir ser excluido del liderazgo religioso o de otros cargos en la sociedad meramente
debido a mi biología por encima de la calidad de mi carácter, la excelencia de mi
intelecto, los dones de mi espíritu o el valor de mis competencias.
Sólo una mujer puede hablar con autenticidad sobre el dolor y el sufrimiento
causados por la desigualdad de géneros. Sin embargo, para muchos de nosotros, si quizá
tendríamos que “acercarnos y hacer personal” los dilemas y discriminación de las
mujeres infectadas y afectadas por el VIH y SIDA, entonces tendríamos que, por lo
menos, imaginar cómo se debe sentir ser una jovencita o mujer en el mundo actual.
En un conferencia interdenominacional sobre el SIDA en Mzuzu, Malawi, a
principios de año, varias mujeres líderes de su iglesia expresaron su frustración que sólo
las mujeres están tratando de manera constante con el tema de desigualdad de géneros y
buscan reparar las injusticias. Los hombres cristianos se mantienen en un silencio
aplastante. Estas mujeres de Malawi manifestaron que a menos que los hombres
rompieran sus prisiones patriarcales religiosas y culturales, ni los hombres ni las mujeres
podrían ser libres e iguales.
Al reconocer los límites de tal enfoque, permítanme compartir cómo debe ser para
mí como hombre encontrarme repentinamente como una mujer en la era del SIDA. Invito
a los caballeros de la audiencia a imaginar si los roles de la vida fueran revertidos;
después de todo, ninguno de nosotros hizo una elección consciente de nacer hombre o
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mujer. Y a las mujeres, les invito a pensar de manera crítica sobre lo que diga y deje de
decir y les animo a hablar abiertamente en nuestros debates de conferencia.
Si fuera una mujer
Si fuera una mujer en el mundo actual de VIH y SIDA, primeramente estaría muy
preocupada no sólo por mí misma sino en especial por mis hermanas e hijas. Cuando vea
las estadísticas crecientes y examine los contextos culturales, me daría cuenta que las
mujeres son especies en extinción. En especial vería que

Casi el 50% de los 33.2 millones de personas alrededor del mundo que son
VIH positivo son mujeres.

En África subsahariana, el 61% de los infectados son mujeres.

En los Estados Unidos, se estima que actualmente el número de mujeres
infectadas es __% comparado al ___% en ___.

En Asia, se estima que el porcentaje de mujeres es __% comparado al
___% en ___.

En las jóvenes entre 15 y 24 años de edad, …
El ex Secretario General de las Naciones Unidas Kofi Annan anunció a principios
del 2002 que “en África, el SIDA tiene rostro de mujer”.2 Este ya no era una enfermedad
que predominantemente infectaría a hombres, sino que el número de mujeres estaría
incrementándose en los años posteriores. El 2007, un filipino escribiría “el nuevo rostro
del SIDA se ve en las jóvenes asiáticas”.3 De los 8.3 millones de personas estimadas con
VIH positive en el 2006, por lo menos 2.3 millones son mujeres. En la región
5
Asia/Pacífico, el 40% de los casos nuevos son mujeres.4 Cada año, la feminización del
SIDA aumenta.
En Segundo lugar, si fuera una mujer en el mundo actual de VIH y SIDA, me
daría cuenta que dado el dominio masculino y patriarcado cultural, nosotras las mujeres
no tenemos control de nuestro propio cuerpo. Si carezco del poder efectivo de decir “no”
a relaciones sexuales indeseadas, y si no tengo la libertad de insistir en sexo “seguro” con
un condón, entonces corro el terrible riesgo de ser infectada por un virus que
particularmente crece en cuerpos femeninos. Biológicamente, las mujeres son cuatro
veces más susceptibles que los hombres a enfermedades de transmisión sexual.
Aún en el caso de estar casada y no haber tenido otros compañeros sexuales sino
mi esposo, todavía tengo razón de temer frente a los informes estadísticos alarmantes que
indican que los hombres casados tienen más de una compañera sexual. Este es un
fenómeno que no sólo se ve en los países occidentales. Por ejemplo, en zonas de África,
los compañeros múltiples y la poligamia son comunes, y en muchas partes de Asia y
América Latina, un alto porcentaje de hombres solicita los servicios de trabajadoras
sexuales comerciales.
Las casadas están en especial peligro. Según dijo una mujer africana: “Suelo
preocuparme por mis hijas que aún no se casan, pero ahora me preocupo más por mis
hijas que están casadas”. La mayor parte de las mujeres alrededor del mundo son
infectadas por sus esposos, y no porque las mujeres se vean envueltas en una conducta
promiscua o porque sean empleadas como trabajadoras sexuales comerciales. La Dra.
Nafis Sadik, asesora especial de la secretaría general de las Naciones Unidas y Enviada
Especial de la Secretaría General de las Naciones Unidas para ver el tema de VIH y
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SIDA en Asia y el Pacífico, observa un índice desproporcionado de VIH entre las
mujeres casadas jóvenes. En el 8vo Congreso Internacional sobre el SIDA en Asia y el
Pacífico, ello manifestó que “el matrimonio y la fidelidad parecen ofrecer poca
protección contra la enfermedad, y las actitudes sociales mantienen a las mujeres pobres
y sin poder”.5
La situación de vida de una mujer es complicada por el hecho que los hombres
que prefieren tener sexo con hombres a menudo se sienten obligados a casarse porque las
demandas culturales y religiosas condenan las relaciones con el mismo sexo. A fin de
proteger su condición y permanencia con familias, comunidades y redes religiosas, los
hombres adoptan relaciones maritales sin abandonar las relaciones sexuales ocultas sin
protección con otros hombres. Como mujer, esto aumenta mi riesgo frente a las
enfermedades de transmisión sexual, incluyendo el VIH.
El uso masculino de drogas intravenosas aumenta la probabilidad que las mujeres
sean infectadas. Sin que la mujer lo sepa, casada o no, su compañero puede haberse
infectado por agujas sucias. Aún si lo supiera, una mujer empobrecida tiene poco poder
para resistir los avances sexuales.
En tercer lugar, si fuera una mujer en el mundo actual de VIH y SIDA, viviría con
temor a la violencia. La brutalidad del hombre con las mujeres en el siglo 21 es una gran
desgracia humana y un escándalo moral que se impregna en todos los niveles y aspectos
de la sociedad, incluyendo la iglesia. Por demasiado tiempo, tanto la iglesia como la
sociedad han soportado en silencio y secretismo la inhumanidad del hombre con las
mujeres.
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Esta violencia de género, incluyendo la violación dentro y fuera de los vínculos de
matrimonio, contribuye de manera significativa con la pandemia del VIH y SIDA. En
muchos países, la violencia doméstica se considera aceptable, incluso por los cristianos.
A menudo, y de forma alarmante, las mujeres internalizan la aceptación e inevitabilidad
de esta violencia creyendo que ellas no tienen otra elección o alternativa. Una encuesta a
5,029 mujeres en Zambia puso de manifiesto que:

El 80% de las mujeres creían que ser golpeadas por sus esposos era una
“forma de castigo” aceptable,

El 79% dijo que sus esposos podían golpearlas si salían sin su permiso,

El 61% consideraba que los golpes violentos eran aceptables si se
rehusaban a tener sexo con sus esposos,

El 88% reportó que sus esposos podían tener sexo con ellas luego del
nacimiento de su hijo y

El 67% se sentía obligada a tener relaciones sexuales con sus esposos aún
cuando no deseaban tener sexo.
A la luz de este clima de violencia de género, no es sorprendente que “sólo el
11% de las mujeres creían que ellas tenían derecho a pedir a sus esposos que usen
condón, incluso si se había declarado infiel o portador del VIH”.6
En cuarto lugar, si fuera una mujer en el mundo actual de VIH y SIDA, sé que si
fuera diagnosticada con VIH positivo, probablemente no recibiré atención en salud de
una calidad equivalente que el hombre. Mujeres de distintas partes del mundo reciben
menos atención médica. Las mujeres sufren los mayores índices de desnutrición que los
hombres alrededor del mundo. Estando enfermas y sin recursos económicos, no tienen
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acceso a atención médica. Como amas de casa, las mujeres se ven abrumadas con el
cuidado de los hijos, de padres ancianos, y frecuentemente de sus esposos. Parece que
cuidar de mi propia salud personal y sexual es imposible.
En un país tras otro alrededor del mundo, las mujeres reciben menos educación y
obtienen menos ingresos. Catherine Bertini, antigua Directora del Programa Mundial de
Alimentos de las Naciones Unidas vio que las mujeres están a cargo de la alimentación
de la familia, y los hombres típicamente controlan el dinero. Ilustrando lo que dijo,
Bertini contó de un hogar latinoamericano a quien un organismo no gubernamental
entregó una vaca; la mujer cuidó de la vaca, la ordeñaba por las mañanas, la llevaba a
pastar donde trabajaba mientras que cuidaba a sus hijos y la traía de vuelta para ordeñarla
en la noche. Ella repartía la leche a la cooperativa y además preparaba todos los
alimentos para la familia. Ella hacía esto todos los días hasta que llegó el día de recoger
el cheque mensual por la leche. Entonces su esposo, quien era dueño de la vaca, ¡tomaba
el dinero!7
Las viudas por SIDA de Asia y África siguen siendo desalojadas de sus hogares
en muchos lugares, privadas de sus derechos a su tierra y heredad. El número de
huérfanos por SIDA sigue incrementándose y las familias se hunden más y más en la
pobreza. La desigualdad de género lleva a un mayor empobrecimiento y alimenta la
expansión del VIH y SIDA. Las mujeres se ven menos capaces de protegerse contra la
infección y son las últimas en tener acceso a pruebas, atención y tratamiento.
En quinto lugar, si fuera una mujer en el mundo actual de VIH y SIDA y fuera
diagnosticada como portadora de VIH, puedo esperar experimentar la estigmatización y
discriminación y es probable que me culpen por mi enfermedad a pesar de haber sido
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infectada por mi esposo. Son muchas las historias alrededor del mundo sobre las
injusticias hechas contra las mujeres con VIH positivo. Asimismo abunda la violencia
doméstica. Las mujeres son botadas de sus casas y forzadas a hacer “sexo por
sobrevivencia” a fin de alimentar a sus hijos y a sí mismas. Siendo pobres, iletradas y
marginadas, frecuentemente las mujeres son rechazadas y maltratadas. En un hospital
grande que trata el SIDA al sur de India, el cual visito regularmente, veo que los
familiares y amigos no llegan a visitar y cuidar de las mujeres. Ellas no sólo mueren, sino
que mueren solas.
El año pasado, en un seminario sobre el SIDA de líderes de la iglesia
presbiteriana reformada en Lusaka, Zambia, estuve dando una ponencia sobre prevención
de VIH y SIDA. Teniendo en cuenta que mi audiencia predominantemente masculina se
vio negativa y reacia a hablar abiertamente sobre preservativos el día anterior, fue cuando
decidí que tenía que hablar sobre este tabú cultural y teológico. Decidí ser totalmente
abierto y mostrar un condón en su envoltura mientras hablaba. Para mi sorpresa, una
mujer africana alzó la voz y me desafió: “¿Va a abrirlo?” Quizá por el temor de parecer
menos “hombre” de verme intimidado por un pedazo de látex, procedí a abrirlo y hacer
una demostración con mi pulgar. Me aseguré de advertir a los asistentes que ¡ponerlo en
el pulgar de ningún modo los protegería del VIH! Luego de la ponencia, durante el lapso
de preguntas y respuestas, una joven de Zambia se puso de pie y me agradeció por
romper las barreras y hablar abiertamente sobre cómo proteger la vida. Esta cristiana con
VIH positivo animó a otros a ser directos y abiertos para que la iglesia, familia y sociedad
no sean infectadas más y más y mueran de una enfermedad que se puede prevenir.
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El silencio de los cristianos
¿Cómo los cristianos pueden quedarse como soldados silenciosos del status quo
frente a la injusticia que las mujeres enfrentan en un mundo de VIH y SIDA? Es
sobrecogedor que quienes se autoproclaman discípulos de Jesús, el Cristo, son
frecuentemente participantes y perpetradores de la estigmatización y discriminación
expandidas mundialmente enfrentadas por las personas infectadas y afectadas por el VIH
y SIDA.
Con bastante regularidad, nuestras interpretaciones bíblicas y teológicas intentan
justificar lo injustificable. Con bastante regularidad, como cristianos sugerimos
implícitamente, si no explícitamente, que “si Dios hubiese querido que las mujeres
hiciesen preguntas, él las habría hecho hombres”. Tratamos de silenciar a las mujeres y
niñas de hacer preguntar sobre la vida y la muerte en lugar de promover el
empoderamiento de las mujeres. En lugar de defender la búsqueda por la igualdad de
géneros y justicia, complacientemente consentimos una cultura y religión que busca
coaccionar a las mujeres a aceptar su destino en el mundo como ciudadanas de segunda y
tercera clase, a menudo con un trato como si fueran “no personas”.
Al hacer esto se viola no sólo los derechos humanos de las mujeres, sino que es
una blasfemia a nuestro amante Dios Creador. ¿Qué mayor profanidad que ignorar la
revelación divina de Dios en Cristo quien alcanzó a todos los hijos de Dios con
compasión, cuidado, igualdad y dignidad? ¿Qué mayor sacrilegio que olvidar cómo Jesús
rompió las barricadas culturales y tabúes teológicos de su tiempo para quebrantar las
barreras de género? ¿Qué mayor herejía que ser indiferente a cómo “Recorría Jesús todas
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las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del
reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”ii sin excepción.
Desconocemos las estadísticas de la Palestina bíblica, pero al leer las Escrituras se
nos recuerda en una página tras otra que Jesús fue confrontado por muchas, pero muchas
personas enfermas. En aquellos días, no existía un ONUSIDA haciendo estimados de los
números de personas infectadas por una enfermedad en particular, o una Organización
Mundial de la Salud que marcaba las trayectorias de las epidemias. Pero si lee el
evangelio de Mateo, no puede dejar de sorprenderse ante la cantidad de enfermedades. En
Mateo 5, antes de iniciar el Sermón del Monte, leemos que “recorrió Jesús toda Galilea,
enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda
enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda Siria; y le
trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y
tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó”iii sin excepción.
Lo que me impresiona e inspira es el modo en que Jesús llegó a todos sin
excepción. No estigmatizó y discriminó; él era un sanador de “oportunidades iguales”,
cuidaba a cada hombre, mujer y niño. Como Mateo escribe “al ver las multitudes, tuvo
compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen
pastor”iv Creo que si Jesús caminara hoy por la tierra, yendo por todas las ciudades y
países, estaría en la vanguardia del ministerio VIH y SIDA. Gracias a la paráfrasis
escritural preparada por Musa Dube de Botswana, puedo imaginar a Jesús diciendo:
ii
Mateo 9:35. Además ver Mateo 4:23; 10:1, 8, y Lucas 10:9.
Mateo 4:23-24.
iv
Mateo 9:36
iii
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“Estuve enferma con SIDA y no me visitaste. No lavaste mis heridas ni me
diste medicina… Fui estigmatizada, aislada y rechazada a causa del
VIH/SIDA y no me recibiste. Tuve hambre, sed, estuve desnuda,
completamente desposeída… y no me diste de comer, de beber y no me
cubriste. Fui una mujer indefensa expuesta al alto riesgo de infección y de
llevar una gran carga de atención y tú no viniste a mi rescate. Fui una
viuda y un huérfano desposeído y no satisficiste mis necesidades… El
Señor nos dirá, „De cierto te digo que en cuanto no lo hiciste al menos a
estos miembros de mi familia, tampoco a mí lo hiciste‟”8
Cristo y la Cultura
Los teólogos a partir de H. Richard Niebuhr han reflexionado sobre las relaciones
complejas entre Cristo y la cultura.9 La cultura puede ser tanto positiva como negativa y
ninguno de nosotros puede no tener cultura. No obstante, a menudo pienso que la iglesia
es culpable de acomodarse demasiado a la cultura de manera que las mujeres y los niños
son víctimas de quienes bautizan el poder de los hombres sobre todos los demás. Este
Cristo cultural fácilmente acepta el status quo en lugar de visionar nuevas posibilidades y
relaciones.
En muchos aspectos cuando se trata de VIH y SIDA, yo abogo por un Jesús en
contra de la perspectiva cultural. Claramente se puede ver que nuestra fe ofrece valores e
ideales contrarios a los patrones dominantes endémicos a las tradiciones culturales
humanas del mundo. Los cristianos siempre han estado a favor de la vida sobre la muerte,
de la dignidad sobre el estigma, del amor sobre el odio. Como cristianos no podemos
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tolerar sistemas y creencias eclesiales y culturales que denigren a otros seres humanos
hechos a la imagen de Dios.
La sexualidad humana es un regalo grande y maravilloso de un Dios bueno. Para
preservar y proteger la vida, debemos apoyar el conocimiento responsable del ABC de
prevención del VIH: abstinencia, fidelidad (por sus siglas en inglés) y condón. Por lo
tanto, defendemos altos estándares sexuales de relaciones tiernas, cariñosas, centradas en
el otro, no explotadoras y de consentimiento común. Rechazamos una conducta sexual
brutal, egoísta, promiscua, no mutua y explotadora. Apoyamos el matrimonio y las
relaciones fieles, y deploramos las prácticas culturales que degradan y deshumanizan a
las personas como intercambio de pareja, purificación de las viudas, desheredación,
violencia doméstica y desigualdad de género.
Prefiero pensar en Cristo como el transformador de la cultura. Creo que Dios está
trabajando en el mundo buscando vencer el mal y la enfermedad, traer amor y liberación,
esperanza y sanidad para toda la humanidad. Dios en Cristo denuncia los pecados de la
estigmatización, desigualdad y discriminación; incluso aceptar a todos los que pertenecen
al pueblo de Dios y aceptando a los que tienen dolencias y sufrimientos.
Para los empobrecidos y débiles, Dios ofrece empoderamiento y fortaleza. Gracias
al Espíritu Santo todos nosotros somos capaces de renunciar a los antiguos patrones de
conducta y crear nuevas formas de vida y relación. Nunca más los hombres tendrán que
estar atrapados en viejos patrones culturales que degradan a las mujeres y niegan el
imago Dei de cada ser humano. Si estamos abiertos a la gracia transformadora y a la
bondad de la Trinidad, podemos convertirnos en hombres nuevos y mujeres nuevas
unidos para crear un mundo libre de SIDA.
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Siete pasos hacia la igualdad de géneros
Tratar la desigualdad de géneros y el empoderamiento de las mujeres en esta era
de VIH y SIDA requiere que los cristianos adopten diversas estrategias y den varios
pasos. Esto no es simplemente un asunto de salud y sobrevivencia, sino un llamado a
practicar la ética cristiana. La iglesia no puede tolerar la injusticia del sexismo y la común
agresión dirigida a las mujeres y señoritas.
Gracias a Dios las mujeres alrededor del mundo no han esperado por los hombres,
sino que ya están en marcha por todo el mundo desarrollando estrategias para vencer la
desigualdad de género y combatir la pandemia del VIH y SIDA que ataca las mujeres. El
Rev. Joshua Love dice que las mujeres han creado grupos de apoyo y estructuras que
ayuden a luchar en contra de estas desigualdades y, así, ayuden a sus propias hijas y
demás a confrontar los desafíos de salud sexual de estos tiempos. Estos esfuerzos de
empoderamiento popular busca ver la forma de reducir las posibilidades de infección y de
luchar contra el dilema angustiante de transmisión de VIH madre-hijo durante el
nacimiento y por medio de la lactancia.10
De manera breve permítanme bosquejar siete pasos que se necesitan para
aumentar el estatus de las mujeres en el mundo y proteger el bienestar de los jóvenes y
niños. Esta lista es ilustrativa, no exhaustiva, y se puede y debe añadir otros pasos.11
Primero. Debemos confesar nuestra complicidad en apoyar y promover la
desigualdad de géneros y en actuar con remordimiento frente a nuestros pecados. El
verano pasado, en una pre-conferencia religiosa reciente realizada previa a la cumbre
internacional sobre SIDA en la ciudad de México el obispo luterano Mark Hanson se
arrodilló y lavó los pies de las mujeres como un acto público de arrepentimiento por la
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vergüenza y rechazo que sentía la iglesia por los VIH positivos del mundo. Las mujeres
de Sudáfrica y México anteriormente habían estado compartiendo sus historias de
violencia de género, tráfico humano y maltrato que habían experimentado por las
comunidades eclesiales. Herlyn Maja Uiras de Nambia contaba cómo fue violada cuando
tenía 14 años y fue sacada de su país ilegalmente. Sophia de México manifestó que en
“muchos países, el sólo hecho de ser mujer es peligroso” debido a las actitudes machistas
y conducta violenta.
Hanson, el obispo principal de la Iglesia Evangélica Luterana en América y
presidente de la Federación Luterana Mundial, desafió a la iglesia romper su silencio
frente a la violencia de género y a crear lugares seguros para las mujeres. “Nosotros como
líderes religiosos hombres debemos volver a examinar nuestra teología y prácticas”, dijo
Hanson y actuó de manera humilde frente a las personas infectadas y afectadas por el
VIH y SIDA.
Segundo. Debemos confrontar las prácticas sexuales no seguras de los hombres
porque una conducta peligrosa aumenta tanto los riesgos de infección de VIH para las
mujeres como la salud sexual del hombre mismo. Debemos desafiar aquellas prácticas
como las de tener parejas múltiples, pagar los servicios de trabajadores sexuales
comercial, mantener sexo intergeneracional, y tener sexo coercivo con vírgenes y otros.
Los hombres no tienen excusa para rechazar el uso de preservativos cuando la salud y
bienestar de las personas está en riesgo. Lo que una investigación descubrió en Tanzania
no debería existir en ninguna otra parte: las trabajadoras sexuales son más efectivas en
protegerse a sí mismas del VIH que las mismas esposas porque tienen más poder en
insistir la práctica de sexo más seguro.
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A fin de refrenar la pandemia del SIDA se necesita más que condenar las prácticas
masculinas no seguras. Tercero. Los programas educativos proactivos necesitan instruir
a los hombres de todas las edades sobre prevención y maneras adecuadas de tratar a sus
compañeras. Se deben poner a la luz aquellos conceptos peligrosos sobre masculinidad y,
en su lugar, mostrar otros modelos de masculinidad. Se deben presentar nuevas formas
positivas de relacionarse con las mujeres. Los hombres no sólo deben ser el problema,
sino parte de la solución. Como hombres, necesitamos escuchar las voces y puntos de
vista de las mujeres, y buscar asesoría y ayuda en tanto que busquemos una nueva
hombría en Cristo.
La educación de los hombres se debe dar en distintos niveles. La conducta de
muchos hombres es desconsiderada e inaceptable, pero frecuentemente estos hombres
son “más bien los ofendidos que los ofensores”. Con esto quiero decir que tienen una
vida miserable. Luego de haber visitado a tiradores del rickshaw (carrito de dos ruedas)
sin educación que viven lejos de sus hogares en barracas hacinadas, así como a
trabajadores inmigrantes y choferes de camiones que pasan largos meses lejos de sus
casas y que no tienen idea de cómo se transmite el VIH o de cómo utilizar un condón, me
doy cuenta que estas personas están atrapadas en una “miseria carrusel” de pobreza, falta
de educación, racismo y enfermedad que les ha robado la salud, la vida y la esperanza.
La ignorancia es vasta y letal. La iglesia está llamada a defender y continuar con
el dominio de educación proactiva si se desea vencer la desigualdad de género y la
pandemia del VIH y SIDA. Aunque no es sencillo ni poco costoso, lo positivo es que los
hombres pueden cambiar sus conductas y las mujeres pueden protegerse si se lleva a cabo
denodados esfuerzos por educar. Es posible cambiar la conducta, pero primero los
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cristianos deben cambiar su propia conducta e involucrarse en combatir contra la
desigualdad de género y promover los debates en tema de salud sexual y VIH/SIDA de
manera abierta y sincera.
Cuarto. La iglesia necesita priorizar alcanzar a las mujeres más empobrecidas
del mundo. Los extremadamente pobres son explotados constantemente. Cuesta caro ser
pobre porque todo tiene un alto precio: comida, vestido, seguridad y salud.
En mis viajes alrededor del mundo, he llegado a darme cuenta que la mayoría de
las mujeres que son trabajadoras sexuales se encuentran involucradas en un “sexo de
sobrevivencia”. No tienen otra forma de sostenerse a sí mismas y a sus familias ni
conocen otra manera de hacerlo. Muchas han sido vendidas o engañadas para ser esclavas
sexuales a una edad temprana. A pesar de ello, estas mujeres mantienen el imago Dei, la
chispa de divinidad, por encima de las circunstancias degradantes. No necesitan de la
iglesia más estigmatización y discriminación, sino programas que respeten su dignidad
humana, que apoyen su búsqueda de salud y seguridad, y que les ofrezca oportunidades
de empleo alternativo. Si Jesús nos hablara hoy, se dirigiría a una iglesia adinerada
indiferente al SIDA global: “Es más fácil que una trabajadora sexual pase al reino de los
cielos que un rico”.
Quinto. La iglesia debe rechazar las estructuras patriarcales de la iglesia y la
sociedad. Con mucha frecuencia la iglesia ha apoyado de manera abierta y encubierta las
sociedades patriarcales donde las mujeres han sido tratadas como objetos en lugar de
sujetos. El cristianismo y otras religiones del mundo desarrollaron sociedades patriarcales
donde no se consideraban a las mujeres ni se les daba iguales derechos. Hasta hoy en día,
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las mujeres no tienen los mismos derechos legales dentro de la sociedad ni dentro de
muchas comunidades religiosas.
A los hombres se les ha dado autoridad y poder sobre las mujeres, especialmente
sus esposas, y esto ha tenido consecuencias devastadoras para las mujeres y su salud.
Cuando los hombres se rehúsan a pasar una prueba de VIH o mantienen en silencio su
condición frente a sus parejas, están contribuyendo con restar autoridad a la mujer. A
menudo, las mujeres son forzadas a someterse a los deseos eróticos y caprichos
masculinos. Esta conducta ha sido claramente atribuida a las teologías que proclaman al
esposo como la “cabeza” de la familia y relegan a la mujer con papeles secundarios
dentro de la iglesia y la sociedad.
Este orden jerárquico se justifica en el argumento que los hombres son llamados a
sacrificarse en amor para proteger y cuidar de sus esposas e hijos. Sin embargo, es sabido
que esto es más mito que verdad dado que las mujeres de todas partes sufren violaciones
serias de sus derechos humanos y religiosos soportando gran violencia. Cambiar la
cultura y detener estas prácticas tradicionales es un mayor desafío dado que no existe
voluntad política y los parlamentos y gobiernos eclesiales dominados por el sexo
masculino prevalecen. Por encima de todo ello, los cristianos, tanto hombres como
mujeres, están llamados a hablar y actuar por la liberación e igualdad de las mujeres.
Sexto. La iglesia debe abanderar la legislación de los derechos humanos,
condenando el sexismo y trabajando por implementar leyes que erradiquen las
desigualdades de género. Hasta que las desigualdades de género disminuyan (si no se
eliminen), podemos decir que será imposible poner bajo control la pandemia del SIDA.
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Aún permanece un clima de temor y oposición a los derechos de la mujer en
muchos corazones y lugares. Hace poco, en un taller sobre SIDA, se invitó a líderes
cristianos hombres del mundo a participar en un círculo de debate sobre la desigualdad de
géneros. Estuve sorprendido de escuchar las excusas poco convincentes que los hombres
dieron para justificar la continuación de su patriarcado. Más de uno fue rápido en culpar a
la mujer diciendo que habían internalizado la ciudadanía de segunda clase y que deseaban
relaciones desiguales en el matrimonio. Las mujeres cristianas que estaban fuera del
círculo se sentían molestas y frustradas que en el siglo XXI aún tuviéramos un largo
trecho por lograr la igualdad de género.
Las conferencias internacionales de mujeres han planteado metas dirigidas a
eliminar las desigualdades de género y garantizar iguales derechos. Frecuentemente los
hombres cristianos han fracasado en ayudar a las mujeres en esta búsqueda e incluso les
han negado la libertad de tomar decisiones sobre su propia salud sexual. De manera
urgente se necesita que las mujeres de todo el mundo tengan acceso universal a atención
de salud, incluyendo información sobre reproducción y sexualidad. El conjunto de leyes
que proscribe todas las formas de violencia contra las mujeres y niñas (incluyendo
prácticas como matrimonio infantil, mutilación genital femenina, violación marital y
otras tipos de coerción sexual) debe ser aprobado y puesto en ejecución. Los niños deben
ser atesorados y protegidos, especialmente aquellos huérfanos con SIDA y otros niños
vulnerables.
Séptimo. La iglesia debería dar su voz de defensoría para apoyar el esfuerzo de
las mujeres por protegerse contra el VIH y SIDA. Tiene que ser una prioridad la atención
de salud adecuada para todas las mujeres. La iglesia no cuenta con los recursos
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económicos, pero puede respaldar productos y servicios nuevos para las mujeres y
asegurarse que no sea un tropezón que cree nuevos estigmas o impida los servicios y
distribución de productos para las mujeres.
Se necesita con urgencia la existencia de formas en que las mujeres puedan tener
control de sus propios cuerpos para prevenir la infección con VIH. En un mundo utópico,
las mujeres simplemente dirían “no” a experiencias sexuales peligrosas o no deseadas,
pero en el mundo real son atrapadas por tabúes religiosos y culturales que las obligan a
complacer los deseos y coerción masculina. Por lo tanto, se necesita métodos de
prevención controlados por las mujeres en situaciones sexuales tales como condones
femeninos, diafragmas o microbicidas.
Se debe dar mayor atención médica a otros temas como los peligros del cáncer
cervical. Solo en India 74,000 mueren anualmente de cáncer cervical y doscientos casos
nuevos aparecen diariamente. Aquellas mujeres cuyo sistema inmune es debilitado por el
VIH pueden recibir medicina antirretroviral, pero me temo que muchas morirán de una
manera trágica por la falta de atención en la prevención de cáncer cervical. El examen de
Papanicolaou no existe para muchas mujeres en varios países y la nueva vacuna no está
disponible o es prohibitivamente costosa para las mujeres pobres.
Los discípulos de Jesús ahora tienen más herramientas para cumplir la misión de
Cristo de sanar a los enfermos y quebrantados, pero debemos decidirnos a ser defensores
de una atención de salud mejorada para todo el pueblo de Dios.
Oyendo y escuchando las voces de las mujeres
21
Aprecio esta oportunidad como hombre para hablar sobre estos puntos. Como un
dedicado discípulo de Cristo y como persona con una esposa amada, hija y tres nietas, me
comprometo a erradicar la desigualdad de género en la iglesia y el mundo. Ahora es
tiempo que los hombres oigan y escuchen las voces de las mujeres de nuestras propias
familias, iglesia y comunidades.
Hace años, Martin Luther King Jr. dijo que “la injusticia en cualquier parte es una
amenaza para la justicia en todas partes”. En tanto que permitamos que las mujeres
soporten injusticia, la libertad de todas las personas están en peligro y la salud junto al
bienestar están amenazados. Concuerdo con la teóloga sudafricana Madipoane Masenya
cuando dice que en estos tiempos de crisis mundial la iglesia se debe elevar su “voz
profética frente a las injusticias hechas a la humanidad”. Ella sostiene que “este es el
momento de hablar de la mente de Dios, una mente enfocada en dar vida a los enfermos y
a los moribundos…”
Nosotros quienes estamos llamados a ser luz del mundo no debemos colocar esta
luz debajo del almud de la desigualdad de género. En su lugar, seamos luces vivientes de
paz dejando que la luz de amor, igualdad y justicia de Dios brille… y brille… y brille
hasta que el mundo pueda ver que está amaneciendo un nuevo día: las buenas nuevas del
Reino de Dios
NOTAS AL FINAL
1
Ver Monica Ali, Brick Road (2003) y la película del mismo nombre estrenado el 2008.
Kofi Annan, “En África, el SIDA tiene rostro de mujer” International Herald Tribune, 29 de diciembre,
2002.
3
Imelda V. Abano, “El Nuevo rostro del SIDA—Jóvenes asiáticas”,
http://www.thewip.net/contributors/2007/03/the_new_face_of_aidsyoung_asia.html
4
Zofeen Ebrahim, “Asia-salud: VIH, SIDA toma el rostro de una mujer”
http://ipsnews.net/news.asp?idnews=38961
2
22
5
Zofeen Ebrahim, “Asia-salud: VIH, SIDA toma el rostro de una mujer”
http://ipsnews.net/news.asp?idnews=38961
6
Citado en Maria Cimperman, Cuando el pueblo de Dios tiene VIH/SIDA; Un enfoque ético (Maryknoll,
Nueva York: Orbis Books, 2005), p. 13. Estudio de Zambia.
7
Ver Catherine Bertini, “Educando a las niñas: Discurso sobre el World Food Prize Laureate 2003”
Simposio Internacional World Food Prize 2003, Octubre 16-17, 2003.
7
Paráfrasis de Mateo 25 por Musa W. Dube, Botswana, citado en Revisión Internacional de Misión
(Octubre 2002), y Siglo Cristiano, 3 de mayo, 2003.
8
Ver H. Richard Niebuhr, Cristo y la Cultura (Nueva York: Harper & Row, Publishers, 1951).
9
Esta sección es un extracto de Donald E. Messer, Rompiendo la Conspiración del Silencio: Iglesias
Cristianas y la Crisis Mundial del SIDA (Fortress, 2004), pp. 76-94.
7
Conversación telefónica con el Rev. Joshua Love, Director de los Ministerios VIH, Iglesias Comunitarias
Metropolitanas, 15 de octubre, 2008.

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