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01. Ubicación histórica
Evolución de la configuración territorial del Área Metropolitana
• El núcleo central y su vocación metropolitana
• Los corredores metropolitanos
• Núcleo central: mosaico de barrios en torno
al centro
• La Corona Metropolitana
• Recomponiendo el palimpsesto
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Una sucinta reconstrucción del proceso histórico que explica la estructura actual del
territorio metropolitano. Un proceso cuya naturaleza sólo se descubre y comprende
al levantar “capa por capa” del palimpsesto territorial, como proponen textualmente
los autores.
La actual configuración territorial del Área Metropolitana de Montevideo no es obra de
plan o proyecto alguno –urbanístico, político, social, económico o de cualquier otra índole.
Puede decirse, en cambio, que ha surgido en forma espontánea, a menudo caótica, de
la acumulación histórica de sucesivas acciones y omisiones, públicas y privadas, sobre el
territorio, a través de diversos momentos superpuestos como capas que aportan nuevos
elementos pero exhiben el rastro de las anteriores. Al igual que en los palimpsestos –antiguos pergaminos donde inevitablemente sobrevivían las inscripciones previas, borradas
a fin de realizar nuevos trazos– el territorio acumula las huellas de su pasado, que no son
otra cosa que las huellas de las sociedades que lo construyeron.
El propósito de este capítulo es deshacer ese camino: levantar capa por capa, operar una
“arqueología” del territorio que permita rastrear sus orígenes y los procesos sobre los que
se ha construido. Dicha operación se centrará en algunos elementos que se consideran
fundamentales para explicar la evolución histórica de la configuración territorial del Área
Metropolitana.
Ensenada de Montevideo hacia 1730
Fuente: Travieso, Carlos (1937) Montevideo en la época colonial. Su
evolución vista a través de mapas y planos españoles. s/e, Montevideo
En términos generales, el Área Metropolitana puede definirse como un territorio fuertemente jerarquizado con un núcleo central claramente identificado: la ciudad de Montevideo (capital nacional), que concentra la mayor parte de la población, las actividades
económicas y los servicios. Dicho núcleo aparece rodeado por una serie de ciudades
medianas y pequeñas que presentan un alto grado de consolidación urbana, ubicadas sobre las principales rutas nacionales que parten desde la capital y vinculadas a aquella
mediante relaciones de primer y de segundo nivel: estas ciudades conforman y estructuran
la Corona Metropolitana, que se ubica fuera del departamento de Montevideo. Dentro
de esta corona existen numerosos fraccionamientos suburbanos diseminados sobre la
periferia de las ciudades metropolitanas y sobre las rutas nacionales. Un caso particular
es el de los antiguos balnearios –ubicados tanto al este como al oeste de la capital–, incorporados al Área Metropolitana como sitios de residencia permanente y posteriormente
ascendidos a la categoría de “ciudad”. Finalmente, en los intersticios de las periferias
urbanas se aprecia un archipiélago de asentamientos irregulares: un universo particu-
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larmente heterogéneo que obedece a complejos procesos de segregación social, descomposición social y precarización del hábitat humano al interior del conglomerado urbano.
Quedan así definidos los cinco puntos en los que se centrará la búsqueda. Dicha selección
no pretende agotar la totalidad del fenómeno en estudio: se basa en la asumida inutilidad de todo intento por ofrecer una lectura única y totalizadora de una realidad tan
compleja como la que se analiza.
• El núcleo central y su vocación metropolitana
• Los corredores metropolitanos
• El núcleo central: mosaico de barrios en torno al centro
• La Corona Metropolitana
• Metropolización, periferia y segregación socio-espacial
El núcleo central y su vocación metropolitana
La conformación del núcleo central del Área Metropolitana tiene orígenes tan antiguos
como los de la propia ciudad, que remiten a la época colonial. Desde sus inicios, la ciudad de Montevideo tuvo vocación “anticipatoria” para convertirse en cabecera de lo que
luego sería un área metropolitana. Su fundación se inscribe en la normativa española
para la implantación de centros poblados, basada en el concepto de ciudad-territorio
consignado en las Leyes de Indias. La ciudad colonial española se concibe como una unidad económica integrada por el casco urbano o conjunto de “solares del pueblo” y un
territorio circundante que le sirve de sustento agrícola. Este modelo se completa con la
determinación de su jurisdicción, límite territorial del alcance administrativo y de su base
rural, que por ley se integraba con el ejido (espacio libre destinado a habilitar el tiro de
cañón desde las murallas de la ciudad), las dehesas (tierras de pastoreo de uso comunitario), los propios (tierras pertenecientes al Cabildo, que podía obtener rentas de ellas),
chacras y estancias (tierras cedidas a los pobladores para su laboreo y pastoreo). Así, el
poblador no sólo tenía derecho a la adjudicación de un solar en el casco urbano: podía
adquirir también suertes de chacras y estancias dentro de la jurisdicción de la ciudad.
La jurisdicción de Montevideo, definida por Pedro Millán, estaba delimitada al sur por
el Río de la Plata, al este por las sierras de Maldonado –teniendo como mojón al cerro
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Pan de Azúcar, hasta las nacientes de los ríos Santa Lucía y San José–, al norte por el
albardón de la Cuchilla Grande y al este por el arroyo Cufré. Abarcaba los actuales
departamentos de Montevideo, Canelones y San José, y parte de los departamentos de
Maldonado y Florida. El resto del territorio de lo que hoy es la República Oriental del
Uruguay era administrado al sur del río Negro por la Gobernación de Buenos Aires y al
norte de ese río por la llamada Gobernación de Yapeyú.
El modelo indiano contemplaba, además, la posibilidad de establecer nuevas poblaciones
dentro de la jurisdicción de una ciudad ya establecida. Estas nuevas ciudades eran denominadas sufragáneas, en tanto la ciudad dentro de cuya jurisdicción se instalaban era la
ciudad primada, y reunían todos los ingredientes de la ciudad-territorio a excepción de
las estancias, que pertenecían exclusivamente a la ciudad primada.
Dentro de la jurisdicción de Montevideo se fundaron las ciudades de San José (1781),
Santa Lucía (1781), Guadalupe, actual Canelones (1783), Minas (1783), Pando (1787),
Las Piedras (1795) y Florida (1809). Esta relación de subordinación y dependencia se
mantuvo durante todo el período colonial y dejó su huella en la conformación del Área
Metropolitana: Montevideo ha conservado su rol protagónico y aquellas ciudades sufragáneas han incrementado su jerarquía territorial y se han constituido, durante los siglos
XIX y XX, en capitales departamentales o en los principales centros urbanos articuladores
de la Corona Metropolitana.
Otro factor clave que marcará la posición dominante de Montevideo en el territorio nacional es el puerto. Negado inicialmente por la corona española, que pese a su carácter
peninsular y a sus naturales condiciones portuarias funda Montevideo como ciudad “mediterránea”, éste poco a poco logra abrirse camino en el estricto régimen mercantilista y
se convierte en rival del puerto de Buenos Aires.
Jurisdicción de Montevideo en la época colonial
Elaboración propia en base a datos IHA, FARQ /UdelaR
Así pues, desde la época colonial el puerto montevideano constituye un nodo crucial para
el comercio nacional. A través de él se exportan los principales productos, por él ingresa el
grueso de las importaciones y hacia él se dirigen las principales rutas terrestres que acercan la producción (mayoritariamente agrícola) del interior del país. En sus alrededores se
concentran numerosos establecimientos comerciales, administrativos, financieros e industriales, que refuerzan aún más la centralidad de Montevideo en el territorio nacional.
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Los corredores metropolitanos
Dentro de la actual configuración territorial del Área Metropolitana, las rutas nacionales
que parten desde Montevideo hacia el interior del país cumplen un rol protagónico, dado
que encauzan los procesos de fundación, crecimiento y expansión urbanos en la Corona
Metropolitana.
La ciudad de Montevideo y el Área Metropolitana han crecido en forma tentacular a lo
largo de sus vías principales de acceso, absorbiendo en su expansión los distintos pueblos
que se han establecido sobre éstas. Dichos poblados han quedado incorporados a su trama urbana como barrios con diversos grados de caracterización, entre ellos los de Colón,
Peñarol, Nuevo París o Maroñas, por citar sólo algunos ejemplos.
Algo similar ocurre en la Corona Metropolitana donde, en mayor o en menor medida,
sobre las rutas de acceso a Montevideo se desarrollan procesos de expansión urbana y
conurbación: La Paz-Las Piedras-Progreso sobre la ruta 5, Ciudad del Plata sobre la ruta 1,
Barros Blancos-Pando sobre la ruta 8, Ciudad de la Costa sobre la avenida Giannattasio.
Pero para entender la conformación de este sistema territorial debe indagarse una vez
más en las capas más profundas del pergamino.
La red colonial de caminos fue también anticipatoria de la estructura territorial del Área
Metropolitana. Pero estas rutas coloniales no deben entenderse aún como caminos sino
como simples directrices pautadas por algunos pocos puntos fijos como los pasos sobre
los cursos de agua y, más adelante, los escasos poblados existentes. Así, son tres las rutas
que se fijan en la Banda Oriental: el camino del Litoral, el de la Costa y el del Centro. Y
los principales nodos de esta red son el Real de San Carlos o la ciudad de Colonia del
Sacramento (cuando estaba en poder de España), la plaza-fuerte de Montevideo y la
ciudad de Maldonado. En los puntos más destacados de estas rutas se establecen diversos
centros poblados, dentro de la actual Área Metropolitana y fuera de ella.
Ciudad Novísima y crecimientos externos
Fuente: Archivo IHA, FARQ /UdelaR
Siempre que era posible, estos caminos seguían el lomo de las cuchillas, más fácilmente
transitables durante todo el año debido a la consistencia del terreno y al menor número
de cursos de agua que era preciso cruzar. En el siglo pasado, con el advenimiento del
automóvil, esa red de caminos sirvió de base para el actual sistema carretero que, con
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leves modificaciones, mantiene el primitivo trazado topográfico. Diversos centros poblados fueron fundados sobre estas rutas coloniales primero y sobre los caminos nacionales
después, en busca de las mejores conexiones terrestres con Montevideo. Algunos de ellos
conforman actualmente el Área Metropolitana.
Con el tiempo, las rutas coloniales se convierten en caminos dotados de mayor infraestructura y servicios. Canalizan los principales flujos de bienes y personas desde y hacia
Montevideo –principal mercado consumidor y puerto exportador–, lo que supone una
importante ventaja competitiva frente a otros caminos surgidos con posterioridad. De
esta manera, en lugar de crecer en forma concéntrica (como las capas de una cebolla),
Montevideo crece en forma radial, a lo largo de las rutas principales. Esto genera un
territorio atravesado por ejes concentradores de flujos y servicios, que forman una malla
en cuyos intersticios quedan “atrapadas” importantes porciones de suelo rural activo que
es lentamente incorporado a la mancha urbana, a través del loteamiento formal o –ya en
los últimas dos décadas del siglo XX– informal.
Estas parcelas de uso rural, que perviven por décadas dentro de la mancha urbana (sobre
las que solían figurar en los planos de la ciudad previsiones de calles a abrir, casi siempre
marcadas con líneas punteadas), ocupan por lo general las áreas más apartadas de los
ejes principales: las zonas bajas, atravesadas por arroyos o cañadas. Dicha localización,
ventajosa para el ejercicio de la agricultura, se convierte en un serio problema residencial cuando estas áreas son urbanizadas, lo que resulta muy notorio en los asentamientos
irregulares, que ocuparán las zonas más inconvenientes –e incluso inundables– con los
consiguientes problemas ambientales.
La concentración del crecimiento urbano a lo largo de las rutas de acceso a Montevideo –que dentro de la ciudad adquieren el carácter de avenidas, como 8 de Octubre
o Garzón, por ejemplo– genera con el tiempo un continuo de lotes y construcciones que
deriva en los llamados corredores metropolitanos. Se trata de un conjunto de urbanizaciones (ciudades, pueblos, fraccionamientos y villas) asociadas a las rutas de penetración
a Montevideo, en cuyo interior se establecen relaciones funcionales, de proximidad y de
conectividad interna respecto a la ciudad central y a los núcleos metropolitanos que las
conforman.
Ciudad Vieja, Ciudad Nueva, Cerro, Pueblo Victoria
Fuente: Archivo IHA, FARQ /UdelaR
Las conurbaciones se caracterizan por la existencia de una continuidad de localización
–que puede tener la profundidad de la parcela– definible como urbana (tamaño y agre-
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gación de los predios, usos del suelo, etcétera) y por la existencia de servicios y equipamientos de carácter urbano entre los cuales resulta determinante el transporte colectivo.
La primera conurbación conformada en el Área Metropolitana de Montevideo es la de
la ruta 5, que engloba a Montevideo, Colón, La Paz y Las Piedras. A ésta le siguen: la
conurbación costera, que primero reúne los antiguos balnearios de la costa oriental montevideana –como el de Carrasco– para luego continuar en el departamento de Canelones
bajo la forma de Ciudad de la Costa, la conurbación sobre la ruta 8, que abarca zonas
de Montevideo como Villa García y localidades canarias como Barros Blancos y Pando, y
la conurbación sobre la ruta 1, Rincón de la Bolsa.
Núcleo central: mosaico de barrios en torno al centro
El origen de la configuración territorial que hoy exhibe el núcleo central del Área Metropolitana debe rastrearse en todas las capas del pergamino. Pero el llamado período “de
la expansión”, correspondiente al último tercio del siglo XIX y a las primeras décadas del
siglo XX, resulta determinante, especialmente en relación a la conformación de los tradicionales barrios montevideanos.
Ya en la época de la independencia, la fundación de nuevos poblados dentro del actual
departamento de Montevideo genera un nuevo proceso de ocupación territorial en torno
a la capital. Este proceso se desarrolla bajo la vigencia de la norma colonial referida
específicamente al casco urbano, pero el abandono del concepto de ciudad-territorio
provoca la ruptura del antiguo vínculo entre la propiedad urbana y la rural: el ejido y los
propios pierden sus antiguas funciones para convertirse en tierras públicas enajenables.
En el año 1834 se funda Villa Cosmópolis, actual Villa del Cerro, y pocos años más tarde,
en 1842, Pueblo Victoria, actual barrio La Teja, así como el Pueblo Bella Vista. Surgen
como pueblos obreros destinados a alojar la mano de obra –fundamentalmente inmigrante– que habría de trabajar en los saladeros instalados en las márgenes de la bahía de
Montevideo.
Pág. siguiente: Evolución de la mancha urbana de
Montevideo y proceso de conurbación
Elaboración propia en base a datos IHA, FARQ /UdelaR
Pero el verdadero salto se produce hacia el último tercio del siglo XIX, por efecto de una
serie de factores coincidentes: las primeras oleadas migratorias importantes del siglo XIX,
el advenimiento de un prolongado período de paz interna, los primeros pasos hacia la mo-
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dernización del Estado, el incipiente desarrollo de la industria y el fuerte desarrollo de la
infraestructura y de los servicios urbanos, incluidos el tranvía (1868) y el ferrocarril (1869).
Así pues, sobre fines del siglo XIX y principios del siglo XX se produce un importante
proceso fundacional, dentro de los límites departamentales de Montevideo y en los departamentos limítrofes. Un proceso que da origen a las poblaciones de Pueblo Ferrocarril
(1872), Abayubá (1873), Sayago (1873-1913), Pueblo Maroñas (1874), Ituzaingó (1874),
Villa Colón (1878), Pueblo Conciliación (1890) y Pueblo Manga (1909), entre otros.
La localización periférica de la industria –en los alrededores de la bahía, en la zona
de Nuevo París, en La Unión y en Maroñas– y el desarrollo de la red tranviaria –que
fundamentalmente unía la Ciudad Vieja con las áreas exteriores de la ciudad dentro del
departamento de Montevideo–, estimulan la instalación de la población obrera en esas
zonas, que registran los mayores aumentos demográficos. En este caso, la fundación de
ciudades concebidas como unidades territoriales autónomas cede lugar a la promoción
de fraccionamientos, es decir, de fragmentos urbanos aislados, carentes de autonomía
y desprovistos de equipamientos colectivos, que sólo pueden entenderse en función de
su proximidad a los centros de interés –un establecimiento industrial en el caso de los
barrios obreros o la playa en el de los fraccionamientos balnearios. Ambas formas urbanas, la ciudad (pueblo o villa) y el fraccionamiento, coinciden en este lapso como modalidades fundacionales en el territorio que actualmente ocupa el Área Metropolitana.
Una vez completado el proceso expansivo en el siglo XX, estos asentamientos –villas,
pueblos y fraccionamientos– dan lugar a los barrios montevideanos –gran parte de los
cuales se ubica sobre los principales caminos de salida de Montevideo: 8 de Octubre-ruta
8, Garzón-César Mayo Gutiérrez-ruta 5, Gral. Flores, la costa, etcétera– y se constituyen
en nodos de una trama vial radial con vértice en el centro de la ciudad. Esta adición de
fragmentos urbanos concebidos individualmente y en virtud de su proximidad a la red
vial principal, este crecimiento urbano en archipiélago, deriva en la peculiar fisonomía
que hoy exhibe Montevideo: una superposición de tramas (mayoritariamente dameros) de
variada orientación, caprichosa forma y dudosa articulación con el resto de la ciudad. Es
sobre esta base que se expande y posteriormente se consolida el núcleo central del Área
Metropolitana.
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La Corona Metropolitana
Más allá de los límites departamentales de Montevideo aparece la llamada Corona Metropolitana, ya mencionada en forma parcial. Ésta constituye un subsistema territorial
metropolitano internamente heterogéneo, en el que las partes establecen vínculos jerárquicos entre sí y con respecto al núcleo central. Las principales ciudades de este sistema
son Las Piedras y Pando, que actúan como centralidades metropolitanas y prestan servicios al resto de la corona (urbana y rural). Les siguen, en orden jerárquico, el conjunto de
poblaciones que prestan servicios de alcance local, la mayoría de ellas fundada durante
el siglo XIX, y finalmente los fraccionamientos, en general carentes de servicios propios.
Como caso particular puede señalarse el de Ciudad de la Costa, que si bien presenta
gran variedad de servicios, éstos son de alcance local y no entablan fuertes relaciones
con el territorio aledaño.
Durante el proceso de expansión metropolitana, la corona adquiere un extraordinario
dinamismo demográfico de carácter periférico y suburbano. La población desplazada de la ciudad central ocupa las zonas próximas a Montevideo y a las localidades con
menor costo del suelo y adecuado servicio de transporte colectivo. Zonas como Barros
Blancos, Toledo y las villas sobre las rutas 6 y 32, Rincón de la Bolsa o las villas próximas
a la ruta 5 reciben importantes contingentes de población, en tanto las zonas centrales de
las localidades metropolitanas más antiguas permanecen prácticamente estancadas. Fundado en factores socioeconómicos, el crecimiento demográfico se dirige hacia las zonas
con menor equipamiento e infraestructura urbana.
La configuración territorial de la Corona Metropolitana tiene su origen en diversos momentos. Durante la época colonial se fundan, como se dijo, las primeras ciudades en torno
a Montevideo. Entre ellas destacan Las Piedras y Pando, hoy reconocidas como centralidades metropolitanas.
A fines del siglo XIX, la fiebre fraccionadora que posteriormente dará origen a los barrios de
Montevideo tiene su correlato fuera del límite departamental en la fundación de numerosos
pueblos, muchos de los cuales ofrecen servicios que los califican como centralidades locales
metropolitanas. En la década de 1860 se fundan los pueblos de Sauce, Tala y San Ramón,
a los que se sumarán luego los de La Paz (1872), 25 de Agosto, Progreso (1911), Rodríguez,
Suárez, Toledo y Empalme Olmos, vinculados al recorrido del ferrocarril y sus estaciones.
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Ya en el siglo XX, a partir de los años treinta, se asiste a un nuevo proceso poblacional en
las proximidades de Montevideo. Este proceso no responde ya al fenómeno inmigratorio
sino a la búsqueda de una segunda residencia para la clase media, a la instalación
de la vivienda obrera en torno a los incipientes polos industriales de la actual periferia
metropolitana y a la recepción de migraciones provenientes del interior del país.
La apertura del puente sobre la Barra del río Santa Lucía (inaugurado en el año 1925) y
de la ruta 1 (1933) abre un nuevo proceso poblacional hacia el oeste de Montevideo, en
el departamento de San José, como oferta de veraneo y segunda residencia, y da lugar
a los fraccionamientos Autódromo Nacional (1930-1940), Playa Pascual (1944), Parque
Postel, Villa Rives, Sofima, San Francisco Chico, San Fernando y Delta del Tigre. Dichos
fraccionamientos no llegan a consolidarse como balnearios relevantes, en parte opacados
por el desarrollo que poco después adquiere la costa canaria. Son ocupados por sectores de bajos ingresos y exhiben un nivel precario de calidad ambiental y urbana, en las
proximidades de un área de gran valor ambiental como la de los humedales del río Santa
Lucía. Actualmente integran la conurbación denominada Ciudad del Plata.
Pero el auge de los fraccionamientos se da a partir del año 1945 y durante una década, con escenario principal en el departamento de Canelones. El negocio se ampara en
la bonanza económica que Uruguay registra luego de la Segunda Guerra Mundial, la
relativa estabilidad de los precios (imprescindible para la venta a plazos) y la sostenida
migración del campo a la ciudad, que tiende a ocupar la periferia montevideana y la Corona Metropolitana, y para la cual la aún precaria infraestructura que ofrecen los nuevos
fraccionamientos supone un importante aumento en la calidad de vida.
Vacíos en la mancha urbana
Fuente: TIUR (1986) Propuestas a la ciudad de Montevideo. Taller de
Investigaciones Urbanas y Regionales, PNUD/CID. Montevideo.
La aprobación de la Ley de Centros Poblados en el año 1946 impone a la fundación de
nuevos asentamientos una serie de restricciones tendientes a asegurar condiciones básicas
de salubridad y desarrollo social para sus futuros habitantes, lo que implica un elevado
aumento de los costos para los fraccionadores y, por ende, un fuerte freno a su acción.
Pero al mismo tiempo, traslada a los gobiernos departamentales la potestad de autorizar
la creación de nuevos centros poblados, antes asignada al gobierno central. Esto provoca
la desigual aplicación de la norma y su adscripción a la voluntad del gobierno municipal:
en Montevideo se aplica estrictamente, pero en Canelones se desconoce a fin de atraer
nuevos contingentes en busca de suelo barato donde habitar.
La década del cincuenta registra, sólo en el departamento de Canelones y en el área
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de influencia de la capital, más de doscientos fraccionamientos nuevos, sin contar los
balnearios costeros; pero en el departamento de San José, en idénticas condiciones, la
cifra es apenas mayor de veinte. El furor que éstos provocan se expresa en las frecuentes
ofertas de predios “de descanso”, ubicados en las afueras de la localidad y preferentemente sobre la costa de algún arroyo. La Ley Serrato (1921) –destinada a promover el
otorgamiento de préstamos para vivienda a obreros y empleados afiliados a las Cajas de
Jubilaciones con más de diez años de antigüedad– tiene en este sentido un gran impacto,
dado que estimula la construcción de viviendas en la ciudad central y en los fraccionamientos, aunque a menudo la norma es burlada en el caso de la segunda residencia.
Si los nombres de los fraccionamientos decimonónicos aludían al origen geográfico de
sus destinatarios (Nueva Roma, Víctor Manuel, Villa Española, etcétera), a mediados del
siglo XX se proponen apelativos vinculados al buen pasar, con expresiones como Villa
Felicidad, Villa Alegría, Vistalinda, El Dorado, etcétera. Tales denominaciones contrastan, sin embargo, con la situación real: los fraccionamientos carecen de la infraestructura
urbana elemental, incluido el suministro de agua potable, y ofrecen condiciones de vida
muy precarias. Ya en los primeros años registran un alto porcentaje de construcciones
abandonadas y en general mantienen durante décadas un mínimo grado de ocupación.
Esto se revierte hacia los años ochenta, cuando la crítica situación socioeconómica –en las
antípodas de la prosperidad que les había dado origen– provoca la instalación allí de
aquellos sectores más vulnerables que, provenientes de áreas urbanas más consolidadas,
llegan en busca de suelo barato donde establecerse.
En el extremo opuesto, los fraccionamientos balnearios, que habían surgido también tras
la Segunda Guerra Mundial como lugar de segunda residencia, son a fines del siglo XX
reapropiados por la clase media para su residencia permanente, lo que deriva en el nacimiento de Ciudad de la Costa.
El antecedente más lejano de esta cadena balnearia es la fundación de Atlántida en el
año 1925, a la que sigue la de La Floresta sobre la vía férrea. Entonces la Ruta Interbalnearia aún no había sido trazada, por lo que el acceso a la costa canaria era muy limitado: para llegar a Atlántida era preciso viajar por la ruta 8 hasta más allá de Empalme
Olmos y desde allí bajar, o seguir hasta Soca para bajar a La Floresta.
Tras la construcción de la Interbalnearia surgen diversos centros sobre la costa de Canelones, que en pocos años completan la faja costera hasta el arroyo Pando y son rápida-
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mente apropiados por la población montevideana.
En los años noventa se impone una nueva concepción del hábitat en los sectores medios,
que abandonan la ciudad tradicional en busca de un “suburbio” con predios amplios y
enjardinados: se trata del bosque urbanizado y del sueño uruguayo de “la casita con
parrillero y en la playa”. El auge económico que viven los nuevos sectores medios-altos
–vinculados al desarrollo de los servicios– y la abundancia de créditos accesibles para
ellos habilitan la masiva reocupación de este tramo de la costa canaria, que pierde su
condición estacional para convertirse en sede permanente de pobladores jóvenes de medianos y altos ingresos.
Este crecimiento explosivo pone en crisis una estructura urbana muy frágil –entre otras
cosas, por las condiciones del terreno sobre el que se asienta–, concebida para una intensidad de uso mucho más baja y carente del equipamiento básico que exige la residencia
permanente.
Recomponiendo el palimpsesto
La metropolización supone, ante todo, una refuncionalización del territorio en la que las
estructuras territoriales son reapropiadas por la ciudad central, desatando nuevos conflictos por el uso y la apropiación del suelo.
Área Metropolitana hacia 1935
Fuente: Diario El Día, Suplemento dominical (1935), Montevideo.
“Se trata de algo más que el aumento, en dimensión y densidad de las aglomeraciones
urbanas existentes. [...] Lo que distingue esta nueva forma de las anteriores no es sólo su
dimensión [...] sino la difusión de las actividades y funciones en el espacio y la interpenetración de dichas actividades según una dinámica independiente de la contigüidad
geográfica.
En dicha área espacial tiene lugar todo tipo de actividades básicas, ya sean de producción, de consumo, de intercambio y de gestión. Algunas de estas actividades se encuentran
concentradas geográficamente en uno o varios puntos. Otras funciones, por el contrario,
se reparten en el conjunto de la metrópoli con densidades variables. La organización interna de la zona implica una interdependencia jerarquizada de las distintas actividades.
[...] Por último, las fluctuaciones del sistema circulatorio expresan los movimientos internos
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determinados por la implantación diferencial de las actividades: éstas son como el espectro de la estructura metropolitana.” (Castells)
El Área Metropolitana no es ajena a esto: como se ha visto, las antiguas piezas urbanas
que la componen cambian sus funciones y sus roles dentro del espacio en función de la
nueva realidad.
En lo que respecta a la estructura jerárquica del territorio, los cambios más profundos se
producen en el núcleo central, donde se completa el proceso de vaciamiento residencial.
Las áreas centrales pasan así a ser ocupadas fundamentalmente por el sector comercial
y administrativo, al tiempo que el surgimiento de centralidades ubicadas fuera del núcleo
tradicional –e incluso periféricas– impone el paso de la clásica estructura centralizada a
una disposición policéntrica.
A nivel territorial, es en la donde se producen las mayores transformaciones. Si bien
las periferias de Montevideo registran un elevado dinamismo demográfico, dado por la
migración proveniente de las áreas consolidadas de la ciudad (del área central o intermedia) y la consiguiente expansión y saturación de la mancha, en el caso de la Corona
Metropolitana los cambios son aun más radicales. Es allí donde se aprecia más claramente
la refuncionalización del territorio y la difusión de actividades de la ciudad central hacia
las periferias.
La transformación radical que sufre la franja costera provoca la constitución en ciudad (al
menos en su denominación) de las antiguas cadenas balnearias. Al este, en el departamento de Canelones, surge Ciudad de la Costa, habitada mayoritariamente por sectores
medios y medios-altos provenientes de Montevideo. Al oeste, en el departamento de San
José, nace Ciudad del Plata, habitada fundamentalmente por sectores de bajos ingresos
que, en algunos casos, registran altos niveles de pobreza y vulnerabilidad social.
Las principales ciudades de la Corona Metropolitana ven crecer sus periferias con nuevos
habitantes provenientes de Montevideo. Generalmente de bajos recursos, éstos ocupan
las áreas con menor costo del suelo y, por ende, con menor presencia de infraestructura
y equipamiento urbano. Es el caso de los fraccionamientos creados a mediados del siglo
pasado, con gran cantidad de suelo vacante precariamente urbanizado, como los ubicados en torno a las ciudades de Las Piedras, Pando, Toledo o Suárez, por citar algunos
casos paradigmáticos.
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Estas transformaciones territoriales, lejos de favorecer el reequilibrio sociourbano y promover mayores condiciones de equidad entre sus habitantes, han desencadenado fuertes
procesos de segregación socioespacial y fragmentación urbana, diluyendo la mixtura que
históricamente había caracterizado los barrios montevideanos.
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