FRAY MANUEL CANDIDO TORRIJOS Y RIGUEIROS (1735

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FRAY MANUEL CANDIDO TORRIJOS Y RIGUEIROS (1735
FRAY MANUEL CANDIDO TORRIJOS Y RIGUEIROS (1735-1794)
1. Su nacimiento y orígenes nobles
El sábado 15 de octubre de 1735, el cura de Sesquilé, -pequeño poblado en el camino
de Bogotá a Tunja a 2.600 metros de altura, en las estribaciones que separan a Boyacá
de la inmensa sabana bogotana-, bautizó a un niño recién nacido, de blanca piel y de
cuna noble, a quien puso por nombre Casimiro Antonio Manuel. Sus padres, Don José
Torrijos Mateo del Rincón y Doña María Josefa Rigueiros Galindo y Mendoza. Este niño
estaba destinado a ser fraile dominico y segundo obispo de Mérida de Maracaibo en los
confines orientales del extenso virreinato santafereño.
Nos aventuramos a conjeturar que nació el 3 de octubre, fecha del nacimiento de San
Casimiro y primer nombre que le fue impuesto en la pila bautismal. No fue nunca de su
agrado el uso de dicho nombre pues jamás lo llevó. La tardanza de doce días entre el
nacimiento y el bautismo, algo inusual en la época, pudiera explicarse por la buena
salud de madre e hijo, y/o por la ausencia del progenitor o del cura de la sede
parroquial. Seguimos para este análisis la partida que nosotros mismos copiamos del
Archivo Parroquial de Sesquilé. Tiene notables variantes con la que reposa en el
Expediente Vaticano. Se nos ocurre pensar que la enviada a Roma fue hecha en Bogotá
de memoria, es decir, recurriendo a testigos, sin ir hasta Sesquilé a transcribirla de los
libros parroquiales.
Todos los documentos de la época dan fe de la “sangre noble y sin mezcla de judíos,
moros, etc.” de sus padres. En un informe de méritos que envía el Virrey de Santa Fe al
Soberano en 1777, se lee: De su padre “es bien conocida su ascendencia en esos Reinos
y viniendo a éstos obtuvo en ellos varios empleos en lo político, siendo Regidor perpetuo
de esta ciudad, Alcalde Ordinario en ella, de la Santa Hermandad y Corregidor de los
Partidos de Ubaté y Cáqueza y por comisión de vuestro Virrey D. Alfonso Pizarro, dirigió
varias obras públicas”.
Así que su padre mostraba una abundante hoja de servicios. No menores, eran al
parecer, los títulos que podía presentar su madre María Josefa: “fue descendiente de los
conquistadores y encomendados de por Vuestra Majestad en este Reino. De esta rama
fueron vuestro Muy Reverendo Arzobispo de esta Metrópoli, Don. Fray Francisco de
Rincón, tío carnal de Dn. José Torrijos y vuestros Presidentes de esta Audiencia Dn.
Francisco González Manrique y Dn. José Zapata”
El Doctor García Chuecos acota que el futuro obispo estaba “emparentado con la célebre
familia granadina de Ricaurte y la no menos célebre del doctor Camilo Torres, Presidente
que fue de la Nueva Granada”.
No hemos podido determinar con exactitud el número de sus hermanos. Del Archivo
Parroquial de Sesquilé solo encontramos las partidas de dos de ellos, Francisco José
nacido en 1728 y Eusebia Gertrudis nacida en 173120, La condición de hombre público
de su padre hizo, a lo mejor, que la familia tuviera que seguir sus pasos. Sin embargo,
llama la atención el que tuviera, al menos por varios años, domicilio familiar en Sesquilé,
pueblito pequeño y sin mayor relevancia para un hombre de altos cargos. El Padre Báez
por su parte afirma que cuatro hermanos suyos vestían también el hábito, un dominico y
dos canónigos por lo menos.
2. Su incorporación a la religión de Santo Domingo (1750)
Debiendo gozar de los privilegios propios de la gente d su posición social el joven
Torrijos adquirió una vasta y sólida formación, y esa preocupación propia del siglo de la
Ilustración por la cultura y el desarrollo científico. Las órdenes religiosas más numerosas
y de mayor prestigio en el Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVIII son las de San
Francisco y Santo Domingo. Estos últimos tenían para mediados del dieciocho un total de
244 religiosos diseminados entre Santafé, Cartagena, Tunja y Barinas.
El atractivo de los dominicos, y la influencia de su familia, máxime si es cierta la
aseveración de que otros hermanos suyos habían vestido el hábito de Santo Domingo,
llevó al adolescente Cándido Manuel a ingresar como colegial para el aprendizaje de las
letras. Muy joven se le permitió llevar el hábito en calidad de devoto. Apenas tenía trece
años. A los quince, en 1750, se le admite como religioso, seguramente para iniciar el
noviciado en el Convento Máximo de Nuestra Señora del Rosario de Santafé de Bogotá.
Allí cambió su nombre de Casimiro Antonio Manuel por el de Fray Manuel Cándido con el
que será conocido por el resto de sus días.
Poco sabemos de sus años de estudiante. Los testimonios del Virrey Manuel Antonio
Flórez y del Arzobispo Agustín de Alvarado parecen calcados el uno del otro:
“instruido por sus maestros en las facultades mayores, dio a conocer sus talentos, por lo
cual le destinaron a seguirla carrera de la cátedra, en la que obtuvo el grado de Doctor
en Sagrada Teología, en cuya carrera que completó once años regentando diversas, dio
a conocer en públicos y privados actos de conclusiones y otros, el provecho de su
aplicación”
Si ingresó al noviciado en 1750, dos años después iniciaría sus estudios de Artes o
Filosofía, los cuales duraban un trienio. Luego el cuatrienio teológico. Es probable que
Torrijos hubiera tardado menos tiempo pues de otra manera no cuadra la cronología
posterior ya que en el 57 lo encontramos con el cargo de Secretario de la Universidad.
Este tipo de privilegios, al parecer bastante común, ocasionó en la época reclamos de
algunas autoridades por los abusos que se cometían en esta materia en la Universidad
Tomística de Santafé.
3. Sus primeras actuaciones (1757-1777)
El año de “1757 figura como Secretario de la Universidad Tomística, en cuyas aulas
regentó con aplauso las cátedras de Filosofía y Teología “. Otros ponen la fecha de 1761.
Esta última parece más verosímil, pues resulta forzado pensar que a los 22 años ya
había concluido sus estudios, recibido la ordenación sacerdotal y estar ocupando un
cargo de tanta importancia en cualquier centro de estudios superiores como es el de
Secretario.
Sobre su ordenación no tenemos ningún indicio fidedigno pero debe haber sido entre
1759-1761, ya que sabemos que regentó durante once años diversas cátedras, y pasó
luego, en 1772, a ser Superior en el Convento de Tunja.
En 1770, según testimonio del Provincial de los Dominicos al Rey, el Padre Torrijos se
desempeñaba como Secretario de Provincia y Catedrático de Prima. Contaba entonces
treinta y cinco años.
Su fama de buen orador le valió ser escogido para pronunciar la oración fúnebre en los
solemnes funerales que siguieron a las exequias del Venerable Guardián del Convento
franciscano de Santafé, Fray José de Jesús María Solís de Cardona, antiguo virrey de la
Nueva Granada. Este elogio fúnebre debió ser pronunciado por el Padre Torrijos en los
primeros días del mes de mayo de 1770. En la sección documental de esta misma obra
ofrecemos el texto completo. Es la única pieza escrita que conocemos de nuestro
biografiado. Baste tan solo el comentario que hiciera sobre el mismo el académico
colombiano Guillermo Hernández de Alba:
“Venero de preciosas noticias para el conocimiento de la vida conventual del Padre Solís,
la oración fúnebre pronunciada por el más tarde memorable segundo Obispo de Mérida,
debe conocerse en toda su extensión; constituye, además, excelente documento para el
estudio de la oratoria sagrada, durante la segunda mitad del siglo XVIII, cuando aun
subsistían los resabios de Fray Gerundio y la prédica se resentía de disputa peripatética”.
Entre 1770 y 1777 sólo tenemos la breve noticia referida al Convento de Tunja, “de prior
unos meses o más bien superior in capite” También fue regente de estudios del mismo
cenobio. Corría el año de 1772.
Para 1774, al parecer en Tunja, se dice que ejerció el cargo de Síndico.
4. Prior Provincial (1777-1781). Su primera visita a Mérida
Torrijos ejerció el importante cargo de Prior Provincial de los Dominicos de la Provincia
de San Antonino del Nuevo Reino de Granada en el cuatrienio comprendido entre l’7Tly
1781. Fue elegido en Santafé de Bogotá el 31 de mayo de 1777 en sustitución de Fray
Domingo de Acuña quien acababa de cumplir su período. La elección fue confirmada por
el Padre General de la Orden Dominicana el 21 de mayo de 1778, un año después.
No eran fáciles aquellos tiempos en la vida de las comunidades religiosas. Se acentuaban
los aires regalistas por parte de las autoridades civiles tanto de la Península como de las
colonias. La expulsión de los jesuitas de los reinos de España había producido ramalazos
incómodos para todos los religiosos y las sospechas y mutuos alegatos entre autoridades
civiles y eclesiásticas eran normales.
Carlos III había decretado la visita general de los religiosos de América. El real decreto
tenía fecha del 27 de julio de 1769. Pero su ejecución fue lenta. Tres serían los
visitadores para cada orden y para cada virreinato. Los nombramientos corrían a cargo
del monarca previa presentación de la terna por parte de los superiores generales.
Las instrucciones dadas a los visitadores eran muy precisas. Tenían que ver con la
disciplina de la vida religiosa ye! mejoramiento de la misma. Las intenciones eran
buenas, pero no era competencia del brazo secular inmiscuirse en estas cuestiones en la
forma como se hizo. Si había un interés religioso no era menos cierto que también
interesaba lo político. Entre las cláusulas de dichas instrucciones se recomendaba la
obediencia al rey y sus ministros como “máxima fundamental del cristianismo”.
Este clima de confusión entre lo religioso y lo político, y la intromisión a todas luces
excesiva del brazo secular en la vida y disciplina de los religiosos se entendió como una
retaliación y como un pase de factura para evitar que las otras órdenes religiosas
actuaran al estilo de los jesuitas expulsados. En ello encontramos la causa primera del
retraso tanto en la elección de los visitadores por parte de los superiores generales,
como de la aceptación y consiguiente traslado de los interesados para cumplir con tan
engorroso encargo. En 1771 fueron nombrados para visitar a los Dominicos del Nuevo
Reino de Granada los Padres José Fuster y Fernando Calvo. El primero renunció y fue
elegido en su lugar en 1773, el P. Isidoro Gómez Plata31. Este se excusó de aceptar por
sus achaques.
En 1776, fueron nombrados en lugar de los anteriores el Padre Sebastián Pier,
catedrático de prima de teología en la Universidad de Cervera, como visitador, y el Padre
Lucas Bara como Secretario. El tercer nombrado fue el Padre Ángel Azcoitia, quien se
encontraba en Murcia.
Los dos primeros llegaron a Santafé el 19 de agosto de 1777, y el P. Azcoitia, lo hizo un
mes más tarde. Estaba apenas comenzando el provincialato del Padre Torrijos. Estas
visitas, como ya lo apuntamos, ocasionaron roces desagradables con los frailes y los
superiores locales. Incómoda debía ser la posición de nuestro provincial, pues no faltaron
quejas sobre la actuación del Padre Pier quien se quedó en Santafé. Con todo, sus
primeros informes fueron positivos. No encontró relajación en la vida conventual sino
observancia normal de las prescripciones de vida religiosa.
A pesar de todo, nuestro buen fraile Torrijos prefirió poner tierra por medio. Mejor era
estar lejos de los visitadores para evitar inconvenientes mayores. A principios de l779
deja encargado al Padre Antonio Cabrejo Vicario Provincial, de todos los asuntos. Torrijos
opta por ir a visitar los conventos de la Orden en lo que es hoy territorio venezolano.
Qué pasó en tan corto tiempo para que el Padre Torrijos tomara esa determinación, no lo
sabemos. Lo cierto es que no regresó a la capital virreinal durante el resto de su período
como provincial.
Nace así, de manera inesperada y fortuita, movido tal vez por la incomodidad de los
quisquillosos visitadores, la vocación merideña de Fray Cándido Manuel Torrijos. Partió
para las misiones de Barinas, Pedraza y Juanero (?), -quizá quiera decir Guanare-, con
ocho religiosos misioneros. Se refuerza así la labor de estos frailes dominicos en los
llanos barineses y en los Andes venezolanos. Por las consideraciones que haremos a
continuación creemos que su viaje a tierras de Barinas y de Mérida debió ser en 1778 y
no en 1779 como lo indicaría la fecha del nombramiento del Vicario Provincial como
encargado del gobierno de la provincia dominicana.
Coincide esta época con la inquietud del ayuntamiento merideño por no dejarse quitar la
capitalidad de la diócesis recién creada de Mérida de Maracaibo. Todavía no había sido
provista de su primer pastor. El Padre Torrijos debió ser uno de los consejeros y
asesores de los ediles emeritenses sobre la conveniencia y necesidad de la diócesis. Así
se desprende de los juicios emitidos por los “meridianos” sobre su persona.
No nos cuadran exactamente las fechas, pero el P. Torrijos debió haber estado en Mérida
en alguna ocasión anterior a 1778. Probablemente entre 1770-1776. Y por segunda vez,
siendo ya provincial, pero en 1778. La razón es muy simple. El ayuntamiento merideño
escribe al Rey, en carta fechada el 4 de enero de 1779, presentando como su candidato
a la mitra al Padre Torrijos. Los conceptos sobre su persona son tan elogiosos que es de
presumir un conocimiento y un afecto de larga data. Es difícil admitir que se trate de un
flechazo a primera vista.
He aquí el razonamiento de las autoridades locales al Soberano. “Nos atrevemos a hacer
a vuestra Majestad una nueva y rendida súplica, y es: que siendo necesario como lo es,
para la fundación y primer establecimiento de un Obispado, el que el primer Obispo,
tenga las prendas más sobresalientes que conduzcan no solo al oficio de Obispo, sino al
de Obispo establecedor; hallándose éstas como verdaderamente se hallan en la persona
del reverendo Padre Provincial de dominicanos de la Provincia de San Antonino, del
Nuevo Reino,fray Manuel Cándido Torrijos, a quien logramos conocer cuando vino a la
visita de las misiones de Barinas que están a cargo de su Provincia y estuvo en esta
ciudad con motivo de fundar y establecer el nuevo Convento concedido por vuestra
Majestad, para la enseñanza y educación de los religiosos, que han de servir dichas
misiones, rendidamente suplicamos a vuestra Majestad nos le conceda y nombre para
nuestro primer Obispo”
No contentos con la súplica, pasan los ediles a señalar las egregias virtudes que adornan
al provincial dominico. “Este sujeto, Señor, es un cúmulo de perfecciones físicas y
morales y políticas; su sangre sabemos ser de las primeras familias de la ciudad de
Santa Fe; su ciencia a más de saber que ha regentado por muchos años cátedra de
aquella universidad, estar graduado de doctor en ella y su Religión tenerle condecorado
con las grados de Magisterio, lo demuestra con la pronta y general resolución que da en
cuantos casos se ofrecen y en cuantas dudas se le proponen y se deja ver que en este
punto nada le falta cuanto su Provincia le escogió entre tantos sujetos literatos, que
tiene para la primera silla de ella, cual es la de Provincial “.
Para mayor abundamiento añaden los merideños otro rosario de cualidades de gobierno
que sobresalen en nuestro biografiado: “Su sublime prudencia la ha acreditado en el tino
con que ha gobernado su provincia, en la formalidad con que fundó y estableció la
regular observancia en este nuevo Convento de Mérida, que es todo nuestro consuelo
espiritual y en el acierto con que va disponiendo y mejorando las misiones que están a
cargo de su provincia. Su celo por el bien del estado y comodidad de vuestros vasallos lo
ha acreditado con las exquisitas y eficaces diligencias que a este fin ha practicado, sin
salir de lo que es propio de su estado, de modo Señor, que hallándose los ánimos de
estos ciudadanos del todo amilanados, sin atreverse a emprender la fundación de las
haciendas de cacao, en las fecundísimas riberas del río Chama, negocio que es el único
que puede dar comercio y comodidad a esta atrasada provincia y para el que vuestra
Majestad abrió franca puertas despidiendo cédula para que a cualquiera que pidiese
tierra allí para establecer hacienda se le franqueara sin interés de vuestros reales
haberes; hoy a esfuerzos de las eficaces persuasiones, sabios consejos y direcciones del
dicho R.P. Provincial se han animado muchos vecinos y se hallan fervorosamente
empeñados en ir a poner y fundar dichas haciendas de cacao: si esto hace este sujeto
cuando se halla puramente de Prelado particular de su provincia y religión, que haría de
obispo por el bien espiritual y temporal de su rebaño?”.
Después de tantas alabanzas acerca de las virtudes divinas y humanas del Padre
Torrijos, los merideños concluyen con una especie de súplica esperanzada: “Oh Señor, si
mereciesen nuestras humildes súplicas inclinar a vuestro real ánimo a que nos le
concediese de nuestro primer Obispo y Pastor, cuan felices nos llamaríamos y cuan
poderoso nuevo motivo tendría nuestro reconocimiento a vuestra sobe rana piedad y
paternal beneficencia. Así lo esperamos como del que se ha de servir concederlo”.
No podía quejarse el fraile provincial de la recomendación que el Ayuntamiento dirigió al
Rey. Lo que le fue negado en su tierra natal lo obtuvo de la gente de uno de los pueblos
más remotos de la extensa geografía virreinal.
El Padre Torrijos no solo visitó los conventos de su Orden en la provincia de su
jurisdicción sino que se dirigió a Caracas, y “en el convento de San Jacinto vivió
demorado veintidós meses”. Esto le permitió entrar en contacto con la sociedad
caraqueña y obtener alguna recomendación ulterior sobre su persona y actividad.
El Gobernador de Caracas Luís de Unzaga y Amezaga por exigencias del cabildo
merideño y por el conocimiento personal que tuvo del Provincial de San Antonino se vio
en el trance de tener que dirigirse de nuevo al rey para recomendar al Fraile Manuel
Cándido Torrijos a pesar de haberse inclinado anteriormente por el Padre Lucas Martel,
franciscano de la casa de Caracas.
Así le expone el Gobernador de Caracas su nuevo parecer sobre el candidato a la mitra
merideña a su serena Majestad: “El Padre Fray Manuel Torrijos, por las insinuaciones de
los Meridianos, que lo conocen, y con motivo de visitar las misiones que están a cargo de
los Religiosos Dominicos en aquel continente, estuvo allí, y pudieron tratarle. La idea que
han formado de este sujeto nada equivoca a las prendas personales que lo adornan, su
genio popular, amable; una literatura nada vulgar que lo hace dueño de todo; el celo que
ha manifestado por el establecimiento y buen orden de dichas misiones; pues sin
ejemplar ha atravesado espacios inmensos desde el Reino de Santa Fe hasta esta Capital
(en donde le he conocido) a solo buscar el arreglo y alivio de aquellos pueblos. Y,
últimamente el conocimiento que tiene de aquellos países, su experiencia y el talento
que posee de saber manejar los espíritus, le dan no sé que mérito para que sea el primer
fundador de esta nueva Iglesia americana”41.
De las visitas que durante el año de 1779 realizó el P. Torrijos a las casas de los
dominicos en tierras barinesas, nos queda el testimonio firmado de su puño y letra de la
nota de visita que estampó en el libro de bautismos de Indios de Santa Rosa de Barinas.
Lleva la fecha de 17 de marzo de 1779.
Y de su paso por Mérida queda el que los dominicos tomaran posesión en 1779 del
Colegio e Iglesia que fueron de los jesuitas. Es decir, de la actual Iglesia del Carmen en
la Avenida 4 Bolívar. A instancias suyas seguramente, el Vicario Provincial Fr. Antonio
Cabrejo reunió el Consejo en Santafé para la organización formal del convento de
Mérida. Era condición indispensable para poder permanecer en posesión de los antiguos
bienes de los jesuitas. El Consejo determinó que vinieran a Mérida los Padres Fray Basilio
Delgado, Fray Francisco Lozano y Fray Pedro Ballesteros para reforzar el personal que
allí existía ya: Fray Joaquín Cuervo, Presentado; Fray Manuel Celada, Catedrático de
Artes; Fray Domingo Escobar, Fray Antonio Uzcátegui, Fray Antonio Salazar y el
Hermano Fray Agustín Galeano.
Es probable que todas estas diligencias de las autoridades de Mérida y Caracas en favor
de la nominación de Fray Cándido Manuel para el obispado de Mérida se hicieran de
conocimiento público, y ayudaran a fomentar la tradición de que el referido fraile
anduviera buscando la mitra.
5. Su viaje a España (1782 (83?)-1792)
A mediados de 1781 fue elegido Prior Provincial en sustitución del Padre Torrijos el Padre
Juan José Bonilla (178l-l785), excatedrático de filosofía y teología. No sabemos cómo
Torrijos se las arregló para ser nombrado Procurador de la provincia dominicana de San
Antonino en la Corte. Lo cierto es que así fue46. Según todos los indicios no regresó a
Bogotá sino que partió desde Caracas donde tuvo que permanecer más de lo deseado.
Los ingleses merodeaban por todo el Atlántico impidiendo el normal flujo de buques y
flotas.
Para 1783 lo hallamos en Madrid trabajando por las misiones de la provincia, la
restitución de algunos curatos que antes tenían y solicitando auxilios reales para la
reedificación de la iglesia y convento de Santa Fe destruidos por incendio y terremoto.
Cerca de diez años permaneció en Europa (1782-83 a 1792). Tratando de hilvanar
algunos datos podemos conjeturar lo siguiente. Según el Padre Báez, aunque él mismo
afirma no estar del todo seguro de sus afirmaciones, en 1784 el P. Torrijos consiguió
once religiosos para las misiones de Barinas y los acompañó hasta Caracas. Sufrió
mucho en la travesía, fue herido hasta derramar sangre y tuvo que aguardar en Caracas
por más de un año mientras le llegaban los recursos. Quizá esta estadía en Caracas a la
que hace referencia el Padre Báez sea la misma de 1781-8248.
Del confiable juicio de García Chuecos hacemos nuestra su conjetura: “No consta en los
documentos consultados que Torrijos hubiese viajado por Francia o por Italia. Pero
sospechamos que hubiese estado en ambas. De Francia seguramente hubo de traer
aquellos magníficos libros que el Presbítero Doctor Juan Marimón y Henríquez, Comisario
General de la Inquisición en Mérida por los Ilustrísimos Señores Inquisidores de
Cartagena, recogía de su biblioteca cuando en 1802 intervenía en la causa de sus
espolios. Prelado sexagenario, de profunda experiencia, de vastos conocimientos
científicos, no es de extrañar se conmoviese contemplando aquella formidable catástrofe
que se llamó la Revolución Francesa, y pasase amables horas leyendo a sus más
esclarecidos publicistas. Del viaje a Italia, o mejor a Roma, tenemos como prueba la
consecución del cuerpo de San Clemente Mártir, que trajo con un Breve Pontificio en que
constaba su autenticidad”.
Una anécdota interesante que debe tener algún fondo histórico es recogida por dos de
sus biógrafos. En su estancia en la corte de Madrid debió sufrir algunos quebrantos de
salud. Rondaba entonces el fraile neogranadino poco más poco menos los cincuenta años
de edad. Producto de un accidente inesperado sufrió fractura de una pierna.
El Padre Enrique María Castro recoge este hecho de las memorias que le contó el Padre
Palacio. La historieta se remonta pues a los comienzos del siglo XIX. Afirma el anciano
sacerdote que el Padre Torrijos consiguió la mitra por un suceso inesperado, “pues
yendo por una calle de Madrid, venía por la misma en dirección opuesta el rey en su
coche, con tanta violencia que pasando las ruedas por junto al fraile, cayó este en tierra,
rota una pierna. A esta novedad mandó el rey parar el coche, y preguntó quien era el
herido; y habiendo sabido que era un padre americano, preguntó si sería el que
pretendía la mitra de Mérida, y habiéndosele respondido que sí, dijo que le estaba
concedida; y puso al cirujano mayor a curarlo gratuitamente, despachando luego a
Roma en solicitud de las bulas en favor del Padre Torrijos”. Solo nos queda afirmar “si
non e vero e bene trovato”. Lo cierto es que en Mérida corrió desde temprana data la
noticia de las diligencias personales del dominico de Sesquilé por obtener la mitra
merideña.
6. Su nominación episcopal (1791)
En la Corte había amplia información sobre el fraile dominico Torrijos desde hacía
muchos años. En 1777, tanto el Virrey de Santafé Manuel Antonio de Florez como el
Arzobispo de la misma sede Agustín de Alvarado habían informado al Rey acerca de los
méritos y circunstancias del Provincial de los dominicos.
Estos informes debieron formar parte de las exigencias de la visita practicada por el
Padre Pier a la provincia dominicana del Nuevo Reino, y también a alguna acusación en
contra de nuestro fraile. Ambos informes son muy positivos en señalar la buena hoja de
servicios y la pureza de sangre de sus progenitores y antepasados, al igual que su
desempeño como religioso desde que ingresó en la orden de Santo Domingo.
Posteriormente, como ya vimos, en 1779 y 1780 tanto el Cabildo y Justicia Mayor de
Mérida y el Gobernador de Caracas se dirigen al Rey proponiendo a Torrijos Rigueiros
como candidato a la mitra de Mérida de Maracaibo.
Figuró en la larga lista de candidatos para el Obispado de Mérida cuando salió nombrado
Fray Juan Ramos de Lora en l780. En l77 aparece entre los candidatos para la sede de
Popayán y en 1790 para la de Santa Marta pero un informe poco favorable a la causa de
Torrijos por arte del Arzobispo Virrey Antonio Caballero y Góngora le sirvió de tranca.
En 1791, el Consejo de Indias eligió a otro dominico Fray Antonio de Espinosa como
sucesor de Ramos de Lora para la sede emeritense. Ante la no aceptación del nominado
la voluntad real se inclinó, por fin, por Fr. Manuel Cándido Torrijos y Rigueiros.
Lamentablemente no tenemos en nuestro poder el expediente civil relativo al
nombramiento de Torrijos. La aprobación real debe ser de finales de agosto o comienzos
de septiembre de 1791.
Reposa en nuestro poder el expediente canónico abierto en la Nunciatura de Madrid, el 9
de septiembre de 1791 por el Nuncio Apostólico de Su Santidad en los Reinos de España,
Don Hipólito Antonio Vincenti Mareri, Arzobispo de Corinto.
El día 15 de septiembre el Señor Nuncio hizo comparecer ante sí para el juramento e
interrogatorio de rigor a Don José Domingo Duarte y Echazarreta, natural de la ciudad de
Mérida de Yucatán en el Reino de México, abogado de la Real Audiencia de Santa Fe de
Bogotá, Asesor de la Intendencia de Caracas; a Don Nicolás Mesía y Caicedo, natural de
la ciudad de Jaén, abogado de la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá en el nuevo
Reino de Granada: a Don Jorge Tadeo Lozano, cadete de Guardias Españolas, natural de
la ciudad de Santa Fe : y a Don Mariano Berastegui Dávila, natural de la misma ciudad y
reino. Todos ellos residentes en la Corte. Los tres rindieron los dos interrogatorios. el
primero referente al candidato y el segundo al obispado.
Los tres afirman conocerlo de vista y trato desde hace años, tanto en Bogotá como en la
Corte. Y todos ponderan sus virtudes y cualidades para regir la diócesis de Mérida de
Maracaibo. En cuanto a la edad ninguno da el dato exacto: “cincuenta más o menos”, o
“cincuenta. Cuatro poco más o menos “. Para el momento del interrogatorio estaba el
electo Torrijos llegando a los cincuenta y seis años de edad.
Sobre el estado de la diócesis, las respuestas de los tres testigos son más vagas e
imprecisas. El primero estuvo en Santafé, el segundo en Maracaibo, y el tercero Don
Mariano Berastegui afirma haber pasado por Mérida y “estado en la casa palacio
destinada para el Sr. Obispo, no distante de la catedral y ha observado ser de buena
fábrica y no necesitar de reparo alguno”. Difícil tenía que ser en la Corte encontrar gente
que conociera de vista y trato al candidato, o hubiera estado alguna vez en obispados
tan retirados y aislados de las rutas más trajinadas por los viajeros de Indias, como era
el caso de la diminuta Mérida andina.
Concluye el Señor Nuncio dando su parecer positivo “y en lo 0ue Su Excelencia puede
juzgar... le tiene y considera por digno y merecedor de la presentación y
nombramiento... del P. Fr. Manuel Cándido de Torrijos”.
Presentado en Consistorio de Cardenales al Santo Padre Pío VI, le dio su aprobación,
quedando así preconizado obispo de Mérida de Maracaibo el 18 de diciembre de 1791.
Las Bulas fueron expedidas inmediatamente, pues recibieron el pase patronatista en
Madrid, el 2 de enero de 1792. Las ejecutoriales reales dadas a las Bulas del Obispo
Torrijos tienen la fecha del 20 de febrero de 1792.
7. Los preparativos del obispo electo
La personalidad de Fray Manuel Cándido Torrijos se caracteriza por su tenacidad Y
constancia. Luchó contra las adversidades de los hombres y de los lugares inhóspitos.
Intrépido, se propuso mejorar la presencia de su orden en una región apartada y
bastante olvidada como eran los llanos de Barinas las serranías de Mérida. Y lo logró.
Su preparación académica y familiar lo configura como un hombre de su época. La
Ilustración como desarrollo de las ciencias y del saber le hizo concebir grandes
proyectos. Soñó con un lugar y una oportunidad para llevarlos a la práctica. Y, descubrió
en la ciudad de Mérida, el sitio ideal donde poder realizarlos.
Por eso trabajó con denuedo por el nuevo obispado y por obtener su mitra. Tardíamente
lo logró. Tenía cincuenta y seis años, y estaba predestinado a no llegar a los sesenta. El
tiempo final se le fue en preparativos. Habiendo sido nombrado a finales del 91 y
teniendo en su poder las bulas a comienzos del 92, bien podía haber llegado a su sede
en el transcurso de ese año. Pero no fue así.
Su proyecto primordial era instalar un Colegio en Mérida. Si Ramos de Lora había
fundado el colegio-seminario para los estudios filosóficos, teológicos y canónicos, él iba a
abrirse al mundo de las Ciencias. El convento que la providencia le había deparado en
Mérida a los dominicos podría convertirse en un colegio de mayor fama y prestigio que el
de los expulsados jesuitas. “Para esto contaba con lo más importante que era su buena
voluntad y su entero carácter, Solo le faltaba dinero y un sujeto de sólida cultura
científica a quien confiarle la dirección del plantel”
El dinero no era problema. Además de su peculio personal y del que pudo haber
obtenido de dádivas por su condición de religioso observante tuvo el tino de saber
aprovechar la ocasión. De la Tesorería de Madrid consiguió en calidad de préstamo,
4.000 pesos. Y de su apoderado en la Villa del Manzanares Don Mateo Arroyo obtuvo
otro préstamo por una cantidad similar, 3.563 pesos. Con este dinero algo se podía
obtener, A esto hay que sumar otros 4.000 pesos fuertes dados por el monarca al obispo
electo como gastos de costas para su traslado a América.
Se dirigió a Córdoba donde tenían fama los estudios científicos y contrató los servicios
del R.P. Fray Gabriel Ortíz, hermano de relig6n, del Convento de San Pablo de la capital
andaluza. Este fraile dominico sería el encargado de llevar adelante el proyecto. El Rey
autorizó el viaje del religioso el primero de mayo de 1792.
El resto del tiempo se fue en organizar el enorme equipaje del prelado y sus
acompañantes. Una gran biblioteca, un gabinete de física con una máquina eléctrica y
una neumática, dos globos uno celeste y otro terrestre, numerosos aparatos para la
enseñanza de las ciencias naturales, ornamentos preciosos, un órgano y un reloj para la
catedral, y el cuerpo entero del mártir San Clemente.
Torrijos pensaba fundar un gran colegio, mejorar y embellecer va Mérida, construir una
basílica, un palacio episcopal, puentes sobre el Mucujún y el Albarregas, un jardín
botánico y un observatorio astronómico. Con razón, doce años atrás los ediles de Mérida
habían ponderado sus cualidades humanas, sacerdotales y políticas. No sabemos si la
imaginación o la exageración han abultado OS cuantiosos bienes que trasladaba el
obispo. Pero cuatrocientas cargas y una biblioteca de treinta mil volúmenes supera
cualquier cálculo razonable.
Oigamos la reflexión que sobre el equipaje de Torrijos hizo el padre Enrique María
Castro. “Lo que nos debe llamar la atención, es que el Señor Torrijos empleó todos los
recursos de que pudo disponer en comprar cosas útiles e importantes para la educación
e ilustración de la juventud que iba a estar bajo su inspección y gobierno como pastor
espiritual” Y acota su testimonio personal de estudiante del Seminario de Mérida unos
cincuenta años después de la muerte del segundo obispo: “el que esto escribe, como
estudiante de la Universidad de Mérida, alcanzó algo de los beneficios del Sr. Torrijos;
pues como la Universidad estaba unida al seminario, es decir, que este daba hospitalidad
en su edificio a aquella, los estudiantes de tercer año de filosofía se servían para su
estudio de los globos terrestre y celeste que aquel prelado trajo para el seminario (el
celeste se quebró por los años de 1846 o 47. Lo llevaba en alto el bedel de la
Universidad para la capilla del seminario, a fin de que sirviese para el acto de un grado
académico, o para un examen general y se le cayó al suelo. De resultas del golpe quedó
inservible y así ha permanecido hasta hoy que sepamos). La máquina eléctrica y
neumática y otros instrumentos necesarios para el estudio de la física experimental,
estaban inútiles hacía mucho tiempo”.
Sobre la biblioteca afirma el Padre Castro: “La gran librería sufrió mucho también; pues
en ese largo período de la guerra magna, tan glorioso para Venezuela bajo el aspecto
militar, se desatendieron casi e absoluto los elementos de ilustración y de progreso
literario en todo el país. Los libros se podrían (sic) aglomerados en una pieza del edificio,
sin que nadie se utilizase de ellos; y los colegiales, aprovechándose de ese abandono,
hacían con ellos grandes globos para celebrar las fiestas principales de su Instituto
(cuando yo era niño estudiante de latinidad vi esto)”
Continúa la narración del Padre Castro recordando que el rector del Seminario, el Pbro.
Dr. José Asunción Contreras resolvió atender a la conservación de aquella biblioteca y
mandó a acomodarlos en estantes, aunque sin ningún orden. Más tarde, el obispo Bosset
puso a un joven sacerdote italiano a arreglarla. Después de varios meses concluyó su
obra con un catálogo alfabético. Y termina aseverando:
“cuando yo la conocí alcanzaban a 15.000; habiéndose perdido probablemente la mitad,
pues ella en su origen constaba de 30.000”.
Torrijos era hombre de criterio amplio. Entre los libros que traía no escaseaban algunos
escritos que escandalizaban a mentes timoratas. Seguramente serían las obras de los
enciclopedistas franceses.
Al fin, el 6 de julio de 1792, llegó la hora de embarcarse rumbo a América. El obispo
electo Torrijos, los familiares Don Francisco de Agltda y Rubio, Don José Matute y Rubio.
y Don Aniceto Matute y Rubio, y el Padre Gabriel Ortíz zarparon de Cádiz, en el
bergantín Areñón. Terminaba así el periplo europeo de Torrijos y se iniciaba 1a última
etapa de su vida.
8. De Maracaibo Bogotá (1792-1794)
Torrijos pudo embarcar para La Guaira y seguir a Caracas. Pero no valía la pena porque
debía buscar un lugar donde se encontrara obispo consagrante. La sede caraqueña se
encontraba acéfala pues su obispo Mariano Martí había fallecido el 20 de febrero de 1792
y su sucesor Fr. Juan Antonio de la Virgen María y Viana no llegaría hasta mediados del
9369, Pudo haberse dirigido a Cartagena, pero es probable que tuviera noticia del
traslado de su prelado Fray José Fernández Díaz de la Madrid (1777-1792) a Quito.
Quedaba Santa Marta donde gobernaba la diócesis el Obispo Don Anselmo Fraga (17891793). Pero quizá no le resultaba atractiva la idea.
No quedaba sino dirigirse a Maracaibo. La elección de este puerto pudo ser por un doble
motivo. Pisar tierra de su jurisdicción, y dejar más cerca de su destino final, -Mérida-, su
abultado equipaje.
Así se le presentaba la ocasión de volver a Santafé de Bogotá. Allí recibiría la plenitud del
sacerdocio rodeado de los suyos y de los recuerdos. Hacía no menos de catorce años que
había abandonado la capital virreinal bajo la presión de la visita general a la orden.
Ahora regresaba triunfante con la aureola de su elección episcopal.
Treinta y tres días tardó el buque Areñón en hacer la travesía desde Cádiz hasta
Maracaibo. En esta última atracó el bergantín el 9 de agosto de 1792. Se encontraba ya
en territorio de su diócesis. La noticia de su arribo llegó a Mérida diecinueve días
después, el 28 de agosto.
Desde Maracaibo siguió rumbo a Bogotá. En pequeña embarcación por la laguna de
Maracaibo buscando el río Zulia. Esta ruta no era muy socorrida por el peligro constante
de los indómitos indios motilones que aunque pacificados seguían gozando de fama de
fieros. Por lo visto no le jugaron ninguna mala pasada al obispo electo y su séquito. Todo
se hacía con menor riesgo desde San Faustino a lomo de bestia camino de San José de
Cúcuta. Y comenzaba el ascenso de la Cordillera hacia Pamplona73, límite de su
obispado.
Cuál sería la reacción de los reinosos pamplonicas ante el paso del que era su legítimo
obispo. No lo sabemos. Pamplona había sido incorporada a la nueva diócesis poco antes
de la muerte de Ramos de Lora74. Pero los pamplonicas preferían depender de Santafé.
Razones históricas, de prestigio y de cercanía así lo indicaban. Pero la voluntad del
monarca se había inclinado en favor de Mérida.
La emoción debía embargar el espíritu del fraile convertido en obispo. Estaba
desandando el mismo camino de tres lustros atrás. El frío y el sol golpeaban su rostro y
aguzaban cuitas de antaño y hogaño. El paisaje boyacense lo acercaba a su infancia.
Tunja, el recibimiento en su natal Sesquilé, y por fin la capital virreinal. El hermoso
paisaje de la sabana bogotana con su brisa fría, sol picante y constante lluvia penetró de
nuevo en su alma. Y la querencia lo amarró más de lo debido.
Como no pasó por Mérida, tal como explicamos anteriormente, Iibró poder en la persona
del Pbro. Lic. Hipólito Elías González para que tomara posesión del obispado en su
nombre. Este lo ejecutó el 27 de diciembre de 1792.
Antes de finales del 92 (a más tardar en octubre) debió estar Torrijos en el convento
Máximo de su orden, donde seguramente sería recibido como huésped de honor. Llevaba
como obsequio a la ciudad virreina1 la reliquia de un mártir, San Feliciano, que había
conseguido conjuntamente con la de San Clemente.
9. La ordenación episcopal (1793)
Resulta inexplicable la tardanza en diligenciar la ordenación episcopal. Pasaron al menos
seis meses desde su llegada. El arzobispo metropolitano de Santafé era a la sazón el
navarro Don Baltasar Jaime Martínez Compañón quien debido a su quebrantada salud se
ausentó poco de la capital virreinal.
Recibió la consagración episcopal en la catedral metropolitana de Santafé recientemente
consagrada aunque estaba sin terminar. La ceremonia tuvo lugar el 21 de abril de 1793,
domínica tercera “post pascha” y fiesta del patrocinio del glorioso patriarca San José.
El consagrante, el Señor Arzobispo Metropolitano antes mencionado78, siendo sus
asistentes los Doctores Don Francisco Martínez de la Costa y Don José Miguel
Masustegui, Deán y Arcediano de la catedral santafereña, según las normas del Papa
Pablo V.
El Arzobispo dirigió una plática o alocución “en la que ha expuesto las obligaciones más
principales de los señores obispos hacia sus ovejas, y las de estas para con sus prelados,
y los medios más eficaces y oportunos para el fiel y exacto cumplimiento de las unas y
las otras”
La solemne ceremonia contó con la asistencia del Virrey José de Ezpeleta quien hizo de
padrino, de los Oidores de la Real Audiencia, .miembros del ilustre Ayuntamiento de la
capital, las autoridades mu1 -res de la plaza, “y un grande concurso de personajes de
ambos sexos de todos estados y condiciones”
Como era usanza, todo personaje ilustre debía hacerse un retrato con todos sus arreos y
distintivos. Debían ser varias copias: una pare la galería de dominicos notables de la
Provincia de San Antonino, otro para ostentación de sus linajudos familiares, y una
tercera que debía portar para su diócesis.
Conocemos uno de estos retratos. Se conserva en muy buen estado en la Sala Virreinal
de la Casa Parroquial Santiago Apóstol de Fontibón, en las afueras de Bogotá. Debe
tener, pues, doscientos años, no sabemos como fue a parar allí. Sus medidas son una
vara castellana. (84 cms.) de ancho por una vara y un palmo
(1.05 mts.) de alto. En la p re superior está su escudo y al centro una mitra preciosa.
Lo contemplamos lleno de vida. De mirada penetrante y talante decidido. Piel muy
blanca y facciones aguileñas. La frente amplia y una cabeza en la que el pelo es como
una guirnalda alrededor de una pronunciada calva. Lleva los ornamentos de las grandes
solemnidades: roquete capa magna, bonete y guantes. El pectoral cuelga directamente
del cuello al estilo de los religiosos. De estatura más bien alta.
El escudo responde a los cánones castellanos. Parece más bien el emblema de una
familia de armas y títulos que el de un manso pastor. Es escudo terciado en banda,
propio de los caballeros de armas. En el cuartel superior derecho una torre en campo de
oro, en clara alusión a su primer apellido. Simboliza la grandeza y elevación, y a la vez,
asilo y 5aivaguarda. Y en el cuartel inferior izquierdo en campo de oro, un perro o lebrel
corriendo que indica la vigilancia de aquel a quien se le ha confiado una responsabilidad
superior. En este caso la conducción espiritual de una diócesis. Es uno de los signos de
su orden religiosa de origen la orden de predicadores. La banda y la barra en campo de
gules o rojo con ocho aspas o cruces de San Andrés, llamadas también sotuer o cruz de
Borgoña, simboliza el estandarte del caballero. El capelo o sombrero y las seis borlas
verdes de cada lado indican la condición episcopal y le dan al blasón su carácter
religioso. De su escudo podemos inferir sus orígenes nobles y caballerescos que privan
sobre otras dimensiones y marcan su personalidad.
Poca prisa tenía el nuevo obispo en dirigirse a su sede. Tan larga ausencia del escenario
de sus primeros cuarenta años lo volvió a cautivar y lo aquerenció. La solicitud del acta
de consagración, documento que debía presentar a su llegada a Mérida, lo solicita ocho
meses después de su ordenación, el 18 de diciembre de 1793, justo a los dos años de su
Preconización en Roma.
Casi nada sabemos de sus quehaceres durante este largo pasado en Bogotá. Consta que
pontificó por vez primera el 4 de noviembre de 1793, en los solemnes funerales que allí
se celebraron con motivo de la traslación de los restos del Ilmo. Sr. Dn. Fray Cristóbal de
Torres de la Catedral al Colegio del Rosario que el difunto arzobispo había fundado.
El único acto de gobierno del que tenemos constancia documental está fechado en
Santafé a cinco de diciembre de 1793. En él se libra Despacho auxiliatorio para que
puedan ser registradas las iglesias de su jurisdicción sin menoscabo de los derechos de
fuero eclesiástico en asuntos de rentas o de asilo a reos. Esta providencia está firmada
por el Obispo, Fray Manuel Torrijos y refrendada por el Secretario, José Rutad Torrijos,
hermano de prelado85.
10. De Bogotá al cielo pasando por Mérida (1794)
Aproximadamente al año de su consagración, en abril del 94, emprendió viaje el Señor
Torrijos hacia territorio de su diócesis En Sesquilé, camino de Tunja, dijo adiós a su
pueblo natal. Al llega! a Pamplona, ya en su jurisdicción, dio comienzo a la visita pastoral
en los pueblos del tránsito, arribando a Mérida el 16 de agosto.
La expectativa por la llegada del prelado debió ser grande Ya desde el año anterior
habían desempacado sus pertenencias. El equipaje había llegado a Maracaibo y el 9
mayo del 93 estaba en su destino final, Mérida. El Prior del Convento de Mérida Padre
Antonio García, fue el encargado de trasladarlas a Mérida, atravesando el Páramo de
Timotes.
La curiosidad tuvo que ser mayúscula pues no hay más que imaginarse los numerosos
arreos de bestias que trasladaron hasta Mérida tan preciosa carga. La curiosidad y la
imaginación dieron vuelo a las conjeturas sobre las riquezas y pompas del nuevo obispo.
Si la voluminosidad de los libros y aparatos era grande, fue motivo de regocijo espiritual
y de celebraciones pomposas el traslado de algo singular. Una de las muchas cosas que
traía el Obispo Torrijos en su inmenso equipaje fue la reliquia de un santo.
Se trata de un cuerpo entero sin cabeza, con vestidura de soldado, conocido como San
Clemente Mártir. Es este un nombre bastante común en el martirologio romano y pudo
tratarse de un hombre de armas sacrificado en alguna de las persecuciones de los
primeros siglos por su fe católica. Es probable que el propio Torrijos la consiguiera
personalmente en Roma. Por tratarse de un prelado de nueva diócesis no era difícil que
se le concediera semejante privilegio. Cada obispo debía tener en su curia un número
suficiente de reliquias para los nuevos altares. Así lo exigía el derecho canónico de la
época. Y Torrijos podía alegar que su diócesis era nueva, grande y con necesidad de
nuevos lugares de culto.
Lo que nos permite atestiguar la autenticidad de la reliquia fue la diligencia mandada a
practicar por el Obispo Rafael Lasso de la Vega en 1822, con motivo de la celebración del
tercer sínodo diocesano y del traslado de la reliquia de la Iglesia de Lagunillas hasta la
catedral de Mérida.
Los hechos atestiguados por los documentos a los que hacemos referencia nos dicen que
de las declaraciones juradas del Señor Doctoral Don Luís Ignacio Mendoza, del Señor
Racionero Buenaventura Arias, del Señor Vicario Francisco José de la Estrella, del Señor
Cura de El Morro Presbítero José Luís Ovalle, del Prior de los Dominicos Fray Juan
Agustín Ortiz, de Fray Antonio Escalante y del Presbítero Tomás Varela, existe consenso
en afirmar que se trata de la reliquia de un santo llamado San Clemente, traído por el
obispo Torrijos, quien encomendó al R.p. Fray Antonio García OP. que lo condujera de
Maracaibo hasta Mérida, El recibimiento de la reliquia fue solemne, y hasta el Mucujún se
dirigió la multitud, clero y fieles, a honrar tan curioso y piadoso envío.
Algunos de los nombrados fueron testigos oculares de los hechos. Entre los detalles que
señalan algunos vale la pena señalar que el propio obispo Torrijos declaró que le había
costado mucho conseguir los restos del santo. No hay unanimidad en saber si lo
consiguió directamente en Roma o se lo cedió algún otro obispo. El cura de entonces de
Pamplona, D. Bernardo Jacinto de la Cerda, le oyó decir con orgullo al obispo, cómo
había hecho para lograr semejante hazaña. Según otro, fueron dos los cuerpos que trajo
el obispo Torrijos: uno para Mérida, San Clemente Mártir, y otro, San Feliciano, que
Torrijos llevó de regalo a Bogotá. No existía unanimidad en saber si el cuerpo venía con
la “auténtica “. Por si las dudas, el obispo Lasso de la Vega escribió a Roma, a la Sagrada
Congregación de Ritos, y obtuvo el permiso para celebrar anualmente una misa en la
catedral de Mérida.
11. Obispo residencial. Repentina muerte.
A su llegada a Mérida le acompaña su hermano Don Rafael, quien viene a ocupar una
prebenda en el Capítulo Catedralicio.
Una de las primeras providencias del recién llegado obispo 1 e nombrar Provisor y Vicario
General. El nombramiento recayó en el Pbro. Lic. Hipólito Elías González.
Los únicos actos de gobierno del Obispo Torrijos de los que nos queda constancia en el
Archivo Arquidiocesano de Mérida son la convocatoria general a Órdenes, y la comisión
que libró al Lic. D. Hipólito Elías González para la reforma del Seminario94.
Para asegurarse la enseñanza de las ciencias experimentales Torrijos buscó en la
Península profesor aventajado en la persona del fraile dominico Gabriel Ortiz del Real
Convento de San Pablo de la localidad andaluza de Córdoba. Y obtuvo los permisos
correspondientes de sus superiores religiosos y de las autoridades reales.
El Padre Ortíz viajó con el prelado desde Cádiz hasta Maracaibo. Y lo acompañó hasta
Bogotá. Como el obispo electo tardó más de lo esperado en la capital virreinal, el fraile,
escaso de dinero, le pidió a Torrijos un adelanto a cuenta de los futuros proyectos
educativos. Este no satisfizo de inmediato los requerimientos del Padre Ortíz.
Ambos eran de temperamento difícil y explosivo. La discusión debió ser agria, y tanto el
fraile como el obispo rompieron relaciones. El disgusto dejó sin efecto el acuerdo verbal
realizado en la Península sobre la implantación de estudios superiores y científicos en
Mérida. El Padre Ortiz olvidó la razón primera de su viaje, el trabajo educativo y se
dedicó a la cura de almas en algunos pueblos de la diócesis. Entre los curatos que sirvió
se cuenta el de Bailadores.
Casi dos meses tenía el obispo de haber llegado a su sede cuando Comisionó al
Licenciado Elías González para agilizar su proyecto.
Tiempo suficiente para calibrar las cualidades del culto Padre Elías y ver en él el
candidato que buscaba para llevar a cabo su moderno proyecto educativo. Así podía
desentenderse sin remordimientos de su compromiso con el Padre Ortiz y olvidarse de
él. Pero el hombre propone y Dios dispone. La muerte tronchó todos los planes previstos.
Poco más pudo hacer el obispo. Tal como consta en la lacónica partida de entierro y en la
participación del fallecimiento al Rey, Manuel Cándido Torrijos dejó de existir el 20 de
noviembre de 1794 a las tres de la mañana97.
El día anterior, 19 de noviembre, a eso del mediodía sufrió “un accidente agudo de
costado”. Lo más probable una angina de pecho o un infarto leve, que sus más cercanos
no estimaron de mucha gravedad, pues la partida afirma que “no se le administraron los
santos sacramentos por haber sido su muerte repentina y por esto no haber dado
treguas para verificarlo”; pero, añade a renglón seguido: “pero sí dio muestras de
penitencia” Labastida afirma que era de temperamento sanguíneo, y que una acalorada
discusión con su hermano dominico le produjo un ataque de apoplejía fulminante. El
Padre Castro asevera que se trataba de un aneurisma “porque echaba la sangre a
borbollones por la boca”.
El entierro tuvo lugar al día siguiente, 21 de noviembre, “con pompa y solemnidad”. Las
exequias fueron presididas por el Señor Deán Licenciado Francisco Javier de Irastorza.
Estuvieron presentes “todo el clero secular y regular, y cabildo secular”. Y se observaron
todas las prescripciones del Ritual Romano para la inhumación de obispos.
El acta nos indica con exactitud el lugar donde fue depositado su cadáver “en la Santa
Iglesia Catedral, al pie de la primera grada para subir al presbiterio al extremo de la calle
de Peregrinos que va del Coro al Altar mayor”. Certifica el documento el Presbítero Don
Jaime Volcán, Cura interino de la Santa Iglesia Catedral.
Como epitafio sirvan estas palabras del Cardenal Quintero: “A los, noventa y seis días de
haber tomado posesión personal de su silla, la muerte repentina fue el ladrón nocturno
de ese tesoro de proyectos. Los terremotos, la guerra, y la incuria de los hombres
disiparon después, casi por completo, la magna biblioteca. Los pocos infolios que aún
conservan la Universidad y el Seminario mantienen el recuerdo de este Prelado en el que
parecían revivir, ya en las postrimerías del siglo XVIII, aquellos fastuosos y opulentos
Obispos del Renacimiento, apasionados devotos de joyas, códices y libros”.
Fuente:
“Torrijos y Espinosa dos breves episcopados merideños”.
Autor: Baltazar E. Porras Cardozo.
Año 1994, Cap. II, Págs. 27 - 59.
Coedición Arquidiócesis de Mérida / Vicerrectorado Académico.
Universidad de Los Andes.