consejo superior de investigaciones científicas

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consejo superior de investigaciones científicas
Volumen LXXI
Nº 251
enero-abril 2011
Madrid (España)
ISSN: 0034-8341
Monográfico
Los últimos imperios esclavistas:
España y Brasil en el siglo XIX
José A. Piqueras
y Rafael Marquese (Coords.)
INSTITUTO DE HISTORIA
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
revista de
INDIAS
Volumen LXXI
N.o 251
enero-abril 2011
GOBIERNO
DE ESPAÑA
Madrid (España)
ISSN: 0034-8341
MINISTERIO
DE CIENCIA
E INNOVACIÓN
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Volumen LXXI
N.o 251
enero-abril 2011
Madrid (España)
ISSN: 0034-8341
REVISTA DE INDIAS
Revista publicada por el Instituto de Historia, CCHS, CSIC
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en Historia de América, por lo que su objetivo es la
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na Rota dos Mares do Sul. São Paulo, Andréa Jakobsson Estúdio, 2006, p. 83.
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Volumen LXXI
N.o 251
enero-abril 2011
Madrid (España)
ISSN: 0034-8341
revista de
INDIAS
SUMARIO
Páginas
MONOGRÁFICO: LOS ÚLTIMOS IMPERIOS ESCLAVISTAS: ESPAÑA Y
BRASIL EN EL SIGLO XIX / MONOGRAPH: THE LAST OF THE SLAVE
EMPIRES: SPAIN AND BRAZIL IN THE 19TH CENTURY. Coordinadores:
José A. Piqueras y Rafael Marquese
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
9-18
RAFAEL MARQUESE & TÂMIS PARRON: Revolta escrava e política da escravidão:
Brasil e Cuba, 1791-1825 / Slave resistance and the politics of slavery:
Brazil and Cuba, 1791-1825 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
19-52
MANUEL BARCIA: «Un coloso sobre la arena»: definiendo el camino hacia la
plantación esclavista en Cuba, 1792-1825 / «A giant built on sand»: paving
the road towards the slave plantation in Cuba, 1792-1825 . . . . . . . . . . .
53-76
MARIAL IGLESIAS UTET: Los Despaigne en Saint-Domingue y Cuba: narrativa microhistórica de una experiencia atlántica / The Despaignes in SaintDomingue and Cuba: A micro-historical narrative of an Atlantic experience .
77-108
CLAUDIA VARELLA: El canal administrativo de los conflictos entre esclavos y
amos. Causas de manumisión decididas ante síndicos en Cuba / The administrative channel for the conflicts between slaves and owners. Causes of
manumission decided before ombudsmen in Cuba. . . . . . . . . . . . . . . . . .
109-136
KEILA GRINBERG: A poupança: alternativas para a compra da alforria no Brasil
(2.ª metade do século XIX) / Savings: alternative for the purchase of manumission in Brazil (2nd half of the 19th century) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
137-158
INÉS ROLDÁN DE MONTAUD: En los borrosos confines de la libertad: el caso de
los negros emancipados en Cuba, 1817-1870 / In the blurred boundaries of
freedom: the case of liberated africans in Cuba, 1817-1870 . . . . . . . . . .
159-192
JOSÉ ANTONIO PIQUERAS: Censos lato sensu. La abolición de la esclavitud y el número de esclavos en Cuba / Lato sensu censuses. The abolition of slavery
and the number of slaves in Cuba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
193-230
Páginas
RENATO LEITE MARCONDES: Fontes censitárias brasileiras e posse de cativos na
década de 1870 / Brazilian census sources and the ownership of slaves in
the 1870s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
231-258
RICARDO SALLES: Abolição no Brasil: resisténcia escrava, intelectuais e política
(1870-1888) / Abolition in Brazil: slave resistance, intellectuals and politics (1870-1888) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
259-284
COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO
Simón Bolívar en la era de las revoluciones: perspectivas de la historiografía
anglo-estadounidense, por Nicolás Ocaranza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
287-300
RESEÑAS
DE CRISTÓFORIS, Nadia Andrea, Bajo la Cruz del Sur: gallegos y asturianos en
Buenos Aires (1820-1870), por Agustina Veronelli . . . . . . . . . . . . . . . . .
303-306
ETTE, Ottmar y MÜLLER, Gesine (eds.), Caleidoscopios coloniales. Transferencias
culturales en el Caribe del siglo XIX. Kaléidoscopes coloniaux. Transferts
culturels dans les Carïbes aux XIXe siécle, por Leida Fernández Prieto . . .
306-308
PÉREZ VEJO, Tomás, Elegía Criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas, por Mónica Quijada . . . . . . . . . . . . . .
308-310
SÁBATO, Hilda, Buenos Aires en armas. La revolución de 1880, por Flavia Macías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
310-314
UXÓ GONZÁLEZ, Carlos, Representaciones del personaje del negro en la narrativa cubana: Una perspectiva desde los estudios subalternos, por Brígida M.
Pastor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
314-316
PUBLICACIONES RECIBIDAS
Monográfico:
LOS ÚLTIMOS IMPERIOS
ESCLAVISTAS: ESPAÑA Y BRASIL
EN EL SIGLO XIX /
THE LAST OF THE SLAVE
EMPIRES: SPAIN AND BRAZIL IN
THE 19TH CENTURY
Coordinadores:
José A. Piqueras y Rafael Marquese
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, núm. 251
Págs. 9-18, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2011.001
PRESENTACIÓN
POR
JOSÉ A. PIQUERAS Y RAFAEL MARQUESE
Hacia 1807 la historia de la esclavitud moderna en América pareció entrar
en una fase de extinción gradual. De llevarse a cabo esa previsión optimista,
su desaparición iba a ser cuestión de un tiempo que podía ser medido en pocas
generaciones. La medida del tiempo de los abolicionistas, obviamente, era distinta de la llevada a cabo por quienes estaban sometidos a cautividad en condiciones muchas veces crueles, si había alguna forma de privación de libertad
que no lo fuera. El formidable triunfo de la causa abolicionista en Gran Bretaña, al lograr que el parlamento votara la prohibición de la captura y el comercio atlántico de africanos y que se acordara perseguir a los infractores, hacía
presagiar un cambio de tendencia, la quiebra de un sistema establecido en
América en el siglo XVI, que en el siglo XVII y, sobre todo, en el XVIII había
alcanzado su nivel máximo de desarrollo. Millones de africanos, no menos de
9,5 millones, habían sido arrancados de su continente, y unos 8 millones habían sido desembarcados y vendidos en el Nuevo Mundo, dejando la vida en la
dramática experiencia de la travesía intermedia, o middle pasaje, uno de cada
cinco rehenes. El abolicionismo gradualista tenía en la supresión de la trata atlántica su primer peldaño en la escala que debía conducir a la extinción completa de unas prácticas que eran tildadas de inhumanas, por unos, y de anti-utilitarias, por otros, aquellos que sostenían, con fe inquebrantable en el progreso, el avance de un mercado de la fuerza de trabajo absolutamente libre.
La experiencia había demostrado —se creía— que el crecimiento vegetativo era insuficiente para sostener la reposición de trabajo esclavo consumido en
el proceso de producción; mucho menos podía atender la demanda de brazos
que reclamaba la expansión de la agricultura de plantación en amplias regiones de América del Sur y el Caribe. Si se cerraba la fuente de aprovisionamiento, se pensaba, la esclavitud americana comenzaría a languidecer y los
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JOSÉ A. PIQUERAS Y RAFAEL MARQUESE
propietarios se verían obligados a promover vías alternativas de colonización
y a emplear asalariados, dos circunstancias que debían acelerar la disolución
de las modalidades coactivas de trabajo.
La causa abolicionista contó a su favor con dos factores coyunturales. La
revolución haitiana había puesto de relieve el potencial peligroso de las grandes dotaciones de esclavos sometidos a condiciones severas de explotación; la
intervención británica en Saint-Domingue había confirmado la dificultad de
reducir por las armas una revuelta extensa y bien organizada. Hasta llegar a
esta última conclusión debieron pasar casi dos décadas, pues los sucesos de
1791 en la colonia francesa llevaron a concluir, al igual que haría el habanero
Francisco de Arango, que el desastre ajeno abría inmensas oportunidades para
ocupar el puesto preeminente dejado por Saint-Domingue. En 1791 y 1792
fueron derrotadas en el parlamento británico sendas mociones abolicionistas
presentadas por William Wilberforce1. En 1807 el gobierno de lord Grenville
tenía a la vista las matanzas de personas blancas perpetradas tres años antes en
Haití, que llenaron de horror la región y se difundieron por todo el continente.
En segundo lugar, durante el último mandato de Thomas Jefferson se había
creado en el Congreso de los Estados Unidos un clima que hacía presagiar la
resolución del artículo 1.9 de la Constitución federal de 1789, por el que se daban 20 años antes de que pudiera modificarse aquella y prohibirse la importación de personas que los estados estimaran oportuno introducir, fórmula enmarañada que encubría la trata de africanos. La ley de prohibición de importación
de esclavos fue votada el 2 de marzo de 1807 y ratificada por el presidente un
día después, acordándose que entrara en vigor el 1 de enero de 1808. El 25 de
marzo de 1807 el parlamento británico aprobó el Slave Trade Act.
En noviembre de 1806 Napoleón declaró el bloqueo continental a Inglaterra. La medida supuso el cierre de su comercio con Europa, la orientación
de la navegación británica hacia Asia y las Orders in Council, de noviembre
de 1807, que tantos problemas traerían a su relación con los Estados Unidos
y, de paso, a Cuba, debido al Embargo Act, promulgada en respuesta a las anteriores por el gobierno de Washington, que llevó a la retirada de los navíos
norteamericanos del Caribe. No era, por lo tanto, el mejor momento para situar una escuadra para custodiar el tráfico negrero en el Atlántico. En consecuencia, la trata británica se dificultó a partir de 1807 sin que pudiera ser evitada. No menos de 8.113 africanos fueron desembarcados en el Caribe inglés
en 1808, y no menos de 25.125 lo fueron hasta 1842, ocho años después de la
abolición de la esclavitud y cuatro desde la supresión del patronato, en los
1
Coupland, 1933.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 9-18, ISSN: 0034-8341
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LOS ÚLTIMOS IMPERIOS ESCLAVISTAS: ESPAÑA Y BRASIL EN EL SIGLO XIX
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últimos tiempos es muy posible que para suministrarlos de contrabando a las
islas españolas.
Los británicos promovieron en el Congreso de Viena la prohibición del comercio de africanos, convertida en los acuerdos en una simple recomendación.
El gobierno de Londres hubo de servirse de la presión diplomática con cada
nación para convertir ese objetivo en convenios bilaterales, de forma que los
países europeos dedicados al tráfico o receptores de esclavos aceptaran prohibirlo, se comprometieran a perseguir a los infractores y estuvieran dispuestos a
promover instrumentos internacionales de vigilancia, entre ellos, tribunales
mixtos para juzgar el delito, y el derecho de inspección en alta mar. La represión de la trata de esclavos significó una contribución de primer orden al derecho penal internacional y a la tipificación y castigo de delitos cuyo fundamento consistía en un agravio contra la humanidad. Su eficacia, sin embargo, fue
limitada, como lo demuestra la prosecución del comercio ilegal en el Atlántico
hasta cerca de 1870, incluidas las posesiones británicas hasta los años cuarenta
y la ausencia de libertad efectiva para la mayoría de los negros que fueron declarados «emancipados» tras ser rescatados de los barcos negreros. En la primera mitad del Ochocientos el número de africanos transportados a América
es semejante al del medio siglo anterior, en todas las décadas se supera el medio millón de esclavos, en la de 1820-1830 se supera el máximo histórico de
africanos desembarcados en el hemisferio occidental. Entre otras diferencias
con situaciones anteriores, ahora la gran mayoría de cargazones se dirigen a
dos destinos, Brasil y Cuba.
El primero de esos convenios fue el suscrito con Portugal en 1810 y careció de valor alguno. En torno a 22.000 africanos entraron en las islas danesas
después de 1802, en que cesó oficialmente la trata. Una parte fue destinada a
Puerto Rico. Tras decretarse su cese por Francia, en 1814, las islas de Guadalupe y Martinica y la Guayana recibieron unos 77.000 esclavos. Estas cifras
apenas tienen relieve en comparación con los 541.000 que como mínimo fueron desembarcados en Cuba y los 14.000 llevados a Puerto Rico después de
1821, en que entró en vigor el tratado anglo-español firmado en 1817. En ambos casos las cifras reales fueron superiores, quizá hasta en un 50% en Cuba y
una proporción mayor en Puerto Rico para sostener la demanda nueva y el nivel de reposición. Desde 1790 el tráfico hacia las Antillas españolas superó
el millón de negros y el que se dirigió a Brasil antes de 1852 alcanzó 2,4 millones2.
2 La información citada en los párrafos anteriores y ahora sobre esclavos desembarcados,
en Eltis, Behrendt, Richardson y Klein, 1999/2008. También, Eltis, 1987: 246.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 9-18, ISSN: 0034-8341
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JOSÉ A. PIQUERAS Y RAFAEL MARQUESE
En contraste con los anteriores destinos, en los Estados Unidos, la tercera
sociedad que alberga esclavitud a gran escala, las entradas ilegales después de
1808 representaron una proporción muy reducida en comparación con el total
de esclavos que había en 1861, unos 4 millones. La imprecisión respecto a las
entradas de contrabando no impidió a algunos estimar que pudieron ser de
unos 200.000 africanos, la mayor parte en coincidencia con el boom del algodón. Si la evolución del mercado esclavista de Brasil y Cuba confirmaba la
creencia de los abolicionistas sobre la incapacidad de la esclavitud negra para
reproducirse sin acudir a la fuente del continente africano, el caso de los Estados Unidos (el Sur) lo desmiente, pues el total de esclavos se multiplicó por
cinco en el referido periodo y las entradas clandestinas, aún mal conocidas y a
menudo subestimadas, estuvieron muy lejos de sostener esa evolución. Las tesis que durante un tiempo contrapusieron la severidad de la esclavitud en los
territorios de colonización anglo-americana y la supuesta benevolencia en las
regiones de colonización iberoamericana, desplegada entre otros por Frank
Tannembaum3, nunca han logrado explicar de manera convincente la evolución dispar de las respectivas demografías. Mientras las tasas de decrecimiento se situaron entre la población esclava en torno al 5% en el Caribe inglés y
español, los índices de crecimiento fueron del 30% en los Estados Unidos. La
discusión se ha localizado en el peso que en el incremento autosostenido tuvieron una mejor alimentación, el trato en la esclavitud patriarcal, en unidades
de producción pequeñas y medias, el relativo equilibrio entre sexos que habría
posibilitado altas tasas de reproducción, la influencia del clima templado en un
menor desarrollo de ciertas enfermedades, una inmunización más rápida favorecida por la mayor presencia de población blanca, etc., dejando en un lugar
secundario la crianza de esclavos para el mercado4. El fenómeno guarda relación, además, con el espacio y el tiempo, con el desplazamiento del núcleo de
la economía esclavista hacia el Nuevo Sur, entre Alabama y el área del Mississippi: a cerca de un millón ascendió el número de esclavos importados por esta
región, procedentes en su inmensa mayoría de la reserva del este cuya economía correspondía con un ciclo anterior; el trabajo necesario y escaso experimentó una revalorización que se tradujo en medidas para su conservación; el
pacto sobre el que en 1787 se había constituido la nación había establecido
una moratoria de veinte años para algo que ya entonces parecía inevitable, y si
la prohibición de importar africanos no fue muy estricta después de 1807,
ofrecía dificultades a la importación de extranjeros; también el tráfico interes3
4
Tannenbaum, 1946.
Fogel, 1994: 114-153.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 9-18, ISSN: 0034-8341
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LOS ÚLTIMOS IMPERIOS ESCLAVISTAS: ESPAÑA Y BRASIL EN EL SIGLO XIX
13
tatal había sido prohibido en numerosos estados y el contrabando era habitual.
El modelo funcionó medio siglo. La perspectiva de un imperio esclavista hacia
1850, con sede en el Golfo y extendido por el Caribe español, proporcionó el
espejismo no sólo de nuevos territorios, sino una ampliación considerable del
mercado de esclavos legales e ilegales.
Frente a estas limitaciones, hábilmente sorteadas, la posibilidad de acudir a
nuevos esclavos africanos, legal en Brasil hasta 1831 y tolerada después por el
Imperio hasta 1850, ampliamente consentida por España en sus colonias antillanas hasta 1867, intensificó en las unidades económicas el «consumo» de
fuerza de trabajo, cualquiera que fuera su efecto destructivo sobre un trabajador cuya reposición resultaba más sencilla que en el Sur. A la vez, en Brasil y
las Antillas españolas se permitían ciertas modalidades de manumisión y se
toleraban los espacios concedidos a —o conquistados por— la población libre
negra y mulata, la gente «de color»: un contraste con la explotación estricta,
que si de un lado se insertaba en tradiciones coloniales anteriores, de otra exigía una adaptación a los tiempos, como así sucedió, pues a pesar de la relativa
facilidad para reponerlos en el régimen productivo y de servicios, su precio
fue haciéndose más elevado, signo del valor que estaba en situación de producir en su condición cautiva, antes que de las dificultades del tráfico atlántico,
que también encarecían la «pieza».
Por otro lado, los tres casos ilustran a la perfección el considerable desarrollo del trabajo esclavo en el XIX, supuestamente, el siglo de la emancipación,
después de que pasara a convertirse en residual por su incapacidad de crecer
en las colonias inglesas y holandesas, hasta desaparecer en la cuarta década.
Las colonias francesas participaron de la primera tendencia expansiva, con
tres limitaciones: la reducida superficie cultivable de las islas, la resistencia
vinculada al periodo en que la esclavitud estuvo suprimida y la abolición definitiva en 1848. En el siglo XVIII los ingleses habían desembarcado en torno a
dos millones de africanos en el Caribe, los franceses más de un millón, holandeses y daneses completan el cuadro con unos 400.000. Únicamente Brasil
movió cifras similares, unos dos millones en el XVIII y otros tantos en el XIX,
sólo que en el segundo lo hizo en apenas cincuenta años. Las Antillas españolas, rezagadas durante el Setecientos, cuando importan unos 80.000 africanos,
recibieron hasta el cese de la trata legal, en 1820, unos 175.000, y después la
cifra total del Setecientos pudo multiplicarse por diez. El desplazamiento y
la concentración en espacios delimitados son evidentes, y muy notables.
¿Qué estaba pasando para que hubiera un resurgir de una institución declarada
contraria a la razón, a los sentimientos humanos y al espíritu liberal del nuevo
siglo?
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 9-18, ISSN: 0034-8341
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14
JOSÉ A. PIQUERAS Y RAFAEL MARQUESE
La evolución y la magnitud de la trata de africanos, además de la trágica
experiencia que representó para quienes fueron actores directos y sujetos pasivos, pueden ser tomadas por indicadores precisos de la demanda comercial y
del uso laboral que reclamaba la fuerza de trabajo de forma incesante. Como
hemos señalado, tres grandes destinos americanos, Brasil, las Antillas españolas y el Sur de los Estados Unidos, fueron las últimas grandes potencias esclavistas. De manera sostenida y creciente, no sólo conservaron la peculiar institución, sino que la desarrollaron hasta niveles desconocidos y la integraron en
un modelo nuevo de explotación que iba unido a los cambios más avanzados,
sociales y tecnológicos, de los países que constituían el mercado de los bienes
producidos con mano de obra forzada. La esclavitud del siglo XIX es, en ese
sentido, el reverso de la revolución industrial, como la esclavitud del XVIII,
unida a la concepción mercantilista de los intercambios, fue factor esencial de
la formación de capitales que prepara esa misma revolución. Es el reverso,
otra faz del mismo fenómeno y, al tiempo, forma parte de la misma industrialización y de sus consecuencias internacionales. Está asociada y a la vez que
contribuye a la industrialización, es una de sus expresiones más destacadas y
contradictorias.
La percepción medievalizante de la esclavitud, concebida desde la continuidad de los siglos como una entidad social única e inmutable, conduce a enfatizar su arcaísmo, a considerarla exclusivamente como una categoría social
de otra época, de los tiempos bárbaros, en el lenguaje de ilustrados, humanistas y demócratas de la época. Desde luego, era arcaica por la naturaleza que la
define: el derecho de propiedad de unas personas sobre otras para disponer de
ellas y de su trabajo. Podía considerarse, y de hecho fue considerada, una categoría ajena y contraria a las formas «modernas» de producir y a la consideración de la modalidad «óptima» del trabajo, esto es, el trabajo declarado libre,
la libertad de contratación y de retribución, la libertad para establecer la duración de la jornada de trabajo o incluso de sustraerse al sistema, al margen de
resolver por otros medios el problema de la subsistencia.
La esclavitud del siglo XIX subsiste y se expande asociada a la industrialización, proceso que hace posible —en lo que constituye una nueva contradicción aparente— cuando facilita materias primas a gran escala y a costes bajos
para abastecer la industria moderna (algodón), y cuando gracias a la producción masiva, con disciplina y bajos costes, suministra a precios cada vez más
reducidos bienes que se van a convertir en artículos populares de consumo
(azúcar, café, tabaco); el volumen de bienes primarios (materias primas y bienes semielaborados) desplazados hasta los puertos, a través del Atlántico y de
los puntos de desembarco a sus destinos, multiplican los medios y las redes de
transporte, que a su vez se dotan de los mayores adelantos; la compra-venta de
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esos bienes mueve considerables recursos financieros y exige dotarlos de instrumentos más sofisticados; se compran tanto frutos como previsiones, verdadero anticipo de los mercados de futuros que luego hemos conocido. Ese signo
de modernidad, que Moreno Fraginals no dejó de enfatizar para el caso cubano5, ni se explica por sí mismo ni es resultado de una asociación meramente
periférica y secundaria del desarrollo económico más avanzado del siglo, por
más que no reproduzca la estructura social propia del capitalismo sino que, por
el contrario, refuerce y amplíe las relaciones sociales de producción esclavistas, con la oportuna consecuencia para la conformación de las categorías y los
grupos sociales, en Cuba y en Brasil.
De acuerdo con la convincente explicación de Dale Tomich, resulta oportuno reconocer una segunda esclavitud, promovida y conservada en correspondencia con la revolución industrial en los países-mercado. La consideración de la segunda esclavitud como uno de los componentes de la «moderna» economía mundial, auspiciadora del desarrollo tecnológico y receptora
de esa misma tecnología que reproduce las relaciones esclavas e incrementa
el número de esclavos necesarios para abastecer fábricas y mercados, contribuye poderosamente a resituar a la plantación esclavista del siglo XIX. En
definitiva, la expansión de la nueva fase de la esclavitud y su mayor escala
guardaba relación con la emergente división internacional del trabajo auspiciada por el capitalismo, que requiere y potencia formas variadas para poner
en exploración nuevas regiones como premisa del desarrollo industrial y de
la extensión de los mercados. El resultado, siguiendo a Tomich, es la interdependencia de las modalidades de trabajo en economías con vocación global,
relacionadas e integradas, que contempla relaciones sociales dispares en
un orden heterogéneo e interdependiente, contradictorio y hasta antagónico en ocasiones, que proporciona unidad en la diversidad6. En consecuencia, el «atraso» político y social de países como Brasil y Cuba —esta última,
bajo rigurosa condición colonial— se inserta en las dinámicas más activas
de la moderna economía, de la que forman parte como actores de primer
orden.
El número monográfico de Revista de Indias que presentamos está dedicado al estudio y la reflexión sobre dos de los imperios esclavistas del siglo XIX,
los de raíz ibérica, los primeros en implantarse en el Nuevo Mundo y los últimos en suprimir la esclavitud: Brasil, de la colonia al imperio, y España, a través de sus posesiones antillanas, en particular, Cuba, que concentra el 90% de
5
6
Moreno Fraginals, 1976, I: 151-157 y 203-255, III: 11-15.
Tomich, 2004: 3-56.
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JOSÉ A. PIQUERAS Y RAFAEL MARQUESE
la economía esclavista y de la fuerza de trabajo esclava en los dominios insulares hispanos.
En 2010 se cumplieron doscientos años del Tratado de Alianza y Amistad
entre el rey de Portugal y el de Gran Bretaña por el que el primero se comprometía a favorecer una extinción gradual del comercio atlántico de africanos en
sus dominios. En 2011 se cumplen doscientos años de las primeras iniciativas
destinadas a suprimir la trata de africanos y abolir la esclavitud en los dominios españoles, presentadas en las Cortes de Cádiz por los diputados Guridi y
Alcocer y Agustín Argüelles, a las que tenaz y eficazmente se opuso el diputado por La Habana, el ayuntamiento de esa ciudad y los principales hacendados
cubanos reunidos en el Real Consulado de Agricultura y Comercio. En 2011
se conmemora, asimismo, el 125 aniversario de la supresión de la esclavitud
en Cuba, con el cese en 1886 del régimen del patronato. La historia del Imperio del Brasil discurre en forma paralela y, a la vez, une su suerte al de un determinado sistema social en el que el esclavo desempeña un papel central.
Emigrada la corona a Río de Janeiro, en 1808, mientras la Península comenzaba a ser invadida, Brasil fue elevado a condición de reino, reconocido en el
Congreso de Viena, el mismo que recomendaba prohibir la trata de africanos,
y se separaba de Portugal en 1822 como imperio constitucional, prácticamente
en las mismas fechas en que debía cesar el comercio de africanos con las colonias españolas. La abolición en 1888 del patronato precede en un año a la caída del trono y a la proclamación de nuevo estado, la república. Estas historias
paralelas Brasil/Cuba —y por comprensión, España, pues la segunda careció
de entidad política hasta 1902— ofrecen grandes posibilidades para la práctica
de la historia comparada7.
El mejor camino para propiciarla tal vez sea comenzar por crear espacios
de información y debate a propósito de cuestiones pertinentes en las dos experiencias. El actual número de Revista de Indias selecciona un número de temas
que tienen como eje la renovación y conservación de la esclavitud entre finales
del XVIII y comienzos del XIX, las resistencias y vías de emancipación dentro
del sistema, las condiciones demográficas y de producción que subsisten en
una coyuntura distinta a la del esplendor de la economía esclavista, que antecede y anuncia la abolición. En sus páginas, de una u otra forma, están presentes a cada momento las políticas de la esclavitud, menos como disposiciones
legales y orientaciones de gobierno como en su construcción cotidiana a través
de una combinación de normas jurídicas, prácticas sociales y reclamos materiales. Los artículos aquí reunidos ofrecen distintas perspectivas metodológi7
Berbel, Marquese, Parron, 2010.
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cas sobre temas que apuntan a la convergencia de la trayectoria histórica de la
esclavitud negra en Brasil y en Cuba. Con este volumen esperamos estimular a
los investigadores que se ocupan de esos dos espacios a integrar, en un cuadro
de análisis unificado, el examen de los dos últimos imperios esclavistas de
Occidente. Es una tarea que, ciertamente, corresponderá antes a esfuerzos colectivos que a iniciativas aisladas de investigación.
BIBLIOGRAFÍA
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Cuba, c.1790-1850, São Paulo, Hucitec, 2010.
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REVOLTA ESCRAVA E POLÍTICA DA ESCRAVIDÃO:
BRASIL E CUBA, 1791-1825
POR
RAFAEL MARQUESE
TÂMIS PARRON
Universidade de São Paulo
O artigo examina o impacto político do ativismo escravo, no Brasil e Cuba, de 1790 a
1825, isto é, do início da Revolução de Saint-Domingue à outorga da Constituição do Brasil
(1824) e à decretação das faculdades onímodas para os capitães generais de Cuba (1825), no
contexto imediato do término das guerras de independência no continente. Ao invés de discutir
e classificar em uma ordem tipológica o caráter específico das diversas expressões de resistência escrava coletiva, o artigo procura compreender o efeito dessas ações na dinâmica
macro-política desses dois espaços, verificando em que medida elas conformaram o quadro
político e institucional da escravidão no Brasil e em Cuba.
PALAVRAS-CHAVE: Resistência escrava, Era das Revoluções, macro-política, Brasil, Cuba.
REVOLTAS ESCRAVAS E ANTIESCRAVISMO NA ERA DAS REVOLUÇÕES
Ainda que tenha sido abordado por historiadores e militantes negros desde
a década de 1930, o tema dos significados políticos do ativismo escravo durante a Era das Revoluções somente passou a ser investigado de modo sistemático com a grande renovação que a historiografia sobre a escravidão negra
nas Américas verificou após a década de 1960. O trabalho de maior impacto
nesse campo foi, talvez, o de Eugene Genovese, tanto pela acolhida positiva
como pelas críticas que recebeu. Em ensaio originalmente publicado em 1979,
Genovese propôs uma diferenciação para as manifestações coletivas de resistência escrava negra entre os séculos XVI e XIX que contrapunha as ações
«restauracionistas» às ações «revolucionárias». De acordo com seu modelo,
antes das revoluções democrático-burguesas do final do século XVIII, o hori-
20
RAFAEL MARQUESE E TÂMIS PARRON
zonte daqueles que se levantaram contra as ordens escravistas americanas não
projetava a possibilidade do fim da escravidão, haja vista que os grupos escravizados, procurando restaurar elementos de uma ordem social pregressa, insurgiam-se antes contra seus senhores brancos do que contra a instituição que
os mantinha sob cativeiro. «A conquista do poder do estado pelos representantes da burguesia que se consolidava na França», contudo, «transformou decisivamente o terreno ideológico e econômico. Nada mudou da noite para o dia»,
prossegue1, «mas a Revolução Francesa forneceu as condições mediante as
quais uma revolta das massas em São Domingos poderia tornar-se uma revolução por si mesma». Doravante, o sucesso dos revolucionários haitianos forneceria o diapasão para seus pares escravizados nas demais regiões do Novo
Mundo, colocando decisivamente no horizonte de atuação coletiva dos escravos a derrocada da instituição do cativeiro.
Se o argumento foi incorporado em trabalhos de outros historiadores, em
especial na notável obra de Robin Blackburn (1988) sobre a queda do escravismo colonial, pode-se afirmar que as objeções prevaleceram sobre sua aceitação. Elas variaram da proposição de modelos alternativos —como o de Michael Craton (1982) a respeito do peso da «crioulização» da população escrava
para a modificação dos padrões de resistência coletiva— à crítica empírica.
Neste segundo caso, os especialistas lembraram a existência de várias rebeliões em diversos quadrantes do Novo Mundo que não se ajustariam à divisão
temporal proposta por Genovese2. O livro do historiador norte-americano, no
entanto, não suscitou apenas discussões sobre a mudança no caráter da revolta
escrava durante a Era das Revoluções, como, também, sobre o papel que os
sujeitos escravizados tiveram para o fim da escravidão ao longo do século XIX
—novamente, um tema que vinha da década de 1930, das obras de W.E.B. Du
Bois e C.L.R. James3.
A polêmica acaba de ser re-atualizada em um volume editado por Seymour
Drescher e Pieter Emmer. Nele, diferentes pesquisadores discutem a assertiva
do historiador português João Pedro Marques (2010: 5) sobre a impossibilidade
de se estabelecer «uma correlação direta, necessária ou suficiente entre levantes
escravos —que são uma parte integral da história da escravidão em várias épocas e latitudes— e as leis de emancipação aprovadas no Ocidente, todas elas
eventos bastante localizados e específicos na história humana». Com isso, Marques cinde a experiência singular da Revolução do Haiti dos demais processos
1
Genovese, 1983: 17.
Críticas que seguem essa linha empírica podem ser lidas nos artigos de Dick Geary e
Matthias Röhrig Assunção, ambos inseridos em volume editado por Libby e Furtado, 2006.
3 Du Bois, 1992 y James, 2000.
2
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REVOLTA ESCRAVA E POLÍTICA DA ESCRAVIDÃO: BRASIL E CUBA, 1791-1825
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de abolição nas Américas, que, segundo ele, não dependeram de ações coletivas
de resistência escrava para que fossem bem sucedidos. Interessa notar que tanto
Marques como seus comentadores —excetuando-se Peter e Robin4— adotam os
mesmos procedimentos que foram seguidos por quase todos aqueles discutiram
a tese de Genovese, ou seja, eles empregam uma argumentação empírica que se
apega a eventos e processos isolados e que se nega a elaborar um quadro analítico de conjunto, ou, então, esforçam-se em organizar uma classificação tipológica das manifestações de resistência escrava coletiva e dos processos de abolição.
Nos dois casos, a escravidão negra no Novo Mundo é tratada sob o prisma da
continuidade, como uma estrutura histórica única, expressa, por exemplo, na
linha dada pelo «século da emancipação» (1794-1888).
Examinar de forma integrada Brasil e Cuba entre 1790 e 1825 —isto é, do
início da Revolução de Saint-Domingue à outorga da Constituição do Brasil e
à decretação das faculdades onímodas para os capitães generais de Cuba, no
contexto imediato do término das guerras de independência no continente—
pode ajudar a avançarmos na compreensão do impacto político do ativismo escravo durante a Era das Revoluções, sem que recaiamos nos problemas que
continuam presentes no debate sobre a matéria. Em livro recente escrito em
parceria com Márcia Berbel5, os autores deste texto apontaram a integração
histórica do Brasil e de Cuba nos quadros da economia mundial capitalista do
século XIX. Tal unidade datava de fins do século XVIII, fruto dos planos ilustrados para a recuperação econômica de Portugal e Espanha e da resposta que
as classes proprietárias da América portuguesa e de Cuba deram ao colapso da
colônia francesa de Saint-Domingue, e se solidificou nas primeiras décadas do
século seguinte. Após 1820, Brasil e Cuba foram as únicas regiões do Novo
Mundo que continuaram sendo alimentadas por um enorme tráfico transatlântico de africanos escravizados. Em razão disso, ambas as economias escravistas apresentaram grande dinamismo, rapidamente convertendo os dois
espaços nos maiores produtores mundiais de café e de açúcar; mas, também
por conta do tráfico negreiro, as classes proprietárias brasileiras e cubanas tiveram que enfrentar a fortíssima pressão diplomática britânica. Suas trajetórias políticas foram igualmente singulares: em um mar de repúblicas, de norte
a sul do continente americano, o Império do Brasil e a colônia espanhola de
Cuba representaram casos ímpares.
Os estudos que compararam as manifestações de resistência escrava coletiva no Brasil e em Cuba no século XIX buscaram acima de tudo elaborar tipo4
5
Blanchard, 2010: 133-44 y Blackburn, 2010: 169-178.
Berbel, 2010.
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logias para contrastar seus padrões6. Este texto adotará uma estratégia distinta:
ao invés de discutir e classificar em uma ordem tipológica o caráter específico
das diversas expressões de resistência coletiva, o objetivo será compreender o
efeito dessas ações na dinâmica macro-política, verificando em que medida
elas conformaram o quadro político e institucional da escravidão no Brasil e
em Cuba. Assim procedendo, seguiremos os caminhos abertos por trabalhos
como os de James Oakes, Emília Viotti da Costa, Gelien Matthews e Matthew
Mason7, que procuraram examinar como as «as ações escravas afetaram a política» e, reversivamente, como a «política afetou as ações escravas»8. A hipótese que desenvolveremos —e que retoma o argumento de nosso livro— é a de
que os caminhos políticos particulares que Brasil e Cuba percorreram ao longo
do século XIX resultaram em grande parte do impacto diferenciado que a ação
escrava coletiva teve nos dois lugares.
REVOLTA ESCRAVA E POLÍTICA DA ESCRAVIDÃO, 1791-1817
As comemorações do bicentenário da independência do Haiti estimularam,
na última década, o aparecimento de um bom número de publicações que se
dedicaram a avaliar os impactos da Revolução de Saint-Domingue sobre a escravidão negra em diferentes espaços do mundo atlântico9. Com isso, elas ajudaram a rever as grandes narrativas sobre a Era das Revoluções que haviam
predominado até então e que, em geral, silenciaram a respeito da centralidade
do processo revolucionário haitiano para a conformação dos destinos do Ocidente10. O tema, no entanto, não representa propriamente novidade para os historiadores que tratam dos casos de Cuba e do Brasil. A avaliação do impacto
da Revolução de Saint-Domingue sobre a dinâmica política nessas duas regiões conta com uma produção que se destaca pela relevância das interpretações
apresentadas e, em especial no primeiro caso, também por sua longevidade.
De fato, o problema da fidelidade de Cuba à Espanha ao longo do século
XIX, a contrapelo dos movimentos de independência e da construção de Estados nacionais politicamente soberanos em diferentes regiões da América de
colonização espanhola, foi relacionado, desde a década de 1820, ao tema da
escravidão. A idéia de que o avanço do escravismo nas atividades agro-expor6
7
8
9
10
Barcia, 2008.
Oakes, 1989; Da Costa, 1998; Matthews, 2006; Mason, 2006.
Mason, 2006: 5-6.
Geggus, 2001; Blackburn, 2006; Geggus & Fiering, 2009; Landers, 2010.
Trouillot, 1995.
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tadoras constituiu o principal obstáculo à independência, ao impedir que grandes empresários residentes em Cuba abraçassem a causa do rompimento com a
Espanha em vista do temor da repetição dos eventos revolucionários de
Saint-Domingue e da guerra racial que marcou o nascimento do Haiti, esteve
presente na pena dos mais diversos grupos políticos que atuaram na ilha ao
longo do século XIX (partidários da união à Espanha, independentistas, anexionistas, autonomistas), passando, posteriormente, para a historiografia nacionalista pré e pós-Revolução de 195911.
É certo que os historiadores não interpretaram a manutenção de Cuba
como colônia espanhola apenas à luz da escravidão e do temor da revolta escrava. De acordo com o sumário apresentado por José Antonio Piqueras, as
explicações correntes para a fidelidade cubana giraram —para além do já
mencionado tema do escravismo— em torno de três aspectos adicionais. Primeiro, o peso da presença militar espanhola em Cuba, derivado, por um lado,
das reformas promovidas após a tomada de Havana pelos ingleses em 1762, e,
por outro, do lugar estratégico ocupado pela ilha no contexto das guerras de
independência no continente. Segundo, o afluxo de refugiados, tanto da Revolução de Saint-Domingue como das sucessivas derrotas espanholas no continente, que trouxeram para Cuba um contingente não desprezível de pessoas
com sentimentos contrários à independência e temerosos dos riscos de uma
eventual mobilização da população negra e mulata. Terceiro, a aposta da oligarquia havanesa no caminho do reformismo de Fernando VII, capaz, segundo
ela, de continuar carreando a Cuba os benefícios que vinham sendo obtidos
desde o início das reformas bourbônicas. A articulação entre essas variáveis,
contudo, ainda seria dada pela escravidão negra: nos termos de Piqueras12,
«beneficiários de uma recente prosperidade, os plantadores crioulos temeram
que uma insurreição separatista e a previsível resposta violenta espanhola acabassem com a riqueza da ilha, sendo aproveitada pelos escravos para promover uma rebelião que subverteria a ordem social».
Para o Brasil, a análise sobre o impacto da ação escrava coletiva de
Saint-Domingue na conformação dos destinos nacionais é mais recente que
em Cuba, mas; seu peso historiográfico, não menos relevante. Vejam-se, por
exemplo, dois influentes ensaios que foram escritos por ocasião das comemorações dos 150 anos da independência brasileira. No primeiro deles, Kenneth
Maxwell procurou compreender as relações entre os questionamentos do mando colonial português sobre a América na década de 1790 e o projeto imperial
11
12
Venegas Delgado, 2005.
Piqueras, 2003: 185-186.
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colocado em prática com a fuga da família real para o Rio de Janeiro. Segundo
Maxwell, os vassalos residentes em Minas Gerais que conspiraram contra a
coroa portuguesa entre 1788 e 1789 pretendiam criar um governo republicano
conforme o modelo norte-americano, sem recear o chão social escravista que
lhes servia de suporte. Com o malogro do plano e, sobretudo, com os ventos
revolucionários atlânticos que se seguiram, a plataforma política dos senhores
de escravos da América portuguesa começou a se alterar. A revolta escrava de
Saint-Domingue, ao mesmo tempo que estimulou a retomada das atividades
agro-exportadoras, acendeu o sinal de alerta quanto às implicações da adoção
de uma plataforma republicana em uma sociedade escravista. Os receios senhoriais adquiriram corpo com a conspiração de 1798 na Bahia, marcada pela
ameaça de polarização racial. A cadeia de eventos de 1789- 1791-1798, assim,
ajudou a selar a aliança do colonato escravista da América portuguesa com a
metrópole. Consubstanciada pela nova idéia de império luso-brasileiro formulada pelo grupo que gravitava em torno do Secretário de Estado da Marinha e
dos Domínios Ultramarinos, D. Rodrigo de Sousa Coutinho, o ponto de chegada dessa aliança consistiu justamente no deslocamento do centro do poder imperial para a América efetuado em 180813.
Interpretação semelhante sobre o peso de Saint-Domingue na política imperial luso-brasileira foi apresentada pela historiadora Maria Odila Leite da
Silva Dias, que abordou o período posterior a 1808. Interessada em apreender
as condicionantes da peculiaridade da emancipação política brasileira, em especial seu caráter «moderado» marcado pela ausência de conflitos militares de
maior envergadura e pela manutenção da monarquia, da escravidão e da unidade territorial, Silva Dias chamou atenção para o processo de «transformação
da colônia em metrópole interiorizada». O estabelecimento da corte joanina no
Rio de Janeiro e o conseqüente «enraizamento do Estado português no Centro-Sul» ofereceram às classes proprietárias dessa região um caminho seguro
no contexto da crise imperial que se seguiu à Revolução do Porto, costurado
por meio de alianças com seus pares das demais províncias brasileiras. O que
cimentou esse pacto, segundo a autora, foi o próprio espectro de uma ação coletiva de negros e mulatos, livres e escravizados, contra a ordem vigente. Em
seus termos,
o sentimento de insegurança social e o “haitianismo”, ou seja, o pavor de uma insurreição de escravos ou mestiços como se dera no Haiti em 1794 [sic], não devem ser
subestimados como traços típicos da mentalidade da época, reflexos estereotipados
da ideologia conservadora e da contra-revolução européia. Eles agiram como força
política catalisadora e tiveram um papel decisivo no momento em que regionalis13
Maxwell, 1999: 157-207.
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mos e diversidades de interesses poderiam ter dividido as classes dominantes da
colônia.14
Após a publicação desses dois ensaios, tornou-se corrente entre os especialistas a avaliação de que o medo —informado pelo espectro da Revolução de
Saint-Domingue— de ações coletivas dos escravos e de uma eventual associação deles com negros e mulatos livres teve papel de destaque na conformação das opções políticas seguidas pelos atores sociais do período da independência do Brasil15.
O exame comparativo com Cuba, contudo, indica alguns dos problemas
desse enquadramento. A historiadora Ada Ferrer vem demonstrando em diversos ensaios16 como a radicalização da Revolução de Saint-Domingue na década de 1790 e nos primeiros anos do século XIX foi acompanhada de perto em
Cuba, por todos seus setores sociais (senhores, escravos, camadas livres nas
cidades e no campo), não obstante os esforços dos homens de Estado para reprimir a difusão das notícias a respeito daqueles eventos. Os canais de circulação dos informes foram os mais diversos. Ofícios secretos remetidos por autoridades coloniais que eram vazados por seus mensageiros, relatos pessoais
de soldados que combateram republicanos e escravos rebeldes, depoimentos
de refugiados da colônia espanhola de Santo Domingo e notícias publicadas
pela Gaceta de Madrid mantinham os cubanos a par de todos os acontecimentos da ilha vizinha. Alguns dos principais membros da oligarquia havanesa
—como o marquês de Casa Calvo e Francisco de Arango y Parreño— tiveram
experiência direta de terreno em Saint-Domingue, fosse combatendo as tropas
republicanas francesas (caso do marquês, comandante do Batalhão de Infantaria de Havana, que lutou em Saint-Domingue entre 1793 e 1795), fosse participando de missões diplomáticas (caso de Arango, que visitou a ilha em abril e
maio de 1803, no ápice dos embates entre as tropas de Napoleão e os ex-escravos em armas). Mais importante que tudo, no entanto, é o fato de o Haiti ter
inspirado diretamente ações escravas em Cuba. Os eventos revolucionários do
Haiti se fizeram presentes a todo momento nas bocas dos cativos em Cuba, em
14
Dias, 2005: 23.
Tendo por foco a província da Bahia, João José Reis alargou a perspectiva aberta por
Maxwell e Silva Dias ao explorar o papel do chamado «partido negro» no processo de independência do Brasil (Reis, 1989). Tal interpretação foi aplicada ao estudo de províncias como
Maranhão, Minas Gerais e Pernambuco. Ver, a respeito, os trabalhos de Matthias Röhrig
Assunção, Ana Rosa Cloclet da Silva e Marcus J.M. de Carvalho, inseridos em volume editado
por István Jancsó, 2005. Por fim, vale lembrar que Robin Blackburn, na parte relativa à independência do Brasil. Blackburn, 1988: capítulo X. Valeu-se amplamente dos trabalhos de Maxwell, 1999 e Dias, 2005.
16 Ferrer, 2004, 2008, 2009.
15
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uma prática discursiva reiterada que expressava uma leitura aguda das possibilidades de sucesso de uma rebelião escrava em larga escala. Para Ferrer17,
«tanto do volume como do conteúdo repetido dos testemunhos, emerge um terreno no qual os escravizados pareceriam estar quase sempre imaginando a
guerra e a liberdade que dela resultaria».
Se, por um lado, é difícil identificar concretamente o peso da inspiração
haitiana em cada uma das múltiplas conspirações de escravos que as autoridades hispano-cubanas desbarataram antes de eclodirem ou que tiveram que reprimir pela força das armas entre 1791 e 1810, por outro lado sabemos que ela
informou diretamente a ampla e complexa articulação entre escravos africanos
e crioulos, negros e mulatos livres que galvanizou a ilha no início de 1812,
corporificando expectativas geradas em duas décadas de agitação política no
Caribe.
O que particularizou a chamada «Conspiração de Aponte» em relação aos
padrões anteriores de mobilização escrava em Cuba foi seu cruzamento com a
dinâmica política do Império espanhol, em especial com as discussões nas
Cortes de Cádiz sobre os temas da escravidão negra e dos direitos de cidadania
das «castas» do Novo Mundo. Como se sabe, os debates de 26 de março e 2 de
abril de 1811 colocaram em pauta a emancipação do ventre escravo e a abolição imediata do tráfico negreiro transatlântico18. Tais proposições enfrentaram
a viva oposição do representante de Havana em Cádiz, o deputado Andrés de
Jaurégui, que na ocasião advertira seus pares a respeito dos riscos de um debate desta natureza chegar ao conhecimento dos escravos em Cuba. O argumento
que Jaurégui apresentou na sessão de 2 de abril para se contrapor à proposta de
Augustín Argüelles de encerramento imediato do tráfico transatlântico contrastou a estabilidade de Cuba no contexto posterior a 1808 com os problemas
que vinham perturbando o mando espanhol em Nova Granada, na Nova
Espanha e no Rio da Prata. A principal peça de ameaça às Cortes, contudo, valeu-se da experiência francesa anterior, isto é, das conseqüências que a politização do tema da escravidão na metrópole trouxera para o Caribe: Jaurégui solicitava a seus pares de que se lembrassem «da imprudente conduta da Assembléia Nacional da França, e dos tristes e fatais resultados que produziu, ainda
mais de seus exagerados princípios, nenhuma reflexão ... digo mais, a precipitação e inoportunidade com que tocou e conduziu um negócio semelhante»19.
Costurando uma reação conjunta com os poderes escravistas na ilha, isto é,
com o capitão-general e os órgãos de representação colonial (Ayuntamiento,
17
18
19
Ferrer, 2009: 233.
Berbel & Marquese & Parron, 2010: 117-25.
«Documentos» 1814: 90.
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Real Consulado e Sociedade Econômica dos Amigos do País de Havana), Jaurégui conseguiu nos meses seguintes silenciar a discussão sobre a matéria em
Cádiz. É interessante notar como sua plataforma pró-escravista foi combinada
com a posição que adotou a respeito do tema candente da cidadania para as
«castas» do Novo Mundo. Os debates de setembro de 1811 tiveram grande repercussão nas Américas; a racialização do tema da cidadania em Cádiz foi um
dos vetores que impulsionaram o movimento de independência em grande parte das colônias americanas e, não por acaso, os revolucionários americanos das
regiões com maior aporte de afro-descendentes livres —como Caracas e Nova
Granada— responderam à formulação excludente dos deputados peninsulares
elaborando seus próprios mitos de inclusão racial20. Em toda a contenda em
Cádiz, Jaurégui deu suporte à proposta excludente apresentada pelos liberais
metropolitanos, contra a posição adotada pelo restante da deputação americana.
O projeto pró-escravista e contrário à concessão de direitos de cidadania
para negros e mulatos livres que Jaurégui levou a Cádiz se atrelava a um conjunto de forças mais amplas. Em seu texto fundador de 1792, que articulava as
oportunidades econômicas abertas com a grande revolta escrava da colônia
francesa a um amplo programa de reformas para alavancar a produção escravista cubana, Francisco de Arango y Parreño defendeu a desmobilização progressiva dos batalhões de pardos e morenos como meio de garantir a segurança interna da ilha diante da massa de escravos africanos que seriam doravante
introduzidos. Arango entendia que os veteranos daqueles destacamentos,
quando retirados ao campo, tenderiam —por causa da identidade de cor («todos são negros; pouco mais ou pouco menos têm as mesmas queixas e o mesmo motivo para viverem desgostados de nós»)— a se unir aos escravos na
contestação à ordem escravista em Cuba21. A plataforma de Arango sobre a
matéria, ainda que tivesse sido respaldada pelo Real Consulado de Havana,
não era consensual entre os senhores cubanos e tampouco foi atendida pelos
capitães generais de Cuba na virada do século XVIII para o XIX; ela, no entanto, contribuiu para o progressivo solapamento do prestígio das milícias negras e mulatas e, sobretudo, forneceu o caminho adotado por Jáuregui nos debates sobre o tema das castas em Cádiz. Essa plataforma conjugava a defesa
da ampliação do tráfico negreiro transatlântico com a defesa do enrijecimento
das barreiras raciais em Cuba, alterando assim o quadro das relações sociais
escravistas que vigorara sem questionamentos na ilha até 1790. Restringir os
20
21
Helg, 2001; Lasso, 2003; Thibaud, 2010.
Arango, 2004a: I, 172.
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direitos de cidadania dos grupos egressos do cativeiro, portanto, casava-se perfeitamente com a idéia de silenciar o debate sobre a escravidão e o tráfico no
plenário das Cortes.
Importa destacar como as discussões metropolitanas de 1811 sobre escravidão e cidadania serviram de combustível para a mais séria ação de resistência escrava coletiva até então ocorrida em Cuba. Com efeito, nos três primeiros meses de 1812, os poderes escravistas cubanos se viram diante de um
enorme desafio. Em 15 de janeiro, escravos pertencentes a cinco engenhos de
Puerto Príncipe se levantaram contra seus senhores e, em Bayamo, uma rebelião foi abortada três semanas depois. Matt Childs22, autor do mais recente trabalho sobre o tema, esclarece que os dois episódios ocorridos no oriente da
ilha fizeram parte de uma ação concertada, e colocaram a zona ocidental
—centro da economia escravista de Cuba— em estado de alerta. Nesse meio
tempo, um plano para um amplo levante se encontrava em estágio avançado
de preparação na região de Havana. Homens livres de cor que tinham trânsito
entre a área urbana e a rural e escravos alocados nas atividades de transporte
das plantations açucareiras e cafeeiras estabeleceram contatos entre os trabalhadores escravizados no campo e seus pares em Havana. O comando da articulação sediciosa, contudo, coube a um grupo restrito de milicianos negros e
mulatos, alguns dos quais com histórico de experiência familiar direta nos
conflitos caribenhos. O avô e o pai do mulato e ex-capitão de milícia José
Antonio Aponte, por exemplo, haviam combatido os ingleses durante, respectivamente, a ocupação de Havana e a guerra de independência dos Estados
Unidos.
A chegada em Havana das notícias da repressão aos levantes escravos no
oriente da ilha e as primeiras delações de que haveria um plano semelhante em
marcha no ocidente aceleraram sua execução. Na noite de 15 de março, poucos
dias antes da data fixada por Aponte para o início da rebelião, os escravos do engenho Peñas-Altas se levantaram, destruindo a propriedade e matando o mestre
de açúcar, seus dois filhos e dois feitores brancos; em seguida, tentaram repetir o
sucesso nos engenhos da redondeza, mas foram derrotados e desbaratados ao
atacarem a quarta plantation. Nesta mesma noite, afixou-se nas paredes externas
do palácio do capitão general de Cuba uma declaração de independência da ilha,
que —soube-se depois— fora ditada por Aponte a Francisco Javier Pacheco,
outro negro livre que havia servido como voluntário no batalhão negro de Havana. Nos dois meses seguintes, as autoridades prenderam cerca de 200 escravos e
negros e mulatos livres envolvidos na trama, cuja meta central era acabar com a
22
Childs, 2006.
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escravidão e o colonialismo espanhol em Cuba. Os poderes escravistas puderam
então constatar, alarmados, a ampla participação de membros dos batalhões de
pardos e morenos em todas as etapas da sedição, algo que tornavam concretos
os receios avançados por Arango em 1792.
Conforme nos adverte Childs, não há evidências conclusivas sobre a
existência de uma articulação entre os eventos do oriente e os de Havana. As
relações entre o que se discutiu ao longo de 1811 em Cádiz e o plano liderado
por Aponte, contudo, são diretas. As notícias sobre os debates de 26 de março
e 2 de abril de 1811, ao chegarem em Cuba, geraram rumores imediatos entre
os escravos, que passaram a afirmar que haviam sido libertados pelo rei da
Espanha, mas seus senhores se recusavam a cumprir a normativa. Tão logo em
23 de maio de 1811, uma carta assinada pelo Real Consulado e pela Sociedade
Econômica de Havana postulava que as discussões em Cádiz resultaram «na
excitação das aspirações dos escravos para obter a liberdade, com a confiança
de que ela já havia sido dada a eles»23. Após os primeiros interrogatórios dos
envolvidos no plano de rebelião, o então capitão general marquês de Someruelos pôde aquilatar em carta de 7 de abril de 1812 que Aponte se valera dos
boatos correntes para arregimentar forças entre a população escravizada africana e crioula da zona de Havana. Devemos acrescentar, ainda, que Aponte
provavelmente tinha ciência no início de 1812 das deliberações constitucionais de setembro do ano anterior, que barravam as possibilidades de americanos livres, porém descendentes de africanos, terem seus direitos de cidadania
assegurados.
A inspiração decisiva, no entanto, veio do exemplo do Haiti. Como parte
de seu proselitismo revolucionário, Aponte mostrava para os membros das milícias negras e mulatas —bem como para escravos— que se reuniam em sua
casa um livro de desenhos que continha mapas das ruas e dos quartéis militares de Havana (nos quais se assinalava, dentre outros alvos, a casa daquele que
era visto como um dos grandes inimigos da população afro-cubana, Francisco
de Arango y Parreño), figuras de soldados negros derrotando brancos e, em especial, retratos de líderes revolucionários haitianos como Henri Christophe,
Toussaint L’Ouverture, Jean François e Jean-Jacques Dessalines. Os grupos
envolvidos na conspiração de Aponte nutriam a expectativa de que tropas haitianas ou de que destacamentos que lá haviam estado dariam suporte à rebelião
assim que ela eclodisse.
Em 23 de maio de 1812, ao reportarem às Cortes os eventos recém-ocorridos em Havana, Jaurégui e Juan Bernardo O’Gavan (o novo deputado cubano
23
Ibidem: 159.
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em Cádiz) apresentaram um memorial que repisava a argumentação sobre os
riscos de a assembléia tratar do assunto da escravidão e da cidadania para negros e mulatos livres. Nele, os dois deputados afirmavam que a maior «ameaça à ilha de Cuba era a população livre de cor na cidade [de Havana], pessoas
com mais habilidade que os escravos e com um certo grau de inteligência que
foi usado para promover o movimento»24. A exclusão dos direitos de cidadania das castas, prosseguiam, fora uma decisão mais do que acertada; de agora
em diante, caberia às Cortes silenciar completamente o tema da escravidão. A
aprendizagem política senhorial com o ativismo escravo em Cuba envolveu
ainda a percepção dos riscos contidos na livre divulgação de notícias e na contestação ao mando espanhol. Endurecimento das barreiras raciais e do controle
dos escravos, censura à imprensa e fidelidade à Espanha seriam alguns dos legados dos eventos de 1811 e 1812 para a política da escravidão em Cuba nas
próximas décadas.
No período em tela, não houve na América portuguesa nenhuma ação de
resistência escrava equiparável à Conspiração de Aponte em Cuba, seja em
abrangência organizativa e propósitos doutrinários, em inspiração direta no
exemplo revolucionário haitiano ou em seus efeitos sobre a dinâmica macro-política imperial. Tampouco encontramos no espaço do Atlântico Sul o
fluxo de informações que manteve os habitantes de Cuba a par de praticamente tudo o que ocorria em Saint-Domingue.
Em realidade, as notícias sobre os eventos revolucionários no Caribe
francês circularam, no Brasil, basicamente pela pena das autoridades metropolitanas portuguesas. No rol de fontes utilizadas por Kenneth Maxwell25 para
argumentar sobre o impacto do levante escravo caribenho nas percepções políticas dos senhores de escravos da América portuguesa, não aparecem documentos compostos por colonos, apenas missivas trocadas entre representantes
do poder metropolitano em Portugal e no ultramar. É o que se observa em uma
carta de 21 de fevereiro de 1792, endereçada pelo secretário de Estado da Marinha e de Ultramar, Martinho de Mello e Castro, a diversos governadores de
capitania da América portuguesa, também citada por outros historiadores
como prova dos temores coevos a respeito das repercussões da Revolução de
Saint-Domingue no Brasil26. A carta autorizava dois navios franceses em viagem científica a aportarem no litoral brasileiro, com a recomendação expressa
24
Ibidem: 127.
Maxwell, 1999.
26 Ver, a respeito, Lara, 1988: 35, correspondência enviada para o Rio de Janeiro e Vallim, 2007: 31, correspondência enviada para a Bahia. Reis e Gomes, 2009: 285-6 citam o mesmo documento para Pernambuco, no entanto datado de 4 de junho de 1792.
25
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para que sua tripulação fosse vigiada de perto, em vista dos rumores correntes
em Paris de que os clubes revolucionários pretendiam «propagar os abomináveis e destrutivos princípios da Liberdade». Esses princípios, que já haviam
ateado «o fogo da revolta, insurreição, fazendo levantar os escravos contra os
seus senhores, e excitando na parte francesa da ilha de S. Domingos uma guerra civil entre uns, e outros, em que se cometeram as mais atrozes crueldades
que jamais se praticaram, nem ainda entre nações mais bárbaras, e ferozes»27,
espalhavam-se rapidamente também pela Europa continental. Ou seja, a revolta em Saint-Domingue era lida pelas autoridades portuguesas como parte indissociável do processo revolucionário francês. Por essa razão —e não pelo temor de uma maior receptividade daquele exemplo na sociedade escravista colonial brasileira— é que se deveria atentar para as atividades de quaisquer
franceses que porventura chegassem ao Brasil.
Há dois casos-limites para avaliar o peso político que a experiência revolucionária de Saint-Domingue teve na mobilização escrava da América portuguesa. O primeiro está no projeto de sedição baiana de 1798. Várias leituras historiográficas postularam que a chamada «Inconfidência Baiana» foi marcada pela
participação exclusiva dos setores social e racialmente subalternos da capitania,
que, inspirados pelo caso francês, pretendiam subverter a ordem colonial por
meio do fim da sujeição a Portugal, da proclamação de uma república representativa, sem distinções de condição e raça, fundada na igualdade perante a lei.
Sua abrangência social restrita, concentrada nas camadas pardas e negras livres,
teria alarmado os poderes escravistas; «para os senhores de escravos», afirma
Kenneth Maxwell28, «as palavras dos mulatos baianos tornaram o contágio de
Saint-Domingue uma realidade concreta». Contudo, como bem ressalta o historiador István Jancsó em diversos trabalhos29, há um problema nevrálgico nessa
interpretação: o arco de participantes em 1798 foi manifestadamente mais amplo do que tradicionalmente se postula, ao englobar jovens membros da elite local na elaboração doutrinária do plano de sedição. Em sua ação repressiva, a coroa portuguesa restringiu a abrangência social do evento apenas à arraia miúda
de Salvador, livrando a pele dos filhos da elite local envolvidos na conjura, atitude que se inscrevia no projeto metropolitano de reforma das relações coloniais. Foi aí, na boca dos agentes metropolitanos sediados na Bahia, na pena do
governador D. Fernando José de Portugal, que apareceu o espectro da revolta
escrava: como esclarece Jancsó30, «a violência da repressão mostrava àqueles
27
28
29
30
«Carta», 1924: 449-452.
Maxwell, 2004: 538.
Jancsó, 1996, 2001.
Jancsó, 2001: 372.
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setores das elites coloniais que se deixaram iludir com quimeras políticas que
seus verdadeiros interesses os ligavam a Lisboa», indicando assim «que essa revolução, caso triunfasse, seria chefiada por homens pardos de poucas luzes e
baixa condição, o que equivalia a anunciar o colapso da ordem social, uma nova
Saint-Domingue».
O segundo caso limite está novamente na Bahia, em especial no ciclo de
rebeldia escrava que se iniciou em 1807. Na avaliação de Stuart Schwartz31,
«na longa história da resistência contra a escravidão brasileira não houve (...)
nada parecido com a série de revoltas e conspirações que sacudiram a cidade
de Salvador e a zona agrícola contígua, o Recôncavo, entre 1807 e 1835». Em
que pesem suas variações, tais ações apresentaram certos padrões comuns: a
organização dos rebeldes conforme as identidades étnicas construídas na diáspora, os esforços de escravos e libertos africanos para articular a resistência
entre a zona rural e os centros urbanos, o freqüente contato deles com as numerosas comunidades quilombolas do Recôncavo baiano. Nesse ciclo, 1814
foi um ano particularmente tenso. Em fevereiro, um levante haussá com mais
de duzentos escravos iniciado nas armações baleeiras ao norte de Salvador resultou em 58 mortos em combate do lado rebelde e 14 do lado da repressão,
quatro condenações à morte e 23 deportações para colônias penais em Benguela. Em março, um episódio de menor magnitude —mas não menos sério—
ocorreu na zona dos engenhos de Iguape, quando um projeto de levante de diferentes propriedades foi rapidamente debelado. Finalmente, em fins de maio,
as autoridades tomaram ciência de um amplo levante que fora programado
para eclodir em junho; mediante cuidadosas investigações, lograram reprimi-lo antes que os rebeldes partissem para o confronto32.
No contexto imediato das atribulações dos primeiros meses de 1814, os
senhores de escravos baianos compuseram uma peça na qual indicavam suas
ansiedades quanto à agitação escrava na capitania. Trata-se de uma fonte já
bastante examinada pela historiografia33, mas que vale retomar brevemente
aqui. Como bem demonstrou João José Reis34, o documento expressava a profunda oposição do senhoriato local contra a política de controle social adotada
pelo conde dos Arcos, governador e capitão general da Bahia a partir de 1810,
que revira as medidas repressivas adotadas pelo seu predecessor, conde da
31
Schwartz, 1996: 373.
Reis, 2003: 68-89; Schwartz, 1996: 377-87.
33 Reis, 2003: 82-87; Schwartz, 1988: 389; 1996: 376; Schultz, 2008: 192; Reis & Gomes,
2009: 288-89; cópia integral em Ott, 1957: 103-108, parcialmente transcrita em Silva, 1978:
101-3, e traduzida para o inglês em Conrad, 1994: 401-6.
34 Reis, 2003: 82-87.
32
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Ponte. Narrando os eventos de fevereiro de 1814 para o regente D. João (então
residente no Rio de Janeiro), a voz senhorial afirmava que, ao permitir a manifestação pública e autônoma de expressões culturais africanas, o conde dos
Arcos revelara uma lenidade altamente perniciosa para a manutenção da ordem escravista:
Esses ensaios [de rebelião], Senhor, bem prognosticam que chegará (a não se tomarem medidas mui sérias) um dia em que eles de todo acertem e realizem inteiramente o seu projeto [de “rebelar-se e matar todos os brancos”], sendo nós as vítimas
da sua rebelião e tirania. Isto nada tem de possível ou de difícil porquanto quem decide é o poder da força. Esta é de enorme desproporção a nosso respeito, pois que
está calculado pelas listas tiradas nesta Cidade no tempo do Exmo. Conde da Ponte
caberem de 24 a 27 negros a cada um branco ou mulato, isto pelo que respeita aos
existentes na Cidade, pois fora dela faz horror; basta saber que há 408 Engenhos e
que estes, entrando lavradores de canas, tabacos e armações, regulando a 100 cabeças por cada engenho, deitam a 40.800, havendo em cada engenho, quando muito
até seis pessoas brancas e pardas.
O argumento empregado pelo conde dos Arcos de que as rivalidades étnicas impediriam o estabelecimento de uma aliança comum de escravos e libertos contra brancos não era mais válido, «pois que o motivo da liberdade é de
interesse comum» a todos os africanos, como a insurreição de fevereiro provara com a participação de membros da «nação Nagô [e] Calabar» ao lado dos
«[H]aussás». Sob o grito de «“Liberdade, vivam os Negros e seu Rei o ... (!) e
morram os brancos e mulatos”», os rebeldes deixaram
claro que o partido é grande entre si e que forçosamente deve sucumbir o dos brancos
e pardos. Ninguém de bom senso, mesmo prescindindo do prognóstico do atual acontecimento, poderá duvidar que a sorte desta Capitania venha ser a mesma da Ilha de
São Domingos por dois princípios, primeiro pela demonstrada enorme desproporção
de forças e em uma gente aguerrida e tão bárbara que, quando acometem, não temem
morrer; (...); e o segundo princípio para deduzir a mesma conseqüência é a relaxação
dos costumes e falta de polícia (...)35.
Vemos, na passagem, como a movimentação escrava foi lida de acordo
com as lentes da experiência revolucionária haitiana. No entanto, para além de
exprimir um receio bastante palpável quanto à seriedade da situação na Bahia,
o exemplo foi claramente mobilizado para reforçar o ponto que os senhores
defendiam na peça, isto é, a necessidade de se retomar a estratégia de mão
dura adotada pelo antecessor do conde dos Arcos. Como parte da linguagem
política da Era das Revoluções, o uso do tópico haitiano trazia uma série de associações cujos efeitos poderiam ser decisivos nos rumos de uma discussão
35
«Representação», 1814: 103-105.
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política. Vimos como Jaurégui havia recorrido a essa linguagem em 1811.
Mas, para o caso baiano, há um aspecto particular: a centralidade do argumento demográfico para a construção da imagem dos riscos da repetição de
Saint-Domingue. Afinal, lembravam os signatários, «quem decide é o poder
da força». Caso ficasse demonstrado que a população branca e parda não era
tão inferior em relação à população escrava africana, o uso retórico do exemplo de Saint-Domingue perderia muito de sua eficácia. Um censo realizado em
1807 —durante o governo do conde da Ponte, portanto— indicara um quadro
bastante distinto da suposta proporção de «24 a 27 negros a cada um branco ou
mulato» em Salvador: então com pouco mais de 50 mil habitantes, a cidade
contava com uma proporção de 50% de negros, 22% de mulatos e 28% de
brancos36. Enquanto o jogo dos números estava sendo manipulado pelos senhores em 1814, os africanos rebeldes da Bahia se moviam de acordo com uma
plataforma que não buscava inspiração direta na experiência de seus pares caribenhos37.
A trajetória do Haiti parece ter sido acompanhada com maior interesse pelos grupos subalternos de Pernambuco durante a revolução de 1817, a mais séria contestação ao mando colonial português na América até então verificada.
Em que pesem discussões ocasionais sobre a escravidão negra, como as que
ocorreram em torno da interpretação dos dispositivos sobre igualdade de direitos contidos na lei orgânica do governo provisório ou, então, da proposta para
recrutamento militar de escravos conforme a prática adotada pelos patriotas no
curso das guerras de independência na América espanhola, durante os dois
meses de governo revolucionário em Pernambuco não houve quaisquer manifestações coletivas de resistência escrava equivalentes às da Bahia38. O ponto
central de fricção na ordem societária pernambucana em 1817 esteve na participação decisiva dos homens livres de cor, sobretudo por meio de sua atuação
nos terços militares de pardos e pretos. Tratava-se de um grupo com perfil semelhante ao dos principais líderes da Conspiração de Aponte, isto é, afro-descendentes livres que exerciam ofícios manuais no ambiente urbano e que viam
nas milícias negras e mulatas um caminho de projeção social. Havia, ademais,
razões comuns para o engajamento político revolucionário, ditadas pelas tentativas recentes de senhores e autoridades ilustradas hispano-cubanas e
luso-brasileiras para revogar certas prerrogativas de que gozavam nas forças
militares auxiliares39.
36
37
38
39
Schwartz, 1996: 375; Reis, 2003: 20-22.
Reis & Gomes, 2009: 306.
Mello, 2004: 49-50; Mota, 1972: 99-100, 154; Silva, 2001.
Childs, 2006: 89-91; Silva, 2003: 504-7.
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As semelhanças dos homens livres de cor de Pernambuco com seus pares
cubanos, no entanto, encerram-se aqui. Em Cuba, os milicianos negros e mulatos foram empurrados para a aliança com os trabalhadores escravizados africanos e crioulos em 1811, em vista da reconfiguração substantiva das estratégias
de controle social concebidas pelos senhores hispano-cubanos após o início da
revolução em Saint-Domingue, em especial dos critérios de exclusão social e
política dos setores egressos do cativeiro. A Revolução do Haiti teve impacto
distinto do espaço do Atlântico Sul, não gerando entre os senhores luso-brasileiros receios como os que levaram à revisão de práticas seculares de incorporação segregada de ex-escravos e seus descendentes no espaço do Caribe espanhol. Por essa razão, em momento algum se verificou na América portuguesa algo próximo à ampla aliança que uniu escravos (africanos e crioulos) e
livres (negros e mulatos) contra a ordem colonial escravista em Cuba. Em
Pernambuco, o alvo dos grupos racialmente subalternos envolvidos na Revolução de 1817 era a ordem colonial, mas não a ordem escravista. Como destaca Luiz Geraldo Silva, mesmo que tenham procurado se informar sobre os sucessos do Haiti no curso de 1817, os milicianos negros e mulatos de Pernambuco moviam-se conforme uma «perspectiva barroca de mundo», na qual «as
motivações, os interesses, se consubstanciavam na obtenção de cargos, privilégios, isenções, soldos e promoções que poderiam melhorar-lhes a vida, ou
facilitar-lhes sua ascensão social nos termos do Antigo Regime»40. Nessa perspectiva, deve-se adicionar, não se vislumbrava a possibilidade de uma associação política com os africanos submetidos ao cativeiro.
A observação é relevante frente às leituras que, na esteira do ensaio de
Maxwell, enfatizaram os temores diante do espectro do levante escravo como
o elemento responsável pelas hesitações dos grupos senhoriais de Pernambuco
e capitanias adjacentes em abraçar sem embaraços o caminho da contestação
revolucionária ao mando colonial português. É o que ocorre com o importante
trabalho de Carlos Guilherme Mota41. Ora, as fontes aí citadas para fundamentar a hipótese sobre o medo do Haiti como «o limite da consciência social» em
1817 são, além de poucas, retiradas ou da pena de observadores externos
—como a correspondência do comodoro britânico William Bowles, remetida
de Buenos Aires para Londres em 26 de maio daquele ano42— ou de agentes
diretamente envolvidos na repressão ao movimento. Neste segundo caso, é interessante notar como a proclamação emitida a bordo da fragata Pérola durante o bloqueio do porto do Recife em abril de 1817, ao elaborar uma narrativa
40
41
42
Silva, 2005: 924.
Mota, 1972: 119-120, 142-143.
Ibidem: 43.
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que ressaltava a fidelidade histórica dos pernambucanos ao império português
(com destaque para Henrique Dias e seus terços militares negros), fez uso do
tópico haitiano de modo idêntico ao empregado pelos senhores baianos em
1814, isto é, como uma arma retórica de convencimento do campo político adversário. Nas palavras do comandante José Maria Monteiro, «o exemplo da
Ilha de S. Domingos é tão horroroso, e ainda está tão recente, que ele só será
bastante para aterrar os Proprietários deste Continente»; aos senhores de homens e terras pernambucanos, portanto, restaria seguir o caminho da fidelidade a D. João VI e ao império português43.
Não estamos afirmando que o ativismo escravo não teve impacto nos rumos políticos da América portuguesa entre 1791 e 1817, mas sim que ele foi
de natureza distinta do que se verificou em Cuba, sem guardar relações diretas
com a experiência imediata do Haiti. Sem sombra de dúvidas, tal experiência
inovou profundamente o «repertório de contestação» negra no mundo atlântico, passando a fazer parte do horizonte de expectativas de todos seus atores
após 1804, independentemente de posição civil, social ou étnica44. No entanto,
a sua lembrança sempre esteve bem mais presente, no Brasil, na boca das autoridades do que nas ações escravas. O grande problema a ser enfrentado pelos
poderes escravistas da América portuguesa estava alhures, na politização do
lugar social ocupado pelos grupos egressos do cativeiro. Esta talvez tenha sido
a grande lição de 1817 para a aprendizagem da política da escravidão no período em tela: a participação dos estratos racialmente subalternos —porém livres— na contestação à ordem absolutista portuguesa, em uma atuação que seguia lógica própria.
REVOLTA ESCRAVA E A POLÍTICA DA ESCRAVIDÃO, 1820-1825
Os representantes brasileiros presentes nas Cortes de Lisboa (1821-1822) e
na Assembléia do Rio de Janeiro (1823) demonstraram uma clara percepção
dessa aprendizagem ao redefinir as relações imperiais portuguesas no contexto
de sua crise definitiva e, na seqüência, ao discutir os critérios de cidadania
para a nova ordem nacional que seria construída no Brasil.
Os deputados brasileiros em Lisboa verbalizaram o que pensavam sobre os
riscos de uma revolta escrava em larga escala na América quando, na sessão
de 22 de julho de 1822, a deputação portuguesa propôs o envio de tropas para
dar suporte ao brigadeiro Inácio Luis Madeira de Mello em sua luta contra as
43
44
«Proclamação», 1817; Mota, 1972: 59.
Tilly, 1993; Koselleck, 2006; Pimenta, 2004: 225-226.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 19-52, ISSN: 0034-8341
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REVOLTA ESCRAVA E POLÍTICA DA ESCRAVIDÃO: BRASIL E CUBA, 1791-1825
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forças contrárias às Cortes na Bahia. Ao votar favoravelmente a medida, o peninsular Ferreira de Moura deu três motivos: o avanço da plataforma da independência na Bahia, a proteção dos portugueses lá residentes e, finalmente, a
proteção da população branca nativa, «contra os negros que ameaçam a renovação das cenas de São Domingos». Para fundamentar o terceiro motivo,
Moura recorreu ao jogo dos números já praticado anteriormente na Bahia: «a
ordem das coisas nos ensina que em o número dos negros sendo maior que o
dos brancos, há de forçosamente começar a luta entre uns e outros»45. A reação
dos deputados do Brasil foi imediata e operou no mesmo campo de Moura.
Antonio Carlos Ribeiro de Andrada (São Paulo), José Ricardo Costa Aguiar
de Andrada (São Paulo) e Cipriano Barata (Bahia) afirmaram não haver quaisquer riscos de eventos semelhantes aos de Saint-Domingue virem a ocorrer no
Brasil, dada a especificidade da demografia brasileira, que contava com um
grande contingente de homens livres. Segundo José Ricardo,
a população do Brasil é seguramente de 2.100.000 almas livres, e se a este número
acrescentarmos mais uma quarta parte, segundo os cálculos do abade Corrêa (...),
teremos perto de três milhões de almas livres; e não terá este numero de gente bastante para reprimir os ataques da escravatura? A população de escravos na Bahia,
onde existe o maior numero deles, está para a de homens livres como 1 para 3; em
outras províncias os escravos são apenas o 5.º da população, e até ha algumas que
tem apenas um 8.º ou talvez mesmo um 10.º: ora para tudo isto bastão perto de três
milhões de habitantes livres que existem no Brasil, e todos interessados em reprimir
e subjugar os pretos46.
O debate em Lisboa reverberou no Rio de Janeiro, onde o argumento demográfico foi retomado para desautorizar os partidários da união a Portugal que recorreram à retórica do Haiti com o objetivo de frear o processo de independência47. Mesmo na Bahia, epicentro das manifestações coletivas de resistência escrava no Brasil, o senhoriato local não se deixou levar pela retórica
do Haiti, a qual, aliás, eles próprios haviam empregado com fins políticos em
1814. Basta prestarmos atenção às fontes utilizadas por João José Reis em seu
pioneiro ensaio sobre o «partido negro» na independência da Bahia (1989:
79-98), análogas às que Carlos Guilherme Mota empregou para o estudo de
1817. Os atores que recorreram ao exemplo revolucionário haitiano para alertar
sobre os riscos de uma guerra que estava fracionando a unidade entre os brancos
—Albert Roussin, Francisco de Sierra y Mariscal e um informante francês anônimo da Coroa portuguesa— eram estrangeiros ou membros do «partido» portu45
46
47
Diário, 1821-1822: 894-895.
Diário, 1821-1822: 897.
Youssef, 2010; Neves, 2000: 385-388.
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RAFAEL MARQUESE E TÂMIS PARRON
guês; a exceção cabe a José Garcez Pinto de Madureira que, em carta ao seu
cunhado Luís Paulino d’Oliveira Pinto da França, senhor de engenho e deputado
baiano em Lisboa, referiu-se muito brevemente a «São Domingos»48, associando-o, no entanto, não à ação escrava em particular, mas aos riscos da «anarquia»
em geral, um vocábulo cujo campo semântico era bastante alargado na linguagem política do período49. A própria irmã de José Garcez, Maria Bárbara, encarregou-se de esclarecer em carta de 29 de junho de 1822 o ponto de vista que
podemos tomar como senhorial, ao afirmar que «os perigos que podem haver
em razão da escravatura na província da Bahia» estavam sendo abertamente manipulados para justificar o reforço das tropas portuguesas50.
João José Reis reconhece que, «para dona Bárbara, o perigo vinha dos pardos e crioulos livres, não dos escravos africanos. Neste ponto ela divergia, talvez com razão, da maioria dos observadores dos acontecimentos da época»51.
Podemos acrescentar que ela divergia dos «observadores» estrangeiros ou portugueses, mas não dos que nasceram ou residiam há tempos no Brasil e que
começavam a se tomar por brasileiros. Isto fica claro se mirarmos como foram
definidos os critérios de cidadania inscritos na Constituição do Império do
Brasil. O documento foi firmado projetando o futuro do novo Estado nacional
com base na escravidão negra, e esse compromisso com o porvir do escravismo foi equacionado justamente por meio da definição do estatuto que os
egressos do cativeiro teriam na ordem social e política brasileira. De acordo
com a carta outorgada por D. Pedro I, os escravos nascidos no Brasil —ou
seja, os não-africanos— que fossem manumitidos seriam considerados cidadãos brasileiros, o que lhes reservava, nas letras da lei, o pleno usufruto dos direitos civis. Em relação aos direitos políticos, a constituição brasileira seguiu o
critério estabelecido pelos revolucionários franceses de distinguir os cidadãos
passivos, que gozariam apenas os direitos civis, dos cidadãos ativos, que participariam diretamente no jogo eleitoral por atenderem determinadas condições
censitárias. A Constituição de 1824 previa que, nas eleições indiretas realizadas em duas etapas, os cidadãos brasileiros (excetuando-se menores de 25
anos, filhos-família, criados de servir e religiosos) que tivessem «renda líquida
anual de mais de cem mil réis por bens de raiz, indústria, comércio ou empregos» poderiam votar nas Assembléias paroquiais, que escolhiam os eleitores
de província. Na segunda etapa, os libertos e todos aqueles que não tivessem
renda líquida anual de duzentos mil réis estavam excluídos da votação. Os ar48
49
50
51
Reis, 1989: 94.
Assunção, 2005: 378.
Pinto da França 1980: 64.
Reis, 1989: 96.
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tigos constitucionais, no entanto, não estabeleceram quaisquer restrições para
os filhos desses ex-escravos participarem do colégio dos eleitores de província
ou mesmo serem eleitos à Assembléia nacional52.
Não cabe aqui apresentar todo o conteúdo da discussão parlamentar que levou à solução de cidadania inscrita na carta constitucional de 1824 —para tanto, remetemos o leitor ao nosso livro53. Interessa-nos apenas destacar como a
cisão que nela se estabeleceu entre libertos brasileiros e libertos africanos se
escorou em dois pressupostos: 1) o tráfico negreiro transatlântico não se encerraria tão cedo para o Império do Brasil, o que acarretaria a introdução constante de africanos no território nacional; 2) por esse motivo, sobretudo diante
das experiências baiana e pernambucana, era necessária a adoção de medidas
de controle social, sendo a distinção entre libertos brasileiros e libertos africanos uma delas: os primeiros, por serem aptos ao título de cidadão, seriam mais
apegados à defesa da ordem do que os segundos. A fala do padre Venâncio
Henriques de Rezende, veterano de 1817 e representante de Pernambuco na
Assembléia Constituinte de 1823, foi explícita quanto à importância da distinção. Em sua avaliação, a mobilização popular no Brasil exigia dos deputados a adoção de critérios latos para a concessão dos direitos civis, isto é, do título de cidadão: «na época presente dá-se tanta importância a esta palavra, que
haveria grandes ciúmes, e desgostos, se uma classe de brasileiros acreditasse
que este título se queria fazer privativo a outra classe. Com isso eles não se
querem arrogar todos os direitos políticos, porque eles reconhecem que nem
todos são capazes para tudo; querem porém ser também reconhecidos cidadãos brasileiros»54. Ora, a «classe» a que se referiu Rezende era a enorme massa
de negros e mulatos livres ou libertos nascidos no Brasil, que de modo algum
questionava a escravidão e o tráfico negreiro e que vinha tendo crescente
atuação política nos diversos conflitos que marcaram a crise do colonialismo
português na América —a se iniciar pela revolução pernambucana de 1817.
Ao elaborarem a norma constitucional, os deputados brasileiros se guiaram
por uma leitura particular dos eventos de Saint-Domingue, das demais experiências revolucionárias do período —notadamente as da América espanhola— e do próprio passado escravista da América portuguesa: diante da dinâmica da alforria, das cisões africanos versus crioulos, mulatos e pardos, do papel
social dos homens livres de cor e das demandas por eles expressas no processo
de independência, os deputados da Assembléia do Rio de Janeiro sabiam que,
52 Constituição Política do Império do Brasil 1824, Título II, Artigo 6.º, Título IV, Capítulo VI, Artigos 90.º a 97.º
53 Berbel & Marquese & Parron, 2010: 163-181.
54 Diário, 1823: III, 93.
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no Brasil, seria impossível criar critérios de exclusão política unicamente com
base na herança do sangue africano, sob o risco de botar a perder todo o edifício escravista brasileiro.
O contraste com Cuba, onde a aprendizagem política do ativismo escravo
produziu resultados distintos, é notável. Para demonstrá-lo, vale acompanhar
quatro episódios ocorridos naquela ilha um ano após a outorga da Constituição
brasileira.
Em dezembro de 1824, o vaso de guerra britânico Leon apreendeu, nas
proximidades de Sagua la Grande, o navio negreiro Relámpago. Como se tratava do primeiro caso de uma condenação pelos termos do tratado anglo-espanhol de 181755, os membros hispano-cubanos da Comissão Mista de Havana, encabeçados por Cláudio Martínez de Pinillos, propuseram a Madri, em 28
de abril de 1825, que os africanos libertados fossem enviados para fora de
Cuba, para a Jamaica ou de volta à África. A argumentação que empregaram é
particularmente relevante. Os signatários da carta da Comissão Mista de Havana ressaltavam que não lhes preocupava somente «a atual ocorrência», envolvendo não mais do que 150 pessoas, mas sim «as demais da mesma classe
que provavelmente vamos a tocar nesta ilha» —reconhecimento expresso de
que o volume do tráfico transatlântico ilegal iria se incrementar. Equilibrando-se em uma cantilena que buscava compatibilizar a visão edulcorada das relações escravistas ibéricas («a nobre Espanha se distinguiu na fundação de
suas colônias pela suavidade de seu governo, e (...) a sorte dos escravos nesta
ilha é a mais ligeira possível e em proporção das outras estrangeiras [que]
pode-se chamar doce») com a realidade crua das constantes rebeliões escravas
(«sem embargo, não há que dissimulá-lo, a sorte do escravo é penosa (...). Não
é possível, pois, desconhecer que existe em tal estado uma contínua e violenta
sensação de romper as correntes que o aferroam»), a carta expressava o receio
de os africanos livres demonstrarem para a massa de sujeitos escravizados dos
engenhos e cafezais cubanos a existência de forças externas que operavam
contra a escravidão em Cuba. Havia precedente para tal apreensão:
O negro não raciocina jamais senão em seu sentido, o que lhe convém o faz torcer ao mais genuíno que tem as coisas. Assim se experimentou de uma maneira tão
lamentável nesta ilha pela imprudente publicidade das sessões das Cortes em abril
de 1811, em que se tratou da matéria dos escravos e de seu tráfico: extraviada a opinião estalou em março de 1812 uma insurreição terrível em vários engenhos de açúcar desta jurisdição, que custou a vida a mais de doze desgraçados que a perderam
em suplício sem contar com os condenados à deportação e outras penas. E que disseram os amotinados? Qual foi o meio de seduzir a tantos? Que as Cortes haviam
55
Roldán de Montaud, 2011.
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declarado livres os negros e abolido a escravidão, quando só se lia nos Diários das
Sessões que tratavam de acabar com o tráfico, e que um Deputado em delírio
propôs que cessasse a escravidão. O governo desta ilha naquela época tremenda
teve de empregar toda sua energia caminhando com o processo com uma rapidez à
medida do perigo. Todos os habitantes de Havana e ainda da ilha apreenderam com
sobrado fundamento não só a ruína do cultivo de toda sua fortuna como também as
maiores desgraças em suas pessoas.
Treze anos depois de sua ocorrência, portanto, a Conspiração de Aponte
condicionava a leitura de um episódio aparentemente distinto, mas que se cruzava claramente com os novos desafios a serem enfrentados pelos poderes escravistas cubanos. Diante das novas circunstâncias da pressão antiescravista
britânica, do avanço do movimento abolicionista no Caribe e da perda definitiva das colônias espanholas no continente, Madri deveria focar toda sua atenção na manutenção da ordem interna em Cuba, pois «seria para nós muito doído ver em perigo de se perder uma tão apreciada jóia da Coroa da Espanha
como o é esta ilha em que se há trabalhado com esmero e muito acerto para levantá-la ao esplendor que tem e invejam as nações estrangeiras e para que seja
como o é hoje o recurso do estado no Novo Mundo»56.
Na combinação do temor em relação à ação escrava coletiva com o aprendizado político correspondente, localizam-se os fundamentos da declaração
das faculdades onímodas dos capitães generais de Cuba. A origem da medida
se prendeu às ações insurrecionais de homens livres de cor e de escravos, mas,
também, à conjuntura internacional aberta com o ciclo final das guerras de independência no continente. O atribulado Triênio Liberal (1820-1823) levou,
em Cuba, à polarização entre o Ayuntamiento de Havana, então dominado por
constitucionalistas radicais e liberais peninsulares, e a Deputación Provincial
de la Habana, composta por representantes dos senhores dos distritos rurais.
Uma das principais desavenças dos dois órgãos repousava na crescente politização de negros e mulatos livres, que a Constituição de Cádiz tinha excluído
do processo eleitoral. No calor da hora, um secretário do capitão general denunciou ao governo que sujeitos perniciosos tinham feito «as eleições para o
Ayuntamiento» e vendiam «papéis públicos ao populacho e à gente de cor».
Em uníssono, os proprietários de Havana e de Matanzas lamentaram a circulação de «idéias desorganizadoras» em um país onde «são mais vários os elementos de sua população» e ainda era fresca «a lição horrorosa que deu São
Domingo»57.
56
Archivo Historico Nacional, Madrid, Ultramar, Cuba, Gobierno, Esclavitud Legajo
3547, exp.15.
57 Piqueras, 2005: 324-326.
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O tema voltou à ordem do dia em 1823, quando a Deputación aprovou uma
representação ao Secretário do Ultramar que reclamava o fortalecimento institucional da figura do capitão general. Apresentado pelo negreiro Joaquín Gómez, o texto afirmava ser temerária a situação cubana. A ilha estava rodeada
de províncias dissidentes que a queriam arrancar do império espanhol e, nessa
eventualidade, entraria em colapso por efeito de sua população heterogênea.
Em alusão ao envolvimento de negros e mulatos na esfera pública, fantasma
que assombrava as classes senhoriais cubanas desde Aponte, o escrito lembrava que os interesses de escravos e homens livres de cor —dois terços da população de Havana— «estão em manifesta oposição com os dos brancos e, como
adquirem a cada dia instrução e importância, [aqueles homens] inspiram receios e demandam toda vigilância acompanhada de medidas extraordinárias».
Conforme a petição, as Cortes deveriam conceder poderes extraordinários ao
capitão general, «concentrando nele a conservação e união da ilha de Cuba
com a Metrópole», sempre que a Deputación o declarasse urgente58.
De fato, as guerras de independência na América suscitadas com o segundo momento constitucional espanhol puseram as possessões hispânicas em
polvorosa. Cuba, cravada entre o Canal de Yucatán e o Estreito da Flórida, serviria de plataforma para as operações da marinha e do exército espanhol contra
o México e a Colômbia até a última investida recolonizadora de Fernando VII,
em 1829. Ao mesmo tempo, sua crescente produção de açúcar e café revertia à
metrópole substantivo aporte financeiro para o pagamento de tropas e despesas de campanha. Por essas razões, revolucionários hispano-americanos procuraram apoiar cubanos independentistas no projeto de emancipar a ilha, que,
efetivamente, foi chacoalhada por conspirações como as de La Cadena Triangular (1823), dos Soles y Rayos de Bolívar (1823) e da Aguila Negra (1828).
Por sua vez, senhores cubanos exilados por infidelidade, como os da família
Iznaga, privaram reiteradamente com Simón Bolívar de 1824 a 1827, a fim de
emancipar a colônia mediante ação concertada do México, da Colômbia e de
patriotas locais59.
Após a decisiva derrota espanhola em Ayacucho (dezembro de 1824) e repetidas notícias da iminente invasão de Cuba, o gabinete de Fernando VII atendeu
aos senhores de escravos cubanos com o despacho da Real Ordem de maio de
1825. Nela concedia ao capitão general faculdades extraordinárias semelhantes
aos casos de praça sitiada, com vistas a conservar, no plano político, a dependência da ilha e, no plano social, sua tranqüilidade pública. A figura máxima
58
Piqueras, 2005: 330 passim.
Venegas Delgado, 2005; Torres-Cuevas, 1994: 335-342; Guerra y Sánchez, 1971:
269-299.
59
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43
de Cuba obteve, assim, «ilimitada autorização» para cassar empregados e degredar, sob mera suspeita e sem necessidade de inquérito nem de processo, pessoas
de qualquer «destino, posição, classe ou condição» —incluídos aí desde titulares do Reino até libertos e escravos. Por fim, o capitão adquiriu também plenos
poderes para suspender quaisquer ordens e providências legais originárias da
metrópole, independentemente da área de sua aplicação (comércio, agricultura,
jurisprudência, atividades militares, contrabando etc.). O chamado regime de faculdades onímodas —que, no limite, dava ao capitão general ascendência no
governo político, econômico, policial e judiciário de Cuba— subsistiria até o
fim da Guerra dos Dez Anos (1878), às vésperas do fim da escravidão60.
O regime das faculdades onímodas, assim, consolidou-se aos poucos em um
processo que se articulou intimamente à conservação do cativeiro e à perpetuação do tráfico negreiro. O Conselho das Índias tinha fixado em 1819 que toda a
responsabilidade da implantação e execução do tratado anglo-espanhol de 1817
caberia ao capitão general, cujas funções se associaram desde cedo ao controle
do impacto da convenção em Cuba. Quando foi investido dos poderes de suspender e controlar ordens metropolitanas em 1825, o capitão general pôde recorrer a eles para blindar o contrabando de africanos contra uma eventual arremetida britânica sobre Madri, como o indicam diversos eventos. Logo após a
emissão de uma Real Ordem de janeiro de 1826, dispondo que africanos contrabandeados pudessem denunciar sua condição ilegal e obter liberdade, o capitão
general Francisco Dionisio Vives reportou a Madri que a convenção de 1817
não valia em terra firme e que ele não ajudaria na localização de cativos ilegalmente introduzidos na ilha. Era um golpe fatal à determinação régia, que cairia
no esquecimento. Em 1830, Vives tampouco publicou na gazeta oficial de Cuba
uma Real Ordem que, a instâncias da Grã-Bretanha, cobrava aplicação do tratado de 1817. Na década seguinte, em posse de suas prerrogativas, Miguel Tacón
(capitão general de 1834 a 1838) simplesmente deixou de pôr na gazeta da ilha a
futura convenção antitráfico de 1835, o que enervou profundamente o agente
consular inglês. No correr dos anos, o entrosamento do chefe militar com a elite
negreira hispano-cubana avançou tanto, que esta chegaria, por vezes, até mesmo
a escolher quem desempenharia a função61.
Dos principais campos por que respondia o capitão general (contrabando
negreiro, vínculo colonial com a Espanha e ordem social interna), o último
não parecia, em absoluto, menos urgente na década de 1820. Chegamos ao terceiro episódio. Assim que recebeu as faculdades onímodas em 1825, Vives
60
61
Cabrera, 1891: 235; Fradera, 1999: 71-93; Alonso Romero, 2002: 20-26.
Murray, 1980: 88-108; Cayuela Fernández, 1990: 415-53.
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mencionou, ao lado dos «esforços do Continente Americano», os perigos ainda maiores dos «inimigos duplamente temíveis [que] existem dentro de nossas
habitações e no seio de nossas famílias». Não apenas os escravos vinham se
mostrando insubordinados, mas também os libertos pareciam desejar a «senda
que lhes foi traçada por aquele exemplo pernicioso e pela linguagem usada no
reconhecimento já dito [reconhecimento francês da independência do Haiti,
1825]»62. O aviso não era infundado. Um mês antes, em junho de 1825, cerca
de quatrocentos cativos pertencentes a quase vinte fazendas de café do partido
de Guamacaro (Matanzas) se revoltaram, resultando na morte de 16 homens
brancos, mulheres e crianças, assim como na destruição do patrimônio senhorial (instalações, casas de vivenda e parte das colheitas). Na reação orquestrada pelo governador da província, Cecilio Ayllon (futuro marquês de Villalba),
o saldo para os insurrectos também foi sangrento: vinte e três escravos executados, muitos condenados a cem açoites e dezenas de mortos durante a perseguição ou a condução dos processos judiciais63.
Naquele mesmo ano, Ayllon compôs um projeto de Reglamento de esclavos, que deveria padronizar o «governo no interior dos imóveis rurais para
afiançar melhor a segurança dos campos» e que foi imediatamente aplicado
em Matanzas. Dividido em quatro partes, o Reglamento tratava de medidas de
segurança, obrigações dos senhores, normas penais e vigilância. Ayllon estava
convencido de que a revolta de Guamacaro indiciava um plano mais amplo,
envolvendo também homens livres de cor de Havana e de Vuelta Abajo que,
para levá-lo a cabo, teriam se municiado de pólvora e balas fornecidas por escravos transeuntes. Não admira, pois, que o principal ponto de seu regulamento, no que diz respeito às medidas de segurança, consistiu na incomunicabilidade total dos cativos com o mundo exterior às plantations. Seria terminantemente proibida a entrada de homens negros livres nas quintas para a venda de
gêneros aos escravos, assim como o pernoite de pessoas estranhas no alojamento. Após as nove horas, o portão da plantation seria trancado, os escravos
não poderiam circular dentro da propriedade e vigilantes brancos examinariam
se todos se encontravam em seus bohíos (senzalas). Em três anos, as unidades
produtivas com mais de trinta cativos deveriam substituir os bohíos independentes por senzalas de alvenaria, em edifício único, com alas separadas por
sexo e com uma única porta de acesso, travada a ferros64.
A resposta de Ayllon manifestava o endurecimento que as relações escravistas cubanas verificariam nas próximas décadas. Com efeito, o perigo de
62
63
64
García, 2004: 297-298.
Barcia Paz, 2000; García, 2004: 295-298.
Ayllon, 1825: 1-12; Marquese, 2005.
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45
Cuba ir pelos ares como Saint-Domingue, em um conflito bélico internacional,
cindiu ao longo da década de 1820 opiniões a respeito da política externa da
Espanha. Se é verdade que Madri, convergindo poderes no capitão general e
reforçando a estabilidade da ilha, mantinha acesa a esperança de recolonizar a
Colômbia e o México, não era essa a opinião de todos os envolvidos. Logo depois de deixar a Intendência da Fazenda em Cuba, Arango y Parreño julgou o
regime de faculdades onímodas insuficiente para bancar expedições contra as
ex-colônias. Eis o quarto e último episódio de 1825 que gostaríamos destacar.
Numa espécie de sinopse geopolítica, Arango sublinhou, em uma peça de novembro daquele ano, as fragilidades da ilha ante um bloqueio naval, as disposições dos hispano-americanos na emancipação das possessões espanholas, a
irresistível inclinação britânica ao reconhecimento das independências, o inflamatório (e recente) reconhecimento da emancipação haitiana pela França e
a prontidão de exaltados e de cativos a agravar os descalabros da guerra civil
numa sociedade escravista. Nesse cenário, a Espanha deveria se afastar do universo das independências americanas e mirar-se apenas no exemplo do ilustrado império francês do final do XVIII. Conforme Arango, a riqueza material de
Cuba —maior que a da florescente Saint-Domingue em 1790— brindaria à
Espanha mais que a ex-colônia francesa dera a Louis XVI. Bastava a Fernando VII resignar-se com as perdas continentais65.
A qualquer alteração brusca da paz, os «jovens, os aventureiros, os descamisados, a gente de cor, os escravos» passariam de imediato à facção revoltosa, como o mostrava «o lamentável quadro que apresenta a Venezuela», que,
após recrutamento de escravos tanto nas tropas patrióticas quanto nas realistas
durante as guerras de independência, aprovara uma lei de libertação do ventre
em 1821. Mais grave ainda parecia a eventual insatisfação dos grandes proprietários diante da contumaz e perigosa conduta recolonizadora da Espanha.
Embora confiasse na fidelidade desses «bons vassalos», Arango aventou sutilmente a possibilidade de eles apoiarem a secessão, caso Madri não aceitasse a
garantia de manutenção do status colonial cubano que a Inglaterra ofertara em
troca do reconhecimento das independências americanas. «Não tratemos dos
maus», dizia. «O que chama minha atenção e não pode menos chamar a paternal de S. M. é o clamor dos bons, que —persuadidos de que isto não se pode
conservar no suave domínio do Rei, nosso Senhor, se com prontidão não se
adota a enunciada garantia—, julgam que, sendo desprezada [a garantia], só se
logra a inútil ruína desse país»66.
65
66
Arango, 2004b: II, 229-32.
Ibidem: II, 230-232.
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RAFAEL MARQUESE E TÂMIS PARRON
A proposta de reforço dos laços de lealdade política de Cuba à Espanha
apresentada por Arango no rescaldo de Ayacucho, cujo objetivo central era
manter a ordem societária escravista cubana intacta, escorava-se em uma leitura geopolítica que levava em sua devida conta o papel central do ativismo escravo em diversos lugares do espaço caribenho —no Haiti, em Cuba, na Terra
Firme. Para os senhores de escravos do Brasil, residentes em um espaço histórico-geográfico apartado dos fluxos humanos da oikoumene caribenha, esse
ativismo não fora capaz de colocar em risco o caminho da construção de um
Estado nacional soberano e independente, também lastreado na continuidade
do tráfico transatlântico e da escravidão negra. Mas, para tanto, tiveram que
abrir as portas da cidadania na nova nação aos filhos dos africanos.
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Fecha de recepción: 9-7-2010
Fecha de aceptación: 11-10-2010
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 19-52, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2011.002
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RAFAEL MARQUESE E TÂMIS PARRON
SLAVE RESISTANCE AND THE POLITICS OF SLAVERY:
BRAZIL AND CUBA, 1791-1825
This article examines the political impact of slave activism in Brazil and Cuba from 1790
to 1825, covering the period from the beginning of the Revolution of Saint-Domingue to the establishment of the Constitution of Brazil (1824) and the granting of absolute power to the captains general of Cuba (1825), in the immediate context of the end of the wars of independence
on the continent. Instead of discussing and classifying the specific character of the different expressions of collective slave resistance in a typological order, this article tries to understand
the effect of those actions on the macro-political dynamic of these two aspects by verifying to
what extent they made up the political and institutional framework of slavery in Brazil and
Cuba.
KEY WORDS: Slave resistance, The Era of Revolutions, Macro-politics, Brazil, Cuba.
REVUELTA ESCLAVA Y POLÍTICA DE LA ESCLAVITUD:
BRASIL Y CUBA, 1791-1825
El artículo examina el impacto político del activismo esclavo, en Brasil y Cuba, de 1790 a
1825, esto es, desde el inicio de la Revolución de Saint-Domingue al otorgamiento de la Constitución del Brasil (1824) y al decreto de facultades omnímodas para los capitanes generales
de Cuba (1825), en el contexto inmediato del término de las guerras de independencia en el
continente. En lugar de discutir y clasificar en un orden tipológico el carácter específico de las
diversas expresiones de resistencia esclava colectiva, el artículo intenta comprender el efecto
de esas acciones en la dinámica macropolítica de los dos espacios, verificando en qué medida
aquéllas conformaron el cuadro político e institucional de la esclavitud en Brasil y en Cuba.
PALABRAS CLAVE: Resistencia esclava, Era de las Revoluciones, macro-política, Brasil, Cuba.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 19-52, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2011.002
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, núm. 251
Págs. 53-76, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2011.003
«UN COLOSO SOBRE LA ARENA»: DEFINIENDO
EL CAMINO HACIA LA PLANTACIÓN ESCLAVISTA
EN CUBA, 1792-1825
POR
MANUEL BARCIA
University of Leeds
...la isla de Cuba es un coloso, pero está sobre arena; si permanece erigido es
por la constante calma de la atmósfera que le rodea; pero ya tenemos probabilidad de que le agiten fuertes huracanes, y su caída sería tan rápida y espantosa como inevitable, si con anticipación no consolidamos sus cimientos.
Félix Varela, 2001: 119
A partir de 1791 las elites criollas de la isla de Cuba comenzaron a tomar ventaja de la situación política en la vecina colonia francesa de Saint-Domingue, a la cual intentaron reemplazar en los mercados internacionales de azúcar y café. Para conseguir sus objetivos fue necesario importar mayores números de esclavos africanos destinados a laborar en las plantaciones. La pelea por el derecho a continuar importando africanos a la isla se libró durante las
tres primeras décadas del siglo XIX, no sólo en Cuba y España, sino también en Londres, París y Viena. En este trabajo se discuten y analizan los obstáculos que se presentaron a las elites criollas cubanas a través del periodo, y como de un modo u otro, tanto el aumento de la
trata de africanos como el la producción de azúcar fueron asegurados a través de medidas legales e ilegales.
PALABRAS CLAVE: Cuba, esclavitud, tráfico de esclavos, azúcar.
Cuando el sacerdote habanero Félix Varela escribió las líneas que me he
tomado la libertad de usar en el anterior exergo, sabía con meridiana claridad
el mensaje que estaba transmitiendo a sus posibles lectores. Hasta el gobierno
de Luis de las Casas, comenzado en 1791, la isla de Cuba había sido testigo de
cómo se desarrollaba en su región occidental un incipiente modelo plantacio-
54
MANUEL BARCIA
nista, fundamentalmente azucarero, que a partir de la revolución haitiana adquiriría una presencia protagónica dentro de la economía insular. Solamente
una década más tarde, a comienzos del nuevo siglo, las continuas transformaciones ocurridas en el mundo occidental habían provocado ya que la colonia
antes dependiente del situado de la Nueva España, se colocara entre las primeras productoras-exportadoras de azúcar de caña del mundo, cumpliendo así el
sueño de las elites peninsulares de llevar a Cuba por un camino similar al que
las Antillas inglesas y francesas habían tomado mucho antes1.
Entre 1792 y 1823 el futuro esclavista de Cuba y del imperio español fue
discutido ampliamente en varias esferas y lugares americanos y europeos. El
hecho de que Cuba siguiera el camino de la gran plantación a partir de 1792 no
era al inicio de este periodo un hecho cierto y consumado. De hecho, hubo
muchas discusiones que incluso se mezclaron con otros asuntos de importancia, como la invasión napoleónica, las guerras de independencia americanas,
el abolicionismo británico, el Trienio Constitucional, la cuestión tecnológica y,
sobre todo, la necesidad de traer fuerza de trabajo esclava desde la lejana África. En este trabajo se discute cómo los sacarócratas habaneros consiguieron
imponer sus puntos de vista y sus opiniones no solo ante el rey y a pesar de las
presiones británicas, sino también ante el resto del imperio español que se
opuso a la continuación de la trata de esclavos desde las Cortes de Cádiz. La
necesidad de continuar con la trata de africanos se convirtió en una cuestión
crucial para los hacendados y mercaderes con intereses en la emergente plantación insular cubana. A través de estos años, liderados por su ideólogo Francisco de Arango y Parreño, estos hombres llevaron sus quejas y reclamos a
dondequiera fue preciso, para mantener y desarrollar la trata, a pesar de las
presiones británicas para ilegalizarla.
Solamente después de la derrota de las fuerzas liberales en 1823, esta política tratista recibió rienda suelta por parte de la corona sin ser realmente cuestionada otra vez hasta la década de 1860. A pesar de estar comprometido por
tratados bilaterales firmados en 1817 y 1835 para terminar la trata, Fernando VII y sus sucesores hicieron la vista gorda y permitieron que la trata no
solo continuara, sino que se incrementara exponencialmente, todo para satisfacer los intereses azucareros cubanos.
1
Para los más recientes análisis sobre el tema ver Piqueras, 2009: 273-302; Ghorbal,
2009.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 53-76, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2011.003
«UN COLOSO SOBRE LA ARENA»: DEFINIENDO EL CAMINO HACIA LA PLANTACIÓN ...
55
ORÍGENES DE LA INFRAESTRUCTURA AZUCARERA CUBANA
Esta historia comienza alrededor de 1762, cuando la capital insular y una
gran parte de la zona occidental habían caído en manos británicas. Debido a la
entrada de España en la Guerra de los Siete Años del lado de Francia2, Inglaterra se vio con las manos libres para actuar militarmente contra las colonias españolas del Nuevo Mundo. Así, entre agosto de 1762 y julio de 1763, la mitad
occidental de Cuba estuvo bajo la égida y los designios de Su Majestad Británica el rey Jorge III. Este hecho tuvo una enorme trascendencia sobre el ulterior desarrollo de la Isla. Los ingleses se convirtieron desde entonces en muestra de lujo del bestiario de los habitantes de la isla de Cuba. A partir de 1763,
en cada ocasión que lo requirió, la oligarquía encargada de regir el desarrollo
económico, político y social cubanos, echó mano al Peligro Inglés para justificar errores, para conseguir prebendas y para legitimar su política esclavista3.
Una sola generación de estos hombres conoció de la firma de la Declaración de Independencia de las Trece Colonias y del surgimiento de la primera
república de América, observó pasmada cómo una revolución en Francia le
daba la libertad a los esclavos y decapitaba al monarca y a su consorte; ella
misma contempló cómo en la vecina y antes exitosa colonia de Saint-Domingue el mundo se ponía de cabeza y, cosa insólita, los esclavos derrotaban a sus
amos y comenzaban a gobernar el antiguo territorio borbónico. No escaparon
a la mirada de aquellos hombres las campañas napoleónicas y la caída del emperador corso. Hombres como el comerciante riojano Bernabé Martínez de Pinillos4 lucraron con la guerra entre las colonias de Norteamérica e Inglaterra,
2
La España de Carlos III entró en la guerra al lado de Francia a causa del Pacto de Familia
existente entre los Borbones de ambos lados de los Pirineos. Su intervención fue tardía y desastrosa, nada ganó y sí perdió mucho. Fue, quizá, la peor guerra del juicioso monarca español.
Ver Cook, 1996: 28-30; Stone, 1994: 113-117; y también Brumwell, 2001.
3 Ver Ortiz, 1916; Moreno Fraginals, 1978; Murray, 1980; Barcia, 1987; Paquette, 1987.
4 Bernabé Martínez de Pinillos nació en 1752 en el seno de una familia de algún caudal en
la localidad riojana de Vigueras. Llega a Cuba a finales de la década de 1770 y, desde 1780,
comercia con toda clase de artículos e insumos, entre los cuales se encontraban vinos de Tenerife, lienzos de Bramante y jabones, por solo citar algunos de la larga y variada lista de productos. En 1790 había alcanzado ya cierta posición dentro de la escala social capitalina, y al elevar
los hacendados del occidente de la isla la famosísima carta de protesta contra el Código Negro
Carolino, fue Bernabé Martínez de Pinillos uno de los firmantes del documento. A partir del
auge tratista y de la intensificación de la producción azucarera, Bernabé comenzó una fructífera carrera refaccionista que lo llevaría a convertirse en uno de los principales comerciantes de
esta especie en la isla. En 1795 ocupaba el cargo de consiliario en la Compañía de Seguros Marítimos establecida en La Habana. En 1808, su carrera continuaba en ascenso. En esta fecha era
nombrado diputado del Real Consulado y conseguía que su primogénito resultase elegido para
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se hicieron ricos importando negros africanos a expensas del desastre francés
en Saint-Domingue, enviaron a la Península a sus hijos —e incluso perdieron
a alguno— a la guerra de resistencia contra el invasor francés y terminaron sus
días con el pecho cargado de medallas, arrastrando las lanzas y las medias annatas de uno o más títulos nobiliarios y contemplando cómo sus antiguos compañeros en la aventura de la vida iban muriendo a su alrededor, mientras sus
hijos se hacían de posiciones cimeras dentro del aparato estatal, religioso o militar de la España fernandina.
Esta fue una época acelerada. Cuba, la colonia hispana que conoció por
vez primera en 1762 el bienestar proveniente del comercio libre, no fue ya
nunca la misma luego de la partida de los «casacas rojas». Aquella primera
generación de hombres de ciencias y letras asumió las riendas de la colonia
y, de acuerdo con los incipientes plantadores azucareros y de los algo versados comerciantes de géneros y esclavos, llevó a la Isla a un estado económico, político y social superior. Ellos comenzaron a publicar el primer periódico que circuló en la isla durante años de modo continuo; ellos mejoraron las
técnicas de cultivo y se ocuparon de introducir en la isla los últimos adelantos tecnológicos de la época. Para esto incluso enviaron a dos de sus miembros, el conde de Casa Montalvo y Francisco de Arango y Parreño, en una
misión científica y política que los llevó a visitar Inglaterra, Jamaica y
Saint-Domingue en busca de nuevas tecnologías que pudieran contribuir al
desarrollo de la colonia5.
La intensificación del tráfico de esclavos africanos, y de su explotación física y extraeconómica, condujo en el occidente cubano al establecimiento de
una economía de plantación, fuertemente marcada por el castigo, la represión
y el control de aquéllos que eran traídos para asegurar la reproducción constante del ciclo productivo. Para un mejor control de la situación se expidieron
reglamentos locales, coloniales y reales, en los que se dejaban claros los deberes y derechos de amos, empleados y esclavos6. El objetivo de estos documendesempeñar el puesto de apoderado del Ayuntamiento de la Ciudad ante el Consejo de la Regencia, surgido ante la invasión napoleónica del suelo español. Cuando Francisco de Arango y
Parreño y el marqués de Someruelos confeccionaron el Memorial para crear una Junta de Gobierno en la capital de la isla, en 1808, fue Bernabé uno de sus 73 firmantes, lo que indica su
clara orientación liberal por aquellos momentos. En 1825 recibió la dignidad nobiliaria de primer conde de Villanueva, la cual solamente pudo disfrutar durante cuatro años. Al morir, en
1829, dejó cuantiosos bienes de fortuna —entre ellos dos ingenios— que fueron repartidos entre sus hijos. Su carrera es sólo una de las tantas entre las de otros hombres ambiciosos que,
como él, hicieron fama y fortuna en Cuba.
5 Arango, 1936: 21-113.
6 Un análisis de dichos reglamentos puede ser consultado en Barcia, 1999.
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tos era dejar expedito el camino al despotismo en todo lo referente al manejo
de esclavos en la Isla.
Otros documentos, no menos interesantes, fueron apareciendo a lo largo
del período. Así, por ejemplo, una interesantísima doctrina cristiana para enseñar a los esclavos bozales la religión de sus dueños salió a la luz ya a fines
del siglo XVIII7. Los comentarios de los médicos «especialistas» que irían
escribiéndose después, a pesar de no ser considerados piezas legales, fueron
tenidos en cuenta por los plantadores, así lo demuestran sus reiteradas ediciones8.
En este juego de subsistencia y progreso, el futuro cubano fue puesto en
manos de tres organismos que centraron las decisiones políticas y económicas
de la colonia. Sus integrantes pertenecían a menudo a más de uno de ellos. La
más antigua de dichas corporaciones era el Ayuntamiento de La Habana. Esta
institución, creada en el siglo XVI, tenía una larga tradición de capacidad para
tomar decisiones relacionadas con el futuro de la Isla. En algunas oportunidades sus representantes gozaron de gran influencia ante los capitanes generales
e incluso ante los reyes de turno.
Una segunda institución fue la Real Sociedad Patriótica de La Habana,
creada en 1793 como parte de la moda ilustrada llegada a Cuba desde Europa.
La Real Sociedad se dedicó desde sus primeros momentos a desarrollar las artes, las letras y la agricultura. Como resultado de sus esfuerzos se logró una
continuidad en la publicación del Papel Periódico de la Habana, se alcanzaron varios éxitos en materia científica y se promovieron la salud, la educación
y el sentimiento de pertenencia a la patria —lo que en este caso significaba, indistintamente, a La Habana o a España.
La tercera corporación que participó de la orgía de crecimiento intelectual
y económico de la isla fue el Real Consulado de Agricultura y Comercio,
aprobado por Real Cédula de 4 de abril de 1794. Entre los objetivos de esta
institución resaltaba la intención de que sirviera para obtener «la más breve y
fácil administración de justicia en los pleitos mercantiles, y la protección y fomento de la agricultura y comercio en todos sus ramos»9. El Consulado estuvo
a cargo del desarrollo económico de la isla de Cuba y es bueno apuntar que durante su existencia no escatimaron sus miembros recurso alguno que pudiese
conducirlos al éxito de sus intereses.
7
Laviña, 1989. Ver también «Real Cédula a los oficiales de la Isla de Cuba que tengan
mucha cuenta de que los negros vivan cristianamente», en Konetzke, 1953, I: 572.
8 Barrera, 1953. Ver también Chateausalins, 1831; Dumont, 1915 y 1916; Pérez Beato,
1910: 90-93.
9 Marrero, 1971-92, 10: 22.
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Estas tres instituciones clamaron, pidieron, exigieron, protestaron y suplicaron de las Cortes y monarcas cuanto les fue menester. Su leyenda fue muy
bien tejida y cada hebra de la madeja fue aprovechada en aras de obtener los
adelantos necesarios para la colonia. Numerosos argumentos engrosaron su arsenal a través de los años, entre ellos tuvieron especial éxito aquéllos que
resaltaban la extrema fragilidad y falta de protección de la Isla, siempre a
merced de las amenazas internacionales y del «salvajismo» de los negros esclavos10.
La prosperidad de la colonia y, por extensión, la de estas instituciones estuvo rigurosamente determinada por su capacidad para continuar y, de ser posible, aumentar el tráfico de esclavos africanos a Cuba. Por ello, a pesar de sus
quejas sobre el «peligro negro», bien supieron pedir a gritos a comienzos de la
década final del siglo XVIII la real orden que les autorizara a introducir esclavos africanos en grandes cantidades. Por esta época comenzaron a solicitar el
desestanco del tabaco que frenaba enormemente la industria insular, solicitud
que terminó en pertinaz batalla algunos años después11. Mientras la América
española se sacudía del yugo colonial, Cuba permanecía tan fiel a España que
se ganó el oneroso calificativo de Siempre Fiel Isla de Cuba y, aún en 1816, su
adulación malintencionada iba tan lejos que concibieron la descabellada idea
de cambiar, una vez más, el nombre de la Isla por el de Fernandina, en honor a
Su Majestad Fernando VII12. Esta predisposición a congraciarse con quienquiera que mandase en España, los llevó a redactar verdaderos memoriales de
humillante súplica ante los diferentes monarcas cada vez que éstos expedían
leyes que los perjudicaban.
Claro está que tales documentos no eran meras súplicas, sino que regularmente llevaban implícita una fuerte carga de amenaza de «irremisible pérdida
10
No obstante a su acérrima defensa del tráfico y de la esclavitud misma, los cubanos supieron muy bien lavarse las manos de su responsabilidad en todo lo referente a la esclavitud.
Para ello recargaron la culpa a la inconsecuencia de los monarcas que habían permitido y alentado el desarrollo de la esclavitud en América.
11 La batalla por lograr el desestanco del tabaco se extendió hasta 1817, cuando casualmente, coincidiendo con el tratado de abolición de la trata de esclavos con Inglaterra, fue promulgada la Real Orden de 23 de junio que finalmente concedía a Cuba la tantas veces solicitada gracia. Ver: Johnson, 2001: 26-29, 54-57; Sanz, 2009: 151-176.
12 En las actas del cabildo habanero de 1816 se encuentran los acuerdos y la correspondencia con su apoderado ante el rey, Francisco Antonio Rucabado, acerca de este particular. La moción fue denegada por la Corona. Poco después, en el mismo año, intentaron construir una estatua ecuestre del «Rey Felón», proyecto que no llegó a concretarse como inicialmente pensaron,
pues la estatua se construyó, pero sin caballo. Estos flirteos con el rey fueron constantes, para
más información solamente se necesita consultar las mencionadas actas capitulares, localizadas
en el Archivo Histórico de la Oficina del Historiador de la Ciudad de la Habana.
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de la Isla» a manos de los negros esclavos o de la potencia con la cual estuviera en guerra España en cada momento. Por supuesto, ni que decir del omnipresente peligro haitiano, recurrente amenaza que, cual desafiante acero, blandían
ante los crédulos ojos de monarcas, regentes y ministros españoles13.
El entorno geográfico y las potencias interesadas en la Isla se convirtieron
también en eficaces armas en las manos de esta hornada de hombres capaces y
emprendedores. Los peligros e influencias a los que estaba sometida Cuba fueron más de temer en sus mentes y en sus escritos que en la realidad. Los tres
peligros principales: el inglés, el haitiano y el de una revolución de esclavos
y/o libertos, devinieron verdaderas lanzas de combate durante toda la primera
mitad del siglo XIX. Los efectos del reiterado uso de temor a estos tres peligros se perciben en la historia de Cuba en un periodo mucho más largo y merecen ser estudiados con más profundidad de lo que lo han sido hasta el momento14.
Mientras estos hombres ilustrados pretendían mostrar una imagen prediseñada de Cuba al resto del mundo, en el interior del occidente de la isla las
plantaciones azucareras y cafetaleras se hacían dueñas del paisaje rural. La
plantación idílica que nos muestran algunas crónicas de viajeros escondía en
su oscuro regazo el abuso y la coacción. Esa policroma plantación que aparece
retratada en el libro de Justo Germán Cantero, mostraba, al descender a sus cañaverales y plantíos, un espectáculo muy diferente15. Allí existía un sistema
socio-económico bien estructurado sobre un cuerpo administrativo que encabezaba el amo, y del cual eran miembros activos y con facultades de mando, el
administrador, el mayoral, el mayordomo, el boyero, el maestro de azúcar y el
contramayoral.
Desde la Vuelta de Abajo hasta la zona de Las Cuatro Villas, la plantación
fue una inexcusable presencia en el campo cubano. Entre todas las regiones
que figuraron en el desarrollo de la plantación, resaltó la zona matancera. En
ella el número de esclavos fue muy elevado desde principios del siglo XIX, lo
que provocó que fuera en sus campos donde más abundaran las manifestaciones de resistencia esclava de las que tanto se ha hablado y escrito16.
A pesar de la opinión de un viajero inglés en 1820, aún durante muchos
años los esclavos continuaron siendo la base principal de las fuerzas productivas de la isla17. Para mantener las elevadas cifras productivas que significaban
13
Sobre este tema debe consultarse: Childs, 2006; Ferrer, 58:2 (París, 2003a): 333-356.
Sobre la importancia del «peligro haitiano» ver Ferrer, 63:229 (Madrid, 2003b):
675-694, en especial 676-677.
15 Cantero, 1857.
16 Jameson, 1821; Bergad, 1990.
14
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a la vez enormes ganancias, fue imprescindible el abasto de nuevos esclavos,
importados de África o de otras regiones, que realizaran las tareas necesarias
dentro de las plantaciones. El tráfico de estos hombres había estado legalizado
desde el siglo XVI y en el momento del despegue azucarero cubano nadie sospechaba que un peligro exógeno vendría a constituirse en amenaza de su continuación.
Como si no bastara con el fantasma de la revolución «negra» de
Saint-Domingue, un movimiento abolicionista —primero del tráfico de esclavos y luego de la esclavitud— fue tomando fuerza internacionalmente
desde finales del siglo XVIII. En 1807 Inglaterra rompió definitivamente
con su oscuro pasado tratista para devenir en líder de la crítica al trabajo esclavo. Durante largos años, Inglaterra había sido la gran proveedora de esclavos de toda América. Puertos como Londres, Bristol y, sobre todo, Liverpool, eran considerados los más importantes enclaves de armadores negreros
de la cristiandad. Sin embargo, a mediados del siglo XVIII, Inglaterra fue
testigo del desarrollo en su propio seno de la Revolución Industrial. Este hecho lo cambiaría todo18.
Ciudades como Manchester y Birmingham tomaron el camino del desarrollo industrial, lo que trajo aparejada la introducción de nuevas técnicas y tecnologías de producción y de nuevas concepciones con respecto a cuestiones de
tanta importancia como la esclavitud misma. A fines del siglo XVIII, Sir William Pitt se manifestaba, aunque con algunas reservas, en contra del tráfico de
esclavos africanos. Más allá iba William Wilberforce, miembro de la Sociedad
para la Abolición del Tráfico de Esclavos, fundada en Londres en 1787. Solamente dos años después, en 1789, Wilberforce llevaría directamente ante el
Parlamento el asunto19. A partir de este año, la poderosa Albión fue escenario
de una intensa lucha entre los partidarios de Wilberforce y quienes respaldaban el odioso comercio de africanos. En una década tan tormentosa como la final del siglo XVIII, las idas y venidas del proyecto no tuvieron un éxito defini17 «No puede dudarse que la felicidad de las generaciones futuras de cubanos avanzará
con la actual abolición. Santo Domingo yace a plena vista de esta isla. Podría pensarse que su
terrible historia reciente y su dudoso futuro deberían ser suficientes para impresionar a su vecina con la política y necesidad de aumentar la población blanca. Puedo atestiguar su habilidad
para trabajar en este clima. El gran obstáculo al esfuerzo de los blancos es la esclavitud de los
negros, que envilece el trabajo manual». Jameson, 1821, 97.
18 Ver, por ejemplo: Williams, 1964, y Blackburn, 1988.
19 La campaña inglesa de abolición del tráfico de esclavos ha sido abordada por muchos
autores, ver, por ejemplo, Williams, 1864; Coupland, 1964; Davies, 1966; Asiegbu, 1969;
Drescher, 1987. Otros trabajos más recientes que han abordado el tema son los de Jennings,
1997; Oldfield, 1998.
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tivo, a pesar de conseguir algunos adelantos parciales20. Solamente en 1804 la
cuestión fue tomada en consideración, y el Parlamento sometió el tema a una
comisión escogida al efecto. Apenas tres años más tarde, en febrero de 1807,
las ideas abolicionistas salían airosas de la larga contienda21.
Luego de conseguir la abolición del comercio de esclavos en sus colonias,
los abolicionistas ingleses comenzaron una verdadera misión internacional,
abocados a la tarea «divina» de eliminar de la faz del mundo occidental la trata
negrera. Los motivos de este comportamiento han sido ampliamente discutidos durante casi dos siglos. Algunos historiadores han dado gran relevancia al
factor económico del asunto, mientras que otros han buscado en la ideología y
la cultura, sus móviles fundamentales.
Sin embargo, a pesar de las razones económicas que marcaron esta proyección internacional de los abolicionistas ingleses, la tan popular entonces palabra filantropía, jugó un papel de gran importancia dentro de la batalla, y más
aún, dentro de sus conciencias. Resulta provechoso recordar que la primera sociedad abolicionista se creó en la capital del poderoso Imperio Británico y que
la segunda, fundada con el nombre de Amis des Noires en París en 1788, se
creó bajo los auspicios de cuáqueros ingleses. Los años que van entre estas
fundaciones y la abolición legal del comercio negrero en Inglaterra estuvieron
marcados por las interminables y perseverantes luchas de estos hombres que,
convencidos del mal que representaba la esclavitud per se, desplegaron todas
sus fuerzas en aras de conseguir tan loable fin. Claro está que esta lucha no se
limitó a los salones en los cuales solían reunirse los abolicionistas, sino que el
pueblo inglés se sumó en pleno al proceso. Quienes una vez apenas prestaron
interés al asunto, comenzaron a ponerse al día de sus adelantos, y colaboraron
recogiendo firmas y asistiendo a los meetings organizados por las sociedades
abolicionistas22. Inglaterra fue testigo de uno de los más progresivos y formidables procesos humanistas de la historia. No deben reducirse entonces a un
vulgar interés económico los motivos ingleses de abolición internacional de la
trata.
20
Blackburn, 1988: 131-160.
Ver, entre otros, Anstey, 1975; Drescher, 143 (Oxford, 1994): 136-166; Oldfield, 35: 2
(Cambridge, 1992): 331-343.
22 Murray, 1980: 22-26.
21
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DEFENDIENDO Y EXPANDIENDO LA TRATA
Entretanto, la entonces «capital más europea de América» contaba con algunos de los súbditos más brillantes de la época entre todas las colonias de la
corona hispana. La negrofobia, ampliamente desplegada desde que los esclavos comenzaron a aparecer como un grupo de peso significativo en las cifras
censuales, se venía adueñando día a día del aire que se respiraba en la próspera
capital cubana. Sin embargo, esto no era obstáculo para que se siguieran introduciendo africanos destinados al trabajo plantacionista.
Apenas unos meses después de abolirse el tráfico de esclavos en las colonias británicas, el Ayuntamiento habanero expresaba sus más graves preocupaciones en el cabildo ordinario del 22 de enero de 1808. En esta fecha, los
miembros de este selecto grupo mostraban su contrariedad frente a las intenciones maquiavélicas del emperador francés, al que casi nunca llamaban por
su nombre, tal vez por no invocar el peligro que representaba23. La siguiente
preocupación venía de un poco más al norte, cruzando el estrecho de La
Mancha, venía de Inglaterra. Los habaneros no habían superado aún su pánico ante una posible nueva invasión de los «casacas rojas». La hoy legendaria
«hora de los mameyes» no estaba lejos en el tiempo. Ni la imponente fortaleza de San Carlos de la Cabaña, ni las finalmente concluidas murallas de la
ciudad, satisfacían lo suficiente a los señores de esta asamblea. Inglaterra
parecía acechar constantemente, y esta circunstancia resultaba tan evidente que nadie se atrevía a levantar la voz para cuestionar tan preocupante afirmación. Una última y fundamental inquietud se hacía presente en el diario
de dichos hombres. El peligro de una rebelión similar a la ocurrida poco
tiempo antes en la vecina Saint-Domingue. El miedo era doblemente dirigido
hacia los negros residentes en la isla y hacia aquéllos que podrían invadirla
desde el cercano territorio ya emancipado de su Metrópoli. De la preeminencia de este temor quedó para la posteridad el alegato de aquella mañana de
enero:
La guerra con Francia no es tan peligrosa como el prodigioso número de nuestros esclavos. No tenemos plazas fuertes (a reserva de la capital) que aseguren una
retirada a los Blancos en caso de insurrección de los negros y por consiguiente quedan los campos expuestos a todos los estragos de la crueldad. El exemplo fatal que
23
Resulta particularmente interesante esta circunstancia. Tanto en las actas del cabildo
habanero como en la correspondencia de los cubanos que se encontraban en España durante la
invasión francesa, escasean notablemente las referencias directas a Napoleón, incluso en los
momentos en que se aproximaba su derrota. En las pocas oportunidades que lo mencionaban
usaban sus títulos o algún término peyorativo.
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han tomado nuestros esclavos de sus iguales de Santo Domingo: El deseo de la libertad qe precisamente debe influir en ellos: El justo fundadísimo recelo de qe entre
nuestros esclavos se oculten muchos de los qe prescenciaron y tal vez tubieron parte
esencial en la sublevazión del Guarico y qe estos le sirvan de promotores y caudillos24.
Sin embargo no todo era concierto y armonía en la capital insular. Algunos miembros destacados de la sociedad habanera de la época levantaban sus
voces para cuestionar la introducción masiva de esclavos e incluso el tratamiento que se les daba a aquéllos una vez llegados a las plantaciones. El cirujano español Francisco Barrera y Domingo fue uno de ellos. A pesar de
nunca ver publicado su manuscrito sobre las enfermedades de los esclavos
africanos y los remedios para combatirlas, Barrera y Domingo mantuvo una
posición firme en contra del tráfico de esclavos y del tratamiento que se les
daba a los esclavos25. Aún más ferviente eran las críticas del respetado sacerdote y filósofo habanero José Agustín Caballero, quien arremetió contra la
trata de esclavos y los perjuicios que ésta provocaba a la sociedad cubana en
una serie de artículos aparecidos en el Papel Periódico de la Habana entre
1791 y 179926.
Si los esclavos eran un problema que les quitaba el sueño, la amenaza abolicionista inglesa se iba convirtiendo en un verdadero dolor de cabeza para la
oligarquía plantadora criolla. Las presiones del poderoso imperio, comenzadas
ya por esta época, fueron seguidas de cerca desde sus primeras manifestaciones por los representantes del Ayuntamiento de La Habana y por sus aliados,
los integrantes del Real Consulado de Agricultura y Comercio. En 1809, el
ministro inglés en Madrid, John Hookham Frere, era instruido por George
Canning, entonces encargado de relaciones exteriores de su Gobierno, de
aprovechar cualquier oportunidad para exponer al Gobierno español las razo24
AHOHCH. Actas Capitulares Trasuntadas. Libro 75. Folio 18. Cabildo del 22 de enero
de 1808. Estos temores fueron explícitos desde el mismo comienzo de la introducción masiva
de esclavos africanos en la isla. Ver, por ejemplo, Arango 1888, I: 31-38. Otro ejemplo de estos temores puede verse en la Representación al Rey de los dueños de ingenios de la Habana.
ANC: RCJF. 150/7405.
25 Barrera, 1853. Algunos estudios sobre la obra de este personaje son: Flouret, 1985:
141-154; y Martínez Tejero, 2000, I: 373-389. Ver también Barcia, 2003.
26 José Agustín Caballero publicó algunos de estos trabajos bajo varios seudónimos, destacando entre ellos el de El amigo de los esclavos. Ver los artículos: «Nobilísimos cosecheros
de azúcar, señores amos de ingenios, mis predilectos paisanos», Papel Periódico de la Habana, 36: 142-144 y 37, 146-147 (1791); «Matrimonios entre esclavos: posterior al 7 de abril de
1796», en Caballero, 1956, II: 3-10; y «De la consideración sobre la esclavitud en este País: informe a la Sociedad Patriótica, 24 de noviembre de 1798», en I: 148-152. Ver también: Le Riverand, 1976; Caballero, 1999.
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nes británicas para abolir la trata. Al año siguiente las presiones continuaron,
sin embargo, las condiciones no eran propicias para que la Regencia española,
empeñada en organizar la resistencia antinapoleónica a la vez que en conformar un gobierno competente, prestara oídos a una materia tan delicada como
ésta27.
Sin embargo, todas sus aprehensiones y miedos fueron insuficientes para
hacerlos renunciar a la riqueza que vieron en la introducción masiva de esclavos africanos. En fecha tan temprana como 1787, cuatro años antes de que la
vecina colonia francesa de Saint-Domingue comenzara a enfrentar la guerra
civil que desembocaría en la República de Haití en 1804, el cabildo habanero
suplicaba al gobernador de la isla que permitiera importar mayores cantidades
de esclavos para trabajar en las plantaciones28. Desde 1789 las presiones sobre
el nuevo monarca Carlos IV se intensificaron como nunca antes. El rey firmó
resolución tras resolución autorizando el tráfico de esclavos y como consecuencia la población esclava pronto rivalizó con la población blanca en las estadísticas de la isla29.
Desde 1803 una sociedad anónima fue creada en la capital insular con la
intención de participar activamente en el tráfico de esclavos. En una carta al
rey enviada aquel mismo año, los suscriptores de esta nueva sociedad le pedían permiso para establecer una casa comercial en Londres o Liverpool desde
donde sus negocios podrían ser manejados con más comodidad. En el mismo
documento también suplicaban al monarca que les permitiera escoger dos o
tres lugares adecuados en la costa de África donde establecer factorías flotantes en los que almacenar sus cargamentos de esclavos hasta llegado el momento oportuno de enviarlos a Cuba. Entre los más destacados accionistas de esta
sociedad anónima se encontraban el Real Consulado de Agricultura y Comercio, Pedro y Francisco María de la Cuesta y Manzanal, Tomás de la Cruz Mu27
Murray, 1980: 27-28.
«Petición del Ayuntamiento de la Habana al Excelentísimo Sr. Gobernador General de
un permiso para la introducción de negros, año 1787», El Curioso Americano, 2:1 (1894),
pp. 5-8. El Ayuntamiento de La Habana usó de los servicios de la Casa inglesa de Baker and
Dawson para introducir esclavos en Cuba desde mediados de los 1780s hasta 1793. Ver Arango, 1888, I: 34-35.
29 Real Cédula concediendo libertad para el comercio de negros con las islas de Cuba,
Santo Domingo, Puerto Rico y provincia de Caracas, a españoles y extrangeros, baxo las reglas que se expresan, Madrid, 1789; Real Cédula concediendo libertad para el comercio de
negros con los virreynatos de Santa Fé, Buenos Aires, Capitanía General de Caracas e islas
de Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico, a españoles y extrangeros baxo las reglas que se expresan, Madrid, 1791; Real Cédula para la continuación del comercio de negros, 22 de abril
de 1804, Madrid, 1804.
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«UN COLOSO SOBRE LA ARENA»: DEFINIENDO EL CAMINO HACIA LA PLANTACIÓN ...
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ñoz, los condes de Jaruco y Casa Bayona, Bernabé Martínez de Pinillos y, por
supuesto, Francisco de Arango y Parreño30.
Pero llegó el año 1811 y todo se complicó. Justamente a partir de entonces
comenzaron los ataques británicos a la trata española. Haciendo lobby e influyendo a algunos diputados a las Cortes constituyentes de 1812, el ministro inglés en la Península, Henry Wellesley, consiguió que el tema saltara a la palestra durante las sesiones celebradas en Cádiz durante la primavera de aquel año.
El diputado a Cortes por La Habana, Andrés de Jáuregui, fue el encargado de
hacerle frente a las proposiciones de Miguel Guridi y Alcocer y de Agustín de
Argüelles. Sus alegatos en defensa del tráfico de esclavos basados en la quasi
segura pérdida de la isla de Cuba para la Corona hispana, resultaron lo suficientemente convincentes para que el asunto se discutiera en privado en un
primer momento y para que luego resultara archivado31.
Por supuesto que antes de que esto sucediera los encargados de dirimir tan
delicado asunto debieron atender a las súplicas amenazadoras del capitán general de la isla de Cuba, marqués de Someruelos, y del síndico del Real Consulado de La Habana, Francisco de Arango y Parreño. Ambos escritos resultaron definitorios a la hora de tomar una decisión acerca de este asunto. En
aquella ocasión Arango y Parreño clamó, dándole un tono trágico a sus palabras, «Se trata de nuestras vidas, de toda nuestra fortuna, y la de nuestros descendientes (...) Sea lícito á nuestro dolor hablar con esta franqueza; sea lícito á
nuestra amargura expresar sus sentimientos con el temple y colorido que tienen nuestros corazones; (...) no es posible que hagan alto en el calor de las frases que á nuestra tribulación se escapen, ni en el vigor de los ataques que hagamos en nuestra defensa»32.
Una vez que las fervorosas representaciones de Someruelos y Arango y Parreño fueron conocidas en España, las Cortes concedieron la razón a los plantadores criollos. En 1812 un fortuito acontecimiento vino a complicar todavía
más el asunto. Una extensa conspiración con ramificaciones en diferentes pun30
Los hacendados y mercaderes de La Havana al Rey Carlos IV. Havana, 12 de enero de
1803. Archivo Nacional de Cuba (ANC). Asuntos Políticos. 106/9. Ver también, Franco, 1991;
y Barcia, 2007: 145-158.
31 Murray, 1980: 29.
32 «Representación de la Ciudad de La Habana á las Cortes, el 20 de julio de 1811, con
motivo de las proposiciones hechas por D. José Miguel Guridi Alcocer y D. Agustín de Argüelles, sobre el tráfico y esclavitud de los negros; extendida por el Alférez Mayor de la Ciudad,
D. Francisco de Arango, por encargo del Ayuntamiento, Consulado y Sociedad Patriótica de la
Habana». Arango, 1888, II: 175-176. Aunque el texto fue firmado por una larga lista de figuras
notables de la sociedad habanera del momento, el verdadero y único autor del documento fue
Arango y Parreño.
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tos de la isla, organizada por libres de color y esclavos fue descubierta en La
Habana. Las prevenciones devinieron terror cuando a comienzos de año estallaron varias revueltas de esclavos. Especialmente preocupante fue la ocurrida
en el ingenio Peñas Altas, situado a unos pocos kilómetros de la capital. Desde
el descubrimiento de la conspiración se culpó a las Cortes de incitar inconsecuentemente al desorden de los esclavos a través de sus inoportunas discusiones acerca de la abolición del tráfico de esclavos. La Conspiración de Aponte,
entonces, dio a los habaneros la oportunidad de reafirmar su supuesta razón
acerca del tratamiento público que se le había dado al tema en las Cortes. En
resumen, tanto Inglaterra como los abolicionistas españoles se vieron obligados a tomarse un receso hasta que las condiciones volvieron a ser propicias
para resucitar el tema33.
Tras los debates de 1811 la cuestión de la abolición del comercio de esclavos africanos tuvo dos momentos destacados que en gran medida definieron la
continuación de la trata hacia Cuba y, por extensión, del crecimiento de la
plantación. El primero se desarrolló entre 1813 y 1817, y tuvo como momentos cimeros el Congreso de Viena, celebrado en 1814, y la firma del tratado anglo-español de abolición de la trata, en septiembre de 1817. Un último momento lleno de presiones y nuevos debates puede enmarcarse entre 1821 y
1823, en el corazón del Trienio Constitucional cuando, contra todos los pronósticos, las autoridades coloniales cubanas y los plantadores criollos cuestionaron una vez más la legalidad del tratado de septiembre de 1817.
En 1814 la campaña contra la trata negrera en Inglaterra había vuelto a alcanzar un lugar protagónico, ahora que la amenaza que significaba Napoleón
había cesado. El experimentado ministro británico Henry Wellesley sería el
encargado de reasumir tales funciones. Guiado esta vez por Lord Castlereagh,
Wellesley intentó conseguir, por cuantos medios le fue posible, un pronunciamiento español contra el tráfico de africanos. Sin embargo, la cuestión continuaba siendo sumamente complicada. Las gestiones de Wellesley fracasaron
una vez más y el Gobierno de Castlereagh se centró por completo en conseguir, al menos, una declaración abolicionista en el Congreso de Viena34.
El temor a un acuerdo definitivo de cese de la trata en Viena hacía padecer
a las autoridades e individuos involucrados en el asunto en la lejana isla de
Cuba. Mientras transcurrían las sesiones del Congreso, Arango y Parreño, radicado entonces en París, cuestionaba en la prensa escrita la autoridad de los
33
Ver Childs, 2006; Palmié, 2002.
Ver Fladeland, 38: 4 (Chicago, 1966): 355-373; Reich, 53:2 (Washington, 1968):
129-143; Murray, 1980: 50-56.
34
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diputados al Congreso para tomar decisiones trascendentales para el futuro de
su isla natal.
Entretanto, Claudio Martínez de Pinillos, apoderado en Madrid del Real
Consulado habanero, mantenía a sus compatriotas al tanto de cuanto sucedía
en Viena. El primero de noviembre de 1814, en carta escrita en la capital española, hacía un balance de las fuerzas en Europa, determinando que las naciones que miraban con indiferencia el tráfico de esclavos de África eran «por
desgracia, las más influyentes» y consideraba más adelante «que el constante
empeño y los esfuerzos hechos por los ingleses para cortar este tráfico, como
medio directo de destruir nuestra industria agricultura colonial» tenían buena
acogida en la capital del Imperio de los Habsburgo35.
Muy a pesar de Arango y Parreño y de Martínez de Pinillos, Inglaterra, nación vencedora devenida en árbitro de Europa, consiguió que todas las potencias representadas en el Congreso firmaran una declaración en la cual se condenaba la trata negrera. Claro está que para los esclavistas tan singular documento no significaba nada. Al menos por el momento habían salido airosos.
Sin embargo, predeciblemente, Inglaterra no se quedó con los brazos cruzados. A través de su nuevo ministro en España, Charles Vaughan, comenzó a
presionar a Fernando VII para conseguir de éste un compromiso de cese del
tráfico. La deuda del monarca español con Inglaterra y su manifiesta debilidad
ante la máxima potencia militar de la época, provocaron la firma, el 20 de septiembre de 1817, del tratado por el cual España se comprometía a abolir la trata negrera en sus dominios. Como parte de este tratado, el rey de España se
comprometía al cese inmediato del comercio de africanos al norte del Ecuador
y a la abolición total a partir del 20 de mayo de 182036.
35 Claudio Martínez de Pinillos al Prior y Cónsules. Carta n.º 66. Madrid, 1 de noviembre
de 1814. ANC: GSC. 1099/40587.
36 Tratado entre S.M. el Rey de España y de las Indias y S.M. el Rey del Reino Unido de
Gran Bretaña e Irlanda, para la abolición del tráfico de negros, concluido y firmado en Madrid en 23 de setiembre de 1817, Madrid, 1817. El tratado fue hecho efectivo para los dominios
españoles por la Real Cédula para la abolición del tráfico de negros concluido y firmado en
Madrid, en 23 de setiembre de 1817, Madrid, 1817. Estos documentos pueden hallarse en «Documentos relativos al proyecto de convenio que el gobierno inglés presentó al español para declarar libres á los negros importados de África después del 30 de octubre de 1820», Revista Cubana, 5 (La Habana, 1887): 444-459.
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EL ÚLTIMO RECURSO LEGAL: LA TRATA EN EL TRIENIO CONSTITUCIONAL
El tratado de 1817 no fue cumplido en lo más mínimo, lo cual en realidad
constituyó una victoria para los intereses plantacionistas cubanos. La trata, lejos de desaparecer, se intensificó y, según las cifras, en las décadas posteriores
a su firma, se recibieron decenas de miles de nuevos esclavos. No obstante, en
el mismo año en que se debía producir la abolición total del tráfico de esclavos, la Monarquía española se vio limitada una vez más por la Constitución
aprobada ocho años antes en Cádiz. El periodo que hoy conocemos bajo el
nombre de Trienio Constitucional trajo como consecuencia inmediata nuevas
elecciones de diputados a Cortes.
Aunque la trata había continuado desenfadadamente a pesar de las quejas de
Inglaterra, los plantadores criollos, atemorizados por la incertidumbre de que la
Corona pudiera compelerlos a cumplir el tratado de 1817, aprovecharon la oportunidad de poder asistir a las Cortes para argüir sus razones esclavistas con el utópico objetivo de invalidar el tratado que, cual espada de Damocles, pendía atemorizante sobre sus cabezas. Dos documentos escritos por sacerdotes acapararon la
atención en el periodo. Uno, el más conservador, fue publicado y circuló ampliamente, el otro no. Ambos legitimaban opciones políticas diametralmente opuestas. Sin embargo, para lograr sus fines, empleaban los mismos argumentos. El peligro que representaban Inglaterra y Haití, y los problemas del sistema esclavista
cubano. Sus autores fueron los presbíteros cubanos Juan Bernardo O’Gavan y Félix Varela. Estos dos documentos constituyen fuentes imprescindibles para entender las diferentes posturas existentes en Cuba frente al fenómeno de la esclavitud.
O’Gavan llegó a Madrid en 1820 y de inmediato se puso a trabajar en función de los intereses de los plantadores esclavistas criollos, a quienes se encontraba fuertemente vinculado. Como respuesta a una propuesta hecha en las
Cortes el 23 de marzo de 1821, de establecer leyes penales capaces de destruir
absolutamente el tráfico de negros, escribió su obra clásica, un folleto de apenas 12 páginas que se ha convertido en un texto inevitable y que sirvió a la historiografía cubana en los años posteriores para situarlo en el lugar más bajo
dentro de su historia.
Las circunstancias eran ahora bien diferentes a las de 1811. España se hallaba
bajo palabra con la Gran Bretaña y, al menos en el papel, resultaba impracticable
intentar respaldar el comercio de esclavos africanos. Juan Bernardo O’Gavan,
contra todos los pronósticos, fue a Madrid a impugnar el tratado de 1817, utópica
intención en un mundo cambiado y en una España sumamente debilitada37.
37
El Trienio Constitucional, durante el cual la Constitución de 1812 y las Cortes fueron
reinstauradas, comenzó en enero de 1820 con el alzamiento de Cabezas de San Juan. Durante
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Claro está que la impugnación respondía a una encomienda del Real Consulado de La Habana, el cual, en el capítulo séptimo de las instrucciones adjuntas a las observaciones de O’Gavan, clamaba por la ilegitimidad del tratado
de 1817:
Por cualquier aspecto que este asunto se mire, se conocerá que en él obró la precipitacion, el mezquino interes, y que no se respetaron derechos sagrados, y se faltó
á las consideraciones que dictaba la política, y la justicia, y la verdadera conveniencia pública38.
Resaltando el salvajismo de los negros en África y la benevolencia de su
vida en Cuba, O’Gavan justificó con razonamientos antropológicos, económicos, sociales y religiosos lo conveniente que sería continuar el tráfico de esclavos a Cuba. No obstante, la razón de más peso expuesta por O’Gavan fue la de
la posible escisión de Cuba de los territorios españoles. Para no dejar espacio a
dudas, ignoró el tan enarbolado peligro haitiano y reprodujo uno peor, el norteamericano:
Existe un gobierno sabio, liberal en principios, poderoso y activo, que procura
estender sobre ella [la isla de Cuba] una mano benéfica, y atraerla por todos medios
á su sistema de libertad y engrandecimiento, prodigándola recursos abundantes para
su agricultura y comercio...39
Por supuesto que a O’Gavan le faltó decir que esa nación tan prodigiosa
era esclavista. La sentencia del sacerdote santiaguero debió resonar bien clara
en los oídos de los diputados, cual profecía de la futura Doctrina Monroe: «Si
la arbitrariedad ó la imprudencia de los que mandan no tienen límites, los tiene
la paciencia de los pueblos»40.
Dos años después llegaba a España, también en calidad de diputado a Cortes, el padre Félix Varela. A diferencia de su antecesor, Varela no se encontraba vinculado a los plantadores criollos que dominaban las instituciones encargadas de regir la vida cubana. Varela era un hombre de reconocida honestidad,
nacido en La Habana en 1788 y, al igual que O’Gavan, hombre de confianza
del obispo Espada. Su elección había sido respaldada por el prestigioso prelado de la capital cubana. Su actuación en las Cortes, aunque limitada, fue tan
estos tres años hubo varios gobiernos de diferentes tendencias y una apertura a las libertades civiles. La Constitución fue abolida y el rey Fernando VII recuperó todos sus poderes tras la invasión del Duque de Angulema y sus Cien Mil Hijos de San Luis en 1823. Ver Robinson,
1926: 21-46.
38 Estas instrucciones pueden consultarse en O’Gavan, 1821: 12-14.
39 Ibidem: 12.
40 Idem: 12.
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progresista que devino símbolo de las futuras generaciones. Varela llevó dos
proyectos a las Cortes, uno de autonomía para la isla de Cuba y otro de abolición gradual de la esclavitud.
Este último se titulaba Memoria para la extinción de la esclavitud en la
Isla de Cuba. En este escrito proponía Varela, dejando traslucir intereses claramente humanistas, la abolición gradual de la esclavitud en los dominios españoles con indemnización a sus propietarios. Lo más interesante de la memoria
es la novedad, pues Varela clamaba por la abolición de la esclavitud sólo tres
años después de haber entrado en vigor el cese legal del tráfico trans-atlántico.
Para respaldar su propuesta, la cual nunca pudo ser presentada debido a la caída del régimen constitucional, el sacerdote habanero se vio obligado a valerse
de los mismos argumentos que Arango y O’Gavan habían utilizado con anterioridad. O sea, Varela atacó formalmente a Inglaterra, reprodujo los temores a
una invasión de la cercana Haití y se hizo eco del peligro de los levantamientos de esclavos.
También criticó Varela la descontrolada introducción de esclavos a la
Isla:
De este modo se creyó que podía suplirse sin peligro la falta de brazos, ¡sin
peligro, con hombres esclavos! El acaecimiento de Santo Domingo advirtió muy
pronto al Gobierno el error que había cometido; empero siguió la introducción de
negros41.
Varela vio el problema más allá, y así pretendía exponerlo:
Resulta, pues, que la agricultura y las demás artes de la isla de Cuba, dependen
absolutamente de los originarios de África, y que si esta clase quisiera arruinarnos
le bastaría suspender sus trabajos y hacer una nueva resistencia. Su preponderancia
puede animar a estos desdichados a solicitar por fuerza lo que por justicia se les niega, que es la libertad y el derecho de ser felices. Hasta ahora se ha creído que su
misma rusticidad les hace imposible tal empresa; pero ya vemos que no es tanta, y
que, aún cuando lo fuera, serviría ella misma para hacerlos libres, pues el mejor soldado es el más bárbaro cuando tiene quien lo dirija. Pero ¿faltarán directores? Lo
hubo en la isla de Santo Domingo, y nuestros oficiales aseguraban haber visto en las
filas de los negros los uniformes de una potencia enemiga, cuyos ingenieros dirigían perfectamente todo el plan de hostilidades...42
41
Varela, 2001: 114.
Ibidem: 2001: 117. Estas líneas varelianas parecen copiadas literalmente del enciclopedista francés Denis Diderot cuando éste afirmó que «Estos relámpagos iluminados anuncian el trueno, y los negros solo carecen de un jefe suficientemente corajudo que los guíe a la
venganza y la matanza. Dónde está él, este gran hombre de cuya naturaleza deba tal vez enorgullecerse la especie humana?.» Citado por Benot, 1978: 214; Trouillot, 25: 1-2 (Kingston,
1991): 86-87.
42
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Sus argumentos eran aterradores aunque no completamente ciertos: «estoy
seguro de que el primero que dé el grito de independencia tiene a su favor a
casi todos los originarios de África»43.
Este escrito de Varela puede considerarse el último de importancia antes de
la consagración del modelo plantacionista cubano44. Al comenzar 1824 la abolición del tráfico era una obligación internacional de todos los gobiernos y una
realidad palpable en la mayor parte del continente americano, con las únicas
excepciones de Brasil y Cuba. Las intenciones británicas no habían tenido éxito en la práctica y el tratado de 1817, como luego sucedería con el de 1835,
nunca se cumpliría45. Los plantadores criollos siguieron recibiendo sus cargamentos de «sacos de carbón» a pesar de los esfuerzos de los abolicionistas y
del gobierno inglés. Las plantaciones finalmente pudieron crecer en la cotidianeidad del paisaje rural del occidente insular del modo que Arango y Parreño
y sus acólitos habían deseado desde la última década del siglo anterior. Ya por
entonces comenzaban a aparecer ingenios con dotaciones de cientos y cientos
de esclavos. Entre 1820 y 1830 entraron ilegalmente en Cuba numerosos cargamentos de esclavos provenientes de África, con los cuales se abastecían las
necesidades de mano de obra de las plantaciones.
La infusión tecnológica trajo como consecuencia una mayor productividad
de la jornada laboral dentro de estos enormes enclaves. El vapor aplicado al
trapiche, las mejoras en los caminos y en las comunicaciones y, por último, la
introducción del ferrocarril constituyeron elementos alentadores para la continuación de esta práctica infrahumana. En 1825 los vocablos esclavitud y Cuba
se encontraban tan ligados uno y otro, que casi constituían sinónimos. Las facultades omnímodas concedidas a los capitanes generales encargados de gobernar la isla a partir de la restauración de Fernando VII en el trono en 1823, y
la creación de la Comisión Militar Permanente de la Isla de Cuba en 1825 eran
síntomas claros de la política conservadora de la metrópoli y de la sumisión a
la cual la isla estaría sometida en los años por venir46. La introducción de esclavos africanos había convertido la zona occidental cubana en una bomba de
43
Ibidem: 2001: 119.
Arango intervino en este debate para apoyar a los plantadores. Ver Arango 1823, 2.ª ed.
45 Tratado entre S.M. la reina de España y S.M. el Rey del Reino Unido de Gran Bretaña
e Irlanda para la abolición del tráfico de esclavos, concluido y firmado en Madrid en 28 de junio de 1835, La Habana, 1858.
46 Durante estos años fueron descubiertas y reprimidas al menos tres conspiraciones importantes, entre ellas la de los Soles y Rayos de Bolívar en 1823 y la del Águila Negra en 1830
(de esta última ya se conocía en 1825). El control de los esclavos nunca tuvo un lugar secundario. Así, por ejemplo, se reformó en 1824 el Reglamento de Esclavos Cimarrones, publicado
por vez primera en 1796. Ver: Reglamento de Cimarrones, 1824.
44
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tiempo esperando a estallar. Plantadores y comerciantes se habían convertido
en esclavos de sus esclavos, y sus ambiciones políticas habían sido limitadas
al mínimo, si bien es cierto que sus fortunas aumentaban días tras día47. La voluntad de rellenar los bolsillos era ya una tradición. El occidente cubano debería observar todavía, durante más de sesenta años, los horrores de la esclavitud.
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Fecha de recepción: 6-6-2010
Fecha de aceptación: 15-8-2010
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 53-76, ISSN: 0034-8341
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MANUEL BARCIA
«A GIANT BUILT ON SAND»: PAVING THE ROAD
TOWARDS THE SLAVE PLANTATION IN CUBA, 1792-1825
From 1791 on, the Creole elite on the island of Cuba started taking advantage of the political situation on the neighboring island of Saint-Domingue, which they had tried to replace on
the sugar and coffee markets. To reach their objectives it was necessary to import greater
numbers of African slaves to put to work on the plantations. The battle for the right to keep importing Africans to the island was fought during the first three decades of the 19th century, not
only in Cuba and Spain, but also in London, Paris and Vienna. This article discusses and analyses the obstacles the Cuban Creole elite encountered throughout the period, and how, one
way or another, both the increase in the slave trade and sugar production were ensured
through legal and illegal measures.
KEY WORDS: Cuba, slavery, slave trade, sugar.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 53-76, ISSN: 0034-8341
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LOS DESPAIGNE EN SAINT-DOMINGUE Y CUBA:
NARRATIVA MICROHISTÓRICA DE UNA EXPERIENCIA
ATLÁNTICA*
POR
MARIAL IGLESIAS UTSET
Una familia de plantadores franceses en Jérémie, en el sur de Saint-Domingue, cuyo mundo colapsa a consecuencia de la revolución de Haití, reproduce nuevamente en las serranías
de El Cobre, en Santiago de Cuba, la economía (material y moral) de la plantación cafetalera.
Medio siglo más tarde, la irrupción de las guerras de independencia de España emancipa a
los numerosos esclavos de la plantación, cuya inclusión ciudadana, ya en la república cubana
en el siglo XX, se pone a prueba en 1912, cuando el alzamiento de los miembros del Partido de
los Independientes de Color reactualiza traumáticamente la memoria de la revolución de Haití
en Cuba.
PALABRAS CLAVE: Haití, Cuba, esclavitud, emancipación, raza.
UNA «RELIQUIA» EN EL MUSEO NACIONAL
En 1913 alguien donó al entonces recién inaugurado Museo Nacional de
Cuba un sobre que contenía un pedazo de papel: una proclama, arrugada y
rota, con unas manchas oscuras que resultaron ser trazas de sangre. El volante,
una hoja suelta impresa en Santiago de Cuba, reproducía una entrevista de
Evaristo Estenoz, el líder nacional de un partido político fundado en la Habana
en 1908 con el propósito de representar los intereses de los sectores negros de
la población cubana. La proclama reafirmaba, entre otros tópicos, la decisión
* El presente texto ha sido preparado en el marco del proyecto HAR2009-07037/HIST
del Ministerio de Ciencia e Innovación durante una estancia en la Universitat Jaume I
(INV-2010-29).
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MARIAL IGLESIAS UTSET
de los integrantes del partido «a ejercitar nuestros derechos de cubanos en lo
adelante, exigir la igualdad y pedir constantes reformas hasta hacer más perfecta la democracia cubana y más tangible la libertad».
Etiquetada con el número 1443 y archivada en los fondos del museo en
compañía de un sinnúmero de artefactos y documentos, en su mayoría «patrióticos», la hoja perdió su condición de objeto itinerante para terminar convertida en artículo de colección1. Pero antes, había estado en el bolsillo de
Justo Despaigne, un hombre negro que fue asesinado en el cafetal Kentucky
el 12 de junio de 1912 por las tropas del ejército de la república enviadas a
reprimir la protesta armada con la cual el Partido de los Independientes de
Color intentaba reivindicar su derecho a la existencia como institución política2.
Seguramente algún soldado de los que participaron en la acción militar retiró la proclama manchada de sangre del cadáver como prueba incriminatoria,
o quizás a título de trofeo o souvenir. Algún tiempo más tarde, la hoja fue enviada al museo habanero como «Reliquia de la Revolución Racista», según se
consignó en el sobre que la contenía. Se desconoce si alguna vez fue puesta en
exhibición aunque es bastante improbable, ya que muy rápidamente una capa
de silencio sepultó la memoria del acontecimiento que marcara, 26 años después de la emancipación de la esclavitud, el punto más alto de la violencia racista en la Cuba republicana. Sin embargo, casi un siglo después, la maltrecha
hoja suelta, luego de ser vehículo de propaganda política, trofeo de guerra y,
más tarde, pieza de museo, devendría esta vez «documento», convertida en
una suerte de pieza testimonial cuya interpretación sirve de leitmotiv en esta
investigación.
Cuando murió con la proclama doblada en su bolsillo, en los terrenos de un
cafetal en las serranías del oriente de Cuba, Justo Despaigne tenía unos 50
años. Hijo y nieto de esclavos, había nacido también en un cafetal, en El Cobre, donde sus padres y antes sus abuelos habían pasado la vida cultivando
café para una familia de plantadores criollos procedentes de Saint-Domingue,
cuyo fundador, Jean Despaigne, arribó a Santiago de Cuba a inicios del siglo XIX huyendo de la revolución de Haití. Esta pesquisa intenta reconstruir la
cadena de acontecimientos que enlaza el éxodo angustioso de la familia Despaigne de Jérémie, en el sur de Saint-Domingue, en 1803, con la muerte violenta en el oriente de Cuba del ex esclavo y veterano negro Justo Despaigne,
en 1912.
1
2
Archivo Nacional de Cuba, La Habana (ANC), Museo Nacional, caja 7, número 8.
La Discusión, La Habana, 13 de junio de 1912.
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Así, la saga de los Despaigne en Cuba es la historia de tres generaciones de
personas, amos y esclavos, blancos y negros, descendientes de europeos y
gente con raíces en África, con destinos inseparablemente unidos a lo largo de
casi un siglo: atados a una extensión de tierra, varias caballerías plantada de
cafetos en la serranía del Cobre cuya explotación se tradujo en vidas de bonanza para los propietarios blancos y violencia física y deshumanización para sus
víctimas.
Sin embargo, esta historia menor de una sola familia y de sus varios centenares de esclavos, aparentemente constreñida a un ámbito sumamente local,
los confines de unos cafetales en un enclave rural en el extremo este de la isla,
es al mismo tiempo una historia atlántica, notablemente trasnacional3.
«UNIDOS AL SUELO A CAUSA DE SU DESTINO»: ATADURAS LOCALES
Y VÍNCULOS TRASATLÁNTICOS
Jean Despaigne, y Pierre, su hermano, nacidos en Cap François, provenían,
como muchos colonos de Saint-Domingue, de una antigua familia bordelesa.
La vida de los hermanos Jean y Pierre Despaigne había sido radicalmente
afectada por la conmoción revolucionaria, que los arrojó, después del incendio
de su ciudad natal en 1793, primeramente al sur, a la zona ocupada por los ingleses, y después a las costas del este de Cuba, ya en el capítulo postrero de la
revolución. Sin embargo, el origen del capital que le permitió a Jean Despaigne volver establecerse como plantador de café, comprando tierras y esclavos
en el este de Cuba, procedía del patrimonio de su suegra, que lo acompañó,
junto a su esposa y su pequeños hijos, en la huida desde Jérémie, apenas unos
meses antes de la proclamación por Dessalines de la república de Haití. Antoinette Kanon era a su vez hija de Jacques Kanon, un personaje con una vida atlántica ejemplar para el siglo XVIII francés.
Nacido en 1726, en Blaye, una pequeña ciudad portuaria cercana a Burdeos en la entrada del río Gironda, Kanon era hijo y nieto de navegantes vinculados al comercio colonial. En 1738 a la temprana edad de 12 años, Jacques
Kanon hizo su primer viaje a Saint-Domingue, fungiendo como grumete en el
barco de su propio padre. Después de atravesar el Atlántico durante años como
oficial de la marina francesa y también como corsario Kanon decidió emprender un negocio aún más lucrativo: en 1763 se inició como traficante negrero.
Tres viajes sucesivos a las costas de África lo convirtieron en un hombre aco3
Sobre el juego de escalas entre la metodología de la microhistoria y la historia atlántica,
véase: Scott, 105 (Washington, 2000): 472-479. Putnam, 39/ 3 (Fairfax, VA, 2006): 615-630.
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modado: en 1765 fue elegido «bourgeois de Bordeaux», y ese mismo año, iniciado en la logia masónica bordelesa l’Amitié. En 1770, probablemente alentado por el impetuoso boom de la economía colonial, Kanon resolvió darle un
giro decisivo a su vida. A sus 44 años, tomó la arriesgada decisión de reinvertir en Saint-Domingue el capital acumulado con negocios de vinicultura en su
natal Burdeos y el tráfico de esclavos. Entre 1771 y 1788 Jacques Kanon se
hizo de una propiedad azucarera en la ribera del río Guinodée cercano a Jérémie, y años más tarde fundó otra plantación en la Voldrogue, en conjunto con
su yerno, Jean Chalmette, dueño a su vez de tierras en la Grande-Rivière. Los
negocios prosperaron y hacia 1790 Kanon poseía, además de las plantaciones
de azúcar, dos comercios, una casa en la ciudad y otros terrenos en el área de
Jérémie. En 1800, en pleno apogeo de la revolución, moriría en Burdeos, probablemente arrepentido de su aventura colonial como plantador4.
Pero no sólo los propietarios blancos europeos tenían un pasado trasatlántico. Hacia la tercera década del siglo XIX, al menos la mitad de los esclavos de
las plantaciones de los Despaigne habían nacido en África y cruzado el Atlántico, sobreviviendo al angustioso viaje que los historiadores han dado en llamar la «travesía intermedia». A la muerte de Jean Despaigne, en 1849, el avalúo de sus bienes arroja luz sobre la procedencia étnica de sus esclavos: de los
63 esclavos de sexo masculino del cafetal La Lisse, 32 eran africanos de origen, una mayoría «congos», denominación étnica que designa de manera general una cultura de origen bantú y una procedencia geográfica localizada en
el estuario del río Congo, pero también «ibó» (igbo) y «bibí» (ibibio), dos de
las etnias del hinterland de la ensenada de Biafra, en delta del Níger5.
De este modo, aún dentro de la reducida demarcación de La Lisse, coexistían varias leguas: el francés, el idioma de los amos blancos europeos, y quizás
también el castellano, necesario para la comunicación externa; las originarias
de África, habladas por los esclavos de la plantación, probablemente alguna
4
Sobre la vida de Jacques Kanon, véase Deschênes, 2010a; 2010b. Los detalles sobre los
viajes de Kanon como traficante de esclavos pueden consultarse en el sitio web Transatlantic
SlaveTrade Database, viajes 31526, 31542, 31571. Sobre las propiedades de la famila Kanon-Despaigne en Jérémie: Notario Girard, 5-136. Notario: L’Epine, 6B-193, 6C-83, 6D-47,
6D-50. Notario Dobignies, 9-215. Notario: Layne, 8-130; 8-160, Jérémie Papers, Colecciones
especiales, Biblioteca de la Universidad de la Florida, Gainesville.
5 Testamentaria de Juan Despaigne y su consorte Luisa Chalmette, ANC, Audiencia de
Santiago de Cuba, leg. 171, núm. 3089. Juan Despaigne muere en 1847, pero los avalúos para
iniciar el proceso de la herencia son realizados en 1849. Para una excelente síntesis de la historia, económica, política y cultural del comercio de esclavos trasatlántico véase: Klein, 2010.
Para una visión general del proceso de la esclavitud y la emancipación en una dimensión comparativa véase: Engerman, 2007.
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lengua bantú como el kikongo, junto con el igbó y el ibibio o quizás el efik, y,
finalmente, una lengua híbrida, el creole, que importado de Saint-Domingue,
era usado en las plantaciones de café de los franceses como lengua franca en la
vida de cada día. Esta extraordinaria polifonía lingüística en los límites de un
solo cafetal permite inferir la compleja matriz del intenso proceso de reverberación cultural que caracterizó la experiencia de la esclavitud de plantación en
el Caribe6.
Con independencia del origen atlántico de los protagonistas de la historia,
sus vidas estaban además atadas a vínculos que iban mucho más allá de los
lindes de los cafetales serranos o incluso de las mismas fronteras de la isla. A
diferencia del ámbito limitado de la agricultura tradicional de subsistencia, circunscrita frecuentemente a condiciones locales, la relación entre amos y esclavos en una plantación comercial caribeña como la de los Despaigne estaba mediada por procesos de alcance global. Así, eventos gobernados por la «mano
invisible» de la oferta y la demanda, para usar la metáfora de Adam Smith, o
dictados por las lógicas de las políticas imperiales, ocurridos en puntos del
mundo tan extraordinariamente distantes unos de otros como los puertos y urbes europeas o los poblados y factorías en África occidental, afectaban las dinámicas del comercio de esclavos o los precios de cotización del café. Y al hacerlo, incidían también en la vida de cada día de un cafetal del otro lado del
Atlántico, en los confines rurales de una isla en el Caribe.
Con frecuencia, préstamos de dinero hechos en Burdeos, Nantes o París se
cobraban en las serranías del oriente de Cuba con trabajo forzado de africanos
o sus descendientes. La hipoteca sobre la propiedad del cafetal Estrella, en
Brazo del Cauto, Cobre, fue contraída por Augusto Enrique Despaigne, hijo
del primogénito de Juan Despaigne, Juan Numa Despaigne, para respaldar una
deuda de 89.250 francos con un prestamista parisino. El documento, redactado
en 1865 ante un notario en París según las normas y el estilo estándar del derecho contractual burgués, no tiene nada de notable excepto un añadido: el texto
especifica que «la hipoteca se extenderá no tan sólo a los inmuebles, tierras,
bosques, plantíos y habitaciones, sino también a todos los objetos y seres animados, que se consideran como unidos al suelo e inmuebles a causa de su destino, especialmente a los esclavos».
Al tiempo que Augusto Enrique Despaigne y su acreedor parisino son reconocidos en el contrato hipotecario como individuos con plenos derechos a
disponer libremente de sus personas, acciones y posesiones, los esclavos, téc6
Sobre las lenguas africanas y el creole de Haití, Appiah y Gates (eds.), 2005, III:
510-512 y 514.
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nicamente «seres animados, que se consideran como unidos al suelo e inmuebles a causa de su destino», se listan solamente por los nombres de pila, enumerados justo al resto de las propiedades del cafetal. Así, eventos ocurridos a
miles de millas de distancia, como las deudas contraídas por un señorito de la
familia blanca en París repercuten al otro lado del Atlántico en forma de una
hipoteca que pesa sobre las vidas de 82 personas, hombres, mujeres y niños de
origen africano, esclavizados en las serranías del Cobre7.
LA DOBLE MEMORIA DE HAITÍ
Por último, las vidas de los Despaigne, blancos y negros, estaban atadas
también a la memoria de un acontecimiento traumático, con una enorme trascendencia para el legado posterior de la esclavitud: la revolución de Haití. Una
memoria omnipresente en una zona del este de Cuba que a inicios del siglo XIX acogió a 18.000 personas, entre blancos, mulatos y negros, testigos
presenciales de la revolución. Numerosos colonos blancos y también gente
«de color», libres y esclavos, se establecieron en la isla, sobre todo en su parte
oriental, dejando una huella profunda y duradera en la idiosincrasia y la cultura de esas regiones, palpable hasta el día de hoy.
Pero como es sabido, el impacto más importante de la historia de Haití sobre Cuba no estuvo relacionado con la emigración directa, sino con el propósito, ejecutado con éxito arrollador por la elite criolla y la administración colonial, de suplantar en el mercado mundial a Saint-Domingue, antes de la insurrección la colonia de plantación más eficiente y rica del mundo. En breve, los
esfuerzos conjuntos de propietarios, comerciantes, traficantes de esclavos y
funcionarios coloniales convirtieron a Cuba en una enorme factoría, una sociedad fundada en el azúcar, la esclavitud y el colonialismo, siguiendo una estrategia económica calcada de la de Saint-Domingue.
En los años que van de 1774 a 1817, con la importación masiva de esclavos, la población negra de la Isla se cuadriplicó, sobrepasando por primera vez
a la de personas blancas en la composición demográfica. Con la prosperidad
fundada en el trabajo forzado de miles de africanos, se arraigó también el pavor paranoico a la repetición de lo ocurrido en la vecina colonia francesa.
Atrapados entre las lógicas contrapuestas del miedo a la rebelión y la avaricia
y el cálculo frío de las ganancias que la esclavitud proporcionaba, los propietarios cubanos se debatieron en una tensión que marcó la historia de todo el si7 Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba, Santigo de Cuba (AHPSC), Protocolos Notariales, leg. 116, año 1866, folio 12.
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glo XIX cubano, retrasando por varias décadas la independencia de España y
la abolición.
A pesar de que las autoridades coloniales en Cuba hicieron todo lo posible
en la época por restringir la circulación de noticias o la entrada de esclavos
contaminados por la experiencia y las ideas sediciosas de la revolución, pronto
la simple mención del nombre de Haití remitiría a un conjunto de imágenes estereotipadas que pasaban de boca en boca, infundiendo temor o esperanza, según el oyente. Como ha subrayado Ada Ferrer, a través de la mención y la invocación constantes, Haití devino una sinécdoque que, al tiempo que evocaba
violencia, exterminio o venganza, también aludía peligrosamente al lenguaje
de la libertad y los derechos ciudadanos.
La existencia de la memoria del grand peur blanco está bien documentada:
miles de textos de diferente índole, noticias de periódicos, órdenes y cédulas,
informes públicos, correspondencia oficial y privada, que hablan compulsivamente del temor de la reproducción de otro «Haití» en Cuba, se acumulan por
doquier en archivos y bibliotecas. No obstante, sólo se conservan evidencias
fragmentarias y distorsionadas (sobre todo como testimonios indirectos dentro
de la documentación legal que generaban los episodios de las sublevaciones,
conspiraciones y otras formas de sedición) del modo en que los esclavos y sus
descendientes, en una abrumadora mayoría personas analfabetas, interpretaron
e hicieron suya, al incorporarla a sus propias reivindicaciones políticas, la memoria de lo ocurrido en Saint-Domingue8. El ejemplo de una revolución en la
que las personas que ocupaban el orden más bajo de la sociedad, los esclavos,
apropiándose de las consignas de liberté, égalité, fraternité y del discurso de
los derechos naturales de la ilustración europea, lograron transformarse en ciudadanos, al menos en el plano formal, creando un estado soberano a partir de
lo que fue una colonia de plantación esclavista, tuvo que haber despertado poderosas esperanzas entre los miles y miles de personas víctimas de la esclavitud en América9.
Esta investigación, al tiempo que intenta reconstruir, usando técnicas microhistóricas y prosopográficas, el hilo de las trayectorias vitales de varios de
los numerosos esclavos de la familia Despaigne hasta los años posteriores de
la emancipación, pretende también documentar la existencia de una memoria
viva, local, del legado antiesclavista y antirracista de la revolución de Haití.
De esta manera, estos son también los primeros resultados de un estudio mi8 Sobre el impacto de la revolución de Haití en Cuba: Ferrer, 2009, 2008, LXIII/ 229 (Madrid, 2003): 675-694; 2 (París, 2003): 335-336. Véase también González-Ripoll, Naranjo, Ferrer, García y Opatrný, 2004; Fischer, 2004.
9 Knight, 105/ 1 (Washington, 2000): 105.
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crohistórico de las complejas dinámicas de la post-emancipación y el acceso a
la ciudadanía hasta la primera década del siglo XX. En 1912, cuando el alzamiento de los miembros del Partido de los Independientes de Color reactualizó
la memoria de la revolución de Haití en Cuba, desatando una violenta oleada
de racismo que puso a prueba la plena inclusión ciudadana de los cubanos negros, numerosos descendientes de esclavos de la familia francesa se encontraron nuevamente entre los encausados por rebelión.
CRUZANDO EL PASO DE LOS VIENTOS: EL ÉXODO A SANTIAGO
En lo que sería el último capítulo de la revolución en Saint-Domingue, hacia la primavera y el verano de 1803, a consecuencia del aumento de la escalada de violencia, miles de habitantes de la colonia francesa, blancos, mulatos y
negros, junto a un sinnúmero de soldados del ejército francés en desbandada,
huyeron de la devastación, arribando en todo tipo de embarcaciones a las costas del extremo oriental de Cuba. Los refugiados, unas 18.000 personas en total, al atravesar las escasas millas del Paso de los Vientos, el estrecho que separa el este de Cuba del suroeste de Haití, como ha subrayado recientemente
Rebecca Scott, no sólo cambiaban de idioma y de jurisdicción, pasando del
francés y el creole al castellano y de los dominios del imperio napoleónico a
los del Rey de España, sino también de condición social10. Numerosos propietarios arruinados por la insurrección se vieron obligados a vivir de su propio
trabajo personal en Santiago de Cuba, pero otros, entre los que parece haberse
encontrado Jean Despaigne, se las arreglaron para preservar algún capital y
arrastrar con ellos a varios de sus antiguos esclavos.
Las declaraciones de los capitanes de los barcos, que abarrotados de refugiados arribaban a la entrada del Morro de Santiago de Cuba, dan cuenta del
alcance de la violencia de la revolución y del trauma experimentado por sus
participantes: Jean Arnaud, el capitán la goleta Alegre, declaraba: «que haviendo (sic) sido la jurisdicción de Jeremías casi enteramente devastada por
los negros rebeldes, todas las haciendas, dos de sus pueblos, Los Abricots y el
Corail acometidos e incendiados y el de Jeremías amenazado de la misma
suerte, sus habitantes se hallan obligados, para escapar al cuchillo de aquellos
levantados, a buscar en las islas vecinas y amigas, la protección que ya no pueden encontrar en ningún puerto e aquella colonia»11. «Los negros rebeldes ha10
Scott, 52 (La Habana, 2009): 2.
Declaración de Jean (Juan) Arnaud, capitán la goleta francesa La Alegre, 11 de julio
de 1803, ANC, Correspondencia de los Capitanes Generales, caja 63, núm. 7.
11
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bían quemado el día 19 los pueblos y labranzas que existían desde el Cavo
(sic) de Tiburón hasta las inmediaciones de Jeremías, entregando al cuchillo
todos los blancos sin excepción de sus mujeres y niños», testimoniaba a su
arribo a Santiago Jean Audivert, el piloto de otra de las embarcaciones12. Sin
embargo, para las personas negras que de algún modo terminaron siendo reesclavizadas en Cuba, la memoria de una revolución que los había emancipado
de la servidumbre tenía que ser necesariamente diferente, sólo que apenas
existe evidencia documental que testimonie sobre ella.
En medio de la crisis provocada por el arribo de miles de personas —refugiados blancos pero también varios miles de negros y mulatos— las autoridades santiagueras, por un lado, temían la amenaza de la propagación de las
ideas subversivas y el «mal ejemplo» que encarnaban estos negros «franceses», testigos (y hasta quizás protagonistas) de la sublevación. Pero por el otro,
necesitaban desesperadamente brazos en la cruzada emprendida para convertir
a la Isla en un enorme sistema de plantación, capaz de ocupar el lugar que dejaban vacante las una vez muy eficientes colonias francesas. De modo que a
pesar de las reiteradas instrucciones dadas por Salvador del Muro y Salazar,
marqués de Someruelos y capitán general de la Isla, a Sebastián Kindelán, gobernador de Santiago, de impedir el desembarco de todo hombre negro mayor
de 13 años en las costas de Cuba, hay numerosas evidencias de que miles de
negros y mulatos encontraron refugio en la parte oriental del país. Aún cuando
la historiografía tiende a representar esta primera inmigración como mayoritariamente blanca y «francesa», las cifras de un censo de 1808 contradicen este
aserto: de las 7.449 personas procedentes de Saint-Domingue que permanecían en Santiago cinco años después del éxodo, el 72% eran de color, entre
mulatos y negros libres y esclavos13.
Era cierto que por severas que fueran las medidas de control del gobierno
español, la arribazón de una gran cantidad de embarcaciones hacía materialmente imposible la vigilancia de los cientos de kilómetros del litoral costero
en la zona próxima a Saint-Domingue14. Pero más allá del temor a la extensión
12
Sebastián Kindelán al Marqués de Someruelos, Extracto de noticias ocurridas hasta el
día de la fecha, Santiago de Cuba, 13 de julio 1803, Archivo General de Indias, Sevilla (AGI),
Cuba, 1537A.
13 Pérez de la Riva, 1975: 372-374.
14 Ya desde 1802, cuando la emigración no era tan numerosa, Kindelán, en correspondencia con Someruelos, reconocía la imposibilidad de mantener el control: «Apliqué todos mis conatos a que se embarcaran en otras fragatas mucha parte de los franceses residentes en esta y
con preferencia la gente de color de quién tanto había tenido que temer, y que cuantas remesas
hacía de ellos en buques particulares, se frustraban volviendo a desembarcarse en las costas inRevista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 77-108, ISSN: 0034-8341
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de insurrección, la oportunidad de hacerse de mano de obra sin pagar un centavo en tiempos en que el precio de los esclavos se había elevado considerablemente era demasiado tentadora. De esta forma, muchos de los refugiados negros y mulatos de Saint-Domingue, legalmente libres por el efecto del decreto
de emancipación de la esclavitud de 1794, o quizás incluso hombres y mujeres
nacidos libres en la colonia francesa, terminaron siendo reesclavizados en
Cuba. Es difícil aventurar el destino posterior de los innumerables hombres
negros que fueron separados y destinados al pontón del puerto con el propósito de su futura expulsión. Sin embargo, algunas líneas que sobrevivieron dentro de la correspondencia entre el gobernador Kindelán y el capitán general
Someruelos sugieren que muchos quizás simplemente fueron vendidos como
esclavos fuera de la isla, quizás en Costa Firme. Un grupo de más de 100 «negros franceses», «tanto libres como esclavos», especifica una carta, «de 13
años para arriva» (sic), le fueron entregados por Someruelos «en custodia» al
comerciante Joseph Martí, quien los recluyó en una fragata que se hallaba a su
cargo. Lo que el documento no explicita es que el catalán Joseph Martí era, en
realidad, uno de los más connotados traficantes de esclavos de Santiago de
Cuba15.
No he logrado encontrar constancia documental del arribo exacto de Jean
Despaigne, con su esposa, su suegra y sus dos pequeños hijos nacidos en Jérémie, a Santiago. Sin embargo, en septiembre de 1803 ya se encontraba en
la ciudad. Junto con otros coterráneos, Despaigne se dirige «con la mayor
veneración» al gobernador de la ciudad con el propósito de que los autorice a
realizar la compra de la hacienda Santa Catalina, propiedad de Manuel Justíz, situada a 25 leguas de la ciudad. Según el texto de la misiva, los franceses se proponían fomentar haciendas cafetaleras, prometiendo «sujetarse
al gobierno de España en todas sus leyes, preceptos y disposiciones y
usos y costumbres»16. Finalmente, la hacienda, con varias decenas de caballerías de tierra virgen en la zona de Guantánamo, fue vendida, y Despaigne,
junto a otros colonos de Saint-Domingue, pasó a ser accionista de una sociedad comanditaria que intentaba promover la venta de lotes de tierra en Burdeos17.
mediatas, introduciéndose nuevamente en la ciudad». Santiago de Cuba, 30 de marzo de 1802.
AGI, Cuba, 1536A.
15 El Marqués de Someruelos a Sebastián Kindelán, gobernador de Santiago de Cuba, La
Habana, 2 de agosto de 1803, ANC, Correspondencia de los Capitanes Generales, caja 63,
núm. 12. Portuondo, 2003: 73.
16 Santiago de Cuba, 30 de septiembre de 1803, AGI, Cuba, 1537B, núm. 981.
17 Portuondo, 1996: 112-113.
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Unos meses más tarde, a la altura de 1804, fecha de la proclamación oficial
de la república de Haití por Dessalines, Jean Despaigne (Juan, a partir de ese
momento) se había naturalizado español, jurando fidelidad a la monarquía
borbónica, y, en asociación con Pierre (Pedro) Duverger, otro hacendado de
Jeremías, estaba establecido como plantador, con una hacienda de café en la
zona de Dos Bocas, en la que trabajaban 25 esclavos18. Su hermano menor,
Pierre Antoine Despaigne, quien había llegado de Jamaica, donde se había refugiado inicialmente, seguiría sus pasos, trabajando como mayoral del cafetal
familiar. Evidentemente, no les faltaba el empuje y el espíritu empresarial que
había caracterizado a la colonización británica y francesa en el Caribe y que
los criollos cubanos estaban prestos a imitar de tan buen grado. A pocos años
de su llegada eran propietarios de la hacienda cafetalera más productiva de la
zona, y en 1809 habían duplicado la cantidad de esclavos del cafetal, con un
total de 50 y 125.000 cafetos en producción19.
Sin embargo, el sino de la guerra perseguía a Juan Despaigne y a sus coterráneos de Saint-Domingue. Cuando apenas habían logrado trabajosamente
establecerse, la invasión napoleónica a España en 1808 provocó una intensa
reacción antifrancesa, que culminó en 1809 con el decreto de expulsión de los
franceses de la Isla. A instancias de la capitanía general, el gobernador de Santiago, Sebastián Kindelán, dictó en abril de 1809 un bando que ordenaba la expulsión de los colonos de origen francés que no estuviesen naturalizados20.
Nuevamente, varios miles de refugiados de Saint-Domingue tuvieron que malvender o abandonar sus propiedades y embarcarse a otros destinos, en su mayoría a Luisiana, en el sur de los Estados Unidos. Sin embargo, habiendo dejado en Cuba numerosos intereses económicos, familiares y amigos, los emigrados mantuvieron el contacto y una corriente de tráfico entre Nueva Orleáns y
Santiago, de personas y mercancías, pero también de prácticas culturales
(como la misma música) sostenida por varias décadas, dejó una huella duradera en la cultura y la historia de ambas urbes21.
Juan Despaigne, su mujer, su suegra y sus hijos pequeños lograron permanecer en la Isla. Él y su socio Pedro Duverger no sólo se habían naturalizado
18
Expediente instruido con el objeto de fomentar en esta Isla, el plantío, cultivo y beneficio del café, ANC, Junta de Fomento de la Isla de Cuba, legajo 92, núm. 3929. Portuondo,
1996: 114.
19 Estado de la habitaciones correspondientes a españoles y a extranjeros naturalizados,
con expresión de su familia, esclavos y número de cafetos, ANC, Correspondencia de Capitanes Generales, legajo fuera de caja, núm. 11.
20 Portuondo, 1996: 117. Barcia, 2008.
21 Para un estudio de la emigración a Nueva Orleáns, véase: Lachance, 29/ 2 (Lafayette,
LA,1988): 109-141.
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sino que habían probado su fidelidad como súbditos españoles realizado donativos —varios quintales de café de la cosecha de la finca— para la guerra contra Napoleón22. Su hermano Pierre tuvo peor suerte, a pesar de su solicitud
para poder quedarse amparándose del estatus de naturalizado de su hermano
Jean; su petición fue rechazada y tuvo que abandonar la isla para instalarse en
Nueva Orleáns con su mujer y sus dos hijas menores23. Pese a todo, aunque
sus bienes fueron embargados como los del resto de los franceses, los Despaigne lograron capear el temporal. En 1811, con José Bonaparte aún usurpando el trono en Madrid, una orden del Consejo de Regencia, en Cádiz, aprobó la
devolución de las propiedades embargadas a los franceses naturalizados españoles, y en julio la medida tuvo efecto para un grupo de ellos, incluido Juan
Despaigne. Apenas unos meses más tarde, en un censo de propiedades de los
partidos de La Güira y Dos Bocas, Juan Despaigne y Pedro Duverger reaparecen nuevamente como propietarios en sociedad del cafetal La Vela. Según los
datos del mismo padrón, en Tiguabos, otra zona cafetalera en ascenso, el 75%
de los esclavos estaban en manos de unos pocos propietarios franceses24.
EL ALZA DE LOS PRECIOS Y EL FLORECIMIENTO DE LA PLANTACIÓN
CAFETALERA: LAS SERRANÍAS DEL COBRE
Después de la derrota napoleónica en 1814 y la restauración borbónica, el
cambio del panorama político en Europa y el alza de los precios del café en
el mercado mundial (los precios se quintuplican entre 1815 y 1820)25, indujo
hacia el final de la segunda década del siglo XIX a muchos emigrados de la
22
Relación de los donativos que se han ofrecido en manos del gobierno de Cuba para
ocurrir a las atenciones actuales de España desde la publicación de la guerra contra Napoleón, Cuba, 19 de diciembre de 1808, ANC, Correspondencia de Capitanes generales, legajo
446, expediente 4.
23 Documentos que se refieren a las comunicaciones y acuerdos de las Juntas de Vigilancia de Santiago de Cuba durante el año 1809, ANC, Asuntos Políticos, legajo 210, núm.73.
Debo la información sobre la estancia de Pierre Despaigne en Nueva Orleáns a la generosidad
de Rebecca Scott, quien localizó en los archivos de la catedral de Saint Louis en Nueva
Orleáns la inscripción de nacimiento de Pedro Ovidio Despaigne, hijo de Pierre Despaigne y
Sophie Ducongé, donde además se consigna que su padre Pierre se desempeñaba como primer
oficial de la guardia municipal de la ciudad. Inscripción de bautismo de Pedro Ovidio Despaigne, St. Louis Cathedral, New Orleans, Baptism, S FPC part 1, 1814-1815. Agradezco también
a Emilie Gagnet Leumas, archivista de la Archidiócesis de Nueva Orleáns, la reproducción del
documento original.
24 Cruz Ríos, 2006: 77. ANC, Gobierno general, legajo 392, núm. 18629.
25 Pérez de la Riva, 1975: 377; Portuondo, 1996: 129.
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Luisiana a regresar a Cuba e invertir en la industria del café. Otros hacendados franceses que habían permanecido en la isla, como Juan Despaigne,
expandieron sus negocios, invirtiendo en nuevas tierras cafetaleras. Prudencio Casamayor, comerciante, armador de barcos (negreros y del corso
francés) y también traficante de esclavos, quien en 1802 había comprado
terrenos vírgenes a precios ínfimos en las serranías de Cobre, hizo dinero en
un plazo muy breve, vendiéndolos en lotes de 10 caballerías a sus coterráneos26.
En menos de una década, la zona de la cuenca alta del río Cauto, que se extiende por unos doscientos kilómetros desde el firme de la Sierra Maestra hasta Dos Palmas, se fue poblando de cafetales y de caminos intramontanos que
comunicaban las haciendas y facilitaban el acarreo del café hacia la ciudad.
Una tradición oral describe al mismo Prudencio Casamayor en persona, teodolito en mano, trazando el entramado de senderos de la sierra cobrera. Sin embargo, más allá de que el emprendedor francés pudo haber hecho de ingeniero
de caminos, con diseños y técnicas constructivas procedentes de Saint-Domingue, fueron manos de esclavos africanos las que trabajosamente desbrozaron
el monte, acarrearon las piedras y construyeron los cientos de kilómetros de
senderos que conservan hasta el día de hoy la reminiscencia del origen «francés»: son llamados por los pobladores locales «caminos de colín», es decir
chemins de coline27.
Además de los importados a través de la Habana, varios miles de esclavos
que proveían la mano de obra de los cafetales, fueron traídos al puerto de Santiago gracias a los esfuerzos conjuntos de empresarios locales con sociedades
comanditas, como la del mismo Casamayor y el catalán Juan Sillegue; algunos
ex corsarios de Saint-Domingue devenidos capitanes negreros; y varios armadores en Nantes y Burdeos que proveían las naves y el capital necesario para
las expediciones. En los años que siguieron a la abolición de la trata en Francia, entre 1814 y 1831, pese a las disposiciones del gobierno francés tratando
de limitar el comercio de esclavos, barcos de esa bandera continuaron llegando al puerto de Santiago con cargazones de esclavos. Varias embarcaciones
francesas registradas en Santiago simplemente cambiaron de bandera, y con
los mismos capitanes, pero ahora en naves españolas, continuaron cruzando el
Atlántico trayendo discretos alijos de esclavos de contrabando que introducían
a menudo por pequeños puertos costeros orientales para evadir el control de
las autoridades. De hecho, sólo en en la década que va entre 1810 y 1820 el
26
27
Pérez de la Riva, 1975: 377.
Ibidem: 378.
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número de esclavos de la jurisdicción de Santiago de Cuba pasó de 8.836 a
23.956, para un aumento de un 66%28.
Pese a la apariencia virgen del entorno, los franceses que se asentaron en
las serranías del Cobre beneficiándose del bajo precio de los terrenos montuosos, fundaban sus plantaciones en un área que tenía un pasado de varios siglos
de luchas emancipatorias. Desde el siglo XVII los esclavos de las minas del
Cobre aledañas habían combinado las demandas legales y las alianzas tácticas
con la insurrección y el cimarronaje, hasta obtener en 1800 su manumisión definitiva29.
En el partido de Hongolosongo, un valle intramontano de la serranía del
Cobre y un sitio cuya toponimia africana permite suponer que fue también
alguna vez asentamiento de un palenque de esclavos, Juan Despaigne y su
hijo Eduardo fundaron el primero de los varios cafetales que la familia poseyó en la zona y que estuvo en producción por bastante más de medio siglo.
En 1828 La Lisse tenía plantados 1.300 pies de café, cultivados con el esfuerzo de 24 esclavos, entre hombres y mujeres30. Para esa fecha, un cuarto
de siglo después del arribo a Cuba de la familia Despaigne, es poco probable
que un número significativo de los esclavos de La Lisse tuviera alguna relación directa, como participante o testigo, con la experiencia revolucionaria
de Haití. De hecho, la mayor parte de la dotación estaba compuesta de esclavos bozales, traídos directamente de África occidental. Pero, como era usual
en las plantaciones de colonos franceses, en parte por tradición y en parte por
tratar de aislarlos del entorno, los esclavos eran enseñados a hablar creole,
usado como lengua franca en la comunicación diaria, y, frecuentemente, recibían nombres y apelativos franceses en lugar de castellanos. De este modo,
bastaba con que algún esclavo anciano comunicara oralmente, en la lengua
de la experiencia original, sus reminiscencias de la revolución para que toda
la dotación fuera partícipe de una memoria emancipatoria esperanzadora.
Así, una doble memoria de resistencia esclava pervivía en la zona, una local,
la de la larga lucha de los esclavos de las minas del Cobre por su emancipación y la de los innumerables palenques que por décadas poblaron el área, y
28 Sobre la persistencia de la trata francesa, pese a las presiones inglesas y las disposiciones del gobierno para erradicarla véase: Daguet, 11/ 41 (París, 1971): 14-58. De acuerdo a Herbert Klein, los armadores de barcos de Nantes continuaron traficando con esclavos durante las
primeras décadas del XIX y eran los únicos europeos aun activos en el comercio después de
1808. Klein, 2010: 203. Portuondo, 1996: 130-131.
29 Franco, 4 (La Habana, 1990): 2-3.
30 Departamento Oriental, partido rural de Brazo del Cauto. Estado que manifiesta los
lugares, aldeas y fincas que en el contiene, ANC, Gobierno General, leg. 490, núm. 25134.
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otra la de Haití: la única insurrección de esclavos victoriosa del mundo
Atlántico.
La literatura, en especial las narraciones de viajeros, abunda en idílicas
descripciones del mundo cerrado de los cafetales de franceses, con casas de reminiscencias de chalets europeos en hermosísimos parajes de montañas, habitadas por propietarios ilustrados que tocaban piano y leían a Voltaire, y dotaciones felices y fieles, trabajando con obediencia en medio del aislamiento en
la espesura de las serranías. Pero no sólo los documentos sino también los remanentes físicos de los cafetales desmienten la falacia. Aunque, a diferencia
de las plantaciones azucareras de occidente, la zona no fue escenario de grandes sublevaciones esclavas, el cabildo de Santiago y los hacendados locales se
vieron obligados a batallar constantemente contra un cimarronaje endémico
que hacía una guerra sorda y persistente a la institución misma de la esclavitud. Y en varias de las ruinas que se conservan hasta hoy es frecuente encontrar cepos de castigo, grilletes y cadenas empotrados que testimonian de la
violencia física que se ejercía contra los esclavos para obligarlos a trabajar31.
No obstante la existencia de esta múltiple memoria colectiva, local y trasnacional, de insurgencia esclava en el área y de la proximidad con ciudades
como El Cobre y Santiago de Cuba, con grandes poblaciones de personas negras, muchas de ellas libres por varias generaciones, durante décadas el experimento de reimplantar en las serranías de Cobre la economía de la plantación
esclavista que la revolución de Haití había hecho colapsar pareció ser exitoso.
Salvo episodios aislados de desobediencia o cimarronaje ocasional, hasta el
momento no he encontrado evidencias de que los cafetales de los Despaigne
fueran escenario de sublevaciones esclavas de envergadura durante la primera
mitad del siglo XIX. Hacia 1847, fecha de la muerte de Juan Despaigne, la familia poseía varias plantaciones en las serranías del Cobre, que, pese a sus hermosos nombres (La Lisse, Esmeralda, El Diamante o El Edén) prosperaban
con el sudor y la sangre de más de 200 esclavos. El matrimonio de una hija de
Pierre Despaigne con Thomas Brooks, un inglés asentado en Santiago después
de hacer fortuna en Jamaica, aportaría una significativa inyección de capital al
negocio familiar. La casa de comercio de Brooks, con vínculos en Nueva
York, Londres, Nueva Orleáns y Kingston, facilitaría la comercialización del
café y, seguramente, también la importación de la mano de obra esclava.
Es posible que al final de su vida, Juan y Pedro Despaigne pensaran que la
prosperidad alcanzada y la aparente estabilidad política que reinaba en Cuba,
pondría a cubierto para siempre a su descendencia de sufrir los efectos de la
31
Piron, 1995; Rosemond de Beauvallon, 2002; Bacardí Moreau, 1914.
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violencia de la guerra y la ruina. Pese a la decadencia progresiva del mercado
cafetalero y a la escasez de mano de obra esclava debido al cese de la trata ilegal, a la altura de 1866 los descendientes de Pedro y Juan Despaigne poseían,
repartidos en varios cafetales colindantes, un total de 664 esclavos cuyo valor
se aproximaba al medio millón de pesos, una cantidad respetable en precios de
la época32.
LAS IDENTIDADES DE LOS ESCLAVOS
Curiosamente, es la muerte de los amos franceses, hacia la mitad del siglo XIX, la que arroja luz sobre las vidas de los esclavos, que hasta ese punto
de mi reconstrucción histórica habían permanecido en la sombra. Son justamente los listados incluidos en los avalúos de los testamentos donde la condición enajenada de las «personas con precio»33 aparece expresada de manera
más obvia, al ser enumerados junto a las juntas de bueyes, las arrias de mulas
y los aperos agrícolas, como una propiedad más de sus dueños, los que nos
permiten conocer mejor la identidad de los esclavos.
Los testamentos de Juan Despaigne y su esposa en 1849, el de su hijo Juan
José Leoncio, en 1858, y el de Rosa, la hija mayor de Pedro Despaigne, en
186534, son una fuente invaluable de información sobre los esclavos: al listar
sus nombres de pila, las habilidades especiales o los padecimientos, las edades
y el sexo y las etnias, permiten esbozar, si bien muy pobremente, los rasgos individuales de los seres humanos sometidos a la esclavitud en los varios cafetales que la familia llegó a poseer. A su vez, las descripciones de los inmuebles
que incluyen las casas de viviendas de los dueños y los secaderos y almacenes,
así como las casas de esclavos, conucos y enfermerías, proporcionan elementos para poder imaginar los espacios donde transcurría la vida de cada día de la
plantación.
Por los testamentos de la familia conocemos también que hacia la segunda
mitad del siglo la proporción de africanos había ido disminuyendo en las plan32
Padrón de fincas rústicas de El Cobre, ANC, Gobierno General, legajo 265,
núm. 19521.
33 Estoy usando la expresión acuñada por Walter Johnson en su excelente texto sobre el
mercado de esclavos en Nueva Orleáns. Johnson, 1999.
34 Testamentaria de Juan Despaigne y su consorte Luisa Chalmette. ANC, Audiencia de
Santiago de Cuba, legajo 171, núm.3089. Testamentaria de Juan José Leoncio Despaigne,
consorte que fue de Isabel Dutocq, ANC, Audiencia de Santiago de Cuba, legajo 114,
núm. 2253. Testamentaria de Rosa Despaigne y Ducongé, ANC, Audiencia de Santiago de
Cuba, legajo 98, núm. 2050.
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taciones (para la década de 1860 habían nacido en África cerca de un tercio de
los esclavos, los de mayor edad en la mayor parte de los casos). Así, para esta
fecha las dotaciones estaban compuestas en buena parte por esclavos criollos,
hijos y nietos de la primera generación de los esclavos congos e igbos o ibibios que desbrozaron el monte, construyeron las edificaciones y plantaron los
primeros cafetos en Hongolosongo. Probablemente la existencia, constatable
también en los testamentos, de un balance proporcional de ambos sexos entre
los esclavos estimulaba la reproducción interna. Si bien los recién nacidos
eran bautizados (frecuentemente de forma colectiva) en la cercana parroquia
de Santiago del Prado en el Cobre, hecho que posibilita reconstruir los vínculos matrilineales (no se consignaba el nombre del padre) y de padrinazgo (que
persisten mucho mas allá de la emancipación), en los libros que se conservan
en la Parroquia no existen apenas asentamientos de matrimonios, lo cual no
sólo pone en entredicho el pretendido catolicismo de los dueños franceses,
sino que dificulta la reconstrucción de la estructura familiar entre los esclavos.
La manumisión parece haber sido extremadamente infrecuente, a juzgar
por la ausencia en los registros notariales donde la familia solía asentar sus
asuntos legales, del otorgamiento de cartas de libertad; hecho constatado además por la casi inexistencia de personas negras libres con el apellido Despaigne registradas en los padrones de Santiago de Cuba o en el cercano poblado
del Cobre. No es hasta 1867 que, muy aisladamente, los propietarios franceses
comienzan a conceder la libertad a algunos de sus esclavos.
En 1849, cuando dos años después de la muerte de Juan Despaigne sus herederos hacen un avalúo de las propiedades, María Luisa era una mujer africana de 32 años. Fue inscrita por sus amos como de nación «brichi» (o briche),
lo que nos permite suponer que no era una esclava corriente. Entre los igbo del
delta del río Níger, el término mbreechi era usado para designar un tipo de
marcas, unas cicatrices especiales en la frente, que eran justamente un signo de
distinción, una marca que indicaba un origen noble y una posición respetable
dentro de la comunidad. Sólo podemos elucubrar acerca de qué infelices circunstancias arrastraron a esta mujer de cuna noble en África al otro lado del
Atlántico, para terminar, rebautizada con un nombre occidental y esclavizada
en un cafetal en el este de Cuba. Pero al menos es bastante probable haya sido
honrada con el respeto de sus compañeros de infortunio, muchos de ellos también igbos de origen. O incluso quizás mereció también cierto reconocimiento
de sus amos. En 1858 María Luisa era la lavandera del cafetal Isabelita, propiedad de la viuda y los hijos de Juan Leoncio Despaigne, uno de los hijos de
Juan, muerto prematuramente en 1858. Aunque desempeñaba un oficio manual, era la única mujer en la plantación con oficio, y eso quizás le concedió
un cierto status privilegiado que hizo posible su manumisión. En 1858, RosiRevista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 77-108, ISSN: 0034-8341
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llette, su hija de 12 años tasada en 700 pesos en el mismo testamento, era también una esclava del Isabelita. Uno puede imaginarse la cantidad de ropa sucia
que María Luisa tuvo que lavar para reunir el dinero, no sólo para su manumisión sino también para comprar a su hija. En 1867 Luis Eugenio Despaigne,
como apoderado de sus hermanos, concede un certificado de libertad a Rosillette, a cambio de 1.400 escudos que María Luisa les entregó al contado35.
Silvano, uno de los 82 esclavos que en la hipoteca del cafetal Estrella habían sido considerados en tanto propiedades «como unidos al suelo e inmuebles a causa de su destino», logra en 1867, a sus 40 años, librarse de esa condición de objeto y convertirse en un hombre libre. Apenas unos meses después
Silvano compra a Henriette (o Enriqueta), su compañera de dotación de toda la
vida y también su pareja, y a la pequeña hija de ambos, una niña de 15 meses
llamada Margarita. Nacidos esclavos, Silvano y Enriqueta habían pasado casi
cuatro décadas trabajando para los Despaigne. Considerados como propiedades habían sido objeto de una hipoteca para pagar una deuda contraída en París, del otro lado del Atlántico. Pero finalmente en 1867 ambos eran poseedores de un papel legal que consignaba, en blanco y negro, que sus antiguos dueños se desapoderaban «del derecho de posesión, propiedad y señorío». A partir
de ese momento podrían «gozar de la libertad con todas las honras, gracias,
mercedes y preeminencias que los libres de nacimiento pueden gozar», es decir «estar y transitar por donde quisieran», «tratar y contratar libremente» y
«disponer a voluntad de sus bienes presentes y futuros». En pocas palabras,
pagando por su libertad, habían pasado de ser «personas con precios» a personas con derechos36.
35 Testamentaria de Juan Despaigne y su consorte Luisa Chalmette, ANC, Audiencia de
Santiago de Cuba, legajo 171, núm. 3089. AHPSC, Protocolos, año 1867, legajo 117, folio
398-399. Olaudah Equiano, un ex esclavo de origen igbo, autor de una autobiografía que se
convirtió en un bestseller en el tiempo de su publicación original (1789) y es hoy día una de las
más conocidas narrativas esclavas, testimonia acerca del especial estatus del «Embrenche»,
unas cicatrices especiales que eran una suerte de «mark of grandeur» entre la gente de su pueblo. Equiano, 2005. Véase la entrada «Equiano, Olaudah (1745-1797)», Falola y Warnock
(eds.), 2007: 159-160. Sobre los igbos esclavizados en Norteamerica véase Chambers, 2005, y
especificamente sobre el «mbreechi» y su significación como marca de honor entre los igbos,
2005: 159-160. Agradezco las referencias sobre el origen del término briche (mbreechi) y las
recomendaciones bibliográficas a Henry Louis Gates y Linda Heywood.
36 AHPSC, Protocolos, año 1866, legajo 116, folio 12. AHPSC, Protocolos, año 1867, legajo 117, folio 12. AHPSC, Protocolos, año 1867, legajo 117, folios 408-409.
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GUERRAS Y EMANCIPACIÓN
Sin embargo, salvo casos aislados, no fue la manumisión el vehículo que
proporcionó la libertad a los varios cientos de esclavos de los franceses. En
1868 el estallido de la primera guerra de independencia contra España echó
abajo el espejismo de eterna bonanza, resquebrajando de manera permanente
en la zona las bases de la prosperidad económica obtenida con el trabajo forzado de los esclavos. Pronto, al calor de los propios acontecimientos en la metrópoli, cuando el Sexenio democrático potenció la difusión de los discursos del
republicanismo, comenzaron a circular en la zona del Cobre volantes plenos
de la resonancia de los lenguajes de la libertad y los derechos ciudadanos.
Los hacendados franceses del partido, la mayor parte de ellos, como los
Despaigne, hijos y nietos de colonos de Saint-Domingue, probablemente conocían mejor que nadie el peligroso alcance de esas palabras. Muy tempranamente armaron una guerrilla privada, una suerte de cordón sanitario que pretendía proteger a sus propiedades para aislarlas del contagio revolucionario.
No obstante, los esfuerzos fueron vanos. La guerrilla, compuesta de criollos de
la zona, se pasó íntegra, con hombres y armas, al bando independentista y en
pocos días las tropas mambisas asolaban la zona incendiando los cafetales y liberando a buena parte de los esclavos, muchos de los cuales se incorporaron
como soldados al Ejército Libertador37.
Uno de ellos, Simón Despaigne, hijo de Amelia, una esclava africana,
pronto despuntó como líder local de la insurrección en el Cobre, participando en la toma de la ciudad en noviembre de 1868, en lo que fue uno de los
primeros eventos victoriosos del recién creado Ejército Libertador cubano38.
Probablemente Despaigne fuera testigo presencial de una curiosa ceremonia,
de las primeras que tuvieron lugar en el proceso de «invención de la tradición mambisa»: la de la entrada oficial de Carlos Manuel de Céspedes, que
también se estrenaba como Presidente de la República en Armas, al poblado
del Cobre. Reproduzco la crónica tal y como la narra el historiador español
Antonio Pirala:
Se procedió al alistamiento de cuantos estaban libres de servicio, se llamó a todos los negros de la población, de las minas y de las fincas vecinas, para que se situasen en las afueras, recomendando a los capataces llevasen banderas cubanas, y
que al llegar el caudillo, diesen todos vivas a la República, a Carlos Manuel y a la
libertad; se mandaron a decorar las calles y a que se iluminaran, y en cuanto se supo
la aproximación de Céspedes, salió a recibirle el gobernador con su numeroso per37
38
Pirala, 1895, I: 291-293.
Ibidem: 314-315.
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sonal, todos a caballo, le encontraron en Loma del puerto del Cobre, le saludaron al
descender por la cuesta con algunos disparos de un cañón muy antiguo, conseguido
en la Socapa, al que denominaron Libertador, y al pasar por las filas de soldados y
negros, estos batieron las palmas, dieron vivas atronadores, agitando las banderolas
y entonaron sus cantos en jerga francesa, criolla y africana, que iban repitiendo en
coro, acompañándose con sus tumbas, marugas y otros instrumentos de origen africano39.
Es de notar el singular coro con cantos «en jerga francesa, criolla y africana» y el acompañamiento de instrumentos africanos como tumbas y marugas,
con los que, en lugar de las marchas de resonancias europeas (como el mismo
Himno de Bayamo, con sus reminiscencias de La Marsellesa), hizo su entrada
triunfal el «Padre de la Patria» independentista en la ciudad. En 1868 el ejército mambí (un término también presumiblemente africano) nacía como un
cuerpo interracial donde buena parte de las tropas de fila estaban compuestas
de ex esclavos que se estrenaban también como soldados. Y como ya se ha dicho, muchos de los esclavos de la zona, liberados por las huestes independentistas, eran africanos, o sus hijos o nietos, y hablaban creole en lugar de español40.
El mismo Simón Despaigne, a pesar de que ostentaba en la guerra el grado
de sargento, en 1874 aún no hablaba castellano. Según narra Fernando Figueredo, en ocasión del asesinato por las tropas españolas de Carlos Manuel de
Céspedes en San Lorenzo, el sargento Simón Despaigne, enviado a explorar la
zona para tratar de encontrar rastros del ex presidente, regresó al tiempo para
comunicar en creole, «único idioma que poseía», a la vez que mostraba una
ropa negra desgarrada y ensangrentada: «El Presidente es muerto: he aquí lo
único que de él he encontrado»41. Simón Despaigne permaneció en el campo
de batalla los diez años que duró la primera guerra. De hecho, perteneció al
grupo de soldados que acompañaron a Antonio Maceo en su renuncia (simbólica) a rendir las armas ante España en el incidente conocido por el nombre de
«Los mangos de Baraguá»42.
39
Ibidem: 324.
Sobre el complejo tránsito de esclavo a soldado y a ciudadano en Cuba véase: Ferrer,
2006: 304-329.
41 Figueredo, 1902: 41.
42 «Con la más justa y merecida recomendación de sus servicios y aptitudes tengo el honor de elevar a ese centro las propuestas de ascenso», escribiría en marzo de 1878 Antonio Maceo a Vicente García. Entre esas propuestas estaba la de conceder el grado de subteniente al
sargento Simón Despaigne, por sus destacados servicios en la guerra. Antonio Maceo a Vicente García, Baraguá, 17 de marzo de 1878. ANC, Donativos y Remisiones, legajo 475, núm. 10.
Agradezco esta información a Jorge Felipe, que generosamente compartió este documento conmigo.
40
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En 1895, cuando un ejército notablemente interracial (se cree que al menos
el 60% de los miembros del Ejército Libertador eran negros o mestizos) se
movilizó nuevamente en contra del colonialismo español, el ex esclavo Simón
Despaigne tomó las armas nuevamente. Esta vez también un grupo grande de
sus antiguos compañeros de dotación y sus descendientes, entre ellos Justo
Despaigne, el dueño de la proclama cuyo asesinato da comienzo a mi historia,
lo acompañaron en la empresa patriótica43.
En las peculiares circunstancias de la guerra cubana, muy a menudo, hombres blancos y letrados servían bajo el mando de oficiales negros o mulatos, en
una situación límite donde lo que contaba era el coraje y la experiencia militar y
no la riqueza o cultura, o el color de la piel. El caso del mayor general Antonio
Maceo no era ni con mucho un ejemplo único. Hacia el final de la guerra se calcula que cerca de un 40% de los cargos de base en el ejército mambí eran desempeñados por hombres «de color», entre los que se contaban el ya entonces
comandante Simón Despaigne, o Alfredo Despaigne, que alcanzó, peleando
junto a Maceo en la invasión a Occidente, el grado de teniente coronel; y también varios de los futuros líderes del Partido de los Independientes de Color,
como Evaristo Estenoz o Pedro Ivonnet, con cargos de oficiales en el ejército44.
Pero no sólo los jefes que tenían el mando sino también los innumerables soldados negros de fila que servían a sus órdenes, experimentaron, muchos por primera vez en su vida, la satisfacción de ser tratados con respeto y decoro en los
campos de Cuba Libre, cosas raramente vividas antes por hombres provenientes,
como los Despaigne, del mundo paupérrimo y denigrante de la esclavitud.
Las 122 personas negras de apellido Despaigne que aparecen listadas en
los registros del Ejército Libertador corrieron suertes diferentes45. Algunos,
43 Justo Despaigne había participado junto a su padre Juan Despaigne, siendo apenas un
adolescente en 1879, en la Guerra Chiquita, una insurrección de poca duración que tuvo lugar
en el Oriente de Cuba, después de la terminación de la primera guerra de independencia. Su
nombre aparece registrado como soldado en el listado del regimiento Cuba, segunda compañía
con el núm 584. Véase: Documentación del General Camilo Polavieja, Segunda Campaña de
Cuba, Correspondencia cogida al titulado general Guillermo Moncada, Listas del regimiento
de Cuba, AGI, Diversos 7, folio 5821. Agradezco a Ada Ferrer el haber compartido conmigo
esta información. El expediente de licenciamiento del Ejército Libertador de Justo Despaigne,
donde se recoge su actuación en la guerra de 1895, puede consultarse en el ANC, Ejército Libertador, Primer Cuerpo, legajo 2, núm. 44.
44 Sobre el carácter interracial del ejército libertador y las luchas por la inclusión en la ciudadanía de los veteranos negros véase: Ferrer, 1999; Helg, 1995; Scott, 2 (Barcelona, 1999):
89-108; Scott, 2006.
45 Los registros de los 122 soldados y oficiales negros o mestizos de apellido Despaigne
en el Ejército Libertador pueden consultarse en Roloff, 1901, o de manera digital, Base de Da-
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como Cecilio y Juan Bautista Despaigne, ambos veteranos de la guerra anterior, perdieron la vida en el campo de batalla. De Juan Bautista sólo he podido
recuperar su nombre, inscrito en el registro de defunciones del Ejército, pero
sabemos que Cecilio había peleado 9 años y seis meses en la primera guerra de
independencia bajo las órdenes de Flor Crombet y tres meses en la Guerra
Chiquita. En la campaña del 95 se incorporó bajo el mando del coronel Victoriano Garzón y después pasó a la escolta del general Cebreco, asistiendo a los
combates de Sao del Indio, Arroyo Hondo, Jobito y otras acciones militares.
Según sus compañeros armas, que como testigos acreditaron en 1904 su fallecimiento, Cecilio murió de herida de bala el 15 de junio de 1897 en el combate
de Guáimaro, en Camaguey46. Otros, como Luciano y Simón Despaigne (no
he podido constatar que tuviese alguna relación con el comandante, quizás fue
un ahijado), nietos de esclavos africanos, fueron hechos prisioneros y enviados, en una especie de retorno simbólico a la tierra de sus ancestros, a cumplir
penas de cadena perpetua a los presidios españoles de África. Luciano, que había sido apresado por las tropas españolas después de ser herido en combate en
abril de 1896, fue liberado a la terminación de la guerra y alcanzó a regresar a
Cuba a mediados de 1898. Simón tuvo peor suerte: con sólo 33 años murió de
tuberculosis a inicios de 1899 recluido en la fortaleza del Hacho, en Ceuta47.
tos del Ejército Libertador de Cuba. Agradezco a Ed Elizondo, webmaster del sitio cubagenweb.org y al grupo de voluntarios que hicieron posible la transcripción de las cerca de 70.000
entradas del Índice alfabético del Ejército publicado por Roloff por hacer más accesible esta
valiosa fuente.
46 Sobre la actuación en la guerra de 1895 de Cecilio Despaigne véase Hojas de servicios
de diferentes miembros del Ejército Libertador, 6 de enero-6 de junio de 1896, ANC, Fondo
Máximo Gómez, expediente 2643, legajo 19. Los detalles de su muerte aparecen en la declaratoria de herederos seguida por Simona Despaigne, su hermana natural, ambos eran hijos de Dolores y habían nacido esclavos en El Cobre. Véase Declaratoria de Herederos de Cecilio Despaigne, año 1904, AHPSC, Juzgado de Primera Instancia de Santiago de Cuba, expediente 1,
legajo 75. Sobre los Despaigne caídos en campaña en la guerra de 1895 véase Roloff, 1901: 63
o la base de datos Defunciones del Ejército Libertador de Cuba.
47 El expediente de licenciamiento del Ejército Libertador de Luciano Despaigne, donde
se resume su actuación en la guerra y su detención en Ceuta, puede consultarse en ANC, Fondo
Ejército Libertador, Primer Cuerpo, legajo 16, núm. 144. La causa por rebelión a la que fue sometido (a sus 19 años) por un consejo de guerra y su hoja penal como prisionero en la fortaleza
de la Cabaña en La Habana, antes de ser enviado al presidio de Ceuta a cumplir pena de reclusión perpetua, pueden consultarse en Cuaderno por rebelión contra Luciano Despaigne, 11 de
octubre de 1896, ANC, fondo Asuntos Políticos, legajo 90, núm. 18. Sobre la defunción en
Ceuta de Simón Despaigne, Base de datos Censo de Defunciones en Ceuta.
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EL ACCESO A LA CIUDADANIA
Cuando en 1900 los Despaigne residentes en el Cobre votaron por primera vez, varios de ellos lo hicieron en los mismos predios donde antes habían
sido esclavizados. Arruinada por las guerras, la familia blanca propietaria se
había marchado a Europa, y la casa de vivienda abandonada de La Lisse hizo
las veces de colegio electoral48. Sin embargo, pese al augurio prometedor
con que comenzaba el nuevo siglo, en adelante el acceso a la ciudadanía sería dificultoso. De hecho, los veteranos negros tuvieron que batallar duramente por preservar incluso el tratamiento formal de ciudadano que los usos,
orales y escritos, de la república en armas habían hecho prevalecer durante la
guerra.
En 1900, en una carta pública al general Brooke, el gobernador militar norteamericano, un oficial negro, erigiéndose en vocero de su raza, afirmaba: «es
tiempo ya de que desaparezcan para el bien del país y por respeto a la memoria
de los mártires de nuestra libertad, los distintivos que para deprimir a nuestra
raza y para dividir al pueblo cubano se usaban en los malos hábitos coloniales,
cuyo vocabulario llamaba pardos o morenos a los libertos, mulatos o negros a
los esclavos y criollos a los hijos del país de raza blanca. Para que en un no lejano tiempo podamos constituir una República ordenada, con un gobierno sólido y estable, capaz de favorecer y defender los derechos de todos, recurrimos
a Ud., General, pidiéndole un decreto tendente a que se cumplan las leyes respecto a la desaparición de esos distintivos basados en la raza de los partes de la
policía y demás documentos oficiales, y que en su lugar se emplee el único calificativo propio de un país libre: el honroso título de ciudadano»49.
En 1899, la exhumación de los restos del mismo Mayor general Antonio
Maceo, caído en batalla tres años antes, después de 900 combates, 26 heridas
de guerra y de haber perdido a su padre y a varios hermanos en los casi 30
años de luchas revolucionarias, se acompañó de un examen antropológico de
sus restos. Las dimensiones de su cráneo y su osamenta se compararon con las
de «parisienses» y «africanos» (los dos extremos en la escala de la «perfección» racial) y sólo después que una comisión «científica» dictaminó que si
bien las medidas de sus huesos se correspondían con las de hombres de la raza
negra, su cráneo no tenía nada que envidiar al de un «parisiense moderno», fue
que Antonio Maceo fue declarado un «hombre superior»50.
48 Documentos sobre elecciones del Cobre. Junta electoral de Brazo del Cauto, año 1900,
ANC, Secretaría de Gobernación, caja 237, núm. 14412.
49 Gutiérrez, 1900: 27.
50 Montalvo, De la Torre y Montané, 1900; Bronfman, 1998: 17-18.
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Así, la república cubana inaugurada en 1902, hija legítima de las guerras
de independencia y bastardo de la intervención norteamericana, llevaba las
marcas de su doble concepción: un código constitucional aprobado en 1901
garantizaba el sufragio universal (masculino) y otra serie de derechos liberales
inclusivos; prerrogativas que las prácticas discriminatorias de una elite blanca
notoriamente racista hacían lo posible por obstaculizar, tratando de poner límites a las demandas más radicales de los grupos subalternos alrededor de las
políticas de inclusión en la nación y la ciudadanía.
En 1908, casi cien años después de la fundación del primer cafetal de los
Despaigne, en la misma zona del Cauto aledaña al Cobre, vivían todavía, labrando la tierra como campesinos o trabajando de peones en las haciendas
vecinas, varias decenas de personas descendientes de los cientos de esclavos
que una vez tuvo la familia francesa51. Extremadamente pobres y analfabetos
en su abrumadora mayoría, estos hombres percibían, no obstante, que habían
ganado con sangre el derecho a tener derechos, en la república que habían
ayudado a fundar con su masiva incorporación al Ejército Libertador. De
este modo, cuando en 1908 Evaristo Estenoz y Pedro Ivonnet fundaron el
Partido de los Independientes de Color, denunciando la preterición que los
hombres de su raza sufrían, numerosos veteranos orientales como Simón
Despaigne, Ricardo, Marcelino, Arcadio y otras 20 personas más, todas del
mismo apellido, se sumaron prontamente, formando parte de las juntas locales del partido en el Cobre52.
LA GUERRA DE 1912 Y EL FANTASMA DE HAITÍ
En 1912, luego de que una enmienda al artículo 17 de la ley electoral aprobada por la Cámara de Representantes ilegalizó la existencia del Partido de los
51 Registro electoral, Municipio Cobre, provincial de Oriente, año 1908, ANC, Secretaría
de Gobernación, legajo 261, expediente 14477. El documento que lista a los electores (hombres todos en cuanto el sufragio denominado «universal» era en realidad masculino) consignando los nombres y las direcciones pero también la edad, raza, profesión, estado civil y el grado de alfabetización, evidencia que decenas de personas de apellido Despaigne, negras y mulatas, analfabetas en su gran mayoría, habitaban labrando la tierra en los mismos predios donde
más de tres décadas antes habían sido esclavizados.
52 Para la constitución de los comités locales del Partido de los Independientes de Color
en 1910 en el Cobre véase: Previsión, 30 de enero, 5, 10 y 25 de marzo de 1910. Además del
texto, ya todo un clásico, de Helg, 1995, para la historia del Partido de los Independientes de
Color véase: Portuondo Linares, 2002; Castro Fernández, 2002; Meriño, 2006; Riquenes,
2007.
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Independientes de Color, sus líderes decidieron volver a las armas. La insurrección, que nunca pasó de ser un gesto simbólico de protesta (los alzados
evadían sistemáticamente el combate), fue rápidamente etiquetada como «racista» y acusada de ser una «guerra de negros contra blancos» que ponía en
peligro la estabilidad de la joven república. Simón Despaigne había nacido
cerca de 1830 en el Cobre, esclavo de los Despaigne, y obtuvo su emancipación peleando en la primera guerra de independencia en 1868. A partir de esa
fecha estuvo en todas las guerras de Cuba. En 1912, cuando se alzó nuevamente, tenía más de 80 años, aun era analfabeto y hablaba español con acento
creole. De nada le valió haber estado con Carlos Manuel de Céspedes desde
los mismos inicios de las campañas por la independencia, o haber acompañado
a Antonio Maceo en un sinnúmero de combates donde fue herido en tres ocasiones, o poseer un certificado de veterano donde se consignaba literalmente
que en tanto soldado de la Patria era «merecedor del respeto y la consideración
de sus conciudadanos». Fue hecho prisionero y hacinado con otros cientos de
«rebeldes» en la cárcel de Santiago de Cuba, acusados de «racistas» y sometidos a vejaciones y malos tratos.
Nuevamente la memoria del grand peur de la revolución de Haití resurgió
con fuerza. El argumento de la amenaza de una «guerra de razas» que reprodujera en la isla «los horrores de Haití» se había esgrimido a lo largo del siglo XIX en cada ocasión en que personas negras, esclavas o libres intentaron
hacer valer sus derechos a la libertad, a la igualdad o al acceso a la ciudadanía.
Lo mismo un acto de cimarronaje, una sublevación de esclavos o que, años
más tarde, los episodios de las insurrecciones independentistas, fueron interpretados como conatos de la reedición en la isla de Cuba de la subversión violenta del orden, racial y social, a los que se asociaba la memoria de la revolución en Haití. Las más de las veces, se trataba, sin duda, de cargos infundados.
Sin embargo, en este caso, la asociación se veía reforzada por los apellidos de
origen francohaitiano de algunos de los líderes nacionales del alzamiento,
como Pedro Ivonnet, Gregorio Surín y Eugenio Lacoste (nietos todos de colonos franceses de Saint-Domingue), y también de muchos de los movilizados
negros en la zona del oriente de la isla, que al igual que los 34 Despaigne que
se incorporaron al alzamiento, eran descendientes de los esclavos de los plantadores franceses53.
53 Causa seguida por el delito de rebelión contra Evaristo Estenoz, Pedro Ivonet y otros,
relacionado con el movimiento revolucionario denominado «Guerra de la raza», ANC, Audiencia de Santiago de Cuba, legajo 51, núm 6, pieza 94, Relación de los individuos rebeldes
que se acogieron a la legalidad con motivo de los bandos publicados en 6 y 11 de junio de
1912, folios 1861-1864.
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Esta vez el alzamiento sí parecía confirmar la sospecha paranoica del racismo blanco, de un fantasma de Haití, que regresa inexorablemente para ajustar
las cuentas del pecado irredimible de la esclavitud. De hecho, únicamente el
temor obsesivo permite explicar no sólo la emergencia de un racismo tan descarnado, sino también la violencia misma de la represión: en menos de dos
meses, durante el verano de 1912, la suspensión de las garantías constitucionales facilitó el asesinato impune de cerca de 3.000 personas negras, entre ellos
los líderes nacionales del partido, cuyos cadáveres fueron expuestos y mostrados en fotografías vejatorias, en las primeras planas de los periódicos, tratados
como los más vulgares delincuentes comunes.
Sin embargo, más allá del terror enfermizo de la paranoia blanca, mi reconstrucción microhistórica de la cadena de acontecimientos que enlaza la
huida de la familia Despaigne de Saint-Domingue en 1803, con el asesinato
del ex esclavo y veterano negro Justo Despaigne en 1912, parece confirmar la
existencia de una memoria viva, local en la zona de Oriente, del legado antiesclavista y antirracista de la revolución de Haití. En mi interpretación, esa memoria mayormente oral (la inmensa mayoría de los esclavos y sus descendientes eran analfabetos), transmitida de padres a hijos, más tarde hizo filas junto a
la ideología antiesclavista del republicanismo blanco de las elites, y sirvió de
impulso a la potente movilización que culminó en el este de Cuba con la masiva incorporación de la gente libre de color, junto a los esclavos y sus descendientes, entre ellos numerosos antiguos esclavos de la familia Despaigne, primero a las guerras de independencia contra España, y ya en el siglo XX, a la
causa del Partido de los Independientes de Color.
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Fecha de recepción: 16-3-2010
Fecha de aceptación: 30-6-2010
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LOS DESPAIGNE EN SAINT-DOMINGUE Y CUBA: NARRATIVA MICROHISTÓRICA ...
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THE DESPAIGNES IN SAINT-DOMINGUE AND CUBA:
A MICRO-HISTORICAL NARRATIVE OF AN ATLANTIC
EXPERIENCE
A family of French planters in Jérémie, in southern Saint-Domingue, whose world falls
apart due to the revolution in Haiti, recreates the economy (material and moral) of the coffee
plantation in the El Cobre Mountains, in Santiago de Cuba. Half a century later, the breakout
of the Cuban wars of independence from Spain emancipated the numerous slaves from the
plantation. Their citizen status, in the Cuban Republic of the 20th century, was put to the test
as the 1912 uprising of the Independent Party of Color traumatically brought back the memory
of Haiti to Cuba.
KEY WORDS: Haiti, Cuba, slavery, emancipation, race.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 77-108, ISSN: 0034-8341
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EL CANAL ADMINISTRATIVO DE LOS CONFLICTOS
ENTRE ESCLAVOS Y AMOS. CAUSAS DE MANUMISIÓN
DECIDIDAS ANTE SÍNDICOS EN CUBA*
POR
CLAUDIA VARELLA
Universitat Jaume I
Historia Social Comparada
(Unidad Asociada del CSIC)
Los síndicos fueron los principales intérpretes de los esclavos en el último siglo de colonialismo español en Cuba. Las personas sin libertad jurídica acudían a los síndicos con la finalidad de quejarse, pedir ayuda y representación; sus protectores de oficio, sin embargo, no
actuaron regularmente como intermediarios neutrales, en especial cuando intervenía una cantidad de dinero para manumitir al esclavo. La posibilidad de que los siervos fueran alquilados
y permutaran amo se convirtió en asunto de controversia y los pleitos comenzaron a dirimirse
fuera de los tribunales. Las sindicaturas cobraron importancia y fueron un espacio civil dedicado a dar un servicio público en una dirección administrativa, arbitral y a menudo denunciada por arbitraria.
PALABRAS CLAVE: Esclavos, coartación, manumisión, síndicos, Cuba.
El dominio agroexportador del azúcar en Cuba se configura como la fuente
de su riqueza económica gracias a que a finales del siglo XVIII se ha generalizado el comercio de africanos. La esclavitud impregna la sociedad. El comercio libre de esclavos comienza a desatar cambios en los hábitos laborales del
Caribe. Esos cambios se hacen vertiginosos con la revolución en los medios de
transporte del siglo XIX, cuando se perfecciona la navegación mediante la
propulsión mecánica, el vapor, que conquista el Atlántico y las plantaciones.
* El presente texto ha sido realizado en el marco de los proyectos HAR2009-07037/HIST
del Ministerio de Ciencia e Innovación y P1-1A2008-8 de la Universitat Jaume I-Bancaja.
110
CLAUDIA VARELLA
Los productos mudan de continente más rápido, y también lo hacen, a la fuerza, los esclavos. Las grandes compañías dedicadas al tráfico negrero construyen barcos de gran tonelaje para ese negocio. La trata, que había sido un
vehículo de contrabando sin freno, lo será todavía más a medida que pase el
tiempo y, sobre todo, una vez se prohíba1. Por la introducción externa de cautivos africanos y razones internas de consideración sexual, la población mestiza
fue aumentando. Las pautas sociales de redención de la servidumbre experimentan alteraciones al endurecerse las divisiones de clase en la colonia y al ir
encareciéndose el trabajo esclavo en las ciudades.
El plan del presente artículo es ceñirnos a dos cuestiones sincronizadas: las
compras frustradas de libertad y la búsqueda de soluciones a los desafueros de
los dueños contra sus esclavos. En ese orden, el doble tema es la coartación y
el oficio de síndico: la directriz que une, por un lado, el fenómeno del anticipo
de libertad que representaba el derecho de los esclavos a coartarse, y por otro,
la manera en que algunos de ellos desairaban a sus amos durante el intento de
pactar con ellos. Nos parece oportuno que la línea central del trabajo sea determinar qué supuso el desarrollo en Cuba de funcionarios especializados en esclavos candidatos a manumitirse, y recorrer su origen. El síndico procurador
del común era representante legal del esclavo. Ante su mesa estuvieron acudiendo esclavos que trataban de liberarse y de resolver los altercados con sus
amos. Los coartados fueron el grupo más reivindicativo, por eso la coartación
no puede ser un punto y aparte en la esfera civil destinada a encauzar estas
quejas.
COARTACIÓN OBLIGA
En la Cuba del siglo XIX había dos tipos de esclavos: enteros y coartados.
La coartación era una de las formas existentes de manumisión de pago, de liberación con coste económico. Como manumisión diferenciada, era esencialmente una autocompra gradual, aunque no funcionó de forma efectiva. Un
coartado podía comprarse a sí mismo a plazos, entrando en un proceso de deuda de libertad. Esto servía para fomentar la productividad del esclavo, para incentivarle en el amor al trabajo. El coartado había podido concertar con su
amo un precio de corte, un precio de liberación, que por tradición consuetudinaria una vez acordado era invariable. El poder sobre él quedaba así limitado y
1
Desde el siglo XVI: véase Vila Vilar, 1977. El primer tratado anglohispano de cese de la
trata debía entrar en vigor en 1820. Para dimensionar las cifras del tráfico negrero: Pérez de la
Riva, 1979.
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EL CANAL ADMINISTRATIVO DE LOS CONFLICTOS ENTRE ESCLAVOS Y AMOS ...
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la suma a completar iba remitiéndose a medida que el esclavo hacía entregas
diferidas de la misma. Dentro de la libertad civil pero no jurídica, es decir,
dentro de una libertad no legalizada, los esclavos estaban amparados por la
costumbre para variar de amo. Este derecho no escrito se convirtió en un problema esencial cuando la mano de obra forzada resultó insuficiente en la isla;
aunque la dinámica histórica del derecho de coartación y su realidad social demuestran que ese problema no fue insalvable2.
Los coartados solían trabajar fuera del dominio de sus amos oficiales. Depositaban un dinero y, desde entonces hasta que finiquitaban el pago, no podían ser tratados como simple mercancía en operaciones de compraventa, ni
podían ser privados del privilegio de ganar para sí. El dinero inicial para arrancar el proceso de coartación lo extraían de su plusproducto, de su salario, del
recurso al préstamo o del juego de la lotería.
A través de la coartación, los esclavos cruzan un umbral legal de protección jurídica en relación al resto porque su precio de liberación debía preservarse y oficialmente ser considerado inflexible. A título de ejemplo, ofrecemos una escritura del año 1789 que parte de una coartación graciosa, es decir,
de una gracia a la sombra de la generosidad del amo, quien le regala al esclavo
una facilidad para manumitirse por un precio menor y, además, le concede
porciones de tiempo para trabajar en beneficio propio, ya sea por cuenta propia (quedándose el fruto de su trabajo) o por cuenta ajena.
Sépase como yo, presbítero D. Domingo Hurtado, de este domicilio por la presente digo que por fallecimiento de D. Úrsula Mediano mi tía, dejó dispuesto por
una de las cláusulas de su testamento que a un negro nombrado Joaquín mi esclavo
se le coartará en la mitad del valor que actualmente hubiere cuando intentara libertarse, o para otro dueño según aparece del contenido de aquella a la letra en la siguiente:
Fue su voluntad según me comunicó que un negrito mi esclavo nombrado Joaquín criollo, al tiempo de libertarse o que saliere de mi poder para venta, fuese sólo
por la mitad del valor (...) porque para entonces le hacía ella gracia de la otra mitad
que deberá salir de sus bienes y sin que esto se verificase pudiere dicho negrito usar
de derecho alguno contra mí sobre cumplimiento, ni pedir rebaja en su servicio. Y
siendo que ha llegado uno de los casos de la alternativa para salir de mi poder, vendido su valor es el de 400 pesos. Cumplo con aquella disposición que [ilegible] el
notario don Juan Barranco. Vendo realmente y (...) desde ahora y para siempre al
R.P.P. religioso Fray Diego Castellanos el expresado negro Joaquín criollo nacido
en mi propia casa, como de 19 años de edad, libre de tributo como se ha certificado,
pero con la advertencia de que padece de lombrices, algunos dolores de barriga (...).
Le hago la venta en cantidad de 200 pesos, como mitad de los 400.
2
Estamos preparando la publicación de nuestra tesis doctoral, una monografía sobre la
coartación: Varella, 2010.
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CLAUDIA VARELLA
Confiesa que la referida cantidad de los 200 pesos es «el justo y verdadero valor
de mi coartación, y que aunque más valga o valer pueda no ha de poder el comprador alterarle el precio, y que por esta razón debe operar el esclavo la mitad del tiempo a su beneficio en los trabajos correspondientes y propuestos a los siervos. Lo renuncio, cedo y traspaso en el comprador a quien lo tengo entregado para que como
suyo propio lo posea o enajene en virtud de esta escritura, por la que es visto haber
adquirido su posesión sin que necesite de otra prueba».
Puerto Príncipe (actual Camagüey), 2 de enero de 17893.
Es relevante reparar en que el amo se sentía actor de la coartación, por eso
expresaba en el último párrafo que era suya. Se firmó con testigos. Hay adjunta una licencia del rector del Convento de Nuestra Señora de la Merced para
que el fraile compre al esclavo de la propiedad del prefecto D. Domingo Hurtado en cantidad de 200 pesos, «en cuya virtud podrá cualquiera de los escribanos públicos de esta villa otorgarle el correspondiente instrumento que asegure al referido por el dominio que tiene sobre derecho...». El instrumento en
cuestión es el documento que hemos transcrito.
La manumisión graciosa, a diferencia de la de pago, permitía volver a esclavizar al liberto. Asimismo, la coartación graciosa podía combinarse con la
coartación por iniciativa del esclavo. Era frecuente que los coartados salieran
del poder de sus amos de origen para entrar en el de sus amos de destino. A
partir de mediados del siglo XIX esta frecuencia sufrió transformaciones con
la llegada de nuevas y discutidas normas para organizar de manera interna la
esclavitud. Con el reglamento de noviembre de 1842 cambiaba el significado
legal de la coartación. Era un anexo a un bando de gobierno del capitán general Valdés en el que se estipulaban cuatro artículos cardinales:
Artículo 34. Ningún amo podrá resistirse a coartar a sus esclavos siempre que le
exhiban al menos cincuenta pesos a cuenta de su precio.
Artículo 35. Los esclavos coartados no podrán ser vendidos en más precio que
el que se les hubiere fijado en su última coartación, y con esta condición pasarán de
comprador a comprador. Sin embargo, si el esclavo quisiera ser vendido contra la
voluntad de su amo, sin justo motivo para ello, o diere margen con su mal proceder
a la enajenación, podrá el amo aumentar al precio de la coartación el importe de la
alcabala y los derechos de la escritura que causare su venta.
Artículo 36. Siendo el beneficio de la coartación personalísimo, no gozarán de
él los hijos de madres coartadas, y así podrán ser vendidos como los otros esclavos
enteros.
Artículo 37. Los dueños darán la libertad a sus esclavos en el momento en que
les apronten el precio de su estimación legítimamente adquirido, cuyo precio, en el
3
Escritura de un traspaso de dominio mediante compraventa de esclavo doméstico con
existencia de una coartación graciosa previa, sello de 1788-1789. Oficina del Historiador de La
Habana, Colección de Esclavitud. Pendiente de ubicación.
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caso de no convenirse entre si los interesados, se fijará por un perito que nombre el
amo de su parte o, en su defecto, la justicia, otro que elegirá el Síndico Procurador
General en representación del esclavo, y un tercero, elegido por dicha justicia, en
caso de discordia4.
La novedad de la coartación en Cuba residía en su repercusión, inmediata y
demoledora, en la aprobación de la enajenación forzosa a demanda del esclavo. El aliciente de mudar de amo se adhería al privilegio de la inmutabilidad
del precio para coartados, cuando no lo había sido en el pasado. Con la nueva
situación colonial, elegir amo era elegir cómo aproximarse a la libertad: era el
amo quien, a fin de cuentas, determinaba si su esclavo tenía acceso al dinero o
no. Era el amo quien le ponía a su alcance la coartación o se la obstaculizaba.
Con el asunto de la venta voluntaria de los coartados el derecho ponía en la
picota a los dueños. Prever el comienzo de la manumisión mediante la entrega
mínima de 50 pesos atentaba contra su propiedad privada. Ese derecho satélite
de la coartación fue controvertido, sobre todo, por el antiabolicionismo que dimanaba de los ingenios, de las fincas rurales, donde la intimidación y la represión eran mayores. En la primera mitad del siglo XIX los conflictos entre síndicos defensores de esclavos y alcaldes testimonian que se habían ido dictando
providencias dispares sobre el particular. Finalmente, lo único que se confirmó, en un plano paralelo a las leyes, fue que el esclavo podía encontrar en la
coartación un pasaje para hacer su servidumbre «menos penosa»; y que el síndico, si era imparcial, estaba llamado a ser un portavoz de la libertad, la cual
debía quedar «protegida por todos los derechos», por ser «un bien inestimable», un «objeto sagrado»5.
En consecuencia, la salida de los esclavistas que se vieron dañados por la
ley de coartación pasó por reconducirla políticamente, porque las traslaciones
de amo eran útiles (demasiado como para bloquearlas) en un mundo de escasez de fuerza de trabajo e incremento de la práctica del alquiler de esclavos.
En esa coyuntura, el protocolo de coartación se hizo huésped de la esclavitud
asalariada, no sin crear un inconveniente fundamental: que los propietarios de
esclavos que se sentían perjudicados por esta manera de coartar desearon restringir el privilegio6. Y lo consiguieron.
4 Apéndice en Lucena, 1996: 298. En cursiva hemos querido destacar el sentido que los
adversarios de esta prerrogativa pretendieron confundir, abundando en su ambigüedad.
5 Expediente en que el Síndico Procurador General se queja de la determinación dada
por el Alcalde 1.º en la demanda sobre la libertad de la morena Jacinta esclava de D. Francisco Ferrer, 1837, Archivo Nacional de Cuba (ANC), Gobierno Superior Civil (GSC), leg. 938,
exp. 33094.
6 Expediente de informe para revisar las leyes vigentes sobre coartación de esclavos,
1862, ANC, Consejo de Administración (CA), leg. 3, exp. 108.
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Antes de ser normalizado, un acto de coartación consistía pues en un contrato, casi siempre verbal, de préstamo de libertad para que el esclavo trabajase
a sueldo, ganando jornales que se cobraría el amo en una parte. Con esa fracción se estipulaba un interés notablemente superior al precio del dinero en el
que habían acordado amo y esclavo la libertad de este último. Para que se
acortara el término de su esclavitud, su dueño había de realizar deducciones
proporcionales a las cantidades que el esclavo iba depositando, al contado. A
falta de confianza en los amos, a cambio de ese dinero, los síndicos acabarían
dando a los coartados unos recibos, unos papeles que, si sus titulares lograban
conservar, no eran suficientes para después presentarlos como justificantes o
dotarlos de sentido.
La coartación fue un contrato que se vulneró por la tenencia a menudo ilegal de coartados en que invertían pequeños propietarios de esclavos o arrendatarios, individuales o institucionales, que los desalquilaban y realquilaban privada o públicamente. La penalización económica que acarrearon los siervos
coartados autovendidos a su antojo coaccionaba sus impulsos de libertad; les
disuadía, a pesar de que, en principio, su derecho fuera un generador de expectativas de movilidad y autonomía. Los coartados devengaban una paga mensual porque se les estaba cobrando una tasa por su emancipación futura. Ahora
bien, lo habitual era que no vieran su coartación formalizada en el paso de
comprador a comprador. Porque en el caso minoritario de que existiera un título de dominio, la autenticidad del documento de coartación se cuestionaba: alguien, no importa quién, evitaba seguro la pérdida del esclavo. Así, el modus
vivendi de los coartados se degradó, empobreciéndose su acceso a una retribución laboral y exigiéndoseles la autorización del dueño para realizar una mudanza de propietario. Cada vez tendrán menos oportunidades de eludir los envíos a las plantaciones o de que abusen de su capacidad de trabajo en cualquier
lugar. En resumen, el fin manumisor de la coartación estuvo invalidado.
En medio de una situación de discordia para fijar el precio del esclavo, al
tener que nombrar el síndico a los peritos, era un regidor municipal quien participaba activamente en el proceso de tasación de los esclavos en litigio. Se hacían los cálculos según la edad, la salud, el aspecto físico y lo que el amo hubiera gastado en el esclavo por enseñarle un oficio. Cuando el síndico ejercía
jurisdicción, era él mismo quien dirigía autos de comparecencia con motivo de
los contratos de coartación defraudados. Si después el trato continuaba incumpliéndose, era muy probable que el dinero del esclavo se estafara, y ya no desde la casa de su amo, sino desde las mismas sindicaturas.
Valentina era la mulata que el Dr. Miguel R. Vieta alquilaba como jornalera desde que esta tenía 22 años. La había adquirido en venta real (no condicional) de alguien que sólo la conservó en su poder tres meses, y que, a su
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vez, la había comprado a otro propietario, una mujer, con quien tampoco permaneció más de un trimestre. A sus 24 y con tres amos a sus espaldas en apenas tres años, Valentina se presentó al síndico con 50 pesos y solicitó su
coartación7. Fue reconocida por un médico para ser posteriormente tasada.
El médico era el de la casa de su amo, a la sazón «cirujano dentista», en la
jerga de la época8. Este expuso, contra lo que ella aseguraba, que no padecía
enfermedad crónica de tísica, que sólo era de una constitución sumamente
débil, «de cavidad pectoral mal configurada». Hacía dos años había costado
600 pesos, en 1863, «época en la que valían mucho los esclavos», como la
propia Valentina sabía. Resultaba desorbitado, en consecuencia, que el acta
de coartación se formase por 900, porque había sido tasada en 950 depositando los 50 pesos de marras. Citado el dueño, se habían dado cifras peores:
1.300 pesos pedía Vieta por ella, por aquella esclava de mal aspecto9 y sin
ninguna cualificación destacada, que en un año entero, tanto si había estado
en condiciones de salud como si no, había ganado jornales para él sin crearle
ningún gasto, «ni un par de zapatos». A pesar de todo, le había estado proporcionando 17 pesos al mes. Pero quería más: subir el rango de la sierva
asalariada a 28,5 mensuales (con 50 pesos depositados, quedaba coartada en
900. Eso significaba que era injusto retenerle más de 9 reales diarios —que
por 24 días al mes, al descontar los domingos y festivos, daba 27 pesos al
mes; no más— teniendo en cuenta también que ya era un exceso porque «la
mejor jornalera sólo gana 6 reales fuertes», al día).
El testimonio de Valentina está refrendado por otro síndico, Juan Crespo,
quien tomó importancia después de los sobornos que salieron a relucir en la
primera sindicatura que había llevado el caso. Juan Crespo estaba convencido
de que si las cosas no se reconducían por la vía administrativa, el pleito judicial sería largo y con malos resultados para la esclava, víctima de las artimañas
del amo. Juan Crespo explicaba:
7
Antecedentes relativos a la presentación de la parda Valentina Travieso esclava del Dr.
D. Miguel R. Vieta, 1864, ANC, GSC, leg. 968, exp. 34196.
8 Hemos encontrado anuncios del Dr. Miguel R. Vieta en la Gaceta de La Habana a lo largo de todo el año 1858. Tenía su consulta en la calle Obispo, número 64, y decía poner «las
dentaduras atmosféricas ó sean (sic) sujetadas con la presión del aire las que son muy cómodas
por no necesitar de los elásticos para cuyo efecto acaba de recibir un completo surtido de dientes incorruptibles, tan finos que en nada se distinguen de los naturales». Su negocio de dentaduras postizas encontraba un sustento en las rentas que sacaba de los esclavos.
9 Avanzada la querella, que se prolongó dos años, otro médico certificó que era tuberculosa y que, obviamente, su enfermedad se agravaría si hacía más esfuerzos laborales: Antecedentes relativos a la presentación de la parda Valentina Travieso esclava del Dr. D. Miguel R.
Vieta, ANC.
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El Dr. Vieta, al que [conozco] bien por las diferentes presentaciones que hacen
sus esclavos, (...) los alquila para lucrar extraordinariamente con ellos, pues se liberta de mantenerlos y vestirlos, condición con que celebra el alquiler.
Para tasarla en «tan leonino precio», hasta el punto de que la esclava renunciara de golpe a su coartación, había sucedido lo siguiente: no sólo el perito del amo estaba comprado, sino también el de la sindicatura, que se encargó
de entorpecer la marcha del expediente a propósito, para encubrir después lo
ocurrido. El tasador de la primera sindicatura fue el mismo escribiente. El
nombre que recibía este administrativo era el de escribiente papeletero. Lo elegía y le pagaba el ayuntamiento. Mientras podemos hablar de un sueldo para
este dependiente, para el oficio de síndico se confirmaba en 1868 que su cargo,
como el de alcalde municipal, teniente de alcalde o regidor, debía ser gratuito,
honorífico y obligatorio10. ¿Qué les reportaba, entonces, esta labor desinteresada? ¿Prestigio social y comisiones ocultas?
En el caso de la sierva Valentina, el escribiente operó en connivencia con el
dueño. Sin embargo, la misma parcialidad podía inclinarse en contra de este
último, porque, en la segunda tasación, también el personal de la sindicatura se
habría inmiscuido; según Vieta, perjudicándole, porque colocaron a la esclava
en un depósito en el que eran otros y no él quienes podían aprovechar su trabajo mientras duraran las diligencias, alquilándola. Según las normas, la esclava
debía haber sido depositada en el Hospital de Paula o en la Casa de Beneficencia hasta que todo se aclarase. Desde 1862, en una maniobra por forjar su dependencia y obediencia, los síndicos eran obligados a coordinarse con los depósitos municipales dirigidos por la Administración del Gobierno superior civil. Estos espacios funcionaban como almacén de mano de obra forzada, pero
se alegó que el primero, destinado más bien a las esclavas y no a los esclavos,
estaba infestado de viruelas en ese momento. De modo que en vez de enviarla
a la Casa de Beneficencia, el segundo síndico la envió al depósito judicial de
esclavos, con una junta de artes y oficios que, igual que en Matanzas, realizaba
contratas de aprendizaje o de simple consignación en el entretanto. También
había una secretaría del ramo de aprendizaje en La Habana desde 1857. No es
sorprendente que todavía en 1879 los síndicos habaneros se pregunten retóricamente si «dadas las condiciones de los actuales depósitos para los esclavos
presentados en las sindicaturas de esta capital, el hospital de Paula para las
hembras y la administración de obras públicas para los varones, ¿no sería conveniente en ampliación del art. 8.º del reglamento de las propias sindicaturas
autorizar a los síndicos para proveer de licencias a aquellos que sin entregar
10
Martínez Alcubilla, 1877, I: 477.
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cantidades suficientes para adquirir su libertad pudiesen sin embargo aspirar
a ella por otras causas a fin de que trabajen por su cuenta, depositando sus
jornales en vez de permanecer meses y aun años en aquellos depósitos?»11. La
Administración colonial había tomado el mando de los alquileres de esclavos.
Si estos empezaban un proceso de coartación y entraban en liza con sus dueños, los síndicos quisieron y pudieron sacar réditos. Que los beneficiarios fueran ellos o los esclavos ampliaría las perspectivas de este artículo.
Por los defectos de forma, se declaró nulo el acuerdo que afectaba a Valentina, sin necesidad en una primera fase de acudir a la vía judicial, porque el compromiso «celebrado entre el dueño y el síndico es asimismo económico administrativo». Se repitió la tasación: 650 pesos. La esclava no se conformó e impuso una demanda judicial. Habiendo ya un tribunal de justicia de por medio, era
inútil dirigirse al gobierno para reclamar como hacía Vieta. A este no le quedó
más remedio que promover un recurso de casación ante la real Audiencia para
anular la resolución final, que fue emitida por un alcalde mayor, un juez, quien
desde su alcaldía, al otro lado de la autoridad administrativa, dictaminó que se
otorgara la escritura de libertad a Valentina, tasada al final en 50 pesos.
Así hubo situaciones análogas que terminaron siendo fallidas: los esclavos
renunciaban a su coartación porque el precio por acercarse a la libertad era demasiado caro, porque sus tasaciones eran demasiado altas. Juana Criolla, cocinera y lavandera de oficio, esclava, tenía según su amo 30 años. Ella decía ser
mayor de 50. La diferencia no era poca y lo que podía avalar una partida de
bautismo o el reconocimiento de un médico servía a la misma farsa, difícil de
dimensionar precisamente por las ocultaciones que envolvían a los esclavos
coartados. Las tasaciones orientadas a las compras de libertad, dependiendo de
la edad del que buscaba ser coartado, variaban mucho. En su memorial de
1874, una esclava que respondía al nombre de Juana Criolla se revolvía contra
la injusticia porque su precio era «una imposibilidad que se le ha[bía] puesto
para que nunca pu[diera] conseguir su libertad»12.
11 La cursiva es nuestra. Comunicaciones por la Junta del ramo de aprendizaje «Artes y
Oficios» donde se pide que le sea negado al maestro sastre Alejo Rovira la contrata por tratar
con crueldad al pardo esclavo Ramón, 1860, Archivo Histórico Provincial de Matanzas
(AHPM), Esclavos, Asuntos Generales, leg. 23, exp. 112. Expediente promovido por los síndicos de La Habana consultando la reforma de algunas disposiciones que le expresan, 1879,
ANC, Miscelánea de Expedientes (ME), 3543, ll.
12 La morena Juana criolla pidiendo retasación, 1874, ANC, Gobierno General, leg. 566,
exp. 28175. Desfilan expedientes de esclavos que piden que se les tase con las formalidades establecidas o, de lo contrario, solicitan la nulidad de la coartación. Otro ejemplo en: Expediente
promovido por D. Manuel Canosa reclamando contra la coartación de Julia, esclava de D.ª
Leonor Vázquez, 1879, ANC, ME3820, m.
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CLAUDIA VARELLA
LA AUDIENCIA DEL SÍNDICO
El oficio de síndico tiene ribetes de antigüedad13 y con la ordenación municipal castellana pasó a América. El síndico personero era la voz autorizada
del común para alzar quejas y personarse; un procurador arraigado en la élite colonial, procedente muchas veces o del mundo del comercio o de la abogacía14.
La conceptualización del pobre nos retrotraería a los antecedentes medievales castellanos de los fueros municipales. La preocupación por la pobreza,
destilada de exenciones concedidas a quienes no podían costearse una defensa
judicial, llegó a América. Los pobres eran sujetos de leyes.
La curatela era la potestad de administrar los bienes de aquellos que no pudieran hacerlo por sí mismos. Pobres y esclavos no tenían curador como lo hubieran tenido si se tratara de menores de edad. Un curador no les podía representar ni en lo civil ni en lo criminal. Pobres y esclavos tenían protectores. En
la segunda mitad del siglo XVI a los indios se les asignó un fiscal como protector y defensor; normativamente. Las protecturías de indios se unieron a las
fiscalías del crimen de las Audiencias de Lima y México en la segunda mitad
del siglo XVIII15. A finales del siglo XVII los pleitos de pobres en las Audiencias tenían incluso un día fijo, los sábados16. Agustín Bermúdez habla, en general, de la escasez de abogados en Indias hasta el siglo XVIIII. No abundaron
rápidamente en las corporaciones locales. No obstante, a posteriori se hubo de
restringir su número periódicamente con el avance del XIX.
En la Cuba colonial, antes de que la figura del síndico adquiriera protagonismo, las quejas de los esclavos contra sus amos eran consideradas un problema municipal, aunque no desde el principio de carácter administrativo, sino
que empezaron por ser de tipo judicial. Con el respaldo de la legislación medieval, los esclavos maltratados tenían derecho a buscar un juez. Entre el juez
y el esclavo se interpuso poco a poco la figura del síndico. Su finalidad era
aportar soluciones administrativas a esta serie de conflictos, siempre peculia13 El personero de los concejos o cabildos está estipulado ya en las leyes medievales de las
Siete Partidas en calidad de representante de la corporación para hacer frente a cualquier demanda en su contra o a su favor. Se le llama ya entonces «Procurator, seu syndicus...»: véase
ley 13, tít. 2, partida 3: Las Siete Partidas, 1974, II: 6. La cursiva es aquí nuestro énfasis.
14 Desde los cabildos, los representantes de estos cargos fueron muy activos en las guerras
de independencia americanas, cuando el cuerpo municipal gana poder. En Cuba, sin ir más lejos, el síndico Tomás de la Cruz Muñoz (de origen peninsular) pidió el establecimiento de la
junta independentista de 1808: Piqueras, LVIII/1 (México, 2008): 431 y 442.
15 Zamora y Coronado, 1844, III: 267.
16 Bermúdez Aznar, 50 (Madrid, 1980): 1041.
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res, en la medida que una de las partes poseía una categoría jurídica delicada,
cosificada y de menor de edad a un tiempo.
El cargo de síndico conquistó en ultramar esa nueva dimensión de procurador personero, sin comenzar siéndolo para la defensa de los indios o los esclavos. Los esclavos estaban muy alejados del abogado y protector que los legisladores concedieron a los indios, quien era elegido por los virreyes y los gobernadores, gozaba de salario y fue indistintamente etiquetado como protector,
procurador, abogado o defensor. Llegó hasta las islas Filipinas17. Por la denominación de procurador, pudiera parecer que también amparaba, por extensión, a los esclavos negros. Lo cierto es que, según las Leyes de Indias, quien
oía las quejas de los esclavos por maltratos o sus aspiraciones de libertad era el
oidor o el alcalde en las Audiencias, y no los oficiales del regimiento o regidores18.
Como señala Jesús Martínez Girón, el síndico «protector de esclavos» nació para subsanar la incapacidad procesal de los siervos, para entablar sus demandas, teniendo como modelo al «protector de indios»19. Pero esta equivalencia no se produjo hasta finales del siglo XVIII. Poco antes, en 1766, Carlos III establece cómo nombrar a los síndicos personeros del común o
procuradores del común (distintos de los procuradores judiciales)20. Se elegían
como mínimo para dos años por votos de los regidores, no mediante cabildo
abierto y, al igual que el oficio de alcalde ordinario, el empleo de síndico no
era enajenable. Con esas reformas se trataba de impedir que continuara vendiéndose o fuera patrimonializado por una misma familia. Su nombramiento
se hacía electivo. Eran elegidos por el gobernador capitán general entre los
propuestos por el ayuntamiento y los mayores contribuyentes. Eran personas
blancas en una sociedad racista.
Los antecedentes de los síndicos existían en la América hispana desde que
hubo ayuntamientos, emanando, si cabe, del oficio concejil de regidor y pasando a distinguirse como procuradores de la ciudad. La Recopilación de las
Leyes de Indias contradice, por tanto, lo que se deduciría demasiado rápido de
la obra de referencia de José Serapio Mojarrieta en la que se afirma que en
17
Ley 1, tít. 6, libro 6, cit. en Recopilación de las Leyes, 1987, II: 217. Que los pleitos de
indios estuvieran aparentemente mejor atendidos que los de los esclavos está en consonancia
con la mayor categoría social que jurídicamente se le otorga al indio. Los protectores de indios,
por ejemplo, no podían ser mestizos (ley 8, tít. 6, libro 6, cit. en Recopilación de las Leyes,
1987, II: 218). Los negros, libres o esclavos, tampoco podían hacerse servir por indios (ley 7,
tít. 5, lib. 7, cit. en Recopilación de las Leyes, 1987, II: 286).
18 Ley 8, tít. 5, libro 4, cit. en Recopilación de las Leyes, 1987: 286.
19 Martínez Girón, 2002: 47.
20 Ley 1, tít. 18, lib. 7, cit. en Novísima Recopilación, 1992, III: 440.
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Cuba el empleo se creó por Supremo Consejo en 1766 21. Nos llevaría a engaño si no tuviéramos en mente las leyes 1 y 2, título 2, libro 4 del corpus legal
de la Recopilación, que son muy anteriores, promulgadas por Carlos V en el
siglo XVI. La segunda de ellas da por existentes a los síndicos con función de
personeros 22. En la Novísima Recopilación que sucede figura también, entre
los oficios públicos de las ciudades, el de procurador de las mismas, si bien es
verdad que no se utiliza la palabra «síndico» precediendo a la de procurador23.
Mojarrieta, abogado entonces de la Audiencia de Puerto Príncipe, le dedica
la obra a la que aludimos a la Real Academia de Jurisprudencia Práctica de
San Fernando. Este establecimiento encargado de formar abogados fue el modelo para fundar el de La Habana por real cédula en 1819. Sus puertas tardaron
en abrirse hasta 1831, cuando todavía no había real Audiencia en la capital,
quizás por ello sus estatutos no fueron aprobados hasta 184124.
Guiándonos por la fecha de publicación, es probable que Mojarrieta esté
informando con su manual a los miembros de la nueva academia de que en La
Habana el síndico de ayuntamiento había sido definido con el perfil exacto de
procurador de esclavos en 1766. Era una redefinición coincidente con el momento en el que se establecía el derecho de alcabala afectando también a las
ventas de esclavos.
Sabemos que a la altura de 1840 solo había nueve ayuntamientos en toda la
isla, de ellos uno estaba, por supuesto, en La Habana; otro en Puerto Príncipe25. Eran pocos, pero los de estas dos ciudades tuvieron su fundación en el siglo XVI, y allá donde había ayuntamientos hemos dicho que había síndico. En
el municipio de La Habana los primeros regidores respaldados por unas ordenanzas de peso como las de Alonso de Cáceres fueron constituidos para ser
polifacéticos26.
21
Mojarrieta, 1833. Ese mismo año de 1833, Mojarrieta fue nombrado procurador a Cortes
por Puerto Príncipe (p. 7). José Serapio Mojarrieta continuó vinculado a la fiscalía: fue elegido
por el capitán general para ocupar en La Habana la plaza de vocal de la inspección de estudios de
Cuba y Puerto Rico en 1852: Archivo Histórico Nacional, Ultramar, leg. 3552, exp. 4.
22 Arrazola, 1852, 5: 310-311. Se confirma su apreciación de que «será difícil hallar una
ley de Indias creando el cargo; y las poquísimas que hablan de él es dándolo por existente»:
Ibid. Leyes 1 y 2, tít. 2, libro IV, cit. en Recopilación de las Leyes, 1987: 101. Alejandro de la
Fuente sigue la fecha de 1766 para afirmar el traspaso de esta institución municipal a las colonias: De la Fuente, 4: 87 (Pittsburgh, 2007): 665.
23 Ley 9, lib. 7, tít. 7 y Ley 18, tít. 7, lib. 7. La segunda está promulgada por Felipe IV en
el siglo XVII y la primera por Felipe II en el XVI. Cit. en Novísima Recopilación, 1992, III:
308 y 312.
24 Zamora y Coronado, 1844, I: 8.
25 Salas y Quiroga, 2006: 179.
26 Había seis, junto con dos alcaldes ordinarios: Pezuela, 1863, 3: 182.
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Por el contrario, otro aspecto que debiéramos considerar en apoyo a la idea
de que el perfil de procurador de esclavos asignado al síndico fue central en la
reordenación legislativa es que en Puerto Rico no se les constituyó en esta dirección hasta el reglamento de 1826. Tampoco dejemos de lado que como la
Instrucción de 1789 no salió adelante de manera clara, se tuvo que volver a codificar este punto aquí y allá, modificando especialmente la intervención del
síndico en las haciendas. En 1833, año en el que se establece en Puerto Rico
por primera vez una Audiencia, la tendencia es nombrar a estos «caballeros»
también donde no llegasen los ayuntamientos27. Es bastante ilustrativo del
avance del fenómeno.
Mojarrieta se sentía motivado para escribir este prontuario porque creía
que los síndicos de ayuntamiento (en plural —y en La Habana, para cuando
escribe, solo había uno—) estaban extralimitándose en la defensa de los esclavos, dejándose llevar por una «equidad mal entendida». Su preocupación radicaba en preservar los intereses de los propietarios y en acabar con un significado con el que se estaba dotando a la práctica de la coartación que escapaba del
control de los dueños y de las autoridades:
«¿Qué vergüenza, qué descrédito no causa verlos condenados en costas, apercibidos, multados y aun suspensos de su oficio por excesos cometidos en su desempeño?» [Y es que] sucede con frecuencia que deseosos muchos siervos de facilitarse
el paso a la libertad, consiguen que sus dueños los coarten, prestándose a recibir
parte del precio en que son estimados y logran reunir con su industria o por otros
medios lícitos y como a veces quedan en la mitad de su valor han intentado muchos
síndicos aliviarles la esclavitud, pretendiendo se les conceda la mitad del tiempo
que deben servir a sus señores»28.
Richard R. Madden, superintendente de la Comisión Mixta de justicia antitrata, veía en el manual de Mojarrieta el vademécum de la inmoralidad pública, ya que desde el principio hasta el final invitaba a sortear todas las reales órdenes que perjudicaran a los amos. Al síndico lo desacredita, siendo un engaño más «para echar polvo en los ojos de las potencias extranjeras». El síndico
es «un hacendado. ¿Y quién es el dueño? El vecino del síndico», denunciaba
unas páginas después29. Madden había conocido de cerca la situación de los
esclavos entre 1836 y 1840. Representó a Inglaterra en La Habana. Su opinión
sobre la efectividad de las leyes españolas más benévolas hacia la esclavitud
era, sencillamente, pésima.
27
28
29
Lucena, XIV-XV: 45-48 (San Juan, 1993-1994): 301.
Mojarrieta, 1833: 16-23. La cursiva es nuestra.
Madden, 1964: 144 y 150.
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Los síndicos debían atender a los esclavos y a los trabajadores semiforzados, pues también van a ser en la segunda mitad del siglo XIX los protectores
natos de los colonos. Pero su función no se limitaba a mediar en las demandas,
a conducir los interrogatorios. Bien al contrario, su labor pasaba incluso por
atender el pago de arbitrios de los vendedores ambulantes. Por ejemplo, ante
la solicitud de un italiano llamado Antonio Puche, que quería exhibir en los
partidos del campo unas figuras de cera con la música de un órgano, es el síndico quien fija las condiciones del precio de cada función: dos reales para los
adultos y uno para los niños; y le recuerda que se le cobrará un real a cambio
de la licencia de tocar el órgano30.
El dinero recaudado de la asistencia a estas funciones de volatines y sombras chinescas iba a parar a los fondos gubernamentales. Nadie podía sospechar que, unos treinta años después, un viejo italiano acompañado de un organillo, quizás un Antonio Puche que había extendido su negocio con los espectáculos callejeros, pondría en un brete a las autoridades coloniales. Y todo por
una de las canciones de los organillos que alquilaba (a veces a hombres negros, a veces para que estos ganaran algunas onzas al día para sus amos). Era
la «Canción del esclavo» y a la postre estaba representada por un hombre de
color que la bailaba. Supera con creces lo anecdótico porque desde La Habana
hasta Matanzas a las autoridades su contenido se les antojó altamente subversivo. En la primera se había prohibido ya, tras haber alcanzado tanta popularidad como para cerrarle la puerta de los teatros. En Matanzas creció la alarma
porque podía llegar a escucharse en «los pianos de las casas» e incluso en una
famosa tienda de edición musical, la de Edelmann. En todos los partidos de
esa jurisdicción, los capitanes se vieron obligados a acusar recibo de la carta
del gobernador para acallar esa música. A punto de estallar la guerra de los
Diez Años, en la parte occidental del país, una mera canción era vista como
una amenaza para el sistema de esclavitud31.
Los borradores manuscritos emitidos por algunas sindicaturas reflejan sus
actividades. Los síndicos se encargaban también de las cuotas para saldar la
contribución municipal de establecimientos, los gastos de mantenimiento de
las calles, asuntos de policía, celadores y seguridad pública, bomberos y materias desarrolladas en el amplio círculo de las juntas municipales32. Aparte de lo
30
Correspondencia sobre esclavitud. Año de 1839, ANC, GSC, leg. 939, exp. 33112.
Comunicación sobre la prohibición de la llamada «Canción del esclavo», ya que su letra presenta a los esclavistas como opresores, septiembre de 1868, AHPM, Esclavos, Asuntos
Generales, leg. 23, exp. 121a.
32 «Actas de 1821-1857» y «Actas de 1839-1856», Bachiller, n.º 711 y n.º 429a, respectivamente. Colección de Manuscritos, Biblioteca Nacional José Martí.
31
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reproducido en las juntas municipales, estos documentos incluyen los papeles
de la comisaría del ayuntamiento. Los temas más frecuentes son la recaudación de impuestos, las contratas de limpieza de la ciudad, los empréstitos propuestos para reanimar el crédito, las inauguraciones, ceremonias de puesta de
la primera piedra de distintos monumentos o edificios, certificaciones, conciertos de sueldos de empleados públicos, presupuestos varios, indemnizaciones, discusiones sobre la situación de los canales de riego y del alumbrado. En
estas preocupaciones confluyen el capitán general, los alcaldes ordinarios, los
regidores, el síndico procurador general y los vecinos implicados. El contexto
es el del cuerpo municipal, el del servicio público. Síndico y ciudad estaban ligados.
En los primeros decenios del XIX los dictámenes sobre precios tuvieron en
los síndicos a sus principales agentes. En materia de abastos defendían la fijación de la calicata del pan, habían de proteger al pueblo de los monopolios, los
lucros y los «revendones» que compraban para revender más caros los alimentos, abogaban para que la redistribución de los gastos por los procedimientos
judiciales que en un clima insurreccional habían apagado conspiraciones de
esclavos fuera más equitativa entre el erario público y el fondo de propios y
arbitrios de la ciudad33. Porque si se veían en la situación de tener que optar
por la defensa del ayuntamiento o por la del público debían quedarse con lo
primero, interviniendo invariablemente a favor de los derechos del municipio,
lo que le suponía una incompatibilidad con el oficio de fiscal de los derechos
del común.
En casos extremos, la defensa de los propios de la ciudad llevaba al ayuntamiento a querellarse contra el gobierno y su máximo representante si era necesario. Esto es lo que sucedió contra el capitán general Tacón, que ofendió a
la corporación con un abuso de poder, imponiéndole por la fuerza incluso un
defensor en la propia demanda municipal contra las obras públicas que él había llevado a cabo, entre las que se encontraba el malecón habanero. El ayuntamiento alegó que «la dignidad del municipio de La Habana» había sido menospreciada porque, además, el gobernador no había respetado en dos ocasiones los nombramientos de los alcaldes o comisarios de barrio, una facultad
que, por tradición, era exclusiva de los miembros capitulares34. El sentido de la
municipalidad, del poder municipal estaba muy arraigado en la legislación hispana que había sido transmitida a las Leyes de Indias.
33 Periódico en que se insertan las representaciones de los procuradores síndicos del
Excelentísimo Ayuntamiento Constitucional, y los demás discursos de los ciudadanos sobre
mejorar la suerte de este pueblo, La Habana, 1813, n.º 12.
34 Expresión de agravios, 1839.
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La función del síndico en Cuba desató batallas civiles desde que la economía de la isla se aceleraba a finales del XVIII y la densidad de población, al
igual que las necesidades administrativas, iba en aumento. Desde entonces, se
estuvo insistiendo en la urgencia de que hubiese dos síndicos para poder dar
respuesta a las demandas de sus múltiples dedicaciones35. Pero hasta mediar el
siglo XIX no se avanzó en la mera alternancia entre un síndico primero y un
síndico segundo, elegidos cada año con el voto de los regidores para que el segundo relevase al primero, quedando siempre uno de ellos lo suficientemente
informado e instruido; o al menos esa era la intención.
A la altura de marzo de 1852 la casa consistorial de La Habana destinada a
la celebración de los cabildos estaba en obras, por eso se celebraban en una
sala de la casa de gobierno, en el palacio de la capitanía general. Había una o
dos reuniones ordinarias al mes, en la sala capitular. A la luz de las actas capitulares, se hacía el repaso de los oficios recibidos, de lo acordado en cada uno
de ellos, de cuáles habían sido las instancias leídas, pero no hallamos ni rastro
de los registros de demandas de esclavos36. El cargo de síndico procurador era
dependiente del ayuntamiento, por lo que en principio todo lo concerniente a
las reclamaciones de libertad de los esclavos nos conducía al terreno del cabildo, en el que bien en forma de asientos u oficios se ofreciese una relación ordenada, o por ordenar, de los casos presentados. Estos cuadernos debían de haber estado separados o no se archivaron sistemáticamente, pero en el presente
no sobrepasa la conjetura.
En el capítulo 9 de la real cédula de 31 de mayo de 1789 se determinaba
que el síndico debía considerarse con la mayor distinción el protector de los
esclavos por el derecho de Indias. En virtud de esta norma escrita, si el dueño
desamparaba al siervo, el procurador síndico de la ciudad debía acudir en su
auxilio, también en caso de que hubiera cometido un delito37.
La real cédula de 1789 sobre la educación, el trato y ocupación de los esclavos iba a ser un código negro para toda la América española. Contra sus ordenanzas no sólo se levantaron los hacendados cubanos, todavía molestos según lo vertido en un cabildo de 1809, sino que también se mostraron reacios a
acatarlas los propietarios de esclavos de Caracas y de Santo Domingo. Un
punto fundamental de las mismas era el que establecía el protectorado de los
siervos en la persona del síndico. El capítulo segundo propugnaba que la
audiencia del síndico había de velar por el cumplimiento de la buena alimenta35
Zamora y Coronado, 1844, V: 462.
Actas capitulares del Ayuntamiento de La Habana. Año 1852. Oficina del Historiador
de La Habana.
37 Álvarez, 2008, II: 121.
36
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ción y vestuario de los siervos; y el capítulo noveno que este le ampararía judicialmente38. Cualquier incumplimiento de los preceptos de la Instrucción de
1789 suponía:
«que por las Justicias, con acuerdo del Ayuntamiento, y asistencia del Procurador
Síndico, se nombre una persona o personas de carácter y conducta, que tres veces en
el año visiten y reconozcan las Haciendas, y se informen de si se observa lo prevenido en esta Instrucción, dando parte de lo que noten, para que actuada la competente justificación, se ponga remedio con la Audiencia del Procurador Síndico...»39.
Puesto que esta real cédula no llegó a aplicarse debido a lo mucho que se
discutieron sus contenidos (en 1804 quedó oficialmente detenida o derogada),
tenemos indicios para sostener que la fragilidad de esta atribución del protectorado de los esclavos perduró hasta finales de la década de 1830, no quedando afianzada en un texto legal sino en 1842, con el reglamento de esclavos de
Valdés. En el artículo 15 de ese reglamento se le confiere al síndico el poder de
vigilar que a los esclavos viejos y enfermos se les dé el peculio suficiente para
no caer en la indigencia. En el artículo 37, de cara a los problemas que pudieran surgir por la tasación previa a la compra de libertad, al síndico se le da la
atribución de elegir perito en nombre del esclavo para contrarrestar el peritaje
promovido por el dueño40. En Puerto Rico, el código negro de 1826 ya había
adelantado todo esto41. Puerto Rico, por tanto, se anticipó a Cuba en el protectorado legal de la mano de obra forzada. El protectorado de esclavos en los
ayuntamientos ultramarinos rigió, pero la personalidad de los síndicos quedó
disminuida por la legitimidad parcial que ellos mismos hubieron de ir completando.
En 1813 una esclava coartada llamada M.ª del Carmen tenía un defensor de
oficio que pedía que se corrigiese la injusticia cometida con la alteración de su
precio de compra. Para el procurador de la esclava, ella era «su cliente»42. En
esos años, en Matanzas, los conflictos entre amos y esclavos se estaban dirimiendo también en el estudio del «señor oidor asesor general», conducido el
memorial de la sierva a través del alcalde. Los asesores generales eran letrados
y representaban un papel equivalente al de tribunal del gobierno político. Des38
39
Zamora y Coronado, 1844, III: 130-133.
Cap. XIII de la Instrucción, cit. en el apéndice de Levaggi, 1 (Buenos Aires, 1973):
167.
40
Lucena, 1996: 296 y 298.
Lucena, XIV-XV: 45-48 (San Juan, 1993-1994): 101.
42 Diligencias promovidas por la esclava negra María del Carmen, negra de nación carabalí, sobre acreditar haber sido vendida en mayor cantidad de la de su coartación, ANC,
Escribanía de Galletti, leg. 992, exp. 5.
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pachaban los asuntos de las alcaldías mayores, todavía con facultades heterogéneas. La Habana tenía tres asesores. Aun en la década de 1840, los esclavos
de la capital siguen encontrando cinco tribunas posibles para poder esperar
que alguien atendiera sus quejas: la del síndico, la del gobierno político, la de
la capitanía general, la de la intendencia y la de la alcaldía.
Los alcaldes ordinarios, como jueces de paz, podían asimismo presidir los
juicios de conciliación. Hasta 1790 los alcaldes tenían el derecho privativo de
aprehender esclavos cimarrones43. Sus poderes habían sido extensos. Ante las
demandas verbales, contaban con el asesoramiento de abogados. El alcalde
que antes citaba a algún abogado para que representara al esclavo estará cada
vez más obligado a entenderse con el síndico, que va a ir asumiendo el rol oficial de dicha abogacía.
En las alcaldías ocurrían sucesos tan importantes como la articulación y el
desenlace de promesas de libertad. Hemos examinado, entre otros, el memorial de una esclava, Francisca Sierra. Data de 185544. A sus dos amos fallecidos les había criado dos hijos en vida. En agradecimiento, le prometieron su libertad. Sin embargo, sus amos estaban endeudados y por eso «fue entregada al
acreedor el moreno libre Lorenzo Manzano». Una vez saldada la deuda con
los jornales de Francisca, la reclamó el hermano de su difunta ama por otra
deuda que dijo le restaba pagar, nada menos que por los gastos de funeral y de
entierro. Este hombre era el curador de la hija de los amos fallecidos, una menor que heredaba a la sierva. No nos sorprende que negara la oferta de la libertad que esta refería. Se defiende con instancias escritas con papel sellado de
pobres. El intestado de la dueña tampoco ponía fácil su pretensión. El alcalde
pasó a pedirle permiso al secretario general del Gobierno superior político
para trasladar a la esclava a la Casa de Beneficencia. Había un interés en que
los depósitos en este centro estuvieran bien atados a las disposiciones de un
juzgado concreto.
La esclava Francisca Sierra, gracias a la movilidad que le pudo haber proporcionado su estancia como alquilada de la Casa de Beneficencia, se presentó
ante dos tribunales: el de la capitanía general y el del gobierno. No optó por la
sindicatura. Cuando un esclavo coartado estaba involucrado en un conflicto de
testamentaría, la confluencia o confrontación entre juez y síndico era previsible, ya que el alcalde conocía el juicio y alguna de las partes buscaba su favor
y mediación. Ni los herederos de doña Antonia Florencia ni su albacea, responsable de aceptar la coartación, estuvieron conformes con la venta que por
43
44
Labra, 1879: 58.
Correspondencia sobre esclavitud, años 1854-1858, ANC, GSC, leg. 950, exp. 33616.
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su propia iniciativa había llevado otra esclava coartada, Clemencia, de 13
años. El nuevo dueño que Clemencia había encontrado la puso en manos del
síndico, quien se negó a entregarla «por considerar que en es[e] asunto debía
entender él y no el alcalde mayor»45. Mientras el dinero de la mulata estaba depositado en las arcas reales, el gobierno le daba la razón al síndico de Alacranes (en la jurisdicción de Matanzas) y el alcalde se indignaba porque habían
invadido sus atribuciones. Para la sección de lo contencioso, el síndico era la
autoridad administrativa a quien la ley confería la protección de los esclavos y
el acto consumado bajo su poder no podía más que ser válido. Los herederos
habrían podido recurrir la tasación contra el albacea para que los indemnizara,
pero el camino adecuado era el de los tribunales de justicia, que no era un camino barato.
Sobre las sindicaturas pivotó la esclavitud en los núcleos más urbanizados
de Cuba. La Administración colonial en la isla actuó invadiéndolas, puesto
que su objetivo era anular la independencia que estaban adquiriendo en la labor de asesorar a los esclavos agraviados, encauzando sus salarios y ahorros
hacia una clase de libertad que se ponía en venta.
LA PROFESIONALIZACIÓN DE UN OFICIO HONORÍFICO
Antes de la real cédula de 1789, que consagraba al síndico en la figura del
abogado de esclavos, los legisladores ya lo habían tenido muy en cuenta en el
Caribe hispano. El código negro carolino de 1783 refleja cómo los siervos seguían las causas de su libertad y, muy unido a ellas, aparece el síndico. Con el
fin de regularizar los pasos de esos trámites y que en el tiempo que durasen no
dejaran de rendir servicio, la letra de ley obligaba a los esclavos a dar parte de
sus solicitudes de libertad a los jueces ordinarios o a los celadores si estaban
en los campos, para que les diesen «defensor en la persona de su procurador
síndico general, pues interesa a la causa pública la tuición de estos miserables
y las libertades que se confieren por sus buenos servicios íntimamente unidos
a la felicidad pública y prosperidad de la isla»46.
Elegidos normalmente entre hacendados y comerciantes, los síndicos que
vehiculaban las demandas de los esclavos eran en ocasiones grandes propietarios de esta mano de obra. En 1810 el síndico de una localidad de Guatemala
45 El Exmo. Sr. Gobernador Superior Civil remite a informe el expediente instruido a instancia del síndico de Alacranes sobre coartación y venta de la mulata Clemencia, esclava de
los herederos de Doña Antonia Florencia Cepero, ANC, CA, leg. 301, exp. 5.
46 Cap. 21, ley 1, cit. en Malagón, 1974: 205-206.
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se enfrentó a los dueños dominicos de los ingenios de Baja Verapaz mediante
una perspicaz estratagema. Con el síndico al frente, un grupo numeroso de esclavos reclamaba su derecho al trabajo fuera de la hacienda azucarera centroamericana. Algunos de ellos, con oficios artesanales cualificados, pidieron que
sus salarios estuviesen acordes con la jerarquía que tenían, distinta al resto de
esclavos de la negrada. Son esclavos que en el documento notarial reivindican
recibir jornales como hombres libres, haciéndose cargo consecuentemente de
su manutención y vestido. Lo más singular es que permanecen esclavos y están preocupados por conseguir que les garanticen que no se tomará represalias
contra ellos por su atrevimiento. Según la interpretación que hace el Gudmundson, el síndico pretendía aumentar los costes de producción de quienes
eran de facto su competencia, los dominicos47.
«El síndico es blanco», enunciaba Fermín Hernández Iglesias en un folleto
que publicaba en Cuba en 1866 contra el halago a negreros y esclavistas. Y seguía aclarando cabalmente que, aparte de blanco, era «propietario de esclavos
e interesado por sus relaciones y ventajas en mantener íntegra la autoridad del
plantador (...). El rescate se hace por un precio de arbitraje en que da voto el
síndico en nombre del esclavo, e inspira en el amo el propósito de contrariar,
por los medios decisivos de que dispone, que el esclavo forme peculio»48.
En Uruguay se ha constatado la deriva clasista de los defensores de negros.
También allí estos funcionarios de cabildo pudieron ser o no ser letrados. El
defensor de esclavos, si en el resto de la América continental hispana no obtuvo especificidad hasta su investidura legal en 1789, se adhirió a otro cargo «de
diferente denominación y función predominantemente diversa»49.
Tan múltiples eran los quehaceres que en la primera mitad del siglo XIX
ocupaban al síndico del ayuntamiento de La Habana, que para traducir los protocolos antiguos del archivo municipal en 1840, una operación que incumbía
documentos de títulos de propiedad muy serios, se tuvo que debatir la necesidad de darle el apoyo auxiliar de un escribiente, a quien se gratificase a cambio50. No era la primera vez que discutieron por asuntos de dinero con el síndi47
Gudmundson, 60/1 (Berkeley, 2003): 109-114. Diez años antes, en la hacienda azucarera que centra su estudio predominaban los trabajadores indios. Ignoramos su estatus y cómo
evolucionó la hacienda hasta el mismo momento en que se produjo el conflicto. Es una lástima
que no se ofrezcan las características de la hacienda de San Gerónimo en el periodo oportuno.
Guatemala se independizó en 1821 y abolió la esclavitud en 1824.
48 Hernández Iglesias, 1866: 25.
49 Petit Muñoz, 1947: 549, 552 y 227.
50 Actas capitulares del Ayuntamiento de La Habana, 1840. Oficina del Historiador de La
Habana.
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co Antonio Pío de Carrión, reelecto ese año de 1840, al final del cual se cerró
su bienio como funcionario. Él fue uno de los que dio un mayor empuje a la
profesionalización del cargo. Sus mociones ante los «señores capitulares» sobre lo acuciante que creía que era incrementar el número de sesiones es muy
indicativa del volumen de trabajo que manejaba, y muy especialmente de la
falta de tiempo que enfrentaba para dar cuenta de los informes. La secretaría
del síndico se estaba quedando pequeña.
Con la necesaria aprobación del capitán general, de entre los regidores o
concejales se elegían anualmente a dos alcaldes e inicialmente a un síndico51.
El general Concha declaró a los gobernadores y tenientes gobernadores presidentes de las juntas municipales, y estos desplazaron a los alcaldes. Donde no
había ayuntamientos, los tenientes gobernadores habían de colocarse en las cabezas de jurisdicción. En 1856 se sancionó que los alcaldes mayores dejaran
de formar parte de los ayuntamientos y en ese año se autorizó al ayuntamiento
de Santiago de Cuba para nombrar dos síndicos en vez de uno. Desde oriente
se seguía la estela de La Habana52.
El cargo solía estar desempeñado por una persona con formación de Derecho, aunque durante la mayor parte del periodo, y más allá de ciertas vacilaciones finales, no precisó el título de letrado. Hasta mediados del siglo XIX,
en La Habana, centro neurálgico de la institución de la sindicatura, se pretendió que sólo un síndico estuviera dedicado a las causas civiles sobre libertad o
coartación de esclavos. En 1811 se había denegado la dotación de sueldo a los
empleos de prior, cónsules y síndico53. En 1837 el síndico Romualdo de Zamora protestó contra la ausencia de una compensación económica por asistir a
los actos verbales en representación de los esclavos. Se decidió entonces que
no habría remuneración cuando dañara a los intereses de los propietarios, esto
es, cuando el esclavo pudiera salir ganando en su demanda injustamente. Sólo
cuando el amo hubiera dado pie a la queja del esclavo podría cobrarle los gastos a los que ascendiera su asistencia, a imagen de un abogado particular. Esto,
como es evidente, condicionaba de forma aplastante el oficio del síndico procurador de esclavos.
El número de sindicaturas en La Habana fue a más: de una todavía en
1851, en 1856 el mismo ayuntamiento de La Habana solicitó añadir una más.
En 1854 se habría ensayado el nombramiento de dos síndicos en vez de uno.
51
Arboleya, 1852: 265 y 318.
Erenchun, 1857: 810-811.
53 Índice de las Reales Órdenes, Cédulas y Decretos que existen en el Archivo de la Real
Junta de Fomento de Agricultura y Comercio formado por su secretario en 1844, ANC, Real
Consulado Junta de Fomento, lib. 8.
52
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Es de suponer que no se mantuvo y que por eso hubo una solicitud posterior.
Pero en 1858 ya no hay dos, sino tres sindicaturas; y en 1865, cuatro, aunque
en 1867 volvió a estabilizarse en una terna, para reaparecer la sindicatura cuarta en 1873, con las nuevas necesidades para la aplicación de leyes de orientación abolicionista. No obstante las discontinuidades, el pulso es de una progresión regular y rápida. La Habana fue un área municipal muy dinámica y en
1868 todavía se dudaba si había de dividirse en 3 ó 4 distritos54.
Al contarse en la segunda mitad del siglo con más de un síndico dedicado a
estos cometidos, debió de establecerse el requisito de ser abogado para aquel
que ocupase la sindicatura primera del municipio. Mantenemos esto en base a
una orden de 1871 del Gobierno superior político, que disponía que las reclamaciones de esclavos «que envuelvan cuestiones de derecho» habían de pasar
al síndico primero por ser este letrado, a pesar de que la recomendación no era
una restricción para acceder al oficio, como se recordará en 187455.
Los tribunales ordinarios de primera instancia fueron reformados a mediados de siglo. Los ayuntamientos del país habían solicitado al gobierno colonial
la creación de juzgados de primera instancia y no fue hasta la época de Tacón,
en 1836, cuando se dio satisfacción a esta demanda. Los jueces de primera instancia se convirtieron en pilar de la administración de justicia y se dotó de salario a sus alcaldes mayores para evitar que estuvieran tentados a pedir derechos de más. Se redujeron las competencias de los alcaldes elegidos por el
ayuntamiento, los cuales quedaron limitados a la categoría de jueces de paz,
sin poder ejercer como jueces de primera instancia dentro de la jurisdicción de
la ciudad56.
Los alcaldes perdieron su doble poder. Podían ocuparse de todas las diligencias judiciales sobre asuntos civiles, conciliatorios, incluidas las demandas
de esclavos, pero en cuanto se transformasen en contenciosos habían de remitirlas a los jueces letrados de primera instancia. Estos debían encargarse de las
demandas civiles de mayor cuantía y todas las litis que tenían que ver con la libertad de esclavos lo fueron desde 1856. Ahora bien, no todas las causas de
manumisión entraron para ser resueltas en la esfera de la mayor cuantía; mu54 Expediente promovido por la sección sobre la inteligencia del artículo 48 del reglamento de esclavos y para designar los distritos en que deban funcionar las sindicaturas, 1868,
ANC, ME, 3582, cn.
55 Zalba y Cano, 1875: 72 y 95.
56 Pezuela, 1863: 57 y 197. Cuando los juzgados estaban vacantes, los jueces eran sustituidos por los alcaldes y tenientes de alcalde y eso sucedía muy a menudo. Hasta 1901, en Cuba
los juzgados de primera instancia tenían una función tanto de primera instancia, atendiendo los
asuntos criminales, como de instrucción, atendiendo los civiles.
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chas, además, no atañían por completo a la libertad, sino a los jornales caídos,
impagados, y a problemas concretos de coartaciones interrumpidas. Para estas
causas se fomentó la senda extrajudicial. Al menos durante un cuarto de hora,
el síndico oía en la intimidad de su estudio las demandas de libertad, o de coartación o de solicitud de permuta de dueño. El esclavo era su «protegido» y tenía que defenderlo ante los jueces de paz o los de primera instancia. Hubo interferencias entre síndicos y alcaldes, especialmente pedáneos, capitanes de
partido.
Sin derechos económicos, la labor del síndico era idealmente desinteresada: se le pagaba con el honor de serlo, exactamente igual que a los jueces pedáneos. En Cuba hubo capitanías pedáneas hasta 1855 sin que a los alcaldes se
les regulase el sueldo y se les privase de los derechos judiciales57. A partir de
entonces, los derechos de los litigantes (esclavos incluidos) quedaron en manos del Tesoro. A finales de 1859 todavía se estaba reformando el servicio de
los alcaldes mayores en cada distrito judicial, urbano y rural. Todas las alcaldías comunicaban con una misma matriz judicial radicada en La Habana.
La impresión que tenían algunos residentes en la primera década del siglo XIX es que no había síndico en La Habana y que los esclavos que tenían
problemas por el atropello de sus derechos a quien acudían era a la persona del
alcalde. En el fondo, se correspondía con una realidad en la que la pieza de la
sindicatura fue, en efecto, muy débil hasta la década de 1840, cuando empieza
a fortalecerse. En la segunda mitad de la centuria, para los propietarios de esclavos la buena reputación va a estar asociada a la resolución de sus diferencias con ellos a través de «medios amistosos y urbanos»58. Las sindicaturas
dieron visibilidad a esos medios.
La Audiencia pretorial logró fiscalizar la labor de los síndicos. En 1855
acordaba que dejasen de intervenir en las causas de vagos59. Los promotores
fiscales, que comenzaban a copar las alcaldías mayores de la isla, les arrollaron también en ese ámbito. El síndico es valorado como una entidad benéfica
y honorífica volcada a ayudar a los esclavos desde un punto de vista caritativo.
Ese es el argumento con el que los fiscales explicaban que los fundamentos
con que pedían una remuneración por su trabajo eran desatinados. Ramón de
Armas, síndico en 1841, sería hábilmente combativo: «el Síndico debiera ser
57
Concha, 1867: 29-30.
D. Alejo Soto sobre la libertad de la negra Dominga, 1866, ANC, GSC, leg. 968,
exp. 34208.
59 Circular número 45 del 14 de junio de 1855. «Auto acordado de 8 de Junio para que intervengan en las causas de vagos los Promotores fiscales y no los Síndicos», Autos Acordados
de la Real Audiencia, tomo 3: 50.
58
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de igual condición a los demás curiales, que obligados a servir gratis a los pobres cobran sin embargo sus derechos cuando la parte solvente es condenada»60. Pero enemistar a los dueños con los síndicos entrañaba grandes pegas
para retribuir el oficio.
No es hasta 1865, abolida la esclavitud en Estados Unidos, cuando en Cuba
son restituidos los síndicos, cuyas funciones en defensa de los esclavos quedaron directamente anuladas en 1859, con la justificación de que se estaban excediendo en el patrocinio de los cautivos y de que habían asumido un tipo de autoridad gubernativa. En el proceso de restitución apareció, de hecho, un reglamento que estipulaba cuál había de ser su conducta, subordinada a los gobernadores
y tenientes gobernadores. Si en su gabinete hacía entrada el peculio del esclavo,
ya no podía hacerse efectivo allí, pasando a tener que verificarse y custodiarse
en las cajas municipales porque, si no él, el personal subalterno de las sindicaturas, terminaba quedándose el dinero a cambio de un papel informal, bastante inservible luego para el esclavo aspirante a manumitirse.
En las tenencias de gobernación prevaleció la opinión de que el síndico
abusaba de sus atribuciones hasta la abolición de la esclavitud. Lo cierto es
que los esclavos acudieron a solucionar sus problemas tanto ante el síndico
como ante el teniente gobernador, y obtuvieron el permiso oficial para hacerlo
indistintamente justo cuando el desmantelamiento del régimen esclavista estuvo en marcha. Si agotaban una vía, escogían otra. Para las instancias políticas
superiores, recaudar el dinero dirigido a las compras de libertad era, al final, lo
que más contaba y, aunque toparon con dificultades, encontraron el modo de
controlar las sindicaturas.
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Fecha de recepción: 20-4-2010
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THE ADMINISTRATIVE CHANNEL FOR THE CONFLICTS
BETWEEN SLAVES AND OWNERS.
CAUSES OF MANUMISSION DECIDED BEFORE
OMBUDSMEN IN CUBA
Ombudsmen were the main interpreters for the slaves during the last century of Spanish
colonialism in Cuba. People with no judicial freedom went to the community representatives to
complain, ask for help and representation; their ex officio protectors, however, did not regularly act as neutral intermediaries, especially when a sum of money was involved to free the
slave. The possibility of a slave being leased or changing owners became controversial subjects and lawsuits started to be settled outside the courthouses. These ombudsmen became
more important and were a civil space dedicated to providing a public service in an administrative, arbitrary position that was often deemed capricious.
KEY WORDS: Slaves, restriction, manumission, Ombudsmen, Cuba.
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doi:10.3989/revindias.2011.005
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, núm. 251
Págs. 137-158, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2011.006
A POUPANÇA: ALTERNATIVAS PARA A COMPRA DA
ALFORRÍA NO BRASIL (2.ª METADE DO SÉCULO XIX)
POR
KEILA GRINBERG*
Universidade Federal do Estado do Rio de Janeiro
Este artigo tem por objetivo discutir a relação entre os escravos e seus descendentes e a
economia monetária no Brasil na segunda metade do século XIX. Abordando principalmente
as cadernetas de poupança de cativos da Caixa Econômica, pretende-se argumentar que a
poupança foi uma das estratégias de compra de alforria para si próprios e seus familiares,
principalmente a partir da promulgação da Lei do Ventre Livre em 1871.
PALAVRAS CHAVE: Escravidão, alforrias, poupança, Brasil, Lei do Ventre Livre.
A historiografia brasileira sobre a escravidão tem tradicionalmente se debruçado sobre o estudo das alforrias, bem como das estratégias dos cativos
para alcançá-las. Vista como parte do projeto de dominação senhorial ou como
forma de afirmação de autonomia escrava —em vários estudos, como sendo as
duas coisas ao mesmo tempo—, a compreensão dos vários mecanismos de obtenção da alforria é central para a compreensão da escravidão brasileira1.
Neste sentido, bastante atenção tem sido dada, nos estudos focados no período posterior a 1850, às alforrias conseguidas por meio do acúmulo de pecúlio por parte de escravos, principalmente urbanos, ainda que esta prática só
tenha sido legalizada em 1871, com a Lei do Ventre Livre, assunto também
vastamente conhecido e estudado.
* Professora do Departamento de História da UNIRIO, Pesquisadora do CNPq e Jovem
Cientista do Estado do Rio de Janeiro (FAPERJ).
1 Alguns estudos recentes sobre a alforria, principalmente nos séculos XVIII e XIX, têm
adicionado novos elementos à discussâo. Ver os trabalhos de Faria, 9 (Rio de Janeiro, 2000):
65-92; Aladrén, 2009; Guedes, 2008; Soares, 2009.
138
KEILA GRINBERG
O objetivo deste artigo é contribuir para a historiografia sobre o período final da escravidão no Brasil, através de um tema ainda pouco estudado: o das
estratégias de poupança dos cativos, principalmente através de depósitos em
bancos, como forma de compra da alforria. Assim, pretendemos discutir o
aparente paradoxo da sociedade brasileira da segunda metade do século XIX,
onde encontramos indivíduos escravizados e libertos que possuíam dinheiro, e
que confiavam na Caixa Econômica para guardá-lo, depositando-o em seu
próprio nome, mesmo sem serem livres, mesmo sem serem, pelas leis do país,
cidadãos. Afinal de contas, teoricamente escravos não podiam possuir dinheiro, nem qualquer outro bem. Por isso, a princípio também não poderiam poupar.
E, no entanto, eles poupavam.
1.
Quando a Caixa Econômica foi criada, em 1860, já fazia dez anos que o
tráfico atlântico de escravos havia sido extinto no país. Ainda assim, a Corte,
capital do Império do Brasil, ainda continuava sendo a cidade com o maior número de escravos das Américas2. Embora o número de africanos fosse diminuindo após a cessação do tráfico negreiro, em 1850 havia ainda, na cidade,
cerca de 74 mil africanos, entre livres e escravos. Não é à toa que a Corte venha sendo também denominada «cidade negra» por tantos autores, referindo-se
aos escravos, libertos e negros livres pobres que a habitavam3.
Mas se 1860 marcava o fim da primeira década do Brasil oficialmente livre
do comércio atlântico de africanos, também fazia dez anos da inauguração da
linha a vapor entre Liverpool, na Inglaterra, e o Rio de Janeiro. E uma década
da promulgação da Lei de Terras e do Código Comercial, expressões jurídicas
do esforço modernizador em um Império que buscava a manutenção da ordem
2 Em 1850, havia, na cidade, 110 mil escravos para 266 mil habitantes. Vinte anos depois,
o censo acusava a existência de mais de 37 mil habitantes escravos nas freguesias urbanas da
cidade, pouco mais de 16% de seu total de moradores. A diminuição proporcional no número
de escravos deu-se basicamente por conta do fim do tráfico e da imigração de portugueses pobres. Florentino, 2005: 335.
3 Chalhoub, 1990: 185. Para este autor, a «cidade negra», para além do número de habitantes que a expressão representa, é «o engendramento de um tecido de significados e de práticas sociais que politiza o cotidiano dos sujeitos históricos num sentido específico -isto é, no
sentido da transformação de eventos aparentemente corriqueiros no cotidiano das relações sociais na escravidão em acontecimentos políticos que fazem desmoronar os pilares da instituição do trabalho forçado». Chalhoub, 1990: 186.
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política e a difusão da civilização, no dizer de Ilmar Rohloff de Mattos4, ao
mesmo tempo que pretendia diversificar suas atividades econômicas.
Esta efervescência encontrava correspondência nas atividades bancárias,
legalizadas a partir da criação do Código Comercial, que tornou possível a
organização das sociedades anônimas e das sociedades comerciais. A criação
destas primeiras sociedades foi motivada principalmente pela liberação do
capital antes aplicado no tráfico atlântico de escravos, ilegal desde 18315.
De fato, 1850 é um ano decisivo para a reorientação das atividades comerciais brasileiras: sem poder aplicar o capital no financiamento da compra de
africanos, os comerciantes cariocas passaram a investir nos bens de consumo
estrangeiros, aumentando significativamente a pauta de importações do
país6.
Esta nova conjuntura resultou em uma série de mudanças econômicas e financeiras no país. Um sinal deste novo quadro foi a criação do Banco do Commercio e da Indústria do Brasil em 1851, uma parceria de Mauá com outros
comerciantes e corretores. Por conta da mudança na oferta do crédito que proporcionou, o banco transformou as formas pelas quais o financiamento era feito, principalmente na cidade do Rio de Janeiro7. Este e outros bancos passaram
a receber depósitos e emprestar importâncias «aos que necessitam de capital»8,
atendendo principalmente as necessidades de crédito das atividades comerciais urbanas.
Em 1853, o Banco do Commercio e da Industria foi fundido com o Banco
Commercial do Rio de Janeiro pelo governo imperial para refundar o Banco
do Brasil, extinto em 1829. Com isso, o crescimento das atividades comerciais
no país, devido principalmente à prosperidade dos negócios do café, foi facilitado pelo aumento da emissão de moeda, e pela autorização, por parte do governo imperial, da realização de várias operações comerciais pelos bancos,
como o recebimento de depósitos e o empréstimo de importâncias «aos que
necessitam de capital», atendendo principalmente às necessidades de crédito
das atividades comerciais urbanas.
Com a reforma bancária e monetária de 1857, vários bancos foram autorizados a emitir moeda, como o Banco Comercial e Agrícola do Rio de Janeiro,
o Banco da Província do Rio Grande, o Banco de Pernambuco, o Banco de
4
Mattos, 2010: 43.
Guimarães, 2007b: 13-40.
6 Alencastro, 37.
7 Muller, «Moedas e bancos»: 22.
8 Sobre o aumento de emissão de moeda, ver o artigo 19 do Decreto n.º 737, de
25/10/1850, apud Guimarães, 2007b: 71-72.
5
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Maranhão, o Banco da Bahia e o Banco Rural e Hipotecário do Rio de Janeiro,
reorganizado especialmente para tal fim9.
Este estado de coisas, porém, durou pouco. Com a oferta de crédito sendo
uma atividade praticada quase exclusivamente no âmbito privado e com a crise da economia cafeeira de 1857, o governo imperial optou por centralizar a
atividade bancária, principalmente as atividades de poupança e crédito. Este
foi o contexto da promulgação da Lei 83 de 22 de agosto de 1860, mais conhecida como Lei dos Entraves, que, entre outras medidas, prevê a criação das
Caixas Econômicas do Império.
2.
A Caixa Econômica foi o primeiro banco no país oficialmente designado
para «receber as pequenas economias das classes menos abastadas»10. Em
1861, ano que a Caixa foi criada, já havia nos Estados Unidos 278 bancos de
poupança, que contavam com quase 700 mil depositantes. Seis anos depois, as
linhas de crédito e as facilidades da poupança haviam se desenvolvido de tal
maneira naquele país que havia mais de um milhão de contas abertas, em 336
bancos11.
Com a finalidade de oferecer oportunidades seguras de investimento para o
pequeno poupador, os bancos destinados exclusivamente à poupança —em
oposição aos bancos comerciais, cujos investimentos eram de risco e valores
mais elevados— foram criados na Europa no final do século XVIII, em cidades como Brunswick, Hamburgo e Gênova. Mas foi na Grã-Bretanha que eles
vieram a ser de fato populares, atingindo escala nacional desde o início do
século XIX —para se ter uma idéia, até 1817 havia pelo menos 70 savings
banks na Inglaterra, Irlanda e Gales; em 1829, eles já contavam 487, com quase meio milhão de depositantes12— e criando um modelo que seria exportado
para boa parte do mundo atlântico13.
Definidos como «instituições benevolentes», que teriam a capacidade de
evitar o suposto efeito perverso da caridade sobre a população pobre, os bancos de poupança eram tidos como uma maneira pela qual as pessoas poderiam
ajudar a si próprias, sem depender do auxílio alheio. Por inculcar os valores da
9
10
11
12
13
Guimarães, 1 (Juiz de Fora, 2007a): 1-27. Brasil, 1858.
Souza, 1914.
Payne e Davis, 1976: 18.
Pratt, 1830: xiv-xxi.
Payne e Davis, 1976: 14-6.
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austeridade e do trabalho entre os pobres, estes bancos eram considerados
muito importantes para a alta sociedade britânica da época, e herdaram sua
estrutura justamente das organizações benevolentes existentes para auxiliar
órfãos, indigentes, mulheres idosas e crianças.
Não era outro o objetivo da criação da Caixa Econômica no Brasil14. Ao
criar uma Caixa Econômica e um Monte de Socorro, recebendo depósitos a juros de 6%, o Governo Imperial pretendia justamente intervir no mercado financeiro, criando dois tipos de serviços financeiros: o penhor, através do Monte do Socorro, que emprestava dinheiro a partir do cálculo do valor dos objetos
penhorados, e o recolhimento de depósitos para poupança, através da Caixa
Econômica.
Para além do evidente contraste entre o tipo e o montante do investimento
financeiro existente no Brasil e a Grã-Bretanha e os Estados Unidos, é interessante marcar que uma das principais diferenças no caso brasileiro está na garantia do funcionamento da Caixa Econômica brasileira: quem o fazia era o
Governo Imperial, ao contrário dos bancos, a maioria privados, criados até
então na Grã-Bretanha e nos Estados Unidos. Realmente, o novo papel do
Estado no sistema financeiro brasileiro da segunda metade do Oitocentos marca uma mudança inclusive no perfil dos empresários, os chamados «negociantes de grosso trato» que até meados do século XIX controlavam os principais
setores do comércio, entre eles o tráfico de escravos, mas também as casas de
empréstimo e penhor. A criação de novas instituições, entre elas o Banco do
Brasil e a Caixa Econômica, por um lado revelava o intento centralizador do
Estado, mas por outro também permitiu a estes capitalistas participar mais do
que ativamente dos novos negócios, ao integrarem as diretorias e conselhos
fiscais dos novos bancos15.
Uma das principais características da criação da Caixa Econômica na década de 1860 era centralizar no Estado as economias dos poupadores, de pequenos a grandes, de modo que o montante arrecadado pudesse contribuir para o
desenvolvimento da infra-estrutura do país, como aconteceu nos Estados Unidos, onde a poupança alavancou o investimento em ferrovias, centros de tratamento de água e esgoto e canais16.
Ao que parece, o objetivo não foi de todo atingido no início. Poucos depósitos foram feitos na Caixa em comparação com aqueles que buscavam o
14
Decreto 2.723 de 12 de janeiro de 1861, in Coleção das Leis do Império do Brasil, disponível em http://www2.camara.gov.br/atividade-legislativa/legislacao/publicacoes/doimperio, acessado em 11 de outubro de 2010.
15 Ver a respeito o artigo de Fragoso e Martins, 2003, especialmente pp. 149 a 151.
16 Adams, 2005: 14.
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Monte do Socorro para alívio de seus problemas17. Afinal, a experiência das
pessoas com as casas de penhor, popularmente conhecidas como Casas de Prego e depois rebatizadas como Monte do Socorro, eram bem antigas. A casa de
penhor emprestava quantias a pessoas que não tinham acesso a estabelecimentos bancários levando, como garantia, metais preciosos, brilhantes e outros valores, cobrando juros baixos. Mas não era só a antiguidade da prática que contava: pelo montante dos depósitos efetuados, fica evidente que a população carioca menos abastada, alvo da criação do banco de poupança, tinha menos para
poupar e mais para penhorar. No primeiro ano de funcionamento da Caixa, foram realizados apenas 187 depósitos; no fim de 1863, havia 578 poupadores
na Caixa, cujos depósitos somavam pouco mais de 61 contos de réis, ao passo
que foram feitos 2235 cautelas de penhores no Monte do Socorro, cujo valor
chegava a mais de 218 contos de réis18.
Só depois de 1864, com os efeitos devastadores da crise financeira que varreu do mapa várias instituições financeiras, a Caixa Econômica passou a ser
uma alternativa real para poupadores de vários grupos sociais, de pequenos a
grandes, uma vez que oferecia uma alternativa segura às variações da economia mundial. Neste período, os depósitos na Caixa cresceram exponencialmente19.
A busca da Caixa Econômica como banco de depósitos de fato cresceu ao
longo da década de 1860, tanto de pequenos poupadores como de «pequenos
capitalistas», conforme o relatório do ministro da Fazenda de 1871, que separou os dados dos que investiam até 50 mil réis daqueles que depositavam
quantias maiores. Entre os primeiros, que somaram 22.949 depósitos no ano
de 1871, 6.393 eram aprendizes artilheiros e artífices da Marinha. Um deles
era José Ferreira de Oliveira Cruz, proprietário da caderneta de número 604
e poupador desde 1862. José, então aprendiz artífice da 1a Companhia do
Arsenal da Marinha, começou depositando 1500 reis e seguiu poupando
regularmente, até completar 284.423 mil réis em 190020. Mas, apesar do
grande número de grumetes, o maior volume de depósitos estava mesmo entre os «pequenos capitalistas»: ao longo daquele ano, foram realizados
87.944 depósitos, dos quais 64.944 de 50 mil réis e os demais de valores inferiores21.
17
Adams, 2005: 72.
Brasil, 1865: 26.
19 Brasil, 1868: 24.
20 Caderneta de Poupança da Caixa Econômica número 604, José Ferreira de Oliveira
Cruz, 1862. Acervo Caixa Cultural, Brasília.
21 Brasil, 1872: 51.
18
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José Maria da Silva Paranhos, visconde do Rio Branco e ministro da Fazenda de 1871 a 1875, é particularmente enfático ao notar a mudança de perfil
dos investidores, ressaltando que a vocação da Caixa não era esta. Atribuindo
o grande afluxo de capitais à Caixa aos altos juros pagos, os maiores do mercado, o ministro informava que o movimento chega a alterar o cotidiano dos
funcionários do banco, que abrem de 30 a 40 novas cadernetas por dia e chegam a atender 400 pessoas diariamente no estabelecimento. Daí passa a elencar várias medidas que sugere sejam implementadas para, por um lado, limitar
os juros, e, por outro, para que a Caixa continue sendo de grande influencia
«para as classes mais laboriosas», defendendo a abertura de filiais nas demais
províncias do Império.
3.
Paranhos não menciona expressamente, mas é possível que uma parte do
aumento no número de poupadores de baixa renda esteja na expressa recomendação, realizada através da Lei 2040 de 28 de setembro de 1871, popularmente
conhecida como Lei do Ventre Livre, e de seu regulamento de 1872, de efetivação de depósitos por escravos, que, a partir de então, também estavam autorizados a acumular pecúlio22.
Uma das grandes novidades da Lei do Ventre Livre foi o reconhecimento
do direito do escravo de formar pecúlio. Sua propriedade tanto poderia
ser advinda de heranças e doações como fruto de seu próprio trabalho, desde
que com o aval de seu senhor. Na letra da nova lei, o escravo precisava de
autorização senhorial para trabalhar e acumular parte dos ganhos para si
próprio; mas não precisava mais pedir permissão para comprar sua própria
alforria. Isto significa que, caso um escravo provasse ter meios para indenizar o senhor no seu valor, ele o podia fazer. Se o proprietário não concordasse com a quantia oferecida por seu escravo, o mesmo seria arbitrado pelo
Estado23.
22 Ver especialmente o artigo 3 da lei de 1871, disponível em http://www2.camara.gov.br/atividade-legislativa/legislacao/publicacoes/doimperio/colecao7.html, acessado em
11 de outubro de 2010, e o artigo 4 do Decreto 5.135 de 13 de novembro de 1872, que regula a
Lei do Ventre Livre, disponível em http://www2.camara.gov.br/legin/fed/decret/1824-1899/
decreto-5135-13-novembro-1872-551577-publicacao-68112-pe.html e acessado em 11 de outubro de 2010.
23 A respeito dos processos de arbitramentos de preços de escravos posteriores a 1871, ver
Mendonça, 1999.
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Consagrando a intromissão do Estado nas relações entre senhores e escravos, assunto até então formalmente circunscrito à esfera privada, a lei de
1871 referenda práticas anteriores, realizadas pelos escravos em seu
dia-a-dia, mas formalmente interditas. Uma destas proibições era justamente
a realização de depósitos por escravos na Caixa Econômica. Embora haja indícios de que ela tenha sido largamente desobedecida, como mostra a caderneta de poupança do Evaristo (se bem que Evaristo era, ao mesmo tempo,
«africano livre» e «escravo da nação», o que já o torna, em si, um caso complicado de resolver24), surpreende que houvesse uma expressa interdição à
poupança escrava, de acordo com o decreto da criação da Caixa Econômica
de 12 de janeiro de 1861:
Não serão admittidos, como depositantes ou abonadores, os menores, escravos,
e mais indivíduos que não tiverem a livre administração de sua pessoa e bens25.
A redação deste último artigo é um desafio à análise. Por que os escravos
não poderiam depositar suas economias na Caixa então criada, se antes o faziam? Vejamos. Na década de 1830, bem antes, portanto, da criação da Caixa
Econômica como banco estatal, várias Caixas Econômicas foram organizadas
com capitais de origem privadas, destinados também a coletar as pequenas
poupanças de trabalhadores e de escravos26. Surgiram organizações na Bahia,
Pernambuco, Alagoas, Minas Gerais e no Rio de Janeiro, todas elas com pouco tempo de sobrevivência, mas provavelmente seguindo o modelo britânico
de fomentar a compra de alforrias por escravos que depositassem suas economias em Caixas Econômicas.
Foi assim, por exemplo, em 1824, quando o Parlamento inglês, debatendo
a melhoria das condições dos escravos em Trinidad, decretou a necessidade de
criação de bancos de depósitos na ilha, com regulamentação específica para as
economias dos escravos, cujos depósitos poderiam ser feitos, sem valor míni24
Caderneta de Poupança da Caixa Econômica número 4486, Evaristo, 1865. Acervo Caixa
Cultural, Brasília. Evaristo trabalhava na Fábrica de Pólvora de Ipanema. Formalmente classificado como «africano livre», era escravo da Nação. Se não conseguiu a liberdade antes, foi alforriado com a lei do Ventre Livre, que liberou, finalmente, todos os escravos da Nação. De acordo
com listagem levantada por ingleses em 1865 a respeito dos africanos livres do Brasil, havia na
Fábrica de Pólvora de Ipanema 3 indivíduos de nome Evaristo, um Congo,um Muxicongo e um
Mussena. Um dos três era o proprietário da caderneta de poupança número 4486. Great Britain,
Parliament, 1865: 313-314. Agradeço a Beatriz Mamigonian o envio destas informações.
25 Artigo 9 do Decreto 2.723 de 12 de Janeiro de 1861, disponível em http://www2.camara.gov.br/legin/fed/decret/1824-1899/decreto-2723-12-janeiro-1861-556013-publicacao-75580-pe.html e acessado em 11 de outubro de 2010.
26 Muller, «Moedas e bancos»: 17.
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mo, a juros de 5% ao ano27. Da mesma forma ocorreu com os depósitos dos
bancos de poupança de Havana, em Cuba, entre 1840 e 1868, dos quais quase
5% foram feitos por apenas por escravos, sem contar libertos e africanos
livres28.
Interessante que, como em outras áreas escravistas das Américas, as experiências de bancos de poupança no Brasil anteriores à criação oficial da Caixa,
na década de 1850, permitiam o depósito de escravos. Este foi o caso da Caixa
Econômica da província de Santa Catarina e das cidades de Santos e Campos,
cujos estatutos foram aprovados pelo governo imperial respectivamente em
1854, 1857 e 1857. Assim como o regulamento dos bancos de poupança em
Trinidad, as três Caixas aceitavam escravos como correntistas, desde que com
o consentimento de seu senhor, como pode ser visto no trecho a seguir:
Art. 1.º Poderão ser Accionistas da Caixa todos os individuos de qualquer sexo,
idade ou condição que sejão; as mulheres casadas com o consentimento dos maridos, os menores com autorisação dos pais ou tutores, e os escravos com licença dos
senhores, podendo os maridos, paes, tutores, e senhores representar por elles e votar
para os cargos de administração da Caixa.
No caso de Trinidad, inclusive, o Parlamento faz severas restrições a depósitos superiores a 20 dólares realizados por cativos, lançando dúvidas sobre a
origem do montante e conclamando os senhores a suspeitar de seus escravos
que demonstrem ter posse de tanto dinheiro.
Por estes exemplos, se vê que a autorização senhorial era um elemento social de grande importância para o reconhecimento do pecúlio escravo, mesmo
antes de ser formalmente legitimado por lei. Acumular dinheiro com consentimento do senhor significaria manter o controle dos senhores sobre seus escravos, mais importante, como fonte de autoridade moral, que o próprio poder do
Estado. É assim que podemos compreender, por exemplo, a existência da caderneta de poupança número 12.729 da Caixa Econômica: mesmo à margem
da lei, entre 1867 e 1869 a escrava Luiza depositou religiosamente 5 mil réis
por mês com o aval de D. Antonia Luiza Simonsen, sua senhora29. Neste caso,
a posse de algum dinheiro não significava, de maneira alguma, o rompimento
da política de domínio que marcava a escravidão: por ela, os escravos eram
subordinados a seus senhores, a quem deviam obedecer; e estes cuidavam de
seus escravos, protegendo-os e orientando-os adequadamente30.
27
Great Britain, Parliament, 1824: 1080.
Martinez Soto, «The first savings banks in Latin America».
29 Caderneta de Poupança da Caixa Econômica número 12.729, Luiza, 1867. Acervo Caixa Cultural, Brasília.
30 Chalhoub, 2007: 135.
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Justamente pela centralidade do poder do senhor na lógica da escravidão, é
impossível deixar de notar que tanta ênfase demonstra exatamente o contrário,
isto é, que ele vinha diminuindo paulatinamente na segunda metade do século XIX, como o percebiam, aliás, os próprios contemporâneos. Talvez quem
melhor tenha expressado esta situação tenha sido Perdigão Malheiro, advogado e parlamentar, quando, apesar de ter escrito o principal livro sobre a questão da escravidão na década de 1860 no Brasil —A escravidão no Brasil: ensaio histórico, jurídico, social—31, em 1871 se dizia assustado com o projeto
da Lei do Ventre Livre, justamente porque a aventada possibilidade de permitir a alforria sem consentimento prévio do senhor quebraria a «força moral dos
senhores» sobre seus escravos:
(...) entendo que não podemos impunemente afrouxar as relações do escravo para
com o senhor, que hoje prendem tão fortemente um ao outro, e que são o único elemento moral para conter os escravos nessa triste condição que atualmente se acham
(...). Se nós rompermos violentamente com esses laços, de modo a não se afrouxarem somente, mas a cortá-los, como a proposta o faz (...) a conseqüência será a desobediência, a falta de respeito e de sujeição. Eis um dos mais graves perigos. Essa
proposta, em todo o seu contexto, não tende a nada menos do que romper violentamente esses laços morais que prendem o escravo ao senhor32.
Esta citação nos permite contextualizar um pouco melhor as razões da interdição do depósito de escravos pela Caixa Econômica nesta sociedade em
que tudo parece difícil de entender: por que a Caixa Econômica não aceitava
depósitos de escravos, ainda que fosse com o consentimento de seus senhores,
se as instituições anteriores o faziam? Como os escravos obtinham dinheiro
para, com ou sem permissão de seus senhores, com ou sem autorização legal,
realizar investimentos financeiros?
Provavelmente o caminho para respondermos à estas questões esteja na exploração da própria ambigüidade da situação dos escravos no Brasil, principalmente a partir da segunda metade do século XIX. Afinal, a complexidade desta conjuntura estava justamente no fato de as atividades econômicas desta sociedade, principalmente as urbanas, terem sido exercidas ao mesmo tempo por
escravos e por livres. Ou melhor: havia escravos que desempenhavam funções
acessíveis, teoricamente, somente aos homens livres. Assim, muito freqüentemente nos deparamos, na documentação do século XIX, com escravos sapateiros, chapeleiros, alfaiates, barbeiros. Entre as mulheres, havia amas-de-leite,
31
32
33
Malheiro, 1876.
Perdigão Malheiro, apud Chalhoub, 2007: 142.
Ferreira, 2005: 239.
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mucamas, costureiras, lavadeiras, carregadoras de água, sem contar as feirantes, muitas das quais eram africanas33.
Escravos alugavam seus serviços nos grandes centros, poupando para comprar as suas liberdades ou as de seus familiares, sendo eles mesmos os responsáveis pelo recebimento do salário devido e pelo pagamento de um percentual
a seus senhores. Eram os chamados escravos ao ganho, fartamente mencionados pela historiografia sobre o Rio de Janeiro no século XIX34.
Estes escravos recebiam permissão de seus senhores para prestar um serviço a terceiros, e lidavam com seus senhores apenas no momento de lhes dar o
jornal devido. Deste modo, conseguiam estar distantes, no dia-a-dia, da sujeição senhorial, não só por morarem no serviço ou em habitações próprias, mas
principalmente por obterem uma remuneração —o chamado pecúlio— que
lhes dava a autonomia necessária para viverem sobre si, e isso mesmo quando
não conseguiam comprar a liberdade.
Além disso, esta forma de trabalho tornava suas vidas, na prática, bastante
semelhantes àquelas dos libertos e livres que faziam pequenos serviços na
Corte do Rio de Janeiro em meados do século XIX, mesmo que não tivessem a
liberdade formal. E a atividade nem ficava circunscrita à cidade: escravos ao
ganho também podiam ser encontrados trabalhando como intermediários no
comércio entre os quilombolas e negociantes da Baixada Fluminense e a Corte
do Rio de Janeiro, revendendo leite, capim, carvão e madeira produzidos no
interior.
Até 1871, não havia previsão jurídica para este tipo de trabalho, ainda que
a atividade fosse de conhecimento geral. O mesmo Perdigão Malheiro que insistia na importância da manutenção do domínio do senhor sobre seus escravos já alertava em 1867, talvez um tanto exageradamente, que apesar da regra
em vigor de que ao escravo era proibido dispor de bens, a tolerância por parte
dos senhores no Rio de Janeiro era tanta que muitos escravos viviam quase
como se fossem livres35.
Do ponto de vista da regulamentação das relações sociais —processo no
qual a criação e a regulamentação da Caixa Econômica fazia parte— a
distância entre a condição jurídica e a realidade criou uma situação única. Afinal, os escravos eram, ao mesmo tempo, coisa, do ponto de vista jurídico, mas
em muitos casos, nas cidades, trabalhavam como pessoas livres. Tinham contratos, formais ou informais, e recebiam por suas atividades. A definição tradicional —escravo é o ser humano desprovido de liberdade e de propriedade—
34
35
A respeito dos escravos ao ganho ver, por exemplo, Soares, 2007.
Perdigão Malheiro, apud Grinberg, 2001: 60.
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não dava mais conta da realidade, se é que algum dia chegou a dar. Assim, a
multiplicidade de formas assumidas pela escravidão no Brasil da segunda metade do século XIX tornou muito difícil a regulamentação de qualquer atividade relativa a escravos.
Mas apesar de podermos afirmar que estes escravos viviam quase como
livres, não podemos esquecer o que de fato eles eram: escravos. Esta situação
fazia com que, em muitos casos, os esforços de suas vidas fossem dirigidos no
sentido de conseguir obter a própria alforria e a de seus familiares. O que não
era tarefa fácil. Afinal, uma das principais maneiras pelas quais escravos conseguiam a liberdade, em qualquer lugar das Américas, era através da compra
da alforria. Em alguns casos, senhores recebiam pequenas quantias de seus escravos, referentes a uma parte de seu valor, e recebiam o resto em serviços,
que chegavam a durar décadas. Escravos usavam todas as possibilidades de
que dispunham, da busca por metais preciosos à venda de produtos em feiras,
para conseguir meios de comprar suas alforrias. Alguns deles, inclusive, transformaram a busca em uma atividade coletiva, participando de irmandades e
outras associações que pretendiam, entre outros objetivos, conseguir a alforria
de seus membros. Encontramos situações como estas desde o século XVIII36.
O problema é que, como mostram dados levantados por historiadores
como Manolo Florentino, Ricardo Salles e Zephyr Frank, entre outros, apesar
de a alforria ter sido, ao longo de toda a vigência da escravidão, um horizonte
possível para os escravos, o século XIX conheceu uma retração no número relativo de alforrias, principalmente na região da Corte e do Vale do Paraíba.
Comparativamente, alforriava-se mais no século XVIII do que no XIX, pelo
menos até a promulgação da lei de 187137. Isto aconteceu por conta da alta do
preço dos escravos, decorrente principalmente das pressões inglesas pelo fim
do comércio de cativos e posteriormente, pelo próprio encerramento do tráfico
atlântico de escravos, em 1850. Assim, com a alta sucessiva do preço dos escravos, era cada vez mais difícil, para aqueles cativos que vinham economizando para comprar suas liberdades, alcançar seus objetivos.
Que não restem dúvidas: a alforria custava muito caro. Para se ter uma
idéia, entre 1860 e 1865 o preço médio pago por um escravo para ficar livre
variou entre 1:350.000 réis e 1:140.000 réis, mas chegou a mais de 1:550.000
réis em 186238. Evaristo, depois de três anos de poupança acumulou irrisórios
8.100 réis. Luiza, aquela que depositava com consentimento da sua senhora
Antonia Luiza Simonsen, chegou a pouco mais de 200.000 réis. E mesmo o
36
37
38
Sobre as alforrias no século XVIII, ver especialmente Russell-Wood, 2005.
Florentino, 2005; Salles, 2008; Frank, 2004.
Villa, 2009: 50.
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grumete José Ferreira, homem livre, investiu anos na Caixa, mas só conseguiu
acumular 284.000 réis.
Estes escravos dificilmente conseguiram comprar suas alforrias. Por que,
então, tinham interesse em depositar suas economias na Caixa Econômica?
Porque, mesmo sem obter o suficiente para comprar suas liberdades, a Caixa
era o investimento mais seguro que podiam fazer. Depositar na Caixa era mais
seguro do que guardar o dinheiro em casa, era muito mais seguro do que deixar o dinheiro com seu senhor, que podia simplesmente um dia dizer que nunca havia recebido nada. Ou, ainda, seu senhor podia morrer, sem que seus herdeiros reconhecessem a existência de qualquer acordo prévio com seus escravos39. Por fim, como vimos, justamente por ser um banco estatal, investir na
Caixa era mais seguro do que os outros investimentos bancários, que viviam à
sombra das flutuações no mercado internacional e das crises financeiras.
Veja-se, por exemplo, o caso do escravo Alexandre. Depositou 536.360
réis na Montenegro, Lima & Companhia, firma que quebrou com a crise financeira de 1864. O nome de Alexandre constava da carteira de clientes da
empresa, publicada no Jornal do Commercio em 09 de novembro de 1864.
Assim como os nomes de Ana Benguela, Antonia preta, Augusto preto, Affonso preto, Antonio Cabinda, Antonio Crioulo e Alexandre Crioulo, para listar
apenas os que começam com a letra A, não necessariamente todos escravos,
constantes da lista daqueles que foram à falência junto com a companhia Gomes e Filhos, no mesmo ano40.
Para voltar a acumular pecúlio, estes devem ter passado por maus bocados.
Ou mudado de estratégia, tentando obter a alforria de outras maneiras, como,
por exemplo, participar de uma junta de alforria, como a organizada pelo africano Domingos Sodré, em Salvador, desde a década de 1850. As juntas eram
instituições de crédito dedicadas a libertar escravos, principalmente africanos,
organizados de acordo com suas filiações étnicas. A princípio, as juntas,
organizações eminentemente masculinas, seriam chefiadas por uma pessoa
respeitada na comunidade, em quem os demais confiavam. Participavam destas caixas de crédito tanto africanos escravizados, que através dela compravam
suas liberdades, quanto libertos, que assim emprestavam a escravos dinheiro a
juros41.
39
Casos como este, de não reconhecimento por parte dos herdeiros de acordos previamente realizados entre senhores e escravos, foram relativamente comuns ao longo do século XIX.
Ver Grinberg, 1994.
40 Estas informações estão na já citada dissertação de mestrado de Carlos Eduardo Valencia Villa, a quem agradeço o envio do texto.
41 Reis, 2008: 205.
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Os dados acima indicam que os escravos, ao juntarem meios para comprar
suas alforrias, decididamente participavam do mercado financeiro, pelo menos
da cidade do Rio de Janeiro. Eles confirmam a pesquisa recente de Carlos
Eduardo Valencia Villa, que demonstrou que, ao longo de 32 anos, eles despenderam a quantia nada desprezível de 3.209 contos de réis para alcançar este
fim42.
A partir daí, não fica difícil entender por que os depósitos de escravos não
eram permitidos quando da criação da Caixa Econômica: assim como em outros âmbitos da vida econômica e social, a simples existência da poupança de
cativos significava uma quebra na autoridade moral do senhor sobre seus escravos; na realidade, um golpe importante na própria legitimidade da escravidão no Brasil. O interessante é que as mesmas razões contribuíram para a legalização, após 1871, do pecúlio dos escravos: é o reconhecimento das atividades econômicas que eles já realizavam antes disso. Por tudo isso, não é de se
espantar que, após a regulamentação da Lei do Vente Livre, os depósitos de
escravos tenham aumentado substancialmente.
4.
Na realidade, estes depósitos acompanharam um movimento mais amplo,
ocorrido nas décadas de 1870 e 1880, de arregimentação, com ou sem ajuda
do Estado, de recursos destinados à compra de alforrias. Um exemplo são os
fundos de emancipação criados no Rio de Janeiro e em Recife, respectivamente criados pela Câmara municipal e por iniciativa do movimento abolicionista
local43. Outro é a irmandade de São Benedito, que, em cidades como Guaratinguetá e Taubaté, tinha assumido diretamente o compromisso de promover a liberdade de seus membros44. Um terceiro exemplo é ainda a Sociedade de Beneficiência Socorro Mútuo dos Homens de Cor, que tinha como um de seus
principais objetivos, além de, como em outras associações beneficentes, dar
pensão aos enfermos e prestar auxílio funerário aos parentes dos membros que
falecessem, promover a compra da liberdade de seus membros escravos, cujo
funcionamento não foi aprovado pelo governo imperial, mostrando que os in42
Villa, 2009: 189. O montante total de pagamentos foi de 3.209:752.731 réis, feito por
3.438 escravos, a preços de 1870.
43 Cowling e Castilho, 47/1 (Madison, 2010): 89-120. A criação de fundos de emancipação, com o objetivo de reduzir a população escrava do Brasil, foi regulamentada no artigo 3 da
lei de 1871.
44 Xavier, 2008: 311-312.
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centivos à libertação eram muito mais convincentes quando realizados individualmente, ou em pequenos núcleos familiares, do que através de uma sociedade cuja identidade entre os membros vinha da cor e da ligação com a escravidão45.
Estes casos demonstram que, apesar de provavelmente terem ocorrido com
maior frequencia no Rio de Janeiro, as outras províncias também registraram o
movimento de busca da alforria por parte de escravos e libertos, como as de
Mato Grosso e Cuiabá, onde foram realizados vários depósitos por escravos,
todos depois de 1871. A comprovar as mudanças nas condições de obtenção
de alforria, as cadernetas, apesar de identificarem o nome do proprietário dos
escravos, também aludiam à permissão do Juizo de Órfãos para a abertura da
conta. Mais ainda: eram pessoas que às vezes passavam até a ter nome e sobrenome, como Anna do Carmo Leite, cabra. Ou outras, como Izabel Viegas Muniz, africana liberta, cujos depósitos iniciais eram sempre de 50 mil réis, que
em 1883, utilizando os juros de sua caderneta, juntou o suficiente para comprar a liberdade do seu filho Manoel46. Nome e sobrenome, autorização de um
juiz, ao invés do consentimento do senhor: estamos diante do início do fim da
escravidão no Brasil.
Ao mesmo tempo em que as oportunidades de poupança de escravos e libertos aumentavam na década de 1870, o ministro da Fazenda queixava-se da
diminuição de depósitos efetuados na Caixa Econômica. Este discurso começou a se tornar frequente em 1873, quando ele notou terem sido as entradas de
capital «menos avultadas, ao passo que as retiradas aumentaram, diminuindo
sensivelmente o saldo que foi para depósito.» A observação talvez tenha mesmo relação com a Lei do Ventre Livre e o aumento da participação de escravos
e libertos entre os depositantes da Caixa. Afinal, naquele ano o número de depositantes não diminuiu; foi o montante dos depósitos que minguou, de 654
contos de réis em 1872 para 173 contos de réis no ano seguinte47.
A situação piorou ao longo da década de 1870, tanto que, em 1876, reconhecendo a necessidade de reforçar o número de depósitos na Caixa Econômica, João Mauricio Wanderley, o barão de Cotegipe, então ministro da Fazenda,
autorizou o abono de juros de 6% das Caixas cujos conselhos fiscais assim o
45
Chalhoub, 2007: 233-237.
Caderneta de Poupança da Caixa Econômica de Cuiabá número 475, Anna do Carmo
Leite, 1876. Acervo Caixa Cultural, Brasília. Caderneta de Poupança da Caixa Econômica de
Mato Grosso número 840, Izabel Viegas Munis, 1879. Acervo Caixa Cultural, Brasília.
47 Brasil, 1874: 39. Em 1872 tinham sido entregues 23.559 cadernetas, e no mesmo dia do
ano seguinte 25.392. Montante (valores exatos): 654:821$242 em 1872, 173:995$125 em
1873.
46
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requisitassem. Queixando-se da concorrência da iniciativa privada, Wanderley
lembra a vocação do banco, e conclama o governo a fiscalizar os bancos concorrentes: como «a Lei sujeitou a regime excepcional as Caixas Econômicas,
com toda a propriedade chamadas —banco dos pobres— convém exigir que
de três em três meses, e no fim de cada ano, apresentem as competentes Administrações uma demonstração do estado dessas Caixas, do emprego dado a
seus fundos, e das somas retiradas para os contratos a que são destinados definitivamente»48. O ministro também ressalta, citando o relatório do Conselho
Fiscal do ano anterior, que o desenvolvimento da Caixa depende substancialmente da atração que deveria exercer entre os trabalhadores, para os quais o
banco teria sido criado49.
Mesmo com estes esforços, a situação da Caixa só piorou, a ponto de o relatório de 1880 começar assim: «Esta benéfica instituição não tem tido entre
nós o desenvolvimento que era dado esperar»50. Naquele ano, as retiradas superaram as entradas em 1.406:250$230.
Para tentar sanar o problema, foi criada uma comissão para verificar as razões pelas quais a Caixa não progredia. Em 1882, a comissão fez uma série de
propostas, como a de que mulheres, inclusive as casadas, poderiam gerir suas
cadernetas sem autorização dos maridos e que cada indivíduo só poderia ter
uma caderneta. Esta última medida é vista como particularmente importante,
já que desde o início da década de 1870, como vimos, um dos diagnósticos a
respeito da Caixa Econômica é que, ao invés de ela servir aos interesses dos
pequenos poupadores, pessoas mais ricas depositavam suas economias lá, dividindo fortunas em várias cadernetas51.
Ao passar no Senado, em 1885, a proposta de alteração do funcionamento
da Caixa Econômica foi ainda mais radical: entre elas, a de que apenas poderiam existir no Brasil bancos públicos de poupança, fundados pelo governo e
dirigidos por administradores de sua nomeação e confiança52. Além de fomentar o depósito na Caixa Econômica, não pulverizando as economias da população em empresas concorrentes, as mudanças também pretendiam contribuir
para viabilizar o próprio funcionamento das agências. Por muitas serem deficitárias, já havia até quem tivesse sugerido que fossem extintas as Caixas onde
os depósitos não fossem suficientes para mantê-las. Para o Conselheiro Saraiva, então ministro da Fazenda, isto seria desvirtuar da Caixa seu propósito ini48
49
50
51
52
Brasil, 1877: 97.
Brasil, 1877: 99.
Brasil, 1881: 64.
Brasil, 1886: 113.
Exceção para os bancos que já existiam antes da fundação da Caixa. Brasil, 1886: 111.
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cial, que deveria ser mantido mesmo que com algum sacrifício, «de plantar no
espírito do cidadão os hábitos de economia»53.
De fato, a frase tinha algum sentido. Na década de 1880, metade dos poupadores da Caixa Econômica era composta de estrangeiros. Dados de 1885
mostram que, das 12.594 cadernetas existentes naquele ano, 6.163 pertenciam
a nativos de outros países54. Mas entre os poupadores havia pessoas de todas
as profissões, como podemos observar neste quadro:
QUADRO 1.
PROFISSÕES DOS DEPOSITANTES DA CAIXA ECONÔMICA, 1885
Trabalhadores
Operários e artistas
Criados
Empregados no comércio
Militares
Pequeno comércio
Marítimos, catraeiros e remadores
Empregados públicos
Advogados e empregados no foro
Médicos, farmacêuticos e parteiras
Engenheiros civis, arquitetos e agrimensores
Empregados na lavoura
Estudantes
Eclesiásticos
Empregados no magistério
Negociantes
Proprietários e capitalistas
Associações beneficentes
Homens sem declaração de profissão
Mulheres, na maioria casadas, sem declaração de profissão
Menores
2.054
2.179
1.605
1.471
223
478
181
201
41
99
38
144
88
26
121
127
71
57
11
1.202
2.117
Fonte: Relatório do Ministério da Fazenda de 1885: 10755.
Mesmo sem distinguir brasileiros de estrangeiros, estes dados contêm algumas informações importantes. Uma delas é que o grupo genericamente definido como «trabalhadores», para quem, a princípio, a Caixa funciona, compõe
a maioria dos poupadores. Somados os trabalhadores aos «operários e artistas», «criados», «empregados no comércio», «marítimos, catraeiros e remado53
54
55
Brasil, 1886: 103.
Os demais relatórios desta década, com pequenas variações, corroboram estes dados.
Na verdade, o total é 12.534, e não 12.594, conforme escrito no relatório de 1885.
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res» e «empregados na lavoura», temos 7.534 depositantes, temos mais de
60% do total. Além disto, se pela tabela não sabemos quantos poupadores são
escravos ou libertos —o que pode ser um bom sinal, o de que esta informação
talvez não tenha tanta importância neste contexto—, pode-se arriscar que boa
parte dos «menores» e dos membros das «associações beneficentes» seja composta por estas pessoas, além de vários dos indivíduos elencados dentre os
profissionais listados acima. Talvez não fosse assim no início dos anos 1870,
mas em 1885 aqueles que depositavam na Caixa eram mesmo os pequenos
poupadores.
Sendo assim, a preocupação do governo quanto ao futuro da Caixa Econômica estaria mais no valor depositado, pequeno se cotejado com o potencial de
investimento, do que necessariamente com o perfil do poupador, de fato, aquele almejado pelos bancos de poupança. Ou melhor, refazendo a pergunta de
Saraiva, era preciso mesmo plantar no cidadão brasileiro, principalmente o de
pequenas posses, o hábito da economia, ou faltavam meios e objetivos concretos para que mais pessoas economizassem?
Vamos terminar o artigo sem responder a esta pergunta. Mas, a partir das
práticas poupadoras de escravos e libertos da segunda metade do século XIX,
tudo indica que podemos ficar com a segunda opção, e afirmar que bastava um
pequeno acúmulo de dinheiro para que ele fosse aplicado. Ou melhor: um pequeno acúmulo, um grande objetivo, muita perseverança.
Não é exagero afirmar que a liberdade era o grande objetivo das vidas
dos escravos do Brasil, pelo menos ao longo do século XIX. Também não
é demais mostrar que as esperanças de alforria não se concretizaram para
todos. Nunca é demais lembrar que, como dizia Joaquim Nabuco em 1884, era
mais provável a um escravo morrer no cativeiro do que obter a liberdade56.
Afinal, por mais novidades que a conjuntura das décadas de 1870 e 1880 tenha
trazido para os escravos e libertos no Brasil, com o reconhecimento do direito
ao pecúlio e o aumento das iniciativas públicas e privadas de compra de alforria, não devemos nos enganar sobre quem era quem naquela sociedade: até
conseguirem a alforria, escravos continuavam escravos.
Prova disso é que todas as cadernetas de escravos eram riscadas onde aparecia a palavra «senhor» antes do espaço destinado à redação do nome do poupador. Para que não restasse dúvidas de que poupar não fazia de nenhum escravo, um senhor.
56
Joaquim Nabuco, apud Chalhoub, 2007: 237.
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158
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Editora da UFRGS, 2008.
Fecha de recepción: 22-6-2010
Fecha de aceptación: 15-9-2010
SAVINGS: ALTERNATIVE FOR THE PURCHASE
OF MANUMISSION IN BRAZIL
(2ND HALF OF THE 19TH CENTURY)
The objective of this article is to discuss the relationship between slaves and their descendants and the monetary economy of Brazil in the second half of the 19th century. Focusing on
the Caixa Econômica savings accounts of slaves, we argue that saving money was one of the
strategies used to purchase manumission for themselves and their family, mainly after the Law
of the Free Womb was enacted in 1871.
KEY WORDS: Slavery, freedom, savings, Brazil, Law of the Free Womb.
EL AHORRO: ALTERNATIVAS PARA LA COMPRA
DE LA MANUMISIÓN EN BRASIL
(2.ª MITAD DEL SIGLO XIX)
Este artículo tiene por objeto discutir la relación entre los esclavos y sus descendientes y
la economía monetaria en el Brasil en la segunda mitad del siglo XIX. Abordando principalmente las cartillas de ahorro de cautivos de la Caixa Econômica, se pretende argumentar que
el ahorro fue una de las estrategias de compra de la manumisión para sí y sus familiares, principalmente a partir de la promulgación de la Ley del Vientre Libre en 1871.
PALABRAS CLAVE: Esclavitud, manumisión, ahorro, Brasil, Ley de Vientre Libre.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 137-158, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2011.006
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, núm. 251
Págs. 159-192, ISSN: 0034-8341
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EN LOS BORROSOS CONFINES DE LA LIBERTAD:
EL CASO DE LOS NEGROS EMANCIPADOS EN CUBA,
1817-1870*
POR
INÉS ROLDÁN DE MONTAUD
Instituto de Historia-CCHS
Consejo Superior de Investigaciones Científicas
«Está condenado a la servidumbre perpetua por
haber tenido la desgracia de no ser esclavo».
Porfirio Valiente, 1869.
En este artículo estudiamos el grupo de africanos llevados a Cuba para convertirse en esclavos y que fueron declarados jurídicamente libres por haber sido capturado el buque que los
transportaba, en aplicación de los tratados internacionales y la presión abolicionista británica. Los llamados negros emancipados, unos 26.000 individuos, fueron sin embargo asimilados
a la población esclava ante el temor de que pudieran resultar un factor disolvente del orden
social, debido a la necesidad de mano de obra para el azúcar y a la aparición de un lucrativo
negocio para las autoridades. El estudio aborda la situación del grupo desde sus orígenes en
1817 hasta su desaparición en 1870.
PALABRAS CLAVE: Emancipados, esclavitud, abolicionismo, Cuba.
EL ORIGEN DE LOS NEGROS EMANCIPADOS
Desde 1807 Gran Bretaña se pronunció contra el tráfico de esclavos y se
dispuso a suprimirlo del mundo atlántico. Con dicha finalidad, el 23 de sep* Este artículo se inscribe en el proyecto HAR2009-07103 «Diccionario biográfico español de ministros de Ultramar».
160
INÉS ROLDÁN DE MONTAUD
tiembre de 1817 logró arrancar a Fernando VII la firma de un tratado en el que
se prohibía a los súbditos españoles ocuparse en el tráfico de esclavos en cualquier punto de la costa africana desde finales de mayo de 1820 y al sur del
Ecuador desde el canje de las ratificaciones del tratado. Se autorizaba a los buques de guerra de las partes contratantes a registrar los mercantes de ambos
países cuando se sospechase que llevaban a bordo esclavos de ilícito comercio. De encontrarse negros, los buques serían detenidos y juzgados por comisiones mixtas que se crearían en La Habana y en Sierra Leona, que decidirían
sobre la legalidad de la presa realizada sin posible apelación.
Conforme al artículo XIII del tratado y VII de su anejo para la regulación
de las comisiones mixtas, en caso de condena de un buque los esclavos hallados a bordo recibirían un certificado de emancipación y serían entregados al
gobierno en cuyo territorio residiera la comisión que hubiera pronunciado la
sentencia, para que los empleara como criados o trabajadores libres. Ambos
gobiernos se obligaban a garantizar la libertad de los individuos que les fuesen
entregados1. Poco después, la Real Cédula de 19 de diciembre de 1817 puso en
efecto el tratado, prohibiendo a los súbditos españoles ocuparse en el tráfico
en las costas africanas. Los negros comprados en dichas costas serían declarados libres en el primer punto de los dominios españoles a los que llegasen las
embarcaciones que los transportaban2.
En ambos textos radica el origen legal de los llamados negros emancipados.
La voz emancipación —según aseguraba el jurista Zamora y Coronado— era
desconocida hasta entonces en el diccionario español y se utilizó por primera
vez en el tratado3. El azar de ser capturados por cruceros de guerra o descubiertos por las autoridades de Cuba en el momento del desembarco convertía en
hombres libres a aquellos seres abocados a ser esclavos. Nacido de un acuerdo
internacional, el grupo emancipado era un cuerpo extraño en el seno de la sociedad esclavista: no se trataba de un esclavo porque así lo establecía la ley; pero
tampoco podía dejar de serlo porque así lo requería el mantenimiento del orden
social existente en la colonia, que exigía que los esclavos y quienes tuvieran su
origen en la esclavitud, y por extensión en África, fuesen mantenidos en su lugar
y subordinados4. De ahí que en aquella sociedad se contemplara al grupo de negros y mulatos libres con creciente preocupación a medida que aumentaba la
población negra de la isla en relación con la blanca y que el acceso de los esclavos a la condición civil de hombres libres no fuera sencillo.
1
2
3
4
El texto completo en Pezuela, 1863, II: 286-291.
Fernando Ortiz, 1975: 424-426.
Zamora y Coronado, 1845, III: 84.
Entre muchos otros, Martínez Alier, 1979: 19. Klein, 1986: 140.
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Lo cierto es que la incorporación a la sociedad cubana como hombres libres de los poco más de 26.000 negros a quienes se declaró emancipados entre
1824 y 1866 se demostró casi imposible (cuadro I). Se estima que entre 1817 y
1873 se introdujeron clandestinamente en Cuba unos 340.000 esclavos, de
modo que el número de los que fueron capturados y declarados emancipados
apenas representó un 7,6%. A pesar de su escasa importancia numérica, la presencia del grupo planteó una serie de problemas de gran alcance. Su existencia
se percibía como un elemento extremadamente peligroso para el mantenimiento del orden social. De hecho, durante décadas el asunto de los emancipados se
convirtió en objeto esencial de discusión entre los gobiernos británico y español en torno a la cuestión de la abolición del tráfico.
Aunque existen numerosos estudios sobre la sociedad esclavista cubana,
esta nueva categoría de negros a la que el historiador y publicista español Jacobo de la Pezuela describió como «nueva clase de color que no era sierva ni
podía aun dejar de serlo», y a la que David Murray, uno de sus primeros estudiosos, se refirió como «new class of slaves»5, ha merecido escasa atención6.
En este artículo se contemplan las circunstancias que dieron lugar a su nacimiento, las condiciones en las que transcurrió su existencia en el seno de una
sociedad racialmente conflictiva, que inicialmente reaccionó adoptando una
serie de proyectos de expulsión y posteriormente asimilándolo completamente al sector esclavo de la población. Quedan fuera de nuestro actual alcance aspectos tan esenciales como los relacionados con el grado de percepción que los emancipados tuvieron de su situación y su lucha por hacer real y
efectiva la libertad que jurídicamente se les había reconocido, que algunos
emprendieron con el apoyo de los diplomáticos británicos residentes en La
Habana.
La trayectoria de este pequeño grupo humano no puede contemplarse
como un hecho aislado sino como la expresión de un fenómeno de dimensión
atlántica o incluso global. La existencia de negros emancipados se registra en
todos aquellos lugares en los que Gran Bretaña forzó la firma de tratados contra la trata de africanos, incluso en las propias colonias británicas desde que dicho país abolió el tráfico en 18077. Si el caso de los «africanos livres» brasileños es para nosotros de particular interés por la similitud que guarda con el
5
Pezuela, 1863, II: 293. Murray, 1980.
Bethell, 80 (Londres, 1966): 79-93. Franco, 1980: 342-360. Murray, 1980: 269-297.
Roldán de Montaud, 57 / 169-170 (Madrid, 1982): 559-641. Martínez-Fernández, 16 / 2 (Londres, 1995): 27-50; 1998: 41-64.
7 Thompson, 2002: 7.
6
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INÉS ROLDÁN DE MONTAUD
CUADRO I. EXPEDICIONES DE NEGROS BOZALES CAPTURADOS EN LAS COSTAS DE LA ISLA DE CUBA
Año
1824
1826
1828
1829
1830
1832
1833
1834
1835
1836
1841
1842
1843
1846
1847
1849
1851
1852
1853
Expedición
Relámpago
Cayo verde
Campeador
Fingal
Orestes
Mágico
Gerges
Firme
Intrépido
Josefa
Voladora
Midas
Gallito
Emilio
Santiago
Águila
Indagadora
Planeta
Negrito
Rosa
Joaquina
Manuelita
Amalia
Carlota
Chubasco
Holguín
Joven Reina
María
Marte
Julita
Tita
Diligencia
Ninfa
Ricomar
Portugués (Cabañas)
Majana
Aurelia Feliz
Demayajabos
San Marcos
Macambo
Yumuría
Caleta de Barca
Punta de Maya
Puerto Escondido
Cabañas
Trinidad
Cabañas
Santa Clara
Cárdenas
Granadilla
Cárdenas y Matanzas
Remedios
Sagua la Grande
Núm.
Año
150
61
229
58
212
176
395
484
135
206
331
281
135
188
105
601
134
238
490
322
479
200
193
253
72
254
341
290
403
340
393
205
432
186
411
150
158
84
47
152
90
15
10
85
10
134
85
172
402
25
275
52
16
1853
1854
1855
1856
1857
1858
1859
1860
1861
1862
1863
1864
1865
1866
Expedición
Bermeja
Caleta del Rosario
Cayo Livisa
Matanzas
Pinar del Río
Ortigosa
Güines
Manimani
Isla de Pinos
Mariel
Brujas. Luisa
S. Espíritus y Trinidad
Santa Cruz
Punta de Ganado
Guanajay-Bahía Honda
Nuevas Grandes
Bahía Honda
Sancti Espíritus
Almedares
Jaruco
Morro
Páez
Primer Neptuno
Leckihgton
Santa Susana
Sagua Pelada
Guadalquizal
Lanzanillo
Guantánamo
Punta de Guano
Venadito
Blasco de Garay
Gibacoa
Luisa
Cayo Cádiz
Segundo Neptuno
Cayo Sal
Casilda
Manatí
Juanita
Yateras
Maniabón
Santa María
Cabo Indio
Agüica
Domínica
Manaca
Canao, Sagua y Bomaniel
Lezo
Guadalquivir
Tercer Neptuno
Gato
Punta Holanda
Total
Núm.
134
15
261
113
185
202
161
103
242
70
589
743
42
74
93
25
49
55
21
91
85
356
534
497
29
3
1
497
361
190
615
438
47
142
562
419
846
71
396
69
40
49
621
281
1.031
53
418
216
365
469
365
140
278
26.026
Fuente: Secretaría de Gobierno de Cuba, 12 de diciembre de 1870, AHN, Estado, legajo 8554.
Para el periodo 1824-1841 se dispone de otro Estado de los buques españoles apresados por otros de
guerra de S.M.B., 29 de junio de 1841, AHN, Estado, legajo 8040. Existen notables diferencias en el número de esclavos de cada buque e incluso en el año de captura.
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cubano8, lo cierto es que hubo también «Liberated africans», expresión con la
que se designaba a los emancipados en el mundo anglosajón, en lugares tan
distantes como Sierra Leona, las Antillas británicas, los Estados Unidos, El
Cabo o Mauricio, en el Índico, entre otros. Para referirse a esta nueva categoría social la historiografía reciente ha acuñado el término «recaptive africans»,
por entender que es el que mejor refleja la situación de unos individuos que
rara vez llegaron a disfrutar de la libertad después de haber sido liberados de
los barcos negreros, de unos individuos que por doquier corrieron una suerte
parecida, bien convertidos en trabajadores forzados, en apprenticed o indentured labour, bien reducidos lisa o llanamente a la esclavitud. Se ha estimado
que desde 1807 los británicos sustrajeron del tráfico ilegal a unos 160.000
seres humanos. El grupo de los emancipados cubanos forma parte de este colectivo9.
La primera captura realizada por un crucero británico en aguas cubanas se
produjo el 18 de diciembre de 1824 (cuadro I). Pocos días después, la comisión mixta de La Habana declaró emancipados a los 147 negros conducidos
por el Relámpago y los entregó, con su correspondiente certificado, al capitán
general Dionisio Vives. El general no había recibido instrucciones de Madrid
y, de momento, los depositó en un caserío de las afueras de Regla en el que habitualmente se guardaba a los cimarrones. Luego los distribuyó entre algunos
vecinos y diversos establecimientos piadosos y de enseñanza pública de La
Habana, conforme a unas condiciones que preparó el juez comisionado británico J. T. Kilbee, similares a las que se aplicaban en las colonias británicas, y
que Vives aceptó10.
La presencia de estos negros planteaba una serie de problemas que en principio se intentaron solucionar mediante la expulsión. La posibilidad de que en
breve fueran a engrosar la comunidad de los libres de color, que rondaba los
100.000 individuos, y sirvieran de ejemplo a los más de 290.000 esclavos
8
Para el caso brasileño, Conrad, 53 / 1 (Durham, 1973): 50-70. Gallotti Mamigonian,
2005: 389-417 (Londres, 2009b): 41-66.
9 Schuler, 2001: 134. Véanse Schuler, 1980. James, 1991. Carter, 2003. Gbarie, 2010.
Una muestra de la importancia de esta historiografía en las ponencias presentadas al congreso
«Liberated africans as Human Legacy of Abolition», International Workshop, University of
California, mayo 2008.
10 Condiciones con que se reparten por el gobierno los negros que se han emancipado,
conducidos a este puerto en el bergantín español Relámpago, apresado por la goleta Lion de
S.M.B. conforme al artículo séptimo del reglamento para las Comisiones mixtas establecidas
en esta plaza; en cumplimiento del tratado de 1817 para la abolición de tráfico de esclavos, La
Habana, Oficina del Gobierno y Capitanía General por S. M., 1824. Padece un error Franco al
creer que las condiciones de reparto las dictó Vives en 1828, Franco, 1980: 344.
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INÉS ROLDÁN DE MONTAUD
existentes era un asunto que despertaba profundos temores en las autoridades
y en la oligarquía esclavista de plantadores y traficantes. Con ocasión del apresamiento del Relámpago, el general Vives escribía a Madrid alarmado. Advertía de que era sumamente perjudicial y de pésimo ejemplo para los esclavos
que los negros emancipados permanecieran en la isla. En su opinión, había
que devolverlos a sus lugares de origen a costa de quienes los habían conducido a Cuba11. Claudio Martínez de Pinillos, superintendente de la Real Hacienda y juez español de la comisión mixta, propuso poco después que los negros
se cedieran al gobierno británico para que los trasladara a Jamaica. Aseguraba
que la población libre de color era ya muy numerosa en las poblaciones en
proporción a la blanca y que de los emancipados sólo se podía «esperar mal
ejemplo para los esclavos de las haciendas si a ellas se destinan bajo condiciones desiguales y corrupción en las poblaciones, donde reinan los vicios señalados en los de su clase»12.
Para evitar el aumento de la clase de los negros libres que se derivaría del
cumplimiento del tratado, en octubre de 1826 el ayuntamiento de La Habana
propuso que el gobierno gestionase la reforma del mencionado artículo VII y
que los buques capturados fueran conducidos a África y juzgados por la comisión de Sierra Leona13. No era «cordura» poner a los negros esclavos con otros
que al fin eran libres, advertía. La noticia de su condición daría «infaliblemente lugar a reflexiones, contrastes, cuyos funestos resultados no sería muy difícil prever». Ante semejante estado de alarma y después de someter la cuestión
a consulta del Consejo de Estado, por real orden de abril de 1828 se dispuso
que los emancipados fueran enviados a otros dominios de su majestad, incluida la propia península, con cargo al producto de los barcos capturados y enajenados que pudiera corresponder a España. Se anunciaban negociaciones con
Gran Bretaña para modificar el artículo VII14. Parece que esta disposición no
llegó a cumplirse15.
Las negociaciones con Inglaterra se aceleraron cuando en junio de 1832 la
comisión mixta condenó al Águila y declaró libres a los 601 negros que lleva11 Vives al secretario de Estado y Despacho, 6 de enero de 1825, Archivo Histórico Nacional, Madrid (AHN), Ultramar, legajo 3549, exp. 19. Murray, 1980: 275-276.
12 Martínez de Pinillos al Consejo de Indias, 15 de marzo de 1825, AHN, Ultramar, legajo
3549, exp. 7.
13 Exposición del ayuntamiento de la Habana, 13 de octubre de 1826, AHN, Ultramar, legajo 3547, exp. 7.
14 Acuerdo de Consejo de Estado, 4 de febrero de 1828, AHN, Ultramar, legajo 3547,
exp. 7. Fontana, XVII / 2 (La Habana, 1975): 89-98. Real Orden de 15 de abril de 1828, reiterada en diciembre y de nuevo a principios de 1830, AHN, Estado, legajo 8034.
15 Erénchun, 1858, II: 952.
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EN LOS BORROSOS CONFINES DE LA LIBERTAD: EL CASO DE LOS NEGROS ...
165
ba a bordo. El número de negros emancipados se aproximó entonces a 3.000.
A principios de 1833, en vísperas de que el parlamento hubiera aprobado el
acta de emancipación de los esclavos, Inglaterra se comprometió a recibir en
Trinidad a los negros que en el futuro fueran emancipados y los que lo hubieran sido en los dos últimos años, siempre y cuando los gastos corrieran por
cuenta del gobierno español y se cumplieran otra serie de requisitos16. Los 196
bozales capturados a bordo del Negrito fueron los primeros emancipados enviados a Trinidad, en mayo de 1833. Parece que la propagación de la epidemia
de cólera que diezmaba la población precipitó la decisión. En enero de 1834 se
embarcaron los 212 apresados en las goletas Joaquina y Manuelita; en febrero, los 193 de la Rosa. En total fueron trasladados 987 negros de los 5.245 capturados hasta entonces17. El precio de los bozales oscilaba entonces entre 200
y 300 pesos; se trataba, por consiguiente, de un momento en que la preocupación por evitar el crecimiento de la población libre pesaba más que la posible
pérdida de mano de obra todavía relativamente abundante y barata. La entrega
de emancipados a las autoridades británicas no duró, no obstante, mucho tiempo. Cesó poco después de la llegada del general Tacón a Cuba18. Fue precisamente entonces cuando el reparto de emancipados comenzó a realizarse a
cambio de importantes sumas, capaces de enriquecer a funcionarios venales y
de proporcionar recursos para costear la ejecución de diversas obras públicas,
tarea a la que se entregó con pasión el general Tacón19.
Las dificultades que encontraba la regente María Cristina para defender los
derechos de su hija al trono obligaron a un acercamiento al gobierno británico.
A cambio de apoyo España se avino a firmar un nuevo tratado contra la trata
de esclavos, que seguían arribando a Cuba por millares con la complicidad de
las autoridades (unos 66.000 entre 1821 y 1831)20. En el tratado de 28 de junio
de 1835 se modificaba el artículo VII del de 1817 en el sentido deseado por
España, que cuadraba perfectamente a los intereses británicos. A partir de en16
Nota del conde de Villanueva a los comisionados británicos, 23 de enero de 1833, y
Condiciones para el traslado de emancipados a Trinidad, 16 de enero de 1833, AHN, Estado,
legajo 8034, exp. 6. Para las negociaciones, Murray, 1980: 277-279.
17 La abundante correspondencia que produjeron estos envíos en AHN, Estado, legajos
8023 y 8025. Adderley, 2006, para el asentamiento de estos emancipados en las Antillas británicas.
18 Tacón al secretario de Estado, 29 de diciembre de 1835, AHN, Estado, legajo 8015,
exp. 29.
19 Roldán de Montaud, 57 / 169-170 (Madrid, 1982): 574-577.
20 En cualquier caso, como sólo autorizaba a los cruceros españoles y británicos a interceptar buques de estas dos nacionalidades y brasileños, se demostró también un instrumento
ineficaz para reprimir el tráfico que se realizaba bajo bandera norteamericana.
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INÉS ROLDÁN DE MONTAUD
tonces, los esclavos a bordo de un buque condenado no se entregarían al gobierno del territorio donde residiera la Comisión que lo juzgara sino al gobierno del país cuyo crucero hubiera hecho la presa.
El gobierno al que compitiera la responsabilidad de los emancipados se
comprometía a ponerlos en libertad, mantenerlos en ella y proporcionar noticias sobre su situación cuando lo requiriera la otra parte contratante21. El tratado incorporaba un anexo en el que se establecían las condiciones de trato de
los emancipados. Nada se decía sobre los límites del periodo de aprendizaje;
se indicaba únicamente que el gobierno español se obligaba a que fueran tratados conforme a los reglamentos existentes. De modo que seguirían distribuyéndose en las mismas condiciones que hasta entonces. Sin embargo, para evitar que los bozales quedaran reducidos a esclavitud se dispuso la creación de
un registro general de emancipados en el que debían anotarse los nombres, las
circunstancias de los negros y los consignatarios. Cada seis meses se entregaría un estado de la situación de los emancipados al tribunal mixto. En definitiva, el nuevo tratado incorporaba una regulación más amplia que el de 1817 y
proporcionó instrumentos que sirvieron de cauce a una permanente presión de
las autoridades británicas.
Como España apenas tenía buques dedicados a la persecución de la trata,
en adelante prácticamente todos los negros emancipados por el tribunal de La
Habana serían responsabilidad del gobierno británico y, por consiguiente, no
permanecerían en la isla. Una de las consecuencias de este acuerdo fue la aparición de la figura del superintendente de africanos liberados, que debía hacerse cargo de los negros apresados por cruceros británicos mientras se dictara
sentencia. El nombramiento recayó en Richard Robert Madden en 183622. Al
año siguiente, Inglaterra consiguió anclar en la bahía de La Habana el famoso
pontón Romney para alojar a dichos negros, con la consiguiente secuela de denuncias y acusaciones mutuas entre las autoridades de ambos países23. Lo cierto fue que después de 1835 los cruceros británicos se concentraron preferentemente en aguas africanas y el tribunal de La Habana apenas realizó condenas.
El grupo de emancipados cubanos no se limitó a los negros capturados por
cruceros británicos y españoles entre 1820 y 1835 y a los que desde entonces
lo fueron por buques españoles; incluía también a los negros sorprendidos por
las autoridades locales en el momento del desembarco o en tierra conforme a
la Real Cédula de 1817, es decir, a los negros que eran emancipados en virtud
de las leyes internas vigentes en Cuba. La cuestión se planteó por primera vez
21
22
23
Ferrer de Couto, 1864: 113-132.
Pérez de la Riva, 1963: 252-255. Madden, 1840; 1849.
AHN, Ultramar, legajo 3035. Véase, Philip, 1998: 21-22.
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EN LOS BORROSOS CONFINES DE LA LIBERTAD: EL CASO DE LOS NEGROS ...
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en 1826, cuando el Mágico encalló y la tripulación se fugó con parte de los bozales. La comisión mixta declaró de buena presa el buque y opinó que los esclavos que había conducido también debían beneficiarse de la libertad. Poco
después se reunió el Consejo de Indias para discutir la cuestión y estableció
que en tales casos las autoridades debían perseguir a los negros en tierra sin
molestar a los dueños de esclavos en sus fincas y que competía al capitán general decidir el futuro de los negros24.
La primera captura realizada por las autoridades cubanas tuvo lugar en
1841. En mayo se recogieron en Cabañas 413 bozales desembarcados por el
bergantín Portugués (cuadro I). Los negros fueron enviados a La Habana y el
expediente correspondiente remitido a la comisión mixta, que lo devolvió para
que se procediera conforme a las leyes del país. El general Jerónimo Valdés
declaró emancipados a los esclavos y su decisión fue aprobada en Madrid. La
real orden de 3 de mayo de 1853 recordaría que el capitán general estaba facultado para perseguir en tierra el tráfico de negros, examinarlos y proceder a
su emancipación con arreglo a las leyes25. En cualquier caso, lo ocurrido con
varios cientos de niños desembarcados en Nuevitas en 1855 ilustra sobradamente sobre las dificultades y presiones con las que tropezaron las autoridades
locales en las escasas ocasiones en las que estuvieron dispuestas a cumplir la
legalidad26.
LAS CONDICIONES DE VIDA DE LOS NEGROS EMANCIPADOS
Tan pronto como se dictaba sentencia, los emancipados eran distribuidos entre los vecinos y corporaciones de La Habana para que los emplearan como criados mientras supuestamente se instruían en la religión y adquirían un oficio,
conforme a las condiciones de reparto mencionadas anteriormente. La consignación de los adultos duraba cinco años; siete, la de las mujeres con hijos que no
24
Consulta al Consejo de Indias, 7 de septiembre de 1826, AHN, Estado, legajo 2022.
Hubo juristas que cuestionaron la facultad reconocida a los capitanes generales de determinar la condición de esclavitud o libertad porque además de ser jueces legos, no se sujetaban a ninguna norma para sustanciar el expediente, no estaban obligados a oír a los interesados,
ni a veces tenían en cuenta más que las primeras diligencias practicadas en el momento de la
aprehensión. Por otra parte, podía dar lugar a soluciones encontradas con las sentencias dictadas por los tribunales en las causas criminales que se seguían a toda introducción fraudulenta
de esclavos, que competía en primera y segunda instancia a la Audiencia. De ahí que en la
mencionada real orden se encargara a los gobernadores que evitasen que sus resoluciones se
encontraran en oposición con las sentencias de los tribunales, Erénchun, 1858, II: 1436-1437.
26 Arnalte, 2001.
25
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INÉS ROLDÁN DE MONTAUD
pudieran trabajar y la de los menores. En Brasil la consignación tenía una duración de 14 años, prácticamente la vida útil de un esclavo27. Se entendía que concluida la etapa de aprendizaje estarían en condiciones de valerse por sí mismos y
obtendrían su preciada carta de libertad, liberándose de la tutela del gobierno e
incorporándose a la sociedad como hombres enteramente libres.
Un mes después de efectuadas las primeras consignaciones, en abril de
1825, se reunió en Madrid el Consejo de Indias para estudiar la cuestión. Recomendó, entre otras cosas, que se distribuyeran evitándose, cuanto fuese posible, «colocarlos con dueños de crecido número de esclavos». Se presentía ya
el fatal destino de aquellos negros. Lo cierto es que en un principio se repartieron entre los vecinos de La Habana y se entregaron también a diversas corporaciones públicas, exactamente como en Brasil. De los 2.380 emancipados
existentes en 1831, 374 se habían puesto a disposición de diversas corporaciones. Varios habían sido cedidos al convento de Ursulinas, al Hospital de San
Juan de Dios, a un colegio de niñas y al Apostadero de Marina como fogoneros y paleadores en los buques de guerra28. En 1842 el general Valdés consignó
a las mujeres capturadas en Majana a la Casa de Beneficencia y a los hombres
a la Junta de Fomento. Las obras públicas absorbieron una parte importante de
la mano de obra emancipada. Tanto Vives como Ricafort los destinaron a los
trabajos del Acueducto de Fernando VII. Durante el gobierno de Tacón se emplearon en el empedrado de calles, construcción de puentes y jardines, y en la
edificación de la nueva cárcel. Aseguraba Domingo del Monte en un interrogatorio realizado por Madden que se levantaban «cárceles con el precio de la
libertad de los negros emancipados»29.
Entre los particulares que se beneficiaban de las concesiones existía un
grupo de viudas, de empleados del gobierno y de militares retirados, que los
utilizaban en el servicio doméstico y los empleaban en diversos oficios en las
ciudades. En efecto, tenemos noticias de emancipados cigarreros, aguadores,
caleseros, panaderos, lavanderas o cocineras. Sabemos que se emplearon en
los ferrocarriles de Güines, Cárdenas, Cienfuegos y Trinidad. Trabajaron también en los servicios de alumbrado de las ciudades; en 1845 la compañía de
gas de La Habana recibió 50 como alumbradores de luz. Para incentivar la minería del cobre que entonces repuntaba en el Oriente cubano, se cedieron
emancipados a diversas compañías30. Del mismo modo, con el fin de estimular
27
Galloti Mamigonian, 2009a: 236-237.
Real Orden de 13 de marzo de 1852 dispuso que se facilitasen al comándate del apostadero de La Habana los que necesitase, Rodríguez San Pedro, 1865, II: 600.
29 Madden, 1840: 103.
30 Defensa de la verdad y de los mineros de la isla de Cuba, 1839: 66. Madden, 1840: 124.
28
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el cultivo del algodón durante la escasez producida por la contienda civil en
los Estados Unidos se entregaron a diversos plantadores en 1865, entre otros a
Carlos Manuel de Céspedes para que los empleara en la Demajagua, donde
poco después pronunció el grito de independencia31.
Inevitablemente, la consignación dio lugar a innumerables abusos y a un
auténtico tráfico de emancipados. Los periodos se fueron renovando indefinidamente sin que su incorporación a la comunidad de los negros libres pareciera llegar nunca. Surgieron toda una serie de negocios que podían realizarse
con estos negros y su consignación se convirtió en algo muy apetecido, porque
podía proporcionar una renta suculenta a los consignatarios y mano de obra
barata a los plantadores. Estos problemas pueden ilustrarse con ejemplos que
arrojan luz sobre la vida del emancipado urbano, similar a la del esclavo de las
poblaciones. El caso de Gabino saltó a la luz cuando en 1841 David Turnbull,
el cónsul británico en La Habana y superintendente de africanos liberados, reclamó a las autoridades su inmediata puesta en libertad. Capturado a bordo del
Fingal, la comisión mixta le había declarado emancipado en 1824 y había sido
entregado a Luisa Apreu de Paz, que le obligaba a trabajar como aguador. Gabino entregaba a su «instructora» el jornal diario de un peso. Después de los
cinco primeros años, su consignación se prolongó por otros cinco, y luego por
cinco más. En esos años proporcionó a su consignataria 5.228 pesos32. Ella había pagado por sus servicios 612 pesos. La muerte de su tutora no puso término a las penalidades de Gabino, que pasó a manos de su heredero. Consciente
de la imposibilidad de hacer valer sus derechos, como algunos otros emancipados, Gabino acudió al cónsul en busca de protección. Tuvo éxito y obtuvo
su carta de libertad. Pero pocos meses después, en noviembre de 1841, fue deportado a Ceuta, después de haber sido acusado de instigar un levantamiento
de negros. Poco después moría en Cádiz.
No transcurrió mucho tiempo sin que se evidenciara que el disfrute de los
derechos del hombre libre que jurídicamente se le habían reconocido al emancipado iba a ser difícil de alcanzar y que su suerte iba a ser similar a la de los
esclavos, a los que de hecho se asimiló. Quienes han estudiado la esclavitud
han resaltado las diferencias existentes entre la esclavitud en el medio urbano
y el rural. Los esclavos de las poblaciones tenían más oportunidades de adqui31
Archivo Nacional de Cuba, La Habana (ANC), Gobierno Superior Civil, legajo 1581,
exps. 41814-41829.
32 David Turnbull al príncipe de Angola, 21 de diciembre de 1841, AHN, Estado, legajo
8057, y Reclamación del plenipotenciario británico al secretario de Estado en favor de Gavino,
22 de marzo de 1842, Estado, legajo 8019, en Roldán de Montaud, 57 / 169-170 (Madrid, 1982):
598-599. Recientemente se ha abordado el caso de Gabino por Grandío Moráguez, 2008.
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INÉS ROLDÁN DE MONTAUD
rir la libertad, ya fuera por coartación o manumisión33. En las condiciones de
reparto de emancipados se prohibía, según queda señalado, que los negros fuesen alejados de la ciudad y sus arrabales sin autorización del Gobierno. Turnbull aseguraba que esta regla había sido observada escrupulosamente hasta la
llegada a Cuba del general Tacón en 183534. Dado el carácter abolicionista del
cónsul, el hecho de que hiciera distingos entre los capitanes generales parece
sugerir que, efectivamente, desde entonces se produjo un empeoramiento de la
situación de los emancipados.
Precisamente entonces comenzaron a exigirse entre seis y nueve onzas de
oro (102 o 123 pesos) por consignación, cobradas en la Secretaría de Gobierno, una práctica que Madden denunció como contravención de las estipulaciones del Tratado35. Con anterioridad, según las condiciones de reparto, los consignatarios abonaban dos reales y medio por cada día que el emancipado hubiera permanecido en el depósito causando gastos el erario público, una
cantidad insignificante. El particular que abonaba la importante suma de nueve onzas por una consignación (un bozal costaba entonces 20 o 23 onzas) consideraba al emancipado una propiedad que debía retribuirle el interés del dinero que había costado sin importar en absoluto su futuro.
Además de consignarse por sumas de consideración, desde la llegada de
Tacón los emancipados comenzaron a entregarse a los plantadores del interior.
La permanencia de los negros en la capital, si no era una garantía, les brindaba
al menos alguna posibilidad de llegar a ser hombres libres; enviados a los ingenios, morían para la libertad36. Tacón no negaba que «la tranquilidad pública» le había obligado a colocar a los emancipados en las haciendas del campo.
Adoptada la costumbre de consignar a los emancipados por sumas elevadas y
de enviarlos a los ingenios azucareros, su condición se equiparó a la del esclavo rural. Perdía las ventajas del esclavo urbano y era absorbido en las dotaciones de esclavos de las fincas.
En cierto sentido, la situación del emancipado era peor que la del esclavo.
De hecho, estaba privado de la protección y de los derechos que consuetudina33
Para el funcionamiento de la coartación, Madden, 1849: 133-144. Varella, 2010.
Turnbull, 1840: 162. También Madden aseguró que en época de Tacón se había realizado de forma escandalosa el tráfico con emancipados, Madden, 1849: 39.
35 Madden, 1840: 122. El gobierno español no escatimó esfuerzos para que fuera relevado, AHN, Estado, legajo 8022.
36 Nota del comisionado juez británico a Tacón, 9 de diciembre de 1834, y Nota de Villiers a Istúriz, 27 de mayo de 1836, AHN, Estado, legajo 8034. Comunicación de Tacón al secretario de Estado, 31 de agosto de 1836, AHN, Estado, legajo 8035. Pérez de la Riva, 1963:
262.
34
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171
riamente se reconocían al esclavo, entre otros, la coartación. Esta institución
permitía al esclavo obtener la libertad pagando a su dueño el precio que valía
en el mercado, pero quedaba fuera del alcance del emancipado. Cuenta el
mencionado Del Monte que en cierta ocasión algunos emancipados habían intentado conseguir la libertad, ofreciendo por ella el precio que cualquier persona hubiera pagado para mantenerlos a su servicio, y que el gobierno se había
negado37. Recientes estudios han mostrado cómo la coartación fue haciéndose
cada vez más compleja y de difícil acceso para los esclavos, pero era, al fin,
una posibilidad que el derecho reconocía. Tampoco podían los emancipados
obtener la libertad mediante la manumisión del amo, ya que no estaban sujetos
a la voluntad del consignatario sino a la del gobierno38. Sin discutir aquí la eficacia de la manumisión y la coartación como vías de ascenso de los esclavos a
la libertad, se trataba de instituciones que el derecho esclavista reconocía a los
esclavos de cuyos beneficios quedaban excluidos los emancipados.
Los emancipados no podían acudir tampoco a los procuradores síndicos
de los ayuntamientos, que eran los encargados de velar por los derechos de
los esclavos, de representarlos en los juicios y de instruir las causas por delitos contra sus personas desde 1789. No podían presentarse ante el síndico
para solicitar por su mediación un cambio de propietario, tal y como, en principio, podían hacer los esclavos. Aunque en la práctica la eficacia de estos
preceptos fuera escasa, porque los funcionarios que administraban justicia
eran ellos mismos propietarios de esclavos, al menos el ordenamiento jurídico establecía que los esclavos podían buscar protección en estas instituciones. Hasta 1856 no se dispuso que los síndicos fueran los defensores y representantes de los emancipados en los juicios de conciliación y verbales, y que
los promotores fiscales y el fiscal lo fueran en los escritos seguidos ante los
jueces y tribunales ordinarios39. Aun así, jamás se intentó defender el derecho del emancipado a la libertad después de los cinco años de aprendizaje y
sus reivindicaciones parece que se limitaban a los casos de mal trato, según
asegura Valiente.
EN TORNO A LOS ABUSOS Y SUS EFECTOS DEMOGRÁFICOS
Contra los emancipados se cometieron todo género de abusos. Uno de los
más frecuentes era el que en Cuba se denominó plagio, del latín plagium o
37
38
39
Madden, 1840: 118.
Valiente, 1869: 14. Madden, 1840: 118.
Erénchun, 1858, II: 1444, Decreto de 27 de junio de 1856.
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INÉS ROLDÁN DE MONTAUD
venta de un hombre libre40. Consistía en dar por muerto a un emancipado
cuando en una finca moría un esclavo. El emancipado ocupaba el lugar del esclavo muerto y se convertía en siervo para siempre. Bastaba con cambiar el
nombre del negro al dar parte al cura y al capitán de partido. En ocasiones, no
se esperaba siquiera la muerte de un esclavo para reemplazarlo por un emancipado. Se hacía pasar por muerto a este último41. A cambio de una remuneración, el juez rural y el párroco testificaban la muerte y estas falsas pruebas se
enviaban a la Secretaría Política. Parece que llegó a darse el caso de haberse
recibido en dicha oficina las partidas de defunción de negros que, si bien habían sido consignados, todavía no habían sido extraídos del depósito ni enviados a la finca en la que se decían fallecidos42. Ya en las condiciones de reparto
de 1824 se había previsto esta eventualidad. En su artículo octavo se establecía
una multa de 500 pesos para quienes vendiesen o se deshiciesen del emancipado dándolo por muerto o huido, además de las penas que las leyes fijaban para
la venta de un hombre libre. En otros artículos se describían las diligencias que
en caso de muerte o fuga debía adoptar el comisario de barrio, obligado a personarse con dos hombres buenos para certificar que se trataba del mismo negro y abrir las investigaciones necesarias hasta quedar convencido de ello; garantía irrisoria contra la voracidad de mano de obra de aquella agricultura esclavista.
No se dispone de demasiada información estadística que permita conocer
el número de emancipados existentes en cada momento, los muertos y los que
llegaron a obtener su plena libertad. Los contemporáneos reconocían que el
desorden que desde un principio se había mantenido y el falseamiento de las
cifras para encubrir abusos impedían esclarecer estas cuestiones. En cualquier
caso, sí se tienen suficientes datos para intentar una estimación de las tasas de
mortalidad, o de desaparecidos, para distintos momentos. En algunos periodos
fueron extremadamente elevadas, lo que parece confirmar la existencia del
mencionado plagio.
Hasta marzo de 1831 se habían capturado 15 buques y se había emancipado a 2.989 negros, de los que dos terceras partes eran varones. En dicha fecha,
se daban por existentes 2.380 emancipados43. Un sencillo cálculo permite fijar
40
Sobre el verdadero plagio o venta de hombres libres, véase Aparisi y Guijarro, 1888.
Madden, 1849: 39. Estorch, 1856: 16-19, para la descripción de los abusos por parte de
uno de los vocales de la Junta Protectora de Emancipados. Sanromá, 1872: 21-22.
42 Figuera, 1866: 15.
43 Estado general que manifiesta el número de emancipados existentes de los 15 buques
que desde 1824 hasta la fecha han sido apresados por otros de guerra ingleses, 12 de marzo
de 1831, AHN, Estado, legajo 8033, exp. 2.
41
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173
la media anual de muertes (o desapariciones) hasta entonces en 3,30%, algo
mayor para los varones. Se trata de una cifra muy modesta comparada con las
que se registran para periodos posteriores y con la que diversos autores han estimado para los esclavos. En fechas tan tempranas todavía los emancipados no
habían comenzado a entregarse a los plantadores del interior y posiblemente
residían en La Habana, según aseguraba Turnbull. No puede negarse, sin embargo, que la población emancipada no había sido diezmada todavía por la
epidemia de cólera de 1833.
Disponemos de un estado de los emancipados existentes en 1841, que reproducimos en el cuadro II. En él se detalla el año de captura y el buque que
había conducido a los negros que sobrevivían aquel año. A partir de dicha información y de otros datos dispersos en la correspondencia consultada, se puede estimar el número de emancipados desaparecidos o muertos en distintos periodos44. Así, cuando en octubre de 1843 se inició el mando del general
O’Donnell había 3.743 emancipados. Si se agregan los 734 aprehendidos desde junio de 1841 hasta dicha fecha y se deducen los 1.300 a los que el general
Valdés concedió cartas de libertad (como se verá más adelante), en octubre debían existir 3.916 emancipados. La diferencia, apenas 170, sería el número de
muertos o desaparecidos. Una cifra baja que corresponde al periodo de gobierno del general Valdés, a quien se atribuye un estricto cumplimiento de las estipulaciones de los tratados respecto a los emancipados y un control de los abusos más escandalosos.
Es interesante comparar esto con lo ocurrido poco después. Cuando
O’Donnell llegó a La Habana, octubre de 1843, había 3.743 emancipados.
Hasta febrero de 1848, cuando finalizó su mando, fueron capturados 229 y obtuvieron la libertad 459. A su partida sólo había 2.353 emancipados, es decir,
habían desaparecido 1.163, un 33%, lo que arrojaría para los cuatro años y medio de su mando un 6,61% anual de muertos o desaparecidos. Al iniciar el
mando Federico Roncali, en febrero de 1848, existían 2.353 emancipados. A
la llegada del general Concha, en noviembre de 1850, se suponía que había
2.138 emancipados45. Entre una y otra fecha se habían apresado 387 negros y
concedido cartas de libertad a 222, luego en noviembre debían existir 2.518 y
no 2.138, lo que arrojaría una media de desaparecidos o muertos de 6,03%
para el periodo de su mando. Un ejemplo más: en 1857 se capturaron siete expediciones y se emancipó a 2.111 esclavos. Transcurridos cinco años, en 1862
44 Para las argumentaciones que siguen, Roldán de Montaud, 57 / 169-170 (Madrid,
1982): 582-589.
45 Gutiérrez de la Concha al secretario de Estado, 9 de junio de 1851, AHN, Estado, legajo 8044.
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1
4
3
4
2
3
3
2
7
2
1
92
474
706
577
132
784
1.040
356
1.681
392
360
6.594
V
55
184
308
301
160
182
250
199
545
189
53
2.426
M
147
658
1.014
878
292
966
1.290
555
2.226
581
413
9.020
Total
Negros apresados
–
–
–
–
–
–
110
94
284
–
–
488
V
–
–
–
–
–
–
102
99
288
–
–
489
M
Entregados a
G. B.
38
190
302
198
64
382
337
85
553
172
8
2.329
+303
2.632
V
1
15
14
21
2
14
17
3
16
103
543
+52
595
V
19
1
4
1
1
1
6
5
M
Prófugos
10
56
86
95
47
78
38
18
69
46
M
Muertos
64
4
6
1
1
7
32
6
7
V
81
13
26
17
11
8
1
1
1
3
M
Libertos
35
1
1
5
40
1
1
6
V
12
4
5
3
M
Se ignora
ESTADO DE LOS NEGROS EMANCIPADOS EN JUNIO DE 1841
45
236
373
252
65
379
530
173
826
219
352
3.550
–303
3.349
V
29
101
204
189
100
99
104
80
185
143
53
1.289
–52
1.235
M
Existentes
74
337
577
541
165
478
634
253
1.011
362
405
4.837
–335
4.482
Total
Fuente: Elaboración propia a partir de Estado de los buques mercantes españoles apresados por otros de guerra de S. M. B., 29 de junio de 1841,
AHN, Estado, legajo 8040.
Además de los muertos que aparecían en las casillas correspondientes, 350 notificaciones de fallecimiento dadas por corporaciones y particulares
carecían de información sobre el año de la presa o el buque, y se han anotado en casilla aparte agregándose al total de muertos. Se deducen en la casilla
correspondiente a los existentes.
1824
1826
1828
1829
1830
1832
1833
1834
1835
1836
1841
Buques
CUADRO II.
174
INÉS ROLDÁN DE MONTAUD
EN LOS BORROSOS CONFINES DE LA LIBERTAD: EL CASO DE LOS NEGROS ...
175
sólo quedaban 734. Había desaparecido o fallecido el 65%, es decir, un promedio anual del 10,87%46.
Se trata de cifras superiores a las tasas de mortalidad estimadas para los
esclavos del azúcar. En efecto, Humboldt calculó que era del 8%, los comisionados británicos para los adultos rurales entre un 2 y un 5% y Moreno Fraginals la ha fijado en un 6,3%47. La conclusión era ya evidente para algunos contemporáneos: «Verdad es que el guarismo de su mortalidad es exorbitante y revela o un mal trato o una serie de delitos sobre los cuales no se extiende con
suficiente energía la mano de la justicia»48.
Las tasas de natalidad no guardaban tampoco relación con las que se han
estimado para los esclavos. Según los datos del presupuesto del ramo para el
ejercicio 1856-1857, habían nacido en Cuba tres varones y ocho mujeres; en
1858, sólo tres y siete respectivamente. Como en Brasil, heredaban el status
ambiguo de sus padres en vez de ser considerados libres49. En abril de 1861 los
funcionarios de Madrid llamaban la atención de las autoridades cubanas sobre
el hecho de que en el último presupuesto sólo aparecieran 12 menores criollos
de ambos sexos. El Cuadro estadístico de 1862 computó 21 varones y 18 mujeres menores de un año50, lo cual representaba una tasa de natalidad (existían
6.650 emancipados) de 5,86%. Moreno Fraginals estimó tasas del 19% entre
1835-1841 y del 28% entre 1856-1860, tras el inicio de una política de reproducción estimulada por el aumento del precio de los esclavos51. Sin disposiciones que aseguraran el cumplimiento de la obligación que tenían los consignatarios de dar cuenta de los nacimientos acaecidos, los nacidos de las negras
emancipadas fueron sumidos en la esclavitud.
El censo de población del año 1861 fue el único de los censos cubanos en
el que se recogieron datos relativos a los emancipados, fijando su número en
6.65052. En la parte oriental de Cuba, alejada de la sede del tribunal mixto y de
las autoridades encargadas de su distribución, la presencia de emancipados fue
insignificante y se concentró en la jurisdicción de Santiago de Cuba, con un
2,82% del total de la isla. El trabajo en las minas de cobre de Santiago del Prado seguramente explica esta presencia. La única jurisdicción de la zona orien46
Comunicación de Dulce fechada en diciembre de 1862, AHN, Ultramar, legajo 4666.
Humboldt, 1856: 203. La cifra de los comisionados en Kiple, 1976: 53. Moreno Fraginals, 1978, II: 88.
48 Figuera, 1866: 14.
49 Gallotti Mamigonian, 2009: 237.
50 Presupuesto del ramo de emancipados de 1856-57-58, BN, ms. 13853. Gutiérrez de la
Concha, 1861: 16. Cuadro estadístico, 1862.
51 Moreno Fraginals, 1978, II: 88.
52 Cuadro estadístico, 1862. Roldán de Montaud, 57 / 169-170 (Madrid, 1882): 589-592.
47
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tal con elevado número de emancipados era Puerto Príncipe, con un 8,39% del
total. Con motivo de la entrega del mando a Serrano en 1859, el general Concha relataba la captura de 448 bozales por el vapor de guerra Blasco de Garay
y su conducción a Puerto Príncipe, donde dispuso que se distribuyeran en su
totalidad en beneficio de los propietarios53.
La mayor parte de los emancipados se encontraba en el departamento occidental. En la jurisdicción de La Habana había un 35,84% del total. Había
importantes porcentajes en Sagua, Colón, Santiago de las Vegas y Cárdenas,
5,17, 4,99, 4,70 y 4,24 y respectivamente, todas ellas zonas productoras de
azúcar. En general, estaban afincados en las áreas de intensa actividad económica y donde existía gran número de esclavos.
LA PRESIÓN ABOLICIONISTA BRITÁNICA
A los negros emancipados les resultó muy difícil llegar a obtener la preciada carta de libertad, el documento que les garantizaba su condición civil de
hombres libres. La resistencia a declarar a los emancipados exentos de la tutela del gobierno fue constante. No cabe duda de que cuando el gobierno de Madrid o las autoridades coloniales se mostraron más dispuestos a conceder cartas de libertad fue siempre resultado de la presión abolicionista británica, que
utilizó constantemente como ariete la libertad de los emancipados. Aun cuando el garante de la libertad de los negros fuera el gobierno español, en virtud
de los tratados el gobierno británico tenía derecho a exigir el cumplimiento de
esa garantía. Semejante situación abría un resquicio que le permitía inmiscuirse en los asuntos internos de Cuba relacionados con la esclavitud.
Cuando las autoridades inglesas acusaban a las cubanas de permitir el
contrabando de africanos, invariablemente el gobierno español se excusaba
asegurando que se intentaba por todos los medios posibles poner fin a tan
inicuo comercio. El grupo emancipado resultaba un elemento real y objetivo
de presión. Era más fácil presionar y exigir el cumplimiento de las obligaciones concretas respecto a este grupo, fruto de esa trata clandestina, que sobre
las «intenciones» de un gobierno. Si Gran Bretaña lograba arrancar de la esclavitud a los emancipados que no eran otra cosa que esclavos ilegalmente
introducidos, podría luego hacer extensiva esta medida a los que no habían
sido descubiertos en el momento de desembarco pero que arribaban por millares a la isla.
53
Gutiérrez de la Concha, 1861: 17.
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De los 6.554 hombres y 2.426 mujeres emancipados hasta el 29 de junio de
1841, a pesar de que habían transcurrido quince años desde el apresamiento de
los primeros, sólo habían obtenido sus cartas de libertad 64 hombres y 81 mujeres. Como era de suponer, hubo mayor tendencia a liberar a las mujeres y a los
más antiguos. En efecto, de los 64 varones, 52 habían sido capturados antes de
1829; el resto, antes de 1835. Dado que el promedio de vida de un esclavo adulto en un ingenio era de unos quince años, los emancipados que llegaron a disfrutar de su libertad eran, sin duda, los que resultaban ya poco hábiles para el trabajo. En cualquier caso, la entrega de la carta de libertad no era garantía de que los
negros en cuestión llegaran a disfrutar de una libertad real y efectiva. En efecto,
cuando el general Concha dispuso en 1854 que se renovasen todas las consignaciones de los emancipados para saber cuántos existían, resultó que se pedía la
renovación de negros que ya habían obtenido su carta de libertad, lo que permite
sospechar que o no había sido entregada al verdadero negro o quizá a ninguno y
que el agraciado probablemente se veía reducido a esclavitud54.
En los primeros años cuarenta arreció la presión abolicionista británica. El
3 de noviembre de 1840 llegó a La Habana David Turnbull. Como Madden,
era miembro de la British and Foreign Anti-Slavery Society y había vertido sus
posiciones abolicionistas en su reciente libro Travels in the West. Con él en
Cuba, la cuestión de los emancipados se iba a convertir en uno de los mayores
puntos de fricción en la disputa que Gran Bretaña y España mantenían sobre el
tráfico de esclavos. A propuesta del cónsul, en diciembre de aquel año Inglaterra trató de imponer la firma de un convenio para emancipar a los esclavos que
se habían introducido ilegalmente desde 182055. Dado el promedio de vida de
los esclavos, la medida equivalía llanamente a abolir la esclavitud. Aunque
España se resistió, Inglaterra logró un mayor compromiso en el cumplimiento
de las estipulaciones de los tratados.
En mayo de 1841 desembarcó en La Habana el general Valdés con instrucciones de castigar severamente el tráfico. Ese mismo mes, Inglaterra sugería a
España que los emancipados fueran presentados ante la comisión mixta con
objeto de averiguar su situación y saber si preferían ser trasladados a una colo54 Gutiérrez de la Concha al secretario de Estado, 12 de junio de 1856, BN, ms. 13853,
fols. 164-165.
55 Proyecto de convenio sobre la emancipación de esclavos, 17 de diciembre de 1840.
AHN, Estado, legajo 8040, exp. 7. Se proponía aumentar las atribuciones de la comisión mixta
para declarar libres a los esclavos que se sospechara habían sido ilegalmente introducidos.
Turnbull, 1840: 342-348.
56 Legación de Gran Bretaña al secretario de Estado, 15 de abril de 1840 y 31 de mayo de
1840, AHN, Estado, legajo 8035. El 15 de abril 1840 ya se había realizado una petición similar.
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nia británica56. Inglaterra había abolido la esclavitud en sus Antillas en 1833 y
la transición del trabajo esclavo al asalariado estaba produciendo desajustes
con la consiguiente disminución de la producción. Para paliar el problema, se
habían llevado «aprendices» desde los enclaves ingleses en África y trasladado a miles de negros emancipados por la comisión mixta de Sierra Leona57.
Con la excusa de garantizar su libertad, se trataba también de atraer a los
emancipados cubanos.
La propuesta era inaceptable para España porque equivalía a admitir que
una autoridad extranjera examinase la condición de los negros emancipados en
virtud del Tratado de 1817 que estipulaba su entrega al gobierno donde residiera la Comisión. Si en los primeros años las autoridades españolas habían
procurado deshacerse de los emancipados, ahora no parecían dispuestas a
prescindir de aquellos negros. Por lo demás, estaban convencidas de que si se
transigía en el caso de los emancipados sería imposible resistirse a la pesquisa
sobre los esclavos. Valdés estaba decidido a poner término a la trata, pero también a defender la institución esclavista que era imprescindible para el mantenimiento de la colonia58.
Dispuesto, no obstante, a suprimir los motivos de queja y a evitar nuevas
exigencias, Valdés se comprometió a entregar las cartas de libertad a los emancipados en un plazo de cinco años desde enero de 1842, según fueran venciendo las consignaciones59, lo que no le impidió poner coto a la propaganda
emancipadora de Turnbull entre los esclavos y libres de color expulsándolo de
la isla. Entre enero de 1842 y septiembre de 1843, cuando abandonó el mando,
había entregado 1.300 cartas60. Los comisionados británicos reconocieron que
se estaban concediendo las cartas de libertad y por primera vez en Londres se
celebraba la conducta de un capitán general en cuanto al cumplimiento de los
tratados61.
Para tranquilizar a los plantadores, que estaban convencidos de que España
se vería arrastrada a abolir la esclavitud, y evitar que se fortaleciese entre ellos
la corriente anexionista hacia Estados Unidos, tras la caída de Espartero, en
octubre de 1843 el gobierno cambió de política y envió a Cuba al general Leopoldo O’Donnell. Poco después de su llegada se produjo una insurrección de
57 Desde 1820 hasta el 1 de enero de 1839 la Comisión de Sierra Leona emancipó a
55.359 negros, Madden, 1849: 40. Véase también Bethell, 80 (1966): 89. Arnalte, X / 18-19
(Madrid, 1996): 65-79. Sobre el traslado de emancipados de Sierra Leona, Shlomowitz, 1989.
58 Valdés al secretario de Estado, 31 de mayo de 1841, AHN, Estado, legajo 8035.
59 Valdés al secretario de Estado, 31 de julio de 1841, AHN, Estado, legajo 8040.
60 Valdés al secretario de Estado, 30 de abril de 1842, AHN, Ultramar, legajo 4039.
61 Pezuela, 1878, IV: 360. Franco, 1980: 374.
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esclavos, la Conspiración de la Escalera, brutalmente reprimida por el general62. Cientos de esclavos murieron asesinados. Como se consideraba que los
libres de color estaban implicados y que la liberación de los emancipados había contribuido a aumentar la inquietud entre los esclavos, en marzo de 1844
O’Donnell suspendió la concesión de cartas de libertad y la entrega de las listas de los emancipados liberados que Valdés remitía regularmente a los comisionados ingleses. En abril, comunicaba al Gobierno las medidas que debían
adoptarse para garantizar el orden: se expulsaría inmediatamente a los negros
y mulatos de procedencia extranjera; concluidos los procesos incoados, se procedería a la expulsión lenta, sucesiva y prudente no sólo de los implicados sino
de todos los negros y mulatos libres. También sería deportada la multitud de
emancipados a quienes su antecesor había concedido cartas de libertad dejándoles permanecer en la isla, donde «el derecho que en medio de las negradas
se les hizo conocer que tenían a su libertad, había sido tan funesto»63. El gobierno de Madrid aceptó la expulsión de los implicados y que fueran enviados
a Fernando Poo los negros que voluntariamente y a su costa lo deseasen.
Como la suspensión de la entrega de cartas de libertad podía producir reclamaciones por parte de Inglaterra, en septiembre se reanudó de forma limitada, haciéndose entrega de algunos de los agraciados a las autoridades británicas, algo a lo que se habían negado sistemáticamente los capitanes generales
desde 1836. Lo cierto es que en el nuevo contexto de recrudecimiento de la
tensión racial, las autoridades recurrieron a tal procedimiento para deshacerse
de los elementos más incómodos de un grupo estimado socialmente peligroso.
En 1845 se entregaron a los ingleses 214 emancipados, prácticamente los que
se liberaron aquel año; al año siguiente, 132.
Desde 1845 a 1851 el cónsul inglés recibió 657 emancipados de los 788 liberados en el periodo. Vencidos los temores inmediatos a la Escalera, se fue
reduciendo tanto la entrega de cartas como el número de negros cedidos a las
autoridades británicas64. La política y el interés del país, aseguraba O’Donnell,
exigían que hubiera «sobriedad en la entrega de las cartas». De concederse la
libertad a todos, tendrían que ser entregados a los ingleses o permitir su permanencia en la isla como libres, lo cual era nocivo para la tranquilidad y en
62
Hernández Sánchez Barba, XIV (Sevilla, 1957): 241-329. Paquette, 1988.
O’Donnell al secretario de Estado, 30 de marzo y 26 de abril de 1844, AHN, Ultramar,
legajo 4620, exp. 33, y 15 de abril de 1844, Estado, legajo 8039. Roldán de Montaud, 57 /
169-170 (Madrid, 1982): 613-618.
64 Lista de los esclavos de Cuba que han recibido cartas de libertad desde 1845 a 1851,
enviada al plenipotenciario británico el 26 de marzo de 1852, AHN, Estado, legajo 8037, y
AHN, Ultramar, legajo 4046.
63
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ambos casos se aumentaría el «vacío sensible de brazos»65. De modo que quedó abandonado el plan de Valdés, que en dos años había liberado a 1.300
negros.
Las quejas británicas prosiguieron. Lord Palmerston aprovechó el desconcierto que produjeron las expediciones anexionistas organizadas en los Estados Unidos para proponer, a finales de 1850, un nuevo convenio de pesquisa.
También en aquellos momentos se ejercía una presión similar en Brasil66.
España se negó a aceptarlo alegando que según las leyes internas quedaba
prohibido molestar a los propietarios por motivo de la procedencia de sus esclavos67. En 1852 las quejas arreciaron. Se exigía el cumplimiento de la promesa de Valdés, la entrega semestral de los estados de los emancipados prevista en el tratado de 1835 y que se permitiera al juez comisionado británico
acceder a los registros de emancipados. Con la excusa de proteger a los emancipados, los británicos invocaban principios abolicionistas que amenazaban la
estabilidad del sistema esclavista.
A la vista de las pretensiones, el secretario de Estado explicaba al capitán
general que de accederse se pondrían al descubierto los abusos. Por ello era
necesario «o que desaparezca el abuso de que los emancipados sean esclavos
en realidad o que los estados se entreguen de tal manera que no resulte en descubierto la autoridad de la isla». Y agregaba: «Vale más la pena concluir con el
abuso por nosotros mismos y evitar los escándalos que produciría el descubrimiento. De lo contrario, si se ha de sacar de los emancipados el partido que
exigen las necesidades de la isla y que sacan los mismos ingleses en sus colonias, se deberá seguir el sistema de evasivas que se ha seguido hasta ahora»68.
El gobierno británico estaba convencido de que los tratados contra el tráfico no dejarían de burlarse mientras persistiera la inmunidad de los ingenios y
no se realizara un registro de los esclavos existentes. No tardaron en presentarse las circunstancias favorables para presionar al gobierno español. En efecto,
en breve era elegido presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce, conocido por su orientación marcadamente expansionista. El hecho movilizó a los
anexionistas que proyectaban una gran expedición dirigida por el general
Quitman. Ante la amenaza, la ayuda de Inglaterra se tornaba más necesaria
65
O’Donnell al secretario de Estado, noviembre de 1846, AHN, Estado, legajo 8040.
Gallotti Mamigonian, 2009a: 240.
67 Legación británica en España al marqués de Pidal, 6 de octubre de 1850, AHN, Estado, legajo 8040.
68 Despacho del secretario de Estado a Cañedo, 14 de septiembre de 1852, Informe del
Consejo de Ultramar acerca del Expediente de emancipados en la isla de Cuba, 11 de marzo
de 1853, y Real Orden de 31 de marzo de 1853, AHN, Estado, legajo 8046.
66
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que nunca, pero España debía hacer concesiones. De modo que por real orden
de 31 de marzo de 1853 se mandó poner en libertad, antes de que finalizara el
año, a todos los negros emancipados por la comisión mixta de La Habana con
arreglo al tratado de 1817. En cuanto a los posteriores a 1835, se daría la libertad a los que hubieran cumplido cinco años de consignación69. La inclusión de
los negros que habían sido emancipados por disposición de las autoridades españolas mostraba la necesidad de apoyo en un momento extremadamente grave para la soberanía española en Cuba. La decisión se puso de inmediato en
conocimiento del gobierno británico.
Para ejecutar la nueva política se enviaba a Cuba al general Juan Manuel
de la Pezuela en diciembre de 1853. No tardaba en adoptar medidas que sembraron el pánico entre hacendados y negreros. El 20 de diciembre dispuso que
se diera la libertad a los negros emancipados más antiguos que existían en el
depósito, procedentes de las expediciones apresadas antes de 1835; pero mientras permanecieran en la isla quedarían bajo la tutela del gobierno y contratarían sus servicios como jornaleros libres con su patrono o con el que más le
acomodase. Los patronos que tuvieran derechos sobre los negros que les hubieran sido consignados serían indemnizados70. El 1 de enero de 1854 publicaba una ordenanza en la que regulaba ampliamente la situación de los emancipados. Los negros conocidos con el nombre de emancipados, rezaba el artículo
primero, eran libres todos. Los que llevasen cinco años en poder de la autoridad y tuvieran 16 obtendrían sus cartas de libertad, contratarían su trabajo durante un año renovable y tendrían derecho a un jornal de seis pesos mensuales
los varones y cuatro las mujeres, tres cuartas partes para el liberto y una para el
fondo de emancipados. El jornal de los que no llevasen cinco años sería administrado por la Junta Protectora de Emancipados71. La ordenanza fue el primero de los actos de Pezuela que alarmó a plantadores y esclavistas por los términos en que estaba redactada, pese a que no garantizaba la libertad de los emancipados.
Hasta entonces se habían capturado 11.248 negros, 8.769 por los cruceros
británicos y 2.479 por las autoridades cubanas. Se habían enviado a Trinidad
997 en los años treinta y otros 657 en los cuarenta. Habían recibido sus cartas
69 Informe del Consejo de Ultramar acerca del expediente de emancipados en la isla de
Cuba, 11 de marzo de 1853, y Real Orden de 31 de marzo de 1853, AHN, Estado, legajo
8046. Nota del conde de Alcoy, 4 de marzo de 1853, AHN, Ultramar, 4666. Murray, 1980:
292-293.
70 Biblioteca Nacional (Madrid) manuscrito 13853, fols. 77-78. Gutiérrez de la Concha,
1861: 8.
71 Ordenanza de Emancipados de 1 de enero de 1854, BN. ms. 13853, fols. 79-82.
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de libertad unos 2.063, la mayor parte en época de Valdés. Se suponía que
existían 2.098. Los restantes se daban por muertos o desaparecidos. Sin embargo, cuando Pezuela convocó mediante la Gaceta a los consignatarios sólo
se presentaron 900 emancipados, pese a que el reglamento preveía multas que
se cobrarían ejecutivamente72. De ellos, fueron muy pocos los que llegaron a
obtener su certificado de libertad y a escoger a su propio patrono, entre otras
cosas porque Pezuela fue relevado en el mes de septiembre73. Con todo, los
esfuerzos realizados entonces fueron apreciados por Gran Bretaña, como
muestra la correspondencia de Clarendon74. Observadores destacados por su
posición crítica con la administración española, como Porfirio Valiente, reconocieron también que Pezuela había intentado hacer todo lo posible para dar la
libertad completa a los emancipados75.
El 3 de mayo Pezuela dictó un bando facultando a las autoridades a entrar
en las propiedades para comprobar la identidad de los negros. Anunció también la creación de un registro de esclavos y la declaración de libertad de todos
los que no figurasen en él, como instrumento para hacer eficaz la represión del
tráfico. Ante semejantes proyectos, comenzaron a difundirse rumores de que
deseaba «africanizar» la isla y de que Gran Bretaña y España habían acordado
poner fin a la esclavitud76. El temor a que en breve se decretara la abolición
produjo un crecimiento de la tendencia anexionista. Para restablecer la confianza, Pezuela fue sustituido por Concha, con el inmediato abandono de la
política antiesclavista inspirada por Gran Bretaña. Lo cierto es que una vez superado el peligro de una intervención en la isla, apoyada por el gobierno federal, no había ya motivo para seguir complaciendo a Gran Bretaña.
Concha derogó el bando de mayo y abandonó el registro de esclavos. Sustituyó la ordenanza de emancipados de su predecesor, que tanto desagrado había suscitado entre plantadores y traficantes, por una nueva, que remitió a Madrid en el mes de diciembre77. En ella, tras un periodo de aprendizaje de cinco
años, el emancipado quedaba sujeto a un régimen de colonato semejante al
que se aplicaba a chinos o yucatecos mientras permaneciera en la isla. Por los
emancipados aprendices varones, según fueran mayores o menores de 15 años,
72
Estado de los emancipados aprehendidos por cruceros ingleses y por las autoridades
subalternas de la isla, 6 de febrero de 1854, AHN, Estado, legajo 8046.
73 BN, ms. 13853, fols. 97-98. Valiente, 1869: 13; Estorch, 1856: 15. Roldán de Montaud,
57 / 169-170 (Madrid, 1982): 624-627.
74 Estorch, 1856: 138-139.
75 Valiente, 1869: 13.
76 Urban, 37 / 1 (Durham, 1957): 29-45.
77 Durante su primer mandato también había prestado atención al ramo de emancipados,
Gutiérrez de la Concha, 1861: 5.
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se abonaban seis y cinco pesos; cinco y cuatro por las mujeres que percibiría la
Junta de Emancipados. Los emancipados ladinos o colonos recibirían un salario de ocho pesos los varones y seis las mujeres. La tercera parte de dicha cantidad ingresaría en la Junta de Emancipados, encargada de velar por el cumplimiento de la ordenanza. En realidad, no distaba tanto de la de su predecesor.
En 1854 el jornal de un negro variaba entre 20 y 25 pesos mensuales. Según los datos aportados por Aimes, entre 1855 y 1860 el precio de un esclavo
en el mercado oscilaba entre 1.250 y 1.500 pesos78. De modo que el emancipado representaba una mano de obra comparativamente muy barata. Con los
emancipados se estaba ensayando el tránsito del trabajo esclavo a otro tipo de
trabajo forzado en un momento de acuciante escasez y carestía de la mano de
obra79. Su situación se estaba asemejando a la de los colonos chinos, yucatecos
e incluso a la de aprendices africanos. A pesar de la oposición británica, la
Ordenanza de Concha fue aprobada en enero de 1855 y estuvo en vigor hasta
186580. Sólo entonces, cuando se planteó seriamente la necesidad de ir hacia
una abolición gradual de la esclavitud, volvió el gobierno de Madrid a ocuparse nuevamente de la cuestión de los emancipados.
LA DÉCADA DE LOS SESENTA Y LA EXTINCIÓN DEL GRUPO
Poco a poco fueron apareciendo signos de cambio. El anexionismo dio
paso al predominio de posiciones reformistas entre los criollos, con la condena
del tráfico de esclavos y la búsqueda de una solución gradual al problema de la
esclavitud81. Era evidente que mientras existiera el sistema servil sería difícil
dignificar el trabajo agrícola y todo intento de asentar colonos blancos libres,
en el que no pocos cifraban la solución al problema social, fracasarían. Por
otra parte, el giro de los acontecimientos en los Estados Unidos fue determinante en la adopción de posiciones favorables a la desaparición definitiva del
tráfico en los círculos gubernamentales de Madrid. En abril de 1861 había es78
Aimes, 1967: 268.
Véase, por ejemplo, Piqueras, 2009.
80 Rodríguez San Pedro, 1865, II: 600-605. En enero de 1855 se aprobó la ordenanza de
Concha, exceptuando lo relativo al manejo de los fondos de emancipados. Hasta entonces habían sido gestionados por la Secretaría Política directamente y luego mediante una Junta de
Emancipados. En 1855 se dispuso que los fondos ingresasen en el Tesoro público y sus presupuestos formaran parte del general del Estado en la Isla. Durante varios años Concha resistió
aquella disposición, reiterada el 23 de septiembre de 1858. Poco después, la real orden de 12 de
julio de 1860 prohibió la consignación gratuita. Roldán de Montaud, 57 / 169-170 (Madrid,
1982): 600-606.
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tallado la guerra y poco después Lincoln firmó un tratado reconociendo a los
cruceros británicos el derecho de visita. El tráfico de esclavos desarrollado
ampliamente bajo bandera norteamericana quedaba sentenciado. Desde aquel
momento, el gobierno español no podía ya resistir las presiones para poner fin
a la trata, pues si el norte abolicionista triunfaba en la contienda civil, los Estados Unidos utilizarían la cuestión de la esclavitud como pretexto para intervenir en los asuntos internos de Cuba.
En una sociedad en la que la mano de obra esclava estaba llamada a transformarse en un sector asalariado campesino, no tenía sentido seguir reteniendo
en esclavitud a un grupo de condición libre, que si se había visto reducido a
aquélla había sido precisamente por el potencial riesgo de que actuara como
disolvente del sistema. En el momento en que se planteaba la lenta disolución
de la esclavitud parecía oportuno comenzar por los emancipados, auténticos
«esclavos del gobierno». Entre los proyectos de abolición gradual nacidos durante aquellos años no faltaron los que, en efecto, proponían como fase preliminar la liberación total de los emancipados82.
De modo que a finales de 1862, tras una consulta al Consejo de Estado, se
dictaron disposiciones para poner término al problema de los emancipados. La
real orden del 12 de diciembre mandó dividir a los emancipados que hubieran
cumplido su primera consignación en tres series, que recibirían la libertad ese
año y los dos siguientes83. Después irían obteniéndola los que en lo sucesivo
fueran cumpliendo los cinco años, «a cuyo período quedaría inalterablemente
reducido el plazo de consignación». Pero, una vez más, se restringía el alcance
de la libertad ofrecida, pues se encomendaba al gobernador general que los negros quedaran sometidos a la ordenanza de colonos. En todo caso, la oposición
de los plantadores y la escasez de mano de obra se concitaron contra la aplicación de la medida y las quejas de los cónsules británicos sobre el incumplimiento de los compromisos asumidos prosiguieron.
Concluida la guerra en los Estados Unidos llegó el momento de acabar con
el tráfico. Era evidente que nadie creería que el gobierno se proponía sinceramente poner fin a la trata si continuaba aprovechándose indefinidamente de
sus resultados. Había, pues, que convencer a propios y extraños —indicaba el
81
Corwin, 1967: 134.
López de Letona, 1865: 21.
83 Consulta a la Sección de Ultramar del Consejo de Estado, 14 de noviembre de 1862,
AHN, Ultramar, legajo 4666. Concesión de carta de libertad a los emancipados de la isla de
Cuba, Archivo del Consejo de Estado, Madrid (ACE), U-082-025, dictamen 14905. Rodríguez
San Pedro, 1865, II: 606-607, real orden de 12 de diciembre de 1862 dictando reglas para la
concesión de cartas de libertad.
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ministro de Ultramar, Antonio Cánovas del Castillo— de que el Gobierno estaba decidido a preparar de una manera pacífica la solución al problema de la
esclavitud. Con dicho propósito, el 10 de agosto de 1865, el Consejo de Estado
había aprobado un nuevo reglamento de emancipados que se ajustaba más al
espíritu de los tratados suscritos con Gran Bretaña que el vigente de 1855. En
él se reforzaban las garantías para evitar los abusos más frecuentes. Entre otras
cosas, se remitiría a la Real Audiencia un listado de los emancipados y otro de
los consignatarios. El fiscal de la Audiencia quedaba facultado para inspeccionar el depósito de emancipados cuando lo estimase oportuno84. En definitiva,
se fiscalizaba la gestión discrecional que el capitán general había disfrutado
hasta entonces. Por otra parte, desaparecía la figura del emancipado colono.
Los nombres de los emancipados que cumplieran cinco años de consignación
se publicarían en la Gaceta y desde entonces serían considerados como los demás libres de su raza.
El general Dulce decidió no aplicar la nueva ordenanza. Insistía en que
cinco años eran un periodo insuficiente para el aprendizaje del negro, que
por naturaleza era «indolente y perezoso» y «pasto de los tribunales de justicia o inquilino de los presidios». Lo cierto es que Dulce no ocultó su contrariedad por la inspección concedida a la Real Audiencia, que interpretaba
como una desconfianza hacia el gobernador y que rechazaba en nombre de
todos sus antecesores. Por otra parte, en aquella época la mayoría de los
emancipados estaban en las fincas y el general era consciente de lo difícil
que resultaría oponerse a las presiones de los plantadores cuyos intereses
contrariaba85.
La respuesta de Madrid no se hizo esperar. No se forzó el cumplimiento de
la nueva ordenanza porque, dispuesto a poner fin al tráfico, el gobierno de la
Unión Liberal decidió dar una solución radical y definitiva a uno de sus efectos: la existencia de los emancipados. La real orden de 28 de octubre de 1865
dispuso que los 105 negros apresados en septiembre en un punto denominado
el Gato, en el límite de las jurisdicciones de San Cristóbal y Pinar del Río, fueran transportados a expensas del gobierno a Fernando Poo (cuadro I). Quedarían enteramente libres si deseaban permanecer allí o enviados a otro punto de
la costa africana si así lo preferían. Se procedería del mismo modo con todos
los negros aprehendidos en el futuro tan pronto como fueran declarados eman84 Reglamento para el régimen de emancipados, ACE, U-034-011, 1864, dictamen 18831.
El texto quedó aprobado el 10 de agosto de 1865, AHN, Ultramar, 4666.
85 Sobre la actitud de Dulce ante la nueva ordenanza, Roldán de Montaud, 57 / 169-170
(Madrid, 1982): 633-634.
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cipados86. En cuanto a los existentes, ingresarían en el depósito cuando concluyera su consignación y el gobierno proveería todo lo necesario para su subsistencia y remuneración, ocupándolos en obras públicas mientras permanecieran en esa situación. Podría dejar en entera libertad y en las mismas
condiciones que los demás libres de su clase a los que ingresasen en el depósito y hubieran cumplido cinco años de consignación. Como en el futuro no habría más consignaciones, quedaba revocada la facultad concedida a los gobernadores superiores civiles. Este «importantísimo decreto sobre emancipados»
era, según la Revista Hispano-Americana, «el principio del fin»87. Ponía término al problema emancipado y a los abusos de cara al futuro. En todo caso,
con posterioridad sólo se registró un nuevo apresamiento de bozales en las
costas cubanas.
Preocupado por no privar de brazos a los plantadores durante la zafra, una
vez más, el general Dulce hizo caso omiso de las disposiciones del gobierno.
Finalmente, cedió: el 4 de marzo de 1866 dispuso que los emancipados pertenecientes a las 33 expediciones más antiguas fueran presentados en el depósito
a fin de entregarles gradualmente su carta de libertad88. Desde noviembre de
1865 hasta mayo de 1866 Dulce extendió 421 cartas a los 6.650 emancipados
existentes. Valiente reconocía que finalmente el gobierno había prescrito de
manera enérgica la puesta en libertad de los emancipados y que por tal motivo
se produjeron desacuerdos entre el Ministerio y los sucesivos capitanes generales. Aunque remoloneando, Dulce había concedido cartas de libertad, pero
muy pronto las cosas habían vuelto a su estado acostumbrado y, sometido a la
presión de los plantadores, abandonó la concesión. De ser cierta la afirmación
de Valiente, esta conducta de Dulce condujo a su relevo en mayo de 186689.
Durante los años siguientes los sucesivos gobernadores concedieron cartas de
libertad a un ritmo extremadamente lento y continuaron consignando emancipados, contraviniendo la ordenanza de 186590.
86
Se quería resolver el problema de mano de obra que planteaba la ocupación de la colonia española del Golfo de Guinea. Desde 1860 diversas reales órdenes habían dispuesto el envío de emancipados, sin que las autoridades de Cuba procedieran al embarque, Rodríguez San
Pedro, 1865, II: 462-464. Granda (Madrid, 1984): 562-563. Castro (Madrid, 1994): 7-19. En
agosto de 1862 llegaron 200 emancipados, únicos que fueron enviados, aunque durante varios
años las instrucciones de Madrid fueron terminantes. García Cantús, 2002: 454-465.
87 Revista Hispano-Americana, 4 / 23 (Madrid, 1865): 504-507.
88 Citado en la comunicación de Manzano al ministro de Ultramar, 15 de febrero de 1867,
AHN, Ultramar, legajo 4666.
89 Valiente, 1869: 20.
90 La correspondencia que muestra el conflicto permanente entre el gobierno de Madrid y
los generales Dulce, Lersundi y Manzano en AHN, Ultramar, legajo 4666.
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En septiembre de 1868 un movimiento revolucionario puso fin al reinado
de Isabel II y poco después se inició en Cuba un estallido independentista. Los
insurrectos adoptaron el principio de abolición, lo cual obligaba al gobierno de
Madrid a tomar medidas para evitar que los Estados Unidos reconocieran el
estado de beligerancia e intervinieran en el conflicto. En mayo de 1870, el ministro de Ultramar Segismundo Moret escribía al capitán general: «Francia e
Inglaterra no nos ayudarán mientras sigamos teniendo esclavos, y esta palabra
[esclavitud] da derecho a Norteamérica a mantener suspendida sobre nuestras
cabezas una amenaza»91. Por ello, a pesar de la oposición de los esclavistas cubanos, en julio de 1870 las Cortes aprobaron la Ley Moret, una ley preparatoria para la abolición de la esclavitud. En su artículo V se declaraba libres a todos los esclavos del Estado y a quienes a «título de emancipados estuvieran
bajo la protección del Estado». El hecho de que una ley para abolir la esclavitud se ocupara de un grupo jurídicamente libre mostraba, una vez más, que la
libertad de los emancipados había sido meramente nominal y que la ordenanza
de 1865 había quedado incumplida92.
Con la contienda quedó en suspenso la concesión de cartas, que se reanudó
en septiembre de 1869 cuando se declararon exentas de la dependencia del gobierno las expediciones aprehendidas en 1841 y 1842; en febrero de 1870, las
capturadas entre 1843 y 1849, y en junio las apresadas entre 1849 y 1853. La
Ley Moret no representaba una novedad, sino la culminación de un proceso ya
en marcha, cuyo ritmo se aceleró: el 7 de octubre se concedió su carta a los negros apresados entre 1855 y 1858; el 27, a los que lo habían sido en 1858,
1859 y parte de 1860; en diciembre, a los capturados entre 1862 y 1866, que
eran los últimos93. En total obtuvieron sus cartas 3.192 emancipados94. Pero
las autoridades de Cuba les obligaron a contratar su trabajo durante seis años
por un salario inferior al del mercado y, además, les forzaron a que consintieran que sus cartas de libertad fueran custodiadas por los amos en garantía del
cumplimiento de los contratos, lo que equivalía a sentenciar al emancipado a
esclavitud. El gobierno de Madrid se opuso enérgicamente y el 28 de septiembre ordenó que semejante cláusula desapareciera, pero ya se habían firmado
91
Thomas, 1973, 1: 341.
Roldán de Montaud, 57 / 169-170 (Madrid, 1982): 638.
93 Caballero de Rodas al ministro de Ultramar, 29 de octubre de 1870. «Gobierno superior político de la provincia de Cuba. Resolución», Gaceta de la Habana, 6 de diciembre de
1870.
94 Estado demostrativo del número de libertos que han adquirido la libertad por estar
comprendidos en los cinco primeros artículos de la ley de junio, Junta Central Protectora de
Libertos, 11 de mayo de 1875, AHN, Ultramar, legajo 4882, vol. III y IV, cfr. Corwin, 1967:
249.
92
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1.777 contratos de aquel tipo. No cabe mayor crítica que las palabras del abolicionista Rafael María de Labra: «Las contratas de 1870 son lisa y llanamente
la esclavitud; pero la esclavitud hipócrita y cobarde. Por el ingenioso medio de
estos contratos, los emancipados en Cuba volvieron a caer en los moldes de la
antigua servidumbre, y ésta fue una manera hábil de eludir los preceptos de la
ley preparatoria [...]. ¿Se necesita el trabajo forzoso siquiera sea retribuido?
Pues no hablemos de libertad»95.
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Fecha de recepción: 3-5-2010
Fecha de aceptación: 19-7-2010
IN THE BLURRED BOUNDARIES
OF FREEDOM: THE CASE OF LIBERATED
AFRICANS IN CUBA, 1817-1870
In this article we study the group of Africans that were taken to Cuba to be turned into
slaves and were declared legally free due to the application of international treaties and the
pressure of British abolitionist groups because the ship they were being transported on was
captured. However, the so-called emancipated blacks, approximately 26,000, were assimilated
as slaves in fear of their becoming a disruptive factor in the social order, due to the need of labor for the sugar plantations and the appearance of a lucrative business for the authorities.
This study covers the period from their origin in 1817 to their disappearance in 1870.
KEY WORDS: Liberated africans, slavery, abolitionism, Cuba.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 159-192, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2011.007
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, núm. 251
Págs. 193-230, ISSN: 0034-8341
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CENSOS LATO SENSU.
LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD Y EL NÚMERO
DE ESCLAVOS EN CUBA*
POR
JOSÉ ANTONIO PIQUERAS
Universitat Jaume I
Historia Social Comparada
(Unidad Asociada del CSIC)
Durante la mayor parte del siglo XIX las estadísticas de población esclava de Cuba fueron deliberadamente inexactas. El presente artículo, basado en un análisis de censos oficiales y reservados, en informes británicos y estimaciones demográficas, reconsidera el número
de esclavos existente en Cuba entre 1867 y 1886. De ello resulta una reevaluación de su
monto, de las necesidades laborales en los ingenios y de las condiciones de disolución de la
esclavitud.
PALABRAS CLAVE: Esclavitud, Cuba, censos, abolición, plantación.
EL INUSITADO INTERÉS POR CONOCER EL NÚMERO CIERTO
DE ESCLAVOS
En agosto de 1882 el cónsul general británico en La Habana, Lionel Carden, dirigía a las Cámaras del parlamento de su país un informe acerca del número y condiciones de los esclavos en Cuba. El expediente obedecía a un
mandato de Lord Grenville, secretario del Foreign Office, un viejo apellido
que volvía a relacionarse con el tema de la esclavitud siete décadas después de
la supresión de la trata, solo que esta vez, cuando únicamente restaban dos im* El presente texto ha sido realizado en el marco del proyecto HAR2009-07037/HIST del
Ministerio de Ciencia e Innovación.
194
JOSÉ ANTONIO PIQUERAS
perios esclavistas en América, el español y el brasileño, el ímpetu abolicionista inglés se había atemperado y la diplomacia victoriana se conformaba con
los proyectos de extinción que se habían emprendido en la mayor de las Antillas.
Carden comenzaba a ser un buen conocedor de la isla, a la que había sido
destinado en 1877; después de 1902 sería el primer embajador de su país ante
el gobierno de la República. En 1882, el joven funcionario se creía en la necesidad de prevenir a los parlamentarios de una constante histórica: la dificultad
de conseguir estadísticas de cualquier especie referidas a la isla caribeña, «y
mucho más en un asunto de tan gran interés como es la esclavitud sobre cuyo
conjunto y detalles los hacendados, como clase, han hecho siempre lo posible
por negar datos»1.
El 13 de febrero de 1880 el gobierno español había promulgado la ley de
abolición de la esclavitud. La norma prorrogaba el trabajo forzado durante un
periodo de ocho años bajo la fórmula del patronato, con una módica retribución, y posibilitaba que cada año accedieran a la libertad un número de cautivos conforme a cinco supuestos: el acuerdo entre patrono y patrocinado, la renuncia unilateral del patrono, la indemnización por servicios de 30 a 50 pesos
anuales y la falta del patrono a sus obligaciones; al entrar en el quinto año de
patronato, se iría dejando libre la dotación por cuartas partes, de mayor a menor edad. Los libertos debían acreditar un contrato de trabajo o un oficio conocido para evitar ser tenidos por vagos y obligados a servir en las obras públicas, que era una forma de sujetarlos y favorecer los convenios con los antiguos
patronos2.
La primera cuestión, entonces y ahora, consistía en establecer con certeza
la cifra de los que había antes de iniciarse el proceso abolicionista y el número
de los que en 1882 seguían en cautividad: «Probablemente nunca se ha sabido
con exactitud el número de los esclavos que hay en Cuba —afirmaba el diplomático— pues bien con objeto de ocultar las infracciones de los Tratados de
Comercio de esclavos, por parte de las autoridades; bien por eludir los impuestos de capitación, por parte de los hacendados, se han hecho siempre padrones
1
Comercio de esclavos. Memoria del representante Cónsul General Carden, sobre el número y condición de los esclavos en Cuba. Presentada a ambas Cámaras del Parlamento por
orden de S.M., 5 de agosto de 1882, traducción del inglés que se acompaña, Archivo Histórico
Nacional, Madrid (AHN), Ultramar, legajo 4884, n.º 183. Conforme a su hoja de servicios,
Carden ejerció de vice-cónsul en Cuba entre 1877 y 1883, regresando a La Habana en 1898 en
calidad de cónsul general. The New York Times, 17 de octubre de 1915.
2 La ley de 1880, en Pérez-Cisneros, 1987: 137-143.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 193-230, ISSN: 0034-8341
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CENSOS LATO SENSU. LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD Y EL NÚMERO ...
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falsos y hasta ahora no se ha presentado ningún censo de la población esclava
digno de crédito en cuanto a exactitud»3.
En definitiva, nunca se había conocido con exactitud el número de esclavos habidos en Cuba porque los hacendados, como clase, en las palabras
exactas del informe, habían puesto todas las dificultades para que se supiera,
habían falseado los datos de sus dotaciones y demás servidumbre, y las autoridades nunca habían puesto demasiado empeño en levantar padrones exactos. No era un problema de tolerancia de la metrópoli o de venalidad de los
capitanes generales: era la clave del consenso colonial fraguado en la década
de 1820, cuando al primer contrabando, atribuido a la incapacidad de controlar las costas, le sucede el comercio ilegal a gran escala amparado por España sobre el que se sella la fidelidad a la Corona de la clase de los hacendados,
y con ésta, la de los múltiples beneficiarios insulares de la prosperidad de
una colonia esclavista que al socaire de la revolución industrial ingresaba en
su edad de oro.
La preocupación sobre la dificultad de establecer el número de esclavos
realmente existente en Cuba a la altura de 1882 revela la desconfianza ante el
proceso que se había emprendido, debido a las reiteradas burlas que en el pasado se había hecho de los tratados internacionales. Había, luego se verá, un
segundo objetivo: la repercusión que la transición laboral pudiera tener en la
producción azucarera y en los negocios en los que el capital británico tenía
intereses. Para el historiador actual el conocimiento del monto de esclavos
en el momento en que se lleva a cabo el largo proceso de abolición (18701886), en particular en la segunda fase, de 1880 a 1886, lejos de suponer un
ejercicio de precisión estadística, ofrece dos motivos de atención, a cual más
destacado: a) el análisis de las condiciones y los procedimientos por los que
los esclavos dejaron de serlo; y b) las características de la gran industria azucarera en la última etapa de empleo de trabajo forzado y el papel que éste desempeña en la optimización del sistema, precisamente en la fase que antecede y acompaña a la «revolución azucarera» que da origen al central y a la
conversión de numerosas haciendas agro-industriales en colonias de caña,
con la consiguiente transformación de la estructura laboral4. Las cifras que
lleguen a ser acreditadas sobre el número de esclavos y su localización introducen un factor que matiza o rectifica algunas de las explicaciones más conocidas sobre dos procesos que han llamado poderosamente la atención de
los investigadores.
3 Comercio de esclavos. Memoria del... Cónsul General Carden, AHN, Ultramar,
leg. 4884, n.º 183. Cursivas nuestras.
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El volumen efectivo de esclavos, su retención y concentración en la actividad agro-azucarera en detrimento del servicio doméstico y las labores urbanas nos informa de la alta consideración que merece la fuerza de trabajo
existente y de las limitadas alternativas que se consideran viables, de la estructura productiva en plena fase de transformación de la industria y de la actitud de los hacendados ante la abolición, procurando aplazarla en función
del capital que los esclavos representan y al suponer un factor de difícil sustitución5.
El incremento de la producción de dulce a lo largo de la mayor parte del siglo XIX descansó en un empleo masivo e intensivo de mano de obra esclava
encadenada al desarrollo de la capacidad tecnológica del procesamiento de la
caña, pues como ilustró Moreno Fraginals, la mecanización de la manufactura
azucarera obligaba a incrementar el promedio de esclavos empleados por ingenio. Esa relación concreta entre desarrollo de la manufactura y demanda de
mano de obra dio lugar a una doble situación: el aumento de la productividad
por esclavo de la dotación en términos de arroba fabricada, y el estancamiento
o retroceso de esa productividad respecto de la caña sembrada, pues el aumento del volumen de producción descansaba en la ampliación de la superficie
cultivada y en el aumento del número de trabajadores hasta un punto en que su
rendimiento resultaba marginal, sin guardar proporción con cada empleado
que se incorpora y el valor que representa6. A la vista del desarrollo de la economía azucarera insular, podemos concluir que el aumento prolongado de la
demanda de dulce y los precios altos, probablemente también la intensificación de la explotación del esclavo, compensaron durante un largo periodo los
efectos negativos de un modelo que la teoría podría considerar obsoleto y que
de hecho se cobraba los ingenios menos eficientes. El contexto que lo explica
es el propio de la segunda esclavitud7.
EL ENIGMA DE LAS ESTADÍSTICAS, LA CUANTIFIACCIÓN DE LA FUERZA
LABORAL
Mencionaba Carden que el registro de población de 1867 había sido
«una de las primeras tentativas formales» acometido por el Gobierno «para
4 La expresión es de Jenks, 1966: 56-60. El proceso de cambio, en Moreno Fraginals,
1978, y en detalle, en Iglesias, 1998. La creación del mercado laboral en Balboa, 2000.
5 Piqueras, 2002: 214-251.
6 Moreno Fraginals, 1978, I: 212-214, II: 28-29.
7 Tomich, 2004: 56-71.
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conocer exactamente el número de esclavos»8. El número exacto de esclavos acabaría convirtiéndose en uno de los secretos mejor guardados en la Isla
de Cuba, donde la discreción no parecía ser la mejor cualidad de sus habitantes.
Ahora bien, ¿qué razones podían existir para que hacia 1867 se despertara
el interés del gobierno español por «conocer exactamente el número de esclavos», después de décadas de indiferencia no menos interesada? El 29 de septiembre de 1866 se promulgó un real decreto (elevado el 17 de mayo de 1867 a
rango de ley) «Para la represión y castigo del tráfico negrero», con la finalidad
de aplacar las críticas internacionales, en particular, la de los Estados Unidos,
que inquietaba la posesión tranquila de la colonia; la medida se adelantaba al
acuerdo que Inglaterra negociaba con aquel país para cerrar el aprovisionamiento de africanos con destino a América.
David R. Murray se ha hecho eco del aumento de la presión internacional
sobre España a partir de 1865, cuando en los años inmediatamente anteriores
la expansión británica en el golfo de Guinea cierra las fuentes de aprovisionamiento del continente africano mientras el gobierno de la Unión emprende medidas efectivas de persecución de la trata; a partir de 1863 dejan de salir expediciones negreras desde Nueva York, cuando en los tres años anteriores, en
plena Guerra de Secesión, habían partido 170 expediciones cuyo destino, al retorno de África, eran los puertos de Cuba y Brasil9.
El decreto de 1866 (ley de 1867) «Para la represión y castigo del tráfico negrero» ordenó un empadronamiento general haciendo caso de todos los esclavos y
declaró libres a cualquier persona de color que no estuviera inscrita y a los que en
adelante nacieran de éstos. El empadronamiento se verificaría en esta ocasión mediante inspección ocular de los funcionarios, procurando hacerse en el mayor número de poblaciones y fincas simultáneamente para evitar ocultamientos. El censo se haría por distritos, se abriría un registro a cada esclavo donde se haría constar un número de orden, filiación exacta y un breve resumen de los contratos que
modificara su dominio y estado civil. El decreto imponía severas penas por ocultamiento de esclavos, falseamiento del padrón e irregularidades cometidas por los
funcionarios en el desempeño de esta labor. Por vez primera la ley contemplaba
también la posibilidad de que las autoridades realizaran registros en el interior de
las fincas en persecución del tráfico de bozales. Hasta el 18 de junio de 1867 no se
dictó por real orden el reglamento para la ejecución de la ley10.
8 Comercio de esclavos. Memoria del representante Cónsul General Carden, AHN,
Ultramar, leg. 4884, n.º 183.
9 Murray, 1980: 299-308.
10 Ortiz, 1987: 351. El decreto-ley de 1866, en Pérez-Cisneros, 1987: 103-123.
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El padrón comenzó a levantarse el mismo año de 1867, a partir de junio, y
se dio por concluido el 14 de diciembre. En la confección del padrón se combinó el cumplimiento de las normas con cierta indolencia de los funcionarios y
una calculada desconfianza de los propietarios en la aplicación rigurosa de la
ley, en la que intuían una finalidad fiscal relacionada con algún impuesto de
capitación. Más, en efecto, como creyera el cónsul, quizá sea el documento
más próximo a la realidad de cuantos se habían elaborado hasta entonces y de
los que a continuación se hicieron antes de 1880.
El padrón de 1867 arrojó un total de 402.167 esclavos11, según se supo
quince años después, pues el documento oficial no llegó a hacerse público entonces con esos guarismos12. La cifra de 402.167 ofrecida por el padrón inédito hace ascender la proporción de esclavos al 26,7% de la población y sitúa el
total de africanos y de descendientes de africanos en el 44,5%, magnitudes que
restituyen el color de la isla al peor de los escenarios imaginados por los defensores de una cubanidad blanca y explican, a la vez, las bases de la expansión económica de dos décadas prodigiosas, las anteriores.
El censo de 1861, calificado por Pérez de la Riva como «el más detallado
de todos los censos coloniales y uno de los más exactos»13, daba la cifra de
370.553 esclavos14. Un recuento de 1865 proporcionaba la suma de 363.086;
el censo de enero de 1869 prácticamente lo copia, limitándose a añadir 202 esclavos a la cantidad de cuatro años antes, a título de actualización15. También
en plena guerra, en 1871, «en un periodo de gran excitación y tumulto», otro
recuento dio un total de 231.699 cautivos16, aunque aquí el cónsul se confunde
11 Comercio de esclavos. Memoria del representante Cónsul General Carden, AHN,
Ultramar, leg. 4884, n.º 183.
12 Marrero, 19782, I: 192, se limita a citar 344.600 esclavos, un 14,3% menos.
13 Pérez de la Riva, 1975: 456. La comisión del censo de 1899 llegó a la misma conclusión (y erraba al considerar el de 1867 una estimación). Ver Report of de Census of Cuba 1899,
1900: 705-709. Kiple, 1976: 63, hace notar las diversas versiones que existen de este censo,
con pequeñas variaciones, la más importante la inclusión de 6.650 emancipados entre los libres
de color, en lugar de hacerlo con los esclavos.
14 Noticias estadísticas de la Isla de Cuba en 1862, 1864: 7, «Censo de población según el
cuadro general de la comisión ejecutiva de 1861». El «Censo de población de la Isla de Cuba
en el año que terminó en 1.º de junio de 1862», incluido en la misma obra (p. 9), ofrece, sin embargo, la cifra de 368.550 esclavos; la disparidad se extiende al número de emancipados: 4.521
frente a los 6.590 del censo proporcionado por la comisión ejecutiva.
15 Datos estadísticos reunidos el 4 de enero de 1876, AHN, Ultramar, Leg. 4883, n.º 1. La
información de 1865, cabe anotar, fue remitida al Ministerio de Ultramar dos años más tarde,
el 6 de abril de 1867. El censo de 1869 por jurisdicciones, en Sedano, 1873: 152-153.
16 Comercio de esclavos. Memoria del representante Cónsul General Carden, AHN,
Ultramar, leg. 4884, n.º 183.
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y ofrece datos parciales: los adelantos del censo ofrecieron diferentes cifras
antes de su cierre el 30 de junio, que elevó el recuento a 287.62617. En 1877 un
nuevo censo de población dejó el número oficial de esclavos en 189.596, aunque en una versión posterior se publicó la suma de 195.56318.
Entre 1871 y 1877 la Ley Moret había posibilitado, según fuentes gubernamentales, la libertad de 31.071 esclavos, otros 10.071 habían pasado a ser
libres por causas ajenas a la ley y se calculaba en 17.834 el número de los esclavos que entre tanto habían fallecido19. Es una de las escasas veces en que
se ofrece información oficial sobre mortalidad de la población esclava: los
fallecidos representaban el 6,2% del recuento de 1871, cuando han dejado de
contabilizarse los nacidos y los mayores de 60 años, que la ley había declarado libres; al mismo tiempo, la tasa de mortalidad anual es inverosímil, el
1,06% si realizamos un descuento similar en cada uno de los seis años de las
personas que por haber accedido a la libertad o por fallecimiento dejan de
computarse. Si damos por muertos también a los 29.550 de diferencia entre
los datos oficiales de 1871 y 1877, sobre los que las autoridades no se toman
la molestia de interrogarse ni las fuentes censales ofrecen una pista después
de haberlos hecho «desaparecer», la tasa anual de mortalidad se sitúa en índices más razonables, del 4,2%. La Junta de Colonización publicó que en
aplicación de la Ley Moret, hasta mayo de 1875 habían accedido a la libertad
50.046 esclavos, sin incluir a los de La Habana, sobre los que se carecía de
información. El apartado más numeroso, 32.813, correspondía en realidad a
los que habían nacido libres después de septiembre de 1868, de cuya situación nos ocuparemos más adelante; únicamente el resto correspondía a verdaderos libertos.
Los datos ofrecidos por la Junta de Colonización en 1875 permiten algunas conclusiones relevantes. Deducidos los frutos de los vientres libres, de
los 17.233 libertos registrados hasta esa fecha, el 80% había sido declarado
libre por motivos de edad —tener más de 60 años al promulgarse la ley o
cumplir 60 años—, el 1,7% por servicios patrióticos (combatir a los insurrectos) y el resto debido a causas que no son citadas. Eso significa que en torno
al 18% de las libertades eran imputables a acuerdos entre las partes, a manumisiones, coartaciones y denuncias por sevicia. Es muy posible que la perspectiva de la abolición gradual alentara fórmulas destinadas a adelantar la
17 Datos estadísticos reunidos el 4 de enero de 1876, AHN, Ultramar, leg. 4883, n.º 1. El
censo de 1871 por jurisdicciones, en Sedano, 1873: 154-155.
18 Iglesias, 1979: 181 y 185.
19 Informe del general Jovellar de 15 de marzo de 1877, AHN, Ultramar, leg. 4883, n.º 1.
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extinción del vínculo esclavo a cambio de compensaciones pecuniarias o
acuerdos laborales.
En segundo lugar, se hace evidente que el proceso de liberación se llevó
con lentitud hasta la práctica finalización de la guerra, en 1878, pero no necesariamente debido a este motivo: los años de 1871 y 1872 los precios del azúcar alcanzaron una cotización récord, se mantuvo elevada en los ejercicios siguientes y volvió a subir en 1877, por lo que puede deducirse que los propietarios retuvieron al máximo una mano de obra que les era indispensable para
producir, justo cuando más rentabilidad podía extraerse de la cosecha. Precisamente, las presiones ejercidas por los hacendados sobre el gobierno, favorable
a sus intereses desde la muerte de Prim, retrasó la aprobación del reglamento
de ejecución de la Ley Moret dos años, hasta agosto de 1872. Antes de la publicación del reglamento accedieron a la libertad apenas 6.612 esclavos, tres
de cada cuatro en aplicación del artículo 5.º de la ley, el que declaraba libres a
los que eran propiedad del Estado y a los que a título de emancipado también
estaban bajo su administración; unos 1.300 adquirían la libertad al haber cumplido 60 años20.
En 1877 el cónsul británico en La Habana se basaba en el movimiento de
población a partir del censo de 1861, que tomaba por el último fiable, y en la
evolución de la importación de asiáticos, interrumpida en 1873, para llegar a
la conclusión de que la población existente en Cuba era «completamente inadecuada a la que requiere del país»; de no ser rápidamente suprimida la rebelión, añadía, la población laboral seguiría disminuyendo y, con ella, proporcionalmente, las producciones. El antecesor de Carden evaluaba la existencia en
la agricultura de unas 300.000 personas, 250.000 negros y 50.000 asiáticos, y
calculaba que el sostenimiento de la producción de la isla requería hasta medio
millón de trabajadores. Concluía también que el negro era «sin comparación el
inmigrante más valioso para los trópicos», pero no podía pensarse en sustituir
la esclavitud por emigración libre desde África; la organización de la inmigración, en suma, era el reto más importante que tenía por delante la agricultura
cubana21. Sobre este tema regresaba en el Report del año siguiente para señalar que si el final de la guerra permitía pensar en la reincorporación al trabajo
del campo de quienes habían luchado en las fuerzas insurgentes, la próxima
abolición de la esclavitud exigía resolver el problema de la inmigración; al20
Sedano, 1873: 156.
Parliamentary Papers, Consular Reports. Spain, Havana. Report by Consul-General
Couper upon Trade, Commerce, Agriculture & c., of the Island of Cuba to the end Crop
1876-77: 220-221.
21
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gunos esperaban la solución de la reanudación del tráfico de asiáticos contratados, que debía negociarse con el emperador de China, mientras el Círculo
de Hacendados se había dirigido al rey reclamando auxilios para salvar a la
isla22.
Siguiendo con la información consular británica, en 1879 encontramos
uno de los análisis más detallados de la relación entre población, trabajo e industria azucarera. De acuerdo con la estadística hecha pública por el gobierno, el número de esclavos empleados en el cultivo de azúcar ascendía en
1877 a unos 110.00, de ellos 90.782 pertenecientes a las dotaciones de los ingenios, mientras había 20.785 esclavos alquilados y trabajadores libres, en
su gran mayoría pertenecientes a la primera categoría, que eran arrendados
por sus dueños. El número de asiáticos ascendía a 14.618. De los más de
126.000 trabajadores en el azúcar, la mitad se concentraba en la provincia de
Matanzas23, siempre conforme a un censo que pronto se descubrió inexacto.
El censo de población de la Isla de 1877, que fue estudiado con el rigor al
que la doctora Fe Iglesias nos tiene habituados, llegó a publicarse en tres versiones con magnitudes dispares24. Pérez de la Riva lo considera fruto de un
desbarajuste que se hizo preciso corregir después, a las puertas de la paz. El
número podría ser inexacto, pero si en algún lugar estaba ocultándose era en
los campos.
La estadística recogida por los británicos no hacía justicia a los empleos
efectivos en los ingenios. Un ejemplo permite corroborarlo y nos sitúa ante
una lectura que ha pasado desapercibida a muchos autores que se han interesado por la esclavitud en la época de 1870 a 1886. Veamos. La ley preparatoria
de la abolición había establecido que los libertos nacidos de esclava adquirían
la condición de patrocinado del dueño de la madre, que atendería sus necesidades y aprovecharía su trabajo a modo de aprendizaje sin retribución alguna,
hasta que al llegar a los 18 años se le fijaría un jornal, la mitad del reconocido
a un hombre libre, recibiendo la mitad y pasando el resto a formarle un peculio; al cumplir 22 años, el liberto cesaba en el patronato y obtenía los ahorros.
La ley de 1870 no ponía fin a la esclavitud infantil, como podría deducirse de
su enunciado popular, vientres libres, puesto que los nacidos con posterioridad
al 17 de septiembre de 1868 estaba previsto que comenzaran a trabajar al alcanzar la edad adecuada y solo llegaran a ser retribuidos después de cumplir
22
Parliamentary Papers, Consular Reports. Spain, Havana. Report by Consul-General of
the Island of Cuba for the Financial Year 1877-78: 258-264.
23 Parliamentary Papers, Consular Reports. Spain, Havana. Report by Consul-General of
the Island of Cuba for the Year 1879: 1802.
24 Iglesias, 34 (1979): 167-209.
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18 años. Por cuestión de plazos, los primeros libertos-patrocinados regulados
por la ley de 1870 comenzarían a percibir un salario en 1886 y hubieran adquirido derechos plenos en septiembre de 1890 y años sucesivos. Únicamente si
el liberto-patrocinado contraía matrimonio —las mujeres después de los 14
años y los varones de los 18— el plazo podía verse ligeramente abreviado; si
los padres accedían a la libertad cesaba asimismo el patronato del menor siempre y cuando resarcieran al patrono de «los gastos hechos en beneficio del liberto», esto es, los necesarios para su sostenimiento, vestido, atención en las
enfermedades, enseñanza y, en su caso, el aprendizaje de un oficio. La Ley de
1880 no modificó el estatus de los libertos-patrocinados. Desconocemos en
qué medida esta circunstancia influyó en las estrategias de manumisión, pues
se introdujo un incentivo por el que con la coartación, la compra por familiares
libres o el pacto con el dueño, la liberación de la madre facilitaba la libertad
plena de los hijos patrocinados nacidos después de 1868 con un coste que variaba y no hemos logrado determinar.
La utilización de estos menores no es tenida en cuenta por los estudios
que estiman el volumen de mano de obra sometida, esclava en la práctica, a
disposición del sector azucarero. La edad de trabajo considerada útil en los
estadillos internos de los ingenios es de 12 años, sin embargo con frecuencia
eran empleados a partir de los 10. A efectos de nuestro cálculo, los nacidos
con posterioridad a septiembre de 1868 fueron una década después mano de
obra adicional, hacia 1878-1879. ¿Qué podía representar el trabajo de los libertos-patrocinados? Atendamos un caso. En enero de 1886, de los 112 patrocinados de la dotación del ingenio Santa Rosalía, en la jurisdicción de
Cienfuegos, 61 tenían una edad inferior a 18 años, eran libertos-patrocinados
conforme a la Ley Moret; de ellos, prácticamente la mitad estaba en condiciones de ser empleada en el trabajo sin percibir retribución alguna25. En sentido estricto, la dotación de esclavos-patrocinados del Santa Rosalía la componían 52 personas, mientras la dotación adicional, en una estimación basada en una distribución homogénea de la edad de los libertos-patrocinados era
de 30, de diez y más años, y de 24, si se respetaba la edad de doce años para
considerarlo útil. Eso representa entre un 40 y un 49% de fuerza laboral forzada adicional, una parte considerable en condiciones de aportar trabajo
adulto o semi-adulto.
Los censos, padrones y recuentos de esclavos en Cuba han sido objeto de
sucesivos intentos destinados a verificar su exactitud o, en su defecto, su grado
25 Relación de patrocinados de D. Ramón Blanco, 30 de enero de 1886. Biblioteca Nacional José Martí, Colección Manuscritos, Fondo Lobo, n.º 218.
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de desviación. El reputado especialista Juan Pérez de la Riva destacó la importancia que en el régimen colonial tuvo la información demográfica para prever
las necesidades de mano de obra o gravar su propiedad, al menos desde la
creación de un departamento de estadística durante el mandato del Capitán general Serrano, integrado por demógrafos cualificados que levantaron el censo
de 1861 —en la precisa coyuntura en que la guerra en los Estados Unidos comienza a hacerla problemática— y otros trabajos notables, antes de su desaparición con la guerra de 1868, cuando la estadística se torna subversiva. En diciembre de 1878 volvería a organizarse el departamento para ofrecer estudios,
dice el historiador, mucho mejores de lo que suele reconocerse, entre ellos el
censo de 188726. No puede decirse lo mismo de otros documentos generados
en la década de la guerra, una vez comienzan a vislumbrarse problemas para la
continuidad de la esclavitud y cuando a partir de 1868 el movimiento abolicionista hace progresos en Cuba y en la metrópoli y los gastos militares planean
sobre cuanto guarda relación con la mayor riqueza de la isla, el mundo del
azúcar.
CUADRO 1.
Documento
Censo
Recuento
Padrón
Censo
Recuento
Censo
Padrón
POBLACIÓN ESCLAVA EN CUBA (1861-1880)
Año
Número
de esclavos
1861
1865
1867
1869
1871
1877
1880
370.553
363.086
402.167
363.288
287.620
189.596
(a) 231.699 (a)
(a)
204.941 registrados y 32.123 pendientes de registro.
Fuente: Citadas en el texto.
Motivo de controversia, la desconfianza se ha extendido hacia todos los
censos por su falta de fiabilidad, pero al final los historiadores han regresado
sobre ellos, sea para disponer de una referencia en el conjunto de la población
o para ilustrar la continuidad de la trata, al objeto de analizar el proceso de disminución gradual o para evaluar su presencia en el régimen productivo azucarero27. El padrón de 1867 reúne un interés especial. Los resultados debieron
26
27
Pérez de la Riva, 1975: 456.
Desde la compilación de censos por Ortiz, 1987: 37-39, Scott, 1989: 117 y ss.
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contrariar ciertas previsiones y quizá deba a eso su silenciamiento y posterior
revisión. Para comenzar, proporciona las cifras más elevadas de esclavos censados en Cuba después de 184128. Años más tarde, en 1882, el Capitán general
Luis Prendergast explicó que formaba «un sólo cuerpo sin solución de continuidad»: no hubo otro censo provincial de esclavos hasta el adicional cerrado
en enero de 1871, que quedó anulado por órdenes del gobierno de enero de
1872 y abril de 187329. La adición fue un instrumento sumamente imperfecto,
repudiado por los propietarios y la Administración. Esa adición, a pesar de haberse dejado sin valor, tuvo consecuencias importantes pues más tarde sirvió
de base a las reclamaciones.
Conviene recordar que desde 1855 los propietarios de esclavos debían
tributar de 1 a 2 pesos por esclavo que poseyeran, según estado y edad. La
Ley Moret aumentó el impuesto de capitación para pagar las indemnizaciones de los nacidos entre septiembre de 1868 y julio de 1870. La ley ordenaba
también la libertad de los que no aparecieran en el censo de diciembre de
1869 y en el que debía terminarse el 31 de diciembre de 1870. Estos recuentos de 1869- 1870 no permitían incorporar nuevos esclavos a los registrados
en 1867, sino únicamente registrar los nacidos a partir de esa fecha, tal y
como estipulaba el reglamento de junio de 1867 que desarrollaba el decreto-ley de 1866 y regulaba el empadronamiento del que debía ser el censo
más exacto. Sin embargo, los esclavistas burlaron las leyes en el recuento de
1870 al rectificar las edades de los esclavos que poseían para «disputar la libertad a los sexagenarios», en palabras de la Sociedad Abolicionista Española. Algunos hacendados pretendieron además que las relaciones juradas
aportadas en las últimas fechas sirvieran para rectificar los censos anteriores
cuando no figuraban los esclavos que habían ocultado en 1867. El caso más
común, según se desprende de las reclamaciones, fue el contrario: para ahorrarse el impuesto de capitación numerosos propietarios evitaron declarar la
totalidad de sus dotaciones o pidieron rebajar las cifras anteriores, pues continuaban pensando que «el peligro que corrían era ilusorio. La situación de
Cuba no permitía la vigilancia [oficial] de los ingenios»30. Los hacendados
todavía pensaban que podían burlar un censo que percibían como un instru28 Resumen del censo de población de la Isla de Cuba a fin del año de 1841, 1842: 8. El
censo de 1841, asimismo muy apreciado por su exactitud, por Pérez de la Riva, 1975, y Moreno Fraginals, 1978, presentaba la cifra de 436.495.
29 Gobierno General de la Isla de Cuba (Reservado), La Habana, 5 de mayo de 1882, Luis
Prendergast, AHN, Ultramar, leg. 4884, n.º 160. La disparidad de orientación de los gobiernos
que anularon el recuento de 1871 (conservador antirreformista en 1871 y 1872, republicano
abolicionista en 1873) no permite atribuir a esta última medida un sentido político.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 193-230, ISSN: 0034-8341
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mento de imposición fiscal. Este comportamiento reiterado demuestra que
una vez aprobada la Ley Moret los hacendados consideraban que una abolición indemnizada, la única aceptable, no se vislumbraba en un horizonte cercano, y que siempre habría tiempo para declarar el número real de esclavos
que poseían, evitándose entre tanto pagar una parte del impuesto de capitación.
Después de 1870, según el testimonio de la Sociedad Abolicionista, el
ministerio de Ultramar admitió que pudieran solicitarse cambios sobre edades de los empadronados en 1867, como si se hubiera tratado de un error. La
denuncia no precisa los años en los que el ministerio se volvió tan complaciente con los hacendados, pero entre diciembre de 1870 y junio de 1872,
con la excepción de cinco meses, al frente del departamento se sucedieron
varios ministros de procedencia unionista, muy vinculados al partido español de La Habana y a la defensa de la esclavitud, entre ellos Adelardo López
de Ayala y Juan Bautista Topete. Únicamente el gobierno de la República,
por un decreto del ministro José Sorní, «tuvo aliento para hacer cumplir el
artículo 19 de la ley de 1870» y ordenó la libertad de 10.000 negros que aparecían como esclavos sin serlo conforme a derecho. La intranquilidad se extendió por la isla. Las fuentes de La Habana contabilizan 9.611 esclavos liberados al no hallarse registrados, lo que viene a coincidir con el decreto de
Sorní y confirma su ejecución inmediata. No obstante, la Sociedad Abolicionista consideró que este último número representaba una pequeña parte del
total de negros esclavizados indebidamente, pues estimaba en más de 70.000
los que no estaban inscritos en 1869 y 1871 ni después pudieron ser contabilizados en el censo de 1877 al no incurrir en ninguno de los supuestos reconocidos por la ley para ampliar el registro de 1867: haber nacido después de
esa fecha, haber sido apresados como cimarrones o ser declarados esclavos
por los tribunales31. Obviamente, estamos ante una estimación. Más adelante
veremos que era una aproximación cercana a la realidad. Supone un 36%
de esclavos más de los declarados en 1877. Esclavos, personas, fuerza de trabajo.
El cónsul británico corroboraba el modo de actuar de los propietarios en
los años anteriores: «se cree que muchos cuyos nombres no constaban en los
registros de 1867 ó 1871 y que por consiguiente fueron declarados libres,
30 Exposición que la Junta de la Sociedad Abolicionista Española eleva a las Cortes en 15
de abril de 1882, AHN, Ultramar, leg. 4884, n.º 166.
31 Exposición que la Junta de la Sociedad Abolicionista, 1882, AHN, Ultramar, leg. 4884,
n.º 166. La cifra de los 9.611 esclavos liberados, sin mención de fecha en el documento consultado, Scott, 1987: 101.
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JOSÉ ANTONIO PIQUERAS
permanecieron ilegalmente en la esclavitud»32. Al margen de algunos desembarcos aislados, en 1867 cesó la trata. Por las razones que fueran, básicamente fiscales, en ocasiones para no verse obligados a dar cuenta de los bozales
más recientes, hubo hacendados que no empadronaron la totalidad de sus esclavos. En 1882, cuando estaba en proceso de aplicación la ley de patronato,
los propietarios expresaron su interés por regularizar la situación, pues de no
hacerlo corrían serio riesgo de perder los patrocinados. Por el contrario, también existían razones para seguir ocultándolos hasta la extinción definitiva
del patronato, prevista en 1888, pues les evitaba la emancipación preceptiva
por edades de la cuarta parte de la dotación por año, medida contemplada por
la Ley de 1880 que debía ponerse en práctica a partir de 1884. El cónsul inglés mencionaba las estimaciones fiables que habían sido citadas en las Cortes españolas para cuantificar el número de esclavos que no se hallaban inscritos: 70.000 era la magnitud mencionada con frecuencia en medios abolicionistas, como hemos visto, y una cantidad similar era citada en los círculos
oficiales. Era evidente que los hacendados, en tanto grupo social con intereses compartidos y comportamiento análogo, habían puesto todas las trabas
que pudieran imaginarse al control censal de los esclavos. ¿Cómo iban a actuar de otro modo, si la totalidad de los africanos llegados después de 1820
habían sido importados infringiendo los tratados internacionales y la legislación española?
El escamoteo de un volumen tan desatacado de esclavos, un volumen de
trabajo rural cuya magnitud duplica la totalidad de esclavos existentes en
Puerto Rico en el momento de la abolición en aquella isla, en 1873, hubiera
debido llamar la atención de los expertos en historia de la producción azucarera. Pues significa que debieran revisarse las estimaciones sobre la relación entre empleo, producción y productividad.
El asunto ha sido mencionado algunas veces por la historiografía, de pasada y para ilustrar la complicidad de las autoridades con los hacendados. Por alguna extraña razón, la cuidadosa atención que se venía prestando a los aspectos numéricos de la esclavitud parecen esfumarse en los años que van de 1869
en adelante. El final anunciado, o el desenlace conocido por el historiador, parecen restar interés a la cuantificación de la fuerza de trabajo durante los tres
lustros que dura el proceso de reducción y supresión de la esclavitud. Es lógico que las cuestiones políticas, con una guerra de por medio, jurídicas —el debate de la abolición y el desarrollo normativo— y específicamente sociales
32 Comercio de esclavos. Memoria del representante Cónsul General Carden, AHN,
Ultramar, leg. 4884, n.º 183.
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—el lugar en el que queda el esclavo, el patrocinado y el liberto— reclamen
una atención destacada. Los aspectos relacionados, junto a los precios, el comercio y los convenios internacionales han merecido también la atención.
Pero la producción azucarera trabajada fundamentalmente con esclavos siguió
siendo la columna vertebral de la economía cubana. ¿Era indiferente el número de esclavos empleados cuando se sabía que serían los últimos en vivir en
cautividad?
La relajada discrecionalidad con la que los hacendados contemplaron estas
medidas censales comenzó a cambiar a raíz de promulgarse la Ley de abolición de 1880. En ella se estipulaba que los propietarios estaban obligados a entregar a los patrocinados antes del 31 de octubre de 1881 una cédula expedida
por la Junta Central de Libertos donde se anotaban sus datos personales y se
indicaba su condición. Conforme a la ley, se nombraron jueces inspectores dependientes de las Juntas de Patronato, que estaban autorizados a visitar las fincas y a recibir denuncias de los patrocinados. La citada previsión modificaba
de manera sustancial la relación de los esclavos y esta suerte de inspectores y
de mediadores, función esta última hasta entonces reservada a los síndicos que
rara vez se inmiscuían en los pleitos de las plantaciones. A propósito de la acción encomendada a los jueces-inspectores, el cónsul hacía constar en su informe que los esclavos «conocen la ley». La cuestión es que ahora se creaba
un procedimiento que posibilitaba el uso de la ley por los esclavos de campo.
Es evidente que el procedimiento normativo y la acción de los emancipados
cerca de sus antiguos compañeros de condición, a veces sus familiares, hizo
posible el proceso que de modo ejemplar describió Rebecca Scott: la participación activa de un número apreciable de esclavos por forzar y obtener su libertad33.
El cónsul británico reconocía en agosto de 1882 que se habían distribuido
135.000 cédulas en el plazo fijado por la norma y según los patronos faltaban
unas 2.000 por entregar34. Las cifras de las autoridades eran muy distintas. Conozcámoslas. En una nota de la Capitanía general de 27 de noviembre de 1879
se reconocía la existencia de 200.440 esclavos en la isla. De ellos, 170.448 estaban destinados a fincas rústicas y 29.992 a servicio doméstico35. La concentración en tareas agrícolas había alcanzado la mayor proporción en la historia
de la esclavitud, por encima del 85%, cuando en 1861 la población dedicada a
la totalidad de tareas rurales se situaba en el 79% y la que específicamente la33
Scott, 1987: 180-212.
Comercio de esclavos. Memoria del representante Cónsul General Carden, AHN,
Ultramar, leg. 4884, n.º 183.
35 Nota de 27 de noviembre de 1879, AHN, Ultramar, leg. 4883.
34
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JOSÉ ANTONIO PIQUERAS
boraba en los ingenios era el 46,7%36. En veinte años, el número de esclavos
en los ingenios había pasado de 172.000 a unos 160.000, cuando el número
absoluto de esclavos prácticamente se había reducido a la mitad.
Los datos citados por el Capitán general en una nota interna dirigida al ministerio de Ultramar a finales de 1879 eran provisionales. Al cerrarse el padrón
de esclavos el 25 de enero de 1880 se determinó que su número ascendía a
204.941, 15.345 más de los declarados en el censo de 1877. Había otros
26.758 esclavos cuyos propietarios reclamaron que fueran añadidos, y 5.365
más figuraban inscritos en el censo adicional de 1871 y ahora no eran reconocidos37. Todo apunta a que los 32.123 pendientes de calificación eran esclavos
no censados en anteriores padrones y que los hacendados hacían un nuevo intento de legalizar su posesión a fin de ver prorrogada su pertenencia. El total
de esclavos de facto era 231.699.
El Capitán general Prendergast recordaba al ministro que el padrón general
debía ser el cerrado el 15 de enero de 1871, «después de eliminados los individuos no inscritos en el de 1867», objeto precisamente del registro que había
ordenado hacerse en 1877 para proceder a emanciparlos38. El gobernador volvía sobre un hecho esencial: el padrón de 1871 únicamente debía eliminar a
los que hubieran sido declarados sin que hubieran constado en el realizado
cuatro años antes, y servía para confirmar los que se poseían dentro y fuera de
la ley; el censo de 1877 debía confirmar la situación y serviría para conceder
las cartas de libertad a los que correspondiera. A medida que se acercaba ese
momento las reclamaciones sobre los documentos censales anteriores se hicieron más frecuentes y los nuevos documentos fueron más confusos, puesto que
para muchos propietarios, o un corto número de grandes propietarios, se hacía
muy difícil legalizar con carácter retroactivo la ocultación de hasta 32.000 esclavos nunca antes declarados, al menos no declarados en 1871 y en fechas
posteriores.
Entre 1867 y 1880 se habían producido numerosas situaciones nuevas:
había entrado en vigor la Ley Moret; el Pacto del Zanjón reconoció la libertad a los esclavos combatientes en las filas rebeldes y se dio la libertad a los
esclavos que habían abandonado el ejército mambí en Oriente para adherirse
al español, en total sumaron unos 16.000 hombres; habían continuado las
manumisiones y las coartaciones tradicionales. La mortalidad natural se ha36 Noticias estadísticas de la Isla de Cuba en 1862. El porcentaje de 1861 le servía a Labra (1873: 30) para desvincular la prosperidad de la isla de la dependencia del trabajo esclavo.
37 AHN, Ultramar, leg. 4884, n.º 160.
38 Gobierno General de la Isla de Cuba (Reservado), La Habana, 5 de mayo de 1882, Luis
Prendergast, AHN, Ultramar, leg. 4884, n.º 160.
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bía cobrado sus réditos. Las cifras, sin embargo, cuadran mal para llegar a
los 231.699 de 1880 si tomamos por cierto el censo de 1871 en lugar del padrón de 1867.
El empadronamiento de 1880 se llevó a cabo en cumplimiento de lo dispuesto por el reglamento para el régimen y procedimiento de las Juntas Protectoras de Libertos de 5 de junio de 1877, después de varios aplazamientos
y en virtud de la real orden de 13 de enero de 1879. El padrón de 1880, que
debía tenerse por definitivo, fue confeccionado y publicado por las Juntas
protectoras locales mientras en Madrid se discutía el proyecto de abolición
de la esclavitud. El padrón fue cerrado cuando el Senado había concluido sus
debates sobre el tema y el Congreso realizaba los suyos bajo la orientación
del nuevo ministerio Cánovas que había reemplazado al presidido por Martínez Campos, promotor de la ley de abolición. El recuento, concluido tres semanas antes de promulgarse el 13 de febrero la Ley del patronato, debe admitirse como el más fidedigno pues iba a tener efectos inmediatos y carecía
de sentido ocultar propiedades o atribuirse otras sin la correspondiente cédula de acreditación; se corresponde, además, con la lógica demográfica, como
comprobaremos.
El empadronamiento de 1880, hasta donde conocemos, no sirvió de referencia del proceso emancipatorio39. Sin embargo la cifra de 231.699 esclavos
en el momento de aprobarse la ley de 1880, incluyendo a los 32.123 pendientes de calificación, hace más verosímil la evolución de la población desde el
censo de 1861 (370.553) y el padrón inédito de 1867 (402.167). Para ello hay
que tener en cuenta que la trata mantuvo niveles de reposición regulares hasta
1867 y que el índice de masculinidad entre los esclavos se redujo, facilitando
su reproducción.
El informe reservado del Capitán general Luis de Prendergast de mayo de
1882 al que hemos hecho referencia, utilizado por Lionel Carden en su Memoria al parlamento inglés, comprendía una serie de resúmenes anexos: el padrón
de 1867, el padrón de esclavos a fecha de 25 de enero de 1880, la relación de
reclamaciones a la misma fecha efectuada por los propietarios y quienes figuraban en la adición al censo de 1871 que en su día había sido desautorizado y
los propietarios volvían a reclamar su inclusión. Se acompañaba también el
censo de 1869. Todo ello venía registrado por jurisdicciones, lo que permite
analizar caso por caso, señalar las principales bolsas de fraude y encontrar algunas explicaciones. Así, el mayor número de reclamaciones de los propietarios tuvo lugar en las jurisdicciones de Pinar del Río, Guanajay, Cienfuegos y
39
Un esfuerzo de poner orden en los datos censales del periodo a través de las disposiciones y los empadronamientos, en Navarro Azcue, 1987: 113-123 y 207-216.
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La Habana, que concentraban el 60% de los casos. Si añadimos Cárdenas y
Sagua la Grande, seis de las 32 jurisdicciones de la isla reúnen el 72% de las
reclamaciones, tres se caracterizan por su relevancia azucarera. En Matanzas
se concentraban tres de cada cuatro demandas de inclusión por figurar los esclavos a los que se refieren en la adición del censo de 1871, pero que no habían sido declarados en 1867 —y, por lo tanto, no habían sido incorporados—
ni figuraban en los documentos posteriores. Conforme a la Ley Moret, eran
personas libres y había sido y eran retenidas de forma irregular. Podemos conjeturar que unos habían sido ocultados, otros, pocos, pudieron ser introducidos
en la isla después de 1867, otros habían sido adquiridos en el mercado interior
sin que pudiera probarse su procedencia, esto es, que estuvieran censados en
otra jurisdicción.
Si comprobamos los datos de 1880, reconocidos por la autoridad en enero
y en parte pendientes de resolución, advertimos que existe una gran similitud
en las cifras que corresponden a 1867, 1869 y 1880 en los casos Pinar del Río,
Guanajuay, San Cristóbal, Cárdenas, Guanbacoa y Sancti-Spiritus; se habían
producido descensos entre ligeros y del 25% en San Antonio de los Baños, Jaruco, Guanabacoa y Santiago de las Vegas. Contra toda lógica, en Matanzas el
número de esclavos era la mitad de 1869 y un tercio de los declarados en 1867,
lo que sitúa el fraude en uno de los principales núcleos del mundo azucarero.
Los mayores retrocesos se producen en La Habana, Colón, Sagua la Grande,
Cienfuegos, Trinidad, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba, donde es muy probable que se hubieran vendido esclavos a Occidente después de iniciada la
guerra. En Manzanillo y Guantánamo, en cambio, se mantenían niveles similares en las diferentes fechas40 (Cuadro 2).
El padrón de 1867 remitido por Prendergast en 1882 al Ministerio de Ultramar originó un verdadero terremoto. Era la primera vez que llegaba al gobierno y no concordaba con los datos de los que éste disponía. Figuraban, como se
ha dicho, 402.167 esclavos mientras en el cuadro general de población de
Cuba de 1869, que supuestamente partía del padrón de 1867, figuraban
363.288; la reducción en 38.879 esclavos dos años después presentaba algunos
problemas. Pero si los funcionarios hubieran aplicado una tasa de crecimiento
vegetativo negativa de 3,3% anual (infra) y hubieran evaluado las manumisiones en el 0,6% de media al año, como registró La Sagra41, las cifras se hubie40 AHN, Ultramar, leg. 4884, n.º 160. Los datos sobre Matanzas contrastan con el nivel de
producción de la provincia, puestos de relieve por Bergad, 1990.
41 La Sagra, 1862: 18. Las manumisiones entre 1851 y 1858 fueron 2.030 de media anual,
un 0,56% de la población esclava.
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CUADRO 2.
NÚMERO DE ESCLAVOS POR JURISDICCIONES EN LOS PADRONES Y CENSOS DE 1867,
1869 Y 1880
JURISDICCIÓN
Pinar del Río
Guanajay
San Cristóbal
Bahía Honda
Habana
Güines
S. Antonio de los Baños
Jaruco
Bejucal
Guanabacoa
Santiago de las Vegas
Sta. María del Rosario
Isla de Pinos
Matanzas
Cárdenas
Colón
Santa Clara
Sagua la Grande
Cienfuegos
Remedios
Santcti-Spiritus
Trinidad
Puerto Príncipe
Nuevitas
Morón
Santiago de Cuba
Guantánamo
Baracoa
Holguín
Manzanillo
Bayamo
Jiguaní
TOTAL
211
Padrón de
1867
Censo de
1869
Padrón de
1880
Reclamos
de 1880
15.107
16.223
6.870
4.700
24.862
12.175
11.562
11.490
6.351
4.395
2.963
1.830
298
49.586
23.856
41.622
10.714
25.395
25.445
10.880
5.154
11.198
12.256
1.688
650
45.206
8.822
1.539
4.620
1.891
2.390
429
15.947
16.138
6.322
6.472
29.919
27.361
9.993
9.766
5.690
4.549
4.947
2.078
266
31.621
27.323
33.957
6.930
18.384
17.172
9.425
7.276
9.493
12.875
1.620
394
28.727
8.536
1.584
3.873
1.820
2.304
566
9.066
8.456
5.796
1.158
9.477
8.299
7.779
7.281
3.528
3.187
2.762
1.328
204
10.872
19.400
26.716
3.385
14.026
7.842
5.771
4.989
6.416
6.254
703
285
18.375
6.086
978
2.375
1.622
407
118
5.787
3.579
966
313
2.924
329
818
494
224
256
423
111
17
439
1.707
623
744
1.800
3.537
607
102
86
79
0
7
515
185
40
16
10
19
1
402.167
(a) 363.328 (a)
204.941
26.758
Padrón
adicional
de 1871
291
95
9
1
3.919
495
31
154
218
152
5.365
(a)
Se ha rectificado la suma puesto que el original está errado.
Fuente: AHN, Ultramar, leg. 4884, n.º 160.
ran aproximado, con un desfase de unos 8.000 esclavos. La cuestión es que los
natalicios solo podían computarse hasta septiembre de 1868, por lo que la
mortalidad tendría que haber sido en la década de 1860 mayor de lo supuesto
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para que la evolución pudiera ser considerada natural. El censo de 1869, en
consecuencia, encerraba ocultaciones.
El ministerio no comprendía que el padrón de enero de 1880 mencionara
204.941 esclavos cuando el censo de 1877 consideraba que los esclavos de
hecho eran 189.596 y los de derecho 196.909, con un exceso en el último de
los confeccionados de entre 15.345 y 8.032 esclavos. El ministro de Ultramar calificaba estas diferencias de error grave y reclamaba una investigación
que determinara si la información contenía falsedades y si había un delito
punible. El ministro que interinamente ocupaba el cargo en 1882 por ausencia del titular era el general Arsenio Martínez Campos, ministro de la Guerra, comprometido con las reformas durante su corto mandato presidencial
(1879-80), que había impulsado el proyecto de abolición de 1880. Martínez
Campos le recordaba al Capitán general que el decreto-ley de 1866 declaraba
libres a las personas de color no empadronadas o inscritas, «sin que se admita prueba en contrario», y le instaba a averiguar los datos reales sobre el estado de la esclavitud42.
Por real orden de 2 de septiembre de 1882 se dispuso que las Juntas Protectoras de Libertos practicaran «un recuento escrupuloso de los esclavos».
El Gobernador general de Cuba reconocería cinco meses después que las
Juntas habían cometido graves errores sobre el censo de 1867 en los casos de
La Habana, Matanzas, Santa Clara y Santiago, especialmente las tres últimas
jurisdicciones. El nuevo recuento rebajaba en 56.426 el número de esclavos,
presuntamente contabilizados de forma equivocada en el documento de 1867
que se había hecho público en 1882. Era la manera más sencilla de resolver
el problema y de no creárselo con los hacendados: en lugar de admitir el
enorme fraude cometido durante trece años, bastaba con modificar el padrón
de 1867 a la conveniencia de la situación posterior. Una vez alterado el padrón de referencia, en Colón y Matanzas había 10.000 esclavos menos; en
Cienfuegos y Sagua eran más de 7.000 los deducidos, con una extraña coincidencia de guarismos; en Santiago la reducción superaba los 13.000 (Cuadro 3).
Las modificaciones coinciden con las jurisdicciones donde se concentraban los ingenios azucareros, donde mayor podía ser la ocultación a tenor de
los intereses y el poder de los propietarios. El caso de Santiago, en cambio,
apunta a la exportación de esclavos a Occidente durante la guerra. Si en 1880
casi todos estuvieron interesados en declarar las ocultaciones anteriores para
42 El Ministro de Ultramar al Capitán General de Cuba, 2 de septiembre de 1882, AHN,
Ultramar, leg. 4884, n.º 180.
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CENSOS LATO SENSU. LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD Y EL NÚMERO ...
CUADRO 3.
RECTIFICACIÓN EN 1884 DEL PADRÓN DE ESCLAVOS DE 1867
JURISDICCIÓN
Pinar del Río
Guanajay
San Cristóbal
Bahía Honda
Habana
Güines
S. Antonio de los Baños
Jaruco
Bejucal
Guanabacoa
Santiago de las Vegas
Sta. María del Rosario
Isla de Pinos
Matanzas
Cárdenas
Colón
Santa Clara
Sagua la Grande
Cienfuegos
Remedios
Santcti-Spiritus
Trinidad
Puerto Príncipe
Nuevitas
Morón
Santiago de Cuba
Guantánamo
Baracoa
Holguín
Manzanillo
Bayamo
Jiguaní
TOTAL
Padrón de
1867
Padrón de 1867
rectificado en 1884
Rectificación
15.107
16.223
6.870
4.700
24.862
12.175
11.562
11.490
6.351
4.395
2.963
1.830
298
49.586
23.856
41.622
10.714
25.395
25.445
10.880
5.154
11.198
12.256
1.688
650
45.206
8.822
1.539
4.620
1.891
2.390
429
15.107
16.223
6.870
4.700
21.923
11.907
10.393
11.230
6.075
4.077
2.502
1.699
288
39.479
26.146
30.052
7.692
20.484
18.064
9.593
5.134
10.468
12.256
1.688
650
32.050
7.823
1.539
4.719
1.891
2.390
629
=
=
=
=
–2.939
–268
–1.169
–260
–276
–318
–461
–131
–10
–10.107
2.290
–11.570
–2.022
–7.381
–7.381
–1.287
–20
–730
=
=
=
–13.156
–999
=
99
=
=
200
402.167
345.741
–56.426
Fuente: AHN, Ultramar, leg. 4884, n.º 160.
evitar que las Juntas decretaran la libertad de los no inscritos, a finales de 1882
la cuestión era la inversa, demostrar que no eran tantos los que se habían ocultado para evitar el enojo del poder; y pudo resolverse con un mero ejercicio de
prestidigitación estadística que acercaba los datos pasados a lo que era la situaRevista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 193-230, ISSN: 0034-8341
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ción presente o la de poco antes, sirviéndonos, por lo tanto, de índice del movimiento que se había producido.
El Capitán general no encontró otra justificación que atribuir todo a una
confusión que dimanaba del uso de los resúmenes de los registros. Añadía
también el traslado de esclavos entre jurisdicciones y, por último, explicaba el
exceso sobre el censo de 1877 porque muchos de los empadronados en enero
de 1871 habían fallecido a causa de la guerra o «porque se encontraban en el
campo enemigo»43, sin dar otra precisión. Todas estas explicaciones resultaban
poco plausibles y parecen destinadas a cerrar el expediente. Si las instrucciones habían sido impartidas de manera errónea, el resultado se hubiera trasladado a todas las jurisdicciones, pero no fue así: los errores se detectaron en 21 de
las 32 en que se dividía la isla. Los mayores cambios, conviene reiterarlo, se
producían en las jurisdicciones de las provincias de La Habana, Matanzas y
Santa Clara, aquéllas que concentraban la industria azucarera y la mayoría de
los esclavos.
Lo había expresado a la perfección el cónsul inglés al comentar la dificultad de conseguir estadísticas en Cuba, «y mucho más en un asunto de tan gran
interés como es la esclavitud sobre cuyo conjunto y detalles los hacendados,
como clase, han hecho siempre lo posible por negar datos».
Podemos encontrar otras explicaciones al baile de cifras que con carácter
retroactivo revisaba el censo de 1867. El 11 de septiembre de 1882, nueve días
después de dictar la orden del «recuento escrupuloso», Martínez Campos, ministro de la Guerra en el gabinete de Sagasta, cesó en la interinidad de Ultramar al reasumir sus funciones su titular, Fernando León y Castillo. En enero
siguiente Sagasta sustituía a éste por Gaspar Núñez de Arce. El 8 de febrero de
1883 el Consejo de Ministros, a propuesta del ministro de Ultramar, acordaba
declarar libres a todos los individuos no comprendidos en el censo de 1867,
«dejando sin efecto órdenes en contrario»44. Un día más tarde se remitía a La
Habana un comunicado donde el negociado oportuno reconocía probada «la
realidad del censo de 1867». Era la primera confirmación sobre la validez de
aquel documento, sin atender las explicaciones ridículas de Luis de Prendergast, marqués de la Victoria de las Tunas, un perfecto tunante que sería destituido en agosto. A la vez que en el ministerio aceptaban las cifras de 1867, se
reconocía que los libros con los registros por jurisdicciones habían desaparecido. La consecuencia, según los cálculos realizados, era que se estaba privando
injustamente de libertad «a más de 40.000 esclavos». El ministerio añadía un
43
Gobierno General de Cuba, 5 de febrero de 1883, AHN, Ultramar, leg. 4884, n.º 219.
Telegrama al Gobernador y Capitán general de Cuba, AHN, Ultramar, leg. 4884,
n.º 190.
44
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segundo dato: se ignoraba el paradero de 20.000 emancipados que figuraban al
formarse el censo de 1867. En ambos casos correspondía a una libertad irrevocable. El ministro concedía quince días a los patronos para justificar la condición de sus patrocinados, aportando las cédulas del padrón cuando no se conservaran los datos oficiales; de no poder acreditarlo en justo título, sus esclavos serían declarados libres «y exentos de patronato», sin tener que justificar
el contrato de trabajo que exigía la ley de 1880, pues no estaban incluidos en
ella. La resolución la llevaba a cabo el Gobierno después de consultar al Consejo de Estado. En la explicación de su proceder, el Consejo de Ministros consideraba que el Gobierno General de Cuba, en un momento que no podía ser
precisado, a la vista de los efectos del censo de 1867 había suspendido la tramitación de los expedientes y se había desentendido de aplicar la legislación
anterior a 1880, que obligaba a declarar la libertad de decenas de miles de esclavos. La gravedad del asunto exigía una investigación sobre la desaparición
de los datos del censo, de los libros de las jurisdicciones «que ha privado de la
libertad a muchos miles de hombres»45.
El episodio, contra lo que pudiera parecer por la firmeza del Gobierno, no
estaba resuelto. Y la firmeza resultó más aparente que real. En mayo siguiente el presidente del Círculo de Hacendados, el conde de Casa Moré, dirigía
una exposición al ministerio en la que expresaba el malestar que había causado el decreto de 8 de marzo, el dictamen del Consejo de Estado y las instrucciones cursadas para hacer cumplir aquél. Casa Moré, que tan buenos servicios había prestado a la metrópoli al favorecer la aprobación de la ley de
1880 cuando sus colegas del Círculo se preparaban para resistirlo, restaba
valor al censo de 1867 que, según decía, no obedeció a un plan de emancipación sino al deseo del gobierno de sellar la trata y «quiso un dato estadístico
de la esclavitud». ¡Pero de eso se hablaba!, de un dato estadístico que reflejara el número de esclavos, y el número debía ser el mismo si quería levantarse
acta de los que había en la isla con la finalidad de demostrar que no eran desembarcados más africanos y si cifras y nombres —cuestión de identidad
que se pierde en los guarismos— hubieran servido para acometer la abolición. Casa Moré, como los economistas más cínicos, entendía la estadística
como un indicador acomodaticio. Y en una exposición de transparencia cristalina, solicitaba seis meses en lugar de quince días para hacer las comprobaciones y acababa justificando el aplazamiento del trámite con un argumento
que suponía reconocer la amplitud del fraude y también el uso de los escla45 Comunicado del Ministro de Ultramar al Gobierno General de Cuba de 9 de abril de
1883. Documento impreso, AHN, Ultramar, leg. 4884, n.º 191.
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JOSÉ ANTONIO PIQUERAS
vos retenidos de manera irregular: la ausencia de brazos para reemplazar a
los que quedaran libres46.
El ministerio atendió las peticiones de los hacendados y la moratoria de
seis meses para justificar sus derechos, acordando que el Decreto de 9 de febrero comenzara a ejecutarse el 30 de septiembre de 188347. La rectificación
llevada a cabo a continuación con carácter retroactivo acabaría siendo aceptada por Cánovas de Castillo, presidente del gobierno desde enero de 1884, tan
cercano a los intereses esclavistas...
Pero volvamos sobre la evolución de los censos y su fiabilidad estadística.
El número de esclavos en un momento determinado (E) no podía ser distinto
del resultado que ofrecía la siguiente operación: adición de africanos bozales
(AB) al número de esclavos registrados en el último censo (Euc), crecimiento
vegetativo (CV) y deducción de manumisiones (M). La fórmula es la siguiente: E = Euc + AB + CV – M.
El número de africanos introducidos a partir de 1861 es difícil de establecer. Tampoco es sencillo fijar los demás factores. Pero no renunciamos a intentarlo. A medida que se avanza hacia el final de la trata la información sobre
embarcaciones y desembarcos se hace menos accesible. El acuerdo entre los
Estados Unidos y Gran Bretaña de 1862 hizo que los negreros tomaran más
precauciones. La investigación más amplia llevada a cabo hasta el presente
constata el desembarco en Cuba de 46.135 africanos entre 1861 y 186648. Según estos últimos cálculos, de una media de 17.149 desembarcados por año en
el lustro 1856-1860 se pasó a la mitad en el periodo 1861-1865; el descenso a
722 en 1866 —tal vez dos expediciones— es poco creíble y hubiera hecho
casi innecesario el convenio anglo-americano suscrito al año siguiente, pues la
trata casi estaría extinguida por sí misma. El descenso es demasiado brusco si
nos atenemos a la demanda de mano de obra que existía, insuficientemente satisfecha con la entrada de asiáticos, a pesar de su gran incremento: 16.822 en
1861-1865 y 40.909 en 1866-187049. Adviértase que la suma de la media anual
de asiáticos a los africanos verificados ofrece un total cercano a las entradas
regulares de bozales de la segunda mitad de los años 1850, pero está todavía
un 18% por debajo de aquellas cifras. Los precios de los esclavos hubieran de46 Exposición al Ministro de Ultramar del Conde de Casa Moré como presidente del
Círculo de Hacendados, 12 de mayo de 1883, AHN, Ultramar, leg. 4884, n.º 191.
47 Telegrama del Ministro de Ultramar, 13 de junio de 1883, AHN, Ultramar, leg. 4884,
n.º 250.
48 Eltis, Behrendt, Richardson y Klein, 1999, 2008 ss. Véase también Eltis, 1987.
49 Pérez de la Riva, 1975: 471. Sobre el tráfico de asiáticos, Pérez de la Riva, 2000; Naranjo y Balboa, 8 (Chetumal, 1999).
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bido experimentar un alza que no tuvo lugar hasta 1870, cuando se combinaron varios factores: la extinción de la trata regular, la reducción del monto por
la guerra y por la Ley Moret, y la subida del precio del azúcar que llevó a incrementar la producción por todos los medios, donde el factor trabajo era el
esencial.
Al igual que ha sucedido con las fuentes estadísticas británicas, la base de
datos The Trans-Atlantic Slave Trade, la más completa y detallada, una fuente
insustituible, habrá de ser tomada con cautela, como lo que es: cifras mínimas
constatadas. A partir de 1861 el comercio ilegal de africanos se hizo más clandestino; en consecuencia, fue más opaco el movimiento de las embarcaciones
que lo llevaba a cabo. Es la etapa en la que mayores son las divergencias estadísticas, en la trata y en los censos de población. Las estimaciones del Foreign
Office, de las que se hizo eco el estudio clásico de Philip D. Curtin, mencionan
49.532 desembarcados en los años de 1861 a 1864. Combinando fuentes, estimaciones y proyecciones, Curtin proporciona la cifra de 61.500 africanos llevados a Cuba de 1861 a 1870, desglosando los datos, 55.312 hasta 1867, en
que sigue habiendo constancia de la trata50. Tomando las mismas fuentes,
Alonso Álvarez ha sumado 48.208 esclavos; la diferencia con Curtin es que
entre 1865 y 1867 reconoce 8.03151. De admitirse la información de Curtin
para los primeros años y la de Alonso para los últimos, prescindiendo de proyecciones, tendríamos 57.563 esclavos desembarcados entre 1861 y 1867,
suma que tentativamente aceptaremos en nuestro estudio.
Los cálculos sobre crecimiento vegetativo no son mucho más concluyentes. Moreno Fraginals señaló que en la etapa 1856-1860 la relación entre tasas
de natalidad y de mortalidad bruta en la población esclava arrojaba un decrecimiento vegetativo medio del 3,3% para un conjunto de ingenios azucareros de
la zona occidental de la isla52. No parece excesiva, pero a tenor de la mortalidad estimada para la época, la natalidad debía estar cercana al 3,7%, lo que
ofrece dudas53. Del número de bautizados entre septiembre de 1868 y finales
50
Curtin, 1969: 39, 43 y 234. Una discusión de las fuentes en Murray, vol. 3, No. 2 (Cambridge, 1971). Pérez de la Riva señaló hace tiempo que el último alijo negrero fue apresado en
mayo de 1873, y de él dio cuenta la Gaceta de La Habana, ofreciendo el lugar de arribo y los
nombres de los armadores y de los cómplices. En cualquier caso, serían declarados libres conforme a la ley de 1870.
51 Alonso Álvarez, LI-2 (Sevilla, 1984): 84.
52 Moreno Fraginals, 1978, II: 88. El autor no respalda con referencias documentales la
conclusión; la fuente del cuadro que cita el dato remite a un apéndice estadístico no incluido en
el libro. Pero la cifra que proporciona es similar a la que Higman ofrece para Jamaica en el siglo XVIII, un decrecimiento entre el 3 y el 3% anual. Véase Kiple, 1984: 106.
53 La Sagra: 1861: 65, llamó la atención sobre la baja fecundidad de la población esclava
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de 1872 en la diócesis de La Habana, 18.993 (una media de 4.469 al año), justo cuando más interés podían tener los padres por inscribir a los nacidos, se
podría deducir una tasa de natalidad aproximada del 1,5% en relación con los
esclavos censados en el departamento occidental54, una vez descontados los
fallecidos durante el parto y las primeras semanas del neonato. Eblen, para
unas décadas antes, calculó que en las primeras semanas de vida la mortalidad
infantil en Cuba podía alcanzar entre el 45 y el 50%55. Hacia 1872 habría desaparecido una parte del problema señalado en 1860 por La Sagra, el grave defecto de los censos cubanos que presentaban los bautismos de la clase esclava
«en lugar y como equivalente de los nacimientos», pues no tenían en cuenta
—como apuntó en 1831— la existencia de bautizados adultos de procedencia
africana, pero al estimar la fecundidad persistía la confusión de los fallecidos
en el momento del alumbramiento y de los nacidos muertos56.
Las manumisiones deben sumarse al número de negros y mulatos libres,
junto a su crecimiento vegetativo natural. Al observar la evolución de la
población «libre de color» comprobamos que tuvo incrementos bastante
modestos, teniendo en consideración las emancipaciones habidas por efecto
de la Ley Moret, las manumisiones y coartaciones: la población libre de color creció en 33.551 personas entre los censos de 1869 y 1877, lo que demuestra una vez más los errores del segundo documento, pues en ese periodo
un mínimo de 41.140 esclavos habían accedido a la libertad y existen indicios de una mejora en las tasas del crecimiento vegetativo de la población
libre.
Una aplicación teórica de la ecuación antes citada ofrecería el siguiente
cómputo: a los 370.553 esclavos de 1861 incorporamos 57.563 africanos; admitimos provisionalmente un decrecimiento natural 3,3% y una manumisión
del 0,6%; el resultado se sitúa por encima de los 400.000 esclavos, el padrón
aceptado por el ministerio de Ultramar. Para que el padrón de 1867 rectificado
en 1884 fuera correcto, las tasas de manumisión tendrían que haber sido del
debido a causas fisiológicas y sociales, y el elevado índice de abortos, preferido por las madres
«a la condición esclava que espera a sus hijos». No especifica más, pero destaca la elevada desproporción de varones sobre mujeres, las condiciones de la plantación y las bajas tasas de matrimonio (8,2%). La historiografía moderna ha subrayado los dos primeros aspectos, la malnutrición y las enfermedades, y la modificación de las pautas de procedencia. Kiple, 1984:
104-119. Un resumen del debate sobre los patrones de reproducción en sociedades de plantación en Tadman, vol. 105, n.º 5 (Chicago, December 2000).
54 En Sedano, 1873, 153 y 156.
55 Eblen, 1975: 211-247.
56 La Sagra: 1862: 21. El autor califica de «proporciones monstruosas» la comparación
del número de nacimientos y de defunciones en la población esclava (23). La Sagra: 1831: 18.
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17%, fuera de toda medida posible, o el decrecimiento vegetativo tendría que
haber sido varias veces el indicado, o no hubieran sido desembarcados ni la
mitad de los señalados en la base de datos de Eltis, Behrendt, Richardson y
Klein. En suma, los cálculos demográficos más elementales desautorizan la revisión retroactiva efectuada en 1884 del censo de 1867. Por el contrario, la correlación entre el censo de 1867 y el padrón de 1880 queda corroborada por
los indicadores demográficos, cosa que no sucede con los censos de 1869 y
1877 y el recuento de 1879. No significa que sean exactos, sino que su precisión o grado de ocultación es similar en los dos casos, lo que los convierte en
verosímiles.
El mismo ejercicio de introducir una determinada tasa de manumisión y un
determinado decrecimiento vegetativo añade un problema nuevo si damos por
válidos los recuentos de 1861 y 1867: hemos de deducir que los desembarcos
de africanos entre ambas fechas necesariamente hubo de ser superior a los
57.563 estimados, pues el decrecimiento vegetativo y la manumisión que suman el 3,9% lo hemos aplicado sobre la suma de esa cantidad a los esclavos
censados en la primera fecha, cuando la deducción debe ser anual. Caben tres
posibilidades: a) que el número inicial fuera significativamente superior,
b) que las tasas de mortalidad y natalidad tuvieran un signo resultante positivo
o c) que el número de inmigrantes forzados fuera más elevado. Todo es posible, pero nos inclinamos por una combinación de lo primero y lo tercero como
probabilidad más adecuada. Pérez de la Riva consideró que en esos siete años,
desde una perspectiva demográfica, debieron entrar 74.278 africanos —y otros
26.000 hasta 1873— para explicar el número de esclavos que figuran en los
censos57. Su propuesta ha merecido una atención escasa y es de lamentar que
la demografía histórica sobre la esclavitud en Cuba haya carecido de continuidad. Esos 100.000 esclavos nuevos —llegados de África, de los Estados Unidos antes de la caída del Sur o de las islas próximas, holandesas y danesas,
donde entre 1863 y 1866 se acometió la abolición— hubieran sido necesarios,
en lugar de los 57.563 estimados, para explicar la evolución entre 1861 y
1867, y podrían ser algo menos solo si la natalidad hubiera sido más elevada
de lo que se considera y las manumisiones algo inferiores a la hipótesis que
hemos manejado.
57
Pérez de la Riva, 1976: 138.
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JOSÉ ANTONIO PIQUERAS
APROVECHANDO HASTA EL ÚLTIMO MOMENTO LA FUERZA ESCLAVA
Entre 1880 y junio de 1886 fueron puestos en libertad 120.253 patrocinados. En esta última fecha se registraban todavía 25.381, antes de la abolición
definitiva de 7 de octubre de 1886. Se desconoce en qué medida se aplicó la
Real Orden de 9 de febrero de 1883 que declaraba libres a los patrocinados
no inscritos en los padrones y recuentos de 1867 o de 1871, según lo habían
previsto los artículos 27, 30 y 34 del Reglamento para la ejecución de la Ley
Moret de 5 de agosto de 1872. De los 70.000 esclavos que supuestamente no
habían sido inscritos en 1871, el monto de los que en 1883 permanecían en
esclavitud se cifró en 40.000. Descontados los fallecidos, la emancipación de
los restantes se habría realizado de manera paulatina, sin excluir ocultamientos y fraudes. Los resúmenes anuales de libertos no los comprendieron porque no entraban en los supuestos de la Ley de 1880 en la medida que ésta
transformaba en patrocinados a los «siervos» inscritos en el censo de 1871,
circunstancia en la que no se encontraban. Esos 40.000 están «perdidos»
para la historia.
Ignoramos, asimismo, cuántos patrocinados fallecieron entre 1880 y
1886 antes de ganar la libertad y cuántos de los 25.381 censados en junio de
1886 llegaron con vida al mes de octubre en que se declaró suprimida la peculiar institución. Es sorprendente pero ninguna fuente y ningún estudio de
los que conocemos ha reparado en esta extraña circunstancia:58 el mero
anuncio y la puesta en marcha del proceso de extinción de la esclavitud habría obrado el milagro de mantener con vida durante unos años a la totalidad
de los que estaban en condiciones de obtener la libertad, algo para lo que
quizá tenga una explicación la fe, pero es estadísticamente imposible, además de desmentirlo la información parcial que tenemos de los distintos ingenios.
La introducción del factor mortalidad en la evolución de la población esclava, de otra parte, acude en respaldo de la validez del censo de 1880. Hemos
confeccionado una tabla de cuatro comunas (Cuadro 4). En las dos primeras
incluimos los datos oficiales de patrocinados en determinadas fechas y de los
libertos; hemos añadido un cupo en 1883, del que a continuación daremos
cuenta, y registramos los 25.000 patrocinados, número redondo, que se menciona como los últimos que permanecían en el patronato cuando se anticipa su
extinción dos años, en 1886. La última columna toma como punto de partida
58
Iglesias, 1986: 80, representa una excepción al establecer una comparación entre el número de esclavos reconocidos en 1877 y los patrocinados que accedieron a la libertad.
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CUADRO 4.
Años
1880
1880-1881
1881-1882
1882-1883
1883
1883-1884
1884-1885
1885-1886
1886
EL PROCESO DE EMANCIPACIÓN DE LOS ESCLAVOS (1880-1886)
Patrocinados.
Cifras oficiales
99.566
53.381
25.381
Total
Número
de libertos
Muertes anuales
(estimación) (a)
6.366
10.249
17.418
(b) 40.000 (b)
26.517
34.288
25.415
25.381
11.585
10.687
9.640
185.253
45.548
6.288
4.647
2.701
Patrocinados
(estimación) (a)
231.699
213.748
192.812
165.754
125.754
92.949
54.014
25.898
(a)
Estimación propia.
Estimación oficial (Real Orden de 9 febrero de 1883).
Fuente: Columnas I y II: AHN, Ultramar, leg. 4884, n.º 176.
(b)
el padrón de 1880, incluidos los pendientes de regularización, a los que anualmente vamos deduciendo el número de libertos admitidos y aplicamos una
tasa de mortalidad anual sobre los que quedan en cautividad, para llegar a la
cifra conocida de unos 25.400 patrocinados, en nuestra estimación apenas un
poco superior.
Para hacer este cálculo se ha considerado una mortalidad anual del 5%.
Hemos de precisar que nuestro cálculo es una estimación a partir de conjeturas, referencias indirectas y comparativas. Existe una amplia coincidencia entre los autores al reconocer que las duras condiciones de trabajo en la temporada de la zafra, una mortalidad infantil extraordinaria y las apreciables tasas de
suicidio, mantuvieron las defunciones en niveles elevados hasta el punto de
superar ampliamente el crecimiento vegetativo, lastrado por la desproporción
entre varones y mujeres y la ausencia de una tradición de crianza de esclavos
debido a la facilidad con la que eran importados y su demanda continua para
tareas productivas59. Moreno Fraginals sitúa la tasa de mortalidad bruta para
1860 en el 6,1%.60 Leví Marrero, citando al cónsul inglés de La Habana menciona el 5% por esa misma fecha61. Pérez de la Riva, que destaca una «sobremortalidad inherente a la esclavitud de plantación», estimó en un 7% la mortalidad entre los esclavos en el primer tercio de los años 1870, con tendencia a
59
60
61
Marrero, 1978, I: 1-2.
Moreno Fraginals, 1978, II: 88.
Marrero, 1978, I: 119.
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JOSÉ ANTONIO PIQUERAS
aumentar respecto a la década anterior, que sitúa en el 6% desde aproximadamente 185062.
Para terminar de situar la cuestión hay que hacer algunas consideraciones
adicionales: dejaremos a un lado la política de «buen trato» hacia los esclavos
—proclamada por hacendados como Juan Poey y suscrita por la Academia de
de Ciencias Médicas en 1863 con burdos argumentos63—, que supuestamente
se introduce en ciertos ingenios en los años cincuenta y habría llevado a cuidar
la inversión y extraer el máximo provecho a largo plazo64; nos detendremos en
que la mortalidad en el negro bozal, del recién llegado en general, era superior
a la del criollo entre un 2,5 y un 3,5%, por lo que la llegada masiva de africanos entre 1859 y 1865 debió incidir en las tasas de mortalidad con la consecuencia indicada, corrigiendo los efectos de la anterior tendencia, al menos por
una década.
El censo de 1877 distingue entre los fallecimientos de la población libre y
esclava. Según esta fuente, la tasa media de mortalidad de los esclavos era
del 1,93% en la isla; en la provincia de Matanzas, donde se concentra la mitad de los trabajadores azucareros, la tasa se eleva al 2,6%65. El censo vuelve
en este punto a distanciarse de los hechos conocidos. Disponemos de una información mucho más precisa, oficial y reservada, que en enero de 1876
obraba en poder del Capitán general. Conforme a estos datos estadísticos, en
los primeros años de aplicación de la Ley Moret la mortalidad esclava se situaba en un mínimo del 6,2%66. Podemos admitir que fue retrocediendo a lo
largo de la década a medida que las dotaciones se desprendían de la población de mayor edad, pero no descendió tanto como para desaparecer en la siguiente década. De modo que un 5% anual parece una estimación bastante
razonable que viene a corresponderse con las deducciones del padrón de
1880, esto es, a la diferencia entre las cifras recogidas por este documento y
62
Pérez de la Riva, 1976: 116 y 139. En extenso, sobre las causas de la mortalidad esclava
por edades y sexo en el Caribe, Kiple, 1984.
63 Valdés Aguirre, 1873: 15-17.
64 Los datos estadísticos de Eblen, 1975, desmienten, por ejemplo, que se hubiera traducido en mayores tasas de fecundidad y en un incremento significativo del crecimiento natural.
65 Cit. en Parliamentary Papers, Consular Reports. Spain, Havana. Report by Consul-General of the Island of Cuba for the Year 1879: 1814.
66 Datos estadísticos reunidos el 4 de enero de 1876, AHN, Ultramar, leg. 4883, n.º 1.
Cálculo a partir del número de fallecidos declarado sobre el total de esclavos reconocidos en
1871. El censo, bastante incompleto, obligaría a modificar a la baja la tasa de mortalidad que
hemos indicado, pero no es menos cierto que no todos los fallecidos eran declarados y que se
mantenía la costumbre de sustituir la identidad de los censados muertos por quienes no estaban
todavía registrados.
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CENSOS LATO SENSU. LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD Y EL NÚMERO ...
el número de patrocinados a los que se concedió la libertad hasta 1886. Por
último, si tenemos en cuenta que la mortalidad media de la ciudad de La Habana entre 1880 y 1886 estuvo en el 4%67, no parece exagerada la cifra que
adelantamos como valor indicativo.
Las autoridades reunieron periódicamente información sobre la evolución
del patronato y las modalidades por las que iba cesando por años a contar desde la promulgación de la Ley y la aprobación del reglamento de ejecución. En
esa información no se contempló los 40.000 liberados por el decreto de 1883
(Cuadro 5).
CUADRO 5.
CONDICIONES DE LA EMANCIPACIÓN DE PATROCINADOS
18801881
acuerdo con el patrocinado
renuncia del patrono
indemnización por servicios
faltar el patrono a deberes
otras causas (manumisión)
4.ª parte por edades
Sin especificar
Decreto supresión Patronato
Total
18811882
18821883
18831884
3.476
3.229
2.001
406
1.137
6.954
3.714
3.341
1.596
1.813
9.453
3.925
3.452
1.764
7.923
18841885
18851886
1886
TOTAL
25.381
35.102
18.826
13.003
7.423
14.224
25.309
6.366
25.381
7.360 7.859
4.405 3.553
2.459 1.750
2.431 1.226
2.514
837
15.119 10.190
6.366
6.366
10.249 17.418 26.517 34.288 25.415 25.381 145.634
Fuente: AHN, Ultramar, leg. 4884, n.º 176.
Pero el número de esclavos de 1880, 231.699, distaba de corresponderse
con la suma de libertos al final del proceso, en 1886. ¿Cuál fue el destino de la
diferencia entre ambas magnitudes? Conforme a nuestros cálculos, el fallecimiento fue el primer factor que condujo a extinguir la condición del patrocinado (19,7% de los casos); la decisión política de 1883 representó el 17,3% de
las liberaciones. El 63% restante accedió a la libertad conforme a los supuestos de la ley: el 11% por edades decrecientes desde 1884; otro 11% por el decreto que anticipa el final de la institución; el recurso a la manumisión prevista
por las leyes civiles y penales representó el 6%, un volumen especialmente
elevado para lo que era habitual por causas que a continuación se comentan; el
incumplimiento de las obligaciones impuestas al patrono, por lo común el impago al patrocinado, ocupan un lugar discreto en el cuadro (3,2%). La renuncia del patrono se mantuvo constante durante el periodo sin ser demasiado re67
Le-Roy, 1913: 6.
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JOSÉ ANTONIO PIQUERAS
levante (8,2%) pero es indicativa de dificultades crecientes y de la utilidad de
anticipar un proceso irreversible. El acuerdo entre las partes —tercer factor de
cese del patronato— fue en aumento a medida que avanzaba el patronato y el
patrono podía hallarse interesado en fijar la mano de obra a cambio de anticipar la libertad. En suma, aproximadamente 34.650 patrocinados intervinieron
de manera activa en su emancipación mediante la compra de su libertad en
servicios y en metálico o lograron denunciar el impago de haberes: representan el 18,6% de los emancipados y el 15% del censo de 1880.
El cónsul Carden, a partir de los datos disponibles sobre la aplicación de la
ley de patronato en el año 1881-1882, apuntaba una serie de consideraciones
interesantes. Estimaba, así, que las emancipaciones habían sido más numerosas en las grandes poblaciones y sus inmediaciones, entre criados y artesanos,
que en el campo. Mientras en las pequeñas Juntas locales de libertos predominaban los hacendados, que al parecer velaban por sus intereses dificultando las
acciones externas, en las ciudades había proliferado un nuevo tipo de agente,
«que hace su negocio averiguando y aun promoviendo disgustos entre el amo
y el esclavo y ayuda a este en las Juntas». Ante esta última situación, «en muchos casos el amo, aun teniendo razón, se satisface para evitar incomodidades,
dando libertad a sus esclavos». En la ciudad, nos dice, los esclavos trabajaban
menos y eran menos dóciles. En el campo, por el contrario, se advertía la tendencia de muchos esclavos a permanecer en su lugar, «a no ser obligado por
un tratamiento muy duro». Carden señalaba un motivo de arraigo en la posesión por los negros, «en todos los ingenios», de pequeñas porciones de tierra
donde cultivaban vegetales y criaban aves y cerdos «que muchas [veces] venden a sus mismos amos». Sin duda, el cónsul estaba más familiarizado con la
vida urbana que con el medio rural e idealizaba una situación que no era tan
idílica, como lo prueban las huidas o la intensificación de las medidas de vigilancia. Fruto de esa actividad agrícola en manos de los esclavos, raro era el ingenio, dice, que los negros industriosos no tengan 50 ó 100 pesos ahorrados;
unido al salario que habían comenzado a percibir los patrocinados, de no ser,
reitera, por la costumbre y otras causas, muchos estarían en condiciones de
aprovechar sus recursos para comprar la libertad, «lo cual es más fácil cada
año, y por esto me inclino a creer que el no hacerlo con más frecuencia prueba
que en general se les trata bien»68. Carden se nos revela, finalmente, como un
abolicionista bastante moderado e incluso muy condescendiente con los hacendados y demasiado comprensivo hacia la esclavitud.
68 Comercio de esclavos. Memoria del representante Cónsul General Carden, AHN,
Ultramar, leg. 4884, n.º 183.
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El cónsul británico Arthur Crowe afirmaba en 1884 que «la emancipación
de los esclavos o patrocinados progresa regular y satisfactoriamente». Hacía
tiempo que la cuestión de la esclavitud había dejado de preocupar a las autoridades inglesas y los informes diplomáticos centraban la atención en la capacidad que España y Cuba podían desplegar para captar trabajadores sustitutos,
una vez parecía que el suministro chino había cesado y que la descomposición
del sistema había llegado a sus últimas consecuencias: «tan leve es ahora el
poder de amo —decía—, y tan pequeño el valor de los esclavos, que reclama
ahora su libertad sobre el pago de 96 dólares oro para hombres sanos y 94 para
las mujeres»; y añade: «el precio disminuye en una proporción correspondiente al plazo de vencimiento de su servidumbre». Todavía calculaba a finales de
1884 que había 80.000 esclavos-patrocinados, pero para entonces los destinados al trabajo agrícola en los ingenios azucareros no superaba el número de
30.000; en los ingenios se empleaba a la vez trabajo libre y servil. Para entonces, la depresión de los precios del azúcar y del comercio internacional amenazaba con retrasar el proceso, cuando era del mayor provecho acelerarlo y
desprenderse de unas «manos inútiles» en las actuales circunstancias69. Muy
probablemente los propietarios, una parte significativa, llegaron a la misma
conclusión que Mr. Crowe, y en medio del retroceso del negocio azucarero se
mostraron más proclives a llegar a acuerdos con los esclavos-patrocinados el
mismo año en que entraba en vigor la cláusula de la ley que conducía a liberar
a los siervos en cuartas partes. Esa perspectiva ayuda a entender que en
1883-1884 la emancipación por acuerdo con el patrocinado se incrementara en
un 36% respecto al año anterior y que las manumisiones se multiplicaran por
cuatro, a la vez que las ventas de cartas de libertad perdieran atractivo a la vista del bajo precio que se pagaba. La ley de 1880, además, facilitaba la consumación de la coartación al admitir el pago de lo que restare entre lo que tuvieran dado y el cálculo de la indemnización por servicios. La predisposición del
patrono a entenderse con el patrocinado dio un vuelco el mismo año en que se
hundía el precio del azúcar, en vísperas de que entrara en vigor la modalidad
de libertad por cuartas partes de la dotación.
Desconocemos cuántos de los 53.920 esclavos que accedieron a la libertad
gracias a un convenio con el patrono o por renuncia de éste intervinieron activamente —ellos o sus familiares— en la adopción de esas medidas: si los sumamos, representan el 29% de las causas tipificadas de cese de patronato, una
vez hemos añadido los liberados en 1883. Muchos de los incluidos en ese 29%
69
Parliamentary Papers, Consular Reports. Spain, Havana. Report by Consul-General
Crowe on the Commerce and Agriculture of the Island of Cuba for the Years 1883 and 1884:
641-642.
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de los patrocinados, admitamos que dos de cada tres, el 20% del total, es muy
posible que fueran, como enfatiza Rebecca Scott, agentes de su propia libertad. Sigue siendo un número destacado, en medio de condiciones adversas
para el reclamante, que aunque conociera la ley, como recordaba Lionel Carden, no todos estaban en situación de hacerla cumplir y de revertirla a favor de
sus derechos. Pero la suerte de la inmensa mayoría se resolvió por otros medios.
Estas cifras, después de ajustar los censos de esclavos y reintegrar al número de patrocinados las estimaciones demográficas que habían sido escamoteadas, nos devuelven el cuadro contradictorio del proceso de emancipación, con diversas vías y un cruce de intereses que si era constante en el caso
del esclavo terminó siendo variable en el del dueño. Nos restituye también la
conciencia de que la vía más frecuente por la que después de 1880 alguien
dejaba de ser esclavo era la muerte, justo cuando más cerca estaba el final de
su cautividad. Y eso nos devuelve a nuestro hilo conductor, la lógica de un
régimen económico de producción de azúcar que sostuvo tanto como le fue
posible el trabajo esclavo y exprimió hasta el final las oportunidades que le
brindaba.
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Fecha de recepción: 3-7-1010
Fecha de aceptación: 10-9-2010
LATO SENSU CENSUSES. THE ABOLITION OF SLAVERY
AND THE NUMBER OF SLAVES IN CUBA
Throughout the greater part of the 19th century, statistics on the Cuban slave population
were deliberately inexact. Colonial authorities and the hacendados were interested in covering
up the actual number of slaves; the former preferred to ignore the elevated presence of African
natives of different ages, while the hacienda owners evaded taxes and avoided explaining the
origin of their workforce. Based on an analysis of official and reserved censuses, British reports and demographic estimations, this article reconsiders the number of slaves that was
present in Cuba between 1867 and 1886. This results in a reevaluation of their total number, of
the labor needs at the sugar mills and of the conditions in the dissolution of slavery.
KEY WORDS: Slavery, Cuba, censuses, abolition, plantation.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 193-230, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2011.008
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, núm. 251
Págs. 231-258, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2011.009
FONTES CENSITÁRIAS BRASILEIRAS E POSSE
DE CATIVOS NA DÉCADA DE 1870
POR
RENATO LEITE MARCONDES*
Universidade de São Paulo
Existe um conjunto expressivo de fontes de caráter censitário para o estudo da escravidão
da década de 1870. Estas fontes derivam, principalmente, da matrícula dos escravos determinada pela Lei do Ventre Livre de 1871. Neste artigo discutimos as diferentes formas de apresentação das informações da matrícula. Analisamos uma amostra da população escrava matriculada, compreendendo 69 localidades de diferentes partes do país que totalizam pouco
mais de 112 mil escravos e 25 mil escravistas. Além caracterizar o perfil demográfico dos escravos da amostra, verificamos a posse de cativos.
PALAVRAS CHAVE: Matrícula, escravidão, demografia, posse cativa, Lei do Ventre Livre.
Dos engenhos, uns se chamam reais, outros, inferiores, vulgarmente engenhocas. Os reais ganharam este apelido por terem todas as partes de que se
compõem e de todas as oficinas, perfeitas, cheias de grande número de escravos, com muitos canaviais próprios e outros obrigados à moenda; e principalmente por terem a realeza de moerem com água, à diferença de outros, que
moem com cavalos e bois e são menos providos e aparelhados; ou, pelo menos, com menor perfeição e largueza, das oficinas necessárias e com pouco número de escravos, para fazerem, como dizem, o engenho moente e corrente.
Antonil - João Antônio Andreoni
* Professor da Faculdade de Economia, Administração e Contabilidade de Ribeirão Preto
(FEA-RP/USP). É membro do Núcleo de Estudos Comparados do Escravismo Brasileiro NUCESC. O autor agradece ao apoio da FAP-DF, do CNPq e da Fapesp. Este estudo faz parte
de uma pesquisa mais ampla publicada em livro (Marcondes, 2009).
232
RENATO LEITE MARCONDES
Nas últimas décadas um conjunto relativamente expressivo de novas
evidências empíricas procurou qualificar as afirmativas clássicas acerca da
grande lavoura escravista. De acordo com essas obras1, uma característica essencial da sociedade escravista brasileira foi a grande exploração agrícola, utilizando em larga escala mão-de-obra cativa. Nas últimas décadas, novos estudos monográficos2, apontaram, para diferentes partes do país e especialmente
para a segunda metade do século XVIII e a primeira metade do XIX, resultados distintos dos vislumbrados pela historiografia pioneira. A partir de fontes
primárias inéditas, principalmente arrolamentos nominativos de habitantes, esses autores reavaliaram as posses cativas dos senhores, que, na maioria dos casos, não atingiu mais de cinco cativos, sendo que poucos detinham mais de
quarenta cativos3. Tais resultados foram a princípio entendidos como específicos das áreas mineradoras ou voltadas ao abastecimento do mercado interno;
aos poucos, contudo, consolidou-se a visão bastante abrangente da dominância
dos pequenos proprietários entre os escravistas nesse período4.
1
Freyre, 1933; Buarque de Holanda, 1936; Prado Júnior, 1942; Furtado, 1959.
Luna, 1981; Schwartz, 1988; Costa & Nozoe, 1989; Motta, 1999; Paiva, 1996; Barickman, 2003 e Luna & Klein, 2004.
3 As listas nominativas de habitantes são levantamentos pré-censitários, anteriores ao primeiro censo do Brasil realizado em 1872/74. Eles aprimoraram levantamentos anteriores, especialmente caráter militar, que eram bastante seletivos no recenseamento da população. A partir
da restauração da capitania de São Paulo em 1765, o novo governador reorganizou as forças
militares para conter o avanço castelhano. Para facilitar o recrutamento efetuou-se um censo
em todos os municípios da capitania, que naquele momento abrangia a região compreendida
atualmente não apenas pelo Estado de São Paulo, mas também o do Paraná e interior de Santa
Catarina. Eles foram realizados de forma seriada a partir de 1765 e ganharam maior
abrangência ao final do século, tornando-se bastante minuciosos não apenas com relação à totalidade da população e de suas movimentações, mas também com informações econômicas de
renda e produção agrícola. A partir da Independência, em 1822, houve uma desorganização dos
levantamentos, começando a ser realizado de forma mais espaçada e menos minuciosa principalmente após 1830 (ver Marcílio, 1974: 77-94; Nadalin, 2004: 47-53). Paralelamente, outros
levantamentos de caráter censitário foram realizados para as outras províncias, como as de Minas Gerais (ver Luna, 1981, Costa, 1992 e Paiva, 1996), Bahia (Schwartz, 1988), Goiás (Funes,
1986) e Piauí (Mott, 1985 e Falci, 1995), especialmente do final do século XVIII até a década
de 1830. Além das forças militares e arrecadatórias, a Igreja também realizava, no período colonial, levantamentos de caráter censitário, como os róis de confessados, compreendendo até
mesmo a população escrava, como os realizados para o Rio Grande do Sul ao final do século
XVIII. Kühn, 2004 e 2006. Por fim, existem levantamentos específicos dos escravos de algumas áreas, como os das vilas mineradoras por meio das listas de capitação dos escravos da primeira metade do século XVIII. Luna, 1981 e Valentin, 2001 e os do Maranhão no meado do
século XIX. Marcondes, 2005.
4 Entre os mais de trinta mil escravistas analisados por Luna & Klein para Minas Gerais,
São Paulo e Paraná na década de 1830, apenas pouco mais de quinhentos detinha um número
2
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 231-258, ISSN: 0034-8341
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FONTES CENSITÁRIAS BRASILEIRAS E POSSE DE CATIVOS NA DÉCADA DE 1870
233
Para o momento anterior a 1718 ou posterior a 1840, são poucas as informações censitárias dos habitantes que poderiam servir para a análise da população cativa ou mesmo da posse de cativos5. Períodos de pujança da economia
exportadora não poderiam ser contemplados, como o açúcar na primeira metade do século XVII e o café na segunda metade do século XIX. Mesmo o primeiro censo do Império realizado em 1872/74, que poderia possibilitar esse
tipo de estudo, também não nos legou os seus micro-dados6. Deste modo, a
historiografia mais recente procurou se apoiar em outras fontes de caráter censitário para efetuar tal discussão, como as listas e os livros de matrícula especial ou classificação dos escravos para a década de 18707.
Nesse artigo, apresentamos esta documentação alternativa e discutimos o
perfil da população e a estrutura da posse cativa para um conjunto de diferentes municípios brasileiros selecionados para a pesquisa na década de 1870. De
início, qualificamos a documentação e a amostra que embasou esta pesquisa,
especialmente a sua representatividade na totalidade do território nacional e
em termos da composição etária. Posteriormente, analisamos as características
demográficas e econômicas dos escravos matriculados e/ou classificados nessuperior a 40 cativos, representando 1,8% do total. De outro lado, quase um quarto dos escravistas possuíam tão-somente um cativo (24,5%). Ademais, cerca de dois terços dos escravistas
mantinham de 1 a 5 cativos em seus plantéis (66,5%). A concentração das posses mostrou-se
notória, pois estes últimos detinham apenas 23,4% dos escravos (Luna & Klein, 2004: 10). Por
fim, de forma ilustrativa, observamos, no caso de Iguape situada no recôncavo baiano, que
quase a metade dos escravistas detinha até quatro escravos em 1835. Barickman, 2003: 241.
5 Não consideramos neste artigo os estudos da posse cativa a partir de inventários post
mortem, pois a comparabilidade destes com os resultados da análise baseada em arrolamentos
nominativos mostra-se prejudicada. Richard Graham já chamou a atenção para esta questão
(1983: 248). Mais recentemente, Maurício Martins apontou, ao estudar Taubaté (SP) de 1680 a
1848, uma posse média de escravos calculada a partir de listas nominativas superior a dos inventários, bem como a representatividade dos senhores de poucos escravos revelou-se maior
nas listas (2001: 17-35). Por fim, Zephyr Frank verificou, para a região do Rio das Mortes em
Minas Gerais na década de 1830, «as informações dos inventários se correlacionam bem com
as relativas às das listas nominativas. A amostra de inventários rendeu uma média de 8,74 escravos entre os falecidos, contra uma média de 7,42 entre os proprietários recenseados». Frank,
2006: 12.
6 Houve um arrolamento populacional prévio ao censo na paróquia de São Cristovão do
município da Corte em 1870, para o qual se dispõe dos micro-dados (ver http://biblioteca.ibge.gov.br/visualizacao/monografias/visualiza_colecao_digital.php?titulo=Recenseamento
%201870:%20S%E3o%20Christov%E3o&link=Recenseamento_1870_Sao_Cristovao).
7 Segundo Robert W. Slenes, para o período posterior a 1850, os livros de matrícula são os
«únicos manuscritos nominativos de um censo nacional (fora, talvez, os dos recenseamentos de
hoje em dia) que têm sido preservados, ainda que de forma parcial, por todo o país». Slenes,
1983: 120.
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RENATO LEITE MARCONDES
sa amostra, realizando uma divisão por regiões. Por fim, analisamos a distribuição da posse de cativos do conjunto destas localidades, mostrando a importância absoluta e relativa dos distintos tamanhos de plantéis dos escravistas. As condições sociais, econômicas e até mesmo geográficas das regiões
demarcaram o padrão de propriedade escrava daquela época.
FONTES CENSITÁRIAS PARA A ESCRAVIDÃO
Podemos considerar a população escrava mais registrada por parte dos administradores coloniais e imperiais do que a própria população livre, especialmente a mais pobre. Tal afirmativa decorre do escravo constituir uma propriedade do senhor, tornando-o passível de compra, venda, herança, alforria, doação, tributação, hipoteca, penhor, aluguel, dote, matrícula etc. Tais operações
transformaram-se, na maior parte das vezes, em algum registro documental do
escravo, apesar de não efetuado pelo próprio, mas por meio do seu proprietário
ou de um terceiro. Na questão das fontes censitárias, podemos ilustrar o registro específico dos escravos por meio de um conjunto documental do período
da América portuguesa: as listas nominativas de capitação derivadas da tributação sobre os escravos moradores das áreas mineradoras e efetuadas na primeira metade do século XVIII. Ademais, a documentação censitária pode assumir um caráter específico de uma província em função de algum conflito ou
interesse, como as relações e os mapas dos escravos maranhenses posteriores
às revoltas do período regencial.
Posteriormente às afamadas listas nominativas de habitantes do final do
século XVIII e das primeiras décadas do XIX, realizou-se o primeiro recenseamento do Império em 1872/74, que, porém, não nos legou informações individualizadas das pessoas; ou, pelo menos, ainda não foram descobertos os
seus micro-dados, que talvez nunca o sejam. Dispomos apenas das tabelas
mais agregadas por paróquia, que nos permitem alguns recortes a respeito
da demografia escrava para quase a totalidade das vilas existentes naquele
momento8. Tais tabelas apresentam as seguintes informações da população paroquial: sexo, cor (preto e pardo), estado conjugal (casado, viúvo e solteiro),
faixa etária, religião (todos católicos?), nacionalidade (brasileiro ou não), alfabetização (sabe ler e escrever), deficiências físicas e profissão. Esse detalhamento de informações dos escravos por paróquia nos possibilita analisar diversos recortes, como, por exemplo, a distribuição da população pelo território, a
8
DGE, 1876.
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FONTES CENSITÁRIAS BRASILEIRAS E POSSE DE CATIVOS NA DÉCADA DE 1870
235
participação dos escravos na população livre, a construção de pirâmides etárias etc. Apesar disto, não podemos conhecer, por exemplo, as relações familiares além das conjugais entre os cativos paroquianos e a distribuição deles de
acordo com o tamanho da propriedade escrava do proprietário. Os recortes de
apresentação dos resultados são dados pelas tabelas publicadas na época, não
permitindo ao pesquisador alterar a forma de análise das informações.
Uma alternativa a estas restrições pode ser a documentação produzida a
partir da aprovação da Lei do Ventre Livre (no 2.040) em 28 de setembro de
1871, que libertou os nascituros nesta data, denominados de ingênuos9. Nessa
lei, instituiu-se obrigatoriamente a matrícula de todos os escravos:
Art. 8.º - O Governo mandará proceder a matrícula especial de todos os escravos existentes no Império, com declaração de nome, sexo, estado, aptidão para o
trabalho e filiação de cada um, se for conhecida. [...] § 2.º - Os escravos que, por
culpa ou omissão dos interessados não forem dados à matrícula, até um ano depois
do encerramento desta, serão por este fato considerados libertos10.
As matrículas dos escravos representam uma alternativa importante na falta dos recenseamentos, possibilitando —como veremos adiante— o estudo da
posse de cativos11. Este levantamento assumiu funções censitárias, devendo
compreender informações individualizadas de todos os cativos do país. Todo o
escravo recebeu um número de matrícula em seu município, que deveria ser
mencionado em qualquer processo que envolvesse o cativo como sua identificação. Esta lei ainda criou um fundo de recursos para a libertação dos escravos12. Tal lei foi regulamentada pelo decreto 4.835 de 1 de dezembro de 1871,
que especificou de melhor modo as informações a serem levantadas e a sequência das informações na matrícula:
Art. 1.º A matrícula de todos os escravos existentes conterá as seguintes declarações: 1.º O nome por inteiro e o lugar da residência do senhor do matriculado;
2.º O número de ordem do matriculado na matricula dos escravos do município e
nas relações do que trata o art. 2.º deste Regulamento; 3.º O nome, sexo, cor, idade,
9 Esta legislação teve influência da Lei Moret da Espanha de 1870, que registrava e libertava os filhos de mães escravas e as pessoas maiores de sessenta anos. A lei espanhola foi utilizada como referência pelos legisladores brasileiros. Slenes, 1983: 132.
10 http://www.soleis.adv.br/leishistoricas.htm.
11 Existiram anteriormente e posteriormente outras tentativas de matrícula dos escravos,
como a matrícula geral de 1886-87 após a lei que libertava os sexagenários, porém esta foi a
mais abrangente e completa.
12 O Fundo de Emancipação receberia recursos para serem utilizados na libertação dos escravos, conforme o «Art. 3.º - Serão anualmente libertados em cada província do Império tantos escravos quantos corresponderem à quota anualmente disponível do fundo destinado para a
emancipação». Ventre Livre, 1871.
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RENATO LEITE MARCONDES
estado, filiação (se for conhecida), aptidão para o trabalho e profissão do matriculado; 4.º A data da matrícula; 5.º Averbações;
Art. 2.º A matrícula dos escravos será feita no município em que eles residirem (...)
Art. 8.º Aos Coletores, Administradores de Mesas de Rendas e de Recebedorias de Rendas Gerais internas, e Inspetores das Alfandegas nos municípios onde
não houver aquelas estações fiscais, compete fazer a matrícula13.
Adicionaram-se os dados de cor, idade e profissão aos registros de matrícula, não previstos na Lei do Ventre Livre14. A matrícula especial deveria ocorrer
entre abril de 1872 e setembro de 1873, sob punição de multa e, depois de um
ano de atraso em relação ao término da matrícula, os escravos não registrados
seriam considerados libertos. Na matrícula, os escravistas receberam ao matricularem seus escravos nos municípios uma cópia da relação dos matriculados,
que a partir desse momento deveria ser apresentada pelos herdeiros do escravista como comprovação da propriedade nos inventários15. Houve grande
adesão a matrícula pelos escravistas, pois se matriculou praticamente toda a
população recenseada naquela mesma época (ver Slenes, 1983: 121-124). A
partir da matrícula dos cativos pelos proprietários deveria ser efetuado o livro
de matrícula do município. Nesse período, regulamentou-se o Fundo de Emancipação em 13 de novembro de 1872 mediante o decreto 5.135. Para a utilização dos recursos na libertação dos escravos estabeleceu-se critérios de prioridade para a compra da liberdade. Este regulamento determinava a classificação dos cativos em duas ordens como segue16:
I. Famílias;
II. Indivíduos;
§ 1.º Na libertação por famílias, preferirão:
I. Os cônjuges que forem escravos de diferentes senhores;
13 http://www.camara.gov.br/internet/infdoc/conteudo/colecoes/legislacao/legimpcd-06/
leis 1871/pdf96.pdf#page=7
14 Ao comparar a qualidade das informações da matrícula com as do censo daquele momento, Robert Slenes verificou que são «bastante confiáveis», sendo na matrícula houve uma
tendência de redução das idades dos escravos mais idosos. A possibilidade de libertação dos
sexagenários condicionou este procedimento dos proprietários. Slenes, 1983: 132-133.
15 Um exemplo de matrícula individual de proprietário consiste na seguinte: «Relação
n.º 488 dos escravos pertencentes a Alberto Moreira Castro residente na cidade de Lençóis província da Bahia município dos Lençóis paróquia de N. S. da Conceição». A partir deste título
são relacionados os escravos e o documento é encerrado, sendo nesse caso com a afirmativa:
«Apresentado a matrícula e matriculado em 14 de outubro de 1872, pagou um mil réis de emolumentos.»
16 http://www6.senado.gov.br/legislacao/ListaPublicacoes.action?id=76935&tipoDocumento=DEC&tipoTexto=PUB
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FONTES CENSITÁRIAS BRASILEIRAS E POSSE DE CATIVOS NA DÉCADA DE 1870
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II. Os cônjuges, que tiverem filhos nascidos livres em virtude da lei e menores de
oito anos;
III. Os cônjuges, que tiverem filhos livres menores de vinte e um anos;
IV. Os cônjuges com filhos menores escravos;
V. As mães com, filhos menores escravos;
VI. Os cônjuges sem filhos menores.
§ 2.º Na libertação por indivíduos, preferirão:
I. A mãe ou pai com filhos livres;
II. Os de doze a cinquenta anos de idade, começando pelos mais moços do sexo feminino, e pelos mais velhos do sexo masculino
A partir da matrícula, a junta de classificação composta pelo presidente da
Câmara, Promotor público e coletor distribuiu os cativos nessas ordens e depois registraram no livro de classificação dos escravos para serem libertados
pelo Fundo de Emancipação. A classificação deveria ser atualizada periodicamente nesse livro em novas listagens, contemplando as alterações decorrentes
do falecimento ou migração dessa população e a própria libertação. Contudo, a
reduzida efetividade da libertação pelo fundo em virtude da carência de recursos restringiu a necessidade de revisar a lista de classificação17. Além de alterar a sequência dos dados com relação ao de matrícula, a classificação incluiu
duas novas variáveis: valor e moralidade do escravo, que deveriam ser considerados na libertação18. Apesar de abarcar a grande maioria dos escravos, a
classificação não contemplou, ao contrário da matrícula, a totalidade da população escrava do município, pois os menores de 12 anos e maiores de 50 sem
vínculos familiares não seriam classificados para a libertação. Tal lacuna mostrou-se mais importante entre os idosos do que entre as crianças, pois estas
mantinham maiores relações familiares, especialmente com a mãe e irmãos.
Se a matrícula nos fornece o conjunto total dos cativos, as duas outras fontes
derivadas da matrícula apresentam amostras incompletas do total de escravos.
A partir dos inventários post-morten os pesquisadores procuraram remontar a
17 Um estudo pioneiro com base nas listas de classificação dos escravos para a libertação
foi efetuado por Márcia Graf em sua dissertação de Mestrado acerca do Paraná (cf. Graf,
1974). Embora não realize um estudo da estrutura de posse de cativos, ela apresenta detalhadamente as fontes e as características da população escrava. Os seus resultados da exploração dos
dados mostraram a ineficácia do Fundo de Emancipação para a libertação gradativa dos escravos e as características demográficas (sexo, idade, ocupação) do segmento cativo estudado. Rui
Barbosa já tinha apontado naquele momento de 1884: «a mola redentora pomposamente magnificada sob o título de fundo de emancipação resgatou apenas 20.000, e a caridade individual
cerca de 90.000 cativos. O resultado é ainda essa massa enorme de um Milão e cem mil escravos». Barbosa, 1988: 59.
18 As informações apresentadas das listas e livros de classificação foram as seguintes: número da matrícula, nome, cor, idade, estado, profissão, aptidão para o trabalho, pessoa de família, moralidade, valor, nome do senhor e observação.
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população por meio das relações de escravos pertencentes aos proprietários
anexadas a estes processos19. Como nem todos os escravistas que matricularam seus escravos em 1872 e 1873 faleceram até 1888, esta abordagem também se mostra bastante parcial em comparação à totalidade da população cativa. Assim, estes dois caminhos de pesquisa baseados nessas fontes permitem a
reconstrução de uma parcela da população escrava, remontada por meio do
nome dos proprietários, escravos e número de matrícula.
Os livros de matrícula são, atualmente, bastante raros para a maior parte do
território brasileiro, à exceção da província de Goiás. As duas outras fontes derivadas da matrícula mostraram-se mais frequentemente utilizadas pelos pesquisadores: relações de escravos dos proprietários e a classificação. O primeiro documento foi obtido em geral nos inventários e permitem remontar os
plantéis de forma integral dos seus proprietários. Como nem todos os proprietários da matrícula deixaram inventários ou esses processos não sobreviveram
até hoje, há uma lacuna importante, que em geral compreende segundo nossa
experiência de dez a vinte pontos porcentuais do total matriculado. Já a classificação compreendeu, em geral, uma maior parcela da população cativa disposta nas várias ordens, porém nem todos os escravos dos proprietários foram
classificados como informado acima20. Os estudos mais recentes utilizaram-se
principalmente as listas ou livros de classificação para a análise da população
escrava daquela época21.
A escolha para a nossa pesquisa recaiu sobre os três tipos de registros decorrentes da matrícula especial dos escravos: livros de matrícula, relações de
escravos pertencentes aos proprietários e a classificação22. Por ainda existirem
19
Slenes, 1983 e 1998.
A partir dos escravos dispostos nas diversas ordens da classificação, o pesquisador reconstrói os plantéis por meio do nome do proprietário e número de matrícula. Contudo, os menores de 12 anos e maiores de 50 que não possuíam relações familiares não foram classificados.
21 Vários autores debruçaram-se sobre essa documentação para alguns municípios brasileiros, realizando, na maioria das vezes, análise da propriedade escrava: Galliza, 1979; Slenes,
1983; Falci, 1995; Paiva e Libby, 1995; Castro e Schnoor, 1995; Passos Subrinho, 1997 e
Pena, 1999. Os estudos da demografia escrava por meio dos inventários não se restringiram, na
maior parte dos casos, a documentação da matrícula e seu período, dificultando a comparação
com as informações analisadas.
22 Na maior parte dos casos lançamos mão de listas ou livros de classificação dos escravos
para libertação pelo Fundo de Emancipação e nem tanto de livros de matrículas, que foram
mais comuns apenas para Goiás. A classificação não retrata toda a população da localidade e
em alguns casos não pudemos incorporá-los nesta pesquisa em função do pequeno número de
escravos retratados em relação ao total matriculado, em geral quando inferior à metade do total. De outro lado, em certos casos conseguimos utilizar de forma complementar à classificação
as relações de matrícula dos proprietários apensadas aos inventários, como no caso de Amparo,
20
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FONTES CENSITÁRIAS BRASILEIRAS E POSSE DE CATIVOS NA DÉCADA DE 1870
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espalhados pelos arquivos estaduais e municipais, cartórios, bibliotecas e museus debruçamo-nos, principalmente, sobre as listas ou livros de classificação
dos escravos para libertação pelo Fundo de Emancipação e, em menor monta,
nos de matrícula, efetuados mormente entre 1872 e 187723. Essas fontes mostraram-se relativamente homogêneas e existentes para diversas localidades de
diferentes províncias brasileiras, possibilitando o estudo da propriedade escrava de distintas áreas. Localizamos essa documentação para quase a totalidade
das províncias, porém a cobertura do conjunto dos seus municípios oscilou
muito. Em algumas se revelou bastante completa a amostragem —como
Goiás, Paraná e Piauí—, contudo em outras se restringiu a tão-somente um
município —por exemplo Pará, Maranhão, Espírito Santo e Rio de Janeiro—.
O vale do Paraíba fluminense, que constituiu uma das principais áreas cafeeiras do país, não apresentou informes muito abrangentes. De todo modo, uma
amostra de 69 localidades para várias províncias garantiu a viabilidade do estudo, compreendendo as mais diversas partes do país, desde a campanha gaúcha até a floresta amazônica paraense sem desconsiderar o litoral, planalto, cerrado, sertão etc.
AMOSTRA E LIMITES
Os dados levantados apresentam duas ausências bastante notórias, em termos de algumas idades e do espaço brasileiro. A primeira refere-se à própria
documentação e ao momento da sua feitura, já posterior a Lei do Ventre Livre
e com a ausência da totalidade dos ingênuos. De igual sorte, como salientado
antes, a classificação dos escravos para a libertação pelo Fundo de Emancipação não contemplavam indivíduos sem família com idades menores do que 12
anos e maiores de 50 anos. No caso dos mais jovens não classificados, as
ausências deveriam ser menores, pois muitas crianças mantinham laços familiares, porém as lacunas revelaram-se maiores para os mais idosos. Podemos
avaliar de melhor forma estas ausências no gráfico 1 da pirâmide etária da população escrava de nossa amostragem. Como esperado, houve uma reduzida
Itu, Lagarto, Lorena, Mogi das Cruzes, Ouro Preto, Ponte Nova, Rio Pardo e Dom Pedrito. No
apêndice do artigo, apresentamos as fontes utilizadas (livro de matrícula, relação de escravos e
classificação) para todas as localidades em consideração nesta pesquisa. Assim, realizamos um
esforço de cruzamento das fontes e reconstrução destas populações cativas, controlada pelo
nome do proprietário e o nome e número de matrícula dos escravos. Para maiores informações
dos procedimentos metodológicos desta pesquisa ver Marcondes, 2009.
23 A maior parte das informações refere-se aos anos de 1872 a 1875.
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RENATO LEITE MARCONDES
proporção de crianças até quatro anos de idade, mas para a faixa etária subseqüente a representatividade cresceu significativamente24. De forma semelhante, a redução da proporção de idosos a partir da faixa de 50 a 54 anos e principalmente da de 55 a 59 anos também foi significativa, confirmando a análise
anterior de Robert Slenes.
GRÁFICO 1.
PIRÂMIDE ETÁRIA DOS ESCRAVOS DA AMOSTRA
80 ou +
75-79
70-74
65-69
60-64
55-59
50-54
45-49
40-44
35-39
30-34
25-29
20-24
15-19
10-14
5-9
0-4
15
10
5
0
Homens
5
10
15
Mulheres
24
Podemos comparar nossos resultados com os dados agregados da matrícula, a fim de
verificar mais precisamente estas diferenças. Para tanto, reorganizamos as informações das
idades de acordo com a apresentação nessa fonte (ver Oliveira, 1875, anexo G6-SN). Nela, as
crianças até um ano representavam 1,2% e apenas 0,2% em nossa amostra, salientando a lacuna as crianças mais novas. Na faixa seguinte (de 1 a 7 anos), a matrícula informou a presença
de 15,0% dos escravos e a nossa amostra 10,4%, demonstrando um menor sub-registro. No
grupo etário subseqüente, a matrícula forneceu a participação de 16,4% dos cativos e a nossa
amostra 17,6%. Para os escravos em idade mais ativa (de 15 a 49 anos), eles representavam
59,4% dos matriculados e 63,6% dos da amostragem. Por fim, os idosos (de 50 ou mais anos)
perfizeram 8,0% na matrícula e 8,2% na amostra. A partir destes resultados, observamos maiores problemas sub-registro nos mais jovens e nem tanto nos idosos, de outro lado a maior representação dos em idade ativa.
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241
A pesquisa realizou-se pautada pela disponibilidade de fontes existentes
atualmente e, por isso, não alcançamos uma amostragem sem viés ao longo do
espaço brasileiro. Conseguimos levantar informações das matrículas e/ou classificação para catorze das vinte e uma províncias, envolvendo 69 cidades e
chegando a um total de mais de cento e doze mil cativos. Tal amostra representou 7,3% do total de escravos matriculados no país. O banco de dados formado consiste num dos principais registros nominais em termos da população
escrava brasileira. Contudo, a amostra conseguida durante a pesquisa mostrou-se bastante parcial, como podemos notar na Tabela 1, que fornece a população matriculada e amostral das províncias.
O Norte do país teve um único representante: Cametá no Pará. Por outro
lado, o Sul e o Oeste revelaram-se proporcionalmente super-representados,
por conta da preservação significativa das informações para o Paraná e Goiás,
porém houve a lacuna de Santa Catarina e Mato Grosso. Não obstante a boa
reprodução da importância relativa do Nordeste e Sudeste na amostra, quando
avaliamos a distribuição da população escrava amostral entre as províncias
que compõem as regiões, verificamos a ausência de dados para a Corte, Ceará,
Rio Grande do Norte e Alagoas e um sub-registro expressivo para a Bahia e
Rio de Janeiro. Por fim, São Paulo respondeu por mais de um quarto do total
da amostra, enquanto essa província detinha tão-somente 11,0% da população
matriculada, em virtude da maior preservação e facilidade de acesso aos documentos.
Apesar dos problemas de representatividade da amostragem para as províncias, a amostra obtida compreendeu os principais espaços produtivos do
país: desde as áreas florestais da Amazônia para exportação da borracha e de
cacau até a pecuária da campanha gaúcha, passando pelo sertão, agreste e mata
nordestinos, pelo cerrado do interior do país, pelo litoral e floresta atlântica
etc. Se, de um lado, não temos informação das áreas açucareiras do recôncavo
baiano ou da zona da Mata de Alagoas, de outro há dados com relação à Mata
pernambucana e sergipana. De forma semelhante, não dispomos dos municípios cafeeiros do vale do Paraíba fluminense em nossa pesquisa, mas temos
muitas informações para o vale paulista. Além da representatividade da província, há diferenças importantes no seu interior, como por exemplo ocorreu
no caso do Maranhão com participação matriculada e amostral semelhante,
porém não podemos afirmar que São Luís represente a província. Destarte, no
referente ao conjunto do país, a amostra revelou uma cobertura bastante expressiva.
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242
RENATO LEITE MARCONDES
TABELA 1.
POPULAÇÃO ESCRAVA BRASILEIRA SEGUNDO A MATRÍCULA E A AMOSTRA
(1872-1877)
Matricula
Amostra
Províncias
%
1.183
30.989
0,1
2,0
–
2.895
–
2,6
–
9,3
Nordeste
Maranhão
Piauí
Ceará
Rio Grande do Norte
Paraíba
Pernambuco
Alagoas
Sergipe
Bahia
74.939
25.533
33.960
13.484
27.245
93.496
33.242
32.974
173.639
4,8
1,6
2,2
0,9
1,8
6,0
2,1
2,1
11,2
5.325
13.120
–
–
1.579
8.980
–
6.572
2.796
4,8
11,6
–
–
1,4
8,0
–
5,8
2,5
7,1
51,4
–
–
5,8
9,6
–
19,9
1,6
Sudeste
Espírito Santo
Corte
Rio de Janeiro
Minas Gerais
São Paulo
22.738
47.260
304.744
333.436
169.964
1,5
3,1
19,7
21,6
11,0
2.963
–
1.497
13.124
33.713
2,6
–
1,3
11,6
29,9
13,0
–
0,5
3,9
19,9
Oeste
Goiás
Mato Grosso
11.876
7.064
0,8
0,5
7.299
–
6,5
–
61,5
–
Sul
Paraná
Santa Catarina
Rio Grande do Sul
10.715
14.730
83.370
0,7
0,9
5,4
7.940
–
4.942
7,0
–
4,4
74,1
–
5,9
1.546.581
100,0
112.745
100,0
7,3
Norte
Amazonas
Pará
TOTAL
Total
%
Amostra %
Matrícula
Total
Fonte: Matrícula. Slenes, 1983: 126.
POPULAÇÃO ESCRAVA
Do conjunto de mais de cem mil escravos trabalhados, verificamos um perfil demográfico com o predomínio numérico dos homens em relação às mulheRevista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 231-258, ISSN: 0034-8341
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FONTES CENSITÁRIAS BRASILEIRAS E POSSE DE CATIVOS NA DÉCADA DE 1870
res, assumindo uma razão de sexo de 10825. Se dividirmos a população pelas
regiões brasileiras notamos diferenças significativas, como observado na Tabela 2. A região Norte e a Nordeste apresentaram um menor número de homens relativamente às mulheres, enquanto o Sudeste forneceu a maior razão
de sexo (123) em decorrência da presença maior do café nessa região. O Sul e
o Oeste detinham uma proporção ligeiramente maior de homens em comparação às mulheres, mas prevalecia o equilíbrio numérico dos dois contingentes. Ao que tudo indica, a menor influência dos anos derradeiros do tráfico
africano e o maior fluxo emigratório nas províncias mais ao Norte produziu
uma distinção expressiva na composição sexual das populações das regiões.
TABELA 2.
RAZÃO DE SEXO E ESTRUTURA ETÁRIA SEGUNDO REGIÕES BRASILEIRAS
Razões de
sexo
0 a 14 anos
%
15 a 49 anos
%
50 ou mais
%
Razão
criança/mulher
Oeste
Nordeste
Norte
Sudeste
Sul
102
95
93
123
104
33,1
30,3
35,8
30,0
33,0
59,4
63,7
57,5
59,2
61,4
7,5
6,0
6,7
10,8
5,6
1.104
899
1.181
1.139
1.059
Total
108
30,8
61,0
8,2
1.035
Regiões
Obs: Razão de sexo é o número de homens por grupo de 100 mulheres. A razão crianças de
0 a 14 anos em relação às mulheres em idade fértil (de 15 a 49 anos) é expressa por mil mulheres. Dos 112.745 escravos analisados, não conseguimos levantar a informação do sexo para
736 e de idade para 1.627.
Outra informação disponível nos dados originários da matrícula é a cor dos
escravos. A grande maioria foi assinalada como preta (65,0% do conjunto)
e secundariamente parda (24,0%). Os demais mestiços (cabras, mulatos,
fulas etc.) representaram quase um décimo do total (9,9%). Como já apontado
pela historiografia para outros períodos e espaços, as relações familiares dos
escravos mostraram-se importantes nessa amostra26. Apesar de quase dois terços dos cativos serem solteiros (65,8%) e pouco mais de um décimo casados e
viúvos (12,5%), existiam mais de um quinto de cativos com relações de filho,
25 No conjunto dos matriculados no país, Robert Slenes verificou uma razão de 111 (1983,
p. 128), bastante próxima à da nossa amostra.
26 Algumas fontes foram mais específicas das relações familiares do que outras em termos
do espaço considerado. A respeito da literatura de demografia e família escrava ver o survey de
Flávio Motta, 1999.
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RENATO LEITE MARCONDES
irmão ou eventualmente neto de outro cativo (21,7%). Assim, pouco mais de
um terço dos cativos viviam em famílias27.
No conjunto da amostra, a proporção de crianças de zero a catorze anos de
idade entre esses cativos mostrou-se significativa, atingindo 30,8% enquanto
os de 50 ou mais anos representaram tão-somente 8,2% do total28. A grande
maioria dos escravos encontrava-se naquele momento em idade ativa (61,0%),
que consideramos de 15 a 49 anos. Novamente se desagregarmos as informações, verificamos distinções importantes, pois a presença das crianças mostrou-se mais elevada no Sul, no Oeste e no Norte do país. Ao contrário do esperado, as pessoas em idade ativa foram mais representativas no Nordeste do
que no Sudeste, que era a área mais dinâmica economicamente29. Por fim, os
mais idosos foram mais freqüentes no Sudeste.
Para a totalidade da amostra, a capacidade reprodutiva dos escravos revelou-se elevada para esse momento posterior ao final do tráfico africano. A razão criança (de 0 a 14 anos)/ mulher (de 15 a 49 anos) atingiu 1.03530. Tais patamares mostraram-se assemelhados aos verificados para outras áreas em diferentes períodos, porém algumas áreas destacaram-se mais do que outras31. O
Norte, o Oeste e o Sudeste apresentaram os maiores patamares, apesar de distinções no perfil etário das suas populações. A menor razão foi para o Nordeste, em função da elevada presença de mulheres em idade fértil.
As atividades agrícolas compreenderam a maior parte das profissões anotadas dos escravos, totalizando 62,5% deles32. Os domésticos também responde27
A variável cor e relação familiar apresentaram uma freqüência bastante expressiva em
toda a amostra, alcançando o informe de cor 95,1% dos cativos e família 92,6%. Ainda havia a
informação de aptidão ao trabalho e moralidade, que se mostraram menos frequentes no registro, sendo a primeira existente para três quartos dos escravos da amostra e a segunda para apenas cerca de um terço do total. Mesmo assim no primeiro caso, quatro quintos dos escravos
com informação desta variável foram classificados com aptos (80,0%). No segundo, a moralidade revelou-se, para os casos que temos o informe, principalmente boa (70,0%), mas havia
também regular ou alguma (25,0%) e sofrível (4,4%).
28 Em comparação com o resultado da matrícula do conjunto do país notamos participações assemelhadas, pois para o conjunto do país a razão de sexo foi de 111 e as crianças perfizeram 32,5% e os idosos 7,8%, ver Slenes, 1983: 128-131.
29 A população entre as províncias nordestinas apresentou distinções expressivas com relação à distribuição etária. Enquanto Pernambuco detinha 28,0% de crianças, o Piauí esse porcentual atingiu 33,8%. Marcondes, 2009, capítulos 5 a 7.
30 A razão criança mulher é uma medida aproximada da fecundidade geral da população.
31 Ver por exemplo o Maranhão no meado do século XIX em Marcondes (2005).
32 Entre estas se destacaram a de lavrador, roceiro, campeiro, agricultor, vaqueiro, serviço
rural etc. A informação de profissão foi também bastante freqüente na documentação compulsada, atingindo 78,0% de toda a amostra, mas 92,0% dos escravos maiores de dez anos de idade.
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245
ram por uma parcela significativa dos cativos, perfazendo pouco mais de um
quarto do total (27,0%)33. As demais profissões representaram parcelas menores do conjunto escravo. Entre elas destacaram-se a de pedreiro/servente
(2,3%), fiandeira/rendeira (2,0%), carreiro/tropeiro/arrieiro (1,3%) e jornaleiro/ganhador (0,6%). Como esperado, a agricultura demonstrou a sua importância na ocupação dos escravos nesse momento34.
Quando analisamos o perfil demográfico dos escravos envolvidos em atividades agrícolas, verificamos a forte presença de homens (67,7%). A razão de
sexo deles atingiu um patamar muito elevado (210). Por outro lado, nas atividades domésticas preponderam as mulheres, chegando a representar 88,6% do
total. De igual modo, a razão alcançou apenas 13. Deste modo, há uma forte
especialização entre os sexos para as atividades agrícolas e domésticas.
ESTRUTURA DA POSSE DE ESCRAVOS
Como vimos anteriormente, as pesquisas sobre a posse de cativos baseadas
em fontes de caráter censitário compreenderam diferentes estudos referentes a
lugares bastante diversos ao longo do território brasileiro e, em geral, ao período anterior a 185035. Neste artigo, analisamos uma amostra para o conjunto do
país na década de 1870, abarcando pouco mais de vinte e cinco mil escravistas
brasileiros36. Os nossos resultados salientaram, como já observado pela historiografia para outros períodos, a presença elevada de pequenos e médios escravistas. Um indicador dessa condição pode ser observado por meio do número
médio de escravos dos proprietários, que chegou a 4,4 cativos por escravista.
Corroborando este último resultado, outras medidas de posição reforçaram tal
visão: a mediana foi dois e a moda um. Este último subconjunto mostrou-se
substancial, pois os proprietários detentores de tão-somente um cativo somaram quase dez mil proprietários, ou seja, mais de um terço de todos os escravistas.
33 Classificamos como domésticas as seguintes profissões: cozinheiro, costureiro, serviço
doméstico, mucama, engomadeira, lavadeira, pagem, criada etc.
34 Tal resultado relacionou-se à informação agregada da matrícula, na qual para o conjunto do país 86% dos escravos residiam no ambiente rural. Assim, não apenas os trabalhadores
mais diretamente ligados a agricultura moravam no campo, bem como muitos domésticos.
35 Uma exceção é o estudo de Flávio Motta, Nozoe e Costa, 2004 sobre São Cristovão em
1870 (paróquia do município neutro), baseado numa prévia do censo de 1872.
36 Destes a grande maioria eram homens (78,4% do total), mas havia pouco mais de um
quinto de mulheres (20,8%). Por fim, ainda existiam companhias e instituições religiosas, que
detinham quase um ponto porcentual (0,7%).
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RENATO LEITE MARCONDES
O terceiro quartel do século XIX constituiu um momento de expansão cafeeira pelo Sudeste brasileiro, incorporando novas áreas produtivas, até mesmo em função de preços e condições favoráveis de transportes e beneficiamento. As exportações cresceram no período, acompanhadas pela maior demanda por mão-de-obra, que não pode ser mais atendida pelo tráfico africano,
apenas pela disponibilidade interna, já que a grande imigração européia iniciou-se somente na década seguinte. Entretanto, a estrutura produtiva apresentada por estes novos dados da posse de cativos ainda demonstra patamares de
posses bastante reduzidos para estas áreas cafeeiras e mesmo para o conjunto
brasileiro. Por outro lado, a difusão da posse revelou-se muito expressiva e por
todo o território brasileiro. Se a posse média calculada nesta amostra for aceitável para a totalidade do território, podemos estimar que no início da década
de 1870 deveria existir cerca de 350 mil escravistas no país. Se suas famílias
compreendessem geralmente de 4 a 6 pessoas, provavelmente o total de pessoas livres que viviam com a presença de escravos chegava de 16,3% a
24,4%37. Uma a cada quatro ou cinco famílias brasileiras mantinham escravos,
apesar de serem poucos. Deste modo, entendemos de melhor forma a resistência à abolição da escravatura no país.
A distribuição dos escravos pelos seus proprietários revelou, no seu todo,
uma concentração bastante elevada, chegando o índice de Gini a 0,57638. Como
observamos na Tabela 3, quatro quintos dos plantéis continham menos de seis
cativos, porém eles detinham pouco mais de um terço do total dos escravos. Havendo de seis a vinte pessoas em suas escravarias, os escravistas médios representaram um pouco mais de um sexto do seu conjunto, contudo mantinham quase quatro décimos dos cativos. Por fim, os grandes proprietários com vinte e um
ou mais elementos em seus plantéis totalizaram tão-somente três por cento.
Contudo, estes possuíam mais de um quarto do total dos escravos.
37 Utilizamos o censo de 1872/74 como indicador do total de escravos e de pessoas livres
no país. Tais estimativas são bastante conservadoras para a posse média, que provavelmente
seria menor para o país do que a calculada nesta pesquisa. De outro lado, as famílias poderiam
compreender um maior número de pessoas em seus domicílios. Como o total de fogos no censo
foi de 1.336 mil, podemos estimar os domicílios escravistas representando 25,7% do total.
38 Francisco Vidal Luna esclarece: «O índice de Gini corresponde a um coeficiente estatístico, largamente utilizado para medir concentração de renda ou riqueza. Constitui, na verdade, a relação entre áreas de um quadrado, construído de forma a representar, num dos eixos (o
horizonte), a população segmentada em percentis e no outro (o vertical), a riqueza ou renda
(também dividida em percentis) da coletividade estudada. (...) Dessa forma, quanto mais regularmente se distribui a renda ou riqueza, mais próximo de zero estará o valor do índice (zero no
limite); correlativamente, quanto mais concentrada estiver a riqueza ou renda, maior será o valor do aludido índice que, no máximo, iguala-se à unidade». Luna, 1981: 121. Utilizamos a variável posse de escravos como uma proxy da variável riqueza.
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FONTES CENSITÁRIAS BRASILEIRAS E POSSE DE CATIVOS NA DÉCADA DE 1870
TABELA 3.
ESTRUTURA DA POSSE DE CATIVOS DA AMOSTRA
Proprietários
Escravos
FTP
1
2a5
6 a 10
11 a 20
21 a 40
41 a 100
101 ou mais
TOTAL
Número
%
Número
%
9.891
10.631
2.984
1.391
496
178
27
38,7
41,5
11,7
5,4
1,9
0,7
0,1
9.891
31.787
22.400
19.556
13.932
10.445
4.718
8,8
28,2
19,9
17,3
12,3
9,3
4,2
25.598
100,0
112.729
100,0
Obs: FTP = faixas de tamanho dos plantéis. Nesta tabela, consideramos tão-somente os casos com o nome do proprietário determinado, desconsiderando 16 casos de escravos.
Como observado na literatura para a década de 1830, os plantéis gigantes
com mais de uma centena de cativos constituíram em quase uma exceção,
atingindo vinte e sete unidades, das quais tão-somente duas se situaram fora de
São Paulo: um em Cabo (PE) e outro Inhambupe (BA)39. Na província paulista, a distribuição concentrou-se nas principais áreas cafeeiras: Bananal detinha
dezesseis deles e Limeira, quatro. Embora fossem menos de três dezenas de
pessoas, elas abarcaram quase cinco mil escravos. Entre eles o maior plantel
chegou a compreender 419 pessoas, possuídos pela Vergueiro & Companhia
de Limeira40. Desse modo, nessa nova área de cultivo do café, o porte das propriedades escravas alcançou, ainda na fase de difusão dos cafeeiros pelos seus
terrenos, um padrão muito elevado. Assim, os plantéis gigantes concentraram-se nas principais áreas cafeeiras do país nesse momento.
As ocupações desses escravistas não foram registradas na classificação ou
matrícula, porém podemos verificar, de forma ilustrativa, a profissão declarada pela população livre no censo de 1872-74. A metade desse contingente foi
recenseada como lavradores (49,8%). Ainda houve certo destaque para o serviço doméstico e o artesanato, apresentando participação de 23,4% e 17,7%,
respectivamente. Por fim, o comércio alcançou três por cento dos livres.
39 Luna & Klein observaram três grandes plantéis na década de 1830 com mais de trezentos cativos em Minas Gerais, sendo um deles a Imperial Companhia de Mineração. Em São
Paulo, o maior escravista detinha 164 pessoas (2004: 9).
40 Em Campinas, Slenes verificou, referente a década de 1870, a presença de cinco escravarias compreendendo cem ou mais escravos, cf. Slenes, 1998: 77.
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RENATO LEITE MARCONDES
A comparação ao longo do século XIX apontou um quadro de redução em
termos absolutos da população escrava brasileira e das posses médias cativas,
principalmente quando confrontamos os nossos dados e os fornecidos pela historiografia para o início desse século, calcados em listas nominativas de habitantes. O número médio de escravos revelou-se nos censos da década de 1830
para Minas Gerais igual a 6,6, para São Paulo 7,2 e para o Paraná 5,141 e para o
recôncavo baiano 8,8 —cf. Barickman, 2003: 55-56—42. Quando consideramos tão-somente as nossas informações para os municípios selecionados destas áreas, as médias para a década de 1870 atingiram os seguintes valores: 3,7
para Minas Gerais, 6,6 para São Paulo, 3,2 para o Paraná e 5,0 para a Bahia.
Assim, apesar das diferenças nos espaços analisados, consolidou-se a
tendência de retração das propriedades ao longo do século XIX para essas províncias. Esse resultado pode derivar, pelo menos em parte, das restrições impostas ao tráfico africano a partir do segundo quartel do século. O avanço proporcionalmente maior da cafeicultura atenuou a redução da propriedade cativa
na área paulista e provavelmente demais áreas cafeeiras. Por fim, a desigualdade da posse parece ter aumentado tão-somente para São Paulo, ocorrendo o
inverso para o Paraná e Minas Gerais43.
Em termos de regiões, podemos observar a distribuição da posse de cativos na Tabela 4. As posses mostram-se mais reduzidas no Oeste e Sul do
país, atingindo valores médios inferiores a quatro cativos. Ademais, estas regiões mantinham os menores índices de Gini de toda a amostra, apontando
uma concentração mais reduzida. O Nordeste apresentou uma média um
pouco mais elevada, ligeiramente superior a quatro. Por fim, o Sudeste detinha a média e o Gini mais elevados, em grande parte decorrência da faina cafeicultora44.
Apesar do grande desenvolvimento cafeeiro e do dinamismo de outras culturas e atividades direcionadas tanto para o mercado interno quanto para o externo na década de 1870, o padrão da posse de cativos mostrou-se reduzido,
com a presença de elevado número de pequenos escravistas. Em contrapartida,
os resultados assinalaram também uma desigualdade expressiva da distribui41
Cf. Luna & Klein, 2004: 10.
Esse último cômputo é nosso a partir das informações desagregadas do autor. Contamos
796 escravistas que possuíam 7.045 escravos em duas freguesias do Recôncavo baiano, sendo
uma açucareira e outra de, sobretudo, fumo.
43 O índice de Gini para os 1830s foi de 0,574 para Minas Gerais, 0,596 para São Paulo e
0,527 para o Paraná. Luna & Klein, 2004: 9. Na nossa amostra, tal indicador chegou a 0,660
para São Paulo, 0,510 para Minas Gerais e 0,484 para o Paraná.
44 Nesse momento, o número médio de escravos e o índice de Gini das localidades apresentaram uma elevada correlação (0,819).
42
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TABELA 4.
Regiões
Oeste
Nordeste
Norte
Sudeste
Sul
Total
INDICADORES DA POSSE DE CATIVOS DAS REGIÕES
Escravistas
Cativos
Média
Máximo
Coeficiente
de Variação
Gini
2.213
9.433
594
9.574
3.784
7.299
38.370
2.895
51.283
12.882
3,3
4,1
4,9
5,4
3,4
59
194
61
419
66
1,18
1,69
1,22
2,43
1,15
0,477
0,565
0,508
0,618
0,482
25.598
112.729
4,4
419
2,10
0,576
ção dos cativos entre seus proprietários, cidades, províncias e até mesmo regiões. Assim, podemos observar uma pirâmide social dos livres formada de
poucos grandes proprietários, vários médios e muitos pequenos escravistas,
além do contingente mais numeroso de não-proprietários de escravos.
O Brasil escravocrata na década de 1870 marcou-se comumente por um
mundo de senhores de poucas posses, em geral um, dois, três ou quatro. Este
quadro ajuda a explicar estrutura arraigada da escravidão em nosso país, demonstrado pela resistência em eliminar a escravidão. O apego não se originava
somente de um reduzido grupo de grandes escravistas, mas também de uma
multidão de pequenos escravistas. De outro lado, houve uma vivência mais
próxima entre senhores e escravos, especialmente nos menores plantéis. O cotidiano da escravidão nestas condições deixava frente a frente estes indivíduos. A interação possibilitou formas variadas de relações pessoais desde as
mais amenas até as mais cruéis, cordialmente demarcadas por laços de amizade/inimizade, amor/ódio etc.
No apêndice do artigo reunimos os indicadores das posses de todos os municípios analisados, assim poderemos entender melhor a conformação das disparidades da propriedade ao longo do espaço, relacionando às condições socioeconômicas e até geográficas destas localidades45. Apesar das posses signi45
Uma alternativa seria agregar as localidades em grupos por meio dos indicadores de posses, facilitando a comparabilidade. A partir disso procuramos estabelecer grupos de localidades
de acordo com as distribuições da posse dos cativos por meio de uma técnica tradicional das
ciências sociais: a análise de cluster. Num outro trabalho, utilizamos as seguintes variáveis: as
participações relativas dos escravos nas seis faixas de tamanho dos plantéis estabelecidas na seção anterior, o índice de Gini e a média de escravos de cada uma das localidades. Optamos por padronizar as médias de 0 a 1 a fim de mantermos escalas idênticas das variáveis em questão. O
método de cluster hierárquico empregado foi o de Ward. O resultado apontou 13 grupos de localidades, salientando a diversidade da realidade brasileira no momento (ver Marcondes, 2009).
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RENATO LEITE MARCONDES
ficativas em áreas pouco relacionadas ao café, a influência direta ou indireta
da cafeicultura determinou grande divergência entre as localidades em estudo,
atingindo posses elevadas nas localidades paulistas de Bananal e Limeira, que
detinham expressiva atividade de produção e exportação de café46. Tal disparidade não se restringiu a apresentar ou não o seu cultivo, pois o seu papel não
se revelou igual em cada um dos locais que se cultivou a preciosa rubiácea. A
força da plantation cafeeira dos grandes centros produtores conviveu com cidades nas quais a pequena e a média cafeicultura ganharam destaque, produzindo perfis de posses distintos47. Ao realizarmos a discussão de um momento
da localidade em sua história de cultivo do café, capturamos a realidade daquele estágio do ciclo produtivo. Como vimos acima, as condições de produção revelaram-se diversas, podendo aproximar cidades, em fases cafeeiras diferentes. Não obstante este privilégio que concedemos ao café, verificamos a
grande atração de outros produtos pela economia cafeeira e a sua dependência
dessas mercadorias, no caso das nacionais, desde os cereais nas áreas vizinhas
a, até mesmo, os animais das mais distantes48. Assim, o comércio integra áreas
de distintas produções, favorecendo a especialização.
Além das distinções no espaço, havia importantes diferenças da composição do plantel de escravos em virtude do porte dos escravistas, como visto na
Tabela 5. A primeira diferenciação foi com relação ao sexo dos escravos, pois
os plantéis menores apresentaram um maior número de mulheres em comparação com os de homens. De outro lado, os plantéis mais numerosos mostraram uma desproporção em favor dos homens. Destarte, as razões de sexo mostraram-se crescentes de acordo com a faixa de tamanho de plantel.
A distribuição etária revelou um resultado não tão direto. Os plantéis intermediários apresentaram a maior presença relativa de crianças e maiores razões
criança/mulher49. Os idosos elevaram sua participação à medida que cresce46 Até mesmo em Bananal que detinha a maior posse média de toda a pesquisa (15,1), os
escravistas possuidores de um escravo representavam 29,3% do total. Mais da metade dos proprietários de Bananal detinham até cinco escravos (61,4% deles).
47 Mesmo nos grandes centros produtores, havia a presença de pequenos cafeicultores e
escravistas.
48 Uma visão dessa mútua dependência da produção para a exportação e o mercado interno pode ser observada na obra de Bert J. Barickman (2003) para o Recôncavo baiano entre a
mandioca, fumo e açúcar.
49 Devemos analisar com muito cuidado as informações da razão criança/mulher para os
plantéis unitários, pois o potencial reprodutivo dependeria das relações entre escravos de diferentes plantéis. Embora existam relatos da existência de tais vínculos principalmente no meio
urbano, esta possibilidade deve ser menos provável do que as relações reprodutivas dentro de
um mesmo plantel.
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TABELA 5.
COMPOSIÇÃO DOS PLANTÉIS SEGUNDO A ESTRUTURA DA POSSE DE CATIVOS
DA AMOSTRA
Razão criança (%)
0 a 14
anos
15 a 49
anos
50 anos
ou mais
Razão
criança/
mulher
%
Lavoura
% Dome
82
90
108
117
137
140
149
21,0
32,0
36,0
32,9
29,4
27,5
21,9
72,4
61,5
56,9
59,1
60,4
60,6
62,7
6,6
6,5
7,1
8,0
10,2
11,9
15,4
519
949
1.285
1.207
1.167
1.133
881
50,1
54,5
62,6
67,1
71,8
74,3
73,8
39,6
35,4
27,6
22,7
17,6
14,6
9,7
108
30,8
61,0
8,2
1.035
62,5
27,0
FTP
Razão de
Sexo
1
2a5
6 a 10
11 a 20
21 a 40
41 a 100
101 ou mais
TOTAL
Obs.: FTP = faixas de tamanho dos plantéis. Dome = Domésticos.
ram as escravarias. Por fim, a participação relativa dos lavradores também
aumentou em razão da elevação das posses, em detrimento dos domésticos.
Estes últimos perfizeram quatro décimos nos plantéis unitários.
CONSIDERAÇÕES FINAIS
A amostra compulsada retrata uma parcela expressiva do território e da população escrava brasileira. Apesar de um momento bastante posterior ao final
do tráfico africano de escravos, ainda há a predominância dos cativos do sexo
masculino e em idade ativa, como apontado na literatura por meio de outras
fontes e principalmente para períodos anteriores. Como esperado para uma sociedade rural, as profissões relacionadas à agricultura revelaram-se mais freqüentes do que aos serviços domésticos. Em termos do espaço, notamos a
maior razão de sexo na região Sudeste. Por outro lado, nas demais verificamos
um maior equilíbrio numérico entre os sexos e uma razão criança/mulher também elevada, à exceção do Nordeste que apresentou uma menor capacidade
reprodutiva.
Os novos resultados fornecidos neste artigo reforçam a importância da pequena e da média propriedade escrava e da elevada desigualdade das posses.
Ao analisarmos um conjunto muito amplo de informações referentes a distintas realidades brasileiras, verificamos para todas elas ampla preeminência numérica dos proprietários de um, dois, três ou quatro cativos no seu conjunto.
Até mesmo em áreas de grande presença da atividade exportação, seja com o
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RENATO LEITE MARCONDES
café ou o açúcar, não modificaram o quadro geral, mantendo apenas posses
mais elevadas e maior presença de grandes plantéis. Apesar dos pequenos escravistas serem muitos, eles não detinham a maioria dos escravos, mas não podem ser desconsiderados, pois compreenderam quase um terço do total. As
posses e a desigualdade revelaram-se maiores no Sudeste em comparação com
o Sul e Oeste. O Nordeste mostrou um perfil intermediário em relação às demais. Por fim, o Norte aproximou-se da realidade das posses do Sudeste, mas
um pouco menor. Destarte, a grande diversidade brasileira revelou-se já na década de 1870 ao analisarmos a propriedade escrava, acompanhada de uma desigualdade também elevada.
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Fecha de recepción: 14-4-2010
Fecha de aceptación: 20-6-2010
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FONTES CENSITÁRIAS BRASILEIRAS E POSSE DE CATIVOS NA DÉCADA DE 1870
APÊNDICE
TABELA AP.1. POSSE DE CATIVOS DAS LOCALIDADES SEGUNDO SUAS PROVÍNCIAS
(1872-1877)
Localidades
Goiás
Arraias
Boa Vista
Bonfim
Catalão
Entre Rios
Flores
Formosa
Goiás
Jaraguá
Meia Ponte
Natividade
Pilar
Rio Verde
Santa Luzia
Maranhão
São Luís
Piauí
Barras
Batalha
Humildes
Jaicós
Oeiras
Parnaíba
Piracuruca e Pedro II
Teresina
União
Valença
Paraíba
Bananeiras
Cajazeiras
Misericórdia
Pernambuco
Cabo
Olinda
Palmares
Bahia
Inhambupe
Ilhéus
Sergipe
Capela
Lagarto
Laranjeiras
Simão Dias
Proprietários
Escravos
Média
D.P.
C.V.
Gini
Fonte
166
66
252
366
110
45
131
385
70
146
75
110
171
120
551
288
842
1.105
400
135
486
1.085
245
454
222
271
809
406
3,3
4,4
3,3
3,0
3,6
3,0
3,7
2,8
3,5
3,1
3,0
2,5
4,7
3,4
5,0
7,5
3,5
3,1
3,7
2,1
3,8
3,2
5,5
3,5
2,6
2,0
5,6
3,1
1,51
1,71
1,05
1,01
1,01
0,70
1,04
1,12
1,56
1,13
0,89
0,81
1,18
0,93
0,489
0,514
0,471
0,457
0,476
0,371
0,447
0,461
0,544
0,458
0,421
0,399
0,526
0,453
MeC
M
M
M
M
M
M
MeC
M
M
M
M
MeC
M
1.690
5.325
3,2
4,2
1,34
0,488 C
308
117
97
751
434
253
254
538
151
529
1.070
412
215
2.545
1.939
643
768
2.770
762
1.996
3,5
3,5
2,2
3,4
4,5
2,5
3,0
5,2
5,1
3,8
4,8
4,1
1,9
4,6
5,6
3,4
3,9
7,1
8,8
4,7
1,38
1,16
0,86
1,35
1,26
1,34
1,28
1,38
1,74
1,24
0,537
0,494
0,379
0,534
0,522
0,476
0,462
0,561
0,612
0,518
230
178
226
706
345
528
3,1
1,9
2,3
3,08
1,41
2,30
1,00
0,73
0,99
0,453 C
0,338 C
0,424 C
527
215
692
4.207
761
4.012
8,0
3,5
5,8
15,07
7,02
8,31
1,89
1,98
1,43
0,651 C
0,566 C
0,575 C
401
155
2.041
755
5,1
4,9
9,5
9,1
1,87
1,85
0,606 C
0,627 C
627
474
450
136
2.678
1.794
1.613
485
4,3
3,8
3,6
3,6
7,5
5,2
7,1
3,6
1,75
1,38
1,99
1,01
0,581
0,540
0,614
0,474
C
C
C
C
C
C
C
C
C
C
C
CeR
C
C
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RENATO LEITE MARCONDES
TABELA AP.1. POSSE DE CATIVOS DAS LOCALIDADES SEGUNDO SUAS PROVÍNCIAS
(1872-1877)
(Continuacão)
Localidades
Pará
Cametá
Rio Grande do Sul
Dom Pedrito
Encruzilhada
Rio Pardo
Paraná
Antonina, Morretes
e Guaratuba
Castro
Comarca de Curitiba
Lapa e Rio Negro
Palmeira
Paranaguá
Ponta Grossa e Tibagy
Espírito Santo
Vitória
Minas Gerais
Dores da Marmelada
Ouro Preto
Paracatu
Patos
Ponte Nova
Santo Antonio do Monte
Rio de Janeiro
Parati
São Paulo
Amparo
Bananal
Batatais
Iguape
Itu
Limeira
Lorena e Cruzeiro
Mogi das Cruzes
Paraibuna e Natividade
São José dos Campos
São Luiz do Paraitinga
São Sebastião a
Taubaté
Proprietários
Escravos
Média
D.P.
C.V.
Gini
Fonte
594
2.895
4,9
5,9
1,22
0,508 C
377
657
236
1.490
2.429
1.023
4,0
3,7
4,3
3,5
3,7
4,5
0,90
1,00
1,06
0,442 C e R
0,466 C
0,506 C e R
38
328
813
248
164
221
354
1.038
1.376
2.053
1.021
475
659
1.318
2,7
4,2
2,5
4,1
2,9
3,0
3,7
2,7
6,7
2,4
4,6
3,0
3,6
4,2
1,02
1,59
0,96
1,12
1,02
1,19
1,12
0,441
0,547
0,424
0,506
0,456
0,470
0,497
554
2.963
5,4
7,6
1,42
0,564 C
479
603
356
355
1.296
490
1.252
2.384
1.185
1.230
5.585
1.475
2,6
4,0
3,3
3,5
4,3
3,0
3,4
5,3
3,3
3,6
5,7
3,5
1,28
1,33
0,98
1,03
1,32
1,15
0,457
0,535
0,449
0,473
0,527
0,473
350
1.497
4,3
6,3
1,48
0,555 C
251
498
486
392
612
338
376
214
249
244
383
385
663
1.889
7.536
2.361
1.539
3.397
3.274
2.501
900
1.685
1.110
2.079
1.277
4.164
7,5
15,1
4,9
3,9
5,6
9,7
6,7
4,2
6,8
4,6
5,4
3,3
6,3
11,9
38,9
8,5
4,7
11,9
28,5
11,1
5,0
12,8
6,8
9,7
3,4
11,6
1,58
2,57
1,74
1,20
2,15
2,94
1,67
1,19
1,89
1,49
1,78
1,02
1,85
0,575
0,759
0,587
0,504
0,660
0,718
0,624
0,464
0,649
0,570
0,611
0,467
0,638
C
C
C
CeR
CeR
C
CeR
C
CeR
C
C
C
C
Ce
C
C
C
Ce
C
Ce
Ce
C
C
C
C
M
R
R
R
R
Obs: D. P. = desvio-padrão, C. V. = coeficiente de variação, M = Matrícula, C = Classificação e
R = Relação. a Inclui Caraguatatuba e Ilha Bela.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 231-258, ISSN: 0034-8341
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FONTES CENSITÁRIAS BRASILEIRAS E POSSE DE CATIVOS NA DÉCADA DE 1870
257
BRAZILIAN CENSUS SOURCES AND OWNERSHIP
OF SLAVES IN THE 1870S
There exists a significant group of sources of a census nature for the study of slavery in the
1870s. These sources derive mainly from the registration of slaves that was established by the
Law of the Free Womb of 1871. In this article, we discuss the different ways of presenting registration information. We analyze a sample of the registered slave population, including 69
towns from different parts of the country that total a little over 112,000 slaves and 25, 000
slave holders. In addition to characterizing the demographic profile of the slaves that make up
the sample, we verify the ownership of slaves.
KEY WORDS: Registration, slavery, demography, slave ownership, Law of the Free Womb.
FUENTES CENSALES BRASILEÑAS Y PROPIEDAD
DE ESCLAVOS EN LA DÉCADAD DE 1870
Existe un conjunto expresivo de fuentes de carácter censal para el estudio de la esclavitud
en la década de 1870 en Brasil. Estas fuentes derivan, principalmente, de la matrícula de los
esclavos determinada por la Ley de Vientre Libre de 1871. En este artículo discutimos las diferentes formas de presentación de las informaciones de la matrícula. Analizamos una muestra
de la población esclava matriculada, comprendiendo 69 localidades de diferentes partes del
país que totalizan poco más de 112.000 esclavos y 25.000 esclavistas. Al caracterizar el perfil
demográfico de los esclavos de nuestra muestra, comprobamos la propiedad de esclavos.
PALABRAS CLAVE: Censo, esclavitud, demografía, propiedad esclava, Ley de Vientre Libre.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 231-258, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2011.009
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, núm. 251
Págs. 259-284, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2011.010
ABOLIÇÃO NO BRASIL: RESISTÉNCIA ESCRAVA,
INTELECTUAIS E POLÍTICA (1870-1888)
POR
RICARDO SALLES
Universidade Federal do Estado do Rio de Janeiro-UniRio
A Abolição da Escravidão no Brasil coloca as seguintes questões históricas: qual o caráter social do abolicionismo? Qual seu sentido histórico? Foi uma revolução ou apenas um
lance na transição para o capitalismo no país? Que interesses defendia o movimento abolicionista? Que grupos sociais protagonizaram o movimento? Qual o papel dos escravos no processo? O que defendiam e quem representavam os intelectuais abolicionistas? São estas indagações que guiam esse artigo no sentido de pensar a relação entre o lugar dos intelectuais
abolicionistas e as possibilidades e os limites de formação, ou o «acontecimento» da população escrava e liberta enquanto uma classe nacional no período final da escravidão no Brasil.
PALAVRAS CHAVE: Segunda escravidão, abolicionismo, Brasil, intelectuais, classes sociais.
O Brasil —trata-se de um lugar comum que nunca é demais repetir— foi o
último país ocidental a abolir a escravidão, e não sem muita luta e pressão.
Não se pode e não se deve separar a história da abolição no Brasil da história
da abolição no mundo atlântico, iniciada praticamente um século antes. A
distância de cerca de um século a separar as lutas pela extinção do tráfico internacional de escravos na Inglaterra e a abolição em São Domingos, em fins
do século XVIII, e a abolição no Brasil não se deve, contudo, a um atraso de
adaptação do país aos tempos modernos. A escravidão brasileira —e também
a norte-americana e a cubana— do século XIX foi, antes de tudo, criação e
criadora da modernidade contemporânea do sistema-mundo dominado pelo
advento do capitalismo industrial. Como tal, e assim como este, conviveu,
desde seu despertar, com forte e crescente oposição social e mesmo contestação política.
260
RICARDO SALLES
Entre 1776 e 1848, o mundo ocidental em suas duas margens atlânticas, viveu uma «era de revoluções»1. Revoluções políticas puseram abaixo o Antigo
Regime europeu e seu correlato americano, o Antigo Sistema Colonial. Movimentos sociais e políticos de trabalhadores passaram a demandar liberdade civil, política e igualdade social, e, entre outras reformas, a abolição do tráfico
internacional de escravos e, pouco depois, da própria escravidão. Na Américas, onde se multiplicavam rebeliões escravas, particularmente no Caribe, uma
delas, a revolução dos escravos e negros e mestiços livres da colônia francesa
de Saint-Domingue, a mais rica de todas no mundo, foi a primeira vitoriosa na
História. A Revolução Haitiana abriu um processo histórico em que, no próximo meio século, a escravidão foi abolida, de um só golpe ou por medidas graduais, por iniciativa de governos ou por pressão popular e mesmo dos próprios
escravos, em diferentes regiões da América. A coincidência e a articulação entre a abolição e os processos de independência nacional da grande maioria das
colônias européias na América levaram o historiador britânico Robin Blackburn a designar todo o processo de derrubada do escravismo colonial2. A escravidão pareceu, então, para muitos contemporâneos, e também para muitos
estudiosos posteriores, como uma instituição do passado, em vias de desaparecimento ou fadada a desaparecer. Escravidão e civilização —noção que, neste
momento, era acrescida de um sentido ligado ao progresso tecnológico e
econômico e a uma série de valores associados, como a liberdade civil e de
opinião— pareciam antípodas.
Entretanto, neste mesmo momento histórico, em íntima conexão com o desenvolvimento do mercado mundial capitalista, nos Estados do Sul dos Estados Unidos, no Império do Brasil e na colônia espanhola de Cuba, não só a
instituição servil foi mantida, como se expandiu como nunca. Nos dois primeiros casos, esta expansão constituiu, parcial ou integralmente, a base material
da construção dos Estados nacionais nestas regiões. No Sul dos Estados Unidos, esta segunda escravidão, como a denominou o historiador norte-americano Dale Tomich, uma vez extinto o tráfico internacional em 1808, foi alimentada pelo crescimento vegetativo da população escrava. Em Cuba e no Brasil,
pelo contrário, ela foi sustentada por um tráfico internacional revigorado, efetivamente extinto apenas em 1850 no Brasil e em 1866 na colônia espanhola3.
Ainda que em Cuba a segunda escravidão tenha se afirmado a partir da renovação de sua condição colonial, no Brasil e nos Estados Unidos, ela foi, an1
Sigo, nos próximos parágrafos, com pequenas modificações, o exposto em Salles, 2008:
43 ss.
2
3
Blackburn, 2002.
Tomich, 2004: esp. cap. 2.
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tes de tudo, uma escravidão nacional, no sentido que sua constituição está na
raiz e dependeu, em larga medida, da formação dos Estados nacionais4. Tal
convivência entre o processo de destruição do escravismo colonial e o processo de construção do escravismo nacional, dentro de um mesmo quadro internacional, tanto do ponto de vista econômico quanto social, político e cultural,
trouxe uma importante conseqüência para as regiões que se aferraram à instituição servil e a desenvolveram como nunca antes na história. Nessas áreas,
o novo impulso escravista conviveu permanentemente com uma tensão antiescravista, tanto do ponto de vista interno quanto do ponto de vista internacional5.
Nos Estados do Sul dos Estados Unidos, esta tensão foi vivenciada quase
que inteiramente como um problema de política doméstica, uma vez que era o
resultado direto da convivência com uma opinião pública antiescravista e logo
abolicionista que se desenvolvia nos estados nortistas. No Império do Brasil
—onde uma opinião pública abolicionista só começou a tomar corpo a partir
de meados da década de 1860— a tensão resultou, ao menos até 1850, da
pressão inglesa pela extinção do tráfico internacional de escravos. Com a extinção do tráfico nesta data, houve um esvaziamento desta tensão, que só começou a se delinear, agora a partir de forças internas, mesmo que deflagradas,
em parte, pelo resultado da Guerra Civil Norte-americana, a partir de meados
da década de 1860 e, mais especificamente, a partir de 1871, quando os debates parlamentares em torno da lei que decretava a liberdade do ventre da
mulher escrava reabriram a questão.
Entretanto, pode-se dizer que, do ponto de vista interno, a tensão antiescravista repercutia no interior do próprio campo intelectual e político imperial,
desde suas origens na década de 1820. A escravidão era tema ineludível. Fazia
parte do repertório de assuntos que, de alguma maneira, relacionavam-se com
as questões do século, tais como o liberalismo, o governo representativo, a civilização e o progresso, os movimentos sociais e, evidentemente, a ordem e a
liberdade. Este fato era exacerbado pela dimensão cosmopolita do campo intelectual brasileiro, marcado, ao mesmo tempo, por uma grande distância or4 Sobre os processos escravistas em Cuba e no Brasil, principalmente em relação ao encaminhamento da abolição do tráfico internacional de escravos e da abolição da escravidão, ver
Schmidt-Nowara, 2008: 101-119. Sobre os processos políticos da primeira metade do século XIX e a questão da escravidão, Marquese, Berbel e Parron, 2010.
5 Celso Castilho, analisando o processo abolicionista brasileiro, particularmente na província de Pernambuco, distingue entre anti-escravismo, quando se tratou apenas de opiniões
contra a escravidão, emancipacionismo, quando se tratou de políticas de abolição gradual, e
abolicionismo, quando houve a proposta de abolição completa. Cf. Castilho, 2008: vii-viii.
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gânica no que tange aos grupos subalternos da sociedade, em especial, os escravos, e por sua polarização pelos centros intelectuais internacionais6. Dessa
forma, a tensão antiescravista passava pelo interior do próprio Estado nacional, através de suas instituições e agentes, assim como através do espaço público, envolvendo intelectuais, políticos, escritores, jornalistas, a imprensa, associações e demais instituições.
Esta tensão antiescravista repercutia ainda sobre um quadro de resistência
escrava endêmica, marcado, no entanto, por crescente e novo protagonismo do
cativo nas suas relações com os senhores e outros setores sociais na Era das
Revoluções7. É difícil medir quando, quanto e se houve mesmo ou não o
aumento no número de rebeliões e outros atos de resistência escrava neste período histórico de destruição do escravismo colonial e construção do escravismo nacional. É constatável, no entanto, que tais atos, a partir de princípios do
século XIX, se revestiram de características até então desconhecidas. Eles
ocorreram em um período de intensas disputas e transformações sociais e políticas nas sociedades ocidentais em geral e nas sociedades escravistas em particular. Nesta época, estavam em disputa diferentes concepções e propostas de
direitos políticos e sociais envolvendo amplos setores da sociedade. Este novo
contexto foi percebido e incorporado, em maior ou menor grau, por senhores e
escravos em seus enfrentamentos cotidianos e em suas lutas abertas, envolvendo grandes fugas, rebeliões e choques armados coletivos. Esta percepção do
novo significado das lutas —e aqui seria rigorosamente apropriado o emprego
da expressão luta de classes, termo cujo emprego se generalizou exatamente
neste momento histórico— implicou em um novo papel do escravo como
agente protagonista das sociedades em que vivia e, principalmente, como protagonista dessas lutas por direitos e, a palavra do momento, liberdade.
A Abolição da Escravidão no Brasil, entretanto, só ocorreu em 1888, depois de um intenso e crescente movimento abolicionista que começou a tomar
corpo no início da década de 1880. Tanto a Abolição quanto, especificamente,
o movimento abolicionista têm colocado um problema histórico que ainda se
encontra em aberto para a historiografia do período. Resumida e esquematicamente, podemos sintetizar este problema com as seguintes questões: qual o caráter social do abolicionismo? Qual seu sentido histórico? Foi uma revolução
ou apenas um lance na transição para o capitalismo no país? Que interesses
defendia o movimento abolicionista? Que grupos sociais protagonizaram o
movimento? Qual o papel dos escravos no processo? O que defendiam e quem
6
Aqui, inspiro-me em Gramsci que assinalou a característica dos intelectuais italianos
como uma concentração funcional de cosmopolitismo. Cf. Gramsci, 1999, 1: 429.
7 A idéia de resistência endêmica é de Stuart Schwartz, 1995.
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representavam os intelectuais abolicionistas? Estas e outras indagações permitem levantar algumas hipóteses —e este é o objetivo principal desse texto—
para pensar a relação entre o lugar dos intelectuais abolicionistas e as possibilidades de formação, ou o «acontecimento», para seguir a terminologia thompsoniana, da população escrava e liberta enquanto uma classe nacional no período final da escravidão no Brasil. Em caráter secundário e na medida em que
realiza uma análise histórica concreta, estas hipóteses permitem também uma
reflexão de natureza teórica sobre os conceitos de classe, relações sociais de
força e intelectuais a partir de sua matriz de formulação gramsciana e sua relação com a questão da agência escrava, que tem sido a pedra de toque da historiografia brasileira recente sobre a escravidão.
*
*
*
Talvez nenhum outro historiador contemporâneo tenha sido mais influente
junto a esta historiografia do que Edward Palmer Thompson. Em artigo de
2006, os historiadores sociais brasileiros Flávio dos Santos Gomes e Antonio
Luigi Negro utilizaram-se de um conhecido texto de Thompson em que este
analisa o século XVIII inglês na perspectiva da luta de classes, mesmo que os
agentes históricos não se vissem e não se identificassem enquanto classes.
Para Thompson, a classe pode ser entendida tanto como uma formação histórica empírica quanto como uma categoria heurística8. Por isso seria válido falar
de luta de classes na sociedade inglesa do século XVIII, mesmo que estas últimas não existissem empiricamente. Haveria uma maior amplitude do conceito
de luta de classes nas sociedades em que as classes não teriam correspondência empírica —como nas sociedades capitalistas do século XIX— ou
teriam apenas uma correspondência empírica rarefeita9. De acordo com
Thompson, analisando as lutas entre a gentry e a plebe no século XVIII britânico, o fato de não podermos observar «formações de classe “maduras” (quer
dizer, conscientes e historicamente desenvolvidas) com suas expressões ideológicas e institucionais, não quer dizer que o que se expresse de modo menos
decisivo não seja classe»10. Para os historiadores brasileiros, algo semelhante
poderia ser observado para as lutas dos escravos e de uma classe trabalhadora
em formação no período final da escravidão no Brasil11.
8
9
10
11
Thompson, 1989: 36-37.
Gomes e Negro, 2006: 217-240, 221-222, nota 7.
Thompson, 1989: 39.
Esse tema foi retomado e ampliado no trabalho de Mattos, 2008.
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A vereda é promissora e retornaremos a ela adiante. No momento, vou me
deter em algumas considerações de ordem teórica sobre o uso de Thompson e
a questão da agência escrava. E para isso vou me valer de Antonio Gramsci.
Não cabe dúvida que o escravo foi um agente histórico, que contribuiu
para moldar o mundo em que viveu e que participou ativamente de sua destruição. As teorias do «escravo coisa», animalizado e desprovido de vontade,
estão definitiva e devidamente sepultadas. Entretanto, esta constatação de ordem genérica não esgota, mas apenas abre a questão da luta de classes na sociedade escravista. É preciso qualificar o que foram essas lutas em diferentes
momentos históricos; analisar seu alcance, seus objetivos, suas possibilidades,
seus resultados e suas conseqüências. Isto deve ser feito, no caso brasileiro, especialmente para o período em que a conjuntura política se acelerou e se colocou a bandeira política da abolição da escravidão, isto é, entre 1879 e 1888.
No fundo, com essa proposição o que se trata é de buscar qualificar a expressão utilizada por Thompson, «aquilo que se expressa de modo menos decisivo...». Deixando de lado o explícito termo de comparação com as lutas operárias do século XIX, tomadas como modelo pelo historiador inglês, trata-se de
avaliar a efetividade, o alcance, os objetivos, a organicidade interna, etc., dessas expressões, sejam elas menos ou mais decisivas. Que as ações dos grupos
subalternos afetam os grupos dominantes, não há dúvida. Tampouco há dúvida
de que, por isso mesmo, ações e lutas fragmentadas dos grupos subalternos,
antes relegadas a um segundo plano, ou sequer consideradas, ganham nova
importância e nos ajudam a entender como se processam aquilo que Gramsci
denominou de «transformações moleculares», que terminam por repercutir nas
esferas de poder mais amplas da sociedade12. Para Gramsci, a «história dos
grupos subalternos é necessariamente desagregada e episódica», e, mesmo que
em suas práticas eles tendam a se unificar, essa tendência «é continuamente
rompida pela iniciativa dos grupos dominantes» (que por isso mesmo, ao serem bem sucedidos neste intento, são dominantes). A tendência à unificação
desses grupos subalternos em sua atividade histórica só pode, de fato, ser demonstrada após o encerramento de um ciclo histórico, «se este se encerra com
12
São diversas as passagens nos Cadernos do cárcere que se referem a transformações,
processos, mudanças moleculares. Essas passagens têm significados diferentes, dizendo respeito ora a processos intelectuais, materiais ou sociais, algumas vezes de natureza individual, outras de natureza individual. No entanto, o sentido é quase sempre o de processos cumulativos,
que se dão em escala reduzida e dispersa, relativamente inconscientes e que contribuem para
mudanças perceptíveis no plano geral, cultural, formal e institucional. Cf., por exemplo, Caderno 1, seção 44, p. 41 e ss.; Caderno 7, seções 43 e 44, p. 892 e ss.; Caderno 8, seções 191 e 195,
p. 1056 e pp. 1057-58; Caderno p, seção 89, p. 1152; Caderno 15 (II), seção 9: 1762 e ss.; Caderno 22, seções 1 e 3: 2139 e ss.; 2147 e ss. (Quaderni del carcere, Edizione critica).
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sucesso. Os grupos subalternos sofrem sempre a iniciativa dos grupos dominantes, mesmo quando se rebelam e se insurgem...». Mesmo uma vitória permanente não romperia imediatamente essa subordinação, como o demonstrariam os episódios da Revolução Francesa, pelo menos até 1830. Por isso
mesmo, isto é, pelo caráter subordinado de suas atividades, «todo traço de iniciativa autônoma por parte dos grupos subalternos deve ser de valor inestimável para o historiador integral...»13.
O ponto, no caso específico das lutas escravas, é ainda mais decisivo. Trata-se de avaliar qual sua condição de acumulação de forças, morais e materiais; sua condição de passar para momentos além dos limites dos embates
imediatos. Limites impostos, em larga medida, pelas próprias condições do cativeiro, extremamente desfavoráveis aos escravos e sempre reiteradas pela
ação dos senhores, seus prepostos e das autoridades. Fato que remete à consideração de que entre a classe empírica e a classe como categoria heurística, há
uma terceira dimensão da classe —a dimensão estrutural— que não é menos
real, ainda que não imediata e diretamente observável como a dimensão das
experiências concretas. Essa dimensão estrutural é abstrata e relacional, quer
dizer, diz respeito às posições relativas que os agentes históricos concretos
—identificados ou não enquanto classes— ocupam na estrutura das relações
de produção. Estrutura esta que determina, no sentido de condicionar, a ação
desses sujeitos, mesmo quando tal ação resulte na transformação da estrutura.
Nesse sentido, a classe enquanto categoria heurística histórica diz respeito a
processos históricos socialmente determinados, que transcendem as experiências individuais: processos transpessoais, transgeracionais, relacionais, isto é,
inseridos em estruturas relacionais14.
A classe escrava, em toda a parte, mas no Brasil em particular, não era «rarefeita». Ao contrário, ela teve sempre uma marcada inserção na estrutura pro13
Essas considerações estão entre as últimas notas tomadas no cárcere, em 1934. Discutindo a história dos grupos subalternos, Gramsci as apresenta como um de seus «critérios metodológicos». Gramsci, 2002: 135.
14 O próprio Thompson, em outro texto, chamou de «mudança involuntária» as «... mudanças (...) na tecnologia, na demografia (...) cujas involuntárias repercussões afetam o modo
de produção em si, alterando perceptivelmente as relações produtivas». Essas mudanças, no
entanto, não reestruturam um modo de produção espontaneamente. «Talvez introduzam novas
forças em cena e modifiquem a correlação de poder e riqueza entre classes sociais diversas.
Mas a conseqüência da reestruturação das relações de poder, das formas de dominação e da organização social tem sempre sido um desdobramento do conflito. A transformação da vida
material determina as condições dessa luta e parte de seu caráter, mas o resultado específico é
determinado apenas pela luta em si mesma». «Folclore, antropologia e história social».
Thompson, 2001: 262-263.
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dutiva, que condicionou os desdobramentos de suas experiências de luta. Tais
experiências encontraram uma forte barreira para se condensar e passar para o
plano geral. A começar pela violência intrínseca ao processo de escravização,
ao desenraizamento social dos escravos e ao uso cotidiano e aberto da força
para a manutenção dos cativos. Além disso, parte essencial para a perpetuação
desses processos de dominação era desprover os escravos de qualquer possibilidade de desenvolvimento intelectual, moral e político mais amplo, o que era
exatamente possibilitado pelas condições estruturais de existência dos escravos e pela ação dos senhores e do Estado. Isso não quer dizer que os escravos
não lutassem e que não contribuíssem com suas lutas para moldar o mundo em
que viviam. Mais ainda, dependendo das circunstâncias, essas experiências
podiam ser «instrumentalizadas» por outros grupos sociais: trabalhadores livres, intelectuais e até mesmo setores dos grupos dominantes.
O que, no entanto, deve ser salientado e não pode ser ignorado são as particularidades das condições adversas, advindas em grande parte de sua inserção estrutural, em que os escravos viviam e travavam suas lutas. Não havia uma
«mão de ferro» da estrutura que impedisse a transformação das lutas e experiências moleculares dos escravos em ação geral, política e universal. Essas
condições extremamente desfavoráveis podiam —como o foram de fato no
caso de Saint-Domingue— ser superadas de acordo com as circunstâncias históricas. No entanto, via de regra, não ocorreram desdobramentos como esses e
o protagonismo social dos escravos sempre permaneceu subordinado. Mais ou
menos ativo, mas sempre, e ao fim e ao cabo, subordinado.
Concretamente, para o século XIX, podemos considerar que tal protagonismo foi mesmo um importante fator na conformação do quadro histórico mais
amplo no plano atlântico. Ele contribuiu para moldar, em alguma medida, a
própria tensão antiescravista que acima foi referida. Desde a Revolução do
Haiti, as rebeliões e a resistência escravas —endêmicas a qualquer sistema escravista— nunca mais foram encaradas e, principalmente, vividas pelos cativos, da mesma forma. Resistência e rebelião podiam, desde então, desembocar
em revolução. Disso sabiam, diretamente, os senhores e os governos. Disso
terminavam por saber, ou ao menos por vivenciar, ainda que, na grande maioria dos casos, de forma indireta, os próprios escravos.
No Brasil, nenhuma experiência de rebeldia cativa repetiu o que acontecera no Haiti. Até a década de 1880, quando eclodiu o movimento abolicionista
de massas, nenhum movimento social, protagonizado por escravos, seus descendentes ou por lideranças e outros setores de trabalhadores que se propusessem a falar em seu nome, colocou em questão a ordem escravista. Mesmo assim, diante de um protagonismo cativo, ainda que fragmentado, em um contexto político e social em que a escravidão perdia legitimidade, o temor de
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uma grande insurreição escrava foi um fantasma a atormentar senhores e autoridades, principalmente até a metade do século. Entre 1835, ano da revolta dos
Malês em Salvador, e 1880, que marca o surgimento do movimento pela abolição da escravidão com a fundação da Sociedade Brasileira contra Escravidão, foram inúmeras as fugas coletivas e mesmo tentativas de revolta escravas.
Em que pese o fato de que, em uma ou duas ocasiões, como, por exemplo, em
Vassouras, em 1848, e em Resende, em 1881, senhores e autoridades locais
tenham temido a eclosão de insurreições secretamente organizadas, estas, de
fato nunca aconteceram15.
As lutas escravas, vistas retrospectivamente, continuaram a enfrentar e, em
última análise, a se deter na segmentação inerente às condições sociais de vida
e de trabalho dos cativos. Na época, no entanto, senhores e autoridades não correram riscos. A precaução contra uma possível insurreição escrava de largas
proporções e de alcance antiescravista —uma possibilidade sempre cogitada
depois do Haiti— foi um importante fator na soldagem de solidariedades
escravistas para além do âmbito das vivências imediatas deste ou daquele
senhor, nesta ou naquela região em particular. Em conjunto com outros fatores, esta precaução conformou, enfim, uma experiência de classe coletiva, histórica, a partir da qual os proprietários individuais de escravos passaram a viver
suas vidas, a se situar no mundo das fazendas, das vilas, das cidades, mas também do Império, da Europa e da Civilização. Neste momento, em articulação
com a construção do Estado, as experiências dos senhores de escravos no Brasil
passaram a se dar a partir de suas vivências enquanto classe senhorial.
*
*
*
De qualquer forma, somente em meados da década de 1860, a questão da
escravidão foi reaberta. Inicialmente, através da iniciativa do próprio imperador em nota de 14 de janeiro de 1864 a Zacarias de Góes, dissidente do partido
conservador que, aliado aos liberais, assumiria a chefia do conselho de ministros no dia seguinte. Na nota, dom Pedro alertava que os acontecimentos da
guerra civil norte-americana exigiam que «pensemos no futuro da escravidão
no Brasil, para que não nos suceda o mesmo a respeito do tráfico dos Africanos». O imperador sugeria que se considerasse promover a liberdade dos
filhos das escravas «que nascerem daqui a certo número de anos» como forma
de encaminhar a questão da abolição. A referência ao que acontecera em rela15
Sobre 1848, ver Slenes, 2006; Salles, 2008, cap. 5. Sobre as tentativas de revoltas escravas no início da década de 1880, ver Machado, 1994: esp. cap. 2 e 3.
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ção ao «tráfico dos Africanos», quando a Inglaterra praticamente obrigara o
Império, pela força de sua esquadra, a abolir o comércio internacional de cativos, é sugestiva. A situação nunca mais deveria chegar àquele ponto. A previsível vitória da União na guerra civil norte-americana e a transformação explícita do conflito naquilo que de fato ele era —uma luta de vida e morte entre
um modo de vida que se nutria da escravidão e outro, que despontava como o
possível vitorioso, que para se desenvolver deveria destruí-la— que era questão de tempo para que a escravidão no Brasil viesse a ser diretamente questionada no plano externo e também no plano interno16.
Pouco mais de três anos depois, em sessão de 2 de abril de 1867, agora já
em plena crise de recrutamento para fazer face às necessidades de novos homens para prosseguir com a guerra contra o Paraguai, a questão entrou na pauta do Conselho de Estado. Em 28 de setembro de 1871, finalmente, depois de
muitos debates e resistências, o gabinete conservador do visconde do Rio
Branco fazia aprovar no parlamento a lei que libertava o ventre da mulher escrava.
Tanto a lei de 1871 —quando não mesmo a proibição do tráfico em 1850—
quanto o surgimento do movimento abolicionista, no início da década de 1880,
têm sido vistos como eventos que se encaixariam em um processo gradual de
abolição da escravidão. Esta perspectiva, ainda fortemente presente no que se
poderia chamar de senso comum historiográfico, subestima, quando não encobre mesmo, não apenas as distâncias temporais entre estes eventos, mas principalmente suas descontinuidades políticas. Entre 1850 e 1871, decorrem duas
décadas. Duas décadas de grandeza do Império e da classe senhorial, assentada sobre uma escravidão madura, consolidada, tendente a se auto-reproduzir
pelo crescimento vegetativo da população escrava. A associação entre a proibição do tráfico, a lei do ventre livre e a intenção de pôr um fim, mesmo que
gradual, à escravidão é uma narrativa feita a posteriori, que não estava presente na mente daqueles que se viram compelidos a tomar a primeira medida.
Quanto à relação entre 1871 e 1880, a distância política é bem maior do que a
distância temporal. Os abolicionistas de 1880 propuseram a abolição completa
imediata, ou, inicialmente, em período muito curto, da escravidão, em larga
medida, contra a lentidão e a postergação que caracterizariam do processo
gradual de eliminar o trabalho escravo. Essa é uma avaliação da historiografia
atual, mas também uma consideração dos próprios abolicionistas quando começaram a sistematizar suas propostas, como pode ser visto, em O abolicionismo, de Joaquim Nabuco, opúsculo de propaganda publicado em 1883.
16
Salles, 2008: 89 e ss.
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Se há distâncias entre esses eventos assinalados, isso não quer dizer que
eles não se inserissem em um quadro histórico geral de crise da escravidão, e
nesse caso, da segunda escravidão, no hemisfério ocidental. Essa crise está intimamente relacionada com o desfecho da Guerra da Secessão, que assinalou a
derrota definitiva do Sul escravista e abriu claramente a perspectiva de que o
futuro de regiões escravistas mais fracas, como o Império do Brasil e a colônia
espanhola de Cuba, estava comprometido. Ainda que a ameaça não fosse imediata, havia consciência, como a nota de Dom Pedro a Zacarias de Góes, acima mencionada, deixa entrever, de que a superação da escravidão era algo que
tinha que ser encaminhado, sob pena de que, caso nada se fizesse, esse fim levasse consigo muito mais do que o regime de trabalho. No caso do Brasil, toda
ordem social e o regime monárquico. No caso de Cuba, o estatuto colonial.
No Império do Brasil, essa crise geral da escravidão acontecia, alimentava
e era alimentada por um ambiente político e social tendente à instabilidade. A
partir de meados dos anos de 1860 e, principalmente, do retorno das tropas vitoriosas da Guerra do Paraguai, em fins de 1869 e início de 1870, é possível
detectar claramente uma efervescência popular nas ruas do Rio de Janeiro que
se prolongará por toda a década17. Não é o caso de nos determos sobre o assunto neste momento. Trata-se apenas de salientar que a Guerra do Paraguai coincidiu com a crise da hegemonia política saquarema que havia se consolidado
exatamente com a substituição do gabinete conservador de 1852 pelo gabinete
da conciliação, capitaneado pelo também conservador visconde do Paraná em
1853. Após a morte deste, em 1856, sucederam-se uma série de gabinetes conservadores que, em 1862, deram lugar a uma situação liberal, que se prolongou até julho de 1868. Neste momento, aproveitando-se do impasse que as
forças imperiais enfrentavam na guerra, o conservador marquês de Caxias, que
havia sido chamado a comandar as forças imperiais em operação no Paraguai,
forçou a demissão do chefe do gabinete, Zacarias de Góes. Contra as regras
não escritas, mas costumeiras da vida política até então, dom Pedro chamou o
líder da minoria, ninguém menos que o saquarema Itaboraí, para formar o
novo gabinete.
Este fato abriu uma crise político-institucional de dimensões sem precedentes desde o levante dos liberais da Revolução Praieira em Pernambuco, em
1848. A política, que mal ou bem, se mantinha nos limites do jogo parlamentar, transbordou novamente para as ruas. No início de agosto, formava-se o
Centro Radical, cujo lema era «Reforma ou Revolução». Se a opção era pela
Reforma, a menção à Revolução soava como uma ameaça velada. Não se tra17
Cf. Gomes, 2006, 1: 382 e ss. Ver também Soares, 1998.
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tava de afirmar que os radicais poderiam vir a pegar em armas, mas que, sem a
implementação de seu programa de reformas, a situação poderia sair de controle. As bandeiras radicais —abolição do Conselho de Estado, do Senado vitalício, da Guarda Nacional e da escravidão— e a realização de conferências
públicas para debater e divulgar as novas propostas deixavam claro que a população seria um componente ativo da nova política. Em diferentes localidades fundaram-se clubes radicais18. O que tudo isso mostra é que, pela via da
tentativa de um renascimento liberal, principalmente como entendida por toda
uma nova geração que ingressava na vida pública naquele momento, a política
ia às ruas, ao mesmo tempo em que estas buscavam a política.
Durante toda a década seguinte, além do novo Partido Liberal, surgiram o
Manifesto Republicano na Corte, o Partido Republicano em São Paulo, sociedades emancipadoras em diversas cidades do Império. O interior do Nordeste
foi sacudido, entre 1874 e 1875, por revoltas populares, conhecidas como o
Quebra-quilos, contra a implantação do novo sistema métrico, que era visto
como uma ameaça à «economia moral» da população pobre. Ainda em 1875,
no interior das províncias de Minas Gerais, Rio de Janeiro, São Paulo, Espírito
Santo, Bahia, Pernambuco, Alagoas, Rio Grande do Norte, Paraíba e Ceará,
uma nova lei que visava a modernização do sistema de recrutamento militar,
que passaria a ser feito por sorteio e que reduzia as condições de isenções até
então vigentes, motivou uma série de revoltas populares. Multidões atacaram
as juntas recrutadoras, rasgando suas listas e demais documentos. Em diferentes ocasiões, a justificativa era que a nova lei reduzia as pessoas livres pobres à
condição semelhante à dos cativos. Do ponto de vista mais estritamente político e intelectual, um sem-número de publicações veio à luz, tratando dos mais
variados assuntos e expressando diferentes pontos de vista. Não por acaso,
toda uma plêiade de intelectuais que aparecia naquele momento passou a ser
conhecida como a «Geração de 1870».
Em 1879, ocorreu no Rio de Janeiro a Revolta do Vintém, após o governo
criar taxa no valor de um vintém sobre as passagens dos bondes, puxados por
mulas. Esta cobrança causou grande reação na população da cidade, que se
revolta, mata as mulas e vira os bondes. São três dias de arruaça que forçam
o governo a cancelar o «imposto do vintém». Nessa revolta estão presentes
algumas figuras que vão pontuar a década de 80 como agitadores populares,
em particular José do Patrocínio, como tribuno do povo. Sandra Lauderdale
Graham assinala que a revolta teria marcado o surgimento de uma nova cultura política urbana, em que a rua passou crescentemente a ser um local para
18
Sobre as conferências, ver Carvalho, 2007.
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se fazer política19. A Revolta não tocou no problema da escravidão, mas colocou em cena uma camada da população, que Maria Helena Machado chama de «raia miúda», que começa a se manifestar20. Existe uma suposição
fundada em dados empíricos atestando que grande parte dessa camada era
formada por descendentes de escravos, escravos de ganho ou negros e mestiços livres.
No Brasil imperial, a classe senhorial, até 1860, tinha praticamente o monopólio dos intelectuais e do campo intelectual. Este não era infenso à escravidão e aos escravos, mas tanto a escravidão quanto os escravos tinham
impacto sobre o campo intelectual de forma indireta: pela via da pressão antiescravista e pela presença ostensiva dos cativos na vida social. O fato de a escravidão ter espaço no seio da própria camada intelectual, bem como a dependência direta desta camada do Estado e dos senhores contribuíam decisivamente para este fato. A partir de 1860, esta situação começa a mudar. A
camada intelectual se diversifica, diminuindo sua dependência direta do Estado e dos senhores. Mas o fato decisivo é o afastamento efetivo da camada intelectual da escravidão. O enrijecimento da escravidão elástica, que se caracterizava pela produção de uma camada de libertos na sociedade que antes era absorvida pelo e no mundo escravista, dificultando a absorção desta camada no
seio das relações escravistas, foi decisivo para o afastamento de crescentes camadas de intelectuais do bloco intelectual escravista.
Este fato foi percebido por Gilberto Freyre, em Sobrados e mucambos,
quando dedicou todo um capítulo à ascensão do mulato21. Ascensão que não se
fez sem conflitos e oposição do patriarcado escravista. Mas, como notou Freyre, o fato foi percebido na própria época e transformado em relato literário em
O mulato, de Aloísio de Azevedo, publicado em 1881. Como se sabe, a obra
retrata, ao mesmo tempo, a possibilidade de ascensão, e o bloqueio dessa possibilidade, de um mulato em uma sociedade cada vez mais competitiva. Em
estudo sobre a cidade do Rio de Janeiro, Eulalia Lobo notou que a «proporção
de libertos aumentou consideravelmente nesse intervalo de tempo [entre 1856
e 1870], deprimindo o nível salarial da mão-de-obra livre». Este segmento da
população teria sido, assim, mais significativo do que a concorrência de estrangeiros neste período22.
O fato da cor, contudo, não era o elemento decisivo do processo social em
curso, ainda que este não possa ser entendido em sua plenitude sem a com19
20
21
22
Graham, 1990.
Machado, 1994.
Freyre, 1996.
Ver Lobo, 1978, 1: 228.
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preensão desse fator. Não havia «mais» mulatos livres a partir de 1860 do que
antes. Talvez —e estou consciente que me arrisco em uma contabilidade racial
que pode conduzir a um beco sem saída— os houvesse até menos, se levarmos
em conta o fim do tráfico africano e o aumento da imigração européia. O que
havia era o nascimento do mulato enquanto categoria racialista de definição
social, formativa do senso comum. Esta categoria nascia a partir de discursos
intelectuais, dos quais Aloísio de Azevedo, na época, e o próprio Gilberto
Freyre, mais tarde, são exemplares. O mulato e o negro substituíam categorias
raciais mais afeitas à ordem escravista, tais como o pardo e o preto. O fator decisivo era a desagregação da ordem escravista, com o esvaziamento do éthos e
do habitus senhorial-escravista. Os grupos sociais subalternos desprendiam-se
e dissociavam-se da ordem escravista. Tais setores não só sempre haviam existido em larga escala, como eram formados, antes como agora, em sua grande
maioria por afro-descendentes e libertos. O fato novo, a partir aproximadamente do final da década de 1860, é que o estar no mundo de um número cada
vez maior de pessoas e categorias sociais passou a entrar em contradição com
uma ordem escravista cada vez mais enrijecida e restrita aos extratos superiores da sociedade. Agora, muito poucos podiam ter escravos e nem tantos almejavam, haja vista que não podiam tê-los. Contudo, a escravidão como fonte de
balizamento da ordem social continuava presente na vida de todos. Reduzida,
ela nunca desapareceu das áreas urbanas ou das regiões que se organizavam
fora das zonas de plantation. Escravos e livres nas áreas urbanas, especialmente na Corte, compunham um mercado de trabalho que se diversificava e se organizava em novas e mais numerosas associações mutualistas e de classe. Formava-se, assim, uma camada de trabalhadores mais vertebrada, que reivindicava interesses corporativos e direitos.
Tudo isso repercutia junto à esfera intelectual e política, angariando e
atraindo o concurso de intelectuais tradicionais e, ao mesmo tempo, produzindo novos intelectuais populares, como José do Patrocínio, Luís Gama, Evaristo de Moraes e muitos outros. A escravidão aparecia, nesse momento, como
questão catalizadora dessas inquietações sociais e políticas. Em 1880, não por
acaso, na Câmara, Joaquim Nabuco pedia urgência para a discussão de projeto
de abolição imediata. O pedido foi derrotado por 77 votos a 18. No ano seguinte, o assunto extravasou o espaço político tradicional, a Assembléia Geral
do Império. Foi criada por Nabuco, Rebouças, João Clapp, Patrocínio e outros
a Sociedade Brasileira contra a Escravidão, que editava o jornal O Abolicionista. No mesmo ano, surgia a Gazeta da Tarde, do abolicionista negro Ferreira de Meneses, e tinham início as Conferências Abolicionistas, organizadas
pela Sociedade. «Não era ainda a rua, mas eram os teatros do Rio que se tornavam arena de luta, ampliando e democratizando o que até então se passara
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dentro do limitado espaço das Câmaras»23. As ruas seriam ganhas e abririam
seu próprio espaço logo em seguida. E depois delas, o movimento abolicionista não cessou de se ampliar socialmente, atingindo em 1887 as próprias senzalas e re-significando como experiência unificadora as lutas escravas, propondo
uma nova identidade que ligasse escravos, libertos e negros e mestiços livres
na busca de alargamento e mesmo conquista da cidadania.
É nesse momento que talvez pudéssemos falar da experiência de uma
«classe dos homens de cor», para empregarmos uma expressão que surgia
aqui e ali, principalmente no momento da Abolição e em seus desdobramentos imediatos, com repercussões até pelo menos os anos de 1930. Já na década de 1870, algumas das associações que aparecem na Corte eram de pessoas
de cor, categoria que começa ser empregada com freqüência nesta altura. Podemos identificar ao menos duas delas em que a questão da cor e, indiretamente, da escravidão estava presente: a Sociedade de Beneficência da Nação
Conga Amiga da Consciência, de 1872, e a Associação Beneficente Socorro
Mútuo dos Homens de Cor, de 187324. Na verdade, o pedido de entrada de
reconhecimento pelo Conselho de Estado da Sociedade Beneficente da Nação Conga era de 186125. Cabe notar que a passagem de uma associação da
Nação Conga, em 1861, para outra dos Homens de Cor, em 1873, denota a
importância do processo de crioulização da população escrava. Se o surgimento de associações de homens de cor não deixa de ser significativo, ele
não é decisivo.
Para os trabalhadores, a escravidão não era apenas uma condição que afetava diretamente uma minoria deles. Era também uma condição que, indiretamente, terminava por deprimir as condições de trabalho de todos. Era um obstáculo básico a ser derrubado. Mas, mais importante, a luta contra o cativeiro
se constituía em importante bandeira de natureza política com enorme capacidade de aglutinação de todos e, principalmente, permitia uma fácil conexão do
que germinava «em baixo» na sociedade com forças políticas e intelectuais
mais amplas no cenário nacional e mesmo com as correntes políticas e de opinião que circulavam em escala internacional. Não por acaso, em 1883, no
opúsculo-manifesto do movimento abolicionista que buscava unificar suas
bandeiras e ampliar suas fileiras, O abolicionismo, Joaquim Nabuco falava do
«partido do abolicionismo», enquanto uma perspectiva política, que deveria,
23
Carvalho, 1996: 1.
Sobre as sociedades de pessoas de cor, ver Chalhoub, 2003: 240-265. Ver também, sobre as associações mutualistas na Corte em geral, Batalha, 1999: 43-68; e ainda Viscardi e de
Jesus, 2007.
25 Cf. Chalhoub, 2003: 249.
24
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além da própria abolição, realizar uma ampla reforma social e política, destruindo a «obra da escravidão»26.
É esse movimento abolicionista, em suas lutas concretas e suas interferências diretas nas senzalas —menos que os intelectuais ou as propostas abolicionistas—, que propiciou uma experiência unificadora para as lutas e resistências escravas27. As condições para a mudança no caráter dessas lutas
—de localizadas e isoladas, com horizonte adstrito ao universo escravista—
estavam dadas desde o início da década de 1870, com a alteração da correlação demográfica de forças. Esta alteração, no entanto, pode ser vista como
uma causa necessária, mas não suficiente, para a eclosão do abolicionismo revolucionário em 1887. A questão decisiva foi a emergência de uma camada de
intelectuais que, a despeito da configuração tradicional do campo intelectual
imperial, passou a se ligar de forma cada vez mais orgânica às camadas e movimentos populares, que, por sua vez, aproximavam-se em suas vivências e
experiências, dos escravos e, a partir de 1885 aproximadamente, às lutas dos
próprios cativos.
Essa via formativa do movimento abolicionista na década de 1880, por assim dizer de baixo para cima, pode ser exemplificada com o caso do Bloco de
Combate dos Empregados de Padaria, instituído na Corte em 1880, e cujo
lema era «Pelo Pão e pela Liberdade». O Bloco dava seguimento à luta dos padeiros que se iniciara já em 1876, diretamente ligada às condições de trabalho
e à escravidão28. Neste caso, já se pode perceber a junção entre um movimento
corporativo específico, típico da nova conjuntura social, com uma bandeira
política por excelência, a abolição. Esboçava-se um novo «bloco intelectual»
colado nas experiências de lutas populares em que a bandeira da abolição aparecia como denominador comum.
Outras formas organizativas, agora políticas, surgem em um espaço público que se populariza. Nesse sentido, podemos citar ainda o Clube Republicano
de São Cristóvão, ninho de abolicionistas e que já funcionava em 1880. Entre
seus membros destacados, encontramos João Clapp e o capitão Emiliano Rosa
de Sena, futuro sogro de José do Patrocínio. O Clube mantinha a Escola Noturna Gratuita, «tão cheia de pessoas de cor, a maioria escravos fugidos, que a
vizinhança passara a denominá-la o Quilombo da Cancela»29. Na mesma di26
Tratei mais aprofundadamente a relação entre o abolicionismo e a crise da hegemonia
escravista em Salles, 2010.
27 A expressão é de Helen Meiksins Wood, 2003: 82, ao comentar as críticas de Perry
Anderson a A formação da classe operária inglesa, de E.P. Thompson.
28 Mattos, 2008.
29 Cf. Magalhães Júnior, 1969: 91-92.
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reção iam a Emancipadora Acadêmica, de 1880, e o Clube dos Libertos de Niterói, de 1881.
Estas entidades expressavam uma via «por cima» de formação do movimento abolicionista. Via que refletia e refratava o revigoramento da política,
iniciado em fins da década de 1860, as «transformações moleculares» que se
operavam no seio das práticas e da vida dos grupos subalternos, com a multiplicação das organizações de ajuda mútua, corporativas, mas, principalmente,
todo o debate e movimentação que se acumulava no espaço público, e até mesmo nas senzalas, em torno da implementação da lei de 28 de setembro de
1871.
*
*
*
Desde a aprovação da lei, começaram a surgir as primeiras sociedades
emancipadoras, que tinham por fim angariar fundos para comprar alforrias de
cativos. Na verdade, algumas dessas sociedades foram mesmo fundadas um
pouco antes, no ambiente propiciado pela Guerra do Paraguai. Diante das dificuldades do recrutamento, escravos foram libertados, por particulares e por
decisão do governo para compor as fileiras do exército. A libertação de escravos para a guerra, ainda que feita em escala muito menor do que sempre se
imaginou, teve importante conseqüência simbólica. Esse ato passou a se revestir de uma clara conotação pública e patriótica. A libertação de um cativo passou a ser vista não apenas uma contribuição para o esforço de guerra, ou mesmo uma forma que alguns encontravam para evitar o recrutamento. O ato
ganhou um significado, estimulado pelas autoridades, pela imprensa e pelo
senso comum, de aprimoramento da civililidade —da cidadania, diríamos em
linguagem atual—, uma vez que o homem libertado ingressava, de maneira
inusitada até então, no mundo dos cidadãos, cumprindo o que se considerava o
supremo dever do cidadão: a defesa da Pátria. A legislação que vedava alguns
direitos políticos aos libertos continuava, entretanto, vigente. A contradição
era evidente e flagrante. Neste contexto surgiram as primeiras sociedades
emancipadoras, que incorporavam esse ideário civilizador.
A lei de 28 de setembro de 1871 magnificou a dimensão pública e política
da libertação de escravos. A nova legislação previa a formação de um Fundo
de Emancipação que deveria promover a libertação dos adultos nascidos antes
de 1871. Os senhores agora tinham obrigação legal de aceitarem os pedidos de
alforria daqueles que, por sua conta ou por conta de terceiros, apresentassem
condições de comprá-la. Aos poucos ficou claro que tanto o Fundo de Emancipação quanto a ação das sociedades emancipadoras mal arranhavam a escraRevista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 259-284, ISSN: 0034-8341
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vidão e o número de manumissões era insignificante. Os senhores, por sua
vez, em sua esmagadora maioria, preferiam —como lhes facultava a lei— permanecer com a custódia, até que completassem 21 anos, das crianças nascidas
do «ventre livre». Tudo indicava que a sobrevida da escravidão seria longa e
senhores e seus representantes, que antes haviam se oposto com afinco à lei,
agora a esgrimiam como justificativa para que mais nada se fizesse, uma vez
que a escravidão morreria por si. A escravidão nacional passava por sua segunda reorganização (a primeira havia sido depois da proibição do tráfico internacional em 1850).
O caso da Sociedade Libertadora Cearense, pelo papel que o abolicionismo cearense viria a cumprir na configuração de um movimento nacional, é
exemplar de como frustração do emancipacionismo acabou por alimentar a radicalização abolicionista. Vejamos.
Em 28 de setembro de 1879, em Fortaleza, foi fundada a sociedade Perseverança e Porvir, «sociedade de fins econômicos em moldes de cooperativa,
cujos lucros, em parte, se destinam à manumissão de pretos escravizados»30. A
grande maioria dos diretores e membros de destaque desta sociedade era formada por comerciantes. Vários dos membros fundadores eram republicanos.
Em 1880, no primeiro aniversário da sociedade, nasceu a idéia de criação da
Sociedade Cearense Libertadora, com fins exclusivos de promover a libertação de escravos; ela seria fundada ainda naquele ano, em 8 de dezembro. A
presidência da nova agremiação coube a João Cordeiro, antigo empregado do
barão de Ibiapaba, no Rio Grande Norte, em um estabelecimento dedicado ao
comércio de escravos. Desagradado desta atividade, demitiu-se e se dirigiu
ao Ceará. Tornou-se republicano e partidário da abolição da escravidão. No
auxílio às vítimas da seca foi nomeado Comissário Geral dos Socorros Públicos. O vice-presidente da nova entidade era José Correia do Amaral, filho de
comerciantes e proprietário rural, era também presidente da Perseverança e
Porvir. A solenidade de fundação ocorreu na sede do Poder Legislativo, com o
apoio do presidente da província. A boa sociedade se fez representar entre o
público e entre os que discursavam. A mesma boa sociedade se fazia representar na nova diretoria, escolhida por iniciativa da sociedade fundadora Perseverança e Porvir. Tudo indicava que a Libertadora Cearense, com o fim exclusi30
Morel, 1988: 100, e Girão, 1969: 63. Para toda a passagem que se segue, sobre a abolição no Ceará, estarei me baseando nesses dois livros. A primeira edição do livro de Morel é de
1949, com o título O Dragão do Mar — o jangadeiro da liberdade. Morel consultou dois sobreviventes da campanha, Elvira Pinho e Alfredo Salgado, então nonagenários, e dois historiadores, Hugo Vitor Guimarães e Luiz Brigido, além de documentos inéditos e os rascunhos de
um diário de Francisco José do Nascimento em poder daquele último. Morel, 1988: 47 e 49.
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vo de promover libertações pela via de emancipações pagas ou gratuitas, seguiria um caminho moderado de dar continuidade às finalidades da lei de 28
de setembro de 1871.
Não foi o que aconteceu.
A nova sociedade imediatamente se dividiu em uma ala mais moderada,
que desejava o prosseguimento da campanha de emancipações promovidas
pela propaganda destinada a convencer senhores a libertarem seus cativos e
pela arrecadação de fundos para a compra de alforrias, e uma ala mais radical,
organizada em torno do presidente, João Cordeiro, que pregava a validade de
qualquer tipo de ação que promovesse a libertação de escravos, inclusive
ações diretas de facilitação de evasões. Esta ala mais radical também queria
manter independência em relação ao governo. O debate se cristalizou em torno
do que deveriam ser os estatutos da nova sociedade. Não houve acordo e a parte moderada abandonou a associação, permanecendo vinculada à Perseverança e Porvir. O episódio foi recordado mais tarde por alguns de seus participantes com ares rocambolescos. Diante do impasse, João Cordeiro forçou a aprovação de estatutos radicais: «Art. 1.º - Libertar escravos, seja por que meio for.
Art. 2.º - Todos por um e um por todos»31.
O que teria feito a Libertadora mudar o tom do discurso e as formas de
ação que tinham caracterizado as práticas emancipacionistas até então? Um radicalismo já antigo de João Cordeiro, que, não custa lembrar, seria, mais tarde,
um dos republicanos jacobinos no Ceará, nos primeiros anos da República?
Radicalismo que seria uma das expressões políticas ancoradas nos novos setores sociais médios, descomprometidos com a escravidão, que cresciam com a
urbanização e a modernização de Fortaleza e que encontravam barreiras a sua
ascensão social e política na organização tradicional do poder na província? O
impacto que os efeitos sociais devastadores da seca teria trazido para estes setores? O fato de que o avivamento do comércio negreiro, aproveitando-se de
uma situação calamitosa, teria acirrado antigas oposições, ao menos em termos de opinião, ao regime escravista? Será que o radicalismo de João Cordeiro e seus companheiros da Cearense Libertadora correspondia a uma percepção de que, no quadro social cearense, as ruas estavam agitadas e que era preciso falar a elas do ponto de vista da causa abolicionista, o que parece ser
confirmado quando se constata as ligações entre algumas lideranças da Cearense Libertadora e lideranças populares entre os marítimos, como no caso de
João Cordeiro com Francisco Nascimento e, principalmente, entre Pedro Artur
Vasconcelos e o liberto José Luís Napoleão?
31
Girão, 1969: 83-85.
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É difícil, se não impossível, dar uma resposta taxativa a estas questões. O
mais provável é que se tratou de uma conjunção de todos esses, e outros tantos, fatores. Em fins dos anos 1870, já vimos, um abolicionismo mais radical
que o emancipacionismo que até então vinha sendo praticado estava no ar. Foi
a Cearense Libertadora quem primeiro captou estes novos ares.
No primeiro dia de 1881, começou a circular o jornal da nova sociedade, o
Libertador, ao preço de 40 réis. A partir da máxima cristã de que os homens
deveriam amar o próximo como a si mesmo, e do ideal da Revolução Francesa
da liberdade, igualdade e fraternidade, conclamava, no entanto, que não vinha
trazer a paz. «A liberdade só combate com a espada, porque a tirania não cede
à razão e nem conhece o direito». E mais diretamente, já antecipando o que caracterizaria sua ação abolicionista em breve, declarava que «[f]icam suspensas
as garantias aos potentados (...). No seu apostolado, Libertador não restringe a
sua esfera de ação. Levanta o escravo e coloca o homem ao lado do homem»32.
Ao lado da arrecadação de fundos, destinados a promover as manumissões, o
jornal, nos seus números de 7 e 15 de janeiro e em boletins que vinham anexos
à folha, passou a fazer propaganda direta contra os «negociantes de carne humana» que se dedicavam à exportação de cativos para o Sul e conclamou o
povo a que impedisse esta atividade nos pontos de embarque. A Cearense Libertadora, cujos membros começaram a ser perseguidos, lançou uma campanha que ficou conhecida como «Roubo de Escravos»33.
No dia 27 de janeiro de 1881, aconteceu a primeira ação patrocinada pela
Sociedade Libertadora no sentido de impedir o embarque de escravos no porto
de Fortaleza. Neste dia, 14 homens e mulheres seriam embarcados para os portos do Sul. Na véspera, no intervalo de uma peça teatral, o guarda-livros Pedro
Artur de Vasconcelos, membro da Libertadora, lançou a idéia de apelar para
os jangadeiros e capatazes do porto no sentido de que estes se recusassem a fazer o transporte dos cativos para o navio em que deveriam ser transportados
para o sul. Pedro conhecia um desses jangadeiros, José Luís Napoleão, que era
chefe da capatazia do porto. Napoleão havia sido escravo e, além de comprar
ou obter sua própria alforria, conseguira libertar suas quatro irmãs. Era casado
com «tia» Simoa, como ele, liberta. Ambos gozavam de grande prestígio na
zona portuária por suas ligações com a comunidade de trabalhadores, provavelmente em sua maioria composta por pardos, caboclos e pretos —a se depreender do exemplo de suas lideranças e dos dados estatísticos do censo de
1872 que dava como brancos cerca de 39% da população livre da população
32
33
Citado por Girão, 1969: 86.
Girão, 1969: 83 e ss.; Morel, 1988: 103 e ss.
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da cidade. Dos marítimos, em 1881, muito poucos, se é que algum, ainda deveriam ser escravos. Dos 547 marítimos da província em 1872, somente 36
eram dessa condição. Em 1880, este número deveria ser ainda menor. O número diminuto de cativos, entretanto, não queria dizer que o cativeiro não fosse
uma presença recente e forte na vida desses trabalhadores, como atestava a
própria condição de liberto de Napoleão.
Os marítimos dispunham de uma situação privilegiada de contato com trabalhadores e notícias de outras províncias e de outras partes do mundo. Por
outro lado, o contato de Pedro Artur com Napoleão também demonstra que
havia uma certa intercomunicabilidade entre setores sociais de extração distinta na sociedade fortalezense. Se esses trabalhadores já estavam ou não engajados na campanha pela emancipação de escravos, é algo que não sabemos. O
mais provável é que não, uma vez que não temos registros neste sentido, ainda
que novas pesquisas historiográficas possam vir a lançar luz sobre o assunto.
Que eram sensíveis não só ao tema, mas mesmo à radicalização e à transformação do que era uma campanha com ares filantrópicos em uma luta política
de forte cunho social, não pode haver dúvidas. A própria idéia de buscar seu
auxílio para impedir o embarque dos escravizados e sua pronta adesão à proposta o atestam. O fato é que Napoleão acolheu imediatamente ao plano, e
seus companheiros também.
Napoleão, entretanto, não se considerava talhado para o papel de liderança. Ainda que não existam evidências diretas nesse sentido, é possível que
sua condição social de liberto tenha pesado nessa auto-avaliação. Ele chamou para esse papel o jangadeiro Francisco José do Nascimento, o Chico da
Matilde. Nascido em Aracati, na foz do rio Jaguari, filho do pescador Manoel do Nascimento e de Matilde Maria da Conceição. Mulato nascido livre,
ainda menino pequeno, tornou-se, como o pai, pescador. A mãe era rendeira
e o pai morreu cedo. Recebeu instrução básica tardiamente, aos 20 anos. Mudou-se para Fortaleza e se casou com Joaquina Francisca, «clara». Lá comprou duas jangadas e foi nomeado 2.º prático no porto de Fortaleza em 1874.
Era religioso e devoto de São Vicente de Paula, de cuja confraria foi membro. Quando participava do auxílio às vítimas da seca de 1877 a 1879, conheceu João Cordeiro.
O episódio de 27 de janeiro repercutiu imediatamente na província e mesmo no resto do Império. A campanha pela abolição na província cresceu e
cedo já não se embarcavam mais escravos para o Sul. Possivelmente, própria
aprovação, em seqüência, de impostos que praticamente duplicavam o preço
dos cativos importados pelas assembléias provinciais do Rio de Janeiro, Minas
Gerais e São Paulo, em janeiro de 1881, respondia, ao contrário do que tradicionalmente se pensa, à movimentação no Ceará. Em 1884, a província declaRevista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 259-284, ISSN: 0034-8341
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RICARDO SALLES
rava que a escravidão estava extinta em seu território. Chico da Matilde, cognominado Dragão do Mar, foi trazido em triunfo, juntamente com sua jangada,
para desfilar nas ruas do Rio de Janeiro, dando novo alento ao movimento
abolicionista na Corte e em outras províncias.
Em quatro anos, não sem muitas lutas, enfrentamentos e, principalmente,
com as fugas e rebeliões em massa de cativos em São Paulo, a escravidão estaria extinta em todo o Império.
*
*
*
A lei de 13 de maio de 1888, que declarou a extinção imediata, incondicional e sem indenizações da escravidão, foi um imenso triunfo do movimento
abolicionista. A vitória, entretanto, teve efeitos de médio e longo prazos, em
certo sentido, paradoxais. Como venho argumentando, o movimento abolicionista catalisara as lutas e experiências de escravos, libertos e livres, muitos dos
quais, mas não todos, negros e mestiços, em torno da bandeira da abolição,
propiciando aquilo que Ellen Woods —interpretando Thompson— chamou de
«experiência unificadora», fundamental no processo de formação de classe34.
Após a conquista da abolição, no entanto, essas mesmas lutas e experiências,
em que pese a permanência de sociedades abolicionistas, da Guarda Negra,
fragmentaram-se em outras tantas experiências e lutas, das associações e jornais dos homens de cor, certamente, mas também dos trabalhadores urbanos
na construção de seus sindicatos. Tais processos, na prática, foram se distanciando, quando não se divorciando, entre outras coisas, pela ação de um certo
racismo velado que se difundiu nas primeiras décadas do regime republicano,
inaugurado em 1889. Assim, a possibilidade de formação de uma «classe nacional», que se esboçara na luta contra a escravidão e pela abolição, acabou
não acontecendo, ao menos não em termos de dar prosseguimento às bandeiras e formas organizativas do movimento abolicionista.
Retomando as reflexões de natureza teórica sobre o conceito de classe feitas no início desse texto, pode-se dizer que somente as experiências culturais e
políticas do abolicionismo não bastaram para tanto. As inserções e a dimensão
estruturais das experiências de classe, que se modificaram drasticamente com
a abolição e a formação de um mercado de trabalho livre, foram elementos
fundamentais para embasar formações de classe de longa duração que se constituíam naquele momento.
34
Ver Wood, 2003. Ver também Thompson, 2001.
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ABOLIÇÃO NO BRASIL: RESISTÊNCIA ESCRAVA, INTELECTUAIS E POLÍTICA (1870-1888)
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Os trabalhos de Marcelo Badaró, Luigi Negro e Flávio Gomes, citados acima, abriram uma importante vereda de investigação, ainda por ser explorada,
ao inserirem as lutas escravas na formação de uma classe trabalhadora mais
ampla. Contudo, tanto no que diz respeito à compreensão das lutas escravas na
conjuntura do abolicionismo, quanto no que toca à história da formação da
classe trabalhadora no Brasil, eles consideraram a discussão das inserções e
dimensões estruturais desse processo. O que é a classe trabalhadora que se forma então? Não é uma abstração, mas foram os operários, os artesãos, os escravos, os biscateiros, etc., que viviam suas experiências e lutavam suas lutas a
partir de diferentes inserções estruturais. No processo histórico subseqüente
prevaleceu a dimensão operária, que deu estofo estrutural para uma formação
de classe de longa duração. Formação essa que terminou, ao menos até, grosso
modo, a década de 1950, por se dar de forma distanciada do mundo dos trabalhadores rurais e das populações marginalizadas que se constituiu sobre e
com os escombros da ordem escravista35.
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Carvalho, José Murilo de, «Com o coração nos lábios», introdução a José do Patrocínio, A campanha abolicionista, Rio de Janeiro, Fundação Biblioteca Nacional/Departamento Nacional do Livro, 1996.
35 Em parte, já havia esboçado essa reflexão em «As águas do Niágara» (Salles, 2010),
quando considerei, seguindo Joaquim Nabuco, o abolicionismo como um partido, em sentido
gramsciano, que acabou não vingando. E também em Joaquim Nabuco. Um pensador do Império, quando o considerei como um intelectual tradicional —e não orgânico— e apontei um certo impasse do que chamei de terceira geração de intelectuais imperiais que viveram a crise da
escravidão, como Nabuco, Rebouças, Machado, Lima Barreto (Salles, 2002). Só que, nesses
trabalhos, vi a questão do ponto de vista político e intelectual, ainda que baseado no impasse da
luta abolicionista vitoriosa. Nesse texto, busquei embasar essa análise nas relações de classe
que marcaram o período final da escravidão no Brasil.
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Fecha de recepción: 19-4-2010
Fecha de aceptación: 8-7-2010
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RICARDO SALLES
ABOLITION IN BRAZIL: SLAVE RESISTANCE,
INTELLECTUALS AND POLITICS (1870-1888)
The Abolition of Slavery in Brazil raises the following questions: what was the social character of abolitionism? What historical meaning did it have? Was it a revolution or simply a
step in the transition towards capitalism in the country? What interests did the abolition movement defend? What social groups were the movement’s protagonists? What role did the slave
play in the process? What did the abolitionist intellectuals defend and whom did they represent? These are the questions that lead this article to reflect on the relationship between where
the intellectuals stood and the possibilities and limitations of joining forces, or the «construction» of a slave and free population as a national class at the end of the period of slavery in
Brazil.
KEY WORDS: Second slavery, abolitionism, Brazil, intellectuals, social classes.
ABOLICIÓN EN BRASIL: RESISTENCIA ESCLAVA,
INTELECTUALES Y POLÍTICA (1870-1888)
La abolición de la esclavitud en Brasil plantea las siguientes preguntas históricas: ¿Cuál
es el carácter social del abolicionismo? ¿Cuál es su sentido histórico? ¿Fue una revolución o
apenas un episodio en la transición al capitalismo? ¿Qué intereses defendía el movimiento
abolicionista? ¿Qué grupos sociales protagonizan este movimiento? ¿Cuál es el papel de los
esclavos en el proceso? O, ¿qué defendían y qué representaban los intelectuales abolicionistas? Son estas cuestiones las que guían el presente artículo, en el sentido de pensar la relación
entre el lugar de los intelectuales abolicionistas y las posibilidades y los límites de la formación, o el «acontecimiento», de la población esclava y liberta en cuanto clase nacional en el
periodo del final de la esclavitud en Brasil.
PALABRAS CLAVE: Segunda esclavitud, abolicionismo, Brasil, intelectuales, clases sociales.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 259-284, ISSN: 0034-8341
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COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, núm. 251
Págs. 287-300, ISSN: 0034-8341
SIMÓN BOLÍVAR EN LA ERA DE LAS REVOLUCIONES:
PERSPECTIVAS DE LA HISTORIOGRAFÍA
ANGLO-ESTADOUNIDENSE
SLATTA, Richard W. and LUCAS DE GRUMMOND, Jane, Simon Bolivar’s Quest for
Glory, Texas, Texas A&M University Press, 2003, 344 pp.
BUSHNELL, David, Simón Bolívar: Liberation and Disappointment, London,
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LYNCH, John, Simón Bolívar. A life, New Heaven, Yale University Press, 2007,
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BUSHNELL, David and LANGLEY, Lester (eds.), Simón Bolívar: Essays on the
Life and Legacy of the Liberator, Lanham-Maryland, Rowman & Littlefield Publishers, 2008, 207 pp.
LANGLEY, Lester, Simón Bolívar: Venezuelan Rebel, American Revolutionary,
New York-Lanham-Plymouth-Toronto, Rowman & Littlefield Publishers, 2009,
168 pp.
En aproximadamente dos décadas Venezuela y toda la América española fue sacudida por un huracán llamado Simón Bolívar. Pero estas convulsiones, tengan su origen en la naturaleza o en la acción humana, no son fácilmente capturables para los
historiadores. Para escribir la biografía de un militar y político criollo como él se necesita, además de un enorme trabajo de investigación, una sensibilidad y un sentido
crítico capaz de demarcar la línea de lo excepcional y heroico de lo propiamente humano del personaje. Se necesita el coraje suficiente para bajar a Bolívar, primero de
su caballo, y luego del pedestal de las múltiples estatuas que le han construido alrededor del mundo: desde Caracas a París y, más recientemente, en Moscú. No debe extrañar que numerosos estudios biográficos sobre El Libertador no hayan podido lograr
estos objetivos, volviéndose muchos de ellos en una «historia de bronce»: relatos modélicos que más parecen rendir tributo al monumento y al mito que intentar comprender al personaje en sus diferentes contextos históricos. De esta manera, el enorme corpus bibliográfico que conforma la «historiografía bolivariana» es decepcionante desde un punto de vista crítico1; al escaso distanciamiento de la simple hagiografía se
1 La historiografía de los padres fundadores de los Estados Unidos no ha estado exenta de
esos mismos vicios. Dos excepciones a esa regla son los persuasivos trabajos de Gordon
288
COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO
suma la indiscriminada apología, artificios que reafirman un mito bolivariano que se
adapta, proyecta y reformula según los distintos momentos políticos de la ahora República Bolivariana de Venezuela2.
La historia, la memoria y el mito se confunden y rodean la figura de Bolívar incluso en las investigaciones de algunos historiadores profesionales. Entonces, para narrar
su vida es necesario desempolvar los antiguos documentos en busca del hombre de
carne y hueso que lideró la revolución de Independencia americana deconstruyendo el
mito que se ha edificado en torno a su proyecto político y cuestionando la instrumentalización que sus textos y obras han sufrido desde el momento de su muerte.
El interés de los historiadores anglófonos por biografiar a Bolívar ha sido particularmente prolífico en los últimos cinco años. David Bushnell y Richard Slatta en colaboración con Jane Lucas de Grummond publicaron entre los años 2003 y 2004, respectivamente, dos nuevas investigaciones sobre El Libertador. El carácter revisionista
de ambas publicaciones queda a la vista al momento de constatar los escasos aspectos
novedosos que aportan al estudio de su vida pública y privada. En el caso de Simón
Bolívar: Liberation and Disappointment, se trata más bien de un texto escrito para un
público no especializado; a pesar de la amena narración con la que construye esta biografía se extraña un estudio más profundo de las ideas políticas de Bolívar3. El revisionismo siempre será un ejercicio necesario para mirar desde otra perspectiva un proceso histórico ampliamente trabajado, pero cuando este esfuerzo no problematiza ni
es capaz de analizar de una nueva manera un determinado objeto de estudio —como
ocurre con el trabajo de Bushnell— queda una deuda pendiente con los lectores. En
Simón Bolívar’s Quest for Glory, Richard W. Slatta y Jane Lucas de Grummond realizan un interesante trabajo de análisis de la personalidad de Bolívar a partir de sus escritos y correspondencia. Aún cuando algunas de sus conclusiones no parecen del
todo convincentes —especialmente la referencia al supuesto trastorno bipolar que habría tenido el venezolano— al final del libro aportan una novedosa visión sobre las
percepciones y transformaciones de Bolívar desde una figura demagógica a un semidiós4.
En vista de estas tentativas historiográficas, escribir una biografía de Bolívar en
una coyuntura política como la que está viviendo Venezuela desde hace 12 años es
una tarea mayor; no sólo porque la historia del personaje es en sí misma compleja sino
Wood, Revolutionary Characters. What Made the Founders Different, New York, The Penguin Press, 2006; y R. B. Bernstein, The Founding Fathers Reconsidered, Oxford-NewYork,
Oxford University Press, 2009.
2 Frédérique Langue ha insistido en varios de sus artículos sobre este punto, especialmente
en «La Independencia de Venezuela, una historia mitificada y un paradigma heroico», en
Anuario de Estudios Americanos, vol. 66, n.º 2, julio-diciembre 2009, pp. 245-276.
3 David Bushnell, Simón Bolívar: Liberation and Disappointment, London, Longman,
2004.
4 Richard W. Slatta and Jane Lucas de Grummond, Simón Bolívar’s Quest for Glory, Texas, Texas A&M University Press, 2003, pp. 295-310.
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COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO
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también porque un trabajo de este tipo requiere lidiar inevitablemente con una historia
oficial que usa y abusa de la memoria para urdir su propia teleología revolucionaria a
través de la instrumentalización política de un republicano moderado como Bolívar.
Sus biógrafos anglófonos más recientes han evitado hacerse cargo de ese problema,
optando más bien por una historia aséptica que pretende retratar al personaje en su
propia época sin atender a su proyección histórica, apostando así por una historia anticuaria —según la definición acuñada por Nietzsche en Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida— que no se interesa por el presente5.
Por sus amplios conocimientos del Imperio español y de sus colonias John Lynch
aparecía como el historiador anglófono mejor calificado para emprender la tarea de
escribir una nueva biografía de Bolívar. Lynch posee un prolífico historial de publicaciones sobre la historia española de los siglos XVII y XVIII, y es un experto en los
movimientos independentistas del siglo XIX. Es, por lo tanto, un historiador capacitado para incorporar a su biografía de Bolívar la gran cantidad de investigaciones publicadas en los últimos cuarenta años sobre la Independencia de América Latina. En esta
biografía su enfoque es siempre moderado y sensato, y su prosa mesurada y accesible.
Aunque no recoge el drama novelesco de la turbulenta carrera de Bolívar como lo
hace David Bushnell, sí logra evocar la compleja personalidad de un hombre cuya
fuerza de voluntad y carisma lo convirtieron en una de las figuras prominentes de la
lucha por la emancipación de la América Central y del Sur de la dominación española.
El resultado de este trabajo, aunque no es especialmente innovador, es una de las mejores biografías que se han escrito hasta la fecha sobre «El Libertador». Sin embargo,
su principal déficit es que recién al final del texto Lynch se plantea algunas de las preguntas que todo biógrafo de Bolívar debiera enfrentar con profundidad: ¿Fue un hombre de estrategias inmutables? ¿Desafió realmente las convicciones políticas de su
tiempo? ¿Renovó sus ideas políticas mientras la revolución de Independencia se movía de una fase a otra?
Ciertamente, no hay una sola teoría que pueda abarcar todos los aspectos de la
vida de un personaje como Bolívar. Por ello, los historiadores corren el riesgo de distorsionarlo si lo encierran en un marco conceptual que fuerza un modelo explicativo
para recrear su pasado. John Lynch, a diferencia de otros historiadores, evita caer en
esa trampa cuando plantea que «Para entender las revoluciones y sus actores debemos
observarlos de cerca y juzgarlos a una gran distancia.» Con esa premisa de fondo, esta
nueva biografía de Bolívar sigue una línea narrativa con pausas para el análisis y la interpretación, y una pausa final —tal vez demasiado breve— para establecer ciertas
conclusiones. Lynch utiliza un enfoque evidentemente pragmático para retratar la vida
de un hombre a quien él mismo describe como «el siempre pragmático». Aunque el
pragmatismo no es la característica predominante de Bolívar como este autor sugiere,
su enfoque nos permite hacer nuestra propia evaluación del personaje luego de leer la
5
Cf. David Bushnell, op. cit.; Lester Langley, Simón Bolívar: Venezuelan Rebel, American Revolutionary, New York-Lanham-Plymouth-Toronto, Rowman & Littlefield Publishers,
2009.
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COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO
detallada y bien informada descripción de la vida pública y privada de Bolívar desde
su nacimiento en 1783.
En la primera parte de la biografía el autor describe la infancia y juventud de Simón en Caracas, su compleja historia familiar, sus experiencias de formación en
Europa, su adhesión a la causa independentista y los triunfos y reveses de una carrera
militar extraordinaria que comenzó con el colapso de la primera república de Venezuela en 1812 y que culminó con la derrota final del ejército español en América del
Sur hacia 1825. En el transcurso de las páginas, Lynch evoca el contexto político y social con el que Bolívar tuvo que lidiar, describiendo sus esfuerzos frenéticos y desesperados para encontrar una solución a los enormes problemas que dejó la desintegración del Imperio español en las colonias americanas. Frente a cada una de las fases
distintivas de la vida de Bolívar el autor hace valiosos apuntes, pero también se plantea algunas preguntas sobre el carácter de un movimiento emancipador que permitió
la creación de una América Latina soberana tal como la conocemos hoy6.
La primera pregunta que inquieta a Lynch es ¿por qué una región periférica del
Imperio español como Venezuela, cuyos bastiones fueron los virreinatos de Nueva
España, México y Perú, tuvo un papel tan prominente en el proceso independentista,
gracias a la producción de tres de sus hombres más notables como Francisco de Miranda —«el Precursor»—, Andrés Bello, quien fuera uno de los maestros del joven
Simón, y el mismo Bolívar? Su respuesta no es novedosa y se apoya evidentemente en
la excelente investigación de P. Michael McKinley. Venezuela fue un territorio marginado durante gran parte de los siglos XVI y XVII, pero que adquirió una mayor importancia económica y administrativa a mediados del siglo XVIII y a inicios del 1800
cuando se convirtió en una de las colonias más prósperas de los dominios españoles
en América7. Durante ese periodo, Venezuela hizo su entrada en la economía del mundo atlántico como consecuencia de la creciente demanda europea de sus productos
agrícolas: su suelo fértil era especialmente favorable para la producción de cacao, añil
y café, y sus puertos se convirtieron en enclaves privilegiados para la exportación hacia el Atlántico y el Caribe. La demanda de esos productos favoreció la consolidación
de una clase de terratenientes muy poderosa, que en ciertos aspectos se asemeja a los
hacendados de las plantaciones de Virginia, aunque, a diferencia de sus homólogos
norteamericanos, estas familias generalmente no residían en sus haciendas sino en Caracas, la capital de la Provincia.
Las similitudes entre ambos espacios atlánticos no deja de sorprender: al igual que
los plantadores de Virginia del siglo XVIII, los dueños de las plantaciones de Caracas
intentaron evitar su dependencia de los comerciantes de la metrópoli. Del mismo
6
Por tratarse de una biografía el autor no profundiza demasiado en esta problemática. Un
acucioso análisis sobre el problema de la soberanía en la era de las revoluciones puede verse en
el excelente estudio de Jeremy Adelman, Sovereignty and Revolution in the Iberian Atlantic,
New Jersey, Princeton University Press, 2006.
7 P. Michael McKinley, Pre-Revolutionary Caracas. Politics, Economy and Society,
1777-1811, Cambridge, Cambridge University Press, 1985.
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COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO
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modo que sus pares norteamericanos, los criollos caraqueños, entre ellos el padre de
Bolívar —que poseía una importante colección de libros editados en Europa—, se
mantuvieron informados de las noticias e ideas provenientes del Viejo Continente8. Al
igual que los criollos de Virginia, los mantuanos también conformaron una elite de
raza blanca al interior de una sociedad étnicamente diversa, pero racialmente dividida.
En este caso y a diferencia del mundo colonial norteamericano, la división no sólo era
entre blancos y negros —tanto esclavos como libres—, sino también entre blancos,
pardos, mulatos libres y afro-indígenas, estos últimos representaban cerca del cincuenta por ciento de la población de Venezuela y sumaban alrededor de 800.000 habitantes. Como las relaciones entre la colonia y la metrópoli se deterioraron a partir de
1808, la aristocracia terrateniente se enfrentó con el mismo dilema al que se había enfrentado antes la elite de Virginia: la necesidad de equilibrar los argumentos en favor
de la autonomía política contra el profundo miedo de que la revolución política desembocara en un conflicto social racial imposible de controlar.
Como bien lo ha planteado el historiador John Elliott, el comparativismo es una
de las metodologías que puede contribuir a sortear las interpretaciones excepcionalistas y nacionalista. Precisamente, uno de los temas que aparece en otra de las biografías anglófonas recientes, es la comparación entre Simón Bolívar y el general norteamericano George Washington. En Simón Bolívar: Venezuelan Rebel, American Revolutionary, Lester Langley argumenta que tanto Bolívar como Washington estaban
obsesionados con el juicio de la posteridad, y que habría sido el mismo venezolano
quien abrió las puertas a esa comparación aludiendo a su trillada consigna: «Mi nombre pertenece ya a la historia: ella será la que me haga justicia. No soy menos amante
de la libertad que Washington, y nadie me podrá quitar la honra de haber humillado al
león de Castilla desde el Orinoco hasta el Potosí»9. Sin embargo, esta comparación es
de larga data en la historiografía en español y no ha estado exenta de simplificaciones
que homologan por doquier y de lugares comunes que reducen a Bolívar a un mero
Washington del Sur.
El problema que parece quitar el sueño a Langley y también a Lynch es ¿hasta qué
punto el suelo venezolano fue determinante para la aparición de un George Washington hispanoamericano? Si bien es válido hacer esa pregunta en referencia a la trayectoria militar y política de ambos personajes, la formación y el carácter de ambos presenta ciertos matices que diferencian sus respectivas trayectorias. Aunque ambos
personajes fueron líderes innatos de los movimientos independentistas que se desarrollaron tanto en la América del Norte como en la del Sur, George Washington fue, a diferencia de Bolívar, un agricultor y un hombre de negocios que derivó a las armas,
pero no un hombre político. Como bien lo ha definido el historiador Gordon Wood,
Washington parecía no tener mucho que decir ante sus interlocutores y no representa8 Jack P. Greene, Pursuits of hapiness. The social development of Early Modern British
Colonies and the Formation of American Culture, Chapel Hill & London, The University of
North Carolina Press, 1988, pp. 42-100.
9 Lester Langley, op. cit., pp. 109-122.
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COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO
ba el modelo de lo que la mayoría llama un intelectual. Sin embargo, eso no fue un
problema para liderar la revolución norteamericana, pues ya existía un grupo de hombres más indicados (Adams, Jefferson, Hamilton, Franklin, Madison, entre otros) para
socializar un debate filosófico y constitucional sobre las formas de gobierno y las libertades públicas. Entre ellos, John Adams fue especialmente despectivo de las capacidades intelectuales de Washington, y en algunos de sus escritos apuntó a su evidente
ignorancia de los asuntos públicos y a su escaso interés por lectura.
Con todo, lo que vuelve comparable a Washington y Bolívar es el sentido de la
posteridad y el desprendimiento del poder. Tras la firma del tratado de paz y el reconocimiento británico de la independencia americana, Washington sorprendió al
mundo entregando su espada al Congreso el 23 de diciembre de 1783 para luego retirarse a su finca en Mount Vernon10. Con ese acto simbólico, Washington efectuaba
una retirada modesta e incondicional de la esfera pública: el comandante en jefe del
ejército victorioso dejaba su espada y prometía no tener ninguna participación en los
asuntos políticos futuros. Ese acto de desprendimiento total del poder convirtió a
Washington en un hombre aún más célebre. Bolívar, por su parte, también había manifestado desde muy temprano su visión sobre la perpetuación en el poder. En su
Discurso ante el Congreso de Angostura, pronunciado el 15 febrero de 1819 apuntó
que «Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el Poder. El Pueblo se acostumbra a obedecerle, y él a mandarlo, de donde se
origina la usurpación y la tiranía». Dos años más tarde, en una carta dirigida al Dr.
Pedro Gual escribió: «Me dice que la historia dirá de mí cosas magníficas. Yo pienso que no dirá nada tan grande como mi desprendimiento del mando... La historia
dirá: Bolívar tomó el mando para libertar a sus conciudadanos, y cuando fueron libres, los dejó para que se gobernasen por leyes, y no por su voluntad». Tal como lo
ha puesto de manifiesto Lester Langley, Bolívar tuvo una genuina preocupación por
cómo sería recordado en la historia. Esta obsesión se vuelve aún más evidente en
una carta que envía al general Santander el 23 de enero de 1824, en la cual señala:
«en adelante quiero combatir por mi gloria aunque sea a costa de todo el mundo. Y
mi gloria consiste en no mandar más».
No obstante, los antecedentes biográficos de uno y otro nos muestran a dos personajes generacional y políticamente diferentes. Bolívar nació en 1783 —el mismo año
del retiro de Washington—, en el seno de una familia muy bien relacionada con la elite de Caracas. Huérfano a la edad de nueve años, fue puesto bajo la tutela de su tío, a
quien llegó a odiar, y de quien trató de escapar. El joven Simón se educó de manera
irregular con intermitentes profesores particulares, y se integró al cuerpo de la milicia
a la edad de catorce años. Al igual que en las colonias británicas, en la América española el uniforme de oficial de milicia confería un prestigio social innegable a quién lo
portaba. Por eso, a la edad de quince años Bolívar fue enviado a España para completar su educación, al igual que muchos otros jóvenes aristócratas de Caracas.
10
Gordon Wood, op. cit., pp. 29-65.
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Después de haber cruzado el Atlántico, travesía que Washington nunca realizó,
Bolívar conoció de primera mano al país que más tarde ya no mostraría como la madre patria, sino como el Imperio que había obligado a los americanos a quedar en una
permanente infancia en relación a los asuntos públicos. Después de un breve viaje a
París en 1802 se convenció de que España era un país de salvajes. Sin embargo, se
casó en Madrid con una joven a quien llevó a Venezuela, país donde murió de fiebre a
los ocho meses de la boda. Viudo con sólo diecinueve años, Bolívar nunca se casaría
de nuevo. La tragedia lo envió de regreso a la Europa napoleónica, primero a París y
luego a Italia. Regresó a Caracas en 1807, luego de una corta visita a los Estados Unidos, allí «por primera vez en mi vida, vi la libertad racional de primera mano». Pero
su visita a las tierras de Jefferson y Adams lo convenció de que el modelo político
norteamericano no era adecuado para la América española. A su regreso a Venezuela
se dedicó a la gestión de sus plantaciones tropicales, en las que trabajó junto a sus esclavos, pero poco a poco fue capturado por el torbellino de acontecimientos que pondría a su tierra natal en el camino a la Independencia.
Los años europeos fueron decisivos para la formación de Bolívar como futuro
constructor de un proyecto revolucionario a escala continental. En París leyó tanto a
los autores de la antigüedad clásica como las obras de algunos escritores del siglo XVII —John Locke y Baruch Spinoza— y de la Ilustración —Montesquieu, Voltaire y Rousseau—. Ese viaje también le permitió mirarse a sí mismo en el contexto
de los disturbios desatados por la Revolución Francesa en todo el Viejo Mundo. Bolívar ya estaba en condiciones de examinar el legado político, social y constitucional de
las primeras fases de la Revolución Francesa, y estuvo presente en París el 2 de diciembre de 1804 cuando Napoleón se coronó emperador en la catedral de Notre
Dame. En Roma vivió una especie de epifanía en el Monte Aventino, donde a los 22
años habría jurado ante su ex maestro Simón Rodríguez liberar a su patria. La representación de esta imagen evocadora es la de un revolucionario ardiente que ante las
ruinas del pasado clásico que lo rodea suscribe la firme promesa de que España seguiría el camino de la Roma imperial11.
Poco tiempo después de su regreso a Venezuela, la invasión napoleónica a España
en la primavera de 1808 precipitó una sucesión de acontecimientos que hicieron que
la promesa del Monte Aventino estuviera mucho más cerca. La abdicación de Fernando VII, la invasión de las tropas francesas y la posterior caída del gobierno legítimo
dejaron un vacío de poder que se visibilizó tanto en la propia Península como en los
territorios americanos. Las Juntas surgieron en todo el mundo hispano para organizar
la resistencia y ejercer la autoridad durante la ausencia forzada del Rey. Los mantuanos de Caracas tomaron la iniciativa en abril de 1810 destituyendo al capitán general
de Venezuela, Vicente Emparan, y formaron una Junta Suprema instituida para mantener los derechos de Fernando VII. Esta Junta promovió a Bolívar al rango de teniente
11
Anthony Pagden, Spanish Imperialism and the Political Imagination: Studies in European and Spanish-American Social and Political Theory, New Haven and London, Yale University Press, 1990, pp. 133-153.
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coronel en la milicia y lo envió a Londres para buscar apoyo del gobierno británico.
Allí se reunió con el secretario de Relaciones Exteriores británico, quien le entregó
una ambigua respuesta y evitó apoyar directamente la causa independentista de las colonias españolas. Sin embargo, durante los dos meses en Londres fue recibido por su
exiliado compatriota Francisco de Miranda, quien lo introdujo en el mundo de la alta
política y le ayudó a obtener valiosos contactos para su misión.
En 1810, la elite caraqueña se dividió entre los defensores del orden tradicional, los
partidarios de algún tipo de autonomía dentro de la monarquía española, y los radicales
como Bolívar, que veían la Independencia plena como la única opción para las colonias
americanas. Es en este punto que llegamos al problema central que enfrenta cualquier historiador que trata de evaluar la carrera de Bolívar y los movimientos de independencia a
lo largo de las Américas. Si miramos retrospectivamente estos procesos desatados con
inusitada fuerza tanto en el Atlántico como en el Pacífico, pareciera que la disolución de
los Imperios español y británico era inevitable. Los líderes patriotas fueron elevados a una
condición heroica, mientras que los que se oponían a su causa pasaron a ser condenados y
vilipendiados no sólo por sus contemporáneos sino también por las respectivas historiografías nacionales. Es necesario repensar esa coyuntura crítica que parecía inevitable a
ojos de los contemporáneos, ya sea para el caso de las colonias británicas en la década de
1770 y de las colonias españolas después de 1808. ¿Qué alternativas políticas existían
para resolver la mal llamada «crisis de la monarquia»? ¿En ese momento era la Independencia la mejor o incluso la única opción disponible para los criollos?12.
Tanto Lynch como Bushnell y Langley parecen compartir una misma apreciación
sobre la inevitabilidad de la acción política de Bolívar. Los tres autores reconocen que
ante la coyuntura post 1808 había llegado el momento de liberar a las colonias y promover su absoluta independencia. Por esa misma razón, Bolívar encarnaba la avanzada de aquellas reivindicaciones criollas que ya no se sentían satisfechas con la obtención de una mayor autonomía dentro de la monarquía española sino que pretendían un
quiebre político definitivo con la Corona española. Con todo, esta lectura del proceso
revolucionario y del accionar de Bolívar parece ser tributaria de una mirada que nos
habla únicamente desde la era post-imperial y del mundo post-colonial. Estos autores
nos muestran un proceso histórico que transita hacia un desenlace inevitable y en cierta medida deseable. En el fondo reproducen la teleología revolucionaria que también
utilizaron los historiadores del siglo XIX. A la hora de los balances cabe preguntarse
si la Independencia fue total, y si todo lo ganado fue el justo precio de todo aquello
que se perdió en la batalla. Sin duda que es necesario volver a pensar la Independencia
como una de las múltiples opciones que se barajaron en una coyuntura en que la demanda de autonomía por parte de los criollos iba in crescendo13.
12
Joyce Appleby se plantea esta interrogante para el caso norteamericano, en Inheriting
the Revolution. The First Generation of Americans, Cambridge-London, Harvard University
Press, 2000, pp. 26-56.
13 Jaime E. Rodríguez O., The Independence of Spanish America, Cambridge, Cambridge
University Press, 1998.
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Trabajos recientes sobre el Imperio español en los siglos XVIII y XIX han cuestionado la idea de una búsqueda de independencia absoluta por parte de las colonias
americanas, incluso después de la vacatio regis de 180814. ¿Fueron las juntas, que surgieron desde Caracas a Buenos Aires para defender a Fernando VII y sus derechos, un
trampolín para la Independencia de España? Reafirmar esa hipótesis supone desconocer una larga tradición jurídica vigente en el mundo hispano por la cual en ausencia de
un monarca la soberanía volvía al pueblo. Tanto en España como en América, la formación de juntas para expresar la voluntad del pueblo se amolda perfectamente a esta
tradición15, particularmente cuando la lealtad de criollos e indios hacia la corona había
echado profundas raíces en las sociedades americanas16.
Los historiadores también han estado prestando mucha atención en los últimos
años a los acontecimientos que se desencadenaron sincrónicamente en la península
Ibérica, especialmente a la discusión sobre la «cuestión americana» en la asamblea
parlamentaria liberal de las Cortes de Cádiz, que se reunió en 1810 y disolvió en 1814
con el retorno de Fernando VII17. A diferencia de la Cámara de los Comunes británica, que rechazó la inclusión de representantes de sus colonias, las Cortes de España
invitaron a los diputados americanos a participar, pero no otorgó los cupos que los territorios americanos creían proporcionales al tamaño de sus respectivas poblaciones18.
En 1812 el primer artículo de la famosa constitución liberal aprobada por esas Cortes
afirmaba con orgullo que «la Nación española es la reunión de todos los españoles de
ambos hemisferios»19. En otras palabras, la categoría «español» refería a todos los habitantes de los territorios americanos —incluyendo a los indios, pero excluyendo a los
afrodescendientes— y reconocía que éstos poseían los mismos derechos que los habitantes de la península Ibérica. Teóricamente, la Constitución abría posibilidades a una
cierta forma de autonomía colonial en una nación española que abarcaba tanto al
Atlántico como al Pacífico. Entre 1813 y 1814, en conformidad con las disposiciones
de la Constitución gaditana, gran parte de la América española se embarcó en un pro14 John Elliott, Empires of the Atlantic World: Britain and Spain in America 1492-1830,
New Haven, Yale University Press, 2006, pp. 325-369; Gabriel Paquette, «The Dissolution of the Spanish Atlantic Monarchy», en The Historical Journal, vol. 52, n.º 1, 2009,
pp. 175-212.
15 Manuel Chust (coordinador), 1808. La eclosión juntera en el mundo hispano, México,
Fondo de Cultura Económica/El Colegio de México, 2007.
16 Rebecca Earle, «Creole patriotism and the myth of the loyal Indian», en Past and Present, n.º 172, 2001, pp. 129-130.
17 Izaskun Álvarez Cuartero y Julio Sánchez Gómez (editores), Visiones y revisiones de la
independencia americana. México, Centroamérica y Haití, Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2005.
18 José Carlos Chiaramonte, Fundamentos intelectuales y políticos de las independencias.
Notas para una nueva historia intelectual de Iberoamérica, Buenos Aires, Editorial Teseo,
2010, pp. 75-120.
19 Constitución política de la Monarquía española promulgada en Cádiz a 19 de marzo
de 1812, Madrid, Imprenta Nacional, 1820, p. 4.
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ceso electoral para ocupar los cupos en los órganos representativos del nuevo gobierno provincial y municipal. Pero ya era demasiado tarde. No sólo porque el experimento liberal fue condenado por el retorno al poder de Fernando VII, sino también porque
algunas colonias entraron en un proceso de conflictos sociales y étnicos que desembocaron en una abierta guerra civil.
Que esto haya ocurrido se debe, en parte, al impulso de algunos criollos radicales como Bolívar, que presionaron una campaña a favor de la Independencia de
España. A través de sus lecturas y de su observación de Europa y las Américas, Bolívar logró construir su propia visión sobre las formas políticas que las sociedades
coloniales americanas debían tomar después de la caída del Imperio español. Como
bien lo demuestra John Lynch, apoyándose en una investigación anterior de David
Brading, las ideas políticas de Bolívar remiten al republicanismo clásico, que remonta su linaje a la antigua Grecia y la Roma republicana20. Con una clara convicción liberal rechazó el despotismo y se volvió partidario de una forma de gobierno
mixta, inspirándose, en los escritos de Montesquieu y John Adams. A partir de ese
molde republicano Bolívar desarrolló una obsesión por la gloria y la fama eterna,
primero como el libertador de su pueblo y luego como el legislador que permitió a
sus compatriotas vivir como ciudadanos de repúblicas virtuosas. Con el retorno de
Fernando VII, las condiciones para una guerra con la metrópoli no eran promisorias,
sin embargo, el voluntarismo de Bolívar permitió que la causa independentista hispanoamericana continuara el proceso de transformación política iniciado por la revolución norteamericana y francesa. En este sentido, Bolívar parecía ser arrastrado
por los vientos de una era convulsionada.
Pero España no era el único impedimento para consolidar los nuevos gobiernos
independientes en las colonias hispanoamericanas. Los problemas políticos y sociales
internos también fueron una constante de la vida política a inicios del siglo diecinueve. El recién elegido Congreso venezolano declaró la Independencia en 1811, pero fue
incapaz de incorporar y controlar a las provincias realistas durante la Primera República. Durante las últimas décadas del siglo XVIII, los sectores pardos, mestizos y negros se vieron beneficiados por ciertas políticas monárquicas, y por lo mismo no tenían ningún deseo de apoyar una separación de España que los dejaría a merced de la
elite criolla. En un territorio como el venezolano, donde las lealtades locales eran profundas, también hubo un gran resentimiento contra la dominación de Caracas. Con las
fuerzas realistas activas y con la población negra y parda apoyando la causa realista,
la nueva república se derrumbó en menos de dos años. El mismo Bolívar tuvo algún
grado de responsabilidad en esa debacle; siempre intolerante con sus rivales, entregó a
Francisco de Miranda —el precursor de la independencia— a los españoles, en un
acto de traición que es difícil de excusar. En octubre de 1812 Bolívar se refugió en
Cartagena, en la vecina Nueva Granada, donde publicó un manifiesto de agitación y
20
David Brading, Classical Republicanism and creole patriotism: Simón Bolivar
(1783-1830) and the Spanish American Revolution, Cambridge, Centre of Latin American Studies University of Cambridge, 1983.
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preparó su campaña para arrebatar el control de Venezuela a los españoles y a los lealistas criollos. Ese fue el comienzo de lo que Bolívar anunció sería una «guerra a
muerte».
Pero no hay duda que Bolívar no era tan magnánimo como su pluma, especialmente cuando proclamó que no habría piedad con aquellos españoles que no apoyaran
la causa independentista. En Venezuela estalló la guerra civil y diversas atrocidades
fueron cometidas por los grupos que intervinieron en el conflicto, el cual fue impulsado no sólo por las lealtades que rivalizaban, sino también por el resentimiento de las
divisiones raciales entre criollos, pardos, negros y mulatos. En 1814, después de haber
liberado a la mitad del país, Bolívar firmó una orden para ejecutar a sangre fría a más
de ochocientos prisioneros españoles que se encontraban en poder de los insurgentes.
Pero el ajusticiamiento de poco le serviría porque tras la inminente llegada de una
gran fuerza expedicionaria española en la primavera de 1815 tuvo que refugiarse nuevamente en Cartagena. Poco tiempo después se embarcó rumbo a Jamaica para planificar y trazar los próximos pasos de lo que ya parecía una causa perdida.
Fue en Kingston donde Bolívar escribió su famosa Carta de Jamaica. Pese a que
fue publicada originalmente en inglés tres años después de su redacción —el 6 de septiembre de 1815— y que no hubo una versión en español sino hasta 1833, se trata de
un texto que, como dice Lynch, con el tiempo llegaría a ser una especia de carta magna de la revolución hispanoamericana. Esta carta es testimonio de un extraordinario
poder discursivo: una de las claves del éxito de Bolívar; pero también muestra el desarrollo de una visión de futuro para toda la América española, una visión que, a su
juicio, sólo podía lograrse si se tomaban en cuenta las realidades propias de los territorios americanos que habían sido colonizados por España. Bolívar creía que estos territorios no se adaptaban a las soluciones federales ni a las instituciones liberales plenamente representativas. A causa de las antipatías regionales, las divisiones raciales y la
falta de preparación cívica, el futuro de la emancipación americana recaería en un
Estado-nación a cargo de criollos ilustrados como él. Pese a que fue un abolicionista y
liberó a sus propios esclavos, Bolívar no tuvo la intención de sustituir los regímenes
absolutistas españoles por pardocracias.
El resto de su vida se dedicaría a la tentativa de convertir su visión de la América española en una realidad. A medida que reunió refuerzos y regresó al continente
para lanzar un nuevo asalto a los realistas, Bolívar se revela como un comandante
del genio: siempre sagaz para evaluar a los hombres y las situaciones y siempre con
nuevas respuestas para afrontar los contratiempos y las derrotas, pese a un físico que
parecía lejos de ser robusto. Gracias a su disposición para compartir las dificultades
y los éxitos con sus soldados fue capaz de inspirar una profunda devoción por sus
acciones y palabras. Pero al mismo tiempo era autocrático, cruel, vanidoso e implacable.
Sus biógrafos anglófonos evitan acusarlo de ser un simple caudillo, tal como lo
fueron otros personajes de la historia de América Latina a inicios del siglo diecinueve.
Aunque esta consideración historiográfica es cierta, es preciso matizarla. Por un lado
Bolívar carecía de la base de poder de los caudillos regionales que surgieron después
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de que se abriera paso por todo el continente, pero por otra parte poseía un sentido
personalizado del poder que estaba profundamente arraigado en las relaciones patrón-cliente de la sociedad colonial. José de San Martín, que llevó su propio ejército
de liberación hacia Argentina, Chile y Perú, y se encontró cara a cara con Bolívar en
Guayaquil en 1822, lo describió como un hombre vano, superficial y con una irrenunciable «pasión por mandar». Entonces, si Washington subsumió su personalidad a la
promoción de la causa emancipadora, Bolívar encausó la causa conforme a los dictados de su fuerte personalidad21.
El éxito de las campañas militares de Bolívar, no solo se explica por su astucia
militar, sino también por la desorientación del gobierno español instalado en Madrid, incapaz de producir una estrategia coherente para hacer frente a las colonias rebeldes y por la indisciplina de los soldados realistas. Empero, estos factores no favorecieron inmediatamente la hazaña de alienar a los sectores de la población más
comprometidos a mantener los tradicionales vínculos con España. Este proceso se
perpetuó hasta que la lucha de España por mantener su dominio sobre América se
agotara en diciembre de 1824 con la victoria del general Sucre —uno de los subordinados más leales a Bolívar— en Ayacucho. A partir de ese momento, la Independencia, que quince años antes no había sido más que un destello en los ojos de Bolívar y
de un puñado de radicales, parecía el resultado lógico e inevitable de una guerra civil larga y brutal que enfrentó dos bandos que defendían dos lealtades políticas diferentes22.
El efecto de esta guerra, mucho más prolongada y sangrienta que la guerra que
condujo a la independencia de los Estados Unidos, fue dejar amplias regiones de
América del Sur arrasadas con sus poblaciones destruidas. Desde el principio Bolívar
había pensado la necesidad de reconstruir las sociedades devastadas que él había contribuido a liberar. Se consideraba a sí mismo como el nuevo Licurgo, el único hombre
capaz de diseñar nuevos sistemas de gobierno que permitieran a esas sociedades establecerse sobre sólidas fundaciones. El sueño de Bolívar era crear la República de la
Gran Colombia, uniendo Venezuela, Nueva Granada y Quito, y para ello presentó a
los delegados del Congreso reunido en Angostura en febrero de 1819 su gran plan
para la nueva república, de la que fue nombrado el primer presidente.
Ese proyecto, que revela la originalidad de las ideas políticas de Bolívar así
como su sospecha del nacionalismo para el futuro de las sociedades emancipadas
del dominio español, tenía como principal fundamento la conformación de una estructura territorial supranacional. Pero su puesta en práctica colisionó con una dura
realidad, derivada no sólo de la logística continental sino también de las lealtades
regionales y locales en aquellas sociedades que habían desarrollado características y
tradiciones propias durante más de doscientos años de dominación imperial. Dos dé21
Richard W. Slatta and Jane Lucas de Grummond, op. cit., pp. 3-26.
Sobre este tema véase el original estudio de Clément Thibaud, Républiques en armes.
Les armées de Bolívar dans la guerre d’Indépendance en Colombie et au Venezuela, Rennes,
Presses Universitaires de Rennes, 2006.
22
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cadas antes la experiencia política atlántica había demostrado que era posible, pero
sumamente complejo mantener unidas a las trece colonias británicas norteamericanas tras su independencia, pero en la América española no fue posible lograr la misma hazaña. Tal como ocurrió con el Imperio Romano, cuyas ruinas Bolívar había
mirado desde el Monte Sacro, el Imperio español se fragmentó en múltiples unidades políticas independientes.
Como bien lo apuntan John Lynch, Richard W. Slatta y Jane Lucas de Grummond,
como todo lector entusiasta de los clásicos y de Montesquieu, Bolívar vivió en un
mundo de abstracciones; por lo mismo, fue siempre consciente de que las leyes debían
adaptarse a las circunstancias locales. Sin embargo pasó los últimos años de su vida
tratando de que su proyecto político no fuera pervertido por los intereses particulares
ni por el personalismo caudillesco.
En sus esfuerzos por salvar su obra se fue moviendo en una dirección cada vez
más autoritaria, produciendo una constitución para Bolivia con las disposiciones de
un gobierno fuerte y un presidente perpetuo que tendría el derecho de nombrar a su
propio sucesor. Esta Constitución, que propuso como modelo para las otras nuevas
naciones, ha demostrado su controversial característica. Rodeado de enemigos, se enfrentó con rebeliones e intentos de asesinato y vio a la Gran Colombia desintegrarse.
La amargura de sus últimos escritos revelan su desconcierto ante el curso que había
tomado la consolidación política de la Independencia en toda América. Su famosa frase «Los que hemos trabajado por la libertad de América, hemos arado en el mar» revela de manera trágica su profunda desazón.
Nicolás OCARANZA
École des Hautes Études en Sciences Sociales
Centre de Recherches sur les Mondes Américains (CERMA)
Mondes Américains, Sociétés, Circulations, Pouvoirs
(MASCIPO - UMR 8168 CNRS)
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 287-300, ISSN: 0034-8341
RESEÑAS
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, núm. 251
Págs. 303-316, ISSN: 0034-8341
DE CRISTÓFORIS, Nadia Andrea, Bajo la Cruz del Sur: gallegos y asturianos en
Buenos Aires (1820-1870), A Coruña, Fundación Pedro Barrié de la Maza, 2010,
251 pp.
Este nuevo libro de Nadia De Cristóforis nos invita a reflexionar sobre distintos
aspectos de la inmigración gallega y asturiana hacia Buenos Aires, en un corte temporal y geográfico innovador. El periodo analizado coincide con las décadas entre la
emancipación colonial y la llegada masiva de inmigrantes de ultramar hacia la Argentina, etapa poco estudiada hasta ahora, pero que la autora busca reconstruir con sagacidad, mediante un riguroso análisis documental y bibliográfico.
Dado el carácter fragmentario de la información necesaria para dar cuenta de este
proceso, de Cristóforis recurrió al análisis de fuentes primarias de diversa naturaleza
diseminadas tanto en archivos españoles como argentinos, así como de diversas producciones bibliográficas. A partir de esto realiza un análisis cuantitativo y cualitativo
en el que se destaca la prolija elaboración de estadísticas y gráficos, que son explicados cuidadosamente. Un documento particularmente valioso para la etapa analizada
son los Libros de Entradas de Pasajeros hacia el Puerto de Buenos Aires. De Cristóforis los describe, analiza y construye cuadros y gráficos que le sirven para ilustrar
cómo eran estos flujos migratorios, la procedencia de los mismos (puertos de salida) y
su inserción en los ámbitos de llegada. El censo de la ciudad de Buenos Aires de 1855
también resulta relevante para esta investigación, y es citado y analizado a lo largo de
los seis capítulos de la obra.
El recorrido comienza con un análisis de los flujos tardo coloniales y de las primeras décadas de la etapa independiente hasta 1840, considerada como «un periodo de
transición». De Cristóforis sostiene que en estos años la inmigración del noroeste hispánico hacia Buenos Aires, condicionada en parte por los avatares políticos locales
tras la emancipación colonial, logró mantenerse aunque a ritmos más modestos que
los habidos hasta 1810.
En contra de determinadas miradas sobre la historia argentina, Bajo la Cruz del
Sur demuestra que desde 1830 en adelante, y pese a la inestabilidad política en las tierras del Plata, la inmigración española hacia la provincia de Buenos Aires se hallaba
en crecimiento. Se trataba de flujos predominantemente masculinos, solteros y jóvenes. Italianos, franceses, ingleses, alemanes, también formaban parte de esta tendencia, incorporándose a una sociedad cada vez más plural.
Diversos fueron los motivos que pudieron haber alentado los traslados de gallegos
y asturianos en esa etapa. Por un lado, el empobrecimiento progresivo de los campesi-
304
RESEÑAS
nos por los crecimientos decrecientes de las cosechas o las crisis agrícolas producto
de las fuertes lluvias de 1852, pudieron haber impulsado la decisión de emigrar. Asimismo, la sobrepoblación y la desindustrialización debida a la crisis en el sector textil
producto de la competencia con las mercancías provenientes del Reino Unido, Francia
o Cataluña. Sin embargo la autora sugiere que ni la densidad demográfica, ni la situación de extrema pobreza en sí mismas eran condiciones determinantes. Partiendo de la
historiografía más reciente, De Cristóforis retoma la hipótesis de que la situación de
los migrantes en general no era paupérrima, sino que en muchos casos contaban con
un capital necesario para poder cubrir el traslado y la instalación inicial en el destino
elegido.
Asimismo su trabajo da cuenta de que en las décadas de 1840 y 1850 los traslados desde el noroeste hispánico se dieron a través de contratos en los que los pasajeros de escasos recursos lograban financiar el viaje con los jornales que obtendrían
en la sociedad receptora. Los armadores y los agentes de la emigración, quienes se
ocupaban de organizar las expediciones hacia América, brindaban visiones positivas
y una prometedora información sobre el lugar de destino. Estos impulsos lograron
estimular la salida de personas en zonas donde no existía una fuerte trayectoria de
emigración hacia ultramar. Otro tanto aportaban la correspondencia de quienes vivían en Buenos Aires, así como los relatos de los que regresaban. La presencia de
las redes de parentesco o paisanaje en la sociedad de acogida, son resaltadas para
todo el periodo, poniendo en relieve de la importancia que dicho factor como uno de
causales o motivadores de la migración y su rol en el proceso de integración a la sociedad porteña.
Por otro lado, la voluntad de escapar a las levas o al servicio militar español servía
también como estímulo para abandonar la tierra de origen. A pesar de los esfuerzos de
las autoridades por evitarla, los periódicos de la época y los expedientes policiales
analizados por De Cristóforis, demuestran que las fugas se producían con asiduidad.
Para mediados de la década de 1850, esos factores se vieron favorecidos por las políticas migratorias que adoptaron tanto los gobiernos hispánicos como los bonaerenses,
tendientes a facilitar los traslados a ultramar y a prevenir maltratos o abusos. Mediante la sanción de la Real Orden en 1853, las autoridades españolas buscaban regular las
condiciones para la obtención de pasaportes y mejorar las características de los barcos
que emprenderían los viajes hacia ultramar. Pero como comprueba la investigadora,
dicha legislación no logró impedir las arbitrariedades suscitadas en el tráfico emigratorio, ni la homogeneización de los criterios de presentación de la documentación
requerida para obtener los pasaportes. Del lado rioplatense los gobiernos también procuraron intervenir en la cuestión inmigratoria, impulsados por los intereses de las elites dirigentes de atraer europeos como mano de obra y población. Sin embargo De
Cristóforis observa que los gallegos y asturianos que se trasladaron a Buenos Aires en
las décadas de 1840 y 1850 lo hicieron a través de mecanismos no «oficiales», como
las contrataciones masivas impulsadas por armadores y agentes de la emigración, a
través de los «llamados» de parientes o vecinos que habitaban en la sociedad receptora, o bien de manera ilegal.
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Pero el Río de la Plata no era el principal destino de los migrantes en ultramar,
sino que Cuba recibía la mayor cantidad de gallegos y asturianos. Sin embargo, combinando la dimensión de análisis macro con la micro, De Cristóforis se detiene en el
nivel provincial y municipal, y da cuenta de que en ayuntamientos como Santiago de
Compostela predominaba la elección del puerto bonaerense. Los traslados hacia las
tierras americanas se producían en pésimas condiciones, y en varios casos los pasajeros se encontraban sin pasaporte, situación luego prohibida por el Ministerio de Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. Ya en la sociedad de acogida, los
migrantes debían trabajar duramente en los primeros años de su estadía para poder
afrontar los gastos del pasaje.
La migración del noroeste hispánico muestra un comportamiento diferenciado entre gallegos y asturianos. Mientras la primera se mantenía en un crecimiento sostenido
desde 1830, la segunda comienza a ralentizar sus ritmos a partir de la década siguiente, a la par que el destino cubano atraía a los flujos de esta zona. Un temprano tejido
asociativo, contribuyó a mantener los lazos entre la comunidad hispánica, habitaba la
sociedad porteña. Sin embargo, en tiempos del gobernador Juan Manuel de Rosas y
luego hacia la década de 1860 no fue fácil para los migrantes la interacción con la sociedad de acogida. El clima de hispanofobia, determinados prejuicios acerca de los españoles y sobre todo los gallegos seguían haciéndose presentes.
A lo largo del libro, la historiadora no deja de lado la bibliografía ni los principales debates sobre la inmigración. Estudios pioneros como los de Samuel Baily, José
Moya, o Gladys Massé, entre otros, contribuyen a dar cuenta de los procesos de integración o «ajuste» de los migrantes del noroeste hispánico a la sociedad porteña. En
su último capítulo De Cristóforis repasa algunos aspectos de aquellos procesos. Los
lugares que elegían para vivir en la ciudad se encontraban hacia el sur, alejados del
núcleo comercial y administrativo. A la par de la conformación de un mercado de trabajo en la sociedad bonaerense, los inmigrantes gallegos y asturianos no tardaban en
incorporarse a la población económicamente activa, desempeñándose en actividades
dependientes, poco calificadas y mal pagas. En la mayoría de los casos, el endeudamiento contraído por el pasaje hacia las tierras platenses, les impuso ciertas limitaciones para lograr mejores salarios y condiciones de trabajo.
Esta obra es una producción de gran valor metodológico que logra reconstruir un
proceso de «migración temprana» hacia Buenos Aires, en una etapa «pre-estadística»
en el que las fuentes que dan cuenta directa o indirectamente de este fenómeno, no son
continuas ni abundantes. La investigación describe tendencias generales, pero a su
vez detiene la mirada en pequeñas escalas como los municipios y las parroquias. La
misma también brinda testimonio de las historias de vida y por mementos toma estudios de caso, que contribuyen a abordar el objeto de estudio con gran precisión.
Este trabajo sin duda representa una gran contribución a la historiografía de las
migraciones, ya que logra demostrar que lejos de existir un hiato en gran parte del siglo XIX respecto de la llegada de inmigrantes, la etapa de inmigración masiva hacia la
Argentina a partir de 1870 constituyó una profundización de las tendencias migratorias previas. En este sentido De Cristóforis se refiere al proceso que se inicia a fines
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de la década de 1830 y se extiende hasta las primeras décadas del siglo XX, como «un
ciclo de gradual y continuo crecimiento» de las migraciones del noroeste hispánico
hacia Buenos Aires.
Para concluir, Bajo la Cruz del Sur es un libro de una enorme rigurosidad que logra dar cuenta a partir del trabajo de reconstrucción minuciosa de fuentes, de la importancia de los migrantes del noroeste hispánico en el desarrollo económico y cultural bonaerense.
Agustina VERONELLI
Universidad de Buenos Aires, Argentina
ETTE, Ottmar y MÜLLER, Gesine (eds.), Caleidoscopios coloniales. Transferencias culturales en el Caribe del siglo XIX. Kaléidoscopes coloniaux. Transferts
culturels dans les Carïbes aux XIXe siécle, Berlín, Madrid, Iberoamericana - Vervuert, 2010, 481 pp.
Bajo el título Caleidoscopios coloniales. Transferencias culturales en el Caribe
del siglo XIX, el libro agrupa los trabajos discutidos en la conferencia celebrada en la
Casa de las Culturas del Mundo, en Berlín, entre los días 9 y 11 de julio de 2009. Los
textos recopilados exploran el periodo comprendido entre 1789 con el inicio de la Revolución francesa y culminan en 1886 con la abolición de la esclavitud en Cuba, con
vistas a establecer tipologías de los modelos de transferencias culturales ocurridos
desde y hacia las colonias del Caribe hispano y francés. Para ello, los autores indagan
sobre procesos poco estudiados como, por ejemplo, la influencia de la Revolución
francesa en Haití. Por otra parte, los coordinadores de la obra, Ottmar Ette y Gesine
Müler, nos advierten sobre la conveniencia de explorar la influencia política y literaria
de Estados Unidos en los procesos y modelos de independencia americanos.
La cronología propuesta se justifica para observar aquellos «puntos de ruptura
culturales de los sistemas coloniales que desembocan en los procesos independentistas», señalados por Ette y Müler en la introducción. No obstante, el periodo cambia en
el estudio de otros procesos socioeconómicos de larga duración ocurridos en el Caribe. El término caleidoscopio resulta acertado en su acepción de complejidad y diversidad de dicha región.
El volumen se estructura en cinco apartados correspondientes a las zonas geográficas y, al propio tiempo, coincidentes con los centros coloniales de Francia y España
y los puntos nodales que intervienen en la circulación e intercambio de modelos culturales a nivel tanto intracaribeño como extracaribeño. Ellos son Cuba, Guadalupe/Martinica, Haití, África y, por último, Europa y América.
Una mirada a los diferentes trabajos que componen el libro evidencia que algunos
temas han sido objeto de interés para los estudios de cultura popular, la historia de la
esclavitud y de la construcción del Estado-nación. Sin embargo, los textos resultantes
son enriquecidos a partir del enfoque de la circulación cultural, o lo que el profesor
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Ette llama «literatura en movimiento». Tal es el caso de la primera sección del libro
dedicada a Cuba. El teatro popular, la novela costumbrista y las representaciones de la
isla a través de la cultura visual y escrita son analizados como soportes de la circulación y de transferencias culturales entre Europa, África, el Caribe y América. Este
apartado se inicia con el trabajo de Roberto González Echevarría, quien realiza un estudio novedoso sobre el costumbrismo cubano y sus relaciones con las aspiraciones
de algunos sectores de las elites por crear la nación. Puede decirse que en mayor o menor medida las diversas reflexiones y alusiones a la corriente costumbrista articulan
los restantes textos sobre Cuba.
En el caso de Martinica y Guadalupe, objetos de interés del segundo apartado, los
trabajos presentan como hilo conductor el problema de la esclavitud y el papel de las
elites en el proceso de abolición. El desconocimiento de este proceso para el Caribe
colonial francés añade un valor a las tesis presentadas por los autores.
Es indiscutible que África fue una pieza clave para Hacer el Caribe, como Michael Zeuske acertadamente reinterpreta la expresión Hacer las Américas. Sin embargo, los vínculos con África constituyen una de las asignaturas pendientes dentro de los
estudios sobre el Caribe. En este sentido sólo hay dos aportaciones. Valdría la pena
mencionar el uso por parte de Zeuske de ciertos términos que pueden confundir a los
lectores. Tal es el caso de la expresión comodificación, procedente de la palabra inglesa commodities y que ha sido traducida al español como mercancías.
En cuanto al apartado de Haití considero que es uno de los más novedosos del libro. Los trabajos aquí presentados cuestionan el giro paternalista que ha tenido su
estudio en los últimos tiempos. En los textos presentados se intenta desentrañar las
causas de un país totalmente desestructurado. Dentro de la reciente historiografía
encontramos, no obstante, importantes y pioneras contribuciones como el libro El
rumor de Haití en Cuba: temor, raza y rebeldía, 1789-1844, de María Dolores González-Ripoll, Consuelo Naranjo Orovio, Ada Ferrer, Gloria García y Josef Opatrný,
en el que se aborda desde diferentes puntos de vista la influencia de la Revolución
de Haití en Cuba. Siguiendo esta línea, la doctora Naranjo Orovio analiza, en Caleidoscopios coloniales. Transferencias culturales en el Caribe del siglo XIX, la construcción por parte de las elites de un discurso que relacionaba civilización y barbarie
a partir del «miedo al negro» para consolidar la economía de plantación y controlar
a los esclavos.
Haití es el puente que conecta en el libro el apartado referido a Europa y América
y que cierra con broche de oro el libro. Héctor Pérez Brignoli retoma la relación establecida por Consuelo Naranjo entre Cuba y Haití para recordarnos en su ensayo que
ambas representaron «futuros deseados pero no realizados». Los autores retoman varias de las tesis propuestas en la introducción por Ottmar Ette y Gesine Müler entre las
que hay que destacar la diversidad y complejidad de un Caribe que transciende los
marcos tradicionalmente aceptados para ir más allá del Atlántico, y la necesidad de
encontrar un lenguaje común que trascienda las fronteras nacionales y articule las distintas experiencias coloniales. El conjunto de los trabajos hacen que Caleidoscopios
coloniales. Transferencias culturales en el Caribe del siglo XIX sea un referente de
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obligada lectura para los estudiosos sobre los procesos de circulación cultural, y sitúan al Caribe en una historiografía que suele centrarse en otros espacios coloniales y
poscoloniales.
Leida FERNÁNDEZ PRIETO
Instituto de Historia, CCHS-CSIC
PÉREZ VEJO, Tomás, Elegía Criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas, México, Tusquets Editores, Tiempo de Memoria-Centenarios, 2010, 324 pp.
En la historiografía sobre América Latina, ningún campo de investigación ha sido
tan transitado en los últimos veinte años como el de las independencias. Comenzó primero como una auténtica revolución temática y epistemológica, para transformarse a
medida que nos acercábamos a los Bicentenarios en un área de análisis y eventos colectivos que pocos historiadores preocupados por los siglos XVIII y XIX han eludido.
El resultado es una ingente cantidad de publicaciones de muy diversa extensión y calidad.
Como no podía ser de otra manera, en los últimos tiempos ese proceso está dando
lugar a las primeras obras centradas, no tanto ya en el propio acto investigador, como
en debates y reflexiones sobre los cambios de perspectiva que se han introducido en
estas fructíferas décadas. Un temprano y muy interesante producto de esta tendencia
es el libro de Tomás Pérez Vejo que estamos reseñando. Más que una «reinterpretación», Elegía Criolla es una reflexión cuidadosa, documentada y sobre todo crítica
sobre casi dos siglos de elaboraciones interpretativas sobre las independencias. Interpretaciones que van desde las más influyentes, creadoras de imaginarios duraderos
—como son las que surgieron de las diversas construcciones nacionales del siglo XIX—, a perspectivas marxistas y materialistas vinculadas al materialismo histórico y a la teoría de la dependencia, hasta alcanzar la perspectiva de «lo político» de la
que —como la mayor parte de los trabajos que se insertan en la corriente renovadora
de los últimos veinte años— el autor se reconoce deudor y miembro de pleno derecho.
Pero entendámonos, Elegía Criolla no es un trabajo bibliográfico. Se apoya ciertamente en los debates de punta, pero los transforma en una construcción crítica propia. Y agrega, además, una propuesta teórica e interpretativa global que parte de reconocer muy certeramente a los procesos revisados una proyección universal. Se trata de
«explicar y entender uno de los fenómenos más relevantes de la historia del mundo atlántico en general y del hispánico en particular. Nada fue igual después de él, un cataclismo que cambió de manera radical la faz del planeta y cuya sombra sigue extendiendo su manto sobre lo que el mundo hispánico es y sobre cómo se imagina»; porque «[n]o estamos ante un episodio menor, ocurrido en un pasado lejano y sin
relaciones con nuestro presente, sino ante uno de esos sucesos que marcan el devenir
de la humanidad» (p. 13).
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El libro contribuye a deconstruir algunas de las interpretaciones más acendradas
sobre el periodo: la existencia de naciones previas que habrían cimentado el proceso
independentista, el enfrentamiento binario entre criollos y peninsulares (en mi opinión, uno de los capítulos más sugerentes y atractivos); el convencimiento de que
existió un «ejército español» en las guerras de independencia (cuando ambas partes
estaban integradas por criollos y en mucha menor medida por peninsulares); la idea de
un Imperio fundado en intereses nacionales, que el autor niega incluso en la fase borbónica y rescata, por el contrario, la noción de «monarquía compuesta» formada por
un conglomerado de reinos, provincias y señoríos unidos por la común fidelidad a un
monarca. De allí surgirán más de veinte estados-naciones, incluida España que se
construye como tal en la misma fase histórica que las repúblicas americanas, y en un
plano de horizontalidad con ellas.
Junto al proceso de deconstrucción hay también propuestas interpretativas de calado. Pérez Vejo rechaza la noción de «revoluciones de independencia», tan cara a las
construcciones nacionalistas decimonónicas. Defiende en su lugar la idea de una guerra civil surgida de la ilegitimidad política que genera la renuncia de Bayona; concepto rechazado a lo largo de dos siglos por su condición «complicada y traumática» en
el contexto de la construcción de una memoria nacional que tiende a ennoblecer el pasado. Defiende asimismo la existencia de dos proyectos modernizadores contrapuestos, en los que ilustración y liberalismo no fueron dos estadios de un mismo proceso
sino caminos alternativos, que desembocarían finalmente en una revolución que no
habría de concluir en la década de los veinte sino más entrado el siglo XIX. Y, en una
de sus aserciones más osadas, afirma que «posiblemente no estemos tanto frente al fin
de una forma de organización social y política, como ante la desaparición de una forma de civilización» (p. 101).
Elegía Criolla es también una reflexión hacia adentro, hacia los orígenes intelectuales del propio autor. Reconocido especialista en Teoría de Nación, Pérez Vejo propone
volver a esa fuente epistemológica para echar luz sobre los cambios políticos de las independencias, revisando en esa perspectiva el uso del término «nación» en la Constitución de Cádiz y en las construcciones nacionales posteriores. Pero lo propone como un
debate abierto, apenas iniciado, que él mismo asume como labor para el futuro.
En última instancia, como afirma el autor, volver sobre las guerras de independencia desde la perspectiva renovadora que él tanto recoge como elabora, «no tendría
sólo un valor histórico, de comprensión de un pasado que comienza ya a ser lejano,
sino también, y sobre todo, de intentar elucidar parte de los retos a los que las naciones surgidas de la desintegración de la Monarquía católica tuvieron y tienen todavía
hoy que hacer frente. Es una forma de explicar el pasado, pero también de entender el
presente y los retos que éste nos plantea» (p. 56).
Como ocurre con todo texto interpretativo, el lector puede encontrar problemas.
Daré dos ejemplos: aunque se refiere a «las independencias hispanoamericanas» su
campo de análisis y de conocimiento es indudablemente México, que se complementa
con referencias mucho menos amplias al Río de la Plata. Aunque el autor es consciente de esta preferencia y la explica, con bastante razón, por el peso específico sin paRevista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 303-316, ISSN: 0034-8341
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rangón que tuvo la Nueva España en el conjunto de la Monarquía, también es cierto
que quedan vacíos significativos de ámbitos que han experimentado una importante
renovación historiográfica en los últimos años, como es el caso de las independencias
en el área andina. Asimismo, la insistencia en ciertos aspectos críticos parece necesaria en espacios académicos que mantienen una sólida base nacionalista, pero puede
percibirse como un debate ya superado en otros.
El lector puede no estar de acuerdo —y ni falta que hace— con todo lo que defiende este libro. Pero se encontrará con un texto ágil y muy bien escrito, que en trescientas páginas pone a su alcance, de forma creativa, muchos miles de cuartillas de investigación renovadora. Y hace propuestas que, dependiendo de quien las lea, pueden
verse como atractivas, atrevidas o incluso impertinentes; pueden generar adhesiones o
controversias, pero en cualquier caso avivan el pensamiento y enriquecen el debate.
Elegía Criolla es un libro que se lee con gusto porque además —cosa rara en el mundo actual— es un texto culto, con referencias comparativas que van del mundo macedonio a los imperios turco o austrohúngaro, y en el que asoman interesantes lecturas
iconográficas y certeras citas de Constantino Kavafis o Jorge Luis Borges. Un libro,
en resumen, que merece la pena leerse.
Mónica QUIJADA
Línea de Estudios Americanos (LEA)
Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC
SÁBATO, Hilda, Buenos Aires en armas. La revolución de 1880, Buenos Aires,
Siglo XXI editores, 2008, 333 pp.
En el marco de la producción historiográfica política contemporánea dedicada al
estudio de la configuración de las repúblicas hispanoamericanas decimonónicas, la
pregunta por el papel de la violencia ocupa hoy un lugar central. Revoluciones, levantamientos, guerras civiles son actualmente interpretadas ya no como instancias disruptivas de los procesos de construcción republicana sino como ámbitos de participación
y contacto entre el pueblo y la vida pública. Milicias y guardias nacionales, es decir,
aquellas fuerzas militares constituidas por ciudadanos y organizadas a nivel local se
entienden hoy como vías de materialización e institucionalización de la noción del
ciudadano en armas que evidentemente se erigió en una dimensión central de la ciudadanía decimonónica. Sin lugar a dudas, trabajos como los de Hilda Sábato han estimulado nuevas preguntas y originales respuestas en torno a la relación entre las armas y
la política, constituyéndose sus investigaciones en referentes ineludibles para aquellos
historiadores decididos a lanzarse al estudio de este complejo problema. El libro que
nos presenta hoy nos relata una historia concentrada en un corto, pero convulsionado
momento de la historia argentina: la revolución de 1880. La tensión provincia-nación,
la dinámica política decimonónica, el recurso de las armas como mecanismo cívico y
el protagonismo político del descentralizado ejército nacional constituido por las fuerRevista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 303-316, ISSN: 0034-8341
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zas de línea, las milicias residuales y la guardia nacional se analizan aquí mediante el
estudio pormenorizado del conflicto que rodea la definición de la candidatura presidencial en 1879. Este conflicto involucró a las dirigencias provinciales y al poder central y terminó por dirimirse en Buenos Aires entre este último y la provincia más rica
y poderosa de la república. Mediante un relato que abarca poco más de año y medio
de nuestra historia decimonónica, Sábato nos invita a reflexionar nuevamente sobre
diversos aspectos de la relación entre las armas y la política, pero esta vez bajo un interrogante diferente que nos remite de manera directa al sentido mismo de la violencia
en el funcionamiento de la república: ¿por qué los actores recurrieron a las armas?;
¿por qué gran número de conflictos políticos, como el de 1880, se dirimieron en este
terreno? Formularse estas preguntas frente a un hecho puntual y de particular importancia en la historia argentina del siglo XIX tiene también una razón. La historiografía
nacional ha mirado al año 1880 como el momento del triunfo del poder central y el
derrocamiento de las ambiciones autonómicas porteñas, materializado todo esto en la
definición de la cuestión capital y en la desarticulación de las milicias de Buenos
Aires. En estos estudios la revolución, la utilización de las armas, el recurso de la guerra, se interpretó como un hecho más y casi ineludible en el marco de un conflicto que
se agudizaba «sin retorno». No convencida con estas respuestas que miran a la historia desde sus resultados y que, en definitiva, nada se preguntan sobre el recurso de las
armas, Sábato decidió recorrer nuevamente el camino del conflicto mediante el análisis de fuentes fundamentales para comprender la vida política decimonónica: prensa,
debates parlamentarios, discursos gubernamentales, proclamas de militares y políticas, espistolarios y memorias, entre otras. A partir de allí y de manera articulada, buscó reconstruir y comprender la militarización desarrollada en Buenos Aires, que
acompañó todo el proceso político iniciado en 1879 y, a partir de allí, la opción por la
revolución.
El enfrentamiento armado ¿estaba de antemano en los planes de los protagonistas?
Claro que no. Justamente, este trabajo se pregunta de qué manera se introduce este recurso en el marco de un proceso político que recurrió a diferentes vías (formales e informales) para dar solución a un conflicto cuyo desarrollo expresó más incertidumbres que certezas en torno al desenlace del mismo. A partir de la disputa por la candidatura presidencial para definir quién sucedería al presidente Nicolás Avellaneda
(Carlos Tejedor o Julio A. Roca entre otros postulantes en danza) se abrió un horizonte de posibilidades que los mismos actores fueron construyendo en medio de dudas,
desconfianzas y constantes negociaciones. Las elecciones y todo el despliegue que las
mismas implicaban, así como la prensa y la movilización popular mantuvieron un rol
protagónico en un escenario que dejaba entrever las dificultades en los acuerdos, los
fraccionamientos partidarios, las ambiciones personales, las variadas opiniones y en
definitiva, las miradas diferentes en torno a cómo configurar el Estado y organizar las
relaciones de poder. En cuanto a esto último, Sábato desarrolla un innovador argumento que toma como protagonista al descentralizado ejército argentino y al problema
de las incumbencias militares. La convivencia de diferentes tipos de fuerzas, una que
expresaba una estructura de ejército regular y profesional (ejército de línea) y otra de
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carácter cívico, de funcionamiento eventual y organizada en cada provincia (milicias,
guardia nacional) evidenció, en definitiva, la convivencia de dos maneras diferentes
de pensar la defensa, el uso de la fuerza y el grado de poder de concentración del poder de coerción por parte del Estado Nacional. Esta convivencia se tornó casi insostenible en 1880 e hizo eclosión en los conflictos de ese año.
Por lo tanto la llamada «danza de las candidaturas», la «ciudadanía en armas» y la
«revolución» son tres entradas que Sábato nos propone para adentrarnos en los conflictos de 1879-1880. Buenos Aires se constituye en el escenario elegido para narrar
esta historia. Es allí donde la historiadora observa el funcionamiento del poder central, de algunos protagonistas provinciales, de los miembros del PAN y, claro está, de
la fraccionada dirigencia porteña.
La «danza de las candidaturas» ocupa la atención de los primeros capítulos de este
libro. Allí se detalla el despliegue que una elección presidencial implicaba y de qué
manera esto involucraba a las provincias, a los electores, a la prensa, a las asociaciones, a las multitudes en la calle y a las armas. No había una forma estipulada de elección de candidatos y esto desataba problemas. En Buenos Aires, esto dividió al partido «autonomista» (liderado por Adolfo Alsina y luego por Carlos Tejedor), una de sus
fracciones se plegaron a los «mitristas» (liderados por Bartolomé Mitre) y otros apoyaron al gobierno nacional. Las candidaturas en danza fueron varias, pero las tensiones y conflictos se desarrollaron en torno a dos: Carlos Tejedor, que expresaba a «mitristas» y «autonomistas» escindidos y Julio A. Roca, candidato sucesor de Avellaneda por el PAN (Partido Autonomista Nacional) con importante apoyo en varias
provincias del interior. La prensa fue un exquisito medio de exposición de las tensiones desarrolladas en torno a este problema. Eran un reconocido medio de acción política que los actores privilegiaban a la hora de consolidar su círculo político y desestimar al adversario. Como ya se plantea en otros trabajos de Sábato, el lenguaje de la
prensa era encendido, la prédica militante y las editoriales estaban plagadas de críticas
y descalificaciones del contrario1. Las cartas, las tertulias, la movilización popular y
las fiestas cívicas fueron otros de los reconocidos instrumentos de legitimación de un
candidato y de la propia elección. Sin embargo, ninguno de estos recursos alejó la incertidumbre: la política se mantuvo en vilo incluso luego de la guerra...
Los «ciudadanos en armas» revisten un particular protagonismo en esta historia y
esto es centralmente destacado por Hilda Sábato. Tal como lo plantea en este libro y
en otros artículos sobre el tema, las armas se habían constituido en otra vía de articulación entre el pueblo y la política y los tiempos electorales daban cuenta de esto. La
autora utiliza la minuciosa descripción de los conflictos electorales previos a la revolución relatados en los 6 primeros capítulos así como el recurso de los «Entreactos»
que se despliegan entre cada uno de ellos para describir, analizar y remarcar con especial sensibilidad esta faceta de la ciudadanía decimonónica y su ámbito esencial de
1
Véase su conocida obra «La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires, 1862-1880», Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2004 (1.º edición de
Editorial Sudamericana, 1998 y también publicado en inglés por Standford University Press).
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desarrollo: la guardia nacional. Esta institución militar organizada en cada provincia
por orden del poder central, se erigió en espacio de acción ciudadana, de participación
política y de configuración de redes, de lealtades y de identidades. Los gobernadores
asumieron a la mencionada institución como propia y de esta manera se encargaron de
su organización, pero también de su movilización. Fue una fuerza de alto contenido
local en el marco de la que se desarrolló, en el caso de Buenos Aires, una fuerte identidad porteña sostenida en la figura del ciudadano en armas. Esta fuerte impronta local
fue la que llevó a que en 1879 Avellaneda prohibiera al gobierno provincial su movilización. Como lo demuestra Sábato, esto no aplacó el cúmulo de referentes locales y
cívico-políticos que estimularon la constante presencia pública del ciudadano en armas: en Buenos Aires se configuraron batallones de ciudadanos voluntarios que, en el
marco de asociaciones civiles como la Sociedad de Tiro Federal y la de Bomberos Voluntarios, desarrollaron habilidades en el terreno de las armas y redoblaron la apuesta
frente al compromiso «cívico-militar» de los ciudadanos con la nación y la constitución. Las armas acompañaban todo proceso electoral porque, como demuestra este libro, eran parte de ese proceso.
Los ciudadanos en armas accionaron políticamente mediante el recurso revolucionario. «Todos los ciudadanos eran guardias nacionales» y por esto estaban comprometidos con la defensa de la constitución y de las instituciones republicanas frente a gobiernos que pusieran en peligro su normal funcionamiento. De esta manera, se estableció un vínculo directo entre el ciudadano y la constitución que funcionó incluso
por sobre los gobiernos de turno y esto se extendió por todo el periodo de la organización nacional. En ese contexto, la revolución no tenía por cometido imponer un cambio estructural en la vida política. Su función era la de restaurar la vida republicana y
sus leyes. En el «80» la revolución se formuló como «resistencia» evidenciando a la
ciudadanía armada porteña como el «pueblo» que defiende a Buenos Aires y a la nación completa. El «pueblo» porteño respondió al ataque del poder central y se desarrolló un enfrentamiento cuya efectivización fue constantemente disipada por los protagonistas de ambos lados, pero no eludida como posible vía de resolución del conflicto. «La extrañeza que despierta la disposición a la violencia y al uso de la fuerza en
Buenos Aires comienza a disiparse al trazar las coordenadas simbólicas y prácticas de
la vida política de esos años», refiere la historiadora. Frente a los conflictos de 1880
concentrados en el problema de las candidaturas y en la ya recurrente cuestión de las
incumbencias militares, Buenos Aires desplegó todas las herramientas políticas conocidas: ideas, valores, símbolos y prácticas que incluían, claro está, a la ciudadanía en
armas en acción. La fuerza formaba parte de un cúmulo de recursos disponibles que se
adoptaba cuando otras habían fracasado, pero que no se consideraba muy diferente de
aquellas. Por lo tanto, Sábato nos expone con claridad y contundencia que el sufragio,
la opinión y las armas constituyeron tres dimensiones fundamentales de la vida política decimonónica que este libro despliega mediante el estudio de un conflicto, el de las
candidaturas presidenciales y de un hecho puntual, la revolución de 1880. Según la
historiadora, «la disputa inicial por las candidaturas fue desembocando en un conflicto en el que estaban en juego el modelo de estado, el perfil de las dirigencias y los moRevista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 303-316, ISSN: 0034-8341
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dos de hacer política, los que a su vez implicaban diferentes criterios en torno al del
uso y control de la fuerza». La implementación de la violencia ocupaba en diferentes
campos (la provincia, el Estado Nacional, la ciudadanía) un lugar legítimo. Sin embargo, por las diferentes razones que se analizan en este excelente y estimulante libro,
fueron imponiéndose los fundamentos del poder central, luego de 1880.
Flavia MACÍAS
CONICET / Universidad Nacional
de Tucumán - Argentina
UXÓ GONZÁLEZ, Carlos, Representaciones del personaje del negro en la narrativa cubana: Una perspectiva desde los estudios subalternos, Madrid, Verbum,
2010, 306 pp.
El libro de Carlos Uxó González, Representaciones del personaje del negro en la
narrativa cubana: Una perspectiva desde los estudios subalternos, es un aporte importante en el conocimiento de los estudios culturales e incuestionablemente una investigación enriquecedora para la literatura cubana y la representación de la raza en la
narrativa de ficción. Enmarcado en el contexto teórico de los estudios subalternos,
este convincente análisis refleja la dialéctica establecida entre la representación del
negro y su continuada subalternidad en los diferentes periodos que conforman la historia de Cuba: Colonia, República y Revolución.
El libro tiene el mérito de la originalidad al hacernos oír la voz subalterna del negro enfrentado al poder hegemónico y analizar las dinámicas que obstaculizan su articulación. Uxó González lo hace desde la perspectiva de un discurso racial que obedece a la situación global de la cultura hispánica de la época, superando fronteras
nacionalistas. Asimismo, nos convierte en testigos de un proceso evolutivo sin precedentes y una importante visión de conjunto de la problemática racial cubana durante
los siglos XIX y XX. Desde la perspectiva teórica de los estudios subalternos y con un
enfoque multidisciplinario, se establecen iluminadores vínculos y diferencias con
otras corrientes teóricas, como los estudios poscoloniales y culturales.
El libro se organiza en cuatro capítulos autónomos que, sin embargo, obedecen a
un ordenamiento tradicional: un primer capítulo dedicado al debate de los enfoques
teóricos más relevantes de los estudios subalternos y su relevante función instrumental en el análisis de los textos literarios abordados en este estudio. Un segundo capítulo examina el contexto histórico del negro en Cuba —desde su llegada a Cuba hasta
finales del siglo XX. Este ensayo, además de ofrecer un contexto histórico en el que
ubicar el análisis literario de los dos siguientes capítulos, revela el continuado estatus
de subalternidad del negro en Cuba a través de los diferentes periodos históricos de
Cuba (Colonia, República y Revolución). El tercer capítulo explora la representación
poco significativa del personaje del negro en las narrativas cubanas más representativas del periodo colonial, republicano y revolucionario. Este análisis demuestra como
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el texto literario refleja la implicación de los narradores en los diversos procesos de
subalternización del negro. Se demuestra que durante la Colonia y la República, se va
entretejiendo una falsa democracia racial, que en su aparente empresa humanitaria, se
desvela el proyecto «blanqueador» y elitista de sus autores. En palabras de Uxó González, estas narrativas de ficción pretenden trazar un «itinerario del silencio» —locución simbólica que encierra dos aspectos iluminadores de este libro: «el mutismo que
se le impone a las clases subalternas y la perturbación del mismo a lo largo de la historia». Uxó González argumenta que, excepcionalmente, aunque no exentas de problemas, las narrativas de Alejo Carpentier y Lydia Cabrera intentan, hasta cierto punto,
escapar de los procesos de subalternización del negro. El último y cuarto capítulo está
dividido, a su vez, en dos partes: la primera parte está dedicada a la aportación innovadora, tanto estilística como temática, de un grupo de jóvenes intelectuales denominados «los novísimos», que surge alrededor de 1976 con la creación del Ministerio de
Cultura. Aunque se produce una apertura en el ámbito cultural, principalmente en la
década de los ochenta, la necesidad de renovación de la narrativa cubana en general
conlleva la continuidad de la subalternización del afrocubano. A su vez, la crisis socioeconómica a la que se ve sujeta Cuba a raíz de la caída de la Unión Soviética en los
años noventa va a contribuir negativamente en la condición del afrocubano, desvelándose la carencia de una sólida política integral dentro del contexto de la Revolución.
La segunda parte del capítulo se vuelca en el análisis de la narrativa cubana, concretamente de un extenso corpus de cuentos de los «Novísimos», dejando patente evidencia de la ausente articulación de la voz subalterna del negro. Uxó González admirablemente nos muestra el estigmatizado legado que el personaje negro arrastra desde la
época colonial y ofrece elocuentes estadísticas que revelan la limitada agencia del
personaje negro en la narrativa cubana en general. Por todo ello, la renovación literaria introducida por estos escritores, sorprendentemente, está vacía de todo empeño por
resignificar la figura del afrocubano.
En suma, el enfoque más incisivo de este estudio consiste en el rescate de la representación evolutiva del personaje del negro desde la perspectiva teórica de los estudios subalternos. Se parte del discurso silenciado del negro en la narrativa decimonónica, que continúa sin agencia propia hasta finales del siglo XX. Este discurso
colonial invisibilizado se ve trasplantado al discurso literario de la República, en su
intento fallido de erigirse como una república inclusiva y carente de una visión de lo
que representa el mundo afrocubano. Lo que Uxó González rescata elocuentemente es
el impacto en el ámbito de la narrativa cubana de la transformación política y social
provocada por el triunfo de la Revolución cubana de 1959. Aunque un objetivo primordial fue luchar contra el racismo institucional, la narrativa de la Revolución se erige como un «discurso monológico en el que sólo se oye la voz de la Revolución». De
este modo, se perpetúa la posición marginal del negro, percibiéndose irrelevante su
posicionamiento como afrocubano en la nueva sociedad y cualquier debate racial que
lo circunda.
En Uxó González podemos reconocer la originalidad de una interpretación que
traza la trayectoria obstaculizante a la que se enfrenta la representación del negro en la
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RESEÑAS
narrativa cubana y nos ofrece una perspectiva original, que recoge las interpretaciones
teóricas más importantes sobre la subalternidad del discurso del negro como un espacio de construcción de identidad. Al rescatar el ejemplo del negro como voz subalterna que a pesar de todas sus dificultades y limitaciones, busca, construye y conserva
sus propios espacios, Uxó González nos entrega un libro totalmente contemporáneo,
donde pasado y presente se conjugan para exponer la problemática racial en la narrativa cubana. Haciéndolo así, nos muestra también cuanto de herencia irrenunciable tiene nuestro propio presente.
Brígida M. PASTOR
ILLA-CCHS, CSIC
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 303-316, ISSN: 0034-8341
PUBLICACIONES RECIBIDAS
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, núm. 251
Págs. 319-320, ISSN: 0034-8341
BURNS, Kathryn, Into the Archive. Writing and Power in Colonial Peru, Durham,
Duke University Press, 2010, 248 pp.
COMÍN COMÍN, Francisco; Ángel PASCUAL MARTÍNEZ SOTO e Inés ROLDÁN DE
MONTAUD, Las cajas de ahorros en las provincias de ultramar, 1840-1898. Cuba y
Puerto Rico, Madrid, Fundación de las Cajas de Ahorros, 2010, 449 pp.
CUSSEN, Celia L. (ed.), Huellas de África en América: Perspectivas para Chile,
Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2009, 160 pp.
ELÍAS CARO, Jorge Enrique y Antonio VIDAL ORTEGA (eds.), Ciudades portuarias
en la gran cuenca del Caribe. Visión histórica, Barranquilla (Colombia), Ediciones
Uninorte, 2010, 531 pp.
ETTE, Ottmar y Gesine MÜLLER (eds.), Caleidoscopios coloniales. Transferencias culturales en el Caribe del siglo XIX. Kaléidoscopes coloniaux. Transferts culturels dans les Carïbes aun XIXe siécle, Berlín, Madrid, Iberoamericana-Vervuert,
2010, 481 pp.
GALANTE, Mirian, El temor a las multitudes. La formación del pensamiento conservador en México, 1808-1834, Mérida, UNAM, 2010, 381 pp.
GALERA GÓMEZ, Andrés, Las corbetas del rey. El viaje alrededor del mundo de
Alejandro Malaspina (1789-1794), Madrid, Fundación BBVA, 2010, 157 pp.
GELER, Lea, Andares negros, caminos blancos. Afroporteños, Estado y Nación.
Argentina a fines del siglo XIX, Rosario, Prohistoria ediciones - Taller de Estudios e
Investigaciones Andino-Amazónicos (TEIAA), 2010, 409 pp.
GONZÁLEZ LEANDRI, Ricardo; Pilar GONZÁLEZ BERNALDO DE QUIRÓS y Juan
SURIANO, La temprana cuestión social. La ciudad de Buenos Aires durante la segunda mitad del siglo XX, Madrid, CSIC [Colección América, 18], 2010, 224 pp.
HURTADO, Diego, La ciencia en Argentina. Un proyecto inconcluso: 1930-2000,
Buenos Aries, Edhasa, 2010, 256 pp.
KIDDLE, Amelia M. and María L. O. MUÑOZ (eds.), Populism in 20th Century Mexico. The Presidencies of Lázaro Cárdenas and Luis Echeverrría, Tucson, University
of Arizona Press, 2010, 296 pp.
LUCENA GIRALDO, Manuel, Francisco de Miranda. La aventura de la política,
Madrid, EDAF, 2011, 255 pp.
MICHELINI, Juan José, Instituciones, capital social y terrotorio. La Pampa y el dilema
del desarrollo de la cuenca del Colorado, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2010, 524 pp.
320
PUBLICACIONES RECIBIDAS
MIRA CABALLOS, Esteban, La Española, epicentro del Caribe en el siglo XVI,
Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2010, 616 pp.
MOYA PONS, Frank (coord.), Historia de la República Dominicana, Madrid,
CSIC - Academia Dominicana de la Historia - Ediciones Doce Calles [Col. «Historia de las Antillas», vol. II], 2010, 723 pp, ricamente ilustrado.
NARANJO OROVIO, Consuelo, Las migraciones de España a Iberoamérica desde la
Independencia, Madrid, CSIC - Los Libros de la Catarata [Col. ¿Qué sabemos de?,
12], 2010, 95 pp.
PÉREZ VEJO, Tomás, Elegía Criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas, México, Tusquets [Col. Centenarios, 10], 2010,
324 pp.
PIQUERAS, José Antonio, Bicentenarios de la libertad. La fragua de la política en
España y las Américas, Barcelona, Ediciones Península, 2010, 526 pp.
PRADO, Gustavo H., Las lecciones historiográficas de Rafael Altamira en Argentina (1909). Apuntes sobre Ciencia, Universidad y Pedagogía Patriótica, Oviedo, Universidad de Oviedo, 2010, 298 pp.
RAMOS, Gabriela, Muerte y conversión en los Andes. Lima y Cuzco, 1532-1670,
Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos - Instituto de Estudios Peruanos, 2010,
362 pp.
VILLAGRÁ, Gaspar de, Historia de la Nueva México, edición, introducción, notas y
apéndice por Manuel M. MARTÍN RODRÍGUEZ, Alcalá de Henares, Instituto Universitario de Investigación en Estudios Norteamericanos «Benjamin Franklin» y Universidad de Alcalá, 2010, 499 pp.
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PUBLICACIONES DE HISTORIA DE AMÉRICA (IH)
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PUBLICACIONES DEL INSTITUTO DE HISTORIA:
HISTORIA DE AMÉRICA
Adquisiciones: Librería Científica. C/ Duque de Medinaceli, 6. 28014 Madrid
Por Correo: Departamento de Publicaciones, CSIC. C/ Vitruvio, 8. 28006 Madrid.
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COLECCIÓN AMÉRICA
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Víctor PERALTA RUIZ. Patrones, clientes y amigos. El poder burocrático indiano en la
España del siglo XVIII, Madrid, CSIC, 2006, 289 págs., 28,85 €
Susana María RAMÍREZ MARTÍN. El terremoto de Manila de 1863. Medidas políticas y
económicas, Madrid, CSIC, 2006, 155 págs., 17,31 €
Ana CRESPO SOLANA. América desde otra frontera. La Guayana Holandesa (Surinam):
1680-1795, Madrid, CSIC, 2006, 283 págs., 25,96 €
Ascensión MARTÍNEZ RIAZA. «A pesar del gobierno» Españoles en el Perú, 1879-1939,
Madrid, CSIC, 2006, 412 págs., 37,50 €
Igor GOICOVIC DONOSO. Relaciones de Solidaridad y Estrategia de Reproducción Social
en la Familia Popular del Chile Tradicional (1750-1860), Madrid, CSIC, 2006, 543 págs.,
47,12 €
Claudia GARCÍA. Etnogénesis, hibridación y consolidación de la identidad del pueblo miskitu, Madrid, 2007, 160 págs., 15,38 €
Augusto SAMANIEGO MESÍAS y Carlos RUIZ RODRÍGUEZ. Mentalidades y políticas wingka,
pueblo mapuche, entre «golpe y golpe» (de Ibáñez a Pinochet), Madrid, 2007, 440 págs.,
28,85 €
Inés ROLDÁN DE MONTAUD (Ed.). Las Haciendas públicas en el Caribe hispano durante el
siglo XIX, Madrid, 2007, 414 págs., 36,54 €
M.ª Asunción MERINO HERNANDO y Elda GONZÁLEZ MARTÍNEZ. Historias de acá. Trayectoria migratoria de los argentinos en España, Madrid, 2007, 202 págs., 21,15 €
Martha BECHIS. Piezas de etnohistoria del sur sudamericano, Madrid, 2008, 440 págs.,
37,50 €
Gustavo H. PRADO. Rafael Altamira en América (1909-1910). Historia e Historiografía
del proyecto americanista de la Universidad de Oviedo, Madrid, 2008, 383 págs., 31,73 €
Manuel CHUST e Ivana FRASQUET (Eds.). Los colores de las independencias iberoamericanas. Liberalismo, etnia y raza, Madrid, 2009, 291 págs., 24,04 €
Ángel SANZ TAPIA. ¿Corrupción o necesidad? La venta de cargos de Gobierno americanos bajo Carlos II (1674-1700), Madrid, 2009, 467 págs., 35,58 €
Nadia Andrea CRISTÓFORIS de. Proa al Plata: Las migraciones de gallegos y asturianos a
Buenos Aires (fines del siglo XVIII y comienzos del XIX), Madrid, 2009, 318 págs., 26,92 €
Manuel CHUST CALERO e Ivana FRASQUET MIGUEL. Los colores de las independencias
iberoamericanas, Madrid, 2009, 292 págs., 24,04 €
Alejandro PIZARROSO QUINTERO. Diplomáticos, propagandistas y espías, Madrid, 2009,
256 págs., 20,19 €
(Continúa)
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PUBLICACIONES DE HISTORIA DE AMÉRICA (IH)
COLECCIÓN AMÉRICA
(Cont.)
17.
Fabián ALMONACID ZAPATA. La agricultura chilena discriminada (1910-1960), Madrid,
2009, 480 págs., 27,88 €
18. Gabriela DALLA CORTE-CABALLERO. Lealtades firmes, Madrid, 2009, 584 págs., 33,65 €
19. Ricardo GONZÁLEZ LEANDRI, Pilar GONZÁLEZ BERNALDO DE QUIRÓS y Juan SURIANO. La
temprana cuestión social, Madrid, 2010, 226 págs., 21,15 €
BIBLIOTECA DE HISTORIA DE AMÉRICA
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15.
Esclavitud y derechos humanos. La lucha por la libertad del negro en el siglo XIX. Actas
de Coloquio Internacional sobre Abolición de la Esclavitud (Madrid, diciembre 1986).
Madrid, 1990, 634 págs. 21,04 €
Francisco de SOLANO. Ciudades hispanoamericanas y pueblos de indios. Madrid, 1990,
423 págs. 21,04 €
Marie Laure RIEU-MILLAN. Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz. Madrid,
1990, 438 págs., 21,04 €
Eduardo L. MOYANO. La nueva frontera del azúcar: el ferrocarril y la economía cubana
en el siglo XIX. Madrid, 1991, 404 págs., 21,04 €
Marisa GONZÁLEZ MONTERO DE ESPINOSA. La Ilustración y el hombre americano. Madrid, 1992, 181 págs., 12,02 €
Berta ARES, Jesús BUSTAMANTE, Francisco CASTILLA y Fermín del PINO. Humanismo y visión del otro en la España moderna. Madrid, 1992, 429 págs., 18,03 €
Guillermo LOHMANN VILLENA. Los americanos en las órdenes nobiliarias. 2 tomos. Madrid, 1993, 476 + 540 págs., 36,06 €
Aurora PÉREZ MIGUEL. Impacto ecológico en la costa noroeste de América (siglos XVIII a
XX). Madrid, 1993, 207 págs., 15,03 €
Francisco de SOLANO. Las voces de la ciudad. México a través de sus impresos. Madrid,
1994, LXX + 330 págs., 29,17 €
España a través de los informes diplomáticos chilenos. Introducción de J. E. VARGAS,
J. R. KOUYOUMDJIA y D. G. DUHART. Santiago, 1994, 423 págs., 29,17 €
Diario de don Francisco de Paula Martínez y Sáez miembro de la Comisión Científica del
pacífico (1862-1865). Edición crítica de M.ª Ángeles CALATAYUD. Madrid, 1995, 334
págs., 23,11 €
Fermín del PINO y Carlos LÁZARO (Coords.). Visión de los otros y visión de sí mismos.
Madrid, 1995, 373 págs., 19,65 €
Francisco de SOLANO. Normas y leyes de la ciudad hispanoamericana, 1492-1600. Madrid, 1995, 290 págs. 17,34 €
Victoria YEPES. Historia Natural de las Islas Bisayas. Madrid, 1996, 392 págs., 31,79 €
Victoria YEPES. Una etnografía de los indios Bisayas del siglo XVII. Madrid, 1996, 295
págs., 26 €
(Continúa)
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PUBLICACIONES DE HISTORIA DE AMÉRICA (IH)
BIBLIOTECA DE HISTORIA DE AMÉRICA
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(Cont.)
Francisco de SOLANO. Normas y Leyes de la ciudad hispanoamericana 1501-1821 (II).
Madrid, 1996, 296 págs., 17,34 €
Beatriz VITAR. Guerra y Misiones en la frontera chaqueña del Tucumán (1700-1767). Madrid, 1997, 372 págs., 26,01 €
Victoria YEPES. Historia sobrenatural de los indios bisayas, del padre Alzina. Madrid,
1998, 258 págs., 28,90 €
Ricardo GONZÁLEZ LEANDRI. Curar, persuadir, gobernar: la construcción histórica de la
profesión médica en Buenos Aires, 1852-1886. Madrid, 1999, 259 págs., 17,34 €
Ignacio GONZÁLEZ CASANOVAS. Las dudas de la Corona. La política de repartimientos
para la minería de Potosí (1680-1732). Madrid, 2000, 475 págs., 26,01 €
Mariano PLOTKIN y Ricardo GONZÁLEZ LEANDRI (eds.). Localismo y globalización: aportaciones para una historia de los intelectuales en Iberoámerica. Madrid, 2000, 302 págs., 20,22 €
Nuria SALA I VILA. Selva y Andes. Ayacucho (1780-1929) historia de una región en la encrucijada. Madrid, 2001, 260 págs., 19,65 €
M.ª Asunción MERINO HERNANDO. Historia de los inmigrantes peruanos en España. Dinámica de una exclusión e inclusión en una Europa globalizadora. Madrid, 2002, 248
págs., 20,23 €
María Silvia DI LISCIA. Saberes, Terapias y Prácticas médicas en Argentina (1750-1910).
Madrid, 2003, 372 págs., 28,37 €
Víctor PERALTA. En defensa de la autoridad. Política y cultura bajo el gobierno del Virrey
Abascal. Perú 1806-1816. Madrid, 2002, 200 págs., 16,34 €
Miguel LUQUE TALAVÁN. Un universo de opiniones. La literatura jurídica indiana, Madrid, 2003, 800 págs., 48,08 €
Gonzalo DÍAZ DE YRAOLA. La vuelta al mundo de la Expedición de la Vacuna (18031810). Madrid, 2003, 132 págs., 23,08 €
Elda GONZÁLEZ. La inmigración esperada: la política migratoria brasileña desde Joao VI
hasta Getúlio Vargas. Madrid, 2003, 262 págs., 20,19 €
Víctor MÍNGUEZ y Manuel CHUST (Eds.). El Imperio sublevado. Monarquía y naciones en
España e Hispanoamérica. Madrid, CSIC, 2004, 324 págs.
Teresa CAÑEDO-ARGÜELLES FÁBREGA (coord.). Al sur del margen. Avatares y límites de
una región postergada. Moquegua (Perú). Madrid, CSIC, 2004, 498 págs., 38,46 €
Alejandro FERNÁNDEZ. Un «mercado étnico» en la Plata. Emigración y exportaciones españolas a la Argentina, 1880-1935, Madrid, CSIC, 2004, 294 págs., 24,4 €
Susana RAMÍREZ et al. La real expedición filantrópica de la vacuna. Doscientos años de
lucha contra la viruela. Madrid, CSIC, 2004, 410 págs., 30,77 €
Alfredo MORENO y Núria SALA. El «premio» de ser virrey. Los intereses públicos y privados del
gobierno virreinal en el Perú de Felipe V, Madrid, CSIC, 2004, 335 págs., con índice, 25 €
Rosario SEVILLA SOLER. La Revolución Mexicana y la opinión pública española. La prensa sevillana frente al proceso de insurrección. Madrid, CSIC, 2005, 249 págs., 25,96 €
Marta IRUROZQUI VICTORIANO (ed.). La mirada esquiva. Reflexiones históricas sobre la
interacción del estado y la ciudadanía en los Andes (Bolivia, Ecuador y Perú), siglo XIX.
Madrid, CSIC, 2005, 385 págs., 33,65 €
José Antonio VIDAL RODRÍGUEZ. La emigración gallega a Cuba: trayectos migratorios,
inserción y movilidad laboral, 1898-1968. Madrid, CSIC, 2005, 322 págs., 36,54 €
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 321-328, ISSN: 0034-8341
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PUBLICACIONES DE HISTORIA DE AMÉRICA (IH)
MONUMENTA HISPANO-INDIANA
V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA
1.
Bernal DÍAZ DEL CASTILLO. Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. Edición crítica por Carmelo SAÉNZ DE SANTAMARÍA, 2 tomos, Madrid, 1982, XXXVII + 687
págs. y 135 págs.
2. Pedro CIEZA DE LEÓN. Obras completas. Edición crítica, notas, comentarios e índices por
Carmelo SÁENZ DE SANTAMARÍA:
Tomo 1: La crónica del Perú. Las Guerras Civiles peruanas, Madrid, 1984, 382 págs., 21,04 €
Tomo 2: Las Guerras Civiles Peruanas: La Guerra de Salinas, La Guerra de Chupas, La
Guerra de Quito. Madrid, 1985, 609 págs., 36,06 €
Tomo 3: Estudio bio-bibliográfico. Cieza de León: Su persona y su obra. Índice analítico
general. Madrid, 1985, 137 págs., 15,03 €
3. Francisco PIZARRO. Testimonio. Documentos oficiales, cartas y escritos varios. Edición
preparada por Guillermo LOHMANN VILLENA. Introducción de Francisco de SOLANO. Madrid, 1986, 404 págs., 36,06 €
COLECCIÓN TIERRA NUEVA E CIELO NUEVO
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14.
Demetrio RAMOS. Audacia, negocios y política en los viajes españoles de descubrimiento
y rescate. Valladolid, 1981, 626 págs.
Jaime GONZÁLEZ. La idea de Roma en la historiografía indiana (1492-1550). Madrid,
1981, 225 págs., 6,01 €
Íñigo ABBAD Y LASIERRA. Descripción de las costas de California. Edición y estudio de
Sylvia L. HILTON. Madrid, 1981, 231 págs. 4,21 €
Agustín de JÁUREGUI. Relación de Gobierno. Perú (1780-1784). Edición y estudio de Remedios CONTRERAS, Madrid, 1982, 320 págs., 7,21 €
Luis ARRANZ. Don Diego Colón. Tomo 1. Madrid, 1982, 392 págs., 6,61 €
Paulino CASTAÑEDA. Los memoriales del padre Silva sobre la predicación pacífica y los
repartimientos. Madrid, 1983, XV + 402 págs., 12,02 €
Sínodo de Santiago de Cuba de 1681. Madrid-Salamanca, 1982, XXVI + 220 págs., 6,01 €
Mariano CUESTA DOMINGO. Alonso de Santa Cruz y su obra cosmográfica. Tomo 1. Madrid, 1983, 480 págs., 10,22 €
Sínodos de Santiago de Chile, 1688 y 1763. Madrid-Salamanca, 1983, XIX + 422 págs., 9,62 €
José A. MANSO DE VELASCO. Conde de Superunda. Relación de gobierno. Perú 1745-1761.
Edición y estudio de Alfredo MORENO CEBRIÁN. Madrid, 1983, 493 págs., 15,03 €
Juan PÉREZ DE TUDELA. Mirabilis in altis. Madrid, 1983, 429 págs., 15,03 €
María de los Ángeles CALATAYUD ARINERO. Catálogo de las expediciones y viajes científicos españoles a América y Filipinas (siglos XVIII y XIX). Madrid, 1984. AGOTADO.
Mariano CUESTA DOMINGO. Alonso de Santa Cruz y su obra cosmográfica. Tomo 2. Madrid, 1984, 400 págs., 18,03 €
Carmelo SÁEZ DE SANTAMARÍA. Historia de una historia. (Bernal Díaz del Castillo). Madrid, 1984, 246 págs., 12,02 €
(Continúa)
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 321-328, ISSN: 0034-8341
PUBLICACIONES DE HISTORIA DE AMÉRICA (IH)
COLECCIÓN TIERRA NUEVA E CIELO NUEVO
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(Cont.)
Sínodos de Concepción, Chile, 1744. Madrid-Salamanca, 1984, 52 + 256 págs. 9,62 €
Luis J. RAMOS GÓMEZ. Época, génesis y texto de las «Noticias secretas de América» de
Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Tomo 1. Madrid, 1985, XV + 440 págs., 15,03 €
Luis J. RAMOS GÓMEZ. Las «Noticias secretas de América» de Jorge Juan y Antonio de
Ulloa. Tomo 2. Madrid, 1985, 664 págs., 18,03 €
Sínodo de San Juan de Puerto Rico, 1645. Madrid-Salamanca, 1986, LXXXI + 169 págs., 9,62 €
Sínodo de Santiago de León de Caracas de 1687. Madrid-Salamanca, 1986, LXVI + 486
págs., 15,03 €
Salvador BERNABÉU ALBERT. 1892 El IV Centenario del Descubrimiento de América en
España. Madrid, 1987, 206 págs., 10,82 €
Leoncio LÓPEZ-OCÓN. Biografía de «La América». Una crónica hispanoamericana del liberalismo democrático español (1857-1886). Madrid, 1987, 215 págs., 9,02 €
Sínodos de Lima de 1613 y de 1636. Madrid-Salamanca, 1987, CIII + 457 págs., 13,82 €
Teresa CAÑEDO ARGÜELLES. Un modelo de colonización en el Alto de Paraná. La provincia de Corrientes en los siglos XVI y XVII. Madrid, 1988, 257 págs., 15,03 €
Consuelo NARANJO OROVIO. Cuba, otro escenario de lucha. La guerra civil y el exilio republicano español. Madrid, 1988, 335 págs., 18,03 €
Cuestionarios para la formación de las Relaciones Geográficas de Indias. Siglos
XVI-XIX. Edición de Francisco de SOLANO. Madrid, 1988, CXXIX + 234 págs., 18,03 €
Sínodos de Mérida y Maracaibo de 1817, 1819 y 1822. Madrid, 1988, 291 págs., 12,02 €
Sínodo de Manila de 1582. Madrid, 1988, 408 págs., 15,03 €
Relaciones Geográficas del Arzobispado de México, 1743. 2 tomos. Edición de Francisco
de SOLANO. Madrid, 1988, 553 págs., 30,05 €
Tomás LÓPEZ MEDEL. Visita de la gobernación de Popayán. Libro de tributos (1558-1559).
Edición y estudio de Berta ARES QUEIJA. Madrid, 1989, XIII + 325 págs., 18,03 €
Relaciones histórico-geográficas de la Audiencia de Quito. Siglos XVI-XIX. 2 tomos. Edición
Pilar PONCE LEIVA. Madrid, 1991, LXVI + 666 págs. y 1992, 785 págs., 39,07 € y 42,07 €
Relaciones topográficas de Venezuela, 1815-1819. Transcripción, estudio y edición de
Francisco de SOLANO. Madrid, 1991, 420 págs., 21,04 €
Documentos sobre Política Lingüística en Hispanoamérica 1492-1800. Edición Francisco
de SOLANO. Madrid, 1991, 287 págs. 33,06 €
Relaciones Geográficas del Reino de Chile, 1756. Edición de Francisco de SOLANO. Santiago de Chile-Madrid, 1994, 303 págs., 17,34 €
Relaciones Económicas del Reino de Chile, 1780. Edición de Francisco de SOLANO. Madrid, 1994, 268 págs., 23,34 €
Carlos LÁZARO. Las fronteras de América y los «Flandes Indianos». Madrid, 1997, 135
págs., 11,56 €
Juan José R. VILLARÍAS ROBLES. El sistema económico del imperio inca. Historia crítica
de una controversia. Madrid, 1998, 362 págs., 26,58 €
Consuelo NARANJO OROVIO y Carlos SERRANO (eds.). Imágenes e imaginarios nacionales
en el Ultramar español. Madrid, CSIC-Casa de Velázquez, 1999, 391 págs., 26,01 €
M.ª Dolores GONZÁLEZ-RIPOLL NAVARRO. Cuba, la isla de los ensayos. Cultura y sociedad (1790-1815). Madrid, 1999, 259 págs., 23,11 €
(Continúa)
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PUBLICACIONES DE HISTORIA DE AMÉRICA (IH)
COLECCIÓN TIERRA NUEVA E CIELO NUEVO
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42.
43.
44.
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50.
51.
52.
(Cont.)
Salvador BERNABÉU ALBERT (ed.). El Septentrión Novohispano: Ecohistoria, Sociedades
e Imágenes de Frontera. Madrid, 2000, 196 págs., 16,18 €
Inés ROLDÁN DE MONTAUD. La Restauración en Cuba. El fracaso de un proceso reformista. Madrid, 2000, 653 págs., 54,90 €
Víctor PERALTA RUIZ y Marta IRUROZQUI VICTORIANO. Por la concordia, la fusión y el unitarismo. Estado y caudillismo en Bolivia, 1825-1880. Madrid, 2000, 277 págs., 20,22 €
Mónica QUIJADA, Carmen BERNAND y Arnd SCHNEIDER. Homogeneidad y nación. Con un
estudio de caso: Argentina, siglos XIX y XX. Madrid, 2000, 260 págs., 21,96 €
Miguel CABELLO BALBOA. Descripción de la provincia de Esmeraldas. Edic., Introducción y notas de José Alcina Franch. Madrid, 2001, 134 págs., 19,36 €
Fernando MONGE. En la Costa de la Niebla. El paisaje y el discurso etnográfico ilustrado
de La Expedición Malaspina en el Pacífico. Madrid, 2002, 238 págs., 22,12 €
Mónica QUIJADA y Jesús BUSTAMANTE (eds.). Elites intelectuales y modelos colectivos.
Mundo Ibérico (siglos XVI-XIX). Madrid, 2002, 390 págs., 25,03 €
Consuelo NARANJO, M.ª Dolores LUQUE y Miguel Ángel PUIG-SAMPER (Eds.). Los lazos
de la cultura. El Centro de Estudios Históricos de Madrid y la Universidad de Puerto
Rico, 1916-1939. Madrid, CSIC-Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad
de Puerto Rico, Río Piedras, 2002, 412 págs., 27,53 €
Imilcy BALBOA. La protesta rural en Cuba. Resistencia cotidiana, bandolerismo y reducción (1878-1902). Madrid, 2003, 254 págs., 22,12 €
Luis Ángel SÁNCHEZ GÓMEZ. Un imperio en la vitrina. El colonialismo español en el Pacífico y la Exposición de Filipinas de 1887. Madrid, 2003, 396 págs., 28,63 €
Antonio SANTAMARÍA y Alejandro GARCÍA. Economía y colonia. La economía cubana y las
relaciones con España, 1765-1902, Madrid, CSIC, 2004, 492 págs. con índice, 31,73 €
M.ª Dolores GONZÁLEZ-RIPOLL, Consuelo NARANJO, Ada FERRER, Gloria GARCÍA y Josef
OPATRNÝ. El rumor de Haitien Cuba: terror, raza y rebeldía, 1789-1814, Madrid, CSIC,
2004, 444 págs. + índices, 29,81 €.
María E. ARGERI. De guerreros a delincuentes. La desarticulación de las jefaturas indígenas y el poder judicial. Norpatagonia. 1880-1930. Madrid, CSIC, 2005, 331 págs., 24,4 €
Leida FERNÁNDEZ PRIETO. Cuba agrícola: Mito y tradición, 1878-1920. Madrid, CSIC,
2005, 348 págs. + índices, 25,96 €
ANEXOS DE REVISTA DE INDIAS
1.
Ensayos de Metodología Histórica en el campo americanista, coordinados por Fermín del
PINO. Madrid, 1984, 178 págs., 7,21 €
2. Estudios sobre la abolición de la esclavitud, coordinados por Francisco de SOLANO. Madrid, 1985, 257 págs., AGOTADO.
3. Consuelo NARANJO OROVIO. Cuba vista por el emigrante español (1900-1959). Un ensayo
de Historia Oral. Madrid, 1987, 164 págs., 7,21 €
4. Estudios (nuevos y viejos) sobre la Frontera. Coordinados por Francisco de SOLANO y Salvador BERNABÉU. Madrid, 1991, 419 págs., 30,05 €
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 321-328, ISSN: 0034-8341
327
PUBLICACIONES DE HISTORIA DE AMÉRICA (IH)
PUBLICACIONES DEL CSIC
COLECCIÓN CORPUS HISPANORUM DE PACE (Segunda Serie)
1.
2 y 3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
Juan DE SOLÓRZANO PEREIRA. De Indiarum iure
Lib. III: De retentione Indiarum. Edición bilingüe por C. BACIERO, F. CANTELAR,
A. GARCÍA, J. M. GARCÍA AÑOVEROS, F. MASEDA, L. PEREÑA, J. M. PÉREZ-PRENDES, Madrid, CSIC, 1994, 521 págs., 26,25 €
Alonso DE LA PEÑA MONTENEGRO. Itinerario para párrocos de indios. Edición crítica por
C. BACIERO, M. CORRALES, J. M. GARCÍA AÑOVEROS y F. MASEDA:
Tomo I (Libros I-II), Madrid, CSIC, 1995, 698 págs.
Tomo II (Libros III-V), Madrid, CSIC, 1996, 663 págs., 28,29 €
Alonso DE VERACRUZ. De iusto bello contra indios. Edición crítica bilingüe por
C. BACIERO, L. BACIERO, F. MASEDA y L. PEREÑA, Madrid, CSIC, 1997, 365 págs., 26,01 €
Juan DE SOLÓRZANO PEREIRA. De Indiarum iure
Lib. II: De acquisitione Indiarum. Edición bilingüe por C. BACIERO, L. BACIERO, A. M.
BARRERO, J. M. GARCÍA AÑOVEROS, J. M. SOTO y J. USCATESCU.
Capítulos 1-15, Madrid, CSIC, 1999, 586 págs., 27,74 €
Jesús María GARCÍA AÑOVEROS. El pensamiento y los argumentos sobre la esclavitud en
Europa en el siglo XVI y su aplicación a los indios americanos y a los negros africanos,
Madrid, CSIC, 2000, 235 págs., 16,18 €
Juan DE SOLÓRZANO PEREIRA. De Indiarum iure. Lib. II: De acquisitione Indiarum. Edición bilingüe por C. BACIERO, L. BACIERO, A. M. BARRERO, J. M. GARCÍA AÑOVEROS,
J. M. SOTO Y J. USCATESCU. Capítulos 16-25, Madrid, CSIC, 2000, 561 págs., 28,90 €
Juan de SOLÓRZANO PEREIRA. De Indiarum iure. Lib. I: De inquisitione Indiarum. Edición
bilingüe por C. BACIERO, L. BACIERO, A. M. BARRERO, J. M. GARCÍA AÑOVEROS, J. M.
SOTO, Madrid, CSIC, 2001, 646 págs., 38,86 €
Pedro CORTÉS Y LARRAZ. Descripción Geográfico-Moral de la Diócesis de Goathemala.
Edición de JULIO MARTÍN BLASCO Y JESÚS MARÍA GARCÍA AÑOVEROS, Madrid, CSIC,
2001, 542 págs. + III láminas, 42,48 €
Luis RESINES. Catecismo del Sacromonte y Doctrina Christiana de Fr. Pedro de Feria.
Conversión y evangelización de moriscos e indios. Madrid, CSIC, 2002, 406 págs., 27 €
Francisco José DE JACA. Resolución sobre la libertad de los negros y sus originarios, en estado
de paganos y después ya cristianos. La primera condena de la esclavitud en el pensamiento hispano. Edición crítica de M. A. PENA GONZÁLEZ, Madrid, CSIC, 2002, 389 págs., 29,81 €
Juan ZAPATA Y SANDOVAL. De iustitia distributiva et acceptione personarum ei opposita
disceptatio. Los derechos de los nacidos en el Nuevo Mundo a los cargos y oficios civiles
y eclesiásticos. Edición Bilingüe de C. BACIERO, A. M. BARRERO, J. M. GARCÍA
AÑOVEROS y J. M. SOTO, Madrid, CSIC, 2004, 455 págs., 34,62 €
Gregorio GARCÍA. Origen de los indios del Nuevo Mundo e Indias Occidentales, (1607),
Edición crítica de C. BACIERO, A. M. BARRERO, P. BORGES, J. M. GARCÍA AÑOVEROS y
J. M. SOTO RÁBANOS, Madrid, CSIC, 2005, 372 págs., 24,04 €
(Continúa)
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 321-328, ISSN: 0034-8341
328
PUBLICACIONES DE HISTORIA DE AMÉRICA (IH)
COLECCIÓN CORPUS HISPANORUM DE PACE (Segunda Serie)
(Cont.)
14.
Miguel Anxo PENA GONZÁLEZ y Epifanio
2007, 324 págs., 19,23 €
DE
MOIRAINS. Siervos libres, Madrid, CSIC,
Francisco DE VITORIA. Relectio de potestate civili, edición crítica de Jesús CORDERO
PANDO, Madrid, CSIC, 2008, 542 págs., 38,46 €
16. Francisco SUÁREZ. Tractatus de legibus ac deo legislatore, (1612-3), edición crítica de
C. BACIERO GONZÁLEZ, A. M. BARRERO GARCÍA, J. M. GARCÍA AÑOVEROS y J. M. SOTO
RÁBANOS, Madrid, CSIC, 2010, 33,65 €
15.
Revista de Indias, 2011, vol. LXXI, n.º 251, 321-328, ISSN: 0034-8341
Normas para los colaboradores de la Revista de Indias
Revista de Indias es una publicación científica destinada a un público especializado en historia de América. Publica artículos originales e inéditos que además de contribuir al conocimiento de América, fomenten el
debate entre los investigadores y recojan las corrientes historiográficas del momento. Los temas cubren aspectos sociales, culturales, políticos y económicos, abarcando cronológicamente los períodos prehispánico,
colonial y contemporáneo. Junto a los números misceláneos, se publica un monográfico al año, así como
dosieres dedicados a cuestiones de interés específico.
I. Los originales recibidos son enviados a varios evaluadores externos. El método de evaluación empleado
es «doble ciego», manteniendo el anonimato tanto del autor como de los evaluadores. La decisión final
se le comunica al autor en un plazo máximo de ocho meses. En caso de ser aceptado, el tiempo máximo
transcurrido entre la aceptación del artículo y su publicación es de un año, aunque éste puede dilatarse
en función de la programación de la Revista. Al final de cada artículo figuran las fechas de recepción y
aprobación del mismo, excepto, en algunas ocasiones, cuando se trate de un monográfico o dosier.
II. La Revista de Indias publica artículos en español, inglés, francés y portugués. La Revista se compone
de tres secciones: Artículos, Notas e Información Bibliográfica. Los Artículos serán originales e inéditos,
referidos a una investigación propia de interés americanista y tendrán una extensión máxima de 25 páginas (DIN A-4), utilizando tipos Times New Roman o Arial 11, a espacio y medio, incluyendo las notas,
gráficos, cuadros e ilustraciones.
III. Las citas y bibliografía deberán ajustarse a las indicaciones siguientes:
1. CITAS A PIE DE PÁGINA:
Las referencias a obras citadas aparecerán sólo a pie de página de manera resumida.
1. Las referencias de diferentes autores y obras se separarán con un punto:
Olivera Gutiérrez, 1992: 20-49. López de Hoyos, 2006: 23-45. Ruiz Gutiérrez, LXVI / 236 (Madrid,
2006): 70-89.
2. Las referencias de diferentes obras del mismo autor se separarán con un punto y coma, sin volver a indicar el apellido del autor:
Olivera Gutiérrez, 1999: 37-79; 2001: 56-98; 2006: 3-45.
3. Cuando se cite un autor con varias obras publicadas en el mismo año, las obras se diferenciarán añadiendo a cada año de edición una letra del abecedario:
Olivera Gutiérrez, 1994a: 60-99; 1994b: 2-35.
A) Cuando se cite una Monografía o Capítulo de libro se indicará el apellido o apellidos del autor/es, seguido del año de publicación, el volumen o tomo si lo hubiera y las páginas citadas.
González, Gutiérrez y Mañach, 1991: 82-99.
Jiménez Pidal, 1915, vol. 1: 65-43.
B) Cuando se cite un Artículo de revista o periódico se indicará el apellido o apellidos del autor, seguido por
el volumen, número, y, entre paréntesis, lugar y año de publicación, o si fuera necesario el mes de la publicación, seguido de las páginas citadas:
Ruiz Gutiérrez, LXVI / 236 (Madrid, 2006): 70-89. López Paz, XV / 2 (Santiago de Chile, septiembre
2006): 10-43.
C) En el caso de Fuentes primarias se citará el nombre del documento en cursiva, seguido del nombre del
archivo y el lugar de localización, el fondo, legajo y expediente. Entre paréntesis, se indicará la abreviatura que se utilizará en las citas siguientes:
Carta del marqués de Someruelos al secretario de Estado español, 16 de octubre de 1804, Archivo Histórico Nacional, Madrid (AHN), Estado, legajo 6366, exp. 95.
D) En las citas a pie de página también se incluirán los comentarios o aclaraciones al texto.
2. BIBLIOGRAFÍA:
1. Al final del artículo se incluirá la relación bibliográfica por orden alfabético de autores (apellido y nombre
en minúscula) y, en caso de varias obras de un mismo autor, éstas se ordenarán por orden cronológico.
Abbad, Santiago, Revisiones de la historia, La Habana, Casa de las Américas, 2003.
2. Cuando se cite un autor con varias obras publicadas en el mismo año, éstas se enumerarán siguiendo
un orden alfabético y se añadirá al año de edición una letra del abecedario:
Olivera Gutiérrez, Ana, El chocolate y el cacao, Bolivia, Universidad de La Paz, 1994a.
Olivera Gutiérrez, Ana, Tres siglos de intercambios entre Europa y América, México D.F., FCE, 1994b.
Olivera Gutiérrez, Ana, Violencia en los Andes, Madrid, Espasa-Calpe, 1994c.
A) En caso de Monografías se indicarán los apellidos y nombre del autor, el título del libro en cursiva, el lugar de edición, la editorial y el año de publicación:
Olivera Gutiérrez, Ana, Tres siglos de intercambios entre Europa y América, México D.F., FCE, 1994.
B) En caso de Obras colectivas se indicarán los apellidos y nombre del autor, el título del capítulo de libro
entre comillas, y nombre y apellido del coordinador/es o editor/es de la obra, indicando entre paréntesis
y de forma abreviada si son editores o coordinadores, seguido del título del libro en cursiva, el lugar de
edición, la editorial y el año de publicación y las páginas de dicho capítulo:
Núñez Sánchez, Carlos, «Relaciones comerciales entre Sevilla y América, 1600-1670», Ana Olivera Gutiérrez (ed.), Tres siglos de intercambios entre Europa y América, México D.F., FCE, 1994: 378-420.
— En caso de varios autores los nombres irán separados por comas, excepto el último:
Pérez, Antonia, Carvajal, Luis y Sánchez, Ricardo, Las fuentes para el estudio de la agricultura en el Caribe, Madrid, CSIC, 2005.
C) En caso de Artículos de revistas o periódicos se indicarán los apellidos y nombre del autor, el título del
artículo entre comillas, seguido del nombre de la revista en cursiva, el volumen, número, lugar de edición, año de publicación y páginas:
Flores Ortiz, Margarita, «El arte prehispánico», Revista Peruana, VI / 13 (Lima, 2002): 12-36.
IV. Junto a los artículos se enviará un resumen de unas 6 líneas, y las palabras clave (entre 4 y 6), en español e inglés. En el resumen se especificarán los objetivos, fuentes, métodos y resultados reales de la investigación. Asimismo, los autores facilitarán el nombre de la Institución donde trabajan y su situación
profesional, con indicación de su dirección oficial y/o particular a la que dirigirles la correspondencia, teléfono, fax y correo electrónico.
Si el artículo no se envía por e-mail, es imprescindible mandar el texto en papel y en soporte informático
(PC Word).
V. Las Notas tendrán una extensión máxima de 15 páginas, en ellas tienen cabida artículos breves.
VI. La Información Bibliográfica consta de dos partes, Estudios bibliográficos, que tienen una extensión máxima de 10 páginas (DIN A-4) y hacen referencia a varios libros de un mismo tema o autor, y Reseñas bibliográficas, de una extensión máxima de 3 páginas y dedicadas al comentario de una o varias obras publicadas recientemente. Los autores o las editoriales deberán enviar para este fin 2 ejemplares.
VII. Los originales publicados en papel y en versión electrónica por la Revista de Indias son propiedad del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, siendo necesario citar la procedencia en cualquier reproducción parcial o total. Los autores recibirán un ejemplar de la Revista y un PDF de su artículo.
REGULATIONS FOR CONTRIBUTORS OF REVISTA DE INDIAS
Revista de Indias is a scientific publication aimed at readers specialised in the history of America. Original and unpublished articles are published, which besides contributing to the knowledge of America, encourage the debate among investigators and include current historiographic trends. Subjects include social, cultural, political and economical aspects, and cover chronologically the pre-Hispanic, colonial and contemporary periods. Together with the miscellaneous numbers, a special edition is published every year, as well as
dossiers about issues of specific interest.
I. The originals received are sent to various external assessors. The method of assessment used is «double
blind», as both the author and the assessors remain anonymous. The final decision is announced to the
author within eight months at most. In case of being accepted, the maximum elapsed time between the
acceptation of the paper and its publishing is one year, although this period may be extended according
to the Journal planning. The dates of reception and approval of the article are stated at the end of each
paper, except for the occasional cases of monographs or dossiers.
II. Revista de Indias publishes articles in Spanish, English, French and Portuguese and it is made up by
three sections: Articles, Notes and Bibliographic Information. The Articles should be original and unpublished, regarding an investigation of Americanist interest, with a maximum length of 25 pages (DIN
A-4), usomg types Times New Roman or Arial 11, 1.5 space between lines, including notes, charts, diagrams and pictures.
III. Quotations and bibliography should follow the directions below:
1. FOOTNOTES QUOTATIONS
References to quoted works should be briefly stated as a footnote:
1. References of different authors and works should be clearly separated with a dot:
Olivera Gutiérrez, 1992: 20-49. López Hoyos, 2006: 23-45. Ruiz Gutiérrez, LXVI / 236 (Madrid, 2006):
70-89.
2. References to different works by the same author will be separated with a semicolon, without mentioning
once again the author’s surname:
Olivera Gutiérrez, 1999: 37-79; 2001: 56-98; 2006: 3-45.
3. When an author with several works published in the same year is quoted, the works will be differentiated
by adding a letter of the alphabet after each year of publishing:
Olivera Gutiérrez, 1994a: 60-99; 1994b: 2-35.
A) When a Monograph or Chapter of a book is quoted, the surname(s) of the author(s) should be stated in
capital letters, followed by the year of publishing, the volume –if any– and the quoted pages.
González, Gutiérrez y Mañach, 1991: 82-99.
Jiménez Pidal, 1915, vol. 1: 65-43.
B) When a journal or newspaper Article is quoted, the author’s surname(s) should be stated, followed by
the volume, number and in brackets, the place and year of publishing, or if necessary, the month of publishing, and finally the quoted pages:
Ruiz Gutiérrez, LXVI / 236 (Madrid, 2006): 70-89. López Paz, XV / 2 (Santiago de Chile, septiembre
2006): 10-43.
C) In case of primary sources, the name of the document will be mentioned in italics, followed by the name
of the archive and the place of location, the collection, file and record. The abbreviation which will be
used in the forthcoming quotations will be stated in brackets:
Carta del marqués de Someruelos al secretario de Estado español, 16 de Octubre de 1804, Archivo Histórico Nacional, Madrid (AHN), Estado, legajo 6366, exp. 95.
D) Footnote quotations will also include any comments or clarifications to the text.
2. BIBLIOGRAPHY:
1. At the end of the article, the bibliographic list will be included ordering the authors in alphabetic order, and
if there are several works by the same author, they will be ordered by chronological order.
2. When an author with several published works is quoted, the author’s surnames and name willl only be
stated the first time, using a continuous line for the forthcoming references:
Abbad, Santiago, Revisiones de la historia, La Habana, Casa de las Américas, 2003.
______, Métodos de escritura, Santiago, Universidad de Oriente, 2006.
3. When an author with several works published in the same year is quoted, such works will be listed following an alphabetical order, adding a letter of the alphabet after the publishing year.
Olivera Gutiérrez, Ana, El chocolate y el cacao, Bolivia, Universidad de La Paz, 1994a.
Olivera Gutiérrez, Ana, Tres siglos de intercambios entre Europa y América, México D.F., FCE, 1994b.
Olivera Gutiérrez, Ana, Violencia en los Andes, Madrid, Espasa-Calpe, 1994c.
A) In case of Monographs, the author’s surnames should be stated in capital letters, followed by the name
in small letters, including as well the title of the book in italics, the place of publishing, the publishing house and the year of publishing:
Olivera Gutiérrez, Ana, Tres siglos de intercambios entre Europa y América, México D.F., FCE, 1994.
B) In case of Collective Works, the author’s surnames should be stated in capital letters, followed by the
name in small letters, the title of the chapter of the book in inverted commas, and the names and surnames of the coordinators or publishers of the work in small letters, stating in brackets and abbreviatedly
whether they are publishers or coordinators, followed by the title of the book in italics, the place of publishing, the publishing house, the year of publishing and the pages of the corresponding chapter:
Núñez Sánchez, Carlos, «Relaciones comerciales entre Sevilla y América, 1600-1670», Ana Olivera Gutiérrez (ed.), Tres siglos de intercambios entre Europa y América, México D.F., FCE, 1994: 378-420.
— In case of several authors, the names should be separated by commas, except for the last one:
Pérez, Antonia, Carvajal, Luis y Sánchez, Ricardo, Las fuentes para el estudio de la agricultura en el Caribe, Madrid, CSIC, 2005.
C) In case of journal or newspaper Articles, the author’s surnames will be stated in capital letters, followed by
the name in small letters, the title of the article in inverted commas, followed by the name of the journal in
italics, the volume, number, place of publishing, publishing year and pages:
Flores Ortiz, Margarita, «El arte prehispánico», Revista Peruana, VI/13 (Lima, 2002): 12-36.
IV. Together with the articles, a 6-line summary and keywords (between 4 and 6) should also be sent, in
both Spanish and English. The summary should include the objectives, sources, methods and real results of the investigation. Moreover, the authors will provide the name of the Institution they work for and
their professional status, stating as well their official and/or private address to which correspondence
should be addressed, as well as their telephone and fax number and email.
If the article is not sent by email, it is compulsory to send the text printed as well as its electronic version
(PC Word).
V. Notes should have a maximum length of 15 pages, and may include short articles.
VI. Bibliographic Information is made up by two parts: bibliographic studies, which have a maximum length
of 10 pages (DIN A-4) and refer to several books of the same subject or author and bibliographic reviews, with a maximum length of 3 pages and regarding the comment of one or several recently published works. The authors or publishing houses should send 2 copies for this purpose.
VII. The originals which are published, both printed and in electronic version, by Revista de Indias are the
property of the Consejo Superior de Investigaciones Científicas, being necessary to quote the origin in
any either partial or total reproduction. The authors will receive a copy of the journal and a PDF copy of
their article.
ANUARIO DE ESTUDIOS
AMERICANOS
Colaboraciones:
Deben ser trabajos originales, con una extensión máxima de
30 páginas DIN A4 a doble espacio y en sorporte informático,
preferentemente en Microsoft Word
Suscripciones:
1 volumen (2 números al año)
España 63,13 €
Extranjero 86,29 €
Número suelto:
España 36,76 € (más gastos de envío)
Extranjero 48,73 € (más gastos de envío)
A estos precios se les añadirá el 4% (18% en soporte electrónico) de IVA,
solamente para España y países de la UE
Correspondencia:
Suscripciones:
Escuela de Estudios Hispano-Americanos
C/. Alfonso XII, 16. 41002-Sevilla (ESPAÑA)
Teléf. 954501120. Fax 954500954
E-mail: [email protected]
www.eeha.csic.es
Servicio de Publicaciones del CSIC
C/. Vitrubio, 8. 28006-Madrid (ESPAÑA)
Teléf. 915612833. Fax 915629634
E-mail: [email protected]
www.publicaciones.csic.es
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Razón social:_________________________________ NIF/CIF: ________________________________
Dirección:_________________________________________________ CP: _______________________
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País/Estado:________________________ Teléfono:_______________ Fax: ______________________
e-mail:________________________________________ Fecha de la solicitud: __ /__ / _____________
Suscripción:
Precios suscripción año 2011:
Año completo:
España:
59,11 euros
Extranjero: 94,28 euros
Precios suscripción año 2011:
Año completo:
España
59,11 euros
Extranjero 94,28 euros
Números sueltos:
CANT.
REVISTA
Precios números sueltos año 2011:
España:
24,77 euros (más gastos de envío)
Extranjero: 38,37 euros (más gastos de envío)
AÑO
VOL.
FASC.
Precios números sueltos año 2011:
España:
24,77 euros (más gastos de envío)
Extranjero: 38,37 euros (más gastos de envío)
A estos precios se les añadirá el 4% (18% en soporte electrónico) de IVA.
Solamente para España y países de la UE
Forma de Pago: Factura pro forma
¨ Transferencia bancaria a la cuenta número: C/c 0049 5117 26 2110105188
¨ SWIFT/BIC CODE: BSCHESMM - IBAN NUMBER: ES83 0049 5117 2621 1010 5188
¨ Cheque nominal al Departamento de Publicaciones del CSIC
¨ Tarjeta de crédito: Visa / Master Card / Eurocard / 4B
Número: ____ ____ ____ ____ Fecha de caducidad: ____ / ____
¨ Reembolso (solamente para números sueltos)
Distribución y venta: Departamento de Publicaciones del CSIC
C/Vitruvio, 8
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Tel.: +34 915 612 833, +34 915 681 619/620/640
Fax: +34 915 629 634
e-mail: [email protected]
www.publicaciones.csic.es
Firma _______________________________________________________________________________
Volumen LXXI
Nº 251
Sumario
enero-abril 2011
336 págs.
ISSN: 0034-8341
MONOGRÁFICO: LOS ÚLTIMOS IMPERIOS ESCLAVISTAS: ESPAÑA Y BRASIL EN EL
SIGLO XIX / MONOGRAPH: THE LAST OF THE SLAVE EMPIRES: SPAIN AND BRAZIL
IN THE 19th CENTURY
Coordinadores: José A. Piqueras y Rafael Marquese
Presentación
Rafael Marquese & Tâmis Parron.- Revolta escrava e política da escravidão: Brasil e Cuba,
1791-1825 / Slave resistance and the politics of slavery: Brazil and Cuba, 1791-1825
Manuel Barcia.- «Un coloso sobre la arena»: definiendo el camino hacia la plantación esclavista
en Cuba, 1792-1825 / «A giant built on sand»: paving the road towards the slave plantation in
Cuba, 1792-1825
Marial Iglesias Utet.- Los Despaigne en Saint-Domingue y Cuba: narrativa microhistórica de
una experiencia atlántica / The Despaignes in Saint-Domingue and Cuba: A micro-historical
narrative of an Atlantic experience
Claudia Varella.- El canal administrativo de los conflictos entre esclavos y amos. Causas de
manumisión decididas ante síndicos en Cuba / The administrative channel for the conflicts
between slaves and owners. Causes of manumission decided before ombudsmen in Cuba
Keila Grinberg.- A poupança: alternativas para a compra da alforría no Brasil (2.ª metade do
século XIX) / Savings: alternative for the purchase of manumission in Brazil (2nd half of the
19th century)
Inés Roldán de Montaud.- En los borrosos confines de la libertad: el caso de los negros
emancipados en Cuba, 1817-1870 / In the blurred boundaries of freedom: the case of
liberated africans in Cuba, 1817-1870
José Antonio Piqueras.- Censos lato sensu. La abolición de la esclavitud y el número de
esclavos en Cuba / Lato sensu censuses. The abolition of slavery and the number of slaves in
Cuba
Renato Leite Marcondes.- Fontes censitárias brasileiras e posse de cativos na década de
1870 / Brazilian census sources and the ownership of slaves in the 1870s
Ricardo Salles.- Abolição no Brasil: resisténcia escrava, intelectuais e política (1870-1888) /
Abolition in Brazil: slave resistance, intellectuals and politics (1870-1888)
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