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Hay que llevarlo al psicólogo
Lo de “Hay que llevarlo al psicólogo” es ya historia repetida. La primera ocasión que
oyó hablar de él fue hace unos tres años, el día que la abuela lo sorprendió sobre una
piedra en el patio de su casa en el campo, porque la abuela materna de Joan vive lejos
de la ciudad. Lo que le preocupaba a la anciana no era estar parado en la piedra sino
que estaba dándole un discurso a las gallinas, gallos y patos del corral en el que les
explicaba dónde construiría un puente con tablas para que pudieran atravesar la zanja
que corre por el patio.
Ayer se volvió a mencionar la palabra que empieza con p. Eso fue otro problema.
Para Joan, que ya está en tercer grado, psicólogo se escribía sicólogo, pero en el viejo
diccionario que hay en su casa no apareció la palabra. Por la noche al llegar su papá,
Joan le preguntó y se enteró entonces que esa palabra proviene del griego. Los griegos
son unas personas que se visten con una especie de sábana enredada por todo el
cuerpo, y la escriben con p delante de la s. Como era tan tarde no pudo buscarla esa
noche y entonces continuó el enredo, porque al buscarla en el diccionario de la escuela
que es un Larousse bastante moderno la palabra no aparece por la p, sino en la s.
Nada, que cada cual la escribe como quiere.
Joan está nervioso. Sentado en un descanso de la escalera mira ensimismado un
punto entre el segundo escalón y el pasamanos. Mañana es el día de la consulta con el
de la palabra con p, o con s. En la escuela escuchó cuando la maestra, en el receso,
hablando con una asistente, decía que al hijo de su vecina lo llevarían al psicólogo
porque tenía trastornos después de una caída. Joan, que él recuerde, no ha tenido
ninguna en estos días. Es más, sin contar el arañazo en el codo que se hizo parando un
gol, no se ha dado ningún golpe. Y la palabra trastornos su papá la usa cuando hay
problemas.
Está ocasión fue porque la abuela lo pilló hablando con Rodobaldo, y le dijo a la
madre del niño que estaba hablando solo. ¿Qué culpa tiene el pequeño de que su
abuela tenga malos los ojos y no haya visto a su amigo, el fantasma? Ahora, si le dice
que conversaba con un fantasma, y además trataba de consolarlo porque estaba
deprimido, ahí si le da el patatús.
Rodobaldo tiene una historia triste, pues es un fantasma roquero. Viste chaqueta,
jean ajustado y botas bastante empolvadas. Ahora están más sucias porque Claudia, sin
darse cuenta, no lo vio, le dio un pisotón ayer. También le arrugó un poco la chaqueta,
pero el no se molesta, no es muy limpio que digamos. En silencio Joan de vez en
cuando le envidia que nadie lo obligue a bañarse.
Cuando la abuela lo sorprendió, Joan y Rodobaldo estaban intentando arreglar el
conflicto de la música. El asunto es que el papá de Joan sólo escucha música salsa, y
Rodobaldo no la resiste; cuando se pone rock, el que se altera es el papá. Los únicos
momentos neutrales son cuando El Viajero está en el apartamento y pone la música que
le gusta: la clásica y algo que él llama niu eich1 . El fantasma la soporta bien, y al papá
le cae simpático El Viajero y no protesta.
1
new age
Ahora se le va a hacer más difícil consolar a Rodobaldo, pues tiene a la mamá y a la
abuela dándole vueltas a cada rato. Rodi, como le dice el niño cariñosamente, es un
fantasma triste. Por ser muy joven llegó cuando ya no quedaban castillos tremebundos,
oscuros y lúgubres. Lo que recibió fue un apartamento moderno, pequeño y atestado de
muebles del último grito, alarido dice El Viajero, de la moda. Sin contar que como el
fantasma, en vida, le gustaba andar de parrandas nocturnas mientras que por el día
dormía, por castigo ahora sólo puede salir de día y descansar de noche. Y a la luz del
sol es bastante difícil asustar a alguien con el corre-corre de los trajines diarios. Menos
mal que Paola, a falta de cadenas oxidadas, le prestó la de sacar a pasear a Tito, su
perro sato, y trajo además unos cassettes de su tía Ivet, la maga, y Joan se los pone
cuando no hay nadie en casa.
En realidad, Joan no está tan preocupado como ayer. Desde que habló con Claudia,
y le contó sus enredos con el doctor de la palabra que empieza con p, o con s, se siente
más tranquilo. Claudia le aseguró que a Teresa también la llevaron al psicólogo, o al
sicólogo, más bien psicóloga, que es una muchacha de lo más amable y conversadora.
¿Por qué llevaron a Tere? Preguntó Joan entre mil dudas. Tal vez la psicóloga lo que
atendía era una enfermedad para niñas. Claudia
le
susurró,
después
de Joan
prometerle no decírselo a nadie, que fue porque siempre estaba con su amiga
la Caperucita Roja. Joan se quedó asombrado, él nunca había visto a Teresa con la
Caperucita, a lo que respondió Claudia antes de marcharse riendo a carcajadas:
--Teresa tampoco te ha visto con Rodobaldo.
TERESA
Teresa vive en el centro de la ciudad, en una casa grande que solo tiene
un patiecito en su interior donde da el sol a una determinada hora de la
mañana en la que ella está en la escuela. Los fines de semana en cambio, a
las 11.00 a.m.
la niña se convierte en un pequeño girasol que va ladeando
sus dorados cabellos a
la par que el astro diurno y lo despide con un beso
hasta el día siguiente.
Su otra alegría es la escuela. El bullicio de los amiguitos con los que puede
jugar, porque Teresa tiene muchos juguetes que le gustaría compartir o salir,
como su amiga Paola, a regarlos por el jardín. Por eso ella adora la escuela y
más que todo los momentos de receso.
Cuando suena el timbre para salir al
patio su rostro se transforma en el verdor de una cascada risueña. Salta, da
empujones, pide disculpas apresuradas para llegar al patio de primera y poder
escoger su lugar de juegos, allí donde están las arecas y los gladiolos. Y es
muy feliz hasta el próximo timbre. El receso son sólo quince minutos.
JOAN Y EL VIAJERO
Afuera comienza a llover y el joven mancebo Joan se acerca al viajero que
lo acoge como siempre. Estirando sus largas piernas, dispuestas a lanzarse
nuevamente al camino. Con una sonrisa, aún más alto que el niño, que le
juguetea entre el bigote y la barba que casi cubre su boca. Levanta su cuerpo
cargado de kilómetros de muchísimas carreteras, caminos y senderos, y se une
al muchacho que se lanza junto a él
a cualquier aventura. Su temeridad es la
de un bebé de pocos meses cuando gatea sin preocuparse entre las patas de
las mesas.
En la casa aparece el sobresalto. El padre del niño, mira preocupado a su
alrededor, los peligros acechan ante el dúo. La semana pasada el teléfono se
estrelló contra el suelo, ¿qué será hoy?, Acaso el jarrón del pasillo o tal vez un
veloz proyectil-cojín irá a derribar algún adorno de la mesa de centro. También
Pirata muestra algo de alarma, las tareas de cabalgadura de caballero tan
incansable son muy duras por lo que se echa sobre su flanco
y se rasca
sobre su oreja como sí cientos de pulgas lo invadieran, tal vez así pueda salir
bien liberado de hacer de caballo. Más en esta ocasión
se equivoca, los
viajeros están preparando mochilas y calzan fuertemente sus sandalias, el viaje
será a pie y largo.
El viajero a pesar de su condición de extranjero hasta en su propia casa,
nunca se halla más de dos semanas en un mismo lugar, es miembro de la
familia real del apartamento y tiene algunos privilegios. Como el de que la Alta
Dama le guarde algunas cosas ricas de las que se hicieron de comer en la
semana. En este momento está sacando del refrigerador un pomo de ciruelas
en dulce y dos panes de la bolsa que está sobre el aparador y los pone en la
mochila.
La jornada comienza con la exploración de la llanura. En el horizonte las
colinas llaman poderosamente y el corazón de Joan se siente lanzado hacia
ellas. Apura al viajero a marchar. Al llegar decide que la ladera por la que han
arribado es demasiado fácil para el ascenso y trata de contornearlas para subir
por el lado más difícil. Después de un breve tiempo y de lograr que la colinabutaca casi le caiga encima, con ayuda de su amigo, el joven llega a la
cúspide y salta al abismo para llegar ileso, gracias a las poderosas alas que
trajeron, a otra colina de forma alargada. Joan saca los prismáticos
y otea la
lejanía. ¡Vaya, esa si es una montaña! Se la muestra al viajero que preocupado
menea la cabeza cubierta por un casco de protección.
A través de las puertas de roca, un poco más allá, se yergue un enorme
pico. La escalada va a ser difícil. Rápido descienden
de la colina y comienzan
la marcha. El viajero previsor, ordena una parada para comer algo y descansar,
más el pequeño lo apresura, la aventura tira de él cada vez más fuerte.
Después de vagabundear un rato llegan al pie del monte que se alza
majestuoso frente a ellos. Es imponente, pero los expedicionarios no lo temen y
se aprestan al intento. Hay pocos puntos de apoyo, por eso el pequeño pone
un pie sobre la rodilla de su compañero, se agarra de su hombro y con un
empujón que le da este con sus manos entrelazadas, Joan llega a la cima; la
visión es maravillosa, se ve toda la…La voz
alterada de mamá rompe el
hechizo y la montaña se transforma en escaparate.
- Javier, baja inmediatamente a Joan de ahí y explícame que hace una
huella tuya en el respaldar del sofá, todavía la de Joan pasa, pero la tuya. ¿No
estás muy grande para eso?
El niño baja la cabeza, pero ya no
le teme al regaño, ha visto la sonrisa
juguetona bajo el bigote de su tío, El Viajero.
CARLOS
Hoy no puedo salir a la calle. No es que llueva, ni que esté castigado. La
calle tampoco ha cambiado, siguen pasando autos. En el
jardín del edificio,
desde que regresamos de la escuela están mis amiguitos jugando con un
trompo, y Pedrito está empinando su papalote nuevo. Las niñas nuevas, de la
escalera de al lado, están saltando suiza sin atreverse aún a acercarse a
Claudia y a Paola que juegan al pon. Por tanto no hay animales feroces
escapados del zoológico.
Tampoco hay nada del otro mundo en la televisión. Los mismos dibujos
animados
repetidos
de siempre.
Los
programas
deberían
cambiarlos
por
lo
menos cada mes, casi todos se vuelven aburridos. Por eso estoy sentado en la
sala leyendo Corazón, y me siento bien con Garoti, que regala su colección de
sellos. Hoy revisaré la mía, tengo que tratar de cambiarle algunos de los
repetidos a Joan.
Bueno, leo y balanceo los pies; mientras, de cuando en cuando levanto la
cabeza para mirar a mamá que también pasa a cada rato por la sala mirando
la mesita que está a mi lado. Porque ninguno de los dos saldremos hoy a la
calle, mi mamá tampoco está castigada. No saldremos, por lo menos hasta la
llamada. Por eso, sí. Hoy, papi llamará por teléfono desde el extranjero.
LA IMAGINACIÓN
Triste sobre la azotea del edificio. Paola, miraba las formas de las nubes que
esta vez se les antojaban ajenas. No había patos, ni niños, ni hombres con
sombrero, ni elefantes, ni siquiera la tonta silueta del camello. Las nubes corrían
lentas y abajo el mar se rizaba tan solo de cuando en cuando al pasar la
barrera
de
arrecifes donde la semana pasada se pinchó con un erizo. Claro que
terminó en la pecera acompañando la estrella de mar, el caracol y el agua mala que
cogió papá, el dragón verde y refunfuñón; anda quisquilloso últimamente, como diría el
abuelo. Por cierto, se ha asomado ya dos veces por la escalera, pero la cara de la niña
lo ha hecho desistir en llamarla. Cuando la pequeña princesa está así es mejor dejarla
sola un rato. Una vez que se le pase irá sola a la sala, tomará un papel y le escribirá una
carta a su papá y nos enteraremos cual es el embrollo que trae en su cabeza.
Mientras, sentada sola sin acercarse al borde del techo, la niña deja correr su
pensamiento buscando su, perdida imaginación. Abajo en el banco, bajo la sombrilla de
cemento, un anciano también mira el mar, en ocasiones espumoso, y se salpica con el
chocar de las olas contra el muro del corto malecón con escaleras a intervalos, para que
los bañistas puedan entrar en la pequeña playa.
Paola mira un momento al hombre y enseguida trata de concentrarse nuevamente.
Pero algo, tal vez los cuadros de la camisa azul que contrasta con el mar, o la blancura
del cabello le hacen volver a observar al anciano. Que en este instante, como si
presintiera la mirada de la niña, gira lentamente su cabeza y mira hacia la azotea. Paola
cree que si uno mira fijamente a otra persona, esta se da cuenta; y a pesar de la
distancia su vista se detiene en los ojos del viejo. Y los siente azules y profundos como
la entrada de un castillo protegido por un dragón bueno; donde la princesa, una dulce
niña que casualmente se llama como ella, esperaba la llegada del pequeño caballero.
Puede ser Joan, montado sobre un unicornio y acompañado del feroz mastín Tito (Paola
nunca ha visto un mastín pero lo imagina muy fiero), mientras esa nube, terrible oso,
avanza sobre la azotea del castillo donde ha huido, ya que el dragón salió a educar
jóvenes caballeros. La princesa recuerda entonces el conjuro que le enseñó la poderosa
hechicera Ivet, la maga. Miedo, yo no soy valiente, por eso no te temo. Entonces abre
los ojos que había cerrado en el instante de miedo mira al oso y este se convierte en un
conejo saltarín.
Paola decide saborear su triunfo mostrando al anciano lo que ha sido capaz de
hacer, pero el hombre ya no está allí. Tan sólo cree vislumbrar, por un momento, los
cuadros azules de su camisa que se pierden en la esquina de la siguiente calle.
Bueno no importa le irá a contar a papá que su imaginación se ocultó un rato pero
ya apareció.
EL CASTILLO ES UN EDIFICIO
La discusión era en la escalera. No sé si les dije que soy tío de Joan y pensaba salir a
preguntarle por unas misteriosas huellas de crayolas sobre la sábana y en el reverso de
unos textos que debía entregar. Cuando me asomé ya estaban bastante acalorados, y
sus voces se escuchaban en todos los pisos. Así que decidí intervenir no fuera que
algunos se llevaran un regaño de los padres.
-
¡Eh! ¿Qué pasa, chicos?
-
Tío, él dice que no es eso, y yo le digo que sí, y ella que no es lo que digo
yo, ni lo que dice él- responde Joan con una rapidez que dejaría pasmada a la liebre
del cuento.
-
Bueno, qué es lo que dice cada uno, para entender.
Claudia la niña del tercer piso se adelantó a los dos varones y poniendo sus manos
sobre las caderas, con las piernas un poco separadas, y dándose manotazos en los
mechones de pelo lacio que le caen sobre los ojos en actitud de “a estos adultos hay
que explicárselo todo”, respondió.
-
El problema es que hoy la maestra nos llevó a un castillo para explicarnos
la clase de Historia y de tarea dejó hablar de la visita además de decir qué era para
nosotros un castillo.
-
¿Y bien? ¿Qué es para ustedes un castillo?
-
En eso es en lo que no nos ponemos de acuerdo -habló Carlos desde el
escalón donde estaba con su nariz fruncida por la discusión.
-
¡Ajá! ¿Y tú qué opinas Carlitos?
-
Bueno, siempre en los cuentos que me hace mi mamá antes de dormir el
castillo es la casa de un príncipe. Están llenos de espejos y lámparas bonitas.
También se hacen bailes, y van muchas princesas. Hay mucha comida y dulces.
Afuera se encuentran muchos coches de caballos, las personas usan pelucas y unos
vestidos que ya no se usan. ¡Ah! Los hombres tienen espadas y armaduras, y hay
guerras con catapultas.
-
¡Qué vá! -interrumpe Joan- Los castillos, para mí, son hoteles. En los
cuentos los reyes reciben a los condes, a los príncipes, o a otros reyes y les dicen
que se queden a dormir en su castillo. Hay muchas personas que sirven. Arreglan
los cuartos, limpian los pasillos, traen la comida, y se visten de uniforme igual que
en los hoteles. Además no hace falta guerra para que existan castillos.
Claudia mira desdeñosa a sus dos amigos y virándose hacia mí concluye.
-
No señor, los castillos no son hoteles, porque los que trabajan en los
hoteles no viven en ellos, y los criados si viven en el castillo. Y si toda esa gente vive
dentro del castillo, pues entonces no es la casa del rey. Es la casa de todos los que
viven dentro. Por eso yo digo que el castillo es un edificio, pero con una sola cocina.
¿No es verdad tío de Joan?
-
Bueno... este... yo creo que mejor van a sus casas a responder sus tareas,
mientras tanto yo voy a hacer la mía.
Los niños me miran asombrados, como si tuviera cara de puente levadizo cerrado.
Lo que no dije era que me iba a casa a revisar el diccionario. Busqué rápidamente el
mataburros ilustrado (llamado así no porque tenga fines asesinos, sino por la mucha
información que tiene).
Aquí está la página, Castilla, Castillejo, Castillete, Castillo, aquí está.
Castillo: Edificio fuerte con murallas, baluartes, fosos, etcétera.
Claro que tenían razón. El castillo es un edificio, y voy a proponer que se añada en el
diccionario: que tiene una sola cocina.
CONCIERTO PARA GRILLO
Hace unos días vino a vivir en mi habitación un grillo. Cómo llegó al último cuarto de
un apartamento en el segundo piso de un edificio que se halla dentro de una ciudad, es
un misterio. Tal vez es un grillo errante, o quizás llegó de polizón dentro de la mochila
de mi tío el Viajero.
Lo cierto es que ahí está, compartiendo mi desorden con Pussi y Peluso, un par de
ratones grises que tienen su cueva en el marco de la puerta que comunica mi cuarto
con el comedor. Dicho sea de paso la pareja de roedores pidió permiso para mudarse
aquí, lo que no aclararon fue lo de su descendencia. Ahora son cerca de una docena de
ratoncitos que se la pasan correteando por toda la casa. Suben por el cable de la antena
del televisor, dan saltos y juegan por todo el patio formando un barullo de altura.
Pero volvamos a Cunegundo Segundo. Ese fue el nombre con el que bautizamos al
señor grillo. Al principio quise ponerle Paganini, por lo de los conciertos después de
medianoche (no es que Paganini fuera trasnochador, es la diferencia de hora con Italia,
allá es de mañana cuando aquí andamos por el quinto sueño). Después pensé que por
el bien de la carrera del grillo no debía nombrarlo así porque alguien podría censurarlo.
Se imaginan, el grillo con una gran X roja sobre su cuerpo. Eso no vendría bien con su
imagen artística, sin contar los carteles por todos los cuartos:
NO SE ADMITEN FALSOS
CONCERTISTAS
Por fin, después de una veintena de nombres, posibles instrumentos para el fracaso
de este aspirante a la sinfónica montuna, me decidí por Cunegundo II el Obstinado.
Esto último se debe a que no es tan bueno con el violín, si alcanza tocar más de dos
notas en una madrugada es un logro, pero empecinado sí es. Se la pasa ensayando la
noche entera a riesgo de que lo declare grillo no grato en mi cuarto.
En las últimas semanas han aparecido carteles anunciando sus conciertos. Sospecho
que para esto ha utilizado la complicidad de la familia Pusi-Peluso que son más
arriesgados y se atreven a dejarse ver de día. Las trasnochadas y la vida bohemia de
Cune no le permiten abandonar su sueño durante el día. Para colmo últimamente se las
daba de galán. Tenía cinco cucarachas fanáticas a la música que no se perdían un
concierto. Una noche al encender la luz las sorprendí embobecidas mientras el
concertista demoraba su actuación con el pretexto de afinar su instrumento. ¡Vaya
descaro! El cuarto corría el peligro de superpoblación y hambruna porque ya no
alcanzaban las migajas que robaba de la mesa para alimentarles. Pero él hacía oídos
sordos de mis protestas. Claro, con la emoción de tener público tocaba aún más alto.
Tuve que hablar seriamente con él por las protestas de los vecinos.
Las cosas no iban sobre ruedas pero nos soportábamos. Él no decía nada del olor de
mis tenis viejos, donde se ocultaba por el día y yo no le comentaba lo de su
desafinación, aunque en ocasiones tuve que taparme los oídos con algodón para
conciliar el sueño.
El desastre fue ayer. Cuando se marchó esta mañana caminaba cabizbajo, y hasta
me miro con tristeza. Y eso que le juré no era mi culpa. Casi muere aplastado. Por
suerte sólo hubo que lamentar la rotura del violín. Por mucho que se moleste, la culpa
es de él, sabiendo que mi chancleta es rumbera se puso al lado de ella al empezar a
tocar.
LA CALLE AUSENTE
Al amanecer todavía la gente de la calle Armonía no imaginaban que les esperaba al
salir de sus casas. El problema comenzó cuando se comenzaron a abrir las puertas para
ir a los trajines diarios. Los vecinos quedaban paralizados en las puertas o portales de
sus casas. ¡Horror! La calle había desaparecido. No estaba. Un inmenso vacío había
entre una acera y la otra. Y empezaron los problemas: los niños no irían a la escuela;
los adultos desatenderían sus ocupaciones diarias sin una justificación; quién no hubiese
comprado comida suficiente para varios días pasaría hambre. Todo por culpa de una
calle que, sin explicaciones previas, se había largado quién sabe a dónde.
Sobre las diez de la mañana los adultos ya no podían con sus nervios, aquello
parecía un fin de semana en pleno miércoles. Niños corriendo de un lado para otro
dentro de las casas. Se corría el riesgo de recibir un flechazo en la frente o terminar con
la punta de una almohada encajada en un ojo. Los gritos de ¡Cuidado con el florero! ¡No
jueguen con los interruptores! ¡Suelta al pobre gato! Se oían por doquier. Peor aún lo
estaban pasando los padres de hijos únicos, pues tenían que convertirse en compañeros
de juego de sus hijos. Eso si no terminaban como el serio abogado del 367 que llevaba
más de media hora recorriendo la sala y el comedor de su casa en cuatro pies con su
hijo sobre la espalda.
Había que tomar soluciones drásticas. El vecino del 355, que dicen se estaba
preparando para postularse para político, convocó a una reunión telefónica con todos
los cabezas de familia de la calle. A las tres de la tarde no se había llegado a ninguna
conclusión.
Mientras, los niños cansados de estar encerrados, y por un sistema más efectivo,
llamándose a voces desde los balcones y azoteas, habían organizado un juego de
preguntas absurdas gritadas desde un lado a otro de la calle. Uno de los niños, que
vivía cerca de una de las esquinas, descubrió que las calles perpendiculares sí existían,
pero se cortaban al paso de la calle de ellos. En las calles cercanas la vida continuaba
como siempre. La única diferencia era que ahora en ellas habían instalado vallas para
que los autos no se precipitaran al vacío de la ausencia de la calle.
En la esquina sobrevivía un trocito de calle, donde se acumulaba, casi flotando en el
vacío, un gran montón de basura. La enorme montaña de excrecencias afeaba el
espacio vacío. Un grupo de chicos, por entretenerse variando un poco, decidieron bajar
por las casas de la calle contigua y desaparecer el basurero. Poco a poco con cubos,
nylons, palanganas y otros tiestos que hallaron fueron llevando la basura hasta los
contenedores de la calle vecina. Al poco rato el pequeño espacio sucio estaba bastante
decente.
Los niños subieron nuevamente a las azoteas y reanudaron sus juegos, pero dejaron
vigías en las casas que hacían esquina. Casi al anochecer por la calle de la izquierda,
mirando desde la nuestra de este a oeste, apareció un minúsculo pedazo de calle.
Tímido, temeroso, tembloroso. Miró a ambos lados del vacío que ocupaba su espacio, y
fue reptando lentamente hasta el sitio donde había estado la basura. A medida que
avanzaba, por donde pasaba, volvía a existir calle. Brotaba desde el borde pavimentado
de las calles contiguas. Al llegar al desaparecido basurero olfateó con cuidado. Parecía
dudar que la suciedad ya no existiera. Y aunque nadie les creyó después, los vigías
aseguran que sonrió. Entonces con pereza, como si se estirara después de mucho rato
en una posición incómoda fue deslizándose por el vacío y posesionándose del espacio,
hasta quedar la calle intacta.
Bueno ya estaba de regreso. Lista para que al día siguiente los niños regresaran a la
escuela. Los padres pudieran sumergirse en los trajines diarios, sin tener que hacer de
caballitos; o salir con un ojo hinchado por la punta de una almohada; o con una flecha
en la frente. Las madres no tendrían que preparar meriendas extras, o gritar ¡Cuidado
con el florero! Y el vecino, que dicen se estaba preparando para postularse para político,
comentara a los cuatro vientos que sus ideas habían traído la calle de vuelta.
PREMIO CALENDARIO
EL EDIFICIO ES UN CASTILLO
GÉNERO: infantil
SEUDÓNIMO: El Viajero

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