Oona Patrick interviews Vamberto Freitas
Transcrição
Oona Patrick interviews Vamberto Freitas
Número | Issue 10 International literary & arts magazine December 2009 Oona Patrick interviews Vamberto Freitas www.seixoreview.com Editor Eduardo Bettencourt Pinto Conselho Editorial Aida Baptista Ilda Januário Ivo Machado Jorge Arrimar Luísa Ribeiro Manuela Marujo Onésimo Teotónio Almeida Urbano Bettencourt Zelimir Brala O Inverno. Chegaram as chuvas intermináveis, os dias curtos, sombrios, e aquele ar dolente que absorve as pessoas entre a densa névoa da monotonia. Tempos de guarda-chuva, capote, gabardina, o que valha para nos proteger desta incontornável intempérie sazonal. As palavras tornam-se então a lenha, o aconchego para esta travessia escura e húmida. Altura, pois, de leituras e introspecção. Este é um dos motivos pelos quais a Seixo review ressurge nesta época. Outras razões, claro, avultam. A nossa crónica falta de tempo para uma periodicidade mais aguerrida, será, entre todas, a principal. Não obstante este tão dilatado período, norteiam-nos dois pontos cruciais: a qualidade dos materiais e a exigência estética destas páginas. Cada contribuição recebida é tratada com esmero, carinho, gratidão e respeito. Este projecto não sobreviveria sem o espírito voluntarioso de todos os nossos colaboradores. Melhor se poderia (e se pode) fazer. Dispomos de meios técnicos, oportunidade, público. Vamos devagar, é certo, porque somos independentes, alheios aos snobismos de quem vê o papel como o único meio de divulgação literária. Estamos apenas na Internet porque o mundo é a nossa livraria. Aqui, caro leitor, tem o número 10, maioritariamente composto de ficção e poesia. Aconteceu assim. São trabalhos de qualidade em três línguas e de autores espalhados por várias geografias. Como vem sendo nosso hábito, damos relevância ao entrevistado. Desta vez temos connosco Vamberto Freitas, ensaísta, crítico literário e professor universitário de mérito mais que afirmado e com vários livros publicados na área ensaística. Tendo exercido durante anos o professorado nos Estados Unidos, no estado da Califórnia, VF foi, durante esse período da sua vida, correspondente do Diário de Notícias de Lisboa. Colaborou também nos jornais comunitários, mormente no Portuguese Times, de New Bedford, com temas de índole cultural, desde recensões a livros a ensaios. Já nos Açores, além da sua actividade de docente, foi responsável durante alguns anos por dois suplementos culturais, em tempos e publicações diferentes. O primeiro, o SAC (Suplemento Açoriano de Cultura), que saiu no Correio dos Açores; depois, e após o término daquele, iniciou outro projecto na revista Saber Açores com o SAAL (Suplemento Açoriano de Artes e Letras), cuja publicação mensal durou três anos, saindo o último número em 2005. Ambos os suplementos representam um trabalho gigantesco, consistente, criterioso na forma e conteúdos. Uma referência, pode-se-lo afirmar sem hesitações, no contexto da Cultura Açoriana de hoje e sempre. A entrevistadora, Oona Patrick, é uma jornalista americana de ascendência portuguesa. Vive em Ditmas Park, Brooklyn, Nova York. É colaboradora regular da revista Provincetown Arts e tem trabalhos seus em várias publicações nos Estados Unidos. Editorial eduardo bettencourt Pinto 2 Seixo Review Poesia Uberto Stabile | 4 / Español Luísa Coelho | 10 Amadeu Baptista | 13 Sónia Bettencourt | 25 Rui Machado | 27 Lauren Mendinueta | 29 / Español Conceição Lima | 46 Vasco Pereira da Costa | 50 /Português /English Vergílio Alberto Vieira | 52 Ángela Ramos | 54 / Español Margarida Vale de Gato | 59 Subhro Bandopadhyay | 66 / Español Aurelino Costa | 68 ÍNDICE | CONTENTS: Evocação Lélia Nunes | 80 Entrevista Vamberto Freitas | 31 /English Ficção Andrea Blanqué | 6 / Español Balbina Rivero | 19 / Español Luísa Celis | 22 Ascêncio de Freitas |38 Maria Antonieta Preto | 41 Adriana Lisboa | 48 David Oscar Vaz | 56 Jennifer Nyberg | 70 /English Recensões Urbano Bettencourt | 74 Victor Rui Dores | 78 Ilda Januário | 83 Viagens Íntimas Fernando Esteves Pinto | 62 Seixo Review 3 Los Impostores uberto STABILE El olvido es la madrugada donde el miedo les hace fuertes son como amantes inexpertos despidiéndose una y otra vez sin terminar de pronunciar nunca el definitivo adiós. Los impostores conocen todas las entradas y salidas de los sueños todos los rodeos que hay que dar para llegar antes a ninguna parte. Los impostores se suceden uno tras otro confundidos entre la niebla y el amor ciego son el ir y venir de una misma cosa el plazo de una deuda que no se paga. Ellos trazan las fronteras de países imaginarios y juegan a conquistarlos desafiando al miedo. Son audaces ante la adversidad y pálidos bajo el fuego. Ellos siempre andan pisándose los talones en su loca carrera por no ser advertidos. Frente a la verdad son invisibles mudos frente al silencio. Los impostores nunca tienen el mismo rostro ni usan palabras que los delaten, emboscados en sus viejas gabardinas los impostores pasean al acecho bajo la lluvia. Dicen venir de lejos pero son siempre del mismo lugar sus huellas no perduran sus manos frías cambian de color cuando alguien las estrecha. Los impostores habitan el amor como se habita una casa vacía, mienten para sobrevivir y viven con la incertidumbre atada al cuello. Los impostores nos engañan con su certeza transparente nos conducen sin tregua ni descanso al lugar de siempre. Los impostores somos nosotros cuando cerramos los ojos frente al amor que duele. 4 Seixo Review Marlboro Filter Cigarettes uberto STABILE Enciendo el último cigarrillo con delicada complacencia uno de los actos más cotidianos del siglo veinte, entreteniéndome en valorar la desigualdad del amor en tiempos de crisis. Alrededor de la pequeña espiral de humo la densidad de un día brumoso y aburrido me recuerda la frágil esencia de la poesía contemporánea, el desasosiego de los afectados por el deseo. La levedad del tabaco consumido evapora el carmín de tus labios y reconstruyo, simulador de arquitecto la certidumbre del dolor cumplido: consumir con sabor amargo la pálida nicotina de tus acentuados desplantes y el extraordinario parecido con Ava Gadner cuando decides olvidarme esa imposible sentencia del corazón para fumadores empedernidos “veni vidi vinci Marlboro Filter Cigarettes”. Uberto Stabile (Valencia 1959). Cursa estudios de Historia del Arte en la Universidad de Valencia. En la década de los ‘80 dirige el café-ibrería Cavallers de Neu, la Editorial Malvarrosa y funda la Unión de Escritores del País Valenciano. En los años ‘90 se traslada a Huelva donde coordina las actividades culturales de la Fundación Juan Ramón Jiménez y la Feria del Libro. Edita la revista de poesía Aullido y dirige los Encuentros Internacionales de Editores Independientes bajo el nombre de EDITA. Es director del Salón del Libro Iberoamericano de Huelva y del Encuentro hispano – luso de Escritores Palabra Ibérica. Actualmente trabaja como Director de la Casa de Cultura del Ayuntamiento de Punta Umbría en Huelva. Ha recibido el Premio Valencia de Literatura, (1987). Su poesía reunida se ha editado bajo el título“Habitacoión desnuda 1977/2007” en la Editorial Baile del Sol (Tenerife 2008) y ha sido traducida al italiano, portugués, búlgado, catalán y francés. Seixo Review 5 Inmensamente Eunice andrea BLANQUÉ 1 Eunice tenía 27 años y pesaba 114 kilos. Apenas un siglo atrás un pintor la hubiese contratado como modelo y podría haberse ganado la vida de ese modo. Ella en cambio había estado buscando trabajo durante largos e inútiles meses, en los cuales sin duda había abierto la vieja heladera con más frecuencia. Es habitual creer que un gordo ve un promedio de once horas de televisión por tarde. A las gordas se les atribuye también la lectura copiosa de revistas del corazón, pero Eunice jamás las hojeaba siquiera. Rara vez probaba las famosas papas chips, y menos aún con los ojos fijos en una brillosa pantalla. En los tiempos en que buscó trabajo, ningún comercio de comestibles quiso contratarla por temor a que comiese clandestinamente todo aquello que estuviera en unos metros a la redonda. Finalmente Eunice había conseguido un puesto en una tienda de plantas. Sin duda, nadie podía imaginarla probando los helechos o los geranios, ni saboreando rosas amarillas. En cambio ella conocía sobradamente los nombres de las flores y del redondo rostro de Eunice se respiraba un aura de candor. El dueño de la tienda conjeturó que su enorme presencia en el lugar podía resultar adecuada. Pasaba entonces Eunice allí las horas, sentada en un taburete de madera. En el grabador sonaba una y otra vez el mismo cassette de música new age. A veces Eunice extendía su hinchada mano y acariciaba las hojas de una cretona, suavemente, sintiendo las rugosidades de su superficie en la punta de los dedos. El tiempo se deslizaba, inmenso. 2 La casa de Eunice era un viejo apartamento interior de la calle San José. Los fines de semana Eunice se echaba en la cama con todas sus carnes distribuidas al costado, a la derecha y a la izquierda, y en compacta relación con el colchón se dejaba llevar por los sonidos que provenían del gris pozo de aire. Eran sonidos como surgidos de una gran boca de dios cartaginés: llantos de niños, mujeres acuciadas por la hora del almuerzo, disparos de serial norteamericana, radios mal sintonizadas, hombres protestando. 6 Pese a sus 114 kilos Eunice nunca cocinaba. Cada sábado, luego de cerrar la tienda, se dirigía a una populosa feria que hormigueaba en el costado del barrio. Allí se detenía, provista de grandes bolsas, básicamente frente a dos puestos clásicos. Uno era el camión de chacinados, que se elevaba con su conglomerado de productos sobre las cabezas de los que esperaban. Colgaban delante de los ojos expectantes de la gente racimos sonrosados de chorizos, rondas infinitas de morcillas con el color de un africano, salamines de piel añeja, butifarras de grasa traslúcida, el costillar de algún animal perdido para siempre, y, a veces, el rostro adormecido de un lechón de orejas tristísimas. Eunice aguardaba su turno y recorría con la mirada la gran acumulación de carne porcina cuyo destino era convertirse en carne humana. Compraba luego un buen surtido de mortadela, bondiola, cabeza de cerdo, paleta y longaniza, y habitualmente -cuando lo había- un espléndido y aromático paté. Luego , con una de las bolsas ya completa, Eunice se dirigía al puesto de quesos y allí, mientras los números transcurrían, quedaba ensimismada en los agujeros del laberíntico gruyere, en el aspecto lúdico del putrefacto roquefort, en las tonalidades que iban del amarillo al naranja de la sucesión de quesos colonia, que evocaban con sus nombres un campo verde con la familia de un granjero levantado al alba. Eunice pedía un kilo de manteca, un kilo de dulce de leche, un kilo de mermelada de ciruelas. Observaba cómo los contenidos de los grandes tarros se iban vaciando de su sustancia pegajosa , cómo los dulces restos pugnaban por adherirse a todo. Después de la visita de estos puestos, a Eunice sólo le restaba la rutina de la panadería. Allí compraba varias piezas de pan casero humeante aún, con forma de cuerno mitológico, y unas cuantas bolsas de leche. Formidablemente cargada, Eunice retornaba a su casa despaciosamente. Delante de ella se alzaban las altas figuras del sábado de tarde y del domingo. En su mesa de luz, junto a la maciza cama, siempre Seixo Review se hallaba reposando alguna biografía, de un mártir o de un héroe, de un músico o un viajante, a medio leer. 3 Había dos clases de clientes en la tienda: los que amaban las plantas, y los que amaban a otro. Entre estos últimos la gama era grande y nunca perdían tiempo: novios, amantes, amigas íntimas, hijos de madres solas. Los que venían en busca de su propia planta, en cambio, eran morosos. Observaban con sagacidad científica el verdor de las hojas, la humedad de la tierra, el olor. Entre ellos se destacaba un ciego. Llevaba un par de lentes oscuros que jamás se quitaba, por lo que Eunice presentía que había algo tremendo e improfanable detrás de esos cristales. Era un gran conocedor del reino vegetal, y antes de llevar una planta sopesaba cuidadosamente las cuestiones de la luz, el regado, la maceta, la poda. No hablaba demasiado pero Eunice lo veía hacer, recorrer sin preguntar la tienda identificando con los dedos cada hoja, o con la palma de la mano extendida la altura del arbusto. Eunice se debatía interiormente entre su deseo de preguntarle al ciego si lograba suponer además el color de las plantas -imaginarlo o recordarlo de otros tiempos , antes de que la noche lo hubiera inundado todo- y su silencio respetuoso de gorda, que prefería respirar despacio a hablar solícita con los clientes. El ciego siempre olía las flores que se hallaban en exposición y aventuraba su nombre. Jamás fallaba. Eunice sonreía ante los aciertos del ciego sin dejar jamás escapar una risa, por temor a que éste percibiera el jadeo característico de la gordura. Cada vez que atisbaba al ciego, a través del cristal de la vidriera, a punto de entrar a la tienda, Eunice inmediatamente sacaba de un cajón un frasco de colonia y se refrescaba el cuello y los brazos. Un hombre con un olfato tan acuciante podía entrever a pesar de la pulcritud el dejo aromático de 114 kilos. 4 Un día el ciego le propuso a Eunice un trabajo a realizar un domingo. Se trataba de podar las trepadoras de las paredes de su jardín, que amenazaban irrumpir en las ventanas de la casa del vecino. El ciego prometió a Eunice una escalera para subirse allí. El amaba los trabajos de jardinería pero aquello estaba fuera de sus posibilidades. Eunice accedió, aunque aterrorizada: temió sentir su propio cuerpo desplomándose haciendo astillas la escalera ante el ciego alelado, intentando levantar del suelo aquella inmensa mole malherida. El domingo entonces se encaminó llena de desasosiego hacia la casa del ciego: era ésta una bella y pequeña construcción de Bello y Reborati contigua al Parque Rodó. Adentro, al costado de la entrada, había una hermosa y retorcida escalera de madera que llevaba a la segunda planta. Eunice suspiró de alivio cuando el ciego le propuso ir al jardín por el costado contrario. Felizmente, la vieja escalera de roble no crujiría con Eunice. En el jardín, el diligente ciego lo había preparado todo: allí se encontraban las podadoras, los guantes de trabajo, las mangueras y demás implementos de jardinería. Reposaban junto a una moderna escalerilla de metal, fuerte y resistente, de las que venden en ferreterías y bazares. Aquello llenó de alegría a Eunice que se puso a trabajar con ahinco. 5 Hasta el atardecer, Eunice y el ciego organizaron las enormes enredaderas y los racimos de Santa Ritas. Era agosto pero casualmente aquel año se vivía un tibio veranillo y Eunice acabó la jornada llena de tierra y polvo estampados en el sudor. Ya llegaba el crepúsculo. El ciego propuso a la acalorada Eunice que se duchara en el baño de la planta baja, contiguo a la cocina. Trajo, presto y comedido, grandes toallas blancas bordadas con unas cursivas iniciales. Eunice estaba agotada, aunque se sentía liviana y contenta, y sin pensarlo demasiado , accedió. Cerró la puerta con tranca, se quitó la ropa de trabajo, y luego de observarse un tiempo en el espejo, abrió la humeante ducha y se metió. Eunice se hallaba de alguna medida colmada de una tibia dicha, y bajo el estruendo de la gruesa ducha, comenzó a tararear una canción. Pronto cerró los ojos bajo el agua, que caía a chorros sobre su ancha nuca. La fuerza de la ducha caía con ímpetu sobre la vieja bañera de porcelana, produciendo cierto estruendo. Súbitamente, el tarareo se convirtió en alarido. Dos manos extrañas, tenaces y voluntariosas, se hallaba palpando intrusas el enorme cuerpo de Eunice bajo el agua. Eunice temblando comprendió en un instante confuso: el baño, según la arquitectura de las viejas casas, tenía dos puertas. Una de ellas había quedado sin su correspondiente tranca. El terror de Eunice la inmovilizó. Aquel hombre ciego que se empapaba las ropas bajo la ducha y que estaba recorriendo con ambas manos la gran extensión de carne del cuerpo de Eunice, compuesta por sus muslos, su vientre promimente, sus rollos bajo las axilas, sus senos sobrenaturales, estaba descubriendo asombrado Seixo Review 7 que ella era poseedora de una inmensa gordura. El agua chorreaba por los lentes oscuros del ciego, pero este no interrumpió su sagrada labor: sabio, realizó un reconocimiento minucioso del cuerpo de Eunice, mientras afuera la noche se ganaba definitivamente al crepúsculo. 6 Durante seis meses Eunice concurrió cada domingo a realizar trabajos de jardinería a la casa del ciego. Llegó el verano y los jazmines explotaron de aromas, los rosales trepados a la pared estaban más rojos que nunca y el viejo magnolio del centro del jardín parecía dominar el aire de toda la ciudad. Eunice ya no temía el crujido de la vieja escalera de roble. Luego de llenar la casa de perfumados ramos, el ciego y Eunice se dirigían al gran dormitorio de la planta superior, que tenía en su centro una cama con una cabecera compacta de oscuro cedro, sobre la cual se apoyaban los simétricos rollos de la espalda de Eunice cuando el ciego reposaba con el rostro casi escondido entre los gigantescos senos. A las cinco de la tarde sonaba el timbre y llegaba el pedido de la confitería Esmeralda que ahora el ciego realizaba cada domingo. Traía el cadete un surtido de sandwiches olímpicos, saladitos de palmita con roquefort y nuez, bocaditos de queso y guinda, cestitas de palmitos con salsa golf, canastas de mayonesa de aceituna, rollitos de jamón con cabellos de ángel, pequeñas croquetas aún calientes de jamón y queso, empanadillas de hojaldre rellenas de atún y , luego , una magnífica bandeja de masitas compuesta por bombitas de chocolate, de sambayón y de crema, tartas de frutilla, de ananá y de kiwi, trufas, milhojas, cañones de dulce de leche y gelatinas. Eunice comía y acariciaba la frente del ciego, que ya no usaba sus oscuros lentes y dejaba al aire libre la imagen de sus pupilas desvaídas y asimétricas. No hablaban demasiado. 7 Un domingo al atardecer, cuando Eunice ya estaba dispuesta a movilizar su enorme cuerpo de la cama para vestirse, el ciego le comunicó que en quince días partiría para Cuba. El grueso pecho de Eunice quedó petrificado, sin emitir palabra. El ciego llenó el silencio explicando a Eunice que allí sería sometido a un tratamiento y a sucesivas operaciones, durante cuatro meses, que posiblemente hicieran que recuperara la vista. Existía un sesenta por ciento de posibilidades de que ello fuera así y, lleno de 8 esperanzas, el ciego hablaba a la vez que sonreía. Eunice alabó el proyecto, llenó de elogios el entusiasmo del ciego, lo alentó y rodeó con sus espléndidos brazos, pero adentro de su cuerpo, bajo las diversas capas de grasa, su corazón se encongió como el de un pollito. Al despedirse de Eunice, en el morisco zaguán de la casa Bello y Reborati, el ciego no logró percibir las lágrimas que por el rostro de ella bajaban. Cuando se cerró la puerta con un grave chirrido Eunice odió al destino que estaba siéndole, una vez más, tan cruel. Se encaminó a su casa por el costado del lago del Parque Rodó, lenta como una centenaria tortuga. En unos pocos meses, pensaba apesadumbrada, el hombre que acababa de abrazarla podría verla, tal como era, grotescamente gorda. Aquel cuerpo deforme y gigantesco abarcaría el espectro de sus redivivos ojos. 8 Al día siguiente de marchar el ciego hacia Cuba, acompañado por una anciana tía, los 114 kilos de Eunice se dirigieron a una clínica para adelgazar. Todos los ahorros que había acumulado en una cuenta desde que trabajaba en la tienda de plantas se fueron en pagar el tratamiento. Allí le aseguraron que no tardaría en bajar diez kilos por mes. Además de los rigores de una dieta inenarrable, Eunice debía pasar el día bebiendo sorbos de agua y caminar varios kilómetros desde la madrugada hasta el momento de abrir la tienda. Por las noches, debía concurrir a un gimnasio donde se erigían aglomerados de aparatos que seres ensimismados y sudorosos se empecinaban en mover y mover. Tenía además que envolver sus grandes muslos, caderas y vientre en unos nylons, debajo del equipo de lycra, para transpirar aún más sin alivio alguno. La clínica de adelgazamiento le enviaba dos veces por día las viandas empaquetadas con las calorías cuidadosamente calculadas: habían eliminado de las comidas todo rastro de sal, de aceite, de harina. Un médico con rostro de hamster inspeccionaba a Eunice cada semana, la auscultaba, le miraba los ojos y le hacía unas preguntas rutinarias. Aunque todos los clientes de la tienda le preguntaban atemorizados si no se sentía bien, el médico con cara de hamster le aseguraba que los resultados del tratamiento estaban desarrollándose en forma excelente. Los sábados y domingos Eunice hacía gimnasia frente a la luna del ropero. Cada media hora descansaba quince minutos echada en su vieja cama. En bombacha y soutien, se atisbaba el cuerpo , se lo palpaba, abría Seixo Review las palmas de las manos en toda su extensión sobre sus naldas y abdomen, y percibía , silenciosamente, secretamente, la metamorfosis, el devenir,la huída de su cuerpo hacia regiones del pasado perdido. A los tres meses y medio Eunice se acostaba en la cama, de costado, y podía divisar ya el hueso de la cadera, allí, prominente, luego de tantos años de haberlo perdido de vista entre capas soterradas de grasa. De pronto descubrió que por la calle ya nadie la miraba con asombro. Un día, fue una boutique y se compró un par de pantalones de una talla normal. Al correr un ómnibus, consiguió detenerlo, llegar a tiempo antes de que arrancara. Los pasajeros podían sentarse al lado de ella sin que se hallaran perturbadoramente incómodos. 9 castañas fijas y penetrantes. Durante un tiempo nada dijo, esperando que fuera aquella mujer la que se diera a conocer. Ella sonrió, temblorosa y pálida: tardó algunos instantes en explicar que era Eunice, que era la mismísima Eunice, que había aprovechado la ausencia y la espera para decidirse a adelgazar. Su voz había perdido el característico jadeo de la presión de las capas de grasa y ahora fluía, contra el sonido de los pájaros del Parque Rodó. En el rostro escrutador de aquel hombre que durante dieciséis años había sido ciego, se perfiló una sombra de desánimo. Rígido, parecía no decidirse a invitarla a pasar. Finalmente lo hizo, pero aquello no fue más que una fórmula de simple cortesía. Un atardecer sonó el teléfono de la tienda y al atender Eunice reconoció la voz del ciego diciéndole que ya no era ciego. Hecha un solo temblor, Eunice combinó con él una visita a la casa Bello y Reborati, como antes. El le dijo que en todos estos meses las hierbas del jardín habían crecido desmesuradamente y que era necesario fertilizar las flores y quitar malezas. Era otoño y aquel domingo Eunice no llevó ropa de trabajo sino un ligero vestido de algodón blanco que apenas le tapaba las rodillas. Cuando alzó la mano menuda para apretar el timbre de bronce, cruzó como alada por su memoria la imagen de sus dedos rollizos realizando ese mismo gesto, apenas un año atrás. El abrió la puerta, y en su rostro lucían unas pupilas Fotografia de Robert Yabeck Andrea Blanqué (Montevideo,1959), ha publicado cuatro novelas: La Sudestada (Planeta, 2001) Premio Revelación Bartolomé Hidalgo, La Pasajera (Alfaguara, 2003), finalista del premio Juan Carlos Onetti, con cuya traducción al alemán fue ganadora del Premio Liberaturpreis 2006 para escritoras de Asia, África y América Latina en la Feria de Frankfurt. Su tercera novela es Atlántico (Alfaguara, 2006) y su cuarta novela Fragilidad (Alfaguara, 2008). También ha publicado tres libros de cuentos, entre los que se destaca La piel dura (Planeta, 1999), al cual pertenece el cuento “Inmensamente Eunice”, que se ha publicado en antologías en varios idiomas. También es autora de tres libros de poesía. Escribe habitualmente artículos sobre escritoras y escritores en El País Cultural. En 1981 obtuvo una beca para estudiar Literatura en España, donde residió hasta 1987, fecha en que regresó a Uruguay. Seixo Review 9 Feixes de lenha luísa COELHO Há dias assim em que pela beira da estrada empoeirada caminham em fila enormes cabeças enfeixadas de lenha cabeças plastificadas de água azul amarela encarnada, corpos de mulheres embrulhados em cores sem rostos sem neurastenias sem depressões sem histerias nem prostrações. Esses dias assim, são todos os dias. 10 Seixo Review Tanto peso na cabeça luísa COELHO Como consegues caminhar com os pés descalços sobre as águas dos esgotos esgravatar os restos de comida no meio do lixo dar o seio murcho ao filho que vai morrer abrir as pernas à violência do bêbado beber a água que a terra não quis sobreviver à febre picada na pele comer o peixe coberto de moscas dançar as mágoas na areia da praia à lua cheia limpar as ramelas dos filhos com o teu próprio cuspo lavar a roupa sem água limpa fazer-te bonita sem a magia do espelho catar os piolhos nos cabelos dos outros dar força aos mais velhos na caminhada dormir num chão de baratas e ratos parir um filho por ano enterrar as pernas das crianças que saltam nas minas saciar a fome dos mais novos nos teus seios transportar tanto peso na cabeça esboçar um sorriso quando te pergunto o preço das mangas abre-me os olhos, mulher, explica-me como consegues porque há dias em que sou eu que não aguento. Seixo Review 11 Cacimbo luísa COELHO E de repente é como se tu ainda ali estivesses: g vejo o sal do mar a sair-te em cacimbo pela boca e o rosa do flamingo a voar no teu olhar. Luísa Coelho, portuguesa nascida em Angola, é Licenciada em Filologia Germânica, Mestre em Filosofia Política, e Doutorada pela Universidade de Utrecht na Holanda. Ensinou língua e literatura portuguesas em vários países da Europa. Leccionou durante cinco anos na Universidade de Brasília e, desde 2006, é professora na Universidade Agostinho Neto em Luanda. Tem publicadas obras de ficção em Portugal, no Brasil e nos EUA e é autora de vários artigos de análise e crítica literária. 12 Seixo Review CARAVAGGIO, UM ESBOÇO amadeu BAPTISTA e Eu sei, há uma diferença indizível entre o que ergo na luz das minhas telas e a vida, sob o fulgor do anjo a transfiguração é mais surpreendente, embora deste lado seja ainda mais sombrio tudo o que dói, o coração, o que deseja o corpo e o corpo impõe, os sobressaltos do mar, o olhar tão infinitamente cansado sobre as coisas. Mas o que faço, Jerusaleme, é apenas seguir a intuição de que alguma grandeza há nesta aventura, uma dor insuportável por mais suportável que pareça, um grito entre uma escolha e outra, com a nítida certeza de que a um outro inferno corresponde esta sombra sublime, este vermelho brutal a que uma papoila moída deu lugar. Neste lado do mundo pouco espero, ou só aguardo um tempo em que do génio possa subtrair outra palavra para poder ampliar a noite com uma outra emboscada, um outro golpe sobre o que advém da eternidade e se consuma enfim na prega de um vestido, uma janela aberta, o intenso vigor de um homem que passa carregado de pão e de tristeza. Por isso, quando passo entre os esconsos lugares da minha vida bem pouco mais do que ruínas me sitiam na extenuação de que venho e de que sou, embora haja ainda um sorriso a iluminar-me a face. 1 Depois de mim virá quem diga que a tristeza dura sempre e sei que é no espírito que um homem se absolve ou se condena pelas acções que ousa, independentemente de uma maior porção de negro na brancura ou o brilho obscuro de um punhal. Ainda assim, Jerusaleme, nessa lacuna esplêndida, nesse intervalo 1 Cf. Van Gogh: A tristeza durará sempre Seixo Review 13 entre o que pertence à treva e o sangue corrobora, algo divino irá permanecer, maior que uma chama que se extingue ou menor que uma cor que se não sabe explicar. Desse mistério sou. E nenhum outro nome hei-de inscrever no ramo desta árvore que as aves invadiram porque me nego a acreditar que não seja dessa árvore a minha própria sombra e dessas aves o sortilégio que alastra nos meus olhos e abre o meu olhar à eternidade. Volúveis e precários, ao acaso da vida nos entregam. E bem maior que nós é o medo de aqui estarmos ungidos por uma força que um fumo estabelece sobre as nossas cabeças. Mas esse fumo é sinal de uma fogueira que pertence a uma estrela que é nossa testemunha e pode confirmar quem somos e não somos nesta casa e quantas dúvidas dissipam e concentram as dúvidas de que a alma se reveste para que a obra nasça e o enigma reproduza além de nós um outro enigma. Eu creio-me imortal, Jerusaleme. Por mais silêncio que venha sobre mim e mais vazio se concentre sobre as mãos que abandono à lassidão do mundo, por miserável que seja o destemido amor que sofregamente procuro entre o comércio de um moeda e outra, perduro no que faço e perdurando venço quem quer que se proponha assassinar esta firme presença no universo, roubando tudo a que um cadáver não mais é do que sagrado, entre filhos e pátria e amor e ofício, e tudo o que sempre está predestinado aos predadores abutres da carniça humana. A arte louvo, por tão difícil arte ser o seu exercício entre os que redimem a salvação por que jamais nos salvaremos. E dessa arte eu sei que chegará, mais do que a ressurreição dos mortos e dos vivos, uma outra harmonia sobre o que deslumbra e irrompe entre nós em benefício de nos encontrarmos a sós perante o firmamento e nessa solidão experimentarmos o êxtase e a vertigem. Esse in anima, Jerusaleme. Nunca nada, jamais, foi impossível àqueles que acreditam e que amam. 14 Seixo Review CARAVAGGIO: A MORTE DA VIRGEM amadeu BAPTISTA b Ela é a virgem, embora tenha conhecido muitos homens e os seus filhos peregrinem pelo mundo com lágrimas nos olhos por não terem mãe. Já cadáver, encontrei-a no Tibre, e trouxe-a para aqui para a pintar, sabendo que os frades não me irão indultar a ousadia – hão-de dizer que a tela é indecorosa e que no meu trabalho nunca largo o escândalo que me é próprio, sempre tocado pela lascívia. Na bacia de cobre está um preparado com vinagre para lavar o corpo da defunta, sendo que aos pés da morta é Maria Madalena que se vê, com a cabeça caída sobre o peito por ser fundo o desgosto de ver a amiga morta – tinham chegado a Roma há muito tempo e conheciam-se de pequenas aventuras nas tavernas, sendo que às vezes partilhavam a cama e os clientes, ou, sendo caso disso, uma manta no Inverno, ou algum pão, escasso, o mais das vezes. Seixo Review 15 No centro da pintura estão três apóstolos. A razão por que um deles está estupefacto e ergue a mão direita tem a ver, somente, com o drama de a morte ser injusta, usurpe alguém divino, ou um miserável que não tenha onde cair morto. Mateus, de todos os apóstolos o mais sábio, porque estudou nos livros e na vida, sabe que não há bálsamo eficaz para quem parte, por muito que tenha já sofrido; por isso, o represento assim, inconformado, com uma mão aberta, e outra fechada: a vida é tudo o que nos resta estando vivos – o que vem a seguir nunca se sabe que dimensões comporta, mesmo que haja luz no outro lado e a promessa de bondade seja cumprida. Ao lado de Mateus, pintei Tiago, que presume que a mulher não faleceu, mas só se encontra adormecida – se deu à luz, um dia, e os seus filhos estão aí a comprová-lo, ainda que dispersos pelo mundo, é porque o transe da morte ultrapassou, e dorme, apenas, para que conheça a eternidade e influencie o céu com a sua doçura perene de mulher. O outro é Lucas, que, a olhar em frente, está a tentar compreender o que é um corpo, essa engrenagem obscura, que, sem álibis, nos reflecte os métodos de Deus – que dá, a cada um, um modo de sorrir e de chorar, um modo de sofrer e de amar, um modo de nascer e de morrer. Atrás dos três apóstolos, está disposto o mundo 16 Seixo Review – é gente que encontrei pelos mercados e, em silêncio, dá testemunho de que há na terra um tempo em que se deve duvidar do que é certo, sendo que certa há-de estar sempre a morte, mas, também, o trabalho que aguarda pelas nossas mãos, na oficina, nos campos ou em casa. Um é curtidor de peles, outro negoceia cereais e vinhos, outro faz cestos, e vende-os pelas praças, outro é talhante, um outro é ferrador e é barbeiro, outro é astrónomo, outro copista, outro é soldado, e outro pede esmola nas vielas, a gritar a quem passa por piedade. O mundo, pois. Onde esteja a morte é bom que um pintor figure o mundo, para que no jogo de sombras fique incluso esse jogo mais duro do confronto com a realidade, onde o próprio veludo tem cores cruas. É isto que os frades me não perdoam – o meu desassombramento perante o mundo, a concisão patente no que faço, chamando-lhe indecência e insinuando que vesti de vermelho esta mulher por gozo pessoal e por volúpia. Não é verdade. Antes de mais, porque a encontrei assim. Depois, porque pensei que numa mulher não há pecado, seja ela quem for e de onde venha. Por último, porque tratando-se da virgem, só mesmo o sangue a pode vestir, o sangue espesso e forte, de modo que quem olhar esta pintura saiba o que vê, imediatamente: uma mãe que o sofrimento jamais abandonou, Seixo Review 17 em tudo o que viveu – os perigos que há ao dar à luz, a fuga para o Egipto, a ameaça concreta no Sinédrio, a árdua resistência necessária para perscrutar em qualquer cruz a iniquidade que o destino alcança. Inchado, maculado, desfigurado tem o seu rosto esta mulher morta, adormecida. E eu sou Caravaggio, que luto, denodadamente, com a arte para que a tragédia, sagrada ou profana, se represente igual à sua gravidade, cantem, ou não, os anjos as hossanas, goste-se, ou não se goste, do que faço. A vida é turbulência – e é assim que chega às minhas telas, e é assim que o que pinto, entre claros e escuros, me proclama. Amadeu Baptista nasceu no Porto, a 6 de Maio de 1953. É membro da Associação Portuguesa de Escritores e do Pen Clube Português. É autor de vários livros de poesia, sendo os mais recentes: Poemas de Caravaggio – [Prémio Nacional de Poesia Natércia Freire, 2007 e Prémio Literário João Lúcio], prefácio de Joana Ruas, Maia, 2008 Açougue – [Prémio Espiral Maior, 2008], Corunha, Espanha, 2008 Os Selos da Lituânia – [Prémio Edmundo Bettencourt/Cidade do Funchal – 2008]. Infanto-Juvenil: Os Cavalos a Correr, Vila Nova de Gaia, 2008 O Sonho do Elefante Tomé, Porto, 2009 Organizou várias antologias. Colaboração dispersa em jornais, revistas, livros colectivos e antologias nos seguintes países: Argentina, Brasil, Chile, Colômbia, Costa Rica, E.U. A., Espanha, França, Grã-Bretanha, Itália, México, Portugal, Roménia e Uruguai. Poemas seus foram traduzidos para alemão, castelhano, catalão, francês, hebraico, italiano, inglês e romeno. Recebeu vários Prémios literários em Portugal, Espanha e no México, entre eles o Prémio Internacional de Poesia Ibérica, em 2008, pelo seu livro Sobre as Imagens. 18 Seixo Review © Eduardo Bettencourt Pinto MI TRAVESURA FAVORITA balbina RIVERO L as monjas nazarenas habían hecho conmigo un trabajo excelente, me pulieron como a un diamante, con un tallado perfecto, según mi marido. Materia prima sí que tenía y mucha. E …, mi esposo, supo verlo desde el primer instante que me vio y no escatimó dinero hasta conseguir mi sofisticación. También yo puse mucho empeño aunque, si he de ser sincera, no me costó demasiado esfuerzo. Tal vez lo que más tardé en hacer con naturalidad fue caminar con tacones y usar los cubiertos. No en vano mis primeros diecisiete años los había pasado descalza y comiendo cómo y cuándo podíamos. Recibir invitados, servir una mesa para diferentes celebraciones, economía doméstica, tratamiento correcto para cada personalidad, el secreto de una sonrisa, el valor de saber desviar o cambiar a tiempo una conversación en un momento de tensión, organizar una fiesta, elegir la ropa y complementos adecuados para cada ocasión, todo eso y mucho más me enseñaron las monjitas nazarenas en seis meses de trabajo exhaustivo. Cuando consideraron que su obra estaba finalizada me entregaron a E … con expresión triunfal y en espera de su aprobación. E … se había enamorado de mí (o de mi cuerpo) y del fuego abrasador que descubrió cuando me poseyó en un rincón de la finca de mi antiguo jefe, allá en Andalucía, bajo los efluvios de un arrebato pasional. Él me atrajo con su mirada hambrienta y prometedora y yo me acerqué como una palomita atraída por la luz. Había comenzado besándome tímidamente, como averiguando mi reacción, para después seguir con mayor vehemencia. Me quedé muy quieta mientras él recorría con sus labios primero mis dedos y luego mi cuello. Se detuvo turbador en mi canalillo profundo donde sentí por un instante la punta de su lengua ardiente. Me quemé las alas, pero pude realizar mi vuelo a Tenerife, donde permanezco dueña y señora de la voluntad de E … a pesar de los años transcurridos. De labradora en los campos más pobres de mi tierra pasaría a ser la esposa de uno de los exportadores más ricos de Tenerife. Desperté la envidia de las jóvenes casaderas y de sus madres y la admiración de los padres y esposos. E … me exhibía orgulloso, es mi mejor y más valiosa posesión, aseguraba. Me ha permitido todo, me ha malcriado. El lunes de carnaval de 1975, celebrábamos en casa la fiesta de cada año. Amigos y conocidos esperaban ser invitados, pues asistir era sinónimo de ser alguien en la Isla. Con anterioridad había venido a pasar unos días con nosotros mi querido y admirado César, como era costumbre en él desde hacía años. Fue mi cómplice y el artífice de la obra de arte que escandalizó a mis mojigatas invitadas. Al sexo opuesto no le disgustó mi idea, más bien diría que todo lo contrario, aunque tuvieron que disimular ante las manifestaciones de asombro y quejas de sus esposas. Como es lógico, en una fiesta tan carnal yo quería mostrar toda la que tenía, pero con arte y elegancia. Por eso ideé lo que mi inteligente amigo ejecutó a la perfección. César y yo habíamos simpatizado desde el primer momento que nos presentaron. Él seguía luchando por conseguir en su tierra el reconocimiento y prestigio de Seixo Review 19 que gozaba en Europa y en América y yo trataba de encontrar mi lugar en una sociedad que no sentía como mía. En la finca de Tacoronte, compartimos largas tardes de charla e intercambiamos confidencias de nuestros avatares vividos. Sentados en el banco que está junto al granado urdimos nuestra pequeña travesura, que más tarde se convertiría en el, ¿pequeño?, escándalo, que tanto nos divirtió. Nada me estaba vedado pero, por respeto a E …, procuraba ser lo más prudente posible. No siempre lo conseguía, había en mí una extraña atracción a escandalizar a las no poco pacatas señoras que he tenido que recibir en casa. Algunas nunca aceptaron mi matrimonio, pero por intereses diversos se tragaban su desprecio y yo, siempre que podía, las ponía a prueba. Esa mañana E … llamó para decir que no vendría a comer debido a un compromiso de trabajo por lo que César y yo, durante el almuerzo, nos divertimos mucho conspirando contra casi todos mis invitados e imaginábamos el efecto que causaría nuestro atrevido proyecto. – Un ratito de siesta y luego manos a la obra, ¿te parece, César? – confirmaba más que preguntar. – ¡Claro, querida! Me tienes a tu disposición. Estoy impaciente por ver la cara que ponen todas esas víboras. – ¿Te parece bien el motivo que te dije? – insistí. – Es perfecto, no hay que buscar más. El cachondo de tu marido es el que va a disfrutar como un enano. Ya lo imagino con el cogote colorado corriendo tras de ti. ¡Pobre hombre! – No seas cruel, cada cual tiene sus debilidades. – No sé cómo no le das una dosis de bromuro en el desayuno, hija, ¡qué semental! – ¿Estás celoso, César? – Calla, querida, no seas perversa. Quién no quisiera tener un amante tan vigoroso como el que tienes tú. – Está bien, está bien, dejémoslo. Vamos a tomarnos el café a mi rincón – le sugerí. Descansé durante varias horas, tuve tiempo para dormitar y para perderme en largas y farragosas meditaciones. Perezosamente gasté la tarde hasta que llegó el momento de revisar la depilación de las axilas y el pubis, el resto de mi cuerpo es por naturaleza lampiño. Siempre tengo el aspecto de una niña porque la vegetación de mi monte es escasa, como de alta montaña y, como me gusta así y a E … también, impido la repoblación del bosquecillo. Él me llama “mi egipcia”, por eso y porque mi pie posee esa rara cualidad conocida como pie griego y que yo me empeño en llamar pie egipcio, como los que tenían la dinastía de los faraones. Prolongué el baño, disfrutando de los perfumes y espumas, más tarde, César me diría, 20 “querida, hueles como un jardín entero”. Ya atardecía cuando me tendí en el diván de damasco rosado para que él pudiera trabajar cómodamente. La luz diurna ya no era suficiente y encendió la lámpara del techo, la auxiliar que estaba en un rincón, junto a mi sillón de lectura, y un flexo que trajo del despacho de E … Para un artista de su talla fue como cantar bajo la ducha aunque yo me porté como una cría, se lo puse un poquito difícil. Los pinceles me hacían cosquillas y no estuve quieta ni cinco minutos, no paré de reír. – No quiero que me vea ahora – le pedí a mi amigo cuando oí que llegaba mi marido-. Sal y dile que no nos interrumpa – le supliqué mimosa. César salió y no sé con qué argumentos, pero escuché los pasos de E … que se alejaba. – ! Qué caprichosa eres, querida! – me dijo a su regreso. Los invitados empezaron a llegar y E … los recibió como le había pedido que hiciera. Aún no le había contado mi secreto. Quise que fuera una sorpresa para todos. Delante del espejo me contemplé una vez más antes de bajar. Fui deslizando la mirada por mi cuerpo demorándome en la doble curva de mis senos, que por obra de César y mi audacia se habían convertido en dos hermosas colinas atravesadas por un navegable río de aguas azules. Lo surcaba un hermoso velero empujado por una brisa favorable a su destino. La inacabable curva de mis caderas, mi vientre y mis sinuosas piernas, habían sido invadidos por una vegetación selvática. En un claro, hasta donde se filtraba un dorado rayo de sol, un loro estaba posado en una rama. Con la cola me acariciaba el ombligo y su curvo pico permanecía en mi hendidura vaginal. Como un colibrí, libaba el néctar de mi flor más íntima. Por detrás lucía mi aterciopelada piel morena, sólo me pintó un hibisco rojo, donde termina la espalda. Cubrí la obra de arte de César sólo con una fina túnica de gasa transparente de color marfil. Bajé del brazo de mi amigo y cómplice, que vestía una capa blanca de grueso paño, que a mí se me antojaba un fraile escapado de una pintura de Zurbarán. Mi tardanza había despertado la curiosidad, tanto de E … como de los invitados. César y yo, entramos complacidos y orgullosos de nuestra ocurrencia. Nuestro gozo llegó al límite cuando se silenciaron las risas y charlas de los presentes para contemplar a la vestal de la casa. Iba descalza, emulando a Isadora Duncan, luciendo mi empeine de princesa, según E … – ¡Genial, fantástico! – exclamó Balbina cuando se acercó para saludarme-. Original disfraz. ¡Estás espléndida! – me dijo entusiasmada, sabedora del escándalo Seixo Review que se originaría. Tras ella estaba la mirada estrábica, por la emoción y la glotonería, de mi marido. – Con que era ese tu secreto, niña mala. Me has tenido todas estas horas privado de ver todo ese follaje. Lo pagarás caro – me dijo al oído con la voz entrecortada por la fuerza del deseo, besándome en las mejillas y en la mano. Tampoco esta nueva travesura quebró su incondicional veneración por mí. Muchas señoras palidecieron y otras se sonrojaron, más de envidia que de vergüenza, ¡estoy segura! Revoloteé por entre los invitados con mi mejor sonrisa, sin importarme que más de una señora no supiera disimular su puritana incomodidad ante mi artístico disfraz. Con ellas fui más amable, si cabe, les dediqué más tiempo, me interesé por su prole o por su nueva labor social en la parroquia. Sus maridos fueron especialmente vigilados aquella noche y ni un burro con orejeras habría tenido el campo de visión tan limitado. Me moví entre mis invitados ajena a todo lo que no fuera mi papel de amable anfitriona y mis deseos de pasarlo bien. Poco a poco se fueron serenando los ánimos y la fiesta adquirió apariencia de normalidad hasta que sonaron las notas de un mambo y me apresuré a bailarlo. Cerré los ojos al mundo físico y me abrí al de los sentidos. Voluptuosamente me moví al ritmo de las notas de Que rico mambo, que llenaban el salón. Olvidándome de los presentes, que habían formado un círculo a mi alrededor, dejé que mis pies alzaran el vuelo y mis caderas se mecieran sinuosas. Cuando finalizó la pieza, mientras me aplaudían, como si yo fuera la estrella de la noche, mi marido se me acercó y me dijo al oído. – Cariño, concédeme unos minutos, ya no resisto más la presión de tu juguete favorito. Le mire a la entrepierna y vi que tenía la carpa levantada. Me acerqué hasta que nuestros cuerpos se rozaron. – Sígueme – le pedí mientras le hacía un guiño. Le complací largamente. La cercana biblioteca nos sirvió de refugio y sobre la mesa, E … pudo perderse entre el follaje de la selva tropical sin temor a que el loro le picoteara su querido instrumento. Aquella noche, cuando ya se hubo marchado el último invitado, E … repitió, esta vez en nuestro dormitorio, y esparció por dos veces su simiente. Balbina Rivero nació en Granadilla de Abona y reside en Santa Cruz de Tenerife desde adolescente. Ha publicado en la revista literaria Entrelíneas y en los periódicos Diario de Avisos y El Día. Entre sus obras cabe destacar: Ya nada es igual, Aires del sur y del este, Pipo, La rebelión de las vocales, Una dosis diaria (de lectura), Óscar & Óscar, Ella Confiesa, (cuentos eróticos), Luis diego Cuscoy, maestro y poeta, Doce horas para quince años, Inextricable, Fela, amiga y maestra … los poemarios: Ausencias, Levedad del ser … Viaje por la vida es un libro de aforismos. Participó en las tertulias de Teidevisión y Azul televisión, en varias emisoras de Radio y, actualmente, los domingos, tiene una sección en el programa “Entre nos”, Radio Millenium, titulado “Guiños literarios”. En los Jueves Literarios de la Librería del Cabildo. Imparte charlas para jóvenes en Centros Escolares y ha sido miembro de diversos jurados. Ha colaborado en diferentes recitales poéticos y ha participado en varias ediciones de la “Feria del libro infantil y juvenil” de Tenerife, Fuerteventura y Valdemoro, Madrid, y en sucesivas ediciones de la Feria de la Edición Canaria. Seixo Review 21 L 22 osada hadn’t allowed us time to rest. After the battle against Guacaipuro, we had marched to the east along the banks of the river San Pedro under the threat of renewed attack. With herculean effort, we moved the thousands of animals through the treacherous terrain. But at least the fog had lifted. We had been descending the mountainside for a couple of days now. The beauty of the landscape lifted my spirit, for it reminded me of the love that had created it: soft green undulations as far as the eye could see, and before us the confluence of the rivers San Pedro and Guaire. To the west was the valley of Juan Jorge, named by Francisco Fajardo, the half-blood conquistador who had founded the first settlements – the valley of San Francisco and the village of El Collado on the seaside of the mountain range. To the first we were bound, although nothing of it – or of the other – remained, for Guacaipuro, Terepaima and Guaicamacuto had seen to that. We left the coolness of the mountains and descended to a valley. A village appeared before us, with extensive sown fields. The men sung praises to God, knelt and gave thanks, crossing themselves and kissing their crucifixes. I doubted the inhabitants of the village shared our jubilation. People ran hither and thither, women gathering children, men preparing for the worst. Losada ordered the cavalry into tight formation and signalled the march before the enemy had time to react. “They aren’t leaving!” said Gregorio. “No, I don’t think they will,” answered Panfilo, holding his pike in one hand and poking his nose with the index of the other. “The fields are blooming. They fear we may kindle them.” He chuckled. And why shouldn’t they, I thought. No doubt they had got wind of what they could expect. Or Panfilo was recalling earlier exploits. “Straighten up, Spaniards!” roared Losada, looking back. “Let them not see us tired! Carlos, by my side!” Tamanoa trotted to take position. Losada regarded him, then turned and shot Panfilo a withering glare. Panfilo concentrated on rolling the results of his nose-picking between his thumb and forefinger. Losada sat tall, squaring his shoulders under his corselet and flexing his neck to loosen the muscles. As we approached, five men came out to meet us, scowling, armed, but holding their peace. The one in the middle carried a large, neatly woven basket filled with fruits and casaba, which he heaved toward us. Silky black hair cascaded over their shoulders, and red loincloths covered their privates. I stood behind the double line of horses. The Indians were tall, and I could peer at their faces between the horses’ necks. “Ask them the name of their cacique,” ordered Losada. Tamanoa stepped forward. The Indians flinched at his mutilated Seixo Review face. Speaking steadily, he delivered the message. I understood him, but could only catch a few words of the answer; the language sounded different. “His name is Macarao, and he welcomes us. He invites us to rest in their houses and to accept their food. Your animals can stay in the clearing over there; they will provide them with forage.” “Tell him I am much obliged to be allowed to show him the advantages of my friendship, that I haven’t come to kill or punish those who do not provoke my anger with wars or treason. Tell him I promise his village won’t be damaged, nor his fields touched. Tell him.” We were invited to enter. Losada dismounted and the others followed suit, but he stopped them with a gesture of his hand. “Infante, Ávila, Galeas, Maldonado, Pedro and Rodrigo Ponce, Gregorio de la Parra, with me. Ten harquebusiers and ten pikemen, come forward as well. Carlos.” He snapped his fingers, then turned to me. “Friar Salvador, if you please, come with me. The rest of you, stay where you are, don’t let your guard down. It wouldn’t be the first time they welcome and then betray and kill. Keep an eye on your surroundings. At the first sign of trouble, Juan Suárez, sound the charge. All of you! Diego de Paradas will command in my absence. Camacho! You are second. Good luck and may God be with us.” “Harquebusiers, check your priming!” yelled Diego de Paradas. Losada put a hand on the hilt of his sword at his hip, as if to reassure himself. Behind him, the harquebusiers grabbed their powder flasks and rammed the charges down the muzzles. Losada faced the Indian settlement. A flock of parrots cawed overhead. He glanced upwards, sniffed, then raised the tip of his beard and marched on, cocking his head as he walked past me. “Take good account of everything, Friar Salvador. I have a mind to have you write a record of this expedition.” He had used me as clerk before, to write letters, but recording the expedition was at once a great honor and a great responsibility. I nodded. The Indians stepped aside as we entered. They stared at my feet and then at the rest of me, for I was the only barefooted Spaniard, let alone one wearing a frock. Infante still limped on account of his fall in the battle against Guacaipuro; his bearing, though, was as fearless as ever. I admired the orderly arrangement of the village. The streets were smooth under my feet, the houses skillfully made. Earthen pots steamed over the embers of fires; hammocks were neatly distributed; baskets and heads of plantain hung from the wooden structures. Strings of yarn were stretched over primitive looms. On the sloping thatched roofs, dozens of round casaba cakes dried in the sun. Human and animal skulls and bones hanging among the baskets and plantains reminded me of macabre tales of cannibalism. The inhabitants were carefully groomed in their savage way. Their hair was smooth, their skins painted with curious designs and adorned with necklaces and sashes. I saw girls with flowers in their hair. We were led through a street that ended in a big, empty space of rectangular proportions. Macarao sat on a carved wooden stool, which resembled a panther. Flanked by twenty warriors, bows in hand, pointing down though half-drawn, he motioned us to approach. One of the men that had come to greet us approached Losada. Tamanoa translated. “The cacique Macarao wishes to know how he can serve you.” Losada took out a leather bag and poured into his cupped hand a shower of colorful beads and bells that tinkled their way to the ground. The Indians gasped. A boy rushed over to pick one up, and a group quickly gathered around him. Then another approached, and another. Macarao scowled. He was polite but distrustful. “Tell him we and our horses are hungry.” Losada’s eyes travelled over the fires. Macarao nodded and barked orders for the preparation of food. The women scattered. “The horses will be taken later to the river, tell him that.” Macarao clapped and ten maidens appeared. “The cacique says that the food is being prepared, and he would like to offer you these women for your men. But the rest should be left in peace.” “I am much obliged to him.” Losada bowed. “I will write to the king and tell him about the good people of the cacique Macarao. Tell him that Phillip II is king by God’s will and the most powerful king in the whole world, and he is king of Macarao, too.” Seixo Review 23 Something dark crossed the cacique’s countenance. He was an older man of indeterminate age – Indians do not grow grey. His eyes were like slits cut into taut hide, black and unreadable. There was a long silence, during which both men stared at each other. The cacique spoke, and Tamanoa’s face turned pale. “The cacique says that-that-that,” Tamanoa hemmed. “He wants you to give him the white woman. He says he will return her in the morning.” A smothered gasp passed among the men. Gregorio’s hands tensed on the harquebus. Losada stiffened, but his face remained impassive. He sniffed. “Tell him she is a witch, that I bring her along because she belongs to the horses. Without her near them, they become like devils and kick and kill, blowing fire through their noses.” Tamanoa gaped at Losada. “Tell him, you idiot,” he said through clenched teeth. Tamanoa translated and the cacique leaned back, commenting to the warriors around him. He motioned the ten maidens to go to Losada. He said something more. “The cacique asks whether he can touch your corselet.” Losada straightened to his full height. “Of course.” Macarao stood up from his carved stool and walked ceremoniously towards Losada. He circled around him and wrinkled his nose, saying something that made all the rest giggle. “What did he say?” “That you stink like a skunk.” Losada flushed. The cacique touched his morion and breastplate and flinched as his breath misted the metal. He touched the scabbard, and Losada’s left hand flew to the hilt. Twenty arrows pointed at the Spaniards. “No!” Losada ordered, as the Spaniards reached for their swords and raised the harquebuses and pikes. “Hold your peace.” Macarao said something to the warriors, and they relaxed their grip, lowering their arrows by degrees. Satisfied, the cacique strolled away and disappeared into one of the huts, a few of his warriors in his wake. I released the pent-up air I had inadvertently held. “Gregorio! See that the horses are fed, bathed and brushed. I want their hoofs cleaned and horseshoes checked and replaced if necessary. After that, saddle them up. Quick now.” Luisa Maria Celis was born in Caracas, Venezuela. She lived in Germany and emigrated from Venezuela to Canada eight years ago where she studied English, Art and History courses at BCOU. Property Manager and Realtor by profession and autodidact in most things, she started writing some fifteen years ago and has produced a self-published romance Dos Zafiros y un Rubi (2001), in Spanish, and unpublished poems, children’s stories in both English and Spanish. Arrows in the Sky is the first of a series of three historical novels that tell the story of an epoch that saw the birth of the Caribbean. 24 Seixo Review marilyn ou a cicatriz de Maria cometeu o erro de não estar nua e desse modo pôde ser facilmente reconhecida sónia BETTENCOURT marilyn viveu sempre no futuro não daquele filme daquele novo amor daquele acidente eva surrealista o teu corpo ossificado menina vaidosa, mulher precoce sem tempo para ser menina asfixia cosmopolita, vírus de silicone no cérebro menina beleza-agulha-e-destruição o teu perfil de náusea dourada menina cocaína – inferno calculado em gramas impotência cultural, desmaio sociológico saltos altos, claustrofobia da arte, mente dietética menina a morrer na pista de dança, balança, o corpo que avança, esqueleto epiléptico no calendário, na capa da revista na telenovela bioquímica a entreter a inteligência do povo o teu seio flor plástica, feminina menina mecânica, tripas neuróticas óculos escuros e deleites coxas lipoaspiradas o coito perfeito – tecnologia sofisticada eva, criança hábil golpe de beleza acelera o pedal da economia Seixo Review 25 educação sentimental I sónia BETTENCOURT mãe, meu amor lutaremos como somos e onde estamos beberemos este chão até ao último açoite educação sentimental II ontem uma mãe morreu como queria: embalada pelo próprio filho educação sentimental III «minha mãe mulher-infância com sua pele marfim minha água de beber minha memória cetim» maria teresa horta quando acontece a cor do fruto no chão descubro os teus gestos do alto do ramo risco a paisagem e deixo voar ainda hoje o futuro de ser mãe minha mãe de mim Sónia Bettencourt nasceu em Agosto de 1977 em Angra do Heroísmo, Açores. Colabora como jornalista na imprensa local desde 2002, sendo que o seu trabalho em rádio e televisão teve início em 2005. Destaque para o jornal “a União”, Rádio Clube de Angra, Rádio Atlântida, e VITEC – Produção Audiovisual. Como poeta, publicou o livro Pena e Pluma, em 2003, edição de autor, reeditado em 2007 no Brasil, em edição bilingue, português/espanhol, pela chancela Demónio Negro. No mesmo ano (2007) publicou As Três Faces de Eva, pela Corpos Editora. Com o conto “Mar Vazio”, venceu o Prémio Conto, categoria sénior, do Certame da Macaronésia de Jovens Artistas, Lanzarote, Canárias, 2005. Tem contos publicados na colectânea Eldorado, Vol.II (Brasil, 2006); na antologia Inverno: Aconchego das Palavras (Brasil, 2007), e nas revistas Alhucema, 16 (Espanha, 2006); Magma, 3 (Açores, 2006); SeixoReview, 8 (Canadá, 2006); Neo, 7 (Açores, 2007); Almiar Margen Cero (Espanha, 2007); Cru-a, 4 e 5 (Portugal, 2007); Minguante, 5 (Portugal, 2007); Mininas, 12 (Brasil, 2007). 26 Seixo Review És tão bonita rui Machado És tão bonita: ele pensou. Quando olho para ti, mesmo se não te vejo por inteiro, é nisto que penso: és tão bonita. Queria-to dizer. Queria-to dizer, mas sei que não consigo: há coisas que não sei dizer. Penso-as, mas não sei dizê-las. Penso nelas e vejo-as claramente a acontecer, mas não as consigo dizer. Penso. Fico calado. Digo uma coisa e outra qualquer. E penso depois nisso que não cheguei a dizer. No que pensei apenas. Por seres tão bonita, a tua beleza tornou-te inaudita. Sorrio. Olho para a frente. Era isto que eu queria dizer. A estrada, as casas, as árvores, o campo. A noite. Olho para a estrada, mas penso em ti. Apesar de não te dizer nada, o meu silêncio nomeia devagarinho a tua beleza. Invoco-a de uma forma delicada. Invoco cada detalhe, cada pormenor. Mas é a beleza por inteiro que o meu silêncio lembra, que o meu silêncio nomeia. Silêncio, beleza, pensamento, ocupam-se por inteiro. Preenchem-se. São os diferentes tempos da mesma palavra. A mesma ideia. Quer dizer que, mesmo calado, penso em ti e consigo ver-te. Apesar de olhar para a frente, é para dentro que eu vejo. Nem tens de falar. Não tens de dizer nada. As tuas palavras, agora não as quero. Podias ficar infinitamente assim. Tu. Eu vejo-te. Até que um dia o esquecimento seja mais forte, eu vejo-te. Terás o teu lugar na minha memória. Sobre ti contarei muitas histórias. Porque eu sei que nunca me vou esquecer de ti. Um dia sou velho e lembro-me de ti. Os olhos, os lábios, a boca, a testa, o nariz, as mãos, o cabelo, o pescoço, a pele. Tu. O teu sorriso. O ar sério que fazes quando não olhas para mim. A maneira como fumas, como olhas para a frente ou pousas as mãos sobre o colo. A estrada que eu vejo. Seixo Review 27 Rui Machado As mesmas casas perdidas. A terra, o pomar, o milho enfileirado, a enseada, o monte. As árvores tortas nas colinas que ficaram para trás. A chuva que desce do céu a correr. Tu. Eu. Nós. O mesmo instante. A mesma sorte. O mesmo negrume. Se aconteceu andarmos à deriva, não o terei percebido. A juventude é o chão sob os teus pés. E eu sempre a pensar, até quando não digo nada: és tão bonita. As luzes dos anúncios serão a noite sobre o teu corpo. A cidade pelo quarto com a luz no escuro pelo teu corpo. E a chuva no escuro para além da janela serás tu: tão bonita. Ficas parada. Não fazes nada. Não dizes nada. Olhas como se o teu olhar fosse todas as coisas. Olhas e ficas ausente. Já não te sinto aqui. A tua presença é só um olhar para fora: é isto que eu vejo. Isto é o que sinto. Estamos em lugares opostos agora. E assim devemos ficar para sempre. Mas tu não dizes nada. Eu não digo nada. Não sei o que dizer. Às vezes sei mas não quero. E tu calada. Tu imóvel. Tu sem dizeres nada. Sem fazeres nada. Só tu, como se fosses uma forma. A ocupação de um espaço. Todos os instantes. E mesmo assim és bonita. Até quando já não acontece nada. Até quando já não penso em ti. 28 Nasceu em 1966, na ilha Terceira (Açores), onde publicou os pr imeiros poemas. Licenciado em Histór ia e Filosofia pela Universidade dos Açores, onde leccionou Filosofia Por tuguesa e Filosofia da Histór ia e do Conhecimento Histór ico, é actualmente professor de Filosofia, Psicolog ia e Sociolog ia, no ensino secundár io. Integ rou a delegação de escr itores e poetas açor ianos que se deslocou à 49ª Feira Mundial do Livro de Frankfur t, tem colaboração dispersa em vár ias revistas de literatura e par ticipou em encontros de escr itores em Por tugal e Espanha. Expôs a sua pintura em S. Tomé e Príncipe, Braga e Lisboa. Está representado em antolog ias de poesia, em Por tugal, Brasil, Canadá, Estados Unidos da Amér ica, República Eslovaca, República Checa, Hung r ia e Estónia. Escreveu para a música de José Peixoto (Madredeus) e António Chainho e publicou os livros Um Homem Para Ser Feliz (SREC/ DRAC, 1988), A Língua dos Frutos e dos Peixes (Espaço XXI, 1995), A Ausência Próxima (Tenacitas, 2003) e Mergulho (Por tugália Editora, 2009). Seixo Review lauren MENDINUETA Olvido de mí La torre de marfil lauren MENDINUETA Octubre ha llegado dominado por las lluvias, y los demás meses lo han seguido hasta aquí. De repente este amontonado tiempo lo llena todo, el verde de la casa, las sillas, la manta que cubre el piso cuando en el verano me recuesto a leer. En mí no es posible el abandono del tiempo, la gracia que supone el olvido me hubiese salvado de esta invasión. Ahora debo caminar con cuidado para no maltratarme con tantos recuerdos. ¿Me engañaré o será verdad lo que voy a decir? Renuncio a esta visita, no le temo a la soledad. d El mundo es una torre de marfil, en vano busco una puerta en sus paredes curvas. Parezco una actriz representando a un borracho, camino tratando de hacer una línea recta, nunca eses. No soy una profesional de la actuación, ni siquiera me le parezco, pero caminaré tratando de hacer una línea recta. A veces me siento frente al ordenador y busco toda clase de cosas, desde zapatos hasta amor. Y sí, todo lo encuentro allí, porque el mundo es una torre y estoy atrapada con todo lo demás, es inevitable. Cuando me miro al espejo me sorprende lo común que parece mi rostro, y me digo: es bueno ser tan común, no te asustes. Vuelvo a sentarme frente al ordenador y encuentro las mismas cosas, todo, todo, hasta el amor. Y allí mismo, tecleando, trato de comprender por qué me siento libre en la jaula del pájaro. Seixo Review 29 Bogotá, después de una visita a Helena Iriarte lauren MENDINUETA © Daniel Mordzinski 30 No hay relación entre las cosas y aquello que las encarna. La realidad acaso es un vacío y su copia en el espejo la evidencia de su precariedad. Los nombres van por el mundo retratando la angustia de no ser lo que nombran. La gente corre afanada hacia el vagón del metro o el autobús porque la vida depende de un concepto. Tampoco la puntualidad corresponde a su palabra, pues no se puede llegar con retraso al destino. ¿Es posible que convivan alma y cuerpo? ¿no serán un binomio inseparable, una sola cosa que no sabemos nombrar aún? En estos temas, como en tantos otros, me atropella la retórica, y vuelvo a preguntarme si será posible nada más vivir. Lauren Mendinueta (Barranquilla, Colombia, 1977). Empezó a escribir mientras trabajaba como bibliotecaria en un pequeña aldea de su país. Su primer libro Carta desde la aldea (La dádiva, 1998), ganó el Premio departamental de Poesía Joven del Ministerio de Cultura, y el segundo Inventario de ciudad, (Golem, 1999), apareció con un prólogo de Álvaro Mutis. En el 2000 su poemario Autobiografía ampliada recibió dos premios nacionales de poesía, y cuenta actualmente con dos ediciones, una en España (casatomada, 2006) y otra en México (Salida de emergencia, 2006). Además ha publicado la biografía Marie Curie, dos veces Nobel (Panamerican, 2005), una recopilación antológica de sus versos con el título Poesía en sí Misma fue editada por la Universidad Externado de Colombia en el 2007 con una tirada de 12.500 ejemplares. El año pasado ganó en España el Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos por su libro La vocación suspendida (Point de Lunettes, 2008). Su nombre aparece en importantes antologías tanto en Europa como en América. Sus trabajos han sido traducidos al inglés, italiano, alemán, ruso y francés. Actualmente vive en Lisboa, Portugal. Su blog, Inventario, puede leerse en www.laurenmendinueta.com Seixo Review Interview wit h Vambert o Freit as by oona Patrick © Eduardo Bettencourt Pinto Vamberto Freitas is a Portuguese literary critic who has specialized in LusoAmerican literature for much of his career, and has been watching and waiting for the emergence of American writers of Portuguese descent, such as Katherine Vaz and Frank Gaspar. Freitas, a native of Terceira island in the Azores, lived for twenty-seven years in the United States, where he earned his degrees. He now lives with his wife Adelaide, a well-known poet and novelist, on São Miguel island in the Azores, in a beachfront community just outside the main city of Ponta Delgada. He teaches at the University of the Azores, which was founded in 1976 after the Portuguese revolution of 1974. Freitas is the author of several works of criticism, and has published opinion and criticism in many reviews, journals, and magazines in Portugal, including the Lisbon paper Diário de Notícias. He has translated Provincetown native Frank Gaspar’s poetry into Portuguese, and while editing an Azorean newspaper’s literary supplement, he published a special edition devoted to Gaspar in October 2005. The nine volcanic islands of the Azores lie over 900 miles off of Portugal in the midAtlantic Ocean, and were first inhabited by Portuguese and Flemish settlers in the fifteenth century. It’s well-known that many of Provincetown’s Portuguese came from São Miguel, the largest island. But Provincetown may have more in common with the more isolated Flores island, which is known for producing many writers and intellectuals despite its small population. In Santa Cruz on Flores, the native poet Roberto de Mesquita’s house has a plaque on it; in a nearby square a bust of him looks out across the town. Such plaques, statues, parks, and avenues honor poets, writers, and teachers throughout the Azores. Mass emigration shaped Flores, and the Azores as a whole, like erosion. On Flores it left abandoned villages and a current island population of about 4,000, only slightly larger than Provincetown in the winter, and much diminished from its peak of 10,000 in the nineteenth century, when the islands supplied the whaling industry and other passing ships. The story of emigration is a central theme in Azorean culture today — there, the emigrants, loved or resented, have not been forgotten. Seixo Review 31 interview with Vamberto Freitas © Eduardo Bettencourt Pinto OONA PATRICK: Does the feeling of being considered “marginal” weigh on writers in the Azores, or did it once? It seems more and more Azorean writers are being recognized and reviewed on the mainland and elsewhere. Was there a point at which things began to change for Azorean writers? VAMBERTO FREITAS: Yes and no, as an answer to all your questions. We’re still a bit resentful of our absence in the national press as far as our literary life is concerned. Azorean writers can only escape this fate by moving to the continent, and it better be Lisbon or Coimbra, and the writer better be able to “cultivate” those in the publishing world, everyone from journalists to editors to publishers of all stripes and interests. And when the book is “about” Azorean life, things become harder still, it is almost as if we were from a foreign country with a culture of little interest. Most continentals outside these two cities have the same complaints, Lisbon centralizing the whole life of the country. But things are changing for all of us. The foundation of new universities all over the country has brought pride to their communities, and local governments underwrite some local authors. I suppose the same happens in America, this feeling of “isolation.” Move to New York or perish in the backlands? Faulkner once said that the major sources of his fiction, his references for local history and life in general, were the local writers in Oxford, Mississippi, those nobody else, we assume, ever read. Precisely because we live in what were once “isolated” islands, we now have in the Azores a very strong intellectual tradition; we’ve had to reinvent everything here, and our newspapers and other periodicals are very generous with the space they dedicate to literature. 32 And yes, our isolation probably led to our love of literature, the need to “communicate” with others and among ourselves. Poetry is very much loved and cultivated here. A friend once joked with me: I’ll probably be the only famous Azorean, he said, for never having written a book! When I picked up Frank Gaspar at the airport on his first visit to the Azores a few years ago, we stopped at the university coffee shop early in the morning and began discussing poetry. He looked at me and said, I can’t believe this; I’ve been here for fifteen minutes and I’m already talking about what I love most! OP: What is açorianidade? VF: The term was coined by one of our great writers, Vitorino Nemésio, in a 1932 essay. Basically, açorianidade is the cultural stance, the feeling of belonging, and, I would also say, the inescapable history for those who were born and raised in the Azores, or adopt the Azorean vision of the world, a whole way of life, a consciousness of being Portuguese in a particular geographical island. I still remember when the Azorean political left would shiver at the mention of the word. But the Socialists, in power here since 1996, have wholeheartedly adopted the concept and now use and abuse it constantly wherever they find Azoreans in the world who will listen to them, or in their very justified political dealings with the central government in Lisbon. Their exercise of power in an autonomous region such as ours apparently taught them what others knew all along: Portugal is a continental and insular country, unified by centuries of a common language, culture and history, but also irremediably diversified, richer at all levels for that very reason. OP: What can you tell us about Neo magazine, with its in- Seixo Review teresting mix of Azoreans and writers from all over the world — Frank Gaspar was read and known in the Azores, and why so inclusive? some became aware of his prestige among certain literary VF: Neo was founded in 2001 here in the Department circles in the U.S., the magazines where he published, the of Modern Languages and Literatures by my colleague John prizes his books received, the names of poets and other writStarkey, a Luso-American who has chosen to live and work in ers who reviewed and/or recommended him to the American the Azores. It was such an original little magazine that even reading public in general (Mary Oliver, Mark Doty, Jay Parini, some of the inattentive press in Lisbon noticed and reported Adrienne Rich, Robert Bly, Yusef Komunyakaa, Ray Gonzaon it in glowing terms. He decided from the beginning that les, Hilda Raz, among others). I made it a point of calling Luso-American writers would be included — fiction, poetry or attention to all this when I began writing commentaries and any kind of creative or academic writing. But then he opened essays in our regional and national press about him and othit to any writer or poet whose work deserved being published ers, or in academic conferences in Portugal and in the U.S. So and recognized, whether a student or a full professor, a famous when Frank first appeared in translation, his fiction and poetry writer or an unknown author. provoked an immediate “shock of Neo, really, is to me a kind recognition,” leading to a literary of metaphor for the inclusive dialogue that included other poets Azorean cultural attitude. Located and writers from here “answering” between two great continents, Euhim in their own writings, considrope and America, deeply attached ering him one of “us.” to the “idea” of getting on in new The poet and essayist Urbano worlds, and always searching for Bettencourt, a native of Frank’s “an unknown island ahead,” lanancestral island of Pico, lost no guage discrimination, particularly time in taking off from his diswhere English is involved, makes coveries in Frank’s work to sort no sense for us. Neo is published of “complete” his own vision of yearly and has survived up until the Azorean experience in the now, issue number 7 having just homeland and in the American come out and paying homage to diaspora. Rather than being widethe late American poet Patricia ly known, Frank has become, for Goedicke. us, a writer’s writer. OP: People in Provincetown OP: From what I can undermay not be aware that Frank Gasstand, few Azorean writers actually par’s poetry, and his Provincetown live in real isolation outside the largnovel Leaving Pico, have been er towns or cities. Is isolation a real Portrait by Ferreira Pinto translated into Portuguese and pubfear here, or do certain landscapes lished here (with the poetry translated by you). suggest something that’s just not the case on all How would you describe the reception of Frank Gaspar’s work in the islands? the Azores? VF: You’re right; very few of us live in real isolation. How VF: Luso-American writers only recently have become can you live in isolation in the twenty-first century, in a world present among the most informed readers in the Azores. of global communication and transportation? I constantly lisKatherine Vaz’s novel Saudade, particularly after its transla- ten here to my favorite radio station in California, Pacifica tion into Portuguese and publication by a prestigious house in Radio in Berkeley and in Los Angeles. Our only writer here in the continent (ASA), with its “power” to move and influence S. Miguel living in a “rural” town (Maia) is Daniel de Sá, a well literary reception in the national press, received major atten- known and respected novelist. He is a retired schoolteacher, tion in the leading weeklies and daily newspapers in Lisbon. and I’ve noticed recently that besides publishing regularly, he Prior to that she was already being read and studied in some spends a great amount of time on the Internet talking to his of our best universities. friends all over the world. Seixo Review 33 Our smallest island, Corvo, with a population of a little over 360 people, has now even attracted some Brazilian women who met their men through the Internet, then married and moved there, as have music teachers who have arrived from such countries as Russia and the Ukraine. We’re five hours by plane from Boston, and two from Lisbon. There was recently a local colloquium on multiculturalism in one of our smaller cities in order to discuss those who have moved here from Africa, Brazil and Eastern Europe, and how we can all get along and “profit” culturally from the richness of this new “island” diversity. No, isolation is no longer “a real fear here.” OP: On the other hand, maybe isolation can be good for certain writers. Flores, the westernmost island, almost an hour by air from the central group, has long been known for its writers and intellectuals. Why writers at the end of the world? Is it, as Norman Mailer once wrote, that artists have a “tropism” for the end of the land (Key West, Provincetown, etc.)? Or maybe it also has something to do with the traditional distance from authority of both Provincetown and Flores? Or have writers from Flores simply had the need to speak to the world, despite their seclusion, sort of like Emily Dickinson? VF: Norman Mailer might have been right, and maybe the distance from “authority” creates in us a certain audacity in freely communicating to the world — and to ourselves — what is going on in our heart and soul. Yes, “distant” Flores has given us some of our best writers and poets. OP: What are the stereotypes of the emigrants in the Azores? What are some of our images of each other in our respective literatures? VF: The stereotypes here have been sometimes cruel, ignorant and, once again, provincial. Those who stayed through a troublesome history — underdevelopment, colonial war in Africa, dictatorship — greatly, if secretly, envied those who left. Upon the return of the emigrants, we only saw strange and wild clothes, unrecognizable “language” that creatively reflected the emigrant’s new realities and cultural and materialistic references in American society, and great, if sometimes false, boasting of triumphs in the new land. Resentment being stupidly justified by putting on airs of superiority on the part of those who had never left. All the contradictions of an unhappy people. My father worked most of his life in the American Air Base at Lajes (on the island of Terceira), a humble man making his living, but visited occasionally, like many of his colleagues, particularly those like him who spoke a bit of English, by Salazar’s secret police: no looking at American magazines, 34 no “commerce” of any kind with American ideas. So instead, and to our everlasting gratitude, he brought home American ice cream on Sundays; it reached us half melted after his long walk from the military base. But it was enough, these small and delicious gestures, to motivate the family to emigrate to the U.S. in the early sixties, and later to cure me of nationalist fantasies of any kind. Of course some of my writer colleagues in the Azores still consider me rather strange because of all of this cultural and political “ambiguity.” The stereotypes in the U.S. have been just as ignorant and cruel. Look at some of the canonical works of American literature, from Melville to John Steinbeck. Look at the way they represented Portuguese characters as nothing but bullies, idiots, and whores. Racism and prejudice is everywhere in these works by intelligent and creative writers who nevertheless were incapable of escaping their northern European heritage of chauvinism vis-à-vis southern Europeans. OP: You lived in the U.S. for many years. Do these attitudes in the U.S. toward the Portuguese still make you angry? What did you think of the recent film Passionada (2002)? How far has it come from Mystic Pizza’s (1988) representation of a PortugueseAmerican woman? (And why do you suppose the women always have to end up with Anglo men in the movies?) VF: They don’t make me angry, just sad at such persistent ignorance about any people not belonging to the so-called dominant culture in the great human mosaic that is America. I never enjoyed being called a “Portagee” when I first arrived at the age of fourteen (1964) in the San Joaquin Valley. Our resentments concerning these and many other attitudes are many, including those of the older immigrants or Luso-Americans of that time, for we were “trivialized” in many ways by them; please do read Francisco Cota Fagundes’ powerful and incomparable memoirs, Hard Knocks: An Azorean-American Odyssey. He speaks for many of us who underwent the radical change of leaving our native culture in Azorean small towns and confronting the process of readjusting our lives and vision of the world in an America before the advent of multiculturalism and greater sensitivity to the Other. Never mind about Passionada, and much less about Mystic Pizza. So in the movies our women always fall for Anglo guys. Let their audiences live the fantasy. Women coming from an ancient and rich culture in Europe, themselves the offspring of a great and wonderful mixture of peoples in the Iberian Peninsula, not seeing a way out except by falling madly in love with those they sneeringly called “white bread” — rich looking on the outside and totally empty on the inside? Right. But Seixo Review then so what if they really — or in the movies — do fall in OP: What’s the significance of the debate over, if I can get this love with others? right, Há ou não uma literatura açoriana? [Is there or is there not OP: What has been the impact of the success of Luso-American an Azorean literature?] What’s the latest view? and Luso-Canadian writers both here and on the mainland of VF: As some of my colleagues would also tell you: that has Portugal? become a very tiresome question. Of course there’s an Azorean VF: Fortunately, some continental intellectuals and aca- literature. Were my father and all my ancestors ghosts or demics for once have recognized these other “Azorean” writers real people? The controversy began when in the 1970s some from the American diaspora, and have been instrumental in Azorean academics and intellectuals began proposing what to giving them a Portuguese “national” status. Luso-American some of us was rather obvious: That in 500 years of island life, writers, in fact, have achieved what we resident Azorean writ- almost always abandoned by Lisbon, the Azoreans had created ers have never enjoyed, with a few exceptions: national rec- a “distinct” culture of their own within the nation. They had ognition. This is historical among us, the discrimination or, remained very Portuguese but necessarily had created their more aptly put, “denial” of our cultural life in the Lisbon press. own view of the world, their own discourse and narratives. Never mind that some of the Strangely enough, most of those who canonical works of Portuguese defended the existence of an Azorean litliterature have come from the erary canon were associated with the PorAzoreans since the nineteenth tuguese left, or so inclined ideologically, century! strongly against the separatists among us. I realize that my calling On the other hand, many well known writers such as Frank Gaspar Azorean writers still reject the label of “Azorean” might raise some “Azorean,” for they are convinced it “betired and cynical eyebrows littles” them by not being included in the in Lisbon. But so what, new larger national literary canon. Think of world literature is necessarthose in America who don’t like being ily cross-cultural with multiple called “ethnic” writers (as William Styron, callings upon diverse ancesI believe, once rejected the label of “Southtral histories (think of Salman ern” writer), and you’ll better understand Rushdie, Amy Tan, Bharati our little “semantic” problem here. Mukherjee, Chang-Rae Lee, Not only do we know that Azorean Vikram Seth, Sigrid Nunez, literature exists, and exists well, but so do Pico Iyer, Michael Ondaatje, many others. The only people who seem and Ana Castillo, to mention not to know about our literary existence here just a few names from a are our compatriots on the continent, two © Eduardo Bettencourt Pinto substantial canon). Those who hours from us. still don’t recognize this simple OP: What’s behind the recent publicaand positive fact of globalization should cure their provincial- tion or republication of some early Luso-American writers (such ism and inform themselves. Paraphrasing Hunter S. Thomp- as Flores native Alfred Lewis’s second novel Sixty Acres and a son, we could try to teach them, but it would be wrong. Let Barn — and works by José Rodrigues Miguéis)? them do their own homework. VF: I believe I’ve given you part of the answer explainPortugal without its diaspora would be a much smaller ing the current creative surge and spreading interest in Lusocountry, and until recently, a rather “failed” society where a American writing, even in our national universities here. And small elite governed and plundered a whole empire in Africa then academia everywhere is always following trends that it and in Brazil without ever having taken much care of its own previously ignored. Governmental and other institutional courageous and suffering people. I am just a reasonably in- grants all of a sudden become available, and so does academia’s formed citizen who truly loves his native country and region new found love. That which had been ignored now occupies of birth. center stage and perhaps academic tedium with the same old Seixo Review 35 literary and “national” canons leads some to a “rediscovery” of familiar grounds. This is all for the better, of course. By the way, the first great book written by a Portuguese intellectual from Lisbon on our Azorean communities in California was by António Ferro, a prominent member of the Modernist movement in Portugal during the 1920s, and sometime official propagandist for Salazar’s dictatorship. His book, published in 1930 (Novo Mundo Mundo Novo [New World, World Anew]), had a simple message: a wish that our people in Portugal, he wrote, could be as creative, as free, and as audacious as our emigrants in California — greatly impressed as he was with seeing Azorean women wearing overalls atop tractors cultivating the land. OP: What was the Portuguese diaspora literary scene like when you first became interested in it? What made you decide to specialize in it? VF: Katherine Vaz and Frank Gaspar appeared on the scene, and many other writers and poets who believed they were alone in various parts of the country began realizing they were actually part of a growing literary community. To mention a few of those names: Julian Silva, Charles Felix Reis, David Oliveira, Sue Fagalde Lick, Lara Gularte, Art Coelho, Michael Garcia Spring, and Joseph Faria. After having dedicated myself to Azorean literature for many years, I realized that through this Luso-American generation I could combine my two significant worlds, the Azores and America, in an ongoing act to better understand my own life experience and to someday leave a record for future generations of those who are defining and rescuing our life in America. OP: You visited Provincetown after having read Frank Gaspar’s Leaving Pico, which is set in Provincetown. What did you think of the town? Was it what you expected? Could you see the Azorean influence? VF: I loved it! It reminded me in many ways of the Azores — its relaxed life style, the absence of the stressful rat race that characterizes the American suburban cities where I had always lived in Southern California. And then Provincetown represented to me America at its best, a place where artists and some writers retreated to create one of the most vital literatures in the world. Not too far away, in Wellfleet, one of my literary heroes lived and worked for many years: Edmund Wilson. I saw the Azores everywhere, but perhaps I was still under the deep impression and “suggestions” of Frank’s novel. I could almost “hear” our people in the streets echoing Frank’s reinvented community of the 1950s, the women gossiping in chopped-up language and the men boasting under the wonderful influence of a few cheap beers or whiskey. OP: You’ve said that mass tourism is inevitable in the Azores — the mass tourism of cruise ships and casinos. (A new cruise ship and ferry terminal has just been built on reclaimed land along the waterfront of the beautiful old cobblestoned city of Ponta Delgada, right in front of the harbor walk and the sidewalk cafes.) Do you think there is a future for “cultural tourism” there? What are your fears about the impact of mass tourism on the culture, or the soul, of the Azores? VF: This is provoking a very lively debate in the Azores at this time. Yes, cultural and ecological tourism is a possibility, with National Geographic having recently described the Azores as the second most desirable group of islands in the world for those looking for “restful” and uncrowded tourism. I now think we’ll never have mass tourism here: the weather is too unpredictable and one casino will not (Las Vegas style) a playground make. The culture and the soul of the Azores can only be consoled by the calm and intelligent presence of others among us. OP: Many believe that a mindset came to Provincetown with the Portuguese that wasn’t present in majority Anglo-American towns nearby, and this ingredient led to the town becoming both an artists’ colony and later a gay resort. I was interested to read that there’s a large open gay community and well-known gay beach on your home island of Terceira. Is there anything you can identify in the attitudes or worldview of the Azoreans, who are such a mix of cultures and races themselves, that might have made Provincetown such a supportive place for people who might not have fit in elsewhere? VF: Maybe. Paradoxically, we’ve always been a conservative Catholic culture, but a most tolerant one. As a matter of “ After having dedicated myself to Azorean literature for many years, I realized that through this Luso-American generation I could combine my two significant worlds, the Azores and America.” 36 Seixo Review fact, some of our most significant religious festivals are still a real indication of this. The Azorean Holy Ghost Festivals, for example, come from a tradition of the people’s challenge to the Church’s “canonical” notion of things, it is a religious and profane ritual that not only remains strong in all the islands, but it is deeply celebrated in all our communities in the U.S. and in Southern Brazil, bringing together all the generations. We’re a very easygoing and tolerant people, with an “inclusive” culture. Don’t forget our early contacts with other peoples in the world during the globalization process that Portugal initiated with the New World discoveries. In fact, one of our kings during the heyday of that adventure “ordered” the first Portuguese leaving to colonize Brazil to go there “and mix our blood” with those they encountered. We have never shared the Anglo puritanical attitudes toward sex or any other fundamental human pleasures. Perhaps this is where Provincetown’s tolerance has also come from. Frank’s novel Leaving Pico depicts its young protagonist first encountering his love for books by borrowing them from a gay couple who vacationed in Provincetown during the summers. ________________________________ This interview was originally published in Provincetown Arts, Volume 23, 2008/2009. © Eduardo Bettencourt Pinto Oona Patrick was born in Massachusetts in 1972. She earned a BA from Brown University and an MFA from the Bennington Writing Seminars. She is a frequent contributor to Provincetown Arts, and her nonfiction has appeared in several other American literary journals. Two of her publications about growing up in Provincetown have been named notable essays in Best American Essays 2003 and Best American Travel Writing 2005. She lives in Brooklyn, New York. Seixo Review 37 Noite Alumiada de Vermelho ascêncio de FREITAS f Foi lá, em África … Em tempo de outro tempo, dado o sol ao outro lado do mundo ali se cumpriu o caso da nenhuma felicidade do Malaquias, guardando semente de ruim coisa, remurcha antiguidade na sua prática e feia, ah, feia, tisna de suja. Áspero-duvidável caso, sua quase razão nenhuma explicável, custosa de se achar no cordato das muitas coisas lindas que se aprendem em menino, esses mostrados da vida que se alardeiam muito com a santa doutrina – a vontade de Deus. Coisas que a gente não sabe como que remudam no remexido dos anos, assim mesmo, a cabeça como que num faroleio de acertado bom caminho mas o corpo, ai, ai, ressoladas outras coisas sempre urgentes de se apetecerem! O mal querer das horas medonhas desta vida. Feias – digo e repito. O Malaquias, homem no aparente dedicado a ser respeitoso, inteiro como séria pessoa no interior de si, soberbas prendas nas acções do diário, com quantiosas amizades, 38 Seixo Review muitas, de toda a gente, parecendo hospedado só no normal dos bons constantes pensamentos, suprindo no dia-a-dia os cheiros da sua boa casa, aonde que tudo tinha em ordem, prestadas-afáveis e quietas falas de sua mulher branca, mansazinha no trato, seu anjo-da-guarda de tudo nos correntes e constantes feitos, costumeiros. Quer dizer: assim, no aparente. Porque no afinal ninguém sabe o que é o interior de um homem. No bom de ser, tudo está bem, mas sendo os contrários, logo se desmancha-se o que é o bom e o mau dos costumes de viver. Sem mais remédio que se ache para encontrar outros efeitos. Dá até pena imaginar coisas assim, e se nos gira o juízo calculando e recalculando os estranhos aspectos do que sucede e do que em cima se fantaseia. Os outros resultados. Porque tudo sempre é assim, e daí, por costume, se encobre a vontade de não dizer aquilo que é para se dizer-se. Mas, no caso … O Malaquias em nada chama- va a atenção de ninguém em contrário de ser boa pessoa na sua própria antiga sisudez, deixando, no somenos, avistar um que outro sorriso no acoito da cara seriosa, cumprindo uma meia-vergonha de seu regrado moderamento, aliviado na franqueza só de quando contava as suas sabidas anedotas, regalia da sua pouco variada pessoa. No porfio estava só o seu mostrado amor pelos seus, pela família – um mar que era. Assim se mostrava, sem o duvidado de ninguém ou de alguém, fazendo disso sua denunciada natureza, obrigação sem tamanho nem data, seu estatuto de ser. O que se estranhava, e o que as vozes do povo diziam, em diversa alegriazinha maldosa de conversas de homem, era que o Malaquias se entortava até da espinha para espiar a contracurva das pernas das meninazinhas, seu adejo das saias e capulanas, o curvejar do gesto de apanhar qualquer coisa do chão, o todo macio do interior dos joelhos. Assim: um jeito ou um fadário, não se sabe inteirinhamente. No resto, era a sua inteira tranquilidade. Mansidão. E, seja, no bom ou no prestável, o Malaquias vizinhava os modos de quem se atende aos considerados costumes de pessoa cristã em tudo, sua quase devoção de fazer suas coisas de igualdado jeito – uma afinação de seres e mostrares, uma serenidade sem fingição e postiço. Sendo assim, que outra ideia dele se havia de alcançar? Só se podia julgar de bom, era o mais que se podia, nos seus usos de simplicidade. Porque olhar, no total, se podia olhar de frente. Mas … F oi pelos longos da tarde – como ia dizendo – não!, mais noite que outra coisa, numa forma de mato ensombrecido, com vultosas messassas, de grandes, missandas, umbilas e chuangas, emboscada sombra, duas palhotas se espargindo-se no lugar. Uma solidão de escuro e de escondido no galho de um carreiro. No rente da fogueira já acesa e ardida nos vagares, sem grandes alturas, eu, o Marcos Tristemundo, o Almiro, o Brás Catatau, de sossego feitos, metidos no comigo-mesmo de cada nossa consciência, e na palhotinha pequena, mais próxima, o Malaquias e a menina. Se nos fugia, com o andar do tempo, a vontade de perguntar quem iria a seguir. O ferro daquilo ia-se empenetrando, dente-rato metido nos interiores de nós, deixando frio na barriga, vagaroso, passo em passo dos minutos. No começo, todos a par na visionada alegria. Agora, carrancos, sem fala, ouvindo e não querendo ouvir os gritos espaçados da menina. Seus ais. Doridos. Uma voz da alma, como derradeiro som medido e cometido em cada um. Vez em vez, um choro, como lufo de má ventania em cima da gente, um arrefeço, e o silêncio de nós entreassentado na roda. Murchidão. Só o pensar – sós e sós. O sensível da alegria prometida já resdelida, a vontade fechada na vergonha. Só o aparente bom assossego nos três – a fogueira na sua quieta remansidão. Por vezes um galho rangia, comido no lume, um guincho de uma jágara, o piar do corujão caçando, no escuro mais fundo ténues rebulires, um surre-surre do vento. Um restrugir pequenino, de vago, das folhas secas revirando no chão. Em cada pouquinho som, a cada nada, os corações se nos querendo sair do peito. Sem um dizer nada a outro. Nem pouco. Nem nada. Cordas de sentimento aperreando, doendo tardas, cada um calando a própria feiura do seu acto, sem jura ou exconjura que lembrasse serventia de sentimento bondadoso, remoídos pensares. Na palhota o Malaquias a dar esforço de si, em sua miséria – contou-, profunda respiração, deitado na esteira, ao lado da lamparina, numa onda de meio calor espremendo o cabaço da menina. O corpo se lhe estremecia, aos arrancos, de ânsia. E a menina, sua pretidão sumida no escuro, um suspiro, um ai, um choro, menina, meninazinha, de tão pequena, onze poucos anos. Cá fora, na demorada noite nós os três, no aguardar o combinado: depois de um se iria outro, depois do Malaquias, que esse pagara ao pai o mais do preço do lobolo, cinquenta por cento, seus direitos maiores no tempo e na vez. Longe o dia, a noite esfriando, as fracas vozes grileiras retrocando sons no fundo do arvoredo, e no tudo, na imensa noite, um incerto remorso. No escuro encoberto do cimo das árvores da mata, nem o pico de uma estrela, negrão inteiro, fechado, absoluto. De longe, longa distância, o brando aprazível do surdo batuque, um teatatã, um teatatum, mas dando raiva pelo igual do sempre mesmo som, arremedo triste, triste, espalhado nos ares. E aragens esvoando cheiros, soltas nuvens de diversos odores, de todos os verdes, capins, folheame, terra, resinas muitas, o fumo, um ar bom de respirar, a noite gloriosa. E, ai! … Trespassadas ideias adiadas de fugir do mesmo, o agudo ferrado nos peitos, e mais, e mais. Será … Quem o faz, faz de consciência. Sinas que a vida sabe. Na verdade verdadeira estavam as nossas presenças, o sem-pior da vergonha subido e crescido, cada um fugindo de encarar o companheiro. Pensando nos ais da menina. Porque Deus ensina e desensina. Os vagos cheiros da noite crescendo seu turno e o triste lindo dos sons, o batuque por inteiro, teatatum, teatatum, o silêncio amodorrado, mal apercebido, a frescura do ar. E nós à espera no todo Seixo Review 39 daquilo. O Malaquias nos tinha encobiçado no corpinho da menina, sua gentileza no olhar desprevenido, seu andar de passarinho, sua virgindade nas mãos de ninguém. E tudo se fez nos costumes: o pai negociou, entregou a muanazinha na palhota remarcada, o Malaquias pagou o lobolo e a menina passou a ser sua. Tínhamos conversado os menores assuntos, sabíamos tudo, se nos requeria pegar-lhe na palavra, ficar com as sobras sem descarte da consciência, como cumpria, vez à vez o tenro corpinho seria dividido por quatro. Mas, agora … Na espera, em tom de voz ninguém se alargava para consolo, silêncio deixado alastrar, completo um descampado, o andar do tempo feito diverso – o estado da noite entristecido. A fogueira mascando no escuro, mascando, desde a distância os sons da noite avançando diluídos e esbarrando nos breves, surdos gemidos, aquele farto incómodo. Um frio de pouca humidade e o voo deslargado, louco-enlouquecido, dos morcegos, seu maluco curvejar, os finos pios. E nós. Nem um caçava jeito de se aventurar em conversas alheias ao vivido momento. Um pasmo. Hora de vergonha chegava mansa, sem denunciado aviso. Nós todos num encalhe, perros, mudos. Parecendo coisa de invento de perdida-louca cabeça, proximidade de febres, a não piedade nenhuma sem costume de se ver-se, três homens grandes de idade com sua mostrada vergonha, ali, naquela espantada hora de desgraça. Tidos feitos de bons, todos respeitáveis homens … e agora?, nossa amargada, esfriada querença. Ai, diversidades desta vida! Num rompimento súbito, voz de dor arrebentada, veio da noite um grito, depois um choro-lamento, muaninha voz sofrida e sofredora, um ai prolongado, doído, a menina chorando. E num breve do mesmo instante saiu o Malaquias, a costumada sombria cara molhada de muito suor, sua meia-idade envelhecida, olhos fugidios fugindo, afundados no vermelho da fogueira, um instantâneo. Vozes, nem uma. Calados. Mau destino da hora … continuado … continuado … O girado agoirento voo dos morcegos, o longe tam-tam-tum do batuque, os largos cheiros, ai, ai, a dor doída dentro do fundo de nós, um sem destino de ideias desfiadas. De repente o Malaquias: – Catatau … vai lá tu agora … que eu não aguento. E o Catatau, sua desacontecida voz renascida num demorado desalento, fora de conta: – A mim já me fugiu a vontade. Assim. O espanto feito da comum verdade. Graças, Catatau, bondadoso, firme homem no querer de ser! À uma nos erguemos os três. À uma fugimos. Profundo, de repente, o frio da nossa vergonha. E o Malaquias, sua dor em aberto, também noite adentro se sumiu … noite, noite adentro … triste noite alumiada de vermelho. Ascêncio de Freitas nasceu em 1926 na Gafanha da Nazaré. Fixou residência em Moçambique em 1948, onde permaneceu durante trinta anos. Exerceu, ao longo de uma vida aventurosa, diferentes actividades profissionais, desde desenhador industrial a fabricante de carvão, de pintor de cartazes a jornalista, de gerente comercial a administrador de empresas, entre outras. Publicou vários romances e livros de contos, nos quais se reflecte uma vivência invulgar e um conhecimento raro da língua portuguesa e do chamado «pequeno português», a base do linguajar suburbano de Moçambique. Foi bolseiro do Instituto Português do Livro e das Bibliotecas em 1999, com cuja bolsa escreveu o romance A Paz Enfurecida, ainda não publicado. Vive em Portugal. 40 Seixo Review d Quero Rosas na Fotografia maria antonieta PRETO Q Quero rosas na fotografia. A água arranca-me o cabelo. Mãe, tenho medo da chuva que chove cabelos molhados. Mãe, tenho medo da chuva que apaga as rosas. Mãe, tenho medo da chuva de água temporal que asfixia o crescimento das rosas. Mãe, tenho medo da água que inunda a terra e me deixa aflito a modos de nunca mais ser para te ser. Mãe, os meus cabelos não são, foram morridos quando nasceram. Se eu penso em água eu morro cada vez mais e mato a morte de mim antes de nascer. Mãe, esquece-me a cor branca que me asfixia quando te vejo velha. Esquece-a em tudo de ti e esquece-me em tudo de mim. O pai a chegar-me por meio do teu ventre alto. O teu ventre é redondo e amassado, como aqueles pães do teu enorme alguidar de barro. Quem me dera que o teu ventre amassado servisse a minha vida para te viver, viver servindo como os pães do teu enorme alguidar. O teu som é o céu a trovejar e eu encosto-me, no meio do campo quase descampado, ao tronco da tua árvore para me proteger. Ainda não aprendi que o corpo ao proteger-se no tronco é atravessado por raios, raios que matam e que não me mataram, raios que deixam surdo e se deixam eu posso nunca mais ouvir-te a arrastares o corpo pelo sangue das paredes que o pai fez. Ontem houve sangue nas paredes e hoje há sangue no chão que lambeste partida em sangue, à deriva em pontapés e palavras espessas. O sangue transfigura-se em mulheres sérvias que vês na televisão, sem notares, de propósito, que falam o mesmo sangue, mulheres que falam com os olhos mudos e obnubilados, mulheres de sangue semeadas em campos de concentração. Disseram-me que tens medo de perder todo o sangue, medo de desfalecer sem que nunca mais possas aconchegar-me com as tuas mãos Seixo Review 41 brancas carregadas de espinhos, aconchegar-me entre o púbis e a tua barriguinha. Quase todos os dias há abismo a chover cabelos, estou num mar sentindo pesadelos de sexo a crucificarem-te. Pesadelos de testículos. O mar não são ondas passageiras que afastam a dor na sua dança rápida. O mar são sempre lençóis, de esperma brancos, cheirando a lavado, lençóis que repousam a tua boca quando ela fica cansada de gritar. Aí o silêncio fica no mar do quarto em cada bocado de ti. Só a voz da porta da mesinha de cabeceira entreaberta onde o pai foi buscar betadine – para um pé mal posto que encalhou numa bengala e caiu das escadas abaixo. Só a voz dos cortinados a fecharem as janelas duplicadas com postigos de madeira – as paredes têm trancas de madeira, entre os cortinados. E os postigos trancas de madeira, trancas a fecharem ainda mais os postigos que fecham as janelas. O pai quer as casas frescas, pois aquecem muito durante a hora da calma no Verão. O pai não quer que entre água da chuva pelas frestas das janelas durante o tempo ruim de Inverno. O pai diz noutras conversas adiante que a onzenice ali não entra. O pai é um senhor de fato e gravata, moderno, com ideias modernas, um senhor respeitado pela sua verticalidade. O pai diz que a onzenice de gente de aldeia ali não entra. Nem o sol pai, só o sol do abismo que queimou as mãos do meu irmão, queimado com uma régua de madeira igual à das regentes antigas. És mauuuu pai!!!, queimaste as mãos do meu irmão com réguas de regentes antigas, porque o meu irmão arrancou uma rosa do alegrete. Estou durante as noites, estou durante os dias, estou durante as dores pesadas em mim, estou a tentar agarrar-me à margem para te segurar, mãe, nalguma serenidade, estou acudindo-te no meu embrião calmo e arfante. Hoje há uma corda grossa que ficou mais grossa, depois de demolhada num balde durante dois dias. A história da corda grossa é como a história dos chicotes dos senhores que chicoteavam os escravos. É uma história cheia de mortos em vida, mortos hereditários que te pegaram a doença; os teus pais são peças vivas da história. É uma história do poder dos fracos sobre os fortes. É uma história desejosa de perdurar na história que se fecha à chave entre quatro paredes. É uma história que se fecha às chaves entre milhares de paredes. A história da corda grossa ficou mais grossa depois de demolhada, é uma história pesada que aumentou uns quilos para doer mais dor. O peso desejável para ensanguentar o meu irmão. O meu irmão animal, tu o dizes e tu o fazes, porque os animas têm direito a tudo, tu o pensas e tu o dizes. Um animal cheio de vergões que lhe cancelam a respiração. A respiração do meu irmão toma a aflição de um ataque de asma. O meu irmão sente a vida a morrer no meio do quintal onde há rosas e tu matas – numa crueldade de lâmina a cortar o pescoço de uma ponta à outra, o pescoço do homem que faz a barba pela manhã – as galinhas da capoeira, atravessando-lhe uma faca viva e crua no pescoço. Primeiro levantas-lhes o pescoço, aninha-las entre as tuas duas pernas esguias e, adiante um segundo, espetas-lhe a faca. O coração quase pára de 42 Seixo Review bombear. O coração é um murmúrio, um sinal morto de padecimento. Na tua mão leve para as chicotadas a mãe ousa abafar leve: «Tem avondo homem de Deus». A tua mão leve carrega nas chicotadas, o lombo do teu filho ergue-se como uma figueira onde gostas de dar bordoada, energicamente, para lhe retirares o fruto de que te alimentas. A tua mão que estremece o chicote de corda parece a tua mão. O chicote de corda parece o varejão a agitar-se eficazmente. Quando terminas as chicotadas o meu irmão inclui-se nada e pensa: «Deus é grande». O meu irmão, quando liga o telemóvel, anuncia-se-lhe uma frase que diz: «Deus é grande». Quando terminas as chicotadas, o corpo do meu irmão está em chagas, e a mãe põe-lhe água oxigenada com lágrimas e, depois, betadine com um beijo. O menino meu irmão, demasiado menino, tenta não segurar uma cara de sofrimento, tenta segurar uma calma quente a esfrangalhar-lhe o corpo, é o melhor. O corpo é uma nódoa negra em sangue. O corpo ficou em chagas, murmura a mãe. Já caiu a tarde de gestos miseráveis. Os chicotes estão em pausa sobre uma pedra redonda e cinzenta, uma forma de pedra a recordar o equilíbrio dos pardais sentados. Cheira a caldo verde cozido na panela. Na casa de jantar o meu irmão posiciona-se a um canto virado para a parede, enquanto o pai se imagina num campo de concentração procurando um detalhe que o exercite à violência. O campo da mesa rigidamente posto em perfil vertical, sem lugar para os movimentos do corpo ou das palavras. Só o tilintar nervoso dos copos e dos pratos. O copo tomba com água e o meu outro irmão escuta a lambada a derramar-lhe sangue. Este meu outro irmão restabelece-se no cheiro a lua que põe no meio do descampado. Ela cabelhe inteira e feliz reflectida nos olhos à mesa a chorarem. Ele cheira a noite vermelha em cima da lua mas rapidamente se esquece da cor e do cheiro e da menina amordaçada, por uma corda, a um tronco de árvore, da cabeça aos pés, com lacraus a subirem-lhe ao corpo. Não chores menina fixa, eu também … Não chorem queridos gafanhotos. Não chorem queridos morcegos. Não chorem queridas rãs. Não chorem queridas árvores. Não chorem queridas raízes. Não chores querida aragem suave. Não chorem todos porque havemos de estar sempre juntos nas horas das mortes. Há mais lambadas e mais um canto a preencher. Há mais rosas a crescerem na lua e muitos cheiros que nos cabem inteiros e felizes, enquanto o jantar. O descampado é uma lua donde espreito a terra lá de cima com a distância urgente da dor. O copo separouo da mesa, o lugar sagrado da família e encostou-o um canto. A noite ficou mais dentro e está de abalada para o quarto. Porque é que o meu embrião bate tão acelerado como se fosse apenas coração? O teu coração mora mais minúsculo do que o meu, apertado entre os braços, receoso de que o vendaval estóico do pai o rebente de vez. O pai, ao jogar-te para cima da cama, deu-te uma pancada no peito. Tu choras, inventada, mulher. Tu, para ele, o vácuo das palavras. O vácuo das reacções. O vácuo infinito sem força. Mãe, a minha água está molhada de sangue, que tens no pipi? «Tem avondo homem de Deus». Homem de Deus espesso a fender como um vidro afiado a rasgar a perna. Estou a arrancar-te da mesma maneira que é necessário podar as rosas. Mãe, chovem cabelos nos lençóis agarrados em sangue, hoje até bocadinhos de carne desfeitos. Mãe, a água arranca-me o cabelo. Mãe, estou inundado de água como do esperma em teu sangue, como do sangue em teus cabelos, como dos cabelos em sangue a esboçar-te a anca. O teu corpo está de lado a soluçar o que há-de vir. O teu corpo acompanhou os cabelos atirados para fora da cama, o teu corpo geme junto à trave, o teu corpo vulnerável a acompanhar o percurso do chão, a ensopar-se no fluido como no pano de puxar o brilho ao soalho, encerado há poucos dias. Tenho medo da chuva que chove cabelos molhados. Chegaste à noite temporal na rua. Estás em noite temporal na rua agarrada à camisa de dormir com a cabeça a bater no alegrete e a morrer as rosas, mas tu salvas algumas pétalas e escondes-las na algibeirinha que fizeste no avesso da camisa e escondes fechados Jesus Maria e José/iluminai-me, socorrei-me e salvai-me e escondes também fechada uma Avé-Maria. Os cabelos estão nas mãos com a água e logo depois da mistura serão caiaduras brancas crucificadas no alpendre do quintal. Os cabelos nunca ficam cansados nas mãos do pai, só em ti, mãe, começam a ficar cansados. No dia seguinte nasci. Nos dias seguintes puseste mais pétalas dentro do teu livro «Segurando o céu enorme». Tens um céu escuro nos olhos, seguras a tristeza junto às letras. Abres as palavras e entras nelas. Nos anos seguintes puseste mais pétalas no teu livro «Segurando o céu enorme». Tens um céu negro nos olhos, seguras o abismo ao pé das letras. Abres as palavras e entras nelas. Cresci. Morres? dentro do livro a ler a página que termina assim: os meus cabelos morreram a seguir a esta página. J az na boca do livro. Jaz? Antes da morte? Dos cabelos. O livro a soletrar na boca. Na voz de filho pequenino. Minha mãe. Minha mãe. Minha mãe, meu amor. «An-tes da mor-te dos me- Seixo Review 43 us ca-be-los. Sen-ti-te ador-me-cer tan-tas- ve-zes no la-gui-nho re-fú-gio. Dei-xa-te es-tar ma-is tem-po. Fica por aí ma-is tem-po. O tem-po da dor do ex-te-rior, eu pen-so que a dor é um re-lâm-pago a re-lam-pe-jar ape-nas. Nun-ca vi um re-lâm-pa-go fa-zer mu-ti-lações, es-bu-ra-car fe-ri-das, ilu-mi-nar do-res. O so-no do teu ador-me-ci-mento foi sem-pre man-so co-mo e-ram man-sos os te-us bra-ci-nhos. O so-no do teu ador-me-ci-mento era man-so co-mo e-ram man-sos os teu-us bra-ci-nhos. O som do teu so-no pa-re-ciam reló-gi-os sem co-rda, pa-ra-dos no tem-po mas a mar-car pre-sen-ça». O relógio da minha avó na parede parada. Lembro-me. Soas aí, tenho de fechar-te. Fechei-te algumas idades, as idades nuas e transparentes, tuas, minhas, as idades em que choramos pelo sofrimento dos bons e desejamos a condenação dos maus. Santo, santo, santo. A oração. São … São …/«E vós, príncipe da milícia celeste, pelo poder divino precipitai no inferno a Satanás e aos outros espíritos malignos que vagueiam pelo mundo para perder as almas/Assim seja». Idades nuas e transparentes em que choramos pelo sofrimento dos bons e desejamos a condenação dos maus. Idades de assombro. Li o assombro insepulto de manhã. Li o assombro insepulto de tarde. Li o assombro insepulto à noite. Leio a todas as horas. O que leio; os olhos a serem cegos quando o corpo ainda dorme. Leio as horas da vida. Retomo mais tarde a leitura das letras. «Os teus bracinhos surpreendiam as artérias nas horas más de todos os dias. Os teus bracinhos eram hematoses de tacto enternecendo as veias coladas à pele. A pele era eu, o eu morrendo antes do tempo. Quando golpeada, morria de horas infinitas, os teus bracinhos estendiam-se através das artérias. Jogavas-me pétalas de rosas pelas veias. Petálas de rosas em cada parte do meu corpo, depois calmo. Uma tortura e uma pétala de rosa. Em cada parte do corpo esmagado pétalas de rosas, e eu amarrotava-as como quem amarfanha escritos secretos de papéis. Até na boca escritos secretos de pétalas como as cábulas de matemática da minha última companheira de carteira. Quase decifradas, foi por um triz. Devagar na boca, mais devagar. A saliva afogou-as. Elas chegaram fundo, a um fundo que a regente não conseguiu decifrar. Desapareceram na importância urgente de desaparecer, como se tivessem sido deitadas ao lume. Os teus bracinhos acariciando o cutelo. Os teus bracinhos em todas as horas das mortes, eu desejosa de morrer. Os teus bracinhos fizeram um golpe na barriguinha quando o lençol branco se firmou por mim em forma infinita; quase morria. Foram os teus bracinhos com o golpe na barriguinha, foram». 44 Mãe, sinto a tua aflição na mesma forma do embrião, por onde andas, mãe? vou encontrar-te já, já em qualquer parte da casa. Já sei onde estás. Sei. É Verão. A voz dos cortinados. As paredes tem trancas de madeira, entre os cortinados. Trancas a fecharem ainda mais os postigos que fecham as janelas. Outra vez o lençol branco. Outra vez, depois do lençol branco, a chuva de cabelos. O corpo a derramar-se na água da chuva que veio num Verão demasiado seco. Os cabelos todos parados nos momentos das fotografias. Estão os cabelos derramados junto ao corpo no chão. Escuto-os cadáveres como escuto a chuva. A chuva é feita de luto. Há um céu viúvo a escurecer o quintal. Os cabelos são sombras nas fotografias. Sombras a precipitar a morte. O momento cru e duro na fotografia. Fabricação de cabelos verdadeiros humilhados. Imagens humilhadas. Há planos de carne viva. Há água negra a arrancar os cabelos e mãos negras a arrancarem os cabelos. Uma vontade soterrada a esmorecer. O quintal martirizado numa exposição subterrânea com caiaduras brancas crucificadas no alpendre e um chão quase sem espaço para um bocadinho de chão. Planos à lupa com o pormenor de capilares desfeitos. Planos desfocados. Planos gerais. Imagens escuras, baças, luminosas. Apetece-me chorar sangue. Às escondidas, puseste algumas pétalas de rosas dentro do teu livro «Segurando o Céu Enorme», as restantes lançaste-as no meio das caiaduras brancas. Os cabelos e as pétalas transformaram-se em roseiras gigantes. O pai nunca as fotografou. Porque será, mãe? O pai cru, duro e autêntico na realidade das imagens que capta nunca as pôs a jeito nas fotografias juntamente com as tuas chagas. Com as tuas feridas. Com os teus cabelos agarrados a bocadinhos de carne num caldo de chuva e sangue. Pode odiar-se?, pressinto-te a pergunta porque a não posso ouvir. Posso renegar aquilo que me deste e que te prometi cuidar em todas as horas?, pressinto a pergunta porque a não posso ouvir. «Oh divina mãe! Enviai os Santos Anjos em minha defesa, afastado para longe de mim o cruel inimigo», oiço-te a oração, apesar do silêncio. – Filho, arranca-me com uma pinça os cabelos brancos. Não aguento a dor dos cabelos brancos numa idade tão curta. – Mãe, estou a arrancar-te os cabelos brancos com uma pinça. Arranquei-te o último cabelo. Que vais dizer às mulheres da aldeia? O pai levou novamente a mãe para o lugar da noite. Outra vez o quintal, retomo-o no livro. «A cabeça quase a esguichar junto ao alegrete. Os bracinhos do meu filho Seixo Review da pinça. As mulheres da aldeia julgam que eu estou a fazer o tratamento de uma doença má. As mulheres da aldeia irão julgar. O pai foi buscar o lençol e eu escrevo, às escondidas, na hora da morte. Ó bom Jesus, ouvi-me: na hora da morte chamai-me e mandai-me ir para vós, para que vos louve com os Vossos Santos, por todos os séculos dos séculos. Assim seja». Mãe, onde estás? Quero correr a ti mas não consigo. Estás asfixiada num lençol branco. O pai atirou-te à chuva. Desapareceste. O vento abriu as folhas do teu livro. Vejo lá uma pétala gigante. «Ó Deus, cuja misericórdia é infinita – e cujos tesouros de compaixão não têm limites –, olhai-nos propício e aumentai a Vossa misericórdia para connosco, para que nas grandes provas da vida não desesperemos …» q não me lançaram pétalas de rosas. Os teus bracinhos não os cheirei, nem os senti. O pai enterrou-me para o quarto. Os teus bracinhos não fizeram um golpe na barriguinha quando o lençol branco se firmou em mim de forma infinita. Os teus bracinhos já estão cá fora, cresceram contigo. Os teus bracinhos, desta vez, não me deram a respiração que precisava quando os lençóis repousaram a minha boca cansada de gritar, os teus bracinhos já estão cá fora há alguns anos, cresceram contigo. Os teus bracinhos, que cresceram contigo, foram lançando pétalas secretas. Hoje não me lançaram pétalas, como ontem, porque elas sabem a proximidade da minha morte». Como elas morrem secas no meio da tua saudade dos livros de menina. «O pai sabe que as pétalas dão rosas, como os cabelos não morrem depois da morte. O pai conhece a composição que propaga as roseiras como uma praga. Que as fotografias ampliam as histórias escritas e propagam o crescimento das roseiras. O pai pressente a sua asfixia. O pai foi buscar um lençol branco. A minha cabeça é uma pedra quase redonda como aquela que temos no quintal, uma pedra lisa sem musgo. Ficou totalmente lisa depois Maria Antonieta Preto é do mundo. Escolhe para viver lugares impenetráveis, ocultos, enigmáticos, mágicos. Come e mastiga a terra como a cidade, a luz como as trevas, a clareza como a ambiguidade, a proximidade como a distância. Caminha sempre por lugares singulares, incompreensíveis, livres, distantes, estranhos. Nunca os revela, ou deles revela apenas o que deseja. Frequenta o curso superior de jornalismo. É jornalista freelancer. tem trabalhos publicados na revista DNA do Diário de Notícias, Tal &Qual, 24 horas. Tem contos publicados em jornais, revistas, antologias,. Em 2004 publicou o seu primeiro livro de ficção, Chovem Cabelos na Fotografia. Com este livro,em 2005, foi finalista do prémio de Conto da Associação Portuguesa de Escritores. Em 2008 publicou o seu segundo livro, A Ressurreição da Água. © Daniel Mordzinski Seixo Review 45 Projecto de canção para Gertrudis Oko e sua mãe Amanhã iremos: antes do primeiro galo, pé ante pé não vá despertar a cidade que enfim ressona. Iremos juntas engomada e passajada a velha saia conceição LIMA O lenço de vivas ramagens, negado às traças Iremos sem temor dos fantasmas. Conhecemos o trilho. De olhos fechados o conhecemos, tu e eu – adivinhamos o risco no chão escavamos a decisão das pedras já deciframos o enigma de todas as perdas. Ao virar da esquina seguiremos em frente Sem vergar a cabeça, afastaremos o capim Sentiremos o frio do orvalho nas nossas pernas - caminhemos Ao encontro do pregão no ventre da praça: odores secretos, a luz das mangas a voz da velha Mercedes proclamando a frescura das couves. 46 Seixo Review Apuramos o Canto conceição LIMA À memória de Ivete Monteiro Caem as pétalas Do poilão caem Uma a uma Sobre a pele da tarde. Chegamos sozinhas de toda a parte Entranhando nas unhas As cordas do tempo. Enquanto o frio murcha Apuramos o canto. Conceição Lima nasceu em Santana, ilha de São Tomé, São Tomé e Príncipe. 08.12.1961. Jornalista. Licenciada em Estudos Afro/Portugueses e Brasileiros pelo King’s College of London, com o grau de mestre em Estudos Africanos pela School of Oriental and African Studies (SOAS) de Londres, onde reside. Publicou O Utero da Casa, 2004 e A Dolorosa Raiz do Micondo, 2006, ambos pela Editorial Caminho. Poemas traduzidos para o inglês, francês, alemão, italiano, espanhol, turco e árabe. Fotografia de Rui Sousa Seixo Review 47 c LADY ANNE adriana LISBOA I must take my leave For promised I am (Jagger/Richards) A A pata encontrou no chão um buraco improvável. Lady Anne estava na dianteira, quinhentos metros finais. Mas o espaço mínimo colheu seu galope, fez dele um soluço, Lady Anne sentiu num pedaço de segundo a pane se propagar pela rede de músculos, de ossos e tendões e articulações. A pata se dobrou como não devia. E Lady Anne sentiu o corpo se dobrando sobre a pata e o mundo se dobrando sobre o corpo, e o céu envelopando sua queda num azul frágil, sem aconchego. Depois foi só a dor. Seus olhos estavam úmidos e seu corpo tremia: dava medo, a dor. Era um saber demais de si mesma. Seus olhos, contas intensas, espelhavam um rosto humano curiosamente deformado, como se na dor ainda coubesse o humor, e fosse esse o único transporte possível. O veterinário tocou o corpo enorme do animal: a massa de músculos por baixo do pêlo, alazão tostada. O suor frio. Equus caballus. Homo sapiens sapiens. Durante um instante o olhar dos dois foi um só, e o homem sentiu, com as pontas dos dedos, a gravidade da dor. O telefone celular se interpôs. Pelo toque, o veterinário sabia quem era. Não tirou os dedos do pêlo curto logo acima do focinho de Lady Anne. Afagava-a devagar, mas com uma urgência de estilhaços. Pediu ao jóquei, que estava ao seu lado, miraculosamente ileso: tira isso da minha maleta e desliga, faz favor. Do outro lado da cidade, a moça de óculos escuros tentou de novo o mesmo número: recebeu a mensagem, após o sinal etc. Não deixou recado. Por trás das lentes dos óculos escorreram duas confissões, dois adiamentos, duas resignações. Que o vento marinho secou, para que, fossem o que fossem, as lágrimas se confiassem apenas à epiderme, em invisibilidade (e não aos passantes, em auto-comiseração). Fazia algum frio na praia. Mas as meninas suavam na aula de vôlei. Na 48 Seixo Review hora do saque, a mais baixinha olhou para o lado, viu a mulher ali, no banco do calçadão. De óculos escuros, guardando na bolsa um telefone celular. A menina aprumou seu corpo ansioso e desarmônico, antecipou a trajetória da bola e a elegância com que furaria o bloqueio das adversárias e cairia enfim sobre a areia, modestamente triunfal. Os músculos de seus braços ondularam, a mão direita fez o que tinha de fazer, e a bola de vôlei raspou o vento até se encontrar com a rede. Em cheio. Beijo assustado de um par que não se quer. Dentro do ônibus, o rapaz de cabelo comprido viu de relance o jogo. Registrou na periferia da consciência: a menina errou o saque. Depois ele continuou pensando com força no corpo de uma mulher, a sua namorada, a barriga que ia começar a crescer, a outra pessoa que estufaria essa barriga por dentro com um ímpeto de maré. Ele via o próprio reflexo na janela do ônibus, superposto ao drama lento lá fora. Palimpsesto: cidade, homem que vai ser pai, medo de ser homem e de ser pai, mas também traço do rosto que caberá ao filho (à filha). Se for menino, pode ser Mick. Se menina, Marie. Ele sorriu: que idéia. Foi o seu primeiro sorriso de pai. A moça de azul ao seu lado viu o reflexo. Um sorriso desconhecido que ela deixou onde estava, mas que sem querer copiou na memória. A moça desceu no ponto seguinte. Chegou ao portão, pediu informações. Foi cruzando aqueles espaços estranhos, o pátio vazio, os corredores largos, encontrou o banheiro, sentiu a água fria. Suspirou longamente um suspiro deserto e foi até onde era esperada. Equus caballus. Homo sapiens sapiens. O veterinário e a moça de azul trocaram um olhar e um cumprimento. As outras pessoas abriram espaço. As pontas dos dedos do homem continuavam alisando a pequena área logo acima do focinho do animal, e o toque se propagava em espasmos. Os dedos da moça de azul encostaram nos seus, susto-segredo, enquanto a seringa esvaziava um milagre dentro do corpo enorme, que no entanto estava como que transpassado de vazios. Lady Anne fechou muito devagar os olhos molhados. Enquanto morria, o mundo que enxergou foi denso. Um mundo ágil, a galope, inteiramente alazão tostado. J Foto: Carlos Luz Adriana Lisboa nasceu no Rio de Janeiro em 1970. Foi cantora de MPB na França, onde morou por um tempo, flautista e professora de música. Hoje, além de ficcionista, é também tradutora e às vezes poeta. Publicou oito livros, como os romances Sinfonia em branco, Um beijo de colombina e Rakushisha. Seus livros ganharam alguns prêmios, como o José Saramago, em Portugal, e o Moinho Santista, no Brasil, e foram lançados em sete países. Mora atualmente entre o Rio e a cidade de Boulder, Colorado, nos Estados Unidos. Seixo Review 49 O homem do Pico, que encontrei em Gilroy vasco pereira da COSTA Q uando o barco tocou o cais vieste a minha casa. Enchi-te o copo de vinho, parti o pão, cortei o queijo, dispus os frutos. Pedi-te notícias dos mares não sabidos. Parecias alheio e triste. “Largo de manhã para a ilha a mais do oeste e mais só.” Iça as velas e vai. Não faço mais perguntas. Havia uma nuvem de púrpura no céu mudo. f 50 Seixo Review The man from Pico whom I ran into in Gilroy vasco pereira da COSTA W hen your boat reached he wharf you came to my house. I filled your glass with wine, tore off some bread, sliced some cheese, set out fruit. I asked you for news of unknown oceans. You seemed alien and sad. “I cast off in the morning for the island more westerly and more alone.” Hoist your sails and go. I ask no more questions. There was a cloud of purple in the silent sky. Translated into English by Katherine F. Baker and Diniz Borges. photo by Eduardo Bettencourt Pinto Vasco Pereira da Costa nasceu em Angra do Heroísmo em 1948. Durante 10 anos foi director do Departamento de Cultura, Turismo e Espaços Verdes da Câmara Municipal de Coimbra. Entre 2001 e 2008 foi o Director Regional da Cultura do Governo Regional dos Açores. Tem proferido conferências sobre temas literários e pedagógicos em Portugal e nos EUA, Venezuela, África do Sul, Senegal, Espanha, França, Inglaterra, Bélgica, Holanda e Itália. Integrou o grupo de trabalho “Culture sans frontières” da DG X da União Europeia para o estudo do turismo cultural nas cidades europeias de média dimensão. Em representação da A. P. E. tem integrado diversos júris de prémios literários, designadamente, o Grande Prémio A. P. E. de poesia. Foi representante de Portugal no programa FAULT LINES da True and Reconciliation Comission da República da África do Sul. Tem trabalhado para a rádio e televisão em programas de índole literária e cultural e exercido, nesta área, funções de consultor para programas infantis. Foi cônsul honorário de França em Coimbra de 1998 a 2001. Publicou vários livros de poesia e ficção. My Californian Friends é o seu mais recente livro. Seixo Review 51 Um Dia Depois de Outro vergílio alberto VIEIRA A guerra foi, porque está a ser. Vicente Aleixandre o que me rouba o sono, e me deixa então ficar para trás a rebolar encostas até Minos, não é o Inferno. O inferno que em cada um de nós se vai cavando como um fosso de que nunca sairei. O que me rouba o sono é a distância que falta percorrer a Anfiarao, um dos que soube que morreria em Tebas, se viesse a tomar parte da expedição, antes da terra se abrir para o sepultar. Vem alto o dia para as bandas de Catete, à hora em que o alvorecer de Maio se levanta sobre a zincagem fria dos musseques. O alvoroço dos carros de combate cresce lá fora. Hãode estar a chamar-me, porque já ouço os primeiros soldados a correr, de armas na mão, pela parada, já os vejo sair aos solavancos para patrulhar os bairros de Luanda, e corrigir em fuga o som escaldante das kalaches de que nos resta vigiar patéticos o ângulo de tiro que os atalhos de rua, juncados de cadáveres, enviesam de surpresa, enquanto a contagem os há-de dar por abatidos na queda dos andaimes, sem que ninguém garanta ao menos o nome do lugar em que ficaram expostos à devassa, e a morte ganhe altura contra os desfiladeiros de betão donde se avista o 52 Seixo Review descampado para onde, a peso, hão-de mais tarde ser levados, entre a ramagem do dólman, que o corpo encharcou de suores lívidos, e não haver tempo sequer para fingir que já é tarde para rebolar encostas até Minos, e que nem o toque de alvorada ainda outra vez os fará acordar, porque está próxima a ronda dos mabecos, quando a poucos pés do solo sobre a vala a retroescavadora os atirar um após outro, dois após outro, três, para não lhes dar tempo de pensar que já não dormem e que a expedição chegou ao fim. O que me rouba o sono/ Nada me rouba o sono, ainda que a barreira de fogo, que já ninguém controla, e que agora começa para os lados do Kazenga, me deixa à míngua de água, com o cantil de que ninguém bebeu, então à mão deste soldado que, de borco, junto à sarjeta, esqueceu o jeep em chamas, e as moscas que lhe devoram as tripas, sem pressa, contra a poça de sangue coagulada ao sol. (inédito) Vergílio Alberto Vieira (n. 1950, Amares-Braga) cursou Letras na Universidade do Porto, fixando-se, a partir de 1993, em Lisboa, onde lecciona. Poeta, ficcionista e autor de livros na área da literatura infanto-juvenil (poesia, narrativa e teatro), escreveu sobre livros, durante vinte anos, no Diário de Lisboa, revista África, Jornal de Notícias (Porto) e no semanário Expresso (Lisboa), colaboração em parte reunido nos volumes Os Consentimentos do Mundo (1993) e A Sétima Face do Dado (2000). Colaborou em publicações de que se destacam: Cadernos de Literatura, Jornal de Letras, Colóquio, Rua Larga e Magazine Artes (Portugal); Hora de Poesia, Malvís, Serta, Vozes de Galicia e Literastur (Espanha); Albatroz (França); Il Cobold e Il Vento Salato (Itália); Apertura Magazine (Luxemburgo); Ficção, Escrita e Suplemento Literário de Fotografia de Sérgio Granadeiro Minas Gerais (Brasil); Reenbou (Canadá); New Wave e Micromegas (USA); Poética (Uruguay); Kanora (Colombia). Encontra-se representado em várias publicações em Portugal, França, Espanha, Itália, Marrocos, Brasil, Hungria, México e Alemanha. Nos últimos anos publicou: A Biblioteca de Alexandria/ narrativa (2001), Crescente Branco/ poesia (2004), Pára-me de Repente/ teatro (2005) e Papéis de Fumar/ obra poética (2006). Pertence à Direcção da Associação Portuguesa de Escritores desde 2002. Seixo Review 53 ángela RAMOS t Arte tu piel u piel es el lienzo de mis noches la tela inmaculada donde diseño todos mis retoques con cientos de pigmentos te expreso mis íntimos anhelos esos que guardo en el secreto de mis cofres y despliego en ella mis pinceles dactilícticos y lleno de colores tu superficie anónima dibujo fragmentos de tus insólitas parcelas y punteo con trazos temblorosos tu tela caprichosa y alzado luego de la noche descubro en tu piel nuevos matices y preparo un boceto de esa obra advenediza que espero realizarte e ilustro y doy forma a lo que me trastorna, coloreo tus manchas y tus melancolías, calco y esbozo tus labios fugitivos, y afino y lamino la piel de tu mirada y con una euforia repentina, como inspirada en tu pupila que me observa, sombreo, contoneo, desdibujo, garabateo, matizo y emborrono y advierto, casi al borde del abismo, que me falta superficie para hacer contigo lo que quiero. 54 Seixo Review T ángela RAMOS “lo más absurdo de estas vidas que pretendemos vivir es su falso contacto” Julio Cortazar De naufragios odo el mundo tiene ojos con que huir y teléfonos en los que deslizar las quejas de los días sin buscar un lenguaje de terminaciones nerviosas. Todo el mundo tiene gestos que aguantar y frases mal pensantes que maldicen miserias en las deshoras de las noches. Muchos guardamos restos de naufragios en las espermatizadas tardes en las que seguimos siendo perseguidores de ausencias … … y esperamos los muertos en la orilla. Y es triste desandar los pasos de ayer cada mañana, mientras dejamos las sábanas en sueños, para ganar las tristes perras de vivir o asistir a la cita de un profesor cotorra. Y es penoso, realmente penoso, sortear las baldosas levantadas – como jugando al teje en las aceraspara llegar a donde nunca empieza nada. Ángela Ramos nasceu nas Ilhas Canárias, em 1967. É Licenciada em Filosofia e Jornalismo. Escreve poesia, conto e romance. Com 15 anos obteve o 3º prémio, fase provincial do “Dia do Livro” dedicado a Benito Pérez Galdós e organizado pelo Ministério da Cultura espanhol. Venceu o 1º Prémio no certame de contos do Governo das Canárias, em 1991 e 1993. Publicou: Bajo los Castaños (1998); Faltó la Primavera (2005); Amores de Asalto (2006); Polvo Somos (2008) e Pasión Furtiva (2009). Seixo Review 55 O PIANO e a FLAUTA david oscar VAZ Do que me lembro e não me lembro? ... O cortejo passou lento pelo portal do cemitério e surgiu uma grande descida diante de nós. Os homens iam na frente, alguns de chapéus, todos sombrios e sólidos, de uma solidez adulta que muito causava inveja a todos nós meninos. Logo atrás do caixãozinho e amparada por algumas mulheres, vinha Dona Rosa. O grosso das esposas e filhas estava atrás com a gente. O Antenor, meu amigo, levava Amadeu pela mão. Lembro-me do barulho das roupas andando e, às vezes, do rumor de uma conversa ou outra. Todos tendiam para um silêncio de pensamento naquele outono de tarde. E eu mal podia acreditar que era mesmo o Frans que ia ali dentro no caixãozinho. A mão esquerda do Amadeu prendia firme a do irmão e, com igual firmeza, a direita levava sua estimada flauta. O Amadeu era um reloginho andante que, passinho em passo, balançava o pendular bracinho que carregava a flauta. Amadeu era o mais novo dos cinco irmãos. Todos eram sadios, mas ele aprendeu apenas algumas palavras e frases curtas, o resto era grunhidos e gestos. Era comum a gente ver o Amadeu passar horas numa mesma posição como se assistisse a um filme invisível. Ainda tinham que lhe dar de comer. Em alguns momentos, o filme a que assistia se interrompia e o menino olhava espantado para a gente. Um dia o irmão mais velho comprou uma flauta de madeira. Era uma linda flauta, toda escura em estojo de feltro vermelho. O amor pela música foi curto; a frustração de não poder tocar nada após dois meses venceu a euforia inicial. Acabou dando a flauta ao segundo irmão, que a recebeu com alegria, uma alegria tão grande quanto a indiferença com que, tempos depois, passou-a e 56 Seixo Review ao terceiro irmão. E de irmão a irmão, acabou indo parar debaixo de uma cama fazer companhia para outros objetos. Ninguém imaginou dá-la ao caçula, mas como determinados encontros não se planejam, um dia eles se tocaram e se tornaram inseparáveis. Amadeu passava então o dia a tirar da flauta irritantes sons tão horríveis quanto seus grunhidos, sacrificava assim o ouvido de toda a família em tons variáveis. “Deixem o menino! ...”gritou a mãe quando alguém tentou um protesto, “.... ele já tem tão pouco! “ Na fronteira da inconsciência em que habitava, Amadeu foi aprendendo a distinguir os sons e a compor suas harmonias. O que ouvia, tocava; música de roda, jingles de rádio e as músicas que vinham da casa do Senhor Otto. Descobriu uma língua para se haver com o mundo. Sempre que eu e o Antenor íamos brincar, tínhamos que levar o Amadeu. Nada atrapalhava, ficava tocando enquanto a gente ia soltando pipas, jogando bolinha ou brincando de esconde-esconde. Amadeu transformava o clima de nossas brincadeiras em músicas, fazendo assim a trilha sonora de nossas aventuras. Mas no momento do cortejo, ele ia ali silencioso como todos nós. “Para morrer, basta estar vivo.” Disse alguém à minha frente, mas ninguém ousou comentar que viver com o Senhor Otto já era estar morto. O homem era um tirano misterioso para todos nós. Olhei a minha mãe que me levava pela mão, notei seus olhos vermelhos e pensei que ela jamais diria que o Senhor Otto era mau. Minha mãe tinha vestido o mundo com o manto da bondade e fazia questão de nunca admirá-lo despido. Larguei sua mão e abracei-lhe o braço, eu precisava tanto dela ! ... Quando viu que eu olhava, Amadeu sorriu; foi aquele seu sorriso retardado. O que devia ser tudo isso para ele? A bobeira devia lhe dar uns outros olhos. Horas antes, tinha ficado um tempão na ponta dos pés, com a boca meia aberta de baba, olhando para dentro do caixão do Frans. Pareceu-me triste, não sei. De onde eu estava, não podia ver o Senhor Otto que ia lá na frente, mas imaginei que caminhasse reto e silencioso, magro no seu terno preto. Que medo tínhamos da sua sombra! Até falar nele era motivo de arrepios. O homem possuía grandes orelhas, era calvo e fino como uma cobra. Mesmo Dona Rosa parecia ter medo dele. O que se dizia é que tinha sido um grande pianista, o segundo maior pianista de algum lugar na Alemanha. Uma pessoa educada e ilustre, dizia minha mãe. Mas como uma pessoa educada e ilustre podia torturar o filho como fazia? Justo o branquelo do Frans que não agüentava briga com ninguém. Quando eu perguntei a minha mãe, ela, defendendo o homem, disse que o Senhor Otto era apenas um pai extremado, severo, talvez exageradamente severo, mas no fundo só queria era mesmo o bem para o filho. Diziam que o Senhor Otto carregava um grande ressentimento, o de nunca ter conseguido ser o primeiro pianista de algum lugar da Alemanha e, constatando a sua impossibilidade, exilou-se no Brasil. Aqui casou e veio morar na bonita casa que havia à direita da nossa. Sim, porque à esquerda era a pequena casa do meu amigo Antenor e do seu irmão Amadeu. Eu vivia assim entre o piano e a flauta. O Frans quase não saía de casa e nós éramos seus únicos amigos na rua. Tinha uma cor de doente. Às vezes, nos poucos momentos em que brincava conosco, estacava de repente pedindo silêncio, era que parecia ter ouvido o chamado do pai. O Senhor Otto não gritava nunca, e ai do filho se não escutasse! Frans passava muitas horas do dia ao piano, tomando lição com o pai que queria vê-lo pianista, certamente, o primeiro pianista do Brasil. E assim, o Senhor Otto ia regendo sua sinfonia da disciplina e do medo. Durante todo o velório, o Senhor Otto não derramou uma única lágrima, mas algo espantoso aconteceu no trajeto do cortejo. Foi logo depois que terminamos de descer e virar à esquerda. Muitas e muitas vezes minha mãe contou comovida o relato que se segue. Já avistávamos a vala aberta, quando aconteceu o inesperado. Amadeu largou a mão de Antenor e, caminhando um pouco mais rápido, chegou perto do caixão. Começou a olhar para cima, para o rosto das pessoas, para um, para outro, até que deu com o sofrido semblante de Dona Rosa. A mulher olhou para ele com seus olhos de Pietá. Então Amadeu foi até o início da procissão e, causando admiração a todos, começou a tocar. E foi como se naquele instante a tristeza que havia começasse a passar pelo estreito túnel de sua flauta de madeira. E a música que já existia em nós foi existindo para nós. E do não possível nasceu um outro possível: dos olhos do Senhor Otto começaram a escorrer lágrimas. O nosso pequeno Amadeu tocava, e tocava uma música tão bonita que parecia querer fazer com que o céu abrisse suas portas para receber o nosso Frans. E as lágrimas escorreram pelo rosto do Senhor Otto. Jamais poderei esquecer a maneira comovente com que minha mãe contava este acontecimento. Gostaria de terminar aqui. Este conto deveria terminar assim, da maneira como minha mãe contava. Ficou-me esta versão, e eu agora sei que preciso tanto dela! ... Seixo Review 57 Mas há uma coisa que eu vi como se tivesse outros olhos. Minha versão é outra ... Amadeu encarou o Senhor Otto. Eu, agarrado a minha mãe, procurei andar mais rápido e puxei-a, não queria perder de vista meu amigo. Amadeu olhou para mim e não sorriu, ele parecia - pensei tantas vezes que me enganava - ele parecia sentir ódio. Mas não podia ser, era um menino, um tantã! Amadeu olhou novamente para o Senhor Otto: sim, era ódio. Há uma estória maldosa sobre o que teria acontecido na véspera. Dizem que quando Dona Rosa e o Senhor Otto estavam à volta da cama de Frans, o menino, em delírio, tomou a mão do pai e assim falou: - Papai, eu perdôo mesmo o senhor. A mãe explodiu num choro mais doído do mundo, enquanto o pai, largando a mão do filho, respondeu: - Pois eu não perdôo você. Nada disso pode ter sido verdade, só sei, se é que alguma coisa eu sei, o que eu vi. E vi Amadeu olhar para a Dona Rosa, ela no seu sofrimento e ele na sua bobice se entreolharam: se compreenderam. E meu coração bateu forte, eu percebi que não era tristeza, mas um pacto de ódio entre a mulher e o menino. Amadeu caminhou até o início do cortejo e começou a tocar. A música saiu perfeita: a música era agora uma arma, era a ponta com que Dona Rosa fazia sangrar o coração do Senhor Otto. A música era, enfim, a representação do fim, do fim de qualquer possibilidade do Senhor Otto vir a ser o primeiro pianista através do filho. Era a música fúnebre que enterrava a falecida esperança. Hoje pouca coisa resta. Nunca mais se ouviu som algum da casa do Senhor Otto. Amadeu veio a falecer pouco antes de completar dezoito anos e foi enterrado com sua flauta. Restam-me as lembrança e as duas estórias que me são tão caras, que não se anulam, a minha e a da minha mãe, o piano e a flauta. David Oscar Vaz é escritor e professor universitário de Literatura Brasileira e Literatura Portuguesa. Estreou-se na ficção com Resíduos, Prêmio da Associação Paulista dos Críticos de Arte (APCA) na categoria “escritor revelação”. O seu segundo livro intitula-se A Urna. Participação em jornais, revistas literárias e acadêmicas, bem como antologias de ficção no Brasil e em Portugal. É colaborador do Le Monde Diplomatique – secção palavra - edição virtual brasileira. Actualmente escreve um romance graças a uma bolsa do CNC. 58 Seixo Review Almirante Reis (31/01/08) margarida vale de GATO A nossa solidão é esta avenida decotada, do passeio do acaso, do furtivo e escancarado, artéria tantas vezes paralela ao coração, onde ninguém serve a nenhuma arquitectura; onde sobe a miséria do terminal do eléctrico até à igreja fronteira à sopa dos pobres, temporárias sentinelas armando cartões nas fachadas das lojas, trastes e artigos de ocasião (apanham-nos de dia noivos investindo num projecto de família). O nosso é este meio de solidão, que se carrega de qualquer coisa que não é bem perpétua atmosfera de névoa, nem sujidade, que também é terna, pena suspensa (corvos de Lisboa, naus gastas no chão), saudade, por que não, sentimento de povo sem pátria em que descreio; crer creio nisto que na indigência e vício coexiste a gente dá-se e da carência faz-se uma disciplina às claras e por muito pouco desprende-se quase nada que se tem. Seixo Review 59 R. Voz do Operário / Calçada de S. Francisco (06/03/09) margarida vale de GATO (frente). será por cobardia que só quando me convenci de que é impossível me apetece tentar começo então a lembrar para preencher o encargo da memória espantando-me com que afinal já sabia e quase certa de ter ouvido tudo atentamente, mesmo o marulho que não havia. (verso). contar-te como na cidade sempre me ocorrem maravilhas, hoje por exemplo a mesma coisa duas vezes, primeiro de manhã olhando para lá dos carris do eléctrico de quem está no cimo da Rua Voz do Operário; depois no Chiado numa esquina quando virei umas escadas que se chamam, descobri, Calçada de São Francisco, (não pensei nisso mas ninguém me diz que não foi para te contar também, se eu própria não sei a quantas ando) para outra rua que descia desta vez de lado e a mesma tonalidade do dia soturno raiado de Sol agora a descer o mesmo rio ao fundo e também um pouco a descer e um pouco de lado e as nuvens semelhantes, do mais claro ao mais cinzento, a partir do cume por onde se jogava a luz de um modo que não tem outra forma de ser dito, tem de ser poeira de ouro, paleta de vidrilhos na água, desde a cinza azul ao verde assim metálico mas discreto, como a patine da beleza, e eu pensei se calhar é sempre o mesmo milagre, aqui ou em qualquer cidade, contínuo e contíguo –, e achas que se fosse era só não padecermos de tapumes? 60 Seixo Review Rua do Cardal à Graça (25/03/09) margarida vale de GATO aqui da graça com Sol às altas janelas de uma casa e rua sem história tem subido hora a hora aos vidros e a um céu de impostora clareza o assobio estrídulo do amolador encostado como os pássaros à promessa da Primavera gostaria até de ter navalhas murchas para a sua tarefa v mas tão alheio me é o orgulho quanto estrangeiro o sentido da memória, de mais tangíveis contornos quero penso às vezes esta espera embora pouco pese — e mesmo pressinto que por isso adoce a existência e eu aqui agora nestes minutos meço se vale ou não o desejo de empreender no golfo que dista entre o que será de banal ou simples evidência ou o que há em mim a reconhecer se me chegasses a ver. Margarida Vale de Gato nasceu em 1973 e é mãe da Alice. Professora de tradução, inglês e literatura norteamericana. Tradutora de francês e inglês para português, tendo recentemente publicado a Obra Poética Completa de Edgar Allan Poe. Espera publicar este ano o seu primeiro livro de poesia, Mulher ao Mar. Seixo Review 61 Escrever / ler fernando esteves PINTO 1 2 3 62 Escrever não é nenhuma felicidade. Interromper toda a acção da vida e sentir o tempo como um disfarce da realidade. O maior defeito dos escritores é a obsessão pela razão do que pensam. Mas pensar não é ainda afirmação do que se escreve. A escrita é um acto que se perde na razão do que se dá a ler aos outros. Coisa estranha: a sufocação da escrita transforma-se no prazer da leitura. Isso prova que as palavras corrompem os sentimentos. Um texto difícil e penoso é uma felicidade para aqueles que, no fundo, se limitam a emoldurar as suas emoções na leitura que se lhes apresentam. Raramente existe uma intensidade no leitor. O duelo entre escritor e leitor consiste em um deles perder-se onde o outro pretende encontrar-se. A imaginação dita a ordem de exigência de acordo com a necessidade de ambos. Escrever de costas voltadas para os outros é a única solidão que partilhamos com quem nos lê no isolamento do seu próprio silêncio. Como se nos despíssemos por dentro do que pensamos e nos dispuséssemos à violação. Felizmente que as palavras são o indumento da consciência. O que julgamos descobrir em nós ocultam-nos os que nos lêem em pensamento pouco iluminado. É tão mais difícil ler do que escrever. Ler à superfície um texto é apagá-lo; lê-lo profundamente é uma tentativa de destruição. É-se incapaz de ler um texto se não sentirmos que estamos a ser escritos por ele. Também será possível escrever na expectativa de que o texto ignore a leitura que se faça dele. Começar agora a escrever. Procurar nas palavras o que a leitura já roubou ao texto. No fundo, inicia-se a escrever pelo lado da leitura. Escreve-se sempre por ler uma determinada forma de apresentação escrita. O escrito é o resultado, a dificuldade, a afirmação do silêncio de quem escreve e de quem lê, a indeterminável interpretação da realidade, o limite da leitura. Nenhum texto vive em harmonia com a leitura. A adaptação é um conflito, embora imperceptível. Escrever é ler em voz interior. Ler é escrever em objecto de imaginação. Quando se escreve, a leitura elimina o que está a ser escrito de forma passiva; assim como quando se lê na desintegração do texto que se deixa examinar nas suas profundezas. Complexo? Ler e escrever são dois focos da mesma luz que nunca iluminam o mesmo espaço. Seixo Review O nada fernando esteves PINTO 1 2 O nada que se ocupa de nós é já um sinal que se realiza num determinado espaço da nossa consciência. Posso evocar a solidão, porque tem aqui o seu lugar: o nada solitário que nos vigia o pensamento. Mas se há pensamento sobre o irrealizável, que força sentimos para continuarmos a pensar sobre o nada? Com as palavras o cenário é o mesmo: se elas existem como instrumento de linguagem, porquê a dificuldade do sentido no acto de escrever ou falar? Será o nada que nos ocupa uma impossibilidade de pensarmo-nos utilizando as palavras como representação? Um problema de negação: a escrita nega o que o pensamento escreve. O nada que nos surge como escrita é um acto provisório. Neste caso, pensar o que se não deseja como escrita é alojar o tempo no nada que resultou do nosso pensamento. Escreve-se sempre sob o condicionalismo de duas versões: o nada que se agarra como uma pele ao pensamento experimental; e o pensamento que se liberta da experiência do nada para se transformar em escrita ideal. O nada múltiplo que se sente como escrita é uma opressão do pensamento que se recusa a interiorizar um sentido para as palavras. Será o próprio pensamento quando escrevemos um conflito da “palavra” que se não deixa escrever? Às vezes escreve-se como se entrássemos num elevador, pressionássemos o botão que indica o nada psicológico e não sentíssemos em que direcção estamos a ser transportados – se para baixo; se para cima –; prova absoluta de que o nosso pensamento também se perde na orientação do que está a ser estruturado. Seixo Review 63 O tempo fernando esteves PINTO 1 2 3 64 Ainda defendo que o tempo não existe fora do domínio da vida e da permanência. Imagina uma caixa vazia e fechada. Que tempo poderá existir no seu interior se nada se identifica como coisa viva? Acreditas mesmo que o tempo entrou dentro da caixa para medir somente o vazio? Agora faz a experiência: coloca uma flor ou um animal no fundo da caixa e aguarda os seus efeitos. Talvez ignores, mas o tempo também faz parte desse processo de isolamento que acabas de realizar. Assim temos o tempo como meio de acontecimento e transformação ligado aos seres vivos e às coisas. Se nada existe, que tempo poderá ocorrer sobre coisa nenhuma? Imagina ainda a caixa vazia e sem vida. Sabes agora que o tempo não se detém onde não existe forma de referenciar a sua passagem. Se não estamos num lugar, o tempo nesse lugar não existe. O tempo identifica-se na acção. Se o interior da caixa representa um não acontecimento, o tempo permanece apenas no seu exterior. Tens como prova o envelhecimento e a degradação que o tempo imprimiu à caixa ao longo da tua vida. Tempo é uma forma de dizermos modificação. Não há modificação se não houver elementos transitórios que se sujeitem à autoridade do tempo. Como quando alguém pensa sobre a sua vida passada: naquele tempo eu… Para essas pessoas o tempo é a memória da sua própria existência; e não é tanto o tempo que recordam, impreciso e ilusório, mas os acontecimentos marcantes que os acompanharam pela vida e os moldaram numa perspectiva de renovação. Esse tempo recordado pelas pessoas é um sinal do já vivido em confrontação com a actualidade das suas vidas. Todo o ser é o transporte do tempo que sente viver. Seixo Review 4 5 Tens a imagem imóvel de um muro de pedras em ruínas. Tudo o que possas pensar sobre o muro, desde a sua construção até ao aspecto degradado em que o muro se apresenta aos olhos de quem passa, já a ocupação do tempo pensou antecipadamente a sua destruição. O projecto muro já trazia definido pelo tempo a sua duração limitada. Sendo assim, o tempo é um provocador de efemeridades. Não existe em acto contínuo se alguma coisa ou alguém já não existe. Tens ainda a caixa na qual o tempo se recusa entrar por nada haver no seu interior que seja consumível. Então podes pensar: o tempo é a presença de todas as coisas humanas e materiais e não faz sentido identificá-lo onde nada existe. O tempo é um lugar de consciência. Para uma caixa vazia, o tempo é o objecto da nossa própria consciência. A exposição da caixa serve para analisarmos o modo como o tempo age em conformidade com aquilo que lhe apresentamos. A caixa vazia ou qualquer outro objecto colocado sob a observação dos teus próprios interesses é uma encenação do tempo. A manipulação que fazemos das coisas e da nossa própria vida é que nos dá a profundidade do tempo como uma ideia realizável. Fernando Esteves Pinto nasceu em Cascais em 1961. Colaborou no DN Jovem e no Jornal de Letras. Em 1990 recebeu o Prémio Inasset Revelação de Poesia do Centro Nacional de Cultura. É publicado em Espanha e México por revistas literárias e editores independentes. Em 1998 obteve uma bolsa de criação literária pelo Ministério da Cultura/Instituto Português do Livro e das Bibliotecas. Está representado em várias antologias. Cofundador do “Sulscrito” – Círculo Literário do Algarve. Coordenador do projecto Literário Palavra Ibérica e editor da 4águas. Livros publicados: Na Escrita e no Rosto (poesia) Editora Europress. Siete Planos Coreográficos (poesia, edição bilingue) Editora 1900, Huelva. Ensaio Entre Portas (poesia) Editora Almargem. Conversas Terminais (romance) Editora Campo das Letras. Sexo Entre Mentiras (romance) Editora Leiturascom. Net. Sexo Entre Mentiras (tradução espanhola) Editora Baile del Sol – Canárias. Privado (novela, edição bilingue castelhano/ português) Editora Canto Escuro. Seixo Review 65 Pudriéndose subhro BANDOPADHYAY Otra vez vuelvo a la tierra donada pedrosa, si se examina desde muy cerca se ven los empeines del cuerpo, las cenizas que había sobre las heridas, han desaparecido, tal vez alguien dijo: ¿sabes dónde estás? amanece, las tardes acechan clandestinamente la vuelta a casa, se afilan las espinas, a 66 Tú ya estás decompuesto, sigues mirando el árbol seco, el cielo de color naranja después de la lluvia, el pájaro despierto bajo la luz poderosa, de repente chispea algo en la cabeza ¿qué? lírica Está ardiendo el pelo, y la guerra comienza debajo del olor de la piel quemada boca arriba, boca abajo, de lado, entre la armonía y el cerebro que parece más pequeño cada vez, entre la palabra y el cerebro de piedra, ah ya no se puede luchar más, intento gritar a la putrefacción, y miro hacia las palabras que quise llevar a la naranja del mundo, me abandonan roto, desvalido al lado del río donde depositan la última ceniza en la orilla blanda y fría, están volando las páginas blancas alrededor de mi cuerpo Seixo Review Sobre la soledad subhro BANDOPADHYAY Se podían decir muchas cosas, pero de momento sólo viene nieve sobre un montón de piedras y se ve un camino lejano como una raya de ojos. Hay un hombre paseando por allí con su perro. No se oye nada, sólo el perro está arañando y rascando el aire frío con su pata Versión del autor y de Susana Agustín r © Eduardo Bettencourt Pinto Subhro Bandopadhyay es un poeta nacido en Calcuta, India en 1978. Después de realizar estudios de Biología en la University of Calcuta ha tenido varios trabajos, desde estudios de gigoloes hasta traductor del jefe del estado. Entre sus libros de poemas destacan Dahan khata theke (2000), Ujjiban (2001) y jadupaharer gan (2006). Es también autor de un libro biográfico del poeta chileno Pablo Neruda – ajana Pablo Neruda (2005) en bengalí. Ha traducido poetas de la generación del 27 como Vicente Aleixandre y Rafael Alberti. Ha obtenido la primera Beca Internacional Antonio Machado de creación poética (2008). Es el fundador director de la revista de poesía Podyocharcha en bengalí. Seixo Review 67 de tanto bater claras d’ovos aurelino COSTA O triste pode ser azul na guarita dos olhos ou mais tenso na cisterna do olhar consoante a tua disposição assim o sol te olha … imagina a mão e o fósforo ardem só de imaginar é uma gaita o que nos prende? um assobio? iu, iu? assim um bidé estala á colocação da nádega no teu olhar ! vira-te por de trás do que pensas ainda não está o teu pensar um peixe circunda o aquário enquanto teus olhos parados imaginam cataclismos na fedúcia da pupila o vento largo esconde mapas e os braços entristecem de tanto bater claras d’ovos adormecem as faces húmidas do presbítero feroz e merengue rege suicídios machos para as cegueiras … 68 Seixo Review são marés de pássaros na hecatombe do ladrar nupcial dos galgos avós das migas batem a calda num respigue vento goleando as frinchas o gado acena o focinho á passagem do homo erectus seus cornos d’asas oscilam enrola a águia, o tabaco e a mortalha só a culatra perdura e acena ao grito ri, queza homem? ou mira?, em passadio «breve» pelo chão mel de abutres que gravitam ?... aurelino COSTA lençol equestre na timidez da pupila lavra em leque a farsa na reentrância da terra – virgem e esmaga prosélito a ânsia noctívaga dum duelo franco - ibérico na sucata do império? a cama – doce se estende neste estival de sopros de cana enquanto o pente desliza em serpente o crânio choco que tem este gás pancreático, aftoso e dissonante que não tenha já estado mas fossas nasais de qualquer povo? hostes salemas, luvas movediças lesmas, baratas, canas da índia e borboletas que rico ! Aurelino Costa, Póvoa de Varzim,Dezembro de 1956.Poeta e diseur. Licenciado em Direito pela Faculdade de Direito da Universidade de Coimbra. Tem vários livros publicados. Discografia: Na Voz do Regresso, Ed. Comemorativa do Centenário de Nascimento de José Régio, com o Maestro António Victorino D’Almeida/2001;Confluência CD – Áudio, Ed. Asa/2002; Colaboração/narração em “Miguel Cervantes & las Músicas del Quixote”, com Hespérion XXI, sob a direcção de Jordi Savall /2006; colaboração/diseur em Recital “Música e Poesia”, com António Saiote(clarinete) e Iwona Saiote (flauta); Participação/diseur nos filmes “Olhar Coimbra” e “Olhar o mar”, Produções da Didacthèque de Bayone, com apoio da Comunidade Europeia (programa língua).1993/1995. Cinema: actor em “Netto e o domador de cavalos”, de Tabajara Ruas, Rio Grande do Sul/Brasil/2008. Televisão: colaboração nas séries “Pianíssimo”, 2006, e “Sons do Tempo”,2008RTP1, de António Victorino D’Almeida. Seixo Review 69 Nine jennifer NYBERG a S Sometimes it is difficult to pin down the beginning of things. A story begins with a word, a journey with a step. But the moment, exactly, when we first recognize ourselves, first begin to understand that we are perceived by others, are affected by others, are, period? Where in our lives is the beginning of that consciousness? Of emotional awareness; love, joy, laughter, comfort, anger, pride, guilt, remorse? And shame? Perhaps it comes over us slowly, like age, like a tide washing up a beach, until that which it replaces – our innocence – is inundated. Or perhaps it is sudden. An event. An awakening in which innocence falls to the ground like a dove shot out of the air. The beginning. Perhaps for me it was at 9 years old when I loved my Grade Three teacher, Mr. Andreas, like a father. He didn’t raise his voice like my own father, or hide behind locked doors so often I rarely saw him, or have the rough, reddened hands that were uncomfortable to hold and accompanied by silence when walking along a crowded city street. Instead, Mr. Andreas was in my life every day, and I felt warm at that first glimpse of him each morning. I loved that he was soft-spoken and olive-coloured, with a dark, full, tidy moustache and just a trace of a cultured accent which mystified his students as to its origin. Mr. Andreas always wore exquisitely cut suits, delicate wools in earth tones of walnut and charcoal. He read lengthy, beautifully bound books during our half-hour Quiet Time, his legs crossed elegantly in his chair, his free hand resting on his lap, looking very much like a crown prince awaiting his scheduled audiences. I chose the front row in the classroom just to be close to him, and did my very best work. I was polite, I raised my hand and waited my turn to speak, I wiped the blackboards and changed the class calendar with the Canadian Rockies on it when each new month came without his even having to ask. Although Mr. Andreas was careful not to pay any particular attention to me while teaching, no special treatment or concessions, 70 I knew it was because he was far too refined to show favouritism to any student; more than simply unjust, it would be indefensibly dishonourable. But I also knew, sitting at my desk, watching him reach gracefully across the map of the provinces with his pointer tapping Hudson’s Bay before turning towards the class, that we had a special bond. I reserved a special daughterly smile for those times we made prolonged eye contact, and felt my heart sing at his cryptic report card comments, written in a flowing hand underneath my long row of A’s: “Suzanna continues to make excellent progress in all her academia. She is a good listener, follows instructions well. A pleasure to teach.” While in Mr. Andreas’s class, school assemblies became my favourite activity. These were a pleasant diversion from studies, of course, when we could sit on the floor of the gymnasium to watch whatever special presentation or event was in store. But I was first in line at the classroom door for each and every one because before we walked single file out into the hallways, Mr. Andreas would take a position at the head of the line where I stood. He always paused there, turning towards us to shush us or admonish the crookedness of our congregation. I loved having him stand this close to me, close enough to breathe in his subtle aftershave, close enough that when I looked up I could see only the underside of his beautiful, clean-lined jaw, close enough to put my arms around him if I had been so bold. Towards the end of each semester, the annual school talent show was scheduled. This was exciting for the entire school as it meant that all afternoon classes were cancelled; this year, one or two of the boys from the back row were performing with guitars and had already left for the gymnasium to prepare. I was content to only watch since the year before, in second grade, my mother had insisted I perform a Highland Sword Dance and bring home first prize. But my effort ended in disaster. Fully costumed in a tartan kilt, tights, blouse and black Seixo Review lace-up dancing shoes, expectations were high when I stage curtain. stepped out onto the stage, especially as I was carryI didn’t know Mr. Andreas during that second grade ing two enormous wooden swords, easily twice as tall calamity. This year I wasn’t taking any chances in doing as I was, pointed, and painted silver with glossy black anything he might consider undignified. I had made quite for the hilts. The appearance of those swords brought certain that my mother was not aware that talent time the murmuring audience to sudden silence; surely some- had rolled around once more. This year, when the bell thing stupendous was going to happen with such glori- ending lunch hour began ringing, I was instead primed ous weapons. A fencing match? A dragon slaying? The in my seat, ready to leap up to take my place at the head of school was obviously disappointed when I lay them on the line. I watched Mr. Andreas carefully, waiting for his the stage floor in a cross, according to the dance’s trad- signal, and when he finally stood and smiled, saying, “All ition. In fact, the swords disappeared entirely from the right, class, we will now proceed to the gymnasium for audience’s sight at that moment, since every student was our afternoon entertainment,” I moved to the door with sitting on the floor, looking up. I found the complete as much expedited dignity as I could muster. I never ran. quiet in the gymnasium so entirely disconcerting that It would never have done to appear rushed in the preswhen the bagpipes began to peal from the small stereo ence of such a sophisticated and glorious leader. While operated by our librarian stagehand, he strode into position at the Mrs. Bonney, my mind drew a blank. head of our column, I gazed I knew I was meant to hop over these up adoringly at the teacher, swords with my toes pointed and my waiting for him to turn and arms held over my head and made a lead his troops out into the few attempts to that effect. But I had hallway – our aristocratic completely forgotten the pattern, and and benevolent General of so could only repeat hopping left and Third Grade. And there I right, left and right, left and right, while soon would follow, proudly waiting for the interminable music to strutting behind him, his star end. When it did not, after a considerpupil and Second Lieutenable ten minutes had passed and sweat ant. But the P. A. system was dripping down the inside of my crackled just as he was about tights, I realized that I had accidentto open the classroom door. ally given Mrs. Bonney my practice He paused, looking down tape. This was an hour-long piece deinto my upturned face for a signed to be started and stopped durmoment, and smiled again, ing instruction, to prevent the need “We must wait.” And then for constant rewinding. So after sevmy hero stood stock-still, eral more painful minutes, I abruptly looking down the line of © Eduardo Bettencourt Pinto stopped, the pipes still screeching from his students, listening to the anthe little speakers, and informed Principal nouncement with his ear cocked Newill, who was acting as host and standtowards the wall speaker. ing nearby, that I had forgotten the rest. “What’s that?” No more than a foot in front of me, I stared unHe bellowed, for he was slightly hard of hearing. “You abashed at Mr. Andreas, inhaling his scent as deeply as forgot the rest? You forgot, did you? You forgot?” This my 9 year old lungs would allow, my head at the level he repeated into the microphone, which was switched of his chest. It was then that I noticed: his beautiful on. But as the laughter began to rise in a crescendo from silken tie. Although undoubtedly of superb taste and the floor for the gymnasium, I felt no particular shame, made of the finest weave, it looked somewhat rumpled merely a conviction that perhaps I was not likely to bring and out of sorts. This would not do for such a man as home first prize after all. With Mrs. Bonney now merci- Mr. Andreas! Whatever would the other classes think fully turning down the bagpipes amid the uproar from of him? And without hesitation, in an act of sheer affecthe assembly, I merely performed a flourishing bow, col- tion and warmth, I reached out and began to straighten lected my swords and disappeared, smiling, behind the this unforgivably wayward article of his attire. Instantly, Seixo Review 71 Mr. Andreas grabbed my hand and threw it up and away as though I had applied an electric shock. So violent was his action that my arm and shoulder were flung back, and I almost fell into the girl standing behind me. “Please,” he said, and his voice, although still with his trained quietude, had become as hard and ugly. “Please, Suzanna. Do not touch my clothing.” I froze, shocked. I thought he had made a mistake. Had he been stung by a bee? Or had he lost his balance somehow? Did he think I was someone else? But after a few seconds of gawking up at him, open-mouthed, I suddenly, horribly, began to understand. I looked down. I saw my grubby fingers with their bitten-down fingernails and the smears of peanut butter left over from lunch time. And my hair, lank on my cheek, with the end that I chewed sometimes still sticky with saliva. And my ill fitting purple blouse with the grass stain from the playground, from which my child’s belly bulged in unattractive folds. I was appalled at the sudden realization. I was not Mr. Andreas’s favourite student. Mr. Andreas didn’t even like me. Mr. Andreas, in fact, found me disgusting. I began to burn, blistering with an overwhelming mortifying shame and embarrassment. I tucked my hands out of sight behind me and dropped my chin onto my chest, the fire spreading up through my body and neck until my ears were blazing red and my eyes stung with tears. I could scarcely breathe. Robotically, I became aware that Mr. Andreas had now turned and was walking out into the hall and that other children were stepping around my frozen immobility to follow him. Time seemed to have stopped. After all of them had passed without a word, I returned to my desk. I sat, numb in the eerily complete silence, without moving. When the class returned after two hours, chatting and excited, I did not look up. In fact, I never looked up at Mr. Andreas ever again, nor did I ever try to stand at the front of the classroom line up again. I spent the rest of the mercifully short school year hiding my face from him, not speaking to him, not raising my hand although I knew the answer to every question that he asked. I spent Quiet Time staring, unseeing, at an open book on my lap. I listened to his musical voice lecturing about the difference between fractions and decimals, my grief and humiliation barely contained as I sat, spinning a pencil in circles on my front row desk. Mr. Andreas, for his part, appeared exactly the same, the same smile, the same attractive suits, giving no indication that anything out of the ordinary had occurred. At the end of the school year, I did not want to read his final comments, once again tidily written after the row of straight A’s to which I was accustomed, but they were unavoidable; “Suzanna made excellent progress in all her academia. She is a good listener, follows instructions well. A pleasure to teach.” Jennifer Nyberg graduated with a degree in English from Simon Fraser University in 2000. She currently lives and works on the west coast of Canada. 72 Seixo Review O Rosto das Árvores eduardo bettencourt PINTO Seixo Review 73 Contos Tradicionais Açorianos A de Ângela Furtado-Brum A apresentação pública de um livro, pelo seu carácter generalizado e também pelos gestos internos que a suportam, ganhou já o estatuto de ritual inescapável, mais ou menos formal na sua envolvência, mais convencional ou mais insólito nos procedimentos de que lança mão. Trata-se, em qualquer dos casos, de assinalar o processo de socialização de um produto que deixa de pertencer em absoluto ao seu autor, para completar-se numa efectiva apropriação por parte do leitor; mas a relevância que estes actos vêm reclamando e adquirindo, como resultado óbvio do reconhecimento do papel que a informação e a divulgação desempenham nesse processo de circulação, atesta ainda a dinâmica institucional da literatura, ou seja, aquelas “margens da prática literária” ( Julia Kristeva) que lhe conferem a visibilidade e um espaço próprio no conjunto da realidade social. Não se correrá aqui o perigo de uma adesão reverencial à 74 Seixo Review urbano BETTENCOURT afirmação de que o que não aparece não existe (fruto de algum triunfalismo comunicativo a que apetece ripostar que muitas coisas existem e seria até salutar que não aparecessem), mas também não poderá deixar-se de reconhecer que, sem essa exposição pública, os objectos literários fariam o seu caminho de uma outra maneira, seguramente mais limitada e circunspecta. É, pois, de um acto social que se trata, com uma dupla vertente: ponto de chegada em termos de empenhamento, esforço e persistência do autor que nos entrega o livro, num gesto que tem tanto de material como de simbólico, mas ponto de partida também para um livro que passa a pertencer ao público e aos leitores. No caso destes Contos Tradicionais Açorianos, à natureza dessa entrega acresce ainda outra, menos visível talvez mas não menos significativa. Na verdade, e pelo seu carácter específico de objectos pertencentes ao que se vem designando por oratura, as narrativas deste livro são indissociáveis do acto de transmissão que ao longo dos tempos lhes assegurou não apenas uma função social, comunitária, mas também a sua sobrevivência e a resistência à corrosão do tempo — transmissão que no seu mais remoto fundo etimológico o adjectivo “tradicionais” acaba por significar. Este livro de Ângela Furtado-Brum prolonga muito naturalmente, e mesmo nas suas diferenças, o trabalho iniciado com Açores-Lendas e Outras Histórias (2.ª edição, 1999) e sobre cujos méritos e sentido pedagógico tive a oportunidade e o gosto de me pronunciar, quer no Prefácio que para ele escrevi, quer em texto mais extensivo que por aí anda em circulação no meu livro Ilhas conforme as circunstâncias. E prolonga-o, já a um primeiro momento, no cuidado aparato técnico e gráfico que faz desta obra um agradável objecto do tacto e do olhar, desde logo pela apelativa e impressiva capa que sugere muito mais do que directamente exprime, tudo isso traduzindo, de viés e tal como no caso anterior, o respeito que o livro mereceu ao editor. Neste sentido, mesmo as ilustrações internas merecem aqui uma referência, porque representam em cada caso uma das leituras possíveis do texto e na sua naïveté infantil quadram-se naturalmente com este universo mágico de todas as imaginações e possibilidades, ainda que não de infantilidades, como se verá; além disso, a sua inclusão num livro como este, ao lado de vozes e informantes cujo escalão etário se situa, por norma, a muitas milhas de distância, é, simultaneamente, um gesto pedagógico de valorização de uma prática artística e o reconhecimento de que a actividade simbólica constitui um facto humano inalienável, independente da idade, do tempo e da condição social. Estes Contos Tradicionais Açorianos prolongam também o gesto cultural que o anterior livro já representava, um gesto cultural deliberado e voluntarioso, porque feito à margem da actividade profissional, complementandoa talvez, quem sabe mesmo se funcionando como a sua compensação (esta última observação não deve passar de mera projecção minha). Na sua “Nota Introdutória”, escreve a autora: “Para alguns, talvez estes textos não passem de simples «histórias da Carochinha», que não concorrem para o desenvolvimento económico dos Açores, como se tudo se resumisse apenas a isso. Da riqueza de um povo também é parte integrante o seu património e este está em todas as manifestações culturais desse povo, sejam elas de cunho popular ou não” (p. 21). Nada mais justo. Os textos aqui reunidos são, efectivamente, componentes de um património simbólico, por certo menos visível, mediático e politicamente aproveitável do que esse outro de basalto e cal, betão e asfalto, mas não menos importante do que ele, pois constitui o conjunto de figurações, imagens e transfigurações do real de que, no decurso de séculos, uma comunidade foi capaz de apropriar-se ou então soube transformar e construir, para através delas decifrar e exprimir o sentido da sua presença num determinado espaço, organizando por via do exemplum um sistema de valores e atitudes que configuram o seu ethos, tratando ainda de transmiti-lo de geração para geração. As particulares condições de existência deste tipo de narrativas motivaram a natureza da sua organização interna, notoriamente esquemática e simplificadora, num quadro estrutural mais ou menos estável e recorrente que, simultaneamente, lhes assegura a coesão interna e permite aquele grau de variabilidade que o leitor atento é bem capaz de detectar e já Vladimir Propp se encarregara de sistematizar a partir da análise de cem contos russos; esse “esqueleto” minimalista serve à perfeição para representar a percepção do mundo envolvente e uma concepção da vida também ela reduzida aos seus momentos fundamentais, do nascimento à entrada no mundo adulto mediante a superação de determinadas provas. Mas, como afirma Italo Calvino, nessa concepção e relato elementares podemos, afinal, encontrar tudo: “a drástica divisão dos vivos em reis e pobre gente, mas também a sua igualdade substancial; a perseguição do inocente e a sua salvação como termos de uma dialéctica interna a cada vida; o amor encontrado antes de conhecê-lo e que logo a seguir se sofre como um bem perdido; a comum sorte de estar sujeito a encantamentos, ou seja, de ser determinado por forças complexas e desconhecidas, e o esforço para se libertar e autodeterminar entendido como um dever elementar, juntamente com o de libertar os outros, aliás o não poder libertar-se sozinho, o libertar-se libertando; a fidelidade a um compromisso e a pureza de coração como virtudes básicas que conduzem à salvação e ao triunfo; a beleza como sinal de dom, mas que pode ser ocultada sob as vestes de humilde fealdade como um corpo de rã; e sobretudo a substância unitária do todo, homens, bichos, plantas e coisas, e a infinita possibilidade de metamorfose de tudo o que existe.” (Fábulas e Contos Italianos, Volume I, Editorial Teorema, 2000, p. 13). Recobrindo pela sua proveniência a totalidade das ilhas, embora com diferentes índices de representatividade, os 91 espécimes textuais reunidos em Contos Tradicionais Açorianos proporcionam-nos um campo de observação quantitativamente mais limitado que o do anterior livro da autora, mas nem por isso menos inte- Seixo Review 75 ressante e produtivo do ponto de vista das tipologias narrativas e discursivas, da rede de relações que alguns deles estabelecem entre si e com textos de outros domínios sócio-culturais. Neste sentido, abster-me-ei de entrar em pormenores sobre aspectos destes que se encontram muito justamente abordados pela autora na sua já referida “Nota Introdutória”, nomeadamente quanto ao que respeita a processos de circulação e variação que permitem constatar a existência de versões do mesmo conto em diferentes ilhas, ou mesmo quanto à diversidade de géneros aqui representados, bem mais extensa do que poderia dar a entender o volume do corpus aqui reunido. Uma leitura mesmo despreocupada facilmente detectará nele um universo de representações em que a notação e o registo mais realistas se cruzam harmoniosamente com eventos de um mundo mágico e instável, de aparições e metamorfoses que desafiam a lógica corrente, de episódios que revelam a importância do acaso e da coincidência no desenvolvimento do percurso humano, naturalmente aceites por quem sabe que, para lá do querer individual, há razões mais fortes que se impõem à vontade pessoal e a conduzem de forma irrevogável. Ao lado disso, vamos ainda encontrar textos cujo sentido mais profundo deverá encontrar-se fundamentalmente no facto de traduzirem a consciência do valor material da palavra, do seu poder encantatório, além de, na sua realização oral, constituírem uma prova de agilidade verbal e particular competência narrativa: veja-se, por exemplo, a “Lengalenga do velho bidelho seringamintelho ferronfonfelho” (p. 98) ou “O sol que derrete a neve” (p.149). Entre o ético e o lúdico verbal ou entre o maravilhoso e algumas manifestações híbridas, gostaria de chamar a atenção para um sub-núcleo das narrativas colhidas na Calheta e na Piedade do Pico (nosso território comum, isto é, da Ângela e meu). Atravessados por uma forte modulação anti-clerical, por um humor que não poupa a beatice nem a religião nas suas misérias e miopias e tudo põe a ridículo, os sete contos em questão (páginas 141, 142, 144, 156, 157, 160, 161) constituem um caso particular de realismo burlesco dentro deste universo textual; eles atestam a carnavalização da linguagem, que não conhece peias nem barreiras e, ao efectuarem um rebaixamento do divino, dos seus símbolos e agentes, acabam por dar-nos a imagem de um mundo dessacralizado, mais igualitário e mais humano, enfim. Não sendo histórias exclusivas desses dois espaços (“O caso da Estância”, p. 141, por exemplo, mantém 76 afinidades com “O amor do senhor abade”, p. 97, colhida em S. Miguel), o que constituirá razão de surpresa é o seu nível de concentração. A sociologia da cultura poderia, eventualmente, dizer em que medida, e dada a sua proveniência geográfica, o tom dessas narrativas se articula (ou não) com algumas reconhecidas práticas carnavalescas aí habituais e que incluem (incluíam, pelo menos) os tradicionais bandos, exercício individual de libertação total da linguagem que se prestava, na sua actualização pública, a um autêntico acto de catarse e nivelação do mundo — é apenas uma hipótese levantada, a necessitar de outros aprofundamentos. Por mim, contento-me por ora em reconhecer nessas histórias uma parte da educaçãopara-o-humor que, desde muito jovem, tive a felicidade de receber e que tenho tido o cuidado de exercitar e aperfeiçoar ao longo da vida; foram elas, aliás, e muitas outras, que me proporcionaram o meu primeiro encontro com Boccaccio e o seu Decameron, talvez mesmo com Gil Vicente, mesmo que por essa altura eu fosse incapaz de reconhecer esse facto como tal. Esta contiguidade do oral e do escrito, da cultura erudita e da popular, nem sequer deverá constituir motivo de surpresa, se tivermos presente que os contactos entre os dois domínios, mais frequentes do que se possa pensar, se exercem naquela “relação circular” de que fala Carlo Ginzburg e que permite as interferências mútuas. No caso presente, o conto “Há-de entrar e sair” (p. 144) evoca inevitavelmente a Farsa de Inês Pereira, de Gil Vicente, não apenas pelo tema do marido enganado, mas sobretudo pelo perfil insidioso da personagem feminina e pelas ambiguidades da linguagem, onde, a começar já no título, se insinuam conotações de natureza sexual. E Seixo Review nem mesmo a mitologia clássica é alheia a este universo: a Odisseia projecta-se em “O filho esperto” (p. 79), cujo protagonista escapa à ameaça de “um gigante zarolho”, posteriormente cego, graças ao mesmo estratagema que o astuto Ulisses pusera em acção para escapar a Polifemo; Heródoto contribui com alguns elementos narrativos do seu Anel de Polícrates para a composição de “Maria da Silva” (p. 109) e de “Rei casarei contigo” (p. 125). Mas, num outro plano, o do valor contratual do relato, é igualmente possível encontrar em “O Rei que gostava de histórias” (p. 138) rastos desse tão antigo protocolo de comércio narrativo que n’ As Mil e Uma Noites assegurava a vida de Sheerazade a troco de uma história. A actualidade e a importância destas narrativas tradicionais não residirão hoje no facto de preservarem e nos transmitirem o testemunho de uma prática social assente na palavra e na partilha de um imaginário, ou dito de forma mais correcta e mais justa, não residirão apenas nisso, mas também naquilo que revelam de uma necessidade narrativa e de uma actividade efabuladora capaz de convocar e refazer textos diversos, adaptá-los a novas circunstâncias — tudo isso revelando a consciência de que o homem existe pela palavra e por ela decifra o segredo íntimo do mundo, o sentido último da vida. Na esteira do romantismo alemão, outros romantismos europeus (entre eles, o português) aperceberam-se disso, lançando-se à recolha dessas narrativas populares e fazendo-as entrar em circulação por via impressa, quando, apesar de tudo, a sua sobrevivência oral não estava ainda de todo ameaçada. Os dois livros de Ângela Furtado-Brum atestam seguramente, e já num contexto totalmente outro, a mesma crença no valor do conto tradicional, no seu poder simbólico e mesmo nas suas virtualidades pedagógicas, razão suficiente para de novo a felicitarmos por esta edição, ficando na expectativa de que outros venham, entretanto a surgir. Urbano Bettencourt (Piedade, ilha do Pico, 1949). Licenciado em Filologia Românica pela Faculdade de Letras de Lisboa. Desde 1990, lecciona na Universidade dos Açores. Têm-lhe merecido particular atenção a literatura açoriana e outras literaturas insulares, sobre as quais já proferiu conferências em Cabo Verde, Madeira, Canárias e Açores. Colaboração frequente em revistas da especialidade, no país e no estrangeiro. Poesia e narrativa: Raiz de Mágoa (1972); Marinheiro com residência fixa (1980); Naufrágios Inscrições (1987); Algumas das Cidades (1995); Lugares, sombras e afectos (2005; com desenhos de Seixas Peixoto); Santo Amaro Sobre o Mar (2005, com desenhos de Alberto Péssimo; 2.ª ed. 2009); Antero (2006, com desenhos de Alberto Péssimo). Ensaio: O Gosto das Palavras, 3 vols. (1983, 1995, 1999); Emigração e Literatura(1989); De Cabo Verde aos Açores – à luz da «Claridade» (1998); Ilhas conforme as circunstâncias (2003). Retrato: Ana Paiva Seixo Review 77 Cães Letrados, ou a fusão dos afectos victor rui DORES “Minha pobre Pantera, que tão cedo deste mundo cão te vais apartar.” (pág. 138) Em permanente desassossego criativo, Cristóvão de Aguiar andou, mais uma vez, pelo sótão da memória a mexer em penumbras empoeiradas … Isto significa que, com mais um livro publicado, este autor continua a arrumar, nas páginas que escreve, os sonhos da infância. Falar de Cristóvão de Aguiar é falar de uma reinvenção constante e de uma contínua e continuada necessidade de expressão literária. Ao (re) escrever os seus livros, ele carrega consigo a ilha perdida e mitificada, num diálogo que, partindo dos Açores, atravessa a história de Portugal da segunda metade do século XX até aos nossos dias, e busca espaços do universal. Este açoriano escreve com mestria narrativa e imaginação verbal, num discurso literário que mergulha fundo no húmus da oralidade. De resto toda a sua obra é uma revisitação a lugares, pessoas, memórias, coisas e animais que povoam o seu imaginário. 78 Em Cães Letrados (2008, Calendário, [email protected]), Cristóvão de Aguiar lança olhares sobre cães e cadelas que foram “os inseparáveis e afectuosos companheiros da minha infância e juventude” (pág. 10). Os textos que compõem a obra foram extraídos, com ligeiras alterações, de vários livros seus onde as histórias sobre os referidos canídeos se encontram. Com expressivos desenhos da autoria de André Caetano, Cães Letrados desperta em nós uma imediata adesão afectiva. E isto porque o autor humaniza os cães, emprestando-lhes sentimentos, emoções e estados de alma, dotando-os de grande lucidez e fascínio. Nesta matéria, aprendeu, e bem, a lição de Miguel Torga na referência incontornável que é esse clássico da literatura portuguesa que dá pelo título de Bichos (1940). Mais do que cães e cadelas, mais do que companheiros fiéis, amigos e protectores, a Girafa, o Alex, a Monalisa, o Adónis, o Isquininho, a Seixo Review Tina, o Ligeiro, a Regina, o Schwarz, a Ísis, o Valente, a Pantera a Petruska, o Polícia, a Andorinha, entre outros, são personagens que sentem e agem como se de humanos se tratassem. Inevitavelmente o leitor tornar-se-á cúmplice deles e das suas aventuras e desventuras. Neste último caso, o atropelamento na via pública é um perigo que, a cada momento, espreita esses animais. Os homens (pela voz e experiência do narrador) compartilham com os cães o grande valor da amizade – e a amizade é, aqui, a lição essencial da vida –, estando uns e outros irmanados na luta pela sobrevivência e a contas com as perplexidades, as inquietações, as vicissitudes e os dramas do dia a dia. A natureza instintiva de uns é a natureza instintiva de outros. E, para todos, o mistério da vida reside como a questão maior. (Há também a considerar o papel simbólico do cão e, a propósito, convirá lembrar que uma das primeiras citações sobre cães na literatura nos remete para a Odisseia, de Homero, quando Ulisses, após longo exílio e diversas aventuras, regressa à ilha de Ítaca disfarçado de mendigo e é reconhecido apenas por Argos, o seu cão já velho e sem forças para qualquer acção além de abanar o rabo ao reencontrar o dono. Ulisses então chora …). Tal como no mundo dos humanos, também na canidade há hierarquias e estratificações sociais. Os cães também são vítimas de injustiças, sejam eles dobermann, setter, pastor alemão, husky, ou um simples rafeiro. Há cães de “vocação aristocrática” (pág. 93) e que têm “casa, cama, mesa e pêlo esfregado” (pág. 61) e há “a cachorrada vadia e plebeia” (pág. 85); há os que são rafeiros e os que vivem “abarrotando de pedigree” (pág. 113); há os que recebem “a costumada ração de meiguice e afagos” (pág. 136) e os que fogem à rede da brigada camarária, ou pura e simplesmente são abatidos no canil municipal … Há o cão vadio da rua e há “o cãozinho pekinois de luxo de fidedigna linhagem” (pág. 160). Uns são órfãos, outros mimados … Mas, em Cristóvão de Aguiar, os caninos nunca deixam de ter grandeza e verticalidade, possuem até comportamentos de gente … Como esquecer, por exemplo, a descrição (ia escrever cena) comovente e comovida em que o Alex, na véspera de morrer atropelado, se deita ao lado do dono, no sofá da sala, e o beija sofregamente como que a adivinhar a sua morte prematura? … E como não recordar, para sempre, a Andorinha a parir seis cachorros, em pleno palco de Guerra Colonial? Por conseguinte, a força de Cães Letrados está precisamente nessa afeição canídea, isto é, na humanidade e na fraternidade partilhadas. Mas há uma excepção que o autor, não inocentemente, reserva aos “Cães universitários”, numa das mais bem conseguidas narrativas do livro. Com efeito, os cães das Faculdades de Letras, Direito, Medicina e Ciências e Tecnologia não são amoráveis nem íntegros … A carga semântica de “canzoada” diz tudo. (“Cão que ladra não morde”. Enquanto ladra …). Esta é uma das facetas mais aliciantes da arte verbal de Cristóvão de Aguiar: a perspicácia da ironia. Neste autor a ironia não é um dom – é um dado. Numa prosa de afectos, rica de espessura evocativa e profundamente humana, e num registo que varia entre a narrativa, o conto e a crónica memorialista, Cães Letrados é um livro simples, honesto e sentido. Escrito com os olhos da memória. Victor Rui Dores nasceu em 1958 na vila de Santa Cruz da ilha Graciosa, Açores. Obteve, em 1982, a licenciatura em Línguas e Literaturas Modernas (Estudos Ingleses e Alemães), pela Faculdade de Letras da Universidade Clássica de Lisboa, sendo professor do quadro de nomeação definitiva da Escola Secundária Manuel de Arriaga, na cidade da Horta, ilha do Faial. É, desde 1998, o representante da Região Autónoma dos Açores no Conselho Nacional de Educação. É também, desde aquele ano, Presidente da Assembleia Geral da “Azórica”, Associação de Defesa do Ambiente. Autor de vários livros de poesia e ficção, está representado em várias antologias em Portugal, Canadá e Estados Unidos. Seixo Review 79 Na Praia de Nemésio lélia pereira da silva NUNES A minha casa … Mas é outra a história: Sou eu ao vento e à chuva, aqui descalço, Sentado numa pedra de memória. Vitorino Nemésio, “A Concha” in: O Bicho Harmonioso. [1938] Hoje escrevo não “da minha praia”, na Ilha de Santa Catarina, e sim “na Praia de Nemésio”, estimulada pelo fôlego nemesiano que envolve o lugar neste Curso de Férias sobre Vitorino Nemésio promovido pela Câmara da Praia da Vitória. Respiro Nemésio na Casa das Tias, onde o escritor passou parte da infância e juventude, e por toda parte na bonita Praia da Vitória na Ilha Terceira de Jesus. Vejo-me de caras com o poeta na ponte pendular entre o tempo e a eternidade, navego na singularidade do narrador de Mau Tempo no Canal a mexer na composição do Eu representado, como articulador de coisas que é. Para, afinal, mergulhar no kronus, expressar o domínio sobre a passagem do tempo, não a temporalidade linear cronologicamente fechada, 80 mas aquela que nos remete a uma temporalidade aberta, infinita, por trilhas de suas crônicas de viagens e saberes. Meio milênio de existência sobre tufos vulcânicos, por baixo de nuvens que são asas e de bicharocos que são nuvens, é já uma carga respeitável de tempo, – e o tempo é espírito em ‘fieri’ (In Insula, 1932) Um desfile de crônicas, como marchas de carnaval, se apresenta cada qual com a sua fantasia, brilho e cor desde a “Número 1” ( Jornal Observador: 1971), o “Encontro de Angra” (de 7/11/1946), autobiografia, disfarces verbais na crônica do filho pródigo; “Rancho de Reis” – a prosa evocativa de Natal ou de Reis Magos escrita por Mateus Queimado com a “permissão” de Nemésio, ( Jornal de Vitorino Nemésio: 1973), a “Grilhe- Seixo Review tas” (Diário de Lisboa, 1931) que traz como mote o ofício do escritor à varejo – aquele que tece diariamente sua prosa e os condicionamentos da produção do escriba, num jogo de sobrevivência casando prazer com dever ou fazendo da prosa moeda de troca para pagar o pão que o alimenta. Deixa-nos a lição de que “O jornalismo é uma arte de surpresa e instantaneidade como a cirurgia de urgência. Acometem-se as coisas, – não se tratam as coisas. E por isso a pena periódica trabalha por incisão e não goza do calmo deslize, tão agradável, das outras penas.” Se nessas incisões diárias o cronista deixa-se ficar em “carne viva”, o cronista-poeta rasga o coração deixando fluir a alma por seus dedos que bailam sobre a máquina de escrever, ora em ritmo de tango, ora em suave valsa de lembranças e saudades seguindo o “fio bambo de uma meditação ocasional”. Meditação Ocasional, escrito em pleno gozo de suas férias de verão de 1947, sem muita vontade de escrever sobre o tema do artigo e enveredar no debate sobre a existência ou não de uma ciência da Literatura e seu arcabouço teórico, ou sem apetecer discutir a cientificidade da Literatura, inicia com um passeio delirante sobre a paisagem. “Da minha janela de verão vê-se o céu azul da praia, e uma linha de acácias e loureiros acusa os ventos do mar. Esta luz de oiro que precede o pôr do sol e se faz quase lilás na linha de água é o bastante, …” (In: Viagens ao Pé da Porta, Obras Completas 2ªed.). A mesma linha d’água que espio ao longe, o mesmo céu azul que descortino da varanda de ferro forjado, desta bela casa do século XVIII, com traça da arquitetura do “Ramo Grande”, em que viveram as tias de Vitorino Nemésio. Os sinos da Igreja do Senhor Santo Cristo das Misericórdias num badalar fúnebre chamam atenção para o duplo cortejo que se forma em seu átrio a caminho do cemitério, uma cena surreal do ritual da morte dando vida ao silencioso espaço em dias de verão, digna do mestre Federico Fellini. No recinto da Casa das Tias, o Curso de Férias sobre Vitorino Nemésio segue em ritmo animado com leitura de textos, discussões envolvendo professores e alunos vindos das Ilhas, do Continente, da Diáspora, diferentes vozes e de distantes geografias que ali se reúnem em torno de Nemésio e sua prolífera produção literária. Vagueio o olhar inquieto por toda sala. Um álbum de fotografias que passa de mão em mão traz do passado recente outras vozes que comemoraram os 50 anos da publicação do Mau Tempo no Canal durante o IV Encontro de Escritores Açorianos. “Como tudo isso respira o ar de quem não vejo! Em corsos de memória encontro com o Brasil da Caatinga e Terra Caída – A Jornada do Agreste (1958) a transição entre a Mata Atlântica e o Sertão do “carcará” e me surpreendo com a intensa beleza descritiva da paisagem verdejante e a mobilidade da vida seca que escorre lá adiante como o fio d’água “engulido” pela terra rachada ante o olhar tácido do sertanejo. Crônica escrita com uma paixão imensa por este Brasil do cangaço que ainda me é tão desconhecido. Finalmente, me perco por entre as delícias do “O Espírito Santo do Encantado” em O Segredo de Ouro Preto e Outros Caminhos (1954) onde transparece a sensibilidade e a sedução da exuberante paisagem tropical, os conhecimentos históricos e culturais e uma sentida e vivida luso-brasilidade, numa atitude que vai além da análise etnográfica do viajante embevecido com o país ou da voz a falar de “uma realidade histórica solidária”. Tanto é que seu fascínio chegou ao ponto de mimetizar a linguagem brasileira em Poemas Brasileiros numa notável homocromia. Vitorino Nemésio se deixou cativar irremediavelmente pelo sabor, cores e sons da terrae brasilis. Basta avaliar o relevante lugar que o Brasil ocupa em toda sua obra, visível na poesia, na crônica, na ficção, no ensaio, na conferência, na crítica literária. Descobriu as raízes da brasilidade assentadas na cadência vibrante da literatura de cordel, do som Seixo Review 81 chorado da viola, da farsa dramática do mamulengo, da dança mística do Boi-Bumbá, da religiosidade do reisado à folia do Divino do Encantado, do ritmo quente do batuque nos terreiros de candomblé e do ondular sensual da cabrocha no balanço envolvente do samba. Um Brasil tão brasileiro que despertou a imaginação do poeta, que conquistou o humanista e o cativou para sempre. Escreveu que Amar é contar. Nemésio contou e amou muito: terras, mar, ilhas e gente. Na Praia do Nemésio percebi a dimensão notável do poeta, do cronista, do hábil narrador e articulador de sentimentos, de palavras, de personagens na construção do romance Mau Tempo no Canal com seus conflitos sociais e passionais, com sua visão antropológica e telúrica. Acenos de ternura do homem por sua Ilha mesmo longe, no desterro, o desenraizamento sentido e a subjacente açorianidade – “Como as sereias temos uma dupla natureza: somos de carne e pedra. Os nossos ossos mergulham no mar.” Voltei à rotina dos meus dias na Ilha de cá. Na bagagem, o encantamento, a chama acesa do espírito nemesiano tatuado aqui dentro como a paixão pelas Ilhas numa sinfonia de cores, de sons, de cheiros, o mar azul profundo, as gaivotas, a negra areia e a rocha vulcânica. Relíquias de mim mesma! Lélia Pereira da Silva Nunes nasceu no Brasil e vive em Florianópolis, na Ilha de Santa Catarina. É Socióloga e Professor Adjunto da Universidade Federal de Santa Catarina (aposentada) e Mestre em Administração Pública pela UFSC. Foi Superintendente da Fundação Cultural de Florianópolis Franklin Cascaes (1997-2004) e Secretária-Geral do Conselho Estadual de Cultura (1999-2002). É Presidente da Fundação Cultural Aníbal Nunes Pires, e Conselheira da Comissão Nacional de Folclore; sócia emérita do IHGSC; investigadora da Cultura popular de Santa Catarina, nomeadamente as sobrevivências culturais açorianas em Santa Catarina desde 1986. Pelo seu trabalho na área da Cultura recebeu o galardão Mérito Cruz e Sousa, 1998 (no Centenário de Morte do Poeta, Santa Catarina); Medalha Ciudad de Buenos Aires, Argentina (Mercociudad), 2000; Medalha Antonieta de Barros, 2003 (Câmara Municipal de Florianópolis) e Medalha Dante Laytano, 2009 (CGF. Rio Grande do Sul). Em 2005 coordenou o projecto literário Caminhos do Mar – antologia poética: Açores – Santa Catarina. Participou na coordenação da Revista Magma 7, editada pela C. M. Lajes do Pico, Açores, 2008. Autora de Caminhos do Divino, um olhar sobre o Espírito Santo em Santa Catarina, além de outros títulos em biografias, crônicas e ensaios sobre a cultura catarinense de carácter açoriano. Participa em antologias nacionais e portuguesas. Colabora em periódicos e jornais açorianos e luso-americanos, destacando Correio dos Açores, Terra Nostra (Açores), Portuguese Times, New Bedford (correspondente para o Brasil) e a revista Comunidade USA de N. York. Coordena e produz o programa “1 Livro em 2 Minutos” da TVAL – Televisão da Assembléia Legislativa do Estado de Santa Catarina - e é co-editora do Blogue Comunidades da RTP-Açores (ww1.rtp.pt/icmblogs/ rtp/ comunidades) dedicado a divulgação da produção literária e artística açoriana. 82 Seixo Review A Voz de Dentro de Rui Balsemão ilda Januário E ste é o segundo livro do autor, que se estreou na poesia com Meu Grito Meu Canto em 2003. Impressionou desde logo pela sua qualidade e beleza gráfica, assim como pelo poder de declamação que evidenciava no CD a acompanhar o livro. Na altura um talento desconhecido, hoje afirma-se como um dos nossos melhores poetas da diáspora. Curiosamente, os dois títulos de Rui Balsemão têm muito em comum: Voz, Grito, Canto. Como no título anterior, A Voz de Dentro cativa-nos não só pela apresentação gráfica, como também pela qualidade da poesia. Comecemos pela capa. Desta vez a cores, trata-se da reprodução de um quadro de Rui Pimenta que se intitula From Imago to Image. A Net oferece-nos duas definições de imago: um termo de psicanálise, que significa a imagem idealizada dos pais, formada na infância; e o nome que se dá a um insecto adulto resultante da metamorfose no casulo. Depois de ler o livro entendi melhor como a pintura se relaciona de alguma forma com as palavras contidas entre as capas. O livro abre com um prefácio de Onésimo Teotónio de Almeida e uma apreciação, em jeito de posfácio, do nosso outro grande poeta, Eduardo Bettencourt Pinto. Os 31 poemas (20 constituem a primeira parte do livro e 11 a segunda parte), dão voz ao homem e à vida. Sobre os dois escreve sem rodeios e sem desculpas. Enquanto no seu primeiro livro a paixão erótica tinha um lugar mais proeminente, nesta segunda obra a paixão erótica e o “belo fêmeo” ocupam outro lugar – o da reminiscência. Torna-se evidente no poema Em nome desse tempo e no Puro da tua essência virgem e, ainda, embora de forma Seixo Review 83 ambígua, no poema Maresia. Ao “Ela” está a referir-se a uma gaivota ou a uma mulher? Um sinal de amadurecimento é, sem dúvida, a valorização de outros tipos de amor, para além do erótico, como tema poético. Ao ler o poema Hoje vim por outra rua, ocorreu-me que o poeta poderia ser o vizinho que viaja por uma rua paralela à nossa no bairro da vida. Ele leva-nos a revisitar as portas dos nossos conceitos, a alinhar de maneira novel e distinta as pedras-palavras das nossas fachadas e paredes, e a cultivar de outra forma os canteiros dos nossos sentimentos. A Voz de Dentro não é, portanto, a voz “de fora” estudada e guardada, e por vezes afectada, da nossa pessoa. É aquela que usamos para dialogar todos os dias. A voz “de dentro” é aquela com que reflectimos alto, ou por escrito, sobre quem realmente somos e sentimos, e porquê. Em suma, muitos dos poemas da primeira parte do livro reflectem essas preocupações existenciais. O poema A Voz de Dentro dá o mote ao livro. Para mim, no entanto, o mote foi-lhe dado por outro poema, Antes de me detestar depois. Nada de estranho nesta deslocação. Toda a escrita com substância e qualidade se presta a várias interpretações. Nesse poema vem à tona, com toda a força, a tensão entre o passado e o futuro, tal como sentidos pelo poeta. E a outro nível, o antes do desejo, da antecipação, e o depois do desencanto, ou a até o remorso, da saciação de qualquer experiência de vida. Esta dicotomia do Antes e do Depois, na verdade também influenciam, no meu parecer, a própria estrutura do livro. Grosso modo, diria que a primeira parte reflecte uma maneira de estar na vida do “Depois”, e a segunda parte, © Eduardo Bettencourt Pinto 84 tirando algumas excepções, a do “Antes”, com poemas do desejo, do prazer, e da antecipação deste. Outra constatação interessante é o fenómeno (curioso) do desdobramento de si mesmo. Verifica-se em dois poemas: E nunca como sempre volte mais e ainda, Liberto e distante. Como se de uma out of body experience se tratasse, o poeta vê-se retratado, absorto e feliz, livre de bagagem existencial, esperando por si do outro lado da rua, até as duas partes de si mesmo se fundirem – o eu sem bagagem, do antes/agora, e o eu com bagagem, do depois. Como se estivéssemos em frente de dois painéis pintados ilustrando o mesmo tema, mas tratados de maneira diferente. Num, a experiência é positiva, leve, cheia de luz; no outro não tanto … Esta experiência de desdobramento do eu acontece de outra maneira – quando o autor se compara a um mendigo de rua. Em dois poemas, Desabafo de um pedinte e Farrapos de gente, o poeta compara-se, ora favoravelmente ora desfavoravelmente, ao pedinte. Faz o contraste entre o que acontece por fora, entre a nossa persona social, e aquele que somos realmente por dentro. Neste livro Rui Balsemão fala de um lugar onde habitam, sem desconforto, os conceitos do Imago e da Imagem. Poemas escritos daquele lugar, entre o subconsciente e o consciente, onde se formam as imagens idealizadas do que éramos, do que somos e do que pensamos ser. E onde, enfim, se operam as metamorfoses de nós próprios e do Outro – outra gente, outro lugar, outro tempo. E com elas escreve (boa) poesia, que nos transporta, nos inspira e nos leva a reflectir. Ilda Januário imigrou para Montreal em 1966. Obteve o Bacharelato Universidade McGill em Antropologia Cultural e o Mestrado na Universidade de Montreal. Migrou para Toronto em 1982 e trabalhou no Ontario Institute for Studies in Education, filiado à Universidade de Toronto, como Research Officer entre 1985 e 2008. Exerceu um papel bastante activo como voluntária no sector da educação, nomeadamente na Coligação LusoCanadiana para a Melhoria do Ensino, entre 1994 e 2003. Trabalhou como animadora de um grupo de voluntários na Direcção escolar pública. Colabora, desde 2008, com o antropólogo João Leal, da Universidade Nova de Lisboa, num projecto que visa documentar as Festas do Espírito Santo no Ontário, Quebeque e Vancouver. Colabora também no jornal Post-Milénio. Seixo Review Espaços do nosso afecto Livraria Solmar Artes & Letras www.libroslibertad.ca http://livrariasolmar.blogspot.com/ http://www.rinoceronte.es/index.htm Baile del Sol Paperback 8.5 x 5.5 in 116 pages ISBN: 9780981073590 $14.95 http://www.bailedelsol.org/ Manolis was born on the island of Crete in 1947. Educated in Greece (BA in Political Sciences, Panteios Supreme School of Athens). He served in the armed forces for two years, and emigrated to Vancouver in 1973, after which he worked in several different jobs over the years. He attended Simon Fraser University for a year taking English Literature in a non-degree program. He has written three novels, a number of collections of poetry, which are slowly appearing as published works, various articles and short stories in Greek as well as in English. Campo das Letras http://www.campo-letras.pt/ Atlantis wordprocessor http://www.atlantiswordprocessor.com After working as an iron worker, train laborer, taxi driver, and stock broker, he now lives in White Rock where he spends his time writing, gardening, and travelling. Seixo Review 85