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Casa tradicional de Belmonte de San José
Francisco Mariano Nipho, inventor del diarismo
DARÍO VIDAL LLISTERRI
Desde la China antigua a nuestros días pasando por la Roma republicana, puede rastrearse el propósito de crear cauces de difusión de las novedades de la
política y el comercio entre quienes se sintieran interesados o aludidos por ellas.
En lo que se refiere a Europa, por dejar atrás la arqueología, los primeros intentos se concretaron en publicaciones de carácter más o menos periódico llamadas tradicionalmente gacetas y mercurios. Pero el verdadero reto consistía
en acercar las noticias a los ciudadanos cada día. Los primeros ensayos datan
ya del siglo XVII. El año 1633 por obra del impresor Ritzch; el año 1660, también en Alemania, a través del Leipziger Tageszeitung; y en 1695 se operaron
varias tentativas en Londres, también fugaces.
Pero el siglo XVIII fue decisivo en esta historia porque en 1702 se publicó el
Daily Courant del impresor Sam Buckley, que duró hasta 1735, y el año 1758
don Francisco Mariano Nipho y Cagigal fundó en Madrid el Diario Noticioso,
Curioso-Erudito y Comercial Público, y Económico que pervivió hasta 1918 y
puede considerarse el primero de la Europa continental.
Desgraciadamente, la figura de Nipho no se sustrajo al descrédito que durante
siglos sufrió España y era imposible encontrar referencias a él en los manuales
de autores extranjeros, lo que le condenó a la inexistencia incluso en su propio país. A tal punto que cuando Pedro Gómez Aparicio, autor del único compendio enciclopédico de Historia del Periodismo Español, o José Altabella, se
referían a él, podían parecer un poco provincianos como quien hace de lo propio el centro del universo. Ésa es la razón de que Nipho, vilipendiado por los
intelectuales españoles coetáneos cuya obra sometía a crítica, y a causa de ello
ignorado por los tratadistas extranjeros posteriores, no haya sido valorado por su
aportación a la cultura y su contribución decisiva en el alumbramiento de la sociedad de la comunicación.
La obra ingente
Nipho, pese a ese concertado silencio, fue el primer periodista en sentido estricto, ya que tuvo plena conciencia de que iniciaba una actividad nueva, y poseyó vocación, voluntad y propósito de formar e informar a sus lectores. Así
como los editores de las otras publicaciones, incluido el Daily Courant, eran
impresores que pretendían seguir trabajando cuando no tenían encargos de libros y bandos municipales, Nipho era ajeno al gremio. No tenía que hacer periódicos para dar ocupación a la imprenta ni hallar pretexto a su actividad, has-
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Comarca del Bajo Aragón
ta el punto de que tuvo que asociarse al tipógrafo Juan Antonio Lozano para
llevar a cabo su proyecto.
Asimismo mientras Buckley publicaba en el Daily Courant sólo noticias, sin
otra glosa porque, según decía, estimaba que los lectores poseían suficiente
criterio para interpretarlas por sí mismos, Nipho no sólo difundía los consabidos avisos, los horarios de las diligencias, la cotización de los granos y mercaderías, los reclamos de compraventa (“Noticias del Comercio”), la relación de
objetos y animales perdidos, y las ofertas y demandas de trabajo agrupados en
el epígrafe de “Amos y Criados”, sino que incluía artículos de opinión, crítica de
libros y espectáculos, crónicas del extranjero, editoriales, y discursos morales y
políticos. Y además, hacía vocear las noticias a los vendedores callejeros, introdujo la publicidad, inventó la suscripción, y utilizó como correo para sus
corresponsales palomas mensajeras que volaban todos los días desde las capitales europeas hasta Madrid, para depositar los sutiles rollitos de papel escrito en el columbario de la casa de la calle de las Infantas “cerca de los Capuchinos de la Paciencia” en que el periódico tenía la redacción y la imprenta.
Algo que no se le hubiera ocurrido nunca a quien no viviese la fascinación de
la noticia ni se sintiera un verdadero diarista. Una solución inimaginable para quien no hubiera concebido su tarea como una vocación. Una ocurrencia
que sólo se explica en el pionero que alienta y vive pensando en abrir nuevos cauces a una original y novedosa actividad humana.
El periodista alcañizano concibió tan certeramente el periódico diario que, salvo las aportaciones de la reciente e innovadora tecnología, no ha experimentado ya ninguna modificación sustancial hasta nuestros días. Pero nadie, o muy
pocos, supieron o quisieron entender la labor que se propuso y le tildaron de
escritor sin talento, cuando en su Diario, como en las restantes publicaciones,
pretendía únicamente servir noticias a su público, fragmentos significativos de
las novedades literarias, y orientaciones de carácter moral, fiel a la inclinación
ética de tantos ilustres aragoneses.
Por ello, don Mariano Nipho no acometió con el mismo espíritu el Diario que
sus otras publicaciones, descendientes de las gazetas y mercurios con que se
inició el balbuciente periodismo. Una profesión se define tanto por la función
como por la intención. Y en el Diario Noticioso Nipho ideó no sólo los principios de la nueva actividad sino su nombre: la tituló diarismo. Y sus cultivadores, diaristas como él mismo se hacía llamar. Las gacetas, los mercurios y
otras publicaciones de carácter más o menos periódico –aunque dudosamente
periodístico– eran cosa de intelectuales, escritores y eruditos que difundían sus
creaciones casi siempre mediocres, en tanto que el Diario fue tarea de un ilustrado que quiso comunicar noticias, cultura y opinión sin aspirar al prestigio
personal, con una idea de la justicia y una honestidad acrisolada que le llevó a
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valiosa colección de pintura gótica civil de España. Menos mal que, como recordaba en un trabajo reciente el historiador José Ignacio Micolau, el Ministerio
de la Guerra se opuso a su destrucción reivindicando su propiedad y el Estado
se apresuró a ponerlo a recaudo de los propios alcañizanos declarándolo Monumento Nacional en 1925.
Pero, con todo, el Diario no es más que parte de su ingente obra, aunque sin
duda la de mayor trascendencia. Al margen de él, tradujo, escribió dramas,
comedias, versos, ensayos e infinidad de obras hasta alcanzar casi el centenar, buena parte de las cuales se hallan inéditas todavía. Y fiel a su arraigada
vocación de comunicador concibió, fundó y editó más de veinte publicaciones
periódicas, como El Bufón de la Corte, El Correo de Madrid o de los ciegos
porque lo distribuían los invidentes, el Correo General de España, el Correo
General de Europa, el Correo General Histórico, el Diario Estrangero, que aparecía semanalmente pese a su título, como el Diario de los Literatos de España,
el Duende Especulativo sobre la Vida Civil, La Estafeta de Londres, El Filósofo
Aprisionado, El Murmurador Imparcial, El Pensador Christiano, El Pensador
Histórico, El Novelero de los Estrados y Tertulias, el popularísimo Caxón de
Sastre, y la Guía de Litigantes, que fue una suerte de vademécum jurídico.
El hombre
Francisco Sebastián Manuel Mariano Nipho y Cagigal, hijo póstumo de don Sebastián Nipho y de doña Manuela Brígida Cagigal, nació en Alcañiz donde fue
bautizado el día 10 de junio de 1719 por el regente mosén Miguel Pastor, con
alguna sospecha de ser adulterino, y lo sacó de pila y amadrinó doña Isabel
Pastor, en la iglesia colegiata de Santa María la Mayor. Murió en Madrid el 10 de
enero de 1803 a los 84 años, cinco antes de la invasión francesa, recibiendo
tierra con el hábito de la Orden de la Santísima Trinidad de Calzados, en el
templo conventual adscrito a la parroquia de San Sebastián. Pero en su larga
vida jamás olvidó su condición de alcañizano de la que se sentía orgulloso como atestigua su rotunda afirmación en el Diario Estrangero: “Yo soy aragonés,
y lo que una vez emprendo con ánimo de continuarlo, lo seguiré contra todo
el torrente de los preocupados, contra toda la chusma de los tontos, contra todo el orgullo de los presumidos”.
Su árida vida afectiva, marcada por la prematura orfandad y el despego de su
madre, el enfrentamiento con sus hijos Manuel Deogracias y María Justina, y el
alejamiento de su mujer, hizo que se consagrase por entero al estudio, el trabajo,
los libros, las traducciones, las comedias y sus periódicos, de modo que, acuciado por la soledad, en alguna ocasión llegó a lamentarse de que “para [él] no [había] más alivio que el trabajo, ni otra consolación que el escribir y más escribir”.
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