FRAY MANUEL CANDIDO TORRIJOS Y RIGUEIROS (1735
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FRAY MANUEL CANDIDO TORRIJOS Y RIGUEIROS (1735
FRAY MANUEL CANDIDO TORRIJOS Y RIGUEIROS (1735-1794) 1. Su nacimiento y orígenes nobles El sábado 15 de octubre de 1735, el cura de Sesquilé, -pequeño poblado en el camino de Bogotá a Tunja a 2.600 metros de altura, en las estribaciones que separan a Boyacá de la inmensa sabana bogotana-, bautizó a un niño recién nacido, de blanca piel y de cuna noble, a quien puso por nombre Casimiro Antonio Manuel. Sus padres, Don José Torrijos Mateo del Rincón y Doña María Josefa Rigueiros Galindo y Mendoza. Este niño estaba destinado a ser fraile dominico y segundo obispo de Mérida de Maracaibo en los confines orientales del extenso virreinato santafereño. Nos aventuramos a conjeturar que nació el 3 de octubre, fecha del nacimiento de San Casimiro y primer nombre que le fue impuesto en la pila bautismal. No fue nunca de su agrado el uso de dicho nombre pues jamás lo llevó. La tardanza de doce días entre el nacimiento y el bautismo, algo inusual en la época, pudiera explicarse por la buena salud de madre e hijo, y/o por la ausencia del progenitor o del cura de la sede parroquial. Seguimos para este análisis la partida que nosotros mismos copiamos del Archivo Parroquial de Sesquilé. Tiene notables variantes con la que reposa en el Expediente Vaticano. Se nos ocurre pensar que la enviada a Roma fue hecha en Bogotá de memoria, es decir, recurriendo a testigos, sin ir hasta Sesquilé a transcribirla de los libros parroquiales. Todos los documentos de la época dan fe de la “sangre noble y sin mezcla de judíos, moros, etc.” de sus padres. En un informe de méritos que envía el Virrey de Santa Fe al Soberano en 1777, se lee: De su padre “es bien conocida su ascendencia en esos Reinos y viniendo a éstos obtuvo en ellos varios empleos en lo político, siendo Regidor perpetuo de esta ciudad, Alcalde Ordinario en ella, de la Santa Hermandad y Corregidor de los Partidos de Ubaté y Cáqueza y por comisión de vuestro Virrey D. Alfonso Pizarro, dirigió varias obras públicas”. Así que su padre mostraba una abundante hoja de servicios. No menores, eran al parecer, los títulos que podía presentar su madre María Josefa: “fue descendiente de los conquistadores y encomendados de por Vuestra Majestad en este Reino. De esta rama fueron vuestro Muy Reverendo Arzobispo de esta Metrópoli, Don. Fray Francisco de Rincón, tío carnal de Dn. José Torrijos y vuestros Presidentes de esta Audiencia Dn. Francisco González Manrique y Dn. José Zapata” El Doctor García Chuecos acota que el futuro obispo estaba “emparentado con la célebre familia granadina de Ricaurte y la no menos célebre del doctor Camilo Torres, Presidente que fue de la Nueva Granada”. No hemos podido determinar con exactitud el número de sus hermanos. Del Archivo Parroquial de Sesquilé solo encontramos las partidas de dos de ellos, Francisco José nacido en 1728 y Eusebia Gertrudis nacida en 173120, La condición de hombre público de su padre hizo, a lo mejor, que la familia tuviera que seguir sus pasos. Sin embargo, llama la atención el que tuviera, al menos por varios años, domicilio familiar en Sesquilé, pueblito pequeño y sin mayor relevancia para un hombre de altos cargos. El Padre Báez por su parte afirma que cuatro hermanos suyos vestían también el hábito, un dominico y dos canónigos por lo menos. 2. Su incorporación a la religión de Santo Domingo (1750) Debiendo gozar de los privilegios propios de la gente d su posición social el joven Torrijos adquirió una vasta y sólida formación, y esa preocupación propia del siglo de la Ilustración por la cultura y el desarrollo científico. Las órdenes religiosas más numerosas y de mayor prestigio en el Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVIII son las de San Francisco y Santo Domingo. Estos últimos tenían para mediados del dieciocho un total de 244 religiosos diseminados entre Santafé, Cartagena, Tunja y Barinas. El atractivo de los dominicos, y la influencia de su familia, máxime si es cierta la aseveración de que otros hermanos suyos habían vestido el hábito de Santo Domingo, llevó al adolescente Cándido Manuel a ingresar como colegial para el aprendizaje de las letras. Muy joven se le permitió llevar el hábito en calidad de devoto. Apenas tenía trece años. A los quince, en 1750, se le admite como religioso, seguramente para iniciar el noviciado en el Convento Máximo de Nuestra Señora del Rosario de Santafé de Bogotá. Allí cambió su nombre de Casimiro Antonio Manuel por el de Fray Manuel Cándido con el que será conocido por el resto de sus días. Poco sabemos de sus años de estudiante. Los testimonios del Virrey Manuel Antonio Flórez y del Arzobispo Agustín de Alvarado parecen calcados el uno del otro: “instruido por sus maestros en las facultades mayores, dio a conocer sus talentos, por lo cual le destinaron a seguirla carrera de la cátedra, en la que obtuvo el grado de Doctor en Sagrada Teología, en cuya carrera que completó once años regentando diversas, dio a conocer en públicos y privados actos de conclusiones y otros, el provecho de su aplicación” Si ingresó al noviciado en 1750, dos años después iniciaría sus estudios de Artes o Filosofía, los cuales duraban un trienio. Luego el cuatrienio teológico. Es probable que Torrijos hubiera tardado menos tiempo pues de otra manera no cuadra la cronología posterior ya que en el 57 lo encontramos con el cargo de Secretario de la Universidad. Este tipo de privilegios, al parecer bastante común, ocasionó en la época reclamos de algunas autoridades por los abusos que se cometían en esta materia en la Universidad Tomística de Santafé. 3. Sus primeras actuaciones (1757-1777) El año de “1757 figura como Secretario de la Universidad Tomística, en cuyas aulas regentó con aplauso las cátedras de Filosofía y Teología “. Otros ponen la fecha de 1761. Esta última parece más verosímil, pues resulta forzado pensar que a los 22 años ya había concluido sus estudios, recibido la ordenación sacerdotal y estar ocupando un cargo de tanta importancia en cualquier centro de estudios superiores como es el de Secretario. Sobre su ordenación no tenemos ningún indicio fidedigno pero debe haber sido entre 1759-1761, ya que sabemos que regentó durante once años diversas cátedras, y pasó luego, en 1772, a ser Superior en el Convento de Tunja. En 1770, según testimonio del Provincial de los Dominicos al Rey, el Padre Torrijos se desempeñaba como Secretario de Provincia y Catedrático de Prima. Contaba entonces treinta y cinco años. Su fama de buen orador le valió ser escogido para pronunciar la oración fúnebre en los solemnes funerales que siguieron a las exequias del Venerable Guardián del Convento franciscano de Santafé, Fray José de Jesús María Solís de Cardona, antiguo virrey de la Nueva Granada. Este elogio fúnebre debió ser pronunciado por el Padre Torrijos en los primeros días del mes de mayo de 1770. En la sección documental de esta misma obra ofrecemos el texto completo. Es la única pieza escrita que conocemos de nuestro biografiado. Baste tan solo el comentario que hiciera sobre el mismo el académico colombiano Guillermo Hernández de Alba: “Venero de preciosas noticias para el conocimiento de la vida conventual del Padre Solís, la oración fúnebre pronunciada por el más tarde memorable segundo Obispo de Mérida, debe conocerse en toda su extensión; constituye, además, excelente documento para el estudio de la oratoria sagrada, durante la segunda mitad del siglo XVIII, cuando aun subsistían los resabios de Fray Gerundio y la prédica se resentía de disputa peripatética”. Entre 1770 y 1777 sólo tenemos la breve noticia referida al Convento de Tunja, “de prior unos meses o más bien superior in capite” También fue regente de estudios del mismo cenobio. Corría el año de 1772. Para 1774, al parecer en Tunja, se dice que ejerció el cargo de Síndico. 4. Prior Provincial (1777-1781). Su primera visita a Mérida Torrijos ejerció el importante cargo de Prior Provincial de los Dominicos de la Provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada en el cuatrienio comprendido entre l’7Tly 1781. Fue elegido en Santafé de Bogotá el 31 de mayo de 1777 en sustitución de Fray Domingo de Acuña quien acababa de cumplir su período. La elección fue confirmada por el Padre General de la Orden Dominicana el 21 de mayo de 1778, un año después. No eran fáciles aquellos tiempos en la vida de las comunidades religiosas. Se acentuaban los aires regalistas por parte de las autoridades civiles tanto de la Península como de las colonias. La expulsión de los jesuitas de los reinos de España había producido ramalazos incómodos para todos los religiosos y las sospechas y mutuos alegatos entre autoridades civiles y eclesiásticas eran normales. Carlos III había decretado la visita general de los religiosos de América. El real decreto tenía fecha del 27 de julio de 1769. Pero su ejecución fue lenta. Tres serían los visitadores para cada orden y para cada virreinato. Los nombramientos corrían a cargo del monarca previa presentación de la terna por parte de los superiores generales. Las instrucciones dadas a los visitadores eran muy precisas. Tenían que ver con la disciplina de la vida religiosa ye! mejoramiento de la misma. Las intenciones eran buenas, pero no era competencia del brazo secular inmiscuirse en estas cuestiones en la forma como se hizo. Si había un interés religioso no era menos cierto que también interesaba lo político. Entre las cláusulas de dichas instrucciones se recomendaba la obediencia al rey y sus ministros como “máxima fundamental del cristianismo”. Este clima de confusión entre lo religioso y lo político, y la intromisión a todas luces excesiva del brazo secular en la vida y disciplina de los religiosos se entendió como una retaliación y como un pase de factura para evitar que las otras órdenes religiosas actuaran al estilo de los jesuitas expulsados. En ello encontramos la causa primera del retraso tanto en la elección de los visitadores por parte de los superiores generales, como de la aceptación y consiguiente traslado de los interesados para cumplir con tan engorroso encargo. En 1771 fueron nombrados para visitar a los Dominicos del Nuevo Reino de Granada los Padres José Fuster y Fernando Calvo. El primero renunció y fue elegido en su lugar en 1773, el P. Isidoro Gómez Plata31. Este se excusó de aceptar por sus achaques. En 1776, fueron nombrados en lugar de los anteriores el Padre Sebastián Pier, catedrático de prima de teología en la Universidad de Cervera, como visitador, y el Padre Lucas Bara como Secretario. El tercer nombrado fue el Padre Ángel Azcoitia, quien se encontraba en Murcia. Los dos primeros llegaron a Santafé el 19 de agosto de 1777, y el P. Azcoitia, lo hizo un mes más tarde. Estaba apenas comenzando el provincialato del Padre Torrijos. Estas visitas, como ya lo apuntamos, ocasionaron roces desagradables con los frailes y los superiores locales. Incómoda debía ser la posición de nuestro provincial, pues no faltaron quejas sobre la actuación del Padre Pier quien se quedó en Santafé. Con todo, sus primeros informes fueron positivos. No encontró relajación en la vida conventual sino observancia normal de las prescripciones de vida religiosa. A pesar de todo, nuestro buen fraile Torrijos prefirió poner tierra por medio. Mejor era estar lejos de los visitadores para evitar inconvenientes mayores. A principios de l779 deja encargado al Padre Antonio Cabrejo Vicario Provincial, de todos los asuntos. Torrijos opta por ir a visitar los conventos de la Orden en lo que es hoy territorio venezolano. Qué pasó en tan corto tiempo para que el Padre Torrijos tomara esa determinación, no lo sabemos. Lo cierto es que no regresó a la capital virreinal durante el resto de su período como provincial. Nace así, de manera inesperada y fortuita, movido tal vez por la incomodidad de los quisquillosos visitadores, la vocación merideña de Fray Cándido Manuel Torrijos. Partió para las misiones de Barinas, Pedraza y Juanero (?), -quizá quiera decir Guanare-, con ocho religiosos misioneros. Se refuerza así la labor de estos frailes dominicos en los llanos barineses y en los Andes venezolanos. Por las consideraciones que haremos a continuación creemos que su viaje a tierras de Barinas y de Mérida debió ser en 1778 y no en 1779 como lo indicaría la fecha del nombramiento del Vicario Provincial como encargado del gobierno de la provincia dominicana. Coincide esta época con la inquietud del ayuntamiento merideño por no dejarse quitar la capitalidad de la diócesis recién creada de Mérida de Maracaibo. Todavía no había sido provista de su primer pastor. El Padre Torrijos debió ser uno de los consejeros y asesores de los ediles emeritenses sobre la conveniencia y necesidad de la diócesis. Así se desprende de los juicios emitidos por los “meridianos” sobre su persona. No nos cuadran exactamente las fechas, pero el P. Torrijos debió haber estado en Mérida en alguna ocasión anterior a 1778. Probablemente entre 1770-1776. Y por segunda vez, siendo ya provincial, pero en 1778. La razón es muy simple. El ayuntamiento merideño escribe al Rey, en carta fechada el 4 de enero de 1779, presentando como su candidato a la mitra al Padre Torrijos. Los conceptos sobre su persona son tan elogiosos que es de presumir un conocimiento y un afecto de larga data. Es difícil admitir que se trate de un flechazo a primera vista. He aquí el razonamiento de las autoridades locales al Soberano. “Nos atrevemos a hacer a vuestra Majestad una nueva y rendida súplica, y es: que siendo necesario como lo es, para la fundación y primer establecimiento de un Obispado, el que el primer Obispo, tenga las prendas más sobresalientes que conduzcan no solo al oficio de Obispo, sino al de Obispo establecedor; hallándose éstas como verdaderamente se hallan en la persona del reverendo Padre Provincial de dominicanos de la Provincia de San Antonino, del Nuevo Reino,fray Manuel Cándido Torrijos, a quien logramos conocer cuando vino a la visita de las misiones de Barinas que están a cargo de su Provincia y estuvo en esta ciudad con motivo de fundar y establecer el nuevo Convento concedido por vuestra Majestad, para la enseñanza y educación de los religiosos, que han de servir dichas misiones, rendidamente suplicamos a vuestra Majestad nos le conceda y nombre para nuestro primer Obispo” No contentos con la súplica, pasan los ediles a señalar las egregias virtudes que adornan al provincial dominico. “Este sujeto, Señor, es un cúmulo de perfecciones físicas y morales y políticas; su sangre sabemos ser de las primeras familias de la ciudad de Santa Fe; su ciencia a más de saber que ha regentado por muchos años cátedra de aquella universidad, estar graduado de doctor en ella y su Religión tenerle condecorado con las grados de Magisterio, lo demuestra con la pronta y general resolución que da en cuantos casos se ofrecen y en cuantas dudas se le proponen y se deja ver que en este punto nada le falta cuanto su Provincia le escogió entre tantos sujetos literatos, que tiene para la primera silla de ella, cual es la de Provincial “. Para mayor abundamiento añaden los merideños otro rosario de cualidades de gobierno que sobresalen en nuestro biografiado: “Su sublime prudencia la ha acreditado en el tino con que ha gobernado su provincia, en la formalidad con que fundó y estableció la regular observancia en este nuevo Convento de Mérida, que es todo nuestro consuelo espiritual y en el acierto con que va disponiendo y mejorando las misiones que están a cargo de su provincia. Su celo por el bien del estado y comodidad de vuestros vasallos lo ha acreditado con las exquisitas y eficaces diligencias que a este fin ha practicado, sin salir de lo que es propio de su estado, de modo Señor, que hallándose los ánimos de estos ciudadanos del todo amilanados, sin atreverse a emprender la fundación de las haciendas de cacao, en las fecundísimas riberas del río Chama, negocio que es el único que puede dar comercio y comodidad a esta atrasada provincia y para el que vuestra Majestad abrió franca puertas despidiendo cédula para que a cualquiera que pidiese tierra allí para establecer hacienda se le franqueara sin interés de vuestros reales haberes; hoy a esfuerzos de las eficaces persuasiones, sabios consejos y direcciones del dicho R.P. Provincial se han animado muchos vecinos y se hallan fervorosamente empeñados en ir a poner y fundar dichas haciendas de cacao: si esto hace este sujeto cuando se halla puramente de Prelado particular de su provincia y religión, que haría de obispo por el bien espiritual y temporal de su rebaño?”. Después de tantas alabanzas acerca de las virtudes divinas y humanas del Padre Torrijos, los merideños concluyen con una especie de súplica esperanzada: “Oh Señor, si mereciesen nuestras humildes súplicas inclinar a vuestro real ánimo a que nos le concediese de nuestro primer Obispo y Pastor, cuan felices nos llamaríamos y cuan poderoso nuevo motivo tendría nuestro reconocimiento a vuestra sobe rana piedad y paternal beneficencia. Así lo esperamos como del que se ha de servir concederlo”. No podía quejarse el fraile provincial de la recomendación que el Ayuntamiento dirigió al Rey. Lo que le fue negado en su tierra natal lo obtuvo de la gente de uno de los pueblos más remotos de la extensa geografía virreinal. El Padre Torrijos no solo visitó los conventos de su Orden en la provincia de su jurisdicción sino que se dirigió a Caracas, y “en el convento de San Jacinto vivió demorado veintidós meses”. Esto le permitió entrar en contacto con la sociedad caraqueña y obtener alguna recomendación ulterior sobre su persona y actividad. El Gobernador de Caracas Luís de Unzaga y Amezaga por exigencias del cabildo merideño y por el conocimiento personal que tuvo del Provincial de San Antonino se vio en el trance de tener que dirigirse de nuevo al rey para recomendar al Fraile Manuel Cándido Torrijos a pesar de haberse inclinado anteriormente por el Padre Lucas Martel, franciscano de la casa de Caracas. Así le expone el Gobernador de Caracas su nuevo parecer sobre el candidato a la mitra merideña a su serena Majestad: “El Padre Fray Manuel Torrijos, por las insinuaciones de los Meridianos, que lo conocen, y con motivo de visitar las misiones que están a cargo de los Religiosos Dominicos en aquel continente, estuvo allí, y pudieron tratarle. La idea que han formado de este sujeto nada equivoca a las prendas personales que lo adornan, su genio popular, amable; una literatura nada vulgar que lo hace dueño de todo; el celo que ha manifestado por el establecimiento y buen orden de dichas misiones; pues sin ejemplar ha atravesado espacios inmensos desde el Reino de Santa Fe hasta esta Capital (en donde le he conocido) a solo buscar el arreglo y alivio de aquellos pueblos. Y, últimamente el conocimiento que tiene de aquellos países, su experiencia y el talento que posee de saber manejar los espíritus, le dan no sé que mérito para que sea el primer fundador de esta nueva Iglesia americana”41. De las visitas que durante el año de 1779 realizó el P. Torrijos a las casas de los dominicos en tierras barinesas, nos queda el testimonio firmado de su puño y letra de la nota de visita que estampó en el libro de bautismos de Indios de Santa Rosa de Barinas. Lleva la fecha de 17 de marzo de 1779. Y de su paso por Mérida queda el que los dominicos tomaran posesión en 1779 del Colegio e Iglesia que fueron de los jesuitas. Es decir, de la actual Iglesia del Carmen en la Avenida 4 Bolívar. A instancias suyas seguramente, el Vicario Provincial Fr. Antonio Cabrejo reunió el Consejo en Santafé para la organización formal del convento de Mérida. Era condición indispensable para poder permanecer en posesión de los antiguos bienes de los jesuitas. El Consejo determinó que vinieran a Mérida los Padres Fray Basilio Delgado, Fray Francisco Lozano y Fray Pedro Ballesteros para reforzar el personal que allí existía ya: Fray Joaquín Cuervo, Presentado; Fray Manuel Celada, Catedrático de Artes; Fray Domingo Escobar, Fray Antonio Uzcátegui, Fray Antonio Salazar y el Hermano Fray Agustín Galeano. Es probable que todas estas diligencias de las autoridades de Mérida y Caracas en favor de la nominación de Fray Cándido Manuel para el obispado de Mérida se hicieran de conocimiento público, y ayudaran a fomentar la tradición de que el referido fraile anduviera buscando la mitra. 5. Su viaje a España (1782 (83?)-1792) A mediados de 1781 fue elegido Prior Provincial en sustitución del Padre Torrijos el Padre Juan José Bonilla (178l-l785), excatedrático de filosofía y teología. No sabemos cómo Torrijos se las arregló para ser nombrado Procurador de la provincia dominicana de San Antonino en la Corte. Lo cierto es que así fue46. Según todos los indicios no regresó a Bogotá sino que partió desde Caracas donde tuvo que permanecer más de lo deseado. Los ingleses merodeaban por todo el Atlántico impidiendo el normal flujo de buques y flotas. Para 1783 lo hallamos en Madrid trabajando por las misiones de la provincia, la restitución de algunos curatos que antes tenían y solicitando auxilios reales para la reedificación de la iglesia y convento de Santa Fe destruidos por incendio y terremoto. Cerca de diez años permaneció en Europa (1782-83 a 1792). Tratando de hilvanar algunos datos podemos conjeturar lo siguiente. Según el Padre Báez, aunque él mismo afirma no estar del todo seguro de sus afirmaciones, en 1784 el P. Torrijos consiguió once religiosos para las misiones de Barinas y los acompañó hasta Caracas. Sufrió mucho en la travesía, fue herido hasta derramar sangre y tuvo que aguardar en Caracas por más de un año mientras le llegaban los recursos. Quizá esta estadía en Caracas a la que hace referencia el Padre Báez sea la misma de 1781-8248. Del confiable juicio de García Chuecos hacemos nuestra su conjetura: “No consta en los documentos consultados que Torrijos hubiese viajado por Francia o por Italia. Pero sospechamos que hubiese estado en ambas. De Francia seguramente hubo de traer aquellos magníficos libros que el Presbítero Doctor Juan Marimón y Henríquez, Comisario General de la Inquisición en Mérida por los Ilustrísimos Señores Inquisidores de Cartagena, recogía de su biblioteca cuando en 1802 intervenía en la causa de sus espolios. Prelado sexagenario, de profunda experiencia, de vastos conocimientos científicos, no es de extrañar se conmoviese contemplando aquella formidable catástrofe que se llamó la Revolución Francesa, y pasase amables horas leyendo a sus más esclarecidos publicistas. Del viaje a Italia, o mejor a Roma, tenemos como prueba la consecución del cuerpo de San Clemente Mártir, que trajo con un Breve Pontificio en que constaba su autenticidad”. Una anécdota interesante que debe tener algún fondo histórico es recogida por dos de sus biógrafos. En su estancia en la corte de Madrid debió sufrir algunos quebrantos de salud. Rondaba entonces el fraile neogranadino poco más poco menos los cincuenta años de edad. Producto de un accidente inesperado sufrió fractura de una pierna. El Padre Enrique María Castro recoge este hecho de las memorias que le contó el Padre Palacio. La historieta se remonta pues a los comienzos del siglo XIX. Afirma el anciano sacerdote que el Padre Torrijos consiguió la mitra por un suceso inesperado, “pues yendo por una calle de Madrid, venía por la misma en dirección opuesta el rey en su coche, con tanta violencia que pasando las ruedas por junto al fraile, cayó este en tierra, rota una pierna. A esta novedad mandó el rey parar el coche, y preguntó quien era el herido; y habiendo sabido que era un padre americano, preguntó si sería el que pretendía la mitra de Mérida, y habiéndosele respondido que sí, dijo que le estaba concedida; y puso al cirujano mayor a curarlo gratuitamente, despachando luego a Roma en solicitud de las bulas en favor del Padre Torrijos”. Solo nos queda afirmar “si non e vero e bene trovato”. Lo cierto es que en Mérida corrió desde temprana data la noticia de las diligencias personales del dominico de Sesquilé por obtener la mitra merideña. 6. Su nominación episcopal (1791) En la Corte había amplia información sobre el fraile dominico Torrijos desde hacía muchos años. En 1777, tanto el Virrey de Santafé Manuel Antonio de Florez como el Arzobispo de la misma sede Agustín de Alvarado habían informado al Rey acerca de los méritos y circunstancias del Provincial de los dominicos. Estos informes debieron formar parte de las exigencias de la visita practicada por el Padre Pier a la provincia dominicana del Nuevo Reino, y también a alguna acusación en contra de nuestro fraile. Ambos informes son muy positivos en señalar la buena hoja de servicios y la pureza de sangre de sus progenitores y antepasados, al igual que su desempeño como religioso desde que ingresó en la orden de Santo Domingo. Posteriormente, como ya vimos, en 1779 y 1780 tanto el Cabildo y Justicia Mayor de Mérida y el Gobernador de Caracas se dirigen al Rey proponiendo a Torrijos Rigueiros como candidato a la mitra de Mérida de Maracaibo. Figuró en la larga lista de candidatos para el Obispado de Mérida cuando salió nombrado Fray Juan Ramos de Lora en l780. En l77 aparece entre los candidatos para la sede de Popayán y en 1790 para la de Santa Marta pero un informe poco favorable a la causa de Torrijos por arte del Arzobispo Virrey Antonio Caballero y Góngora le sirvió de tranca. En 1791, el Consejo de Indias eligió a otro dominico Fray Antonio de Espinosa como sucesor de Ramos de Lora para la sede emeritense. Ante la no aceptación del nominado la voluntad real se inclinó, por fin, por Fr. Manuel Cándido Torrijos y Rigueiros. Lamentablemente no tenemos en nuestro poder el expediente civil relativo al nombramiento de Torrijos. La aprobación real debe ser de finales de agosto o comienzos de septiembre de 1791. Reposa en nuestro poder el expediente canónico abierto en la Nunciatura de Madrid, el 9 de septiembre de 1791 por el Nuncio Apostólico de Su Santidad en los Reinos de España, Don Hipólito Antonio Vincenti Mareri, Arzobispo de Corinto. El día 15 de septiembre el Señor Nuncio hizo comparecer ante sí para el juramento e interrogatorio de rigor a Don José Domingo Duarte y Echazarreta, natural de la ciudad de Mérida de Yucatán en el Reino de México, abogado de la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá, Asesor de la Intendencia de Caracas; a Don Nicolás Mesía y Caicedo, natural de la ciudad de Jaén, abogado de la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá en el nuevo Reino de Granada: a Don Jorge Tadeo Lozano, cadete de Guardias Españolas, natural de la ciudad de Santa Fe : y a Don Mariano Berastegui Dávila, natural de la misma ciudad y reino. Todos ellos residentes en la Corte. Los tres rindieron los dos interrogatorios. el primero referente al candidato y el segundo al obispado. Los tres afirman conocerlo de vista y trato desde hace años, tanto en Bogotá como en la Corte. Y todos ponderan sus virtudes y cualidades para regir la diócesis de Mérida de Maracaibo. En cuanto a la edad ninguno da el dato exacto: “cincuenta más o menos”, o “cincuenta. Cuatro poco más o menos “. Para el momento del interrogatorio estaba el electo Torrijos llegando a los cincuenta y seis años de edad. Sobre el estado de la diócesis, las respuestas de los tres testigos son más vagas e imprecisas. El primero estuvo en Santafé, el segundo en Maracaibo, y el tercero Don Mariano Berastegui afirma haber pasado por Mérida y “estado en la casa palacio destinada para el Sr. Obispo, no distante de la catedral y ha observado ser de buena fábrica y no necesitar de reparo alguno”. Difícil tenía que ser en la Corte encontrar gente que conociera de vista y trato al candidato, o hubiera estado alguna vez en obispados tan retirados y aislados de las rutas más trajinadas por los viajeros de Indias, como era el caso de la diminuta Mérida andina. Concluye el Señor Nuncio dando su parecer positivo “y en lo 0ue Su Excelencia puede juzgar... le tiene y considera por digno y merecedor de la presentación y nombramiento... del P. Fr. Manuel Cándido de Torrijos”. Presentado en Consistorio de Cardenales al Santo Padre Pío VI, le dio su aprobación, quedando así preconizado obispo de Mérida de Maracaibo el 18 de diciembre de 1791. Las Bulas fueron expedidas inmediatamente, pues recibieron el pase patronatista en Madrid, el 2 de enero de 1792. Las ejecutoriales reales dadas a las Bulas del Obispo Torrijos tienen la fecha del 20 de febrero de 1792. 7. Los preparativos del obispo electo La personalidad de Fray Manuel Cándido Torrijos se caracteriza por su tenacidad Y constancia. Luchó contra las adversidades de los hombres y de los lugares inhóspitos. Intrépido, se propuso mejorar la presencia de su orden en una región apartada y bastante olvidada como eran los llanos de Barinas las serranías de Mérida. Y lo logró. Su preparación académica y familiar lo configura como un hombre de su época. La Ilustración como desarrollo de las ciencias y del saber le hizo concebir grandes proyectos. Soñó con un lugar y una oportunidad para llevarlos a la práctica. Y, descubrió en la ciudad de Mérida, el sitio ideal donde poder realizarlos. Por eso trabajó con denuedo por el nuevo obispado y por obtener su mitra. Tardíamente lo logró. Tenía cincuenta y seis años, y estaba predestinado a no llegar a los sesenta. El tiempo final se le fue en preparativos. Habiendo sido nombrado a finales del 91 y teniendo en su poder las bulas a comienzos del 92, bien podía haber llegado a su sede en el transcurso de ese año. Pero no fue así. Su proyecto primordial era instalar un Colegio en Mérida. Si Ramos de Lora había fundado el colegio-seminario para los estudios filosóficos, teológicos y canónicos, él iba a abrirse al mundo de las Ciencias. El convento que la providencia le había deparado en Mérida a los dominicos podría convertirse en un colegio de mayor fama y prestigio que el de los expulsados jesuitas. “Para esto contaba con lo más importante que era su buena voluntad y su entero carácter, Solo le faltaba dinero y un sujeto de sólida cultura científica a quien confiarle la dirección del plantel” El dinero no era problema. Además de su peculio personal y del que pudo haber obtenido de dádivas por su condición de religioso observante tuvo el tino de saber aprovechar la ocasión. De la Tesorería de Madrid consiguió en calidad de préstamo, 4.000 pesos. Y de su apoderado en la Villa del Manzanares Don Mateo Arroyo obtuvo otro préstamo por una cantidad similar, 3.563 pesos. Con este dinero algo se podía obtener, A esto hay que sumar otros 4.000 pesos fuertes dados por el monarca al obispo electo como gastos de costas para su traslado a América. Se dirigió a Córdoba donde tenían fama los estudios científicos y contrató los servicios del R.P. Fray Gabriel Ortíz, hermano de relig6n, del Convento de San Pablo de la capital andaluza. Este fraile dominico sería el encargado de llevar adelante el proyecto. El Rey autorizó el viaje del religioso el primero de mayo de 1792. El resto del tiempo se fue en organizar el enorme equipaje del prelado y sus acompañantes. Una gran biblioteca, un gabinete de física con una máquina eléctrica y una neumática, dos globos uno celeste y otro terrestre, numerosos aparatos para la enseñanza de las ciencias naturales, ornamentos preciosos, un órgano y un reloj para la catedral, y el cuerpo entero del mártir San Clemente. Torrijos pensaba fundar un gran colegio, mejorar y embellecer va Mérida, construir una basílica, un palacio episcopal, puentes sobre el Mucujún y el Albarregas, un jardín botánico y un observatorio astronómico. Con razón, doce años atrás los ediles de Mérida habían ponderado sus cualidades humanas, sacerdotales y políticas. No sabemos si la imaginación o la exageración han abultado OS cuantiosos bienes que trasladaba el obispo. Pero cuatrocientas cargas y una biblioteca de treinta mil volúmenes supera cualquier cálculo razonable. Oigamos la reflexión que sobre el equipaje de Torrijos hizo el padre Enrique María Castro. “Lo que nos debe llamar la atención, es que el Señor Torrijos empleó todos los recursos de que pudo disponer en comprar cosas útiles e importantes para la educación e ilustración de la juventud que iba a estar bajo su inspección y gobierno como pastor espiritual” Y acota su testimonio personal de estudiante del Seminario de Mérida unos cincuenta años después de la muerte del segundo obispo: “el que esto escribe, como estudiante de la Universidad de Mérida, alcanzó algo de los beneficios del Sr. Torrijos; pues como la Universidad estaba unida al seminario, es decir, que este daba hospitalidad en su edificio a aquella, los estudiantes de tercer año de filosofía se servían para su estudio de los globos terrestre y celeste que aquel prelado trajo para el seminario (el celeste se quebró por los años de 1846 o 47. Lo llevaba en alto el bedel de la Universidad para la capilla del seminario, a fin de que sirviese para el acto de un grado académico, o para un examen general y se le cayó al suelo. De resultas del golpe quedó inservible y así ha permanecido hasta hoy que sepamos). La máquina eléctrica y neumática y otros instrumentos necesarios para el estudio de la física experimental, estaban inútiles hacía mucho tiempo”. Sobre la biblioteca afirma el Padre Castro: “La gran librería sufrió mucho también; pues en ese largo período de la guerra magna, tan glorioso para Venezuela bajo el aspecto militar, se desatendieron casi e absoluto los elementos de ilustración y de progreso literario en todo el país. Los libros se podrían (sic) aglomerados en una pieza del edificio, sin que nadie se utilizase de ellos; y los colegiales, aprovechándose de ese abandono, hacían con ellos grandes globos para celebrar las fiestas principales de su Instituto (cuando yo era niño estudiante de latinidad vi esto)” Continúa la narración del Padre Castro recordando que el rector del Seminario, el Pbro. Dr. José Asunción Contreras resolvió atender a la conservación de aquella biblioteca y mandó a acomodarlos en estantes, aunque sin ningún orden. Más tarde, el obispo Bosset puso a un joven sacerdote italiano a arreglarla. Después de varios meses concluyó su obra con un catálogo alfabético. Y termina aseverando: “cuando yo la conocí alcanzaban a 15.000; habiéndose perdido probablemente la mitad, pues ella en su origen constaba de 30.000”. Torrijos era hombre de criterio amplio. Entre los libros que traía no escaseaban algunos escritos que escandalizaban a mentes timoratas. Seguramente serían las obras de los enciclopedistas franceses. Al fin, el 6 de julio de 1792, llegó la hora de embarcarse rumbo a América. El obispo electo Torrijos, los familiares Don Francisco de Agltda y Rubio, Don José Matute y Rubio. y Don Aniceto Matute y Rubio, y el Padre Gabriel Ortíz zarparon de Cádiz, en el bergantín Areñón. Terminaba así el periplo europeo de Torrijos y se iniciaba 1a última etapa de su vida. 8. De Maracaibo Bogotá (1792-1794) Torrijos pudo embarcar para La Guaira y seguir a Caracas. Pero no valía la pena porque debía buscar un lugar donde se encontrara obispo consagrante. La sede caraqueña se encontraba acéfala pues su obispo Mariano Martí había fallecido el 20 de febrero de 1792 y su sucesor Fr. Juan Antonio de la Virgen María y Viana no llegaría hasta mediados del 9369, Pudo haberse dirigido a Cartagena, pero es probable que tuviera noticia del traslado de su prelado Fray José Fernández Díaz de la Madrid (1777-1792) a Quito. Quedaba Santa Marta donde gobernaba la diócesis el Obispo Don Anselmo Fraga (17891793). Pero quizá no le resultaba atractiva la idea. No quedaba sino dirigirse a Maracaibo. La elección de este puerto pudo ser por un doble motivo. Pisar tierra de su jurisdicción, y dejar más cerca de su destino final, -Mérida-, su abultado equipaje. Así se le presentaba la ocasión de volver a Santafé de Bogotá. Allí recibiría la plenitud del sacerdocio rodeado de los suyos y de los recuerdos. Hacía no menos de catorce años que había abandonado la capital virreinal bajo la presión de la visita general a la orden. Ahora regresaba triunfante con la aureola de su elección episcopal. Treinta y tres días tardó el buque Areñón en hacer la travesía desde Cádiz hasta Maracaibo. En esta última atracó el bergantín el 9 de agosto de 1792. Se encontraba ya en territorio de su diócesis. La noticia de su arribo llegó a Mérida diecinueve días después, el 28 de agosto. Desde Maracaibo siguió rumbo a Bogotá. En pequeña embarcación por la laguna de Maracaibo buscando el río Zulia. Esta ruta no era muy socorrida por el peligro constante de los indómitos indios motilones que aunque pacificados seguían gozando de fama de fieros. Por lo visto no le jugaron ninguna mala pasada al obispo electo y su séquito. Todo se hacía con menor riesgo desde San Faustino a lomo de bestia camino de San José de Cúcuta. Y comenzaba el ascenso de la Cordillera hacia Pamplona73, límite de su obispado. Cuál sería la reacción de los reinosos pamplonicas ante el paso del que era su legítimo obispo. No lo sabemos. Pamplona había sido incorporada a la nueva diócesis poco antes de la muerte de Ramos de Lora74. Pero los pamplonicas preferían depender de Santafé. Razones históricas, de prestigio y de cercanía así lo indicaban. Pero la voluntad del monarca se había inclinado en favor de Mérida. La emoción debía embargar el espíritu del fraile convertido en obispo. Estaba desandando el mismo camino de tres lustros atrás. El frío y el sol golpeaban su rostro y aguzaban cuitas de antaño y hogaño. El paisaje boyacense lo acercaba a su infancia. Tunja, el recibimiento en su natal Sesquilé, y por fin la capital virreinal. El hermoso paisaje de la sabana bogotana con su brisa fría, sol picante y constante lluvia penetró de nuevo en su alma. Y la querencia lo amarró más de lo debido. Como no pasó por Mérida, tal como explicamos anteriormente, Iibró poder en la persona del Pbro. Lic. Hipólito Elías González para que tomara posesión del obispado en su nombre. Este lo ejecutó el 27 de diciembre de 1792. Antes de finales del 92 (a más tardar en octubre) debió estar Torrijos en el convento Máximo de su orden, donde seguramente sería recibido como huésped de honor. Llevaba como obsequio a la ciudad virreina1 la reliquia de un mártir, San Feliciano, que había conseguido conjuntamente con la de San Clemente. 9. La ordenación episcopal (1793) Resulta inexplicable la tardanza en diligenciar la ordenación episcopal. Pasaron al menos seis meses desde su llegada. El arzobispo metropolitano de Santafé era a la sazón el navarro Don Baltasar Jaime Martínez Compañón quien debido a su quebrantada salud se ausentó poco de la capital virreinal. Recibió la consagración episcopal en la catedral metropolitana de Santafé recientemente consagrada aunque estaba sin terminar. La ceremonia tuvo lugar el 21 de abril de 1793, domínica tercera “post pascha” y fiesta del patrocinio del glorioso patriarca San José. El consagrante, el Señor Arzobispo Metropolitano antes mencionado78, siendo sus asistentes los Doctores Don Francisco Martínez de la Costa y Don José Miguel Masustegui, Deán y Arcediano de la catedral santafereña, según las normas del Papa Pablo V. El Arzobispo dirigió una plática o alocución “en la que ha expuesto las obligaciones más principales de los señores obispos hacia sus ovejas, y las de estas para con sus prelados, y los medios más eficaces y oportunos para el fiel y exacto cumplimiento de las unas y las otras” La solemne ceremonia contó con la asistencia del Virrey José de Ezpeleta quien hizo de padrino, de los Oidores de la Real Audiencia, .miembros del ilustre Ayuntamiento de la capital, las autoridades mu1 -res de la plaza, “y un grande concurso de personajes de ambos sexos de todos estados y condiciones” Como era usanza, todo personaje ilustre debía hacerse un retrato con todos sus arreos y distintivos. Debían ser varias copias: una pare la galería de dominicos notables de la Provincia de San Antonino, otro para ostentación de sus linajudos familiares, y una tercera que debía portar para su diócesis. Conocemos uno de estos retratos. Se conserva en muy buen estado en la Sala Virreinal de la Casa Parroquial Santiago Apóstol de Fontibón, en las afueras de Bogotá. Debe tener, pues, doscientos años, no sabemos como fue a parar allí. Sus medidas son una vara castellana. (84 cms.) de ancho por una vara y un palmo (1.05 mts.) de alto. En la p re superior está su escudo y al centro una mitra preciosa. Lo contemplamos lleno de vida. De mirada penetrante y talante decidido. Piel muy blanca y facciones aguileñas. La frente amplia y una cabeza en la que el pelo es como una guirnalda alrededor de una pronunciada calva. Lleva los ornamentos de las grandes solemnidades: roquete capa magna, bonete y guantes. El pectoral cuelga directamente del cuello al estilo de los religiosos. De estatura más bien alta. El escudo responde a los cánones castellanos. Parece más bien el emblema de una familia de armas y títulos que el de un manso pastor. Es escudo terciado en banda, propio de los caballeros de armas. En el cuartel superior derecho una torre en campo de oro, en clara alusión a su primer apellido. Simboliza la grandeza y elevación, y a la vez, asilo y 5aivaguarda. Y en el cuartel inferior izquierdo en campo de oro, un perro o lebrel corriendo que indica la vigilancia de aquel a quien se le ha confiado una responsabilidad superior. En este caso la conducción espiritual de una diócesis. Es uno de los signos de su orden religiosa de origen la orden de predicadores. La banda y la barra en campo de gules o rojo con ocho aspas o cruces de San Andrés, llamadas también sotuer o cruz de Borgoña, simboliza el estandarte del caballero. El capelo o sombrero y las seis borlas verdes de cada lado indican la condición episcopal y le dan al blasón su carácter religioso. De su escudo podemos inferir sus orígenes nobles y caballerescos que privan sobre otras dimensiones y marcan su personalidad. Poca prisa tenía el nuevo obispo en dirigirse a su sede. Tan larga ausencia del escenario de sus primeros cuarenta años lo volvió a cautivar y lo aquerenció. La solicitud del acta de consagración, documento que debía presentar a su llegada a Mérida, lo solicita ocho meses después de su ordenación, el 18 de diciembre de 1793, justo a los dos años de su Preconización en Roma. Casi nada sabemos de sus quehaceres durante este largo pasado en Bogotá. Consta que pontificó por vez primera el 4 de noviembre de 1793, en los solemnes funerales que allí se celebraron con motivo de la traslación de los restos del Ilmo. Sr. Dn. Fray Cristóbal de Torres de la Catedral al Colegio del Rosario que el difunto arzobispo había fundado. El único acto de gobierno del que tenemos constancia documental está fechado en Santafé a cinco de diciembre de 1793. En él se libra Despacho auxiliatorio para que puedan ser registradas las iglesias de su jurisdicción sin menoscabo de los derechos de fuero eclesiástico en asuntos de rentas o de asilo a reos. Esta providencia está firmada por el Obispo, Fray Manuel Torrijos y refrendada por el Secretario, José Rutad Torrijos, hermano de prelado85. 10. De Bogotá al cielo pasando por Mérida (1794) Aproximadamente al año de su consagración, en abril del 94, emprendió viaje el Señor Torrijos hacia territorio de su diócesis En Sesquilé, camino de Tunja, dijo adiós a su pueblo natal. Al llega! a Pamplona, ya en su jurisdicción, dio comienzo a la visita pastoral en los pueblos del tránsito, arribando a Mérida el 16 de agosto. La expectativa por la llegada del prelado debió ser grande Ya desde el año anterior habían desempacado sus pertenencias. El equipaje había llegado a Maracaibo y el 9 mayo del 93 estaba en su destino final, Mérida. El Prior del Convento de Mérida Padre Antonio García, fue el encargado de trasladarlas a Mérida, atravesando el Páramo de Timotes. La curiosidad tuvo que ser mayúscula pues no hay más que imaginarse los numerosos arreos de bestias que trasladaron hasta Mérida tan preciosa carga. La curiosidad y la imaginación dieron vuelo a las conjeturas sobre las riquezas y pompas del nuevo obispo. Si la voluminosidad de los libros y aparatos era grande, fue motivo de regocijo espiritual y de celebraciones pomposas el traslado de algo singular. Una de las muchas cosas que traía el Obispo Torrijos en su inmenso equipaje fue la reliquia de un santo. Se trata de un cuerpo entero sin cabeza, con vestidura de soldado, conocido como San Clemente Mártir. Es este un nombre bastante común en el martirologio romano y pudo tratarse de un hombre de armas sacrificado en alguna de las persecuciones de los primeros siglos por su fe católica. Es probable que el propio Torrijos la consiguiera personalmente en Roma. Por tratarse de un prelado de nueva diócesis no era difícil que se le concediera semejante privilegio. Cada obispo debía tener en su curia un número suficiente de reliquias para los nuevos altares. Así lo exigía el derecho canónico de la época. Y Torrijos podía alegar que su diócesis era nueva, grande y con necesidad de nuevos lugares de culto. Lo que nos permite atestiguar la autenticidad de la reliquia fue la diligencia mandada a practicar por el Obispo Rafael Lasso de la Vega en 1822, con motivo de la celebración del tercer sínodo diocesano y del traslado de la reliquia de la Iglesia de Lagunillas hasta la catedral de Mérida. Los hechos atestiguados por los documentos a los que hacemos referencia nos dicen que de las declaraciones juradas del Señor Doctoral Don Luís Ignacio Mendoza, del Señor Racionero Buenaventura Arias, del Señor Vicario Francisco José de la Estrella, del Señor Cura de El Morro Presbítero José Luís Ovalle, del Prior de los Dominicos Fray Juan Agustín Ortiz, de Fray Antonio Escalante y del Presbítero Tomás Varela, existe consenso en afirmar que se trata de la reliquia de un santo llamado San Clemente, traído por el obispo Torrijos, quien encomendó al R.p. Fray Antonio García OP. que lo condujera de Maracaibo hasta Mérida, El recibimiento de la reliquia fue solemne, y hasta el Mucujún se dirigió la multitud, clero y fieles, a honrar tan curioso y piadoso envío. Algunos de los nombrados fueron testigos oculares de los hechos. Entre los detalles que señalan algunos vale la pena señalar que el propio obispo Torrijos declaró que le había costado mucho conseguir los restos del santo. No hay unanimidad en saber si lo consiguió directamente en Roma o se lo cedió algún otro obispo. El cura de entonces de Pamplona, D. Bernardo Jacinto de la Cerda, le oyó decir con orgullo al obispo, cómo había hecho para lograr semejante hazaña. Según otro, fueron dos los cuerpos que trajo el obispo Torrijos: uno para Mérida, San Clemente Mártir, y otro, San Feliciano, que Torrijos llevó de regalo a Bogotá. No existía unanimidad en saber si el cuerpo venía con la “auténtica “. Por si las dudas, el obispo Lasso de la Vega escribió a Roma, a la Sagrada Congregación de Ritos, y obtuvo el permiso para celebrar anualmente una misa en la catedral de Mérida. 11. Obispo residencial. Repentina muerte. A su llegada a Mérida le acompaña su hermano Don Rafael, quien viene a ocupar una prebenda en el Capítulo Catedralicio. Una de las primeras providencias del recién llegado obispo 1 e nombrar Provisor y Vicario General. El nombramiento recayó en el Pbro. Lic. Hipólito Elías González. Los únicos actos de gobierno del Obispo Torrijos de los que nos queda constancia en el Archivo Arquidiocesano de Mérida son la convocatoria general a Órdenes, y la comisión que libró al Lic. D. Hipólito Elías González para la reforma del Seminario94. Para asegurarse la enseñanza de las ciencias experimentales Torrijos buscó en la Península profesor aventajado en la persona del fraile dominico Gabriel Ortiz del Real Convento de San Pablo de la localidad andaluza de Córdoba. Y obtuvo los permisos correspondientes de sus superiores religiosos y de las autoridades reales. El Padre Ortíz viajó con el prelado desde Cádiz hasta Maracaibo. Y lo acompañó hasta Bogotá. Como el obispo electo tardó más de lo esperado en la capital virreinal, el fraile, escaso de dinero, le pidió a Torrijos un adelanto a cuenta de los futuros proyectos educativos. Este no satisfizo de inmediato los requerimientos del Padre Ortíz. Ambos eran de temperamento difícil y explosivo. La discusión debió ser agria, y tanto el fraile como el obispo rompieron relaciones. El disgusto dejó sin efecto el acuerdo verbal realizado en la Península sobre la implantación de estudios superiores y científicos en Mérida. El Padre Ortiz olvidó la razón primera de su viaje, el trabajo educativo y se dedicó a la cura de almas en algunos pueblos de la diócesis. Entre los curatos que sirvió se cuenta el de Bailadores. Casi dos meses tenía el obispo de haber llegado a su sede cuando Comisionó al Licenciado Elías González para agilizar su proyecto. Tiempo suficiente para calibrar las cualidades del culto Padre Elías y ver en él el candidato que buscaba para llevar a cabo su moderno proyecto educativo. Así podía desentenderse sin remordimientos de su compromiso con el Padre Ortiz y olvidarse de él. Pero el hombre propone y Dios dispone. La muerte tronchó todos los planes previstos. Poco más pudo hacer el obispo. Tal como consta en la lacónica partida de entierro y en la participación del fallecimiento al Rey, Manuel Cándido Torrijos dejó de existir el 20 de noviembre de 1794 a las tres de la mañana97. El día anterior, 19 de noviembre, a eso del mediodía sufrió “un accidente agudo de costado”. Lo más probable una angina de pecho o un infarto leve, que sus más cercanos no estimaron de mucha gravedad, pues la partida afirma que “no se le administraron los santos sacramentos por haber sido su muerte repentina y por esto no haber dado treguas para verificarlo”; pero, añade a renglón seguido: “pero sí dio muestras de penitencia” Labastida afirma que era de temperamento sanguíneo, y que una acalorada discusión con su hermano dominico le produjo un ataque de apoplejía fulminante. El Padre Castro asevera que se trataba de un aneurisma “porque echaba la sangre a borbollones por la boca”. El entierro tuvo lugar al día siguiente, 21 de noviembre, “con pompa y solemnidad”. Las exequias fueron presididas por el Señor Deán Licenciado Francisco Javier de Irastorza. Estuvieron presentes “todo el clero secular y regular, y cabildo secular”. Y se observaron todas las prescripciones del Ritual Romano para la inhumación de obispos. El acta nos indica con exactitud el lugar donde fue depositado su cadáver “en la Santa Iglesia Catedral, al pie de la primera grada para subir al presbiterio al extremo de la calle de Peregrinos que va del Coro al Altar mayor”. Certifica el documento el Presbítero Don Jaime Volcán, Cura interino de la Santa Iglesia Catedral. Como epitafio sirvan estas palabras del Cardenal Quintero: “A los, noventa y seis días de haber tomado posesión personal de su silla, la muerte repentina fue el ladrón nocturno de ese tesoro de proyectos. Los terremotos, la guerra, y la incuria de los hombres disiparon después, casi por completo, la magna biblioteca. Los pocos infolios que aún conservan la Universidad y el Seminario mantienen el recuerdo de este Prelado en el que parecían revivir, ya en las postrimerías del siglo XVIII, aquellos fastuosos y opulentos Obispos del Renacimiento, apasionados devotos de joyas, códices y libros”. Fuente: “Torrijos y Espinosa dos breves episcopados merideños”. Autor: Baltazar E. Porras Cardozo. Año 1994, Cap. II, Págs. 27 - 59. Coedición Arquidiócesis de Mérida / Vicerrectorado Académico. Universidad de Los Andes.