EL VOLUNTARIADO, UNA FORMA DE VIDA

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EL VOLUNTARIADO, UNA FORMA DE VIDA
Animador Sociocultural: Revista Iberoamericana
El voluntariado, una forma de vida
vol.2, n.2, mai.2008/set.2008
Rodríguez
EL VOLUNTARIADO, UNA FORMA DE VIDA
Norberto Rodríguez
Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA de la República Argentina
Aproximándonos al tema
Referirnos al voluntariado exige una rigurosidad no siempre presente en el
análisis. Una verdad de Perogrullo pero recurrentemente olvidada es que el concepto
del voluntariado toma distancia de cualquier comparación con el voluntarismo.
En su obra, La Resistencia, Ernesto Sábato dice: “Los otros nos salvan”. Esta
expresión en sí misma podría condensar la importancia del voluntariado como proceso
que tiene como actores a los voluntarios. Una sociedad que pretenda constituirse en
genuina comunidad debe comprender la importancia de la utopía del altruismo y la
entrega. Es un largo camino el que nos espera para transformar lo mío en lo nuestro.
Requiere pensar en el otro, en el prójimo, con verdadera pasión y ausencia de egoísmo.
Claro, en esta posmodernidad que deberá dar cuenta de sus graves secuelas
puede aparecer como descontextualizado el hacer mención a los valores fundamentales
de la vida. Sin embargo, el no intentarlo acelerará el riesgo de la disociación, la fractura
social y la violencia en sus vastas manifestaciones. Aunque resulte crudo decirlo, si no
se hace por convicción habría que intentarlo por precaución.
El individualismo creciente, el hedonismo en dimensiones casi desconocidas, la
ruptura de códigos elementales de convivencia, la familia en crisis, la pobreza, la
marginalidad y la inequidad en términos de acceso a oportunidades, bienes y riqueza
constituyen ingredientes para un cóctel verdaderamente ruinoso.
No vale sólo el diagnóstico, en una sociedad más que saturada de descripciones
intelectuales del fenómeno y mucho menos desafiada a abandonar la retórica de ir de
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una vez a las cosas, es decir, a las soluciones. Estas, por naturaleza no serán mágicas ni
producto de lo que hagan los otros sino también de lo que aportemos cada uno,
individual y colectivamente.
Sería ocioso puntualizar la responsabilidad que le cabe al Estado (nacional,
provincial y municipal), de velar por el bien común, objetivo medular de la política. La
realidad nos demuestra que el Estado ha hecho abandono de un sinnúmero de
cometidos que les son propios y orientado su mirada hacia otros que bien podría
arrumbar en el rincón de los olvidos. No obstante, es necesario precisar que alcanzar
los niveles de calidad a que con legitimidad tiene derecho la sociedad demanda el
compromiso y la acción decisiva de la ciudadanía y de las organizaciones de la
sociedad civil. Es vital recuperar el concepto de ciudadanía y desechar la mera
condición de habitantes de un país.
Para cambiar algo, el primer paso, ineludible por cierto, es asegurarnos que
existe la voluntad para encarar el reto. De lo contrario no pasará de una simple
expresión de deseos que muta de acuerdo a la volatilidad de nuestro estado de ánimo.
Asistimos con frecuencia a reiteradas frustraciones por anhelos insatisfechos y
demandas desoídas. El sistema es generalmente atentatorio para que suceda lo
contrario. Si esto es así hay que poner más empeño en el aunar fuerzas, tener claridad
en los objetivos y diseñar estrategias que nos lancen a la acción con herramientas más
sólidas y resistentes. En ese esfuerzo, una vez más, las instituciones de la sociedad
civil, convencidas de la oportunidad y con grandeza de espíritu, deben asociarse para
que los cambios pretendidos, dirigidos al beneficio general, tengan lugar. Como sucede
con frecuencia, y no hay razones objetivas que impidan que se repita, siempre es más
fácil hablar y describir que ponernos a la tarea concreta y efectiva.
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El voluntario y el voluntariado
Cualquiera, haciendo uso de un mínimo de sensatez debería preguntarse, de
manera crítica, qué habría sido de la sociedad sin la vigencia de la solidaridad en
alguno de sus estamentos. Imaginarlo es tan difícil como dantescos los resultados de no
existir el mullido colchón social que representan los voluntarios en la vida del país.
Desgraciadamente, el voluntariado ha tenido que suplir ausencias notables e
indelegables del Estado. Por un lado, damos gracias que esa sustitución evite males
mayores. Sin embargo, el costado menos positivo es que la presencia de un voluntario
activo ha hecho que el Estado, entre otras causales, no corrija el abandono de sus
funciones básicas. Es perentorio seguir reclamando para que tal práctica cese, lo que
haría aun más efectiva y superadora la labor del voluntariado.
Voluntario es aquella persona que por propia decisión y convicción dedica
pensamiento, tiempo y esfuerzo, en forma continuada y sistemática, a una acción
solidaria por la que la única y valiosa compensación que recibe es la gratificación del
servicio que presta.
El voluntariado podría definirse como el proceso organizativo a través del cual
los voluntarios, partiendo de una clara concepción de la solidaridad y la importancia de
la justicia y equidad social, se reúnen y asocian con el propósito de realizar acciones en
favor de los demás o de una causa orientada al bien común.
Es notable observar actitudes solidarias conmovedoras entre los que menos
tienen o se hallan en situación de mayor precariedad. Podría deducirse que quienes
están más cerca de los padecimientos comprenden mejor la necesidad de los otros. Esto
nos lleva a la conclusión de que el ejercicio del voluntariado no es dar lo que nos sobra
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sino compartir lo que tenemos. Sería un filoso llamado de atención a aquellos que
pudiendo no se comprometen con el destino de sus conciudadanos, afectando de tal
manera la elemental noción de comunidad. No habrá posibilidades de gozar en plenitud
cuando la brecha entre los que más tienen y los que se encuentran subsumidos no tienda
a estrecharse de forma abrupta.
Como dice el Padre Angel Rossi, jesuita, “el voluntario no es un hacedor de
proyectos, es un restaurador del sentido de la vida, de la vida ajena que atiende como la
propia, porque -dice Joaquín García Rosa- muchas veces su servicio comenzó como
una actividad que venía a llenar un tiempo que tenia vacío en la semana, y de a poco se
constituyó en un espacio de verdadero cambio en la manera de entender la vida y su
vida, en la posibilidad de un nuevo sueño de país, en la manera del mirar al otro.”
Ahora bien, quién es entonces el primer beneficiado cuando de voluntariado se
habla: los propios voluntarios. Estos encuentran en el servicio una huella a transitar que
le agrega valor a su propia existencia. Les permite hacer a un lado el egoísmo que
pareciera caracterizar los tiempos que vivimos y descubrir que el amor, en su acepción
más abarcativa, puede expresarse mediante la preocupación por los otros. Saber que la
semilla de la solidaridad sincera fructifica y se multiplica de manera exponencial.
Cómo saber el grado de influencia en el tiempo de una acción, que a veces hasta puede
parecer insignificante, en la vida de un niño, de una familia, de alguien desesperado.
Cómo medir el impacto de un gesto de caridad cuando la desesperanza arrecia. Es
impresionante observar testimonios infinitos acerca de los cambios producidos en
personas al borde del abismo cuando han encontrado un espacio para ser escuchadas,
cobijadas o contenidas.
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Un problema que se repite es la falta de espacios para canalizar el espíritu
solidario de muchas personas. Las mismas que sienten que esfuerzos aislados no
conducen a ningún destino y por lo tanto se resignan a la observancia pasiva. Con esto
queremos señalar que hay más voluntades dispuestas a servir y que se requiere crear
más ámbitos apropiados que posibiliten esas expresiones frustradas. El voluntariado no
tiene límites ni jerarquías. Se puede ejercitar en todo terreno y circunstancia. No hay
servicios menos importantes que otros y cada uno depende de la oportunidad de su
demanda. Tampoco importan la condición social ni el nivel intelectual. La posada tiene
lugar para todos. Lo único que no puede admitirse en el voluntariado, y por ende en los
voluntarios, es la especulación ni la utilización de su actitud con fines ajenos al
desinterés. De vulnerarse estas premisas nos hallaríamos frente a quienes a la corta o a
la larga serán fuente de discordia y desaliento para aquellos que confiaron.
El voluntariado, las organizaciones de la sociedad civil y la democracia
Podríamos estar deslizándonos, casi inadvertidamente, tanto por acción como
por omisión, hacia una sociedad cuyo nivel de fractura llegue a límites que harán muy
difícil -cuando no imposible- el retorno a una tonalidad de cierta normalidad. Cabría
preguntarnos qué hemos hecho o, más apropiadamente, qué no hemos hecho para que
la violencia, la droga, la criminalidad en general, la corrupción generalizada y
extendida como una inmensa mancha de aceite hayan alcanzado la magnitud que
sorprende cuando se mensuran sus avances en tan corto lapso.
Los pobres de carne y hueso, los sufrientes reales de la pobreza, ¿estuvieron
tanto tiempo invisibles o los ignoramos por haber estado mirando hacia otro lado sin
querer asumir la verdadera dimensión y responsabilidad de este drama? En particular
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este juicio le corresponde hacerlo al Estado, frecuentemente ausente cuando más se
requiere su intervención para evitar desequilibrios tan flagrantes.
Miremos con especial atención y ojo avizor lo que sucede en varios países de
América Latina (y de otras latitudes también), algunos muy cercanos geográficamente.
No es serio pensar ni decir: “a nosotros no nos pasará”, afirmación superflua que se
escurre velozmente por la falta de sustentabilidad. Muchas cosas no nos iban a pasar
como país y finalmente sucedieron con sus secuelas que todavía no podemos superar.
Llegar a un alto grado de deterioro requiere de muchos factores coadyuvantes.
Sin embargo, es mucho más fácil desbarrancarse que subir la cuesta luego de una caída
estrepitosa. Asumirlo es un acto de generoso sentido común; imaginar soluciones
cortoplacistas o mágicas sería, en todo caso, un gesto de enorme inmadurez. Un rasgo
de inteligencia es aprender de los errores. Generalmente, la soberbia abierta o
encubierta hace que los aciertos cieguen. Es decir, de los aciertos raramente se sacan
enseñanzas.
Como suele acontecer, las soluciones a problemas de singular gravedad como lo
es el deterioro ético, moral y social, convoca, aunque más no sea por el espanto ante la
perspectiva de un futuro que agobia de solo imaginarlo, al conjunto de los actores de la
sociedad que algo tienen para decir y mucho más para hacer. Aquí vuelve a tomar valor
y vigor la sociedad civil, sus organizaciones y los voluntarios, estos últimos
desprendidos de todo interés que no sea el aportar en beneficio del conjunto.
El futuro es incierto; decir lo contrario sería faltar a la verdad objetiva. La
vertiginosidad del cambio que traccionan las tecnologías modernas afecta de manera
notable la vida de la sociedad. Este mismo fenómeno genera incertidumbre acerca de lo
que vendrá, con la dosis de angustia, individual y colectiva, que arrastra. ¿Quién tiene
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el teorema para descifrar cómo afrontar los cambios? Nadie en particular y tampoco se
conocen fórmulas infalibles. Esta realidad trae aparejada la necesidad de una dirigencia,
en todos los ámbitos de la vida de un país, con una formación mucho más exigente que
le permita una mejor comprensión del mundo y de los procesos que se generan y mutan
sin solución de continuidad. En este contexto, también los voluntarios requieren
actualizarse permanentemente para ser más eficaces en su altruista labor de servicio al
prójimo.
Las organizaciones de la sociedad civil y los voluntarios son positivamente
funcionales a una democracia que abandone la baja intensidad. Una ciudadanía
responsable, participativa tanto en la demanda como en las propuestas le hace mucho
bien a la consolidación democrática. Una vez más, ayudaría a pasar de la categoría de
habitantes a la de ciudadanos. Esta convicción nos estaría indicando que el voluntariado
debe promoverse desde la más corta edad por cuanto de esa manera va fermentando
una cultura superadora del individualismo y el sálvese quien pueda.
El voluntariado, como concepto y como práctica debiera ser incorporado con
fuerza en el sistema educativo formal. En la educación no formal el voluntariado
encuentra cauces naturales para expresarse y potenciarse. El voluntariado, ejercido con
vocación es un testimonio excepcional de la solidaridad activa.
La sociedad civil y la sociedad política
La sociedad civil es una trama de relaciones y de recursos, culturales y
asociativos, que cultiva la mayor autonomía posible de los poderes político y
económico. Promueve la asociatividad y moviliza los intereses de los ciudadanos para
defender sus legítimos derechos. En esta concepción la comunidad política, por
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identificarla de alguna manera, se constituye para servir a la sociedad civil, de la cual
deriva.
La partidocracia y la clase política se hallan en un saludable -y todavía inciertoproceso de revisión. Al referirnos a la clase política podríamos hacerlo de una manera
más cruel pero a lo mejor más realista: corporación política, una más de las tantas que
siembran el territorio nacional.
Por demasiado tiempo esa llamada clase política se colocó jerárquicamente por
encima de la ciudadanía y de la sociedad civil. Error, y grave si los hay.
¿Responsables? No hay inocentes sino corresponsables: obviamente la propia
dirigencia política y la sociedad civil que hace poco tiempo recuperó el sentido político
de su existencia. Han contribuido a la tergiversación de los roles el sistema educativo y
los medios de comunicación. La sociedad civil y la ciudadanía en su conjunto son las
que tienen la más alta jerarquía y la dirigencia política cumple mandatos y responde y
rinde cuentas a aquella.
Con inusual frecuencia, y cayendo por ende en un recurrente error, se presenta
la dicotomía entre sociedad política y sociedad civil. Por lo expuesto precedentemente
la sociedad política, a la que los ciudadanos acceden por propia voluntad y motivados
por su afán de sumar al bien común, está al servicio de la sociedad civil, la que es
inclusiva del conjunto de la comunidad. No hay, entonces, dicotomía. Lo que sí puede
haber es confusión de roles y jerarquizaciones indebidas. La dirigencia política debe
comprender definitivamente su cometido. No está un escalón más arriba. Por el
contrario, asume la función de representante y por lo tanto debe dar cuenta del ejercicio
de esa representación delegada por la sociedad civil mediante los mecanismos de la
democracia. El deslizamiento habitual de los políticos hacia una autonomía exasperante
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con relación a sus representados constituye una forma implícita de desconocimiento de
lo que significa la vida democrática. El sufragio no es un cheque en blanco ni un
pasaporte para hacer lo que un político quiera olvidándose de sus votantes. Tampoco lo
habilita a mutaciones que desnaturalizan la encomienda recibida en el contexto de su
imprescindible -lo que no siempre ocurre- previa plataforma de ideas que motivaron el
apoyo. ¿Tan difícil de comprender es este elemental juego de roles complementarios y
mutuamente respetuosos? No, no es difícil si se actúa con la ética que la sociedad
clama a voz en cuello. Deben denunciarse las prácticas que hacen que una amplísima
mayoría de la población descrea de la política y mucho más de los políticos.
En esa labor de concientización y de control ciudadano las organizaciones de la
sociedad civil pueden ofrecer el espacio de reflexión compartida y el canal para
promover cambios, por otro lado previstos en la norma constitucional.
Los partidos políticos están llamados a facilitar y estimular la más amplia y
genuina participación de la ciudadanía, así como ofrecer posibilidades para el acceso a
las más altas responsabilidades públicas. En su rol importante pero subsidiario, los
partidos políticos deben interpretar y canalizar las aspiraciones de la sociedad civil y
orientarlas hacia el bien común. No puede haber democracia verdadera sin partidos
políticos independientes de los factores de poder y abiertos para percibir y recibir la
brisa fresca que sopla desde las entrañas de la sociedad civil.
Las organizaciones de la sociedad civil son eminentemente políticas. Ahora
bien, lo son en el amplio y más completo sentido del término; no hacen partidismo
político, es decir, no debieran vincularse estructuralmente ni permitir ser cooptados por
las fuerzas políticas en pugna. Los partidos políticos tienden a sesgar el concepto y
considerar que sólo a ellos les cabe actuar en política. La contundencia de la realidad
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debería hacerles revisar profundamente esta presumida postura, muy cercana al
corporativismo que se enseñorea en demasiados círculos y sectores de la vida del país.
Las organizaciones de la sociedad civil no se confunden con la comunidad
política, deben estar ligadas al sistema democrático pero no a expresiones partidarias,
en tanto cultivan una actitud independiente. Si son un brazo de alguna agrupación
partidista deben clarificarlo fehacientemente para que haya transparencia y honestidad
intelectual.
La complementación entre la dirigencia política democráticamente elegida y las
organizaciones de la sociedad civil es un reto a enfrentar con sensatez y no con espíritu
hegemónico ni oportunista, valiendo esto último para todos. Son prácticas recurrentes
de la dirigencia política tradicional la cooptación de los líderes de las organizaciones de
la sociedad civil, no siempre con fines altruistas. Igualmente, dirigentes de la sociedad
civil son tentados por los oropeles del poder y tienden a olvidar su compromiso
primario y a abandonar posturas críticas e independientes.
Los líderes de la sociedad civil podrían constituir en el futuro no muy lejano los
nuevos exponentes de una dirigencia política enmarcada en nuevos paradigmas.
Desarrollar una teoría a este respecto sería, en todo caso, motivo de un nuevo libro y de
un debate muy profundo e inclusivo, desafío seguramente no demasiado lejano en el
tiempo.
El voluntariado no puede desconocer esta realidad, tanto en términos de
oportunidades como de riesgos. A su vez, los voluntarios deben tener en claro que no
pueden comprometer a sus respectivas organizaciones de origen con posturas
partidistas, cualquiera sea su índole. El mantener una visión plural, abierta e
independiente constituye uno de los rasgos más trascendentes de su fortaleza. A nivel
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individual y, una vez más, sin embarcar a sus organizaciones, cada voluntario define su
orientación política partidaria. Es su derecho y responsabilidad como ciudadano.
La sociedad civil, ante los fracasos y limitaciones de la sociedad política,
sumado al descreimiento que esta ha sabido ganarse, comprendió que la pasividad es
una mala consejera. Que la construcción de un proyecto de país requiere del concurso
ciudadano sin mediadores que muchas veces actúan más como distorsionadores que
como vectores. La sociedad civil, que se organiza también democráticamente y
responde a intereses particulares, a veces, y a otros más generales cada vez con mayor
frecuencia, se plantea incidir en la formulación de las políticas públicas más relevantes.
El docente e investigador Marcelo Urresti nos dispara una afirmación que su
sola enunciación eriza la piel: “La política resulta cada vez menos importante para la
construcción de la identidad de las personas. Los jóvenes no saben qué es la izquierda
ni qué es la derecha. No dudan de las categorías políticas, sino que no tienen la menor
idea, no leen sobre estas cosas y no se informan, no les interesa”
El historial de las instituciones en la Argentina, así como en otras partes de la
amplia geografía latinoamericana (y del mundo), está plagado de vicios, violaciones,
contradicciones y violencia. Es como que un entramado perverso se ha ido tejiendo en
el devenir de los tiempos. Desafortunadamente, en lugar de prohijar un cambio de
fondo el sistema parecería reforzarse a sí mismo en su perversidad. Contribuyen a este
sombrío panorama las corporaciones de naturaleza variada, que responden a intereses
sectoriales a los que poco les interesa el bien común. También la ausencia de una
voluntad política, desde el Estado, y a veces acompañada por la opacidad de la
sociedad civil y por el hastío de muchos que creen que el fracaso es la segura línea de
llegada de cualquier emprendimiento para modificar la situación. No se construye
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ciudadanía ni se solidifica una República desde la atonía. Sólo es posible hacerlo desde
la convicción, el esmero, la perseverancia y, muchas veces, el dolor.
Las políticas públicas sobre aspectos vitales: educación, salud, seguridad,
trabajo, inclusión, entre otras, son las que trascendiendo los gobiernos de turno y con
una visión estratégica, coadyuvan al tan mentado proyecto de país que con asiduidad
pocos saben cómo darle forma. Claro, una cuestión central es que las políticas públicas
tengan un eje articulador que haga a un proceso sistémico. Caso contrario, el fracaso
nos espera a la vuelta de cualquier esquina.
La formulación de políticas públicas es un ejercicio de enorme complejidad, de
mucha paciencia, de genuina vocación para escuchar, de comprensión de que el país es
uno por definición y diverso y plural en lo concreto. Se requiere grandeza y
desprendimiento, así como el convencimiento de que lo que hagamos hoy podrá
fructificar mucho más adelante que nuestro propio tiempo histórico. Es decir, debemos
abandonar la práctica del exitismo y mucho más la de creer que todo comienza cuando
yo llego y concluye cuando yo me alejo.
Recomendamos a los lectores profundizar este tema de la democracia y las
organizaciones de la sociedad civil. Hay bibliografía muy rica al respecto y ejemplos de
prácticas que demuestran que se puede cambiar si la voluntad para hacerlo no se
derrumba ante el primer viento fuerte.
El voluntariado, una oportunidad para el crecimiento personal y la solidaridad
social
Parafraseando a la Madre Teresa de Calcuta podríamos decir que sin vocación
de trascender el individualismo ni espíritu de sacrificio, a la vez que conociendo e
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intentando superar limitaciones y miserias, no es posible llevar adelante ninguna tarea
que tenga como destino el mejoramiento de la comunidad entendida ésta como el
espacio vital en el que se desarrolla nuestra efímera existencia.
La contracorriente debería ser la senda a transitar, lo que en todo caso no
implica transgredir sino generar condiciones para un cambio que la sociedad requiere
pero que no siempre estamos dispuestos a asumir. Resulta más cómodo ocuparse de
uno mismo o de a lo sumo de los suyos más cercanos. Ocuparnos de los otros demanda
despojarnos de los retazos de nuestro egoísmo. Interpretando a San Francisco de Asís,
estar mucho más dispuestos a consolar que a ser consolados, a comprender que a ser
comprendidos.
Conciencias dispuestas a una inmersión en el voluntariado nos preguntarían de
inmediato: ¿cómo se hace para ser voluntario? No tener una respuesta clara y honesta a
esta pregunta es el primer paso para tumbar las vocaciones más sinceras. No sirven
respuestas vagas y menos falsas, entendiendo por estas últimas las que se refieren al
romanticismo del voluntariado. Ser voluntario es iniciar un derrotero lleno de
satisfacciones pero caminando sobre un campo minado y lleno de espinas. ¿Tan difícil?
Sí, tan difícil como lo es toda relación humana, especialmente cuando los destinatarios,
en general, son personas que viven situaciones de mayor angustia y necesidad.
Vayamos hacia las cuatro etapas sucesivas que concebimos. La primera, lo que
parece obvio pero que es el punto de partida que demanda mucho tiempo de análisis
crítico, es la genuina vocación de interesarnos por los otros. Vocación es mucho más
que un arranque de voluntarismo, generalmente disparado por hechos o situaciones que
nos conmueven transitoriamente y luego se van evaporando. ¿Por qué la vocación es un
imperativo crucial? Nada más ni nada menos porque no podemos jugar con las
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emociones, anhelos ni confianza de las personas a las que vamos a acompañar y que
han sido frecuentemente defraudadas. Por favor, alejemos todo lo posible los riesgos
del exceso de protagonismo que a veces encubre el voluntariado. Los voluntarios no
son una elite. Ser voluntario no implica ningún rango especial en la escala social. El
voluntario debiera cultivar el perfil bajo y hacerse notar por el valor de sus actos.
Resulta francamente grosero observar los voluntarios mediáticos que siembran más
dudas que certezas acerca de sus intenciones. Esto no implica dejar de reconocer y
destacar lo bueno que produce el voluntariado. Está queriendo decir otra cosa: importan
los hechos más que el envoltorio. Por otro lado, es esencial el máximo pudor. La
pobreza, la marginalidad y las necesidades no pueden ni deben ser objetos
propagandísticos. La credibilidad del voluntariado y de los voluntarios reside en el
testimonio de sus obras.
En general un proceso ordenado y eficaz nos estaría indicando que debe haber,
en primer lugar, un espacio, una oportunidad para ejercitar el voluntariado. Esto
necesita de una convocatoria o invitación a ser parte de un proyecto determinado y
concreto. La persona debe encontrar articulación entre su vocación de servir y sus
propias habilidades.
Una segunda etapa, inmediata y enormemente importante es la formación. Más
y más estamos obligados a dar herramientas a quienes asumen el voluntariado como un
estilo de vida. No hablamos únicamente de herramientas técnicas, que obviamente son
imprescindibles, sino también de comprensión del mundo, de las causas y efectos de los
dramas que agobian a la humanidad, así como del contexto en el cual desarrollará
básicamente su vocación. Esta formación adquiere las características de permanente por
cuanto la velocidad de los cambios y la mutación de situaciones exigen estar al día de
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manera constante. Sin formación el voluntariado puede convertirse en una pesada carga
para cualquiera y, lo que es más serio aun, en un problema para aquellos a quienes
deseamos acompañar con espíritu de entrega.
La otra pieza del mecano, no menos importante por cierto, es la contención del
voluntario. Es esta también una tarea constante cuya responsabilidad le cabe a las
instituciones a las que los voluntarios representan y al resto de los que están en la
misma ruta, a través del apoyo mutuo y procesando las experiencias, problemas y
desafíos que son tan dinámicos que ametrallan sin solución de continuidad.
Intentando la llegada a una especie de ideal del voluntariado, podría caber la
aplicación del óctuple camino que enseña el Buda para lograr la sabiduría: 1) adecuado
conocimiento; 2) adecuado pensamiento; 3) adecuado uso del habla; 4) adecuada
conducta; 5) adecuado modo de vida; 6) adecuado esfuerzo; 7) adecuada percepción y
8) adecuada concentración.
Atención con el tema de las palabras y su significado. Sobre el valor de las
palabras, Saturnino Herrero Mitjans y sus colaboradoras, citando a Samuel I.
Hayakawa (1940), señalan que aquellas no tienen contenidos de significación. “Su
significado lo ponemos nosotros con nuestra carga cultural y emocional, por lo general
prejuiciosa”. En la comunicación con aquellos a quienes acompañamos en nuestro rol
vocacional de voluntarios, comprender lo que decimos y qué realmente queremos decir
cuando decimos lo que decimos es de radical importancia. Lo que decimos responde a
nuestros modelos mentales que no son necesariamente los de los otros viviendo en
situación de vulnerabilidad a la que nosotros observamos desde otra perspectiva
sociocultural, por más que nos hagamos carne de los que les pasa.
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Hay una célebre frase de Voltaire que nadie que ejerza genuinamente el
voluntariado puede obviar y mucho menos olvidar: “estoy en contra de lo que dices
pero defenderé a muerte tu derecho a decirlo”. No se construye ciudadanía ni se aporta
a la democracia con el silencio o la pasividad. Tampoco dejando el hacer sólo en las
manos de los otros. Esa actitud cómoda no contribuye a fomentar la reflexión y el
espíritu crítico. A la vez, el voluntariado no da piedra libre para que pueda admitirse
que se diga cualquier cosa y sin la debida fundamentación. La oportunidad, la
profundidad y la prudencia deben ser siempre tomadas en cuenta a la hora de opinar o
participar de decisiones. Caso contrario se debilita el sentido mismo de la participación
responsable.
El voluntariado también puede ayudar a educarnos en algo que cuesta mucho
desterrar: la proclividad a los juicios de valor. Los mismos, recurrentemente expuestos
sobre hechos parciales, asumen casi de inmediato el carácter de universales, lo que nos
lleva a una mediocridad intelectual exasperante y a generar teorías prejuiciosas y por
ende autoritarias.
Algunos textos de Maimónides, un sefardi que nació en Córdoba, España, en
1135 (o 1138) pueden contribuir a guiar la acción de los voluntarios. Su gran obra es
“Comentario a la Mishná (tratado que recopila las enseñanzas sobre la Ley que
transmitieron los Maestros de la Ley Oral, conocidos como Tanaítas. Fallece en 1204.
Su otra obra universalmente conocida es “La Guía de los Perplejos”. Nos permitimos
algunas citas que aparecen en el libro “Maimónides, Un sefardi universal”, editado por
la Universidad Maimónides:
•
La integridad del hombre es incompleta mientras no exista la síntesis entre el
pensamiento y la acción.
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•
El hombre debe cuidar sus palabras más de lo que cuida sus bienes.
•
El placer estético, los juegos y las diversiones influyen positivamente sobre la
salud, pues muchas enfermedades han desaparecido por el solo hecho de la alegría.
•
Distinguid la luz de la oscuridad, y apartaos de la muerte y del mal; elegid
siempre la vida y el bien, pues la elección está en vuestras manos.
•
Sabed que la verdad y la justicia son joyas para el alma y dan heroísmo y
seguridad.
•
Someted la materia al intelecto, el cuerpo al alma, pues de su actitud depende
vuestra libertad.
•
El fin supremo del mundo y todo lo que se encuentra en él es hacer al hombre
sabio y bueno.
•
No se puede llegar a la sabiduría sino después de mucho esfuerzo.
•
No hay que detenerse a observar lo que ya pasó, sino lo que ha de venir, pues
para algo tenemos los ojos adelante y no atrás.
La dimensión espiritual
Este tema tiene un desarrollo específico y profundo en el libro. Aquí
compartiremos algunos pocos comentarios y precisiones.
No importa las características que tome, la dimensión espiritual está presente en
la vida de los seres humanos. Para algunos significa una forma de vida, para otros una
militancia religiosa y para no pocos una conducta ética.
El voluntariado, en un tema tan complejo como el de la espiritualidad, que
trasciende lo religioso, puede contribuir a esclarecer el sinuoso recorrido de sus
componentes o de algunos de ellos. Por ejemplo, se habla a menudo de ecumenismo.
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¿Cómo definir el ecumenismo? Una aproximación sería: el conjunto de esfuerzos y
actividades que promueven el restablecimiento del diálogo y la unidad y comunión
entre todos los cristianos. Es decir, el ecumenismo se refiere a la relación entre los
cristianos. Los voluntarios deben conocer adecuadamente cómo se conforman las
religiones, a menos las monoteístas, ejercicio que no es sencillo pero que encarado
permite arrojar luz sobre un tema del que generalmente se conocen, y a medias, los
títulos y poco de contenido profundo.
Ahora bien, y cómo se denomina y aborda la relación entre distintas tradiciones
de fe. Se trata del llamado diálogo interreligioso ¿Qué es Diálogo Interreligioso? Podría
ser definido como el conjunto de relaciones entre personas y comunidades de distintas
creencias, que promueve la cooperación por la justicia, el desarrollo y la paz de la
humanidad.
Disparando sobre el voluntariado
Algunos comentarios y reflexiones finales tienen por objeto intencionalmente
buscado ahondar sobre la complejidad del voluntariado. No es para desanimar a nadie
sino para animar a la mayor cantidad posible de personas de buena voluntad que
quieran asumir el voluntariado con la máxima responsabilidad.
La formación que demanda hoy un país que quiera crecer es la de hacerse
preguntas inteligentes y creativas evitando caer en las simplificaciones y en las
respuestas de manual. Avanzar como comunidad exige no sólo superar dificultades
naturalmente previsibles. Implica bucear en aquellas necesidades más intrincadas que
demanda hacer esfuerzos para imaginarlas y de cuya resolución depende el progreso.
En todo caso, la entidad de los problemas ayuda a determinar la madurez y futuro de un
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país. Por tal razón, la formación de liderato debe ayudar a los niños y jóvenes, en
particular, a plantearse interrogantes que la mayoría pasa por alto. Hay que enfrentarse
con creatividad a interrogantes inéditos. No consumir las respuestas fáciles. La
Argentina, en general, y sus dirigentes de manera exponencial, acostumbra a tener a
mano respuestas para todo, con muy bajo nivel de autocrítica y transfiriendo las
responsabilidades a los otros. Un signo de enorme inmadurez. En lugar de tantas
respuestas, obviamente cargadas de retórica, debemos aprender a interrogarnos con
mayor rigor y a plantearnos desafíos que salgan de lo común. De lo contrario no
saldremos como sociedad de lo común que nos ha llevado hasta un punto del que no
podemos sentirnos satisfechos ni realizados.
El tema de la educación está cercano al voluntariado y a sus prioridades. La
transferencia de un saber es el acto de enseñar. Este acto requiere del educador y del
educando, este último con un rol activo y tratando de hacer suyo, de apropiarse de
manera consciente y crítica de los conocimientos transmitidos. No es pasivo el rol del
docente ni tampoco del educando. Claro, como dice Mariano Narodowski, ministro de
Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires,
“sin asimetría no hay
educación”. La educación es siempre una meta que se corre algunos metros cuando se
cree asirla. Es dinámica e inalcanzable como ideal. Esta realidad hace que la evolución
sea permanente y el proceso no tenga solución de continuidad.
La sociedad pareciera ir encaminándose hacia una inmadurez creciente. El
hedonismo y el narcisismo pretenden convertir a la juventud en un ideal supremo. La
adultez pierde terreno y los padres en lugar de actuar y comportarse como tales hacen el
esfuerzo de parecerse a sus hijos. Esto quita referentes y referencias y genera una
cultura superficial y encaminada a las frustraciones permanentes. Primero porque los
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padres descubren tarde su error y en segundo lugar porque la juventud, crónicamente
vista, es una etapa en el desarrollo de la persona humana.
Alarman las señales de banalidad que surcan el mundo. Hay como un culto
creciente a la superficialidad para enfocar los problemas centrales que hacen a la vida y
la convivencia. La violencia, la injusticia, las enfermedades, el hambre, la muerte, en
especial de niños, se observan por doquier y como formando parte de un escenario que
ya no conmueve. ¿Qué nos está pasando? Los medios de comunicación, en general,
aceleran esta verdadera hecatombe humana. Tiene más espacio la estupidez, aunque se
le pase lustre para hacerla menos evidente, que aquello que contribuya a generar una
sociedad planetaria profundamente transformada.
El voluntariado se afirma en la convicción de que el miedo y el “no te metas”
deben ser abolidos en una sociedad que pretenda madurar. No hay verdades absolutas
sino, en el mejor de los casos, verdades relativas. Crecer como comunidad implica
armonizar esas verdades u ópticas parciales en orden al bien común. Por lo tanto, el
respeto mutuo, el saber escuchar al otro y el intentar comprender los distintos enfoques
implican, además de un ejercicio muchas veces trabajoso, un signo de adultez.
Participar de la cultura del voluntariado lleva inexorablemente a afirmar esa conducta,
la que choca asiduamente con la práctica cotidiana del autoritarismo, explícito o
implícito. Una vez más, el voluntariado es contracorriente, entendida ésta como un
mérito que se orienta a afirmar el espíritu crítico y el no consumo a tientas y a locas de
cualquier mensaje ni orientación, venga de donde viniese. Adoptando y adaptando una
frase de Bernardo Kliksberg podríamos decir que el voluntario es aquel que en lugar de
maldecir la oscuridad es capaz de la actitud de encender una vela, que en el fondo es
una señal de esperanza activa.
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No es posible ignorar que ser joven en América Latina es extremadamente
complejo, lo que incluye, obviamente, a la Argentina. Algunos datos abochornan por su
dramatismo: uno de cada cuatro jóvenes de 15 a 29 años está fuera del sistema
educativo y del trabajo. Según las estadísticas de la Argentina, 400 mil niños y
adolescentes abandonan la escuela cada año. Se calcula que un millón de jóvenes entre
15 y 19 años se halla fuera de la escuela. El número de pobres en América Latina subió
siete millones y medio de personas en la nefasta década 1990-2000. Sólo el 34% de los
jóvenes concluye la escuela secundaria (en el mundo desarrollado lo hace el 85%).
Únicamente el 6,5% termina el ciclo universitario. De cada cinco niños con padres con
la escuela primaria incompleta, cuatro no logran superar ese nivel. Es vital torcer la
tendencia que va llevando crecientemente a una juventud fracturada y hacia un
horizonte de desesperanza. Rescatar a los jóvenes, crear oportunidades para su utopía,
es mejorar el presente y asegurar el futuro.
Un voluntariado serio y eficaz no puede abstraerse de lo que sucede en el
planeta, interconectado en tiempo real. Algunos filósofos del mundo desarrollado,
como es el caso del esloveno Slavoj Zizek se hacen preguntas inquietantes: “¿No es
acaso la permisividad extrema, además de las nuevas formas de apartheid social y
control basadas en el miedo, lo que caracteriza a nuestras sociedades?”. A la vez afirma
que los actuales conflictos étnico-religiosos son la forma de lucha más conveniente
para el capitalismo global. Agrega algunos comentarios por demás ilustrativos. Por
ejemplo, señala que en el Primer Mundo es cada vez más difícil hallar una causa
pública o universal por la cual la sociedad estaría dispuesta a dar la vida. Encuentra en
el Tercer Mundo el espacio donde todavía eso es posible debido, fundamentalmente, a
la brecha cada vez más profunda que separa a ambas márgenes del mismo globo. Esto
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permitiría concluir que en el Tercer Mundo la lucha por lo trascendente, en muchos
casos por superar los niveles de pobreza, sometimiento y exclusión, y generalmente por
la vida misma, es un capítulo no cerrado y con final abierto.
También se estudia con preocupación e interés a nivel mundial el cambio que se
estaría dando en cuanto a la identificación de las fuentes de conflicto que abruman al
planeta. A la tradicional fractura Norte-Sur se le superpondrían con fuerza los orígenes
culturales más que los ideológicos, lo que iría dándole entidad al llamado choque de
civilizaciones.
Este tipo de análisis y otros, en un marco amplio y plural, contextualizado
también en la región latinoamericana y, con aterrizaje en la geografía nacional, permite
una comprensión de la dinámica de un mundo que se encamina con fruición suicida a
ahondar las divisiones y asimetrías y a generar conflictos que aumentan su escala y
amenazan la paz. La justicia, base esencial para alcanzar la paz, ya ha sufrido todo el
vapuleo posible, aunque siempre es posible esperar algún zamarreo agraviante
adicional.
El libro “Educación en valores, religiosidad y derechos humanos” (Editorial
Espacio) publicado por la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA en 2006, es
recomendado, por la variedad y amplitud de tópicos abordados, como un insumo
importante, junto a muchos otros, para una comprensión y ejercicio pleno del
voluntariado.
Bibliografía
-“La Resistencia”, de Ernesto Sábato, 2000
-Marcelo Urresti, docente e investigador, autor del libro “La segregación. Cultura y
discriminación social”, 1999
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-Hna. Ana Farola NSA, autora del libro “Ser voluntario…un estilo de vida”, 2005
-“Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, 2005
-Saturnino Herrero Mitjans, Daniela Mora Simoes y Marcela Noble Herrera, autores
del libro “La comunicación incomunicada”, 2005
-Mons. Carlos Malfa, Presidente de la Conferencia Episcopal de Ecumenismo,
Relaciones con el Judaísmo, el Islam y las religiones
-Bernardo Kliskberg, “Valores éticos y vida cotidiana”, 2005
-“Maimónides, Un Sefardi Universal”, Universidad Maimónides, 2004
-“Educación en valores, religiosidad y derechos humanos”, Asociación Cristiana de
Jóvenes/YMCA (Carlos Eroles y Norberto Rodríguez, compiladores), 2005
-Suplemento “Cultura” del diario Perfil, diciembre 2006
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