La curiosidad mató al gato Ripley

Transcrição

La curiosidad mató al gato Ripley
La curiosidad mató al gato
Ripley
El sonido del claxon rebotó entre las finas paredes de la vila y se perdió en la noche. Aquello parecía un
desierto, tan solo algunos erasmus a lo lejos sucumbían a los efluvios del alcohol mientras el resto dormía.
Pasaba de largo la medianoche, una de esas en las que la luna dibuja rostros sombríos en los lugares más
insospechados, dando un halo de misterio a cualquier objeto.
Y es así como nuestro conductor vió las filas de árboles que se elevaban cual guardianes a ambos lados de
la avenida, figuras amenazantes que parecían avisar de lo que pasaría aquella fría noche de noviembre.
Su cita se estaba retrasando y eso a él le molestaba. Habían quedado una hora antes, pero se había
perdido entre polígonos industriales y carreteras secundarias, la orientación nunca había sido su fuerte.
Aquel lugar resultaba extraño, le recordaba a las pirámides de Egipto, los edificios no encajaban en aquella
zona, bloques de hormigón intemporales se erigían entre lo que quedaba de los bosques arrasados por la
creciente necesidad de viviendas en las ciudades dormitorio. Mientras las divagaciones se superponían en
su mente dos extraños personajes ataviados con uniforme se pararon al lado del coche y mediante gestos le
señalaron que bajara la ventanilla.
-Buenas noches, quieren ustedes algo?
-Su coche está en medio de la calle, debe aparcarlo para no obstaculizar el tráfico.
Mientras se alejaban, el conductor pensó en la cantidad de tráfico que estaba obstaculizando: un par de
gatos atigrados y una bolsa de basura. Definitivamente aquello era una muestra de futilidad por su parte,
pero aun así, buscó aparcamiento y vio como los superpolis, esbozando una sonrisa, volvían a su garita
contentos por la satisfacción del trabajo bien hecho. En otras circunstancias los hubiera mandando a freír
espárragos pero ya tenía suficientes dolores de cabeza como para buscarse uno más.
Nadie respondió a la llamada, y el conductor se marchó entre la oscuridad sintiéndose agraciado por cada
paso que daba alejándose de aquel lugar. Resultaba extraño que su cita no hubiese aparecido puesto que
era ella quien tenía interés en hablar con él, o al menos eso dejó entrever la noche en que se conocieron.
Después de una agradable charla y una mejor compañía el conductor supuso que esa noche no dormía
solo, pero se equivocaba, quedaron para el día siguiente en un lugar que él aun no conocía pero que bien
pronto iba a conocer hasta límites insospechados, la Vila Universitària de la UAB.
Abstraída en el vaho que despedía aquel café hirviendo la mujer iba desayunando sin prisa pero sin pausa,
para ella era la cumbre del dia. Poder sentarse en el sofá con su taza de café mientras dejaba volar su
imaginación era su parte preferida del día, una mujer sencilla, de gustos sencillos. Mientras saboreaba aquel
Moka miró la estantería bombeada por el peso de libros acumulados durante años, ya iba siendo hora de
guardar algunos en cajas, pero eso ella lo odiaba. Odiaba no tener sus libros a la vista, sus trofeos de
guerra frutos de tantas y tantas batallas entre anticuarios y algún que otro mercadillo ambulante. De repente
su mirada se posó en el libro más anodino de su colección, tal vez por eso le hubiese pasado desapercibido
durante tanto tiempo, sus tapas negras sin ningún tipo de titulo ni marca le extrañaron, solía recordar todas
sus adquisiciones y más de un ejemplar así.
Apuró las últimas gotas de café que quedaban en la taza y cogió el libro, resultó ser Otelo, la archiconocida
obra de Shakespeare. Sus hojas estaban ajadas y eran prácticamente ilegibles pero justo cuando su interés
decrecía por tal antigüedad de su interior surgió un papel que rompía con la tónica amarillenta de la obra, un
trozo de papel que no debía tener ni un par de años a lo sumo cayó al suelo y se deslizó debajo del sofá
para incomodidad de la mujer. Tras unos cuantos improperios y un poco de fuerza bruta por fin pudo tener
en sus manos el papel. Rezaba: “Quién desee conocer la verdad y no tan sólo un reflejo debe buscar los
que muchas miran pero pocos ven” La inquietante frase no hizo más que acrecentar su espíritu aventurero,
así que se dispuso a resolver tan extraño asunto.
Una noche sin dormir puede resultar catastrófico para una mente acostumbrada a dormir hasta las tantas y
cargada de libros y películas. Su imaginación elucubraba grandes misterios, fantasías, crímenes, un pu-purrí
de novelas que había leído durante su vida. Por un lado podía ser la pista de un tesoro, o una trampa, o tal
vez solo fuese la broma de algún chistoso. En el libro no había ninguna otra pista, eso ya estaba mirado,
pero no fue hasta la noche de su tercera noche en vela cuando halló la solución al enigma.
Sus ojos se cerraban pero su mente seguía viva, llevaba tres días con sus tres noches sin dormir, y le
estaba afectando sobremanera. El cansancio se reflejaba en su mirada, antes alegre y llena de vida. Aquello
era un comecocos, un callejón sin salida. Y fue ese sueño, tan menospreciado la hizo que se le derramara
el zumo de limón que estaba tomado en aquel momento sobre el libro en cuestión, que sorpresa la suya
cuando unas inscripciones aparecieron debajo de las vistas, de la nada.
Una letra totalmente opuesta a la de la nota,una letra gótica muy ladeada contrarrestaba totalmente con la
impresión uniforme y vertical de los inicios de la hoja. Leyó el mensaje oculto: “Más allá de tu reflejo entre
los bloques de hormigón”, la piscina de la Vila. Aunque el invierno estaba ya entrado la piscina continuaba
sin cubrir, así que miró pero tan solo una rana y una serpiente le devolvieron el saludo. Piensa, piensa,
piensa -se repetía la mujer, la posibilidad de vaciar la piscina le parecía una locura, así que se decidió por
coger el limpiahojas y remover un poco haber que encontraba. Tras unas cuantas pasadas, el utensilio topó
con algo, un objeto solido y contundente estaba anclado al fondo de la piscina, le dio con fuerza y la cosa se
quedo enganchada en el aparato.
Una caja negra salió de las profundidades, una caja sin ningún tipo de inscripción ni seña surgió de las
turbias aguas. Intentó abrirla cosa imposible ya que no tenía ningún tipo de cerradura ni palanca. Así que se
la metió en el bolsillo y decidió ir a tomar una copa, había sido un día largo. Aquel trago le iba ha hacer
polvo, ella no estaba acostumbrada a beber pero realmente lo necesitaba. Tras entablar conversación con
un apuesto joven de mente fantasiosa e invitarlo el día siguiente a su piso para intentar abrir la caja se alejó
del antro dándole vueltas a la idea de la procedencia de la maldita caja.
Tras investigar un poco el conductor encontró el piso de la chica y se dispuso a ir el día siguiente de su cita
fallida. Cuando se encaminó al segundo piso del bloque B algo en su interior le decía que no sería nada
bueno lo que allí se encontraría. Y lo que vió cuando abrió la puerta del apartamento no se lo podría quitar
de la cabeza el resto de su vida. Los pies de la chica se movían al son de un péndulo imaginario mientras su
cuello apretado por la cuerda no dejaba lugar a dudas. Lo que antes había sido una preciosa joven ahora
yacía inerte delante de él. Y sólo una nota, pegada a un pisapapeles negro que advertía: “La curiosidad
mató al gato”.